viernes, 30 de abril de 2010

SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Cristo, en su Iglesia, proclama un cántico nuevo, por el que Jesús muestra al Padre en la fe.


El pueblo judío había sido elegido primero, pero no podía monopolizar la salvación de Dios, era para todos los pueblos: “los paganos se alegraron y se pusieron a glorificar a Dios... Pero los Judíos incitaron a mujeres distinguidas y a notables del país y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé”, leemos hoy, en la misma lectura que el domingo. Ayer como hoy: ¡cerrazón de los corazones… obstáculos al evangelio! Perseguidos, expulsados… todo sirve para el bien. Cuentan de un chino que tenía un caballo. Le dijeron “hay que ver qué suerte tienes”, y él siempre decía: “no todo es como parece...” El caballo se le escapo y los vecinos fueron a consolarle “por la desgracia”: “¿Quien dice que sea una desgracia?”, comentaba. A la semana siguiente el caballo volvió, trayendo detrás una manada preciosa de caballos. Los vecinos le felicitaron por “la suerte”... “¿quien dice que sea una fortuna?” A los dos días su hijo iba a caballo y cayendo quedó cojo. Volvieron para “consolarle”: “¿quien dice que sea una desgracia?”, les dijo también. Al cabo de poco hubo una guerra y el primogénito por estar cojo se libró de tener que ir a pelear...
Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Nos parece muchas veces que la vida es una carrera de obstáculos, que hay una serie de problemas ante nosotros, cada día, y que se trata de irlos superando. En cierto modo es así, pero no podemos agobiarnos con lo que está más adelante, pues el mucho mirar los obstáculos del mañana, el obsesionarse por lo que está aún lejos, puede hacer que caigamos en el obstáculo que tenemos delante, el único que existe y en el que nos hemos de fijar, para no caer: sólo existe el “aquí y ahora”, el presente, y hemos de aprovechar la memoria del pasado como experiencia, y la previsión del futuro como deseo o esperanza. Una de las causas de inquietud que tenemos en nuestro mundo es ésta: que la vida es ir solucionando problemas, a veces agobiantes porque no está en nuestra mano el resolverlos, ir con la lengua fuera corriendo hacia una paz que nunca se alcanza... En realidad, no es ésta la finalidad de nuestra existencia, sino ver en lo de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra vocación al amor, al encuentro con Dios. Entonces, en lugar de estar inquietos, veremos la cruz de cada día, como dice el Evangelio: “Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves del Cielo, que no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros por mucho que cavile puede añadir un solo codo a su edad? Y acerca del vestir, ¿por qué preocuparos? Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. Si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mateo 6).
Mirar los lirios y los pájaros quiere decir saber contemplar, tener fe en las palabras de Jesús, que es nuestro modelo, Camino, Verdad y Vida, que lo que de veras cuenta es participar en esta aventura divina que es la vida. No podemos perdernos en amarguras del pasado y miedos del futuro. La vida es un continuo regalo de Dios, y hay que vivirla en presente, disfrutarla. Pero esto es duro para quien se deja llevar por dos peligros o tentaciones, el remordimiento del pasado y el miedo por el futuro. El pasado, con sus remordimientos de "hubieras debido actuar de manera distinta a como actuaste, hubieras debido decir otra cosa de lo que dijiste": en determinados momentos de la vida, el casado piensa si debería haber hecho otra elección o haber escogido otra persona... y así en todo; es el sentimiento de culpabilidad de "hubiera debido"; pero aún peor que nuestras culpas son nuestras preocupaciones por el futuro, esos miedos que llenan nuestra vida de "¿qué pasaría si?"... "¿y si perdiera mi trabajo?, ¿y si mi padre muriera?, ¿y si faltara dinero? ¿y si la economía se hundiera? ¿y si estallara una guerra?"... Son los "si" que junto con los "hubiera debido" perturban nuestra vida, como decía Henri J. M. Nouwen: "ellos son los que nos tienen atados a un pasado inalterable y hacen que un futuro impredecible nos arrastre. Pero la vida real tiene lugar aquí y ahora.
Dios es Dios del presente..." no existe ni el pasado (queda sólo en la memoria, es la experiencia de la vida) ni el futuro (que forjaremos con lo de ahora), sólo existe una realidad, la presente, y ésta es la que hemos de afrontar. El stress famoso no viene con la abundancia de trabajo, sino con el estado psicológico de agobio ante el trabajo: es decir no es causado por la materialidad de tener muchas cosas que hacer sino por la sensación subjetiva de no llegar: lo que agobian son las cosas “pendientes”. Pienso que algunas personas, más bien perfeccionistas, tienden a esta “saturación”... una búsqueda de la perfección enfermiza, que genera inquietud; un compararse con los demás, hacer siempre más... Más bien deberíamos pensar que no importa ser perfecto, que la vida no es un circo en el que hay que hacer el “¡más difícil todavía!” sino que se trata de hacer las cosas lo mejor que podamos. No competir con los demás, en la búsqueda del éxito, sino sacar lo mejor de nosotros mismos. Hacer lo mejor que podamos esto que traigo entre manos, sabiendo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
Los Hechos de los Apóstoles nos muestran la primera evangelización, y es siempre en el Espíritu Santo el gran protagonista.

Se agradece a Dios en el salmo los grandes favores hechos por Él a Israel, se reclama que toda la tierra lo haga: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra, su santo brazo, le alcanzó la victoria; el Señor ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia; se acordó de su amor y su lealtad para con la casa de Israel; todos los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor toda la tierra, alegraos, regocijaos, cantad” (98,1-4). En el brazo de Dios se alude a otros pasajes. Ya Zacarías anunciaba a Jesús como «luz para alumbrar a las naciones». Un «cántico nuevo» en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva…se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel. Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (Juan Pablo II). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad». Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» para que todo vaya a Cristo, como dice S. Pablo, en quien «la justicia de Dios se ha revelado», «se ha manifestado». Orígenes dice: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo».
Dice Jesús: “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le dijo: «Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre?¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que os digo no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Creedlo al menos por las obras mismas»” (Jn 14,7-14). Es una de las afirmaciones más fuertes de Jesús. Unidad con Dios. La pregunta de Felipe -siempre hay preguntas sencillas de alguien que a Juan le sirven para seguir profundizando en la manifestación de Jesús- conduce a la afirmación más decisiva: «yo estoy en el Padre y el Padre en mí...»: «lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré». Tenemos en Jesús al mediador más eficaz: su unión íntima con el Padre hará que nuestra oración sea siempre escuchada, si nosotros estamos unidos a Jesús. Nosotros, como Felipe, no hemos visto al Padre. Y además, a diferencia de Felipe, no hemos visto tampoco a Jesús. Aunque Él ya nos dijo que «dichosos los que crean sin haber visto»… En la Eucaristía tenemos una experiencia sacramental de la presencia de Cristo Jesús en nuestra vida: una experiencia que nos ayuda a saberle «ver» también presente a lo largo de nuestros días, en la persona del prójimo, en nuestro trabajo, en nuestras alegrías y dolores. Convencidos de que unidos a Él, «también haremos las obras que Él hace, y aun mayores», como nos ha dicho hoy (J. Aldazábal).

VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, el Camino para el cielo, nuestra felicidad, y aquí en la tierra la santidad como realización personal en


“Hermanos, hijos de la estirpe de Abraham, y los que sois fieles a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación. Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; y sin haber encontrado ninguna causa de muerte, le condenaron y pidieron a Pilato que lo matase. Y así que cumplieron lo que acerca de Él estaba escrito, lo bajaron del leño y lo sepultaron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos; Él se apareció durante muchos días a los que habían ido con Él de Galilea a Jerusalén, y que ahora son sus testigos ante el pueblo. Nosotros os anunciamos la buena nueva: la promesa hecha a nuestros padres Dios la ha cumplido en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (He 13,26-33).
Es una especie de Credo resumido, continuación del de ayer. Una serie de «hechos» históricos. Un resumen de la historia de la salvación dirigido hacia Jesús el Salvador. Anuncia Pablo a Jesús, como hará en otras ocasiones, en el misterio de la cruz, el amor “obediente hasta la muerte”; provoca en nosotros compasión, correspondencia… así como en un árbol hubo el pecado que cortó la subida al cielo en un árbol de cruz Jesús nos prepara a la subida al Cielo… Proclama luego la fe en la resurrección, y sus apariciones. Y recita el salmo de la realeza de Cristo, que leemos también hoy, en el contexto de resurrección según las promesas (Noel Quesson). Juan Pablo II hablaba de abrir las puertas del corazón a Cristo, en quien lo tenemos todo, nos ha mostrado que únicamente en Él hallamos la plenitud de estas ansias de felicidad. Ha sido un Papa grande en muchas cosas. Desde que Karol escuchó la voz del Señor: “¡Sígueme!” comenzó aquella respuesta a la vocación que fue dando con su vida, en una respuesta total a la llamada divina como el buen pastor que “da su vida por las ovejas” y les lleva a permanecer en el amor. El recuerdo de este Papa entregado puede aprovecharnos, para sacar propósitos de santidad: «¡Levantaos, vamos!», decía en un libro con las palabras que Jesús dirigió a sus apóstoles somnolientos; exigencia, para “levantarnos” en una entrega al ritmo de la suya, pues lo hemos visto luchar sin cansancio hasta el final, superando todo tipo de dificultades, fiel hasta la muerte, en una vida llena. No se reservó nada para él, quiso darse del todo. Desde el 2000 –como dice en su testamento- entendió que podía cantar el "Nunc Dimitis": "ahora puedes dejar marchar a tu siervo". Sus últimos años fueron de alegría por la misión cumplida (llevar la Iglesia más allá del umbral del tercer milenio con la aplicación del Concilio y de un diálogo entre fe y razón, religiones y culturas; la caída de los muros de Berlín; la proclamación de la civilización del amor que destruyera los muros del odio...). Parece que le fuera dada una señal cuando salió con vida del atentado de 1981, y un plazo: el tiempo que le permitiera su enfermedad. Y al final de su vida vio que debía seguir llevando la cruz como estandarte, para proclamarla ante una sociedad que rechaza el sufrimiento a toda costa. Cuando podemos hay que quitar el dolor, pero sabemos que el amor lleva a sufrir por los demás, y a encontrar un sentido a los dolores que permite Dios para sacar de ahí un bien más grande, la identificación con Cristo en el amor. Cuando nos toca de cerca el mal, podemos unirnos a Cristo y entrar “en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien”, decía Juan Pablo II. En este largo camino, Juan Pablo II fue desde el principio de la mano de María, confiándole todo a ella: “Totus tuus”. Privado de su madre terrenal, ella le hizo de madre. “Y de la madre aprendió a conformarse con Cristo” y proclamar aquel «¡No tengáis miedo!». Con esta frase comenzó su pontificado, esa fue su enseñanza a lo largo de estos 26 años y especialmente con su muerte, llena de paz: es precisamente este grito hecho vida por el amor, lo que ha hecho Magno a Juan Pablo II. Si estamos con María, si queremos a Jesús, tampoco nosotros tendremos miedo.
–El Salmo 2 se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica (siglos X-VI a.C.). El “decreto del Señor” es el acta que legitima el trono: “tú eres mi hijo”, y el día de la coronación es “hoy”, día de las promesas, el día del bautismo del Señor, de la transfiguración, de la resurrección, citada en la carta a los Hebreos para hablar de la dignidad de Cristo, y un día abierto, podemos oírlo cuando por la piedad somos hijos de Dios: “«Ya tengo yo a mi rey entronizado sobre Sión, mi monte santo». Proclamaré el decreto que el Señor ha pronunciado: «Tú eres mi hijo, yo mismo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. Los destrozarás con un cetro de hierro, los triturarás como a vasos de alfarero». Ahora, pues, oh reyes, sed sensatos; dejaos corregir, oh jueces de la tierra. Servid al Señor con reverencia, postraos temblorosos ante Él” (2,6-11).
“La misericordia de Dios Padre nos ha dado como Rey a su Hijo. Cuando amenaza, se enternece; anuncia su ira y nos entrega su amor. Tú eres mi hijo: se dirige a Cristo y se dirige a ti y a mí, si nos decidimos a ser alter Christus, ipse Christus.
Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con Él la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada” (san Josemaría Escrivá).
Jesús habla de irse y de volver, de la Parusía y el encuentro con cada alma tras la muerte: Cristo nos prepara la morada celestial con su obra redentora, cuando hayamos concluido nuestro tiempo aquí en la tierra. La pascua quiere decir esto, pasar de la muerte a la vida, este ciclo vital se repite: nacer, morir, resucitar... como las plantas: nacer y arraigar, trasplantarse y desarraigo, y volver a arraigar, nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda: el padecimiento, la muerte, es la puerta de la vida, y esta es nuestra esperanza que nos une en el momento de dolor ante alguien querido que está muriendo, esperando el final. Al contemplar la vida llena de quien ha estado tantos años a nuestro lado, el corazón se nos va a Jesús, que con su pasión y resurrección vino a traernos la buena nueva de que Dios es Padre y nos manda su Espíritu para ir hacia Él: “los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios”. Sí, somos hijos de Dios, y si somos hijos, también somos herederos... puesto que sufrimos con Él para llegar a ser glorificados con Él. Los sufrimientos del mundo presente no son nada comparados con la felicidad de la gloria... todos estamos esperando esta manifestación de los hijos de Dios, tenemos ya los frutos de esta cosecha en la esperanza: cuando sembramos bondad ya la recogemos, en nuestro corazón, pero es sólo una prenda de lo mucho que será el cielo.
Jesús nos dice: «No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí”. Los apóstoles están inquietos. ¿Dónde va? No olvidemos la atmósfera trágica de esta última tarde, jueves santo, víspera de su muerte. Toda la humanidad, toda la amistad de Jesús en estas palabras de consuelo. Nuestro Dios no es indiferente ni frío, sino un Dios sensible a nuestros sufrimientos. -“Creéis en Dios, creed también en mí”. La paz profunda que supera toda turbación viene de la Fe. Jesús pide un acto de Fe en su persona, idéntico al que puede hacerse respecto a Dios: llamada a una Fe sin reserva, total... ¡que aporta la paz! ¡Señor, dame esta fe, esta paz!
“En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio”. Jesús "vuelve a casa" el primero... va a ver de nuevo al Padre. Así ve Jesús su muerte. La alegría de la vuelta a casa para encontrar a alguien a quien se ama y del quien se sabe amado. "Voy al Padre". Jesús debe ser el primero en ir al cielo. Pero hace una gran promesa: ¡nos prepara un lugar! ¡Gracias, Señor! ¡Prepáralo bien! ¡Guárdalo bien! El mío y el de todos los que amo, y el de todos los hombres...
“Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo…”, Son palabras de ternura. "Os tomaré conmigo..." "Volveré..." Promesa de que no estaremos separados de Jesús. Es un lenguaje muy sencillo, casi ingenuo: "la casa del Padre", "preparar un lugar", "tomar junto a sí '...
“…para que, donde yo estoy, estéis también vosotros”; Jesús nos hace participar de su vida divina. Tal es el objetivo de mi vida. Es hacia donde va la humanidad. Estar con Dios, estar donde está Jesús. Se comprende que haya dicho: "No se turbe vuestro corazón".
“…ya sabéis el camino para ir adonde yo voy».” -“Para ir donde Yo voy, vosotros conocéis el camino”. Dice S. Juan Crisóstomo que “era necesario decirles ‘yo soy el camino’ para demostrarles que en realidad sabían lo que les parecía ignorar, porque le conocían a Él”. ¡Cristo, el que abre los caminos! ¡El que va delante! El que ha roto el círculo infernal de la finitud humana, de la mortalidad y del pecado, el que ha abierto "la salida". Sin Cristo la humanidad está encerrada en sus límites; pero he aquí que se abre una esperanza. No seremos siempre egoístas, injustos, duros, impuros, débiles... la humanidad no será siempre opresora, racista, violenta, agresiva, no estará dividida... Hay un camino que conduce a alguna parte, allá donde el amor existe.
“Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,1-6). “Ego sum via, veritas et vita, Yo soy el camino, la verdad y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Ego sum via: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.
Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in sæcula. ¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios... pídele, como aquel ciego del Evangelio: Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea!, que se llene mi inteligencia de luz y penetre la palabra de Cristo en mi mente; que arraigue en mi alma su Vida, para que me transforme cara a la Gloria eterna” (San Josemaría Escrivá). “Esta es la vida eterna, luego dirá al Padre ante sus discípulos: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado” (Jn 17,3). Esta es la "buena nueva": la historia tiene un sentido, el hombre tiene un sentido, todo hombre está destinado a vivir cerca del Padre... "¡en tu Reino, donde esté nuestro lugar, con toda la creación entera por fin liberada del pecado y de la muerte. Glorificarte por Cristo Jesús!" (Noel Quesson). Jesús se nos presenta como el único camino que lleva a la vida. Ante un mundo desconcertado y perdido, en busca de ideologías y mesías y felicidad, Jesús es la respuesta de Dios.
Señor Jesús, queremos seguirte como los primeros apóstoles a quienes llamaste 'para que estuvieran contigo'. Tú eres el camino hacia el Padre, por eso no podremos extraviarnos si te seguimos. Tú eres luz, guía segura, señal de pista hacia la meta; sólo Tú das sentido a nuestro vivir. Tú eres la verdad de Dios, eres nuestra raíz y nuestro cimiento, la roca firme, la piedra angular, el monte que no tiembla, el 'Amén', el Sí total, continuo y gozoso a la voluntad del Padre. Tú eres la vida de Dios, por eso nos animas y nos salvas de todas las muertes que amenazan con destruirnos. Tú nos acompañarás cuando atravesemos la frontera. También entonces -entonces sobre todo- serás nuestro alimento, nuestro viático para el camino, continuarás llamándonos y nosotros te seguiremos: emprenderemos contigo nuestro último viaje. Tú, Señor, nos conduces, nos iluminas y nos salvas. Nosotros creemos en ti y no somos menos privilegiados que tus primeros discípulos: aunque te has ocultado a nuestra vista has puesto ojos en nuestro corazón y has reservado para nosotros una bienaventuranza: 'Dichosos aquellos que sin ver creerán en mí' (de un claretiano). Podemos decirlo también con otro poeta: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Hemos tenido la dicha de que un Amigo nos abrió el sendero, lo regó con su sangre, lo valló con amor, palabra y sacramentos, lo sombreó con su providencia protectora, como decimos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10), y pedimos en la Colecta: «Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y puesto que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre de Ti y en Ti encontremos la felicidad eterna». Un camino en el que con Él no nos perderemos: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre» (Ofertorio).
En esta vida no hemos de aspirar a una perfección de ser correctos -como si la cosa consistiera en tener las manos limpias-, sino amar –tener las manos llenas-: S. Juan de la Cruz nos lo recordaba diciendo que “al atardecer (de la vida) seremos juzgados en el amor”. Ya aquí tenemos el premio de las obras de amor, con una vida llena, y la tiene quien ama, así se descubre de donde viene todo amor: Dios es amor, y el amor de la tierra nos hace saber que el amor es eterno, que no se acaba con la muerte... y por lo tanto ya se puede ser feliz aquí (aun cuando dicen que es un valle de lágrimas, que sólo seremos felices en el cielo), pues aquí podemos ya tener, en la esperanza y como prenda segura, todo aquello que esperamos, así la felicidad del cielo es para aquellos que saben ser felices a la tierra; no consiste en tener una vida cómoda, sino un corazón enamorado, que sepa amar, aprender así a vivir la vida sin temor a la muerte: “La santidad consiste precisamente en esto: en luchar, por ser fieles, durante la vida; y en aceptar gozosamente la Voluntad de Dios, a la hora de la muerte” (J. Escrivà). Cuando comulgamos, en ese momento íntimo, podemos sentir más la proximidad de todos aquellos que ya están con el Señor, porque tenemos al Señor dentro, y podemos hablar con Jesús y con los que están con Él... La Virgen María es la gran intercesora para el momento de la muerte, a ella nos encomendamos siempre que decimos: “ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”, momento que Ella nos abrazará y acompañará a Jesús, para disfrutar de aquello que siempre hemos deseado aun sin saberlo.

jueves, 29 de abril de 2010

JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor


Desde ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la misión de Pablo y de Bernabé. Cuenta la historia del pueblo de Israel, en la que Dios está presente. Dios se interesa por lo humano... Incluso Dios se ha «encarnado» en lo humano, en una historia y una geografía, en una cultura y una tradición. La gloria de Dios es el hombre totalmente abierto, realizado. Y esta apertura o plenitud querida por Dios, es a la vez corporal y espiritual, temporal y eterna. Ayudar al crecimiento. Promocionar a alguien o a todo un grupo humano. Contribuir al «desarrollo». ¡Es Voluntad de Dios! HOY, como ayer. La Iglesia no cesa de recordárnoslo con insistencia. ¿Cuál será, HOY, mi participación en esa gran obra divina? ¿en mi familia, mi ambiente, mis relaciones?
“En aquellos días, Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos; llegaron a Perge de Panfilia, y allí Juan Marcos los dejó y volvió a Jerusalén. Desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia, y el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron decir: “Hermanos, si tienen alguna exhortación que hacer al pueblo, hablen”. Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal de silencio con la mano, les dijo: “Israelitas y cuantos temen a Dios, escúchenme: El Dios del pueblo de Israel eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo cuando éste vivía como forastero en Egipto, lo sacó de allí con todo su poder, lo alimentó en el desierto durante cuarenta años, aniquiló siete tribus del país de Canaán y dio el territorio de ellas en posesión a Israel por cuatrocientos cincuenta años. Posteriormente les dio jueces, hasta el tiempo del profeta Samuel. Pidieron luego un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Después destituyó a Saúl y les dio por rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios. Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador, Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: ‘Yo no soy el que ustedes piensan. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias’” (13, 13-25): San Pablo pasa así, espontáneamente, del Antiguo al Nuevo Testamento. No basta con referirse al pasado. No basta con repetir o comentar los Libros de la Escritura. Hay que descubrir el misterio «actual» de Cristo que nos salva hoy. La Iglesia no tiene que poner al gusto del día una antigua doctrina; sino que, en la fidelidad a lo antiguo, debe proclamar la actualidad de la acción salvadora de Jesús. En este momento, ¡Jesús salva! La Iglesia quiere contemplar esa acción de Cristo en todos los acontecimientos de hoy (Noel Quesson).
El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo 88 cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor, que se vierte en un Mesías que va mucho más allá de la gloria humana, Él será el liberador auténtico, el Redentor. Dios es fiel a sus promesas. Nosotros muchas veces hemos fallado, pero Dios permanece siempre fiel. Y a pesar de nuestros pecados Él jamás ha dejado de amarnos y de procurar nuestro bien. Y el amor de Dios hacia nosotros consiste en esto: Que siendo nosotros pecadores, Él nos envió a su propio Hijo para perdonarnos y hacernos hijos suyos. Dios, que mediante la Unción de su Espíritu nos ha hecho de su misma familia, quiere que vivamos, sostenidos por Él, libres de todas nuestras esclavitudes manifestando, con una vida llena de buenas obras, que en verdad es nuestra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Por eso podemos afirmar con toda certeza que quien tenga a Dios con Él lo tendrá todo, pues Dios será su Padre y su protector y su salvador, y proclamamos este agradecimiento: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. He encontrado a David, mi servidor, y con mi aceite santo lo he ungido. Lo sostendrá mi mano y le dará mi brazo fortaleza. Contará con mi amor y mi lealtad y su poder aumentará en mi nombre. El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva’” (88,2-3.21-22.25.27).
A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos. “Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado»(Juan 13,16-20): Esta cena empezó con el lavatorio de los pies, una gran lección de fraternidad y de actitud de servicio para con los demás: «para que creáis que Yo soy». Es como el estribillo de la máxima realización divina, con la Encarnación Dios se nos da, se muestra, se manifiesta máximamente. En la humildad, en el servicio, en la Eucaristía, dándosenos como Pan y Vino de vida, Jesús nos hace participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás. Él mismo nos encargó que celebráramos la Eucaristía: «haced esto» en memoria mía. Pero también nos encargó que le imitáramos en el lavatorio de los pies: «haced vosotros» otro tanto, lavaos los pies los unos a los otros. Ya que comemos su «Cuerpo entregado por» y bebemos su «Sangre derramada por», todos somos invitados a ser durante la jornada personas «entregadas por», al servicio de los demás. «Dichosos nosotros si lo ponemos en práctica» (J. Aldazábal). "YO SOY", es la fórmula de la revelación de Dios a Moisés: yo estoy aquí con vosotros. Jesús se ha apropiado este título varias veces en su vida. Pero ahora dice a sus discípulos cuál es el momento en que ellos descubrirán que ese título pertenece realmente a Jesús: cuando Judas lo traicione y lo entreguen a la muerte. Jesús es Dios, pero la única prueba es la debilidad, en la cruz vence, reina… La cruz, el servicio a los demás hasta la muerte de mi tiempo, comodidad,... es donde puedo descubrir el poder de Cristo resucitado, donde puedo tener experiencia del "Yo soy" de Jesús. En la armonía de la vida, de la felicidad, hay que poner la sal de la cruz… como expresión del amor.
La verdad no cabe en un esquema, pero es necesario integrar los diversos aspectos, pues si no parece que cada uno tiene su verdad: uno ve la felicidad en la salud, o la técnica, yoga... ¿verdades? no: verdad, pero la comprendemos de modo dinámico. Pienso que hay como tres “mónadas” que determinan el equilibrio-armonía que llamamos felicidad, que va mucho más allá de la estabilidad emocional, y otros aspectos de la misma: 1) salud corporal-física; 2) mi entorno, la historia y 3) salud interior-psíquica-espiritual. Cada uno de ellos tiene a su vez 3 puntos, y nos detendremos en el último apartado, porque al componer lo más esencialmente humano, constituye el secreto de cómo ser feliz siempre:
1) salud “física”, determinada, además de cosas más específicas extraordinarias, por ciertas rutinas cotidianas: a) dormir, b) armonía con las funciones instintivas físicas (supervivencia personal y de la especie): comer, integrar la sexualidad dentro del proyecto personal, c) ejercicio físico aeróbico-vascular.
2) salud “ambiental”, como decía Ortega y Gasset, yo soy yo y mis circunstancias: ésas son también mi historia: a) familia donde nacemos, que nos viene dada, b) ambiente en el que vivimos y escogemos-amigos, clase social, etc.; c) ambiente social, la historia de nuestro tiempo (estamos condicionados por factores higiénicos y otros de tipo médicos, cultura, deporte, ideas dominantes, tecnologías, globalización…). En todos estos aspectos, mirando subidos al gigante de la tradición, vemos más y más lejos…
3) salud “interior”: esta armonía interior comprende: a) la personalidad genética: introvertida o extrovertida, primaria o secundaria, racional o sanguínea, flemática o apasionada…; b) una psicología sana en el modo de afrontar la vida: visión positiva, adaptabilidad a los cambios, prever algún remanente para llegar a final de mes… que llamamos también carácter, educado a través de las virtudes, al hacer cosas buenas nos hacemos buenos, nos vamos configurando en primer lugar con lo que hacemos, luego con lo que decimos, y en tercer lugar con lo que pensamos; y c) una espiritualidad llena de trascendencia, las potencias espirituales (inteligencia, amor y libertad) que es lo más importante y puede suplir la ausencia de los otros aspectos. No hablamos aquí de quien se aburre porque tiene falta de serotonina, por una cuestión química, sino que hay una retro-alimentación entre el sentido de sublimidad que estamos analizando bajo la óptica de la filiación divina, y la vida en el espíritu y virtudes, que de alguna manera vemos en toda educación, que básicamente consta de dos elementos: motivación y esfuerzo. Quien está motivado, se esfuerza, y quien se esfuerza crece interiormente y se va motivando. Según este esquema, la vida cristiana tendría como motor de arranque (más o menos consciente) este querer ser dios, hijos de Dios, que se aviva con su consideración: el sentirse hijos de Dios, que da alegría y libertad, de ello hablaremos en otro momento.
Todos queremos ser felices, pero no tenemos un “dispositivo” para conseguir directamente la felicidad: la publicidad muchas veces engaña, al ofrecer algo muy por encima de lo que da aquel producto. Tenemos el placer y riqueza y todo esto como sucedáneos que duran poco; la felicidad hay que buscarla principalmente en las cosas espirituales (conocer y amar), a través de la potencia volitiva, que está en querer lo bueno: he de orientar mi vida –como decía Manzoni- no a estar bien, sino a hacer el bien, y así estaremos todos mucho mejor; es decir: no he de querer ser feliz, sino bueno, y haciendo cosas buenas soy feliz, porque me convierto en bueno. Un «hombre bueno» es la manera que tenemos de honrar una persona cabal. Al estudiar la ética filosófica se entiende que el hombre tiende a la felicidad pero ésta consiste en satisfacer todas sus funciones lo cual implica que a través de sus facultades superiores puede conocer cómo sentirse realizado (inteligencia) y cómo realizar esa plenitud (voluntad). Pero la voluntad consiste en el querer y esta facultad no busca estar bien sino que tiende a través de la libertad a escoger lo que es bueno. Es decir que la voluntad como objeto de sus operaciones no tiene el ser feliz, sino lo que aparece como bueno a sus “apetencias”. Podría decirme a mí mismo que “esencial y radicalmente no he de querer ser feliz, sino bueno. Y es así como “de rebote” seré feliz. En cambio, la búsqueda del placer me lleva a la insatisfacción. Puede parecer complicado, que la felicidad se adquiere no directamente sino “de rebote” cuando hago el bien, pero la más cruel de las desventuras es el engaño de mostrar la felicidad en señuelos pasajeros que dejan rastro de vaciedad.
Pero aún hay que dar otro paso, pues la voluntad tiende al bien pero el bien supremo es el amor. Es más, el hombre –imagen de Dios, que es amor- se realiza cuando –como el modelo de su ejemplar- vive de amor, reconoce el amor y se dedica a amar, la felicidad es propia de un corazón enamorado, del que sabe querer. En definitiva, para ser buenos no hay que hacer cosas bien en un sentido de moral de obligación, sino que se han de unir las dos cosas: el bien y el amor. Porque ella es siempre la consecuencia -¡no buscada!- de la propia perfección, de la propia bondad. Y para ser buenos, hay que olvidarse por completo de uno mismo y querer procurar el bien de los demás, recuerda Tomás Melendo: “hay que aprender a amar. Únicamente entonces, cuando la desestimemos plenamente, nos sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la felicidad. El amor, sólo el amor, engendra la dicha”.
El gozo se alcanza siempre al tener lo bueno que se buscaba, y así desde el placer, que es el gozo más sensible, hasta el éxtasis –salir de uno mismo- que es el más sublime. En todos los casos, es siempre consecuencia de tender a lo que se ve como bueno y cuando se busca el gozo en sí mismo se aborta.
El goce de la felicidad es consecuencia del amor, señal de plenitud en la realización personal…, la donación amorosa. El hombre bueno es quien hace el bien a los demás, y el hombre malo el que es egoísta y perjudica a los demás, pero entonces se autodestruye pues renuncia a ser hombre. Pero el mal no tiene la última palabra, existe el perdón: pues el amor es fecundo y tiene frutos, hijos: la fecundidad del amor es su hijo, que es el perdón. Como fruto del amor viene la misericordia, que mueve a perdonar todo, y entonces es verdad que “amar es no tener que decir nunca lo siento”, pues está el perdón “englobado” en el amor, metido dentro de él como al “baño maría”.

MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: el apostolado, en la primitiva Iglesia, guiada por Jesús, luz que nos guía en el Espíritu Santo, y la interce



“La palabra del Señor crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo, después de haber cumplido su misión, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan Marcos.
En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el virrey, y Saulo”. Vemos ya una Iglesia desarrollada, carismas diversificados. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo... Los doctores discernían las Escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Enseñaban a los catecúmenos y a los demás cristianos, eran maestros, sin ser sacerdotes tenían lugar importante por lo delicado de su misión educadora, doctrinal y moral.
“Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado»”. Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero. Con el ayuno y oración, hay una buena preparación apostólica, y el Señor no dejará “caer en tierra ninguna de sus palabras”. Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos... les da un «signo» -sacramento- que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
“Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo fueron a Seleucia, desde donde se embarcaron hacia Chipre. Al llegar a Salamina, se pusieron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como auxiliar” (He 12,24-26-13,1-5):.
Y así comienza el primero de los tres grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al Apóstol a evangelizar primero la isla de Chipre y después algunas regiones del sur de Asia Menor: Panfilia, Pisidia y Licaonia (años 44-49). El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo.
El Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el Don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Agradecidos, alabamos al Señor con el Salmo: “Que Dios tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro entre nosotros para que en la tierra se conozca su camino y su salvación en todas las naciones. Que canten de alegría las naciones, pues tú juzgas al mundo con justicia y gobiernas los pueblos de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga y que le rinda honor el mundo entero” (67,2-3,5-6.8).
“¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del orbe” (S. Agustín).
“La bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol frondoso. El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12, 2-3)” (Juan Pablo II). Es lo que proclama la carta a los Efesios: «En Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad... Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2, 13-14.19). “Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción” (id).
“Jesús proclamó: «El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado; y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. Sin palabras, sin "empresas", el verdadero misionero "hace que vean" a Dios... así sencillamente, a través de su propia persona. ¡Quien ve a Jesús, ve al Padre! ¡Qué exigencia extraordinaria y maravillosa! ¡Qué Gracia! Oh, Señor, hazme transparente, como Tú lo eras. "Vosotros sois el Cuerpo de Cristo" traducirá san Pablo. Debo ser el rostro de Cristo, como Jesús era el rostro del Padre. A través de mi vida, hacer ver a Dios.
“Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas”. Transparencia... luz... belleza... seguridad... Opacidad... tinieblas... miedo... Evocar imagen de sol... de día... e imágenes de noche...
“Yo no condeno al que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no acepta mi doctrina ya tiene quien lo juzgue; la doctrina que yo he enseñado lo condenará en el último día, porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me ha enviado me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar, y yo sé que su mandato es vida eterna”. Jesús sabe que llega el fin de su vida: es una especie de balance negativo. Los hombres no han querido la luz, no han escuchado sus palabras. Es el fracaso, globalmente... aparte el pequeño núcleo de discípulos, unos pocos en número. Pues bien, ¡Jesús reafirma que no condena! Que ha venido para salvar. Son solamente los hombres los que se condenan, cuando rehúsan escuchar. La condenación no es obra de Dios. La "salvación" ofrecida se transforma en "juicio", no por voluntad de Dios, sino por las opciones negativas de los hombres. Todo está ahora a punto para la Pasión.
“Por eso lo que yo os digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn 12,44-50): Siempre la profunda dependencia y humildad del misionero. Jesús no ha inventado lo que nos ha dicho. ¿Y yo? ¿Digo las palabras del Padre, o las mías? (Noel Quesson). Son las últimas palabras de la predicación pública de Jesús, y recopila temas fundamentales: la fe en Él, unidad y distinción entre Padre e Hijo, Jesús como Luz y Vida del mundo, juicio de los hombres según la aceptación de Cristo; es el relato previo a la oración sacerdotal y relatos Pascuales. Es el signo de la luz. Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida». Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz». Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz». La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar. El Cirio pascual que encendemos estos días significa Cristo resucitado (J. Aldazábal). Y nosotros hemos de estar también encendidos con esta luz. Tenemos también la ayuda del auxilio luminoso de María (que significa “estrella”). San Bernardo intuyó muy bien al invocar a María como “Estrella de los mares”. San Bernardo exhortaba así a los cristianos: “Si alguna vez te alejas del camino de la luz y las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. (...) Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón”. No dudemos ni un sólo instante de pedir su maternal cariño y protección. Si la sigues, no te desviarás; si recurres a ella, no desesperarás. Si Ella te sostiene, no vendrás abajo. Nada temerás si te protege; con su favor llegarás a puerto. Jesús vino como Salvador de la humanidad entera. En Él conocemos el Rostro amoroso y misericordioso de Dios. Por eso podemos decir que quien ve a Jesús está viendo al Padre Dios que se ha hecho cercanía a nosotros para perdonarnos, para darnos su vida y para concedernos todo aquello que le pidamos en Nombre de Jesús, su Hijo, para salvación nuestra. Y Jesús se ha desposado con su Iglesia y le ha confiado la misión, no de condenar, sino de salvar. En el cumplimiento de esa vocación estamos involucrados todos. Por eso podemos decir que quien contemple a la Iglesia estará contemplando y experimentando desde ella el amor que el Padre Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús. No podemos, por tanto, vivir condenando a los demás, sino que hemos de buscar al pecador tratando, en nombre de Cristo, de salvar todo lo que se había perdido. Dios nos quiere apóstoles suyos, sin importar lo que haya sido nuestra vida pasada, pues Él sólo tiene en cuenta nuestro retorno a Él para dejarnos revestir de su propio Hijo, y para calzarnos con sandalias nuevas para enviarnos a dar testimonio de lo misericordioso que es Dios para con todos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser discípulos fieles del Señor para que su Palabra sea sembrada en nuestros corazones, y, como en un buen terreno, produzca abundantes frutos de salvación, que hagan que nosotros mismos seamos como un alimento que fortalezca a quienes hemos de conducir por el camino del bien, hasta lograr juntos la salvación eterna. Amén (www.homiliacatolica.com).

MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y la fortaleza que nos protege


Antioquia es, después de Roma y Alejandría, la tercera ciudad del
Imperio romano (con medio millón de habitantes, y una numerosa colonia
judía), centro de gran importancia cultural, económica y religiosa;
fue la primera gran urbe del mundo antiguo donde se predica el
Evangelio. La fundación de la Iglesia en Antioquía, capital de Siria y
entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión
de la Iglesia. Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar
el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la
dispersión que le siguió resultó que la Iglesia empezó a sentirse
misionera y abierta. Los discípulos huidos de Jerusalén fueron
evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como
Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego
también a los paganos: "Los que se habían dispersado a causa de la
persecución ocurrida con ocasión de Esteban, llegaron hasta Fenicia,
Chipre y Antioquía, predicando sólo a los judíos. Pero había entre
ellos algunos chipriotas y cirenenses, quienes, llegados a Antioquía,
se dirigieron también a los griegos, anunciando a Jesús, el Señor. El
Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al
Señor". Problema típico de todos los tiempos: el respeto a la
diversidad: los «griegos», paganos, tienen una mentalidad totalmente
distinta a la de los judíos… "anunciándoles el Evangelio del Señor
Jesús...": es decir, que Jesús es Dios (no Mesías de un solo pueblo,
sino que su dominio es sobre todos los hombres).
Dios dirige la Iglesia, se sirve de todo para que la cosa vaya hacia
el bien. "Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y
enviaron a Bernabé a Antioquía". No se contentan con "crear" nuevas
Iglesias locales, la comunidad de Jerusalén cuida de incorporarlas a
la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa,
Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así
se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la
comunidad de Antioquía... Aparece aquí un personaje muy significativo
del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había
vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles.
Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén,
para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos. Era
generoso, conciliador: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en
lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir
por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a
Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la
evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de
la fe en gran parte de la Iglesia. También la comunidad cristiana de
ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más
abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo
esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una
determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso
-por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una
clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería
seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu
misionero. Nuestra comunidad sigue necesitando personas como Bernabé,
que saben ver el bien allí donde está y se alegran por ello, que creen
en las posibilidades de las personas y las valoran dándoles confianza,
que se fijan, no sólo en los defectos, sino en las fuerzas positivas
que existen en el mundo y en la comunidad. Personas conciliadoras,
dialogantes, que saben mantener en torno suyo la ilusión por el
trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Esto tendría
que notarse hoy mismo, en nuestra vida personal, al tratar a las
personas y valorar sus capacidades y virtudes, en vez de constituirnos
en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como
Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.
"Al llegar y ver la gracia de Dios, se llenó de alegría y exhortaba a
todos a perseverar con un corazón firme, fieles al Señor, porque era
un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran
multitud se unió al Señor. Se fue a Tarso en busca de Saulo; lo
encontró y se lo llevó a Antioquía. Y estuvieron un año entero en
aquella Iglesia instruyendo en la fe a muchas personas. Fue en
Antioquía donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de
cristianos (Hch 11,19-26). El Espíritu hace que de las patadas que les
pegan las persecuciones, como un saco lleno de semilla, más se
extienden los granos y el viento los lleva lejos (decía san
Josemaría). Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada
comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gheto,
un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor,
por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y
fermento de unidad entre todos los hombres.
"En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el
nombre de cristianos". «Cristianos» = «hombres de Cristo». Se ha
inventado una palabra nueva. ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un
cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. o
bien, ¿se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme
semejante a Ti! (Noel Quesson/J. Aldazábal).

El Salmo 87/86 habla del nuevo Pueblo de Dios, el Reino de Dios entre
nosotros. El Señor nos ha elegido como pueblo suyo: «alabad al Señor
todas las naciones», porque Dios llama a todos por igual. "Contaré a
Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han
nacido allí…" con alusiones al Templo, que es Jesús, la Presencia de
Dios vivo, y todos seremos puestos en el registro de este pueblo
santo, familia de Dios, Iglesia: "Este ha nacido allí"; y cantarán
mientras danzan: "Todas mis fuentes están en ti"». Es la hermandad de
todos los pueblos. Es la «ciudad de Dios»; está por tanto en la base
del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se
encuentran en relación con esta Madre: Ráhab, es decir, Egipto, el
gran estado Occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental;
Tiro, que personifica al pueblo comercial del norte; mientras que
Etiopía representa al profundo sur; y Palestina, el área central,
también es hija de Sión. Es sugerente observar cómo incluso las
naciones consideradas hostiles a Israel suben a Jerusalén y son
acogidas no como extranjeras sino como «familiares», miembros de la
misma familia, llamados a abrazarse como hermanos, de regreso a casa.
Página de auténtico diálogo interreligioso, anticipa la tradición
cristiana que aplica este Salmo a la «Jerusalén de arriba» de la que
san Pablo proclama que «es libre y es nuestra madre» y tiene más hijos
que la Jerusalén terrena. Del mismo modo habla el Apocalipsis cuando
ensalza «la Jerusalén que bajaba del Cielo, de junto a Dios».
Siguiendo la línea del Salmo 87, también el Concilio Vaticano II ve en
la Iglesia universal el lugar en el que se reúnen «todos los justos
descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido».
Tendrá su «cumplimiento glorioso al fin de los tiempos».
El buen pastor -el verdadero pastor- es Jesús: pastor "bueno, bravo,
honrado, hermoso, perfecto en todos los aspectos"... ¿qué significa
"pastor" en la Biblia? El guía ("El Señor es mi pastor, nada me falta,
sobre verdes praderas reposo, hacia fuentes tranquilas me
conduce..."), el que cuida ("como un Pastor que apacienta su rebaño,
recoge con su brazo los corderos, los lleva junto a su pecho y cuida
las ovejas madres"), y gobierna ("he aquí que yo mismo cuidaré de mi
rebaño..."), el "mesías", el "jefe del pueblo", pero Jesús añade: -"El
verdadero pastor da su vida por sus ovejas...", "pone su alma" = "deja
su vida" = "da su vida". ¡Esta es una imagen sorprendente! Cuando un
pastor muere, no puede ya defender sus ovejas... Pero Jesús, por su
muerte misma, salva a sus ovejas. Por otra parte, enseguida añadirá
que El tiene el poder de "recobrar su vida" -resurrección.
Conscientemente Jesús dice que es capaz de "morir" por nosotros.
"Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era
invierno. Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos has de
tener en vilo? Si tú eres el mesías, dínoslo claramente». Jesús les
respondió: «Os lo he dicho y no me habéis creído. Las obras que yo
hago en nombre de mi Padre lo demuestran claramente. Pero vosotros no
creéis, porque no sois ovejas mías…" y sigue con los versículos que
leímos este domingo (Jn 10,22-30).
-"El pastor mercenario, si ve venir el lobo, huye... No tiene interés
alguno por las ovejas". He aquí la imagen contrastante. El falso
pastor, sólo piensa en él. Es incapaz de arriesgar su vida ante el
lobo. Las ovejas no cuentan para él. Jesús ha arriesgado su vida para
defender a la humanidad. Ha arriesgado su vida por mí. Y Pablo, para
expresar el inmenso valor de todo ser humano dirá: "¡es un hermano por
quien Cristo ha muerto! (Rm 14, 15; Co 8, 11) Yo soy alguien para
Jesús. Soy importante para El. Todo hombre es importante para Jesús.
Está dispuesto a batirse por él.
-"Conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, como el Padre me
conoce y yo conozco a mi Padre". Esto va muy lejos. La intimidad entre
Jesús y sus amigos es como la que existe entre las personas divinas en
el seno de la Trinidad de Amor. Fue al llamarla por su nombre "María",
cuando Magdalena reconoció la "voz de Jesús". La llamó por su nombre.
Y fue entonces que ella le reconoció. De ese modo soy yo también
conocido. Gracias por este amor, gracias.
-"Tengo otras ovejas que no son de este aprisco: y es preciso que Yo
las traiga con las demás. Escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y
un solo pastor". Es el corazón universal de Jesús, la dimensión
misionera de la Iglesia. Jesús no se contenta jamás con el "pequeño
rebaño" ya salvado, ya reunido... se preocupa de la "oveja perdida"
que ha abandonado el rebaño. ¿Cuál es mi oración y mi acción para las
misiones, para la evangelización? ¿Cuál es mi participación en el
apostolado? -"Tengo poder para dar mi vida y poder para volver a
tomarla de nuevo" (Noel Quesson). La revelación de Jesús llega a mayor
profundidad en la fiesta de la Dedicación del Templo. No sólo es la
puerta y el pastor, no sólo está mostrando ser el enviado de Dios por
las obras que hace. Su relación con el Padre, con Dios, es de una
misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno». Jesús va
manifestando progresivamente el misterio de su propia persona: el «yo
soy».
El pasaje del evangelio nos invita a renovar también nosotros nuestra
fe y nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos decir que le escuchamos,
que le conocemos, que le seguimos?, ¿que somos buenas ovejas de su
rebaño? Tendríamos que hacer nuestra la actitud que expresó tan
hermosamente Pedro (leímos el sábado): «Señor, ¿a quién iremos? tú
tienes palabras de vida eterna». En la Eucaristía escuchamos siempre
su voz. Hacemos caso de su Palabra. Nos alimentamos con su Cuerpo y
Sangre. En verdad, éste es un momento privilegiado en que Cristo es
Pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo
de la jornada: siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él, imitando
su estilo de vida (J. Aldazábal). Le pedimos a la Virgen, Divina
Pastora, que nos haga escuchadores del Espíritu Santo, el Espíritu de
Jesús.

LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, el Buen Pastor, continúa guiándonos, abriendo nuestro corazón a la verdad, como hizo con Pedro y los primeros.


La cultura de gente distinta puede crear divisiones y problemas. En la
Iglesia primitiva, algunos de mentalidad limitada, querían imponer a
los demás sus propias costumbres. Acusan a Pedro de ser traidor a su
patria por el hecho de ir donde los romanos. Los Hechos nos dicen que
"los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea supieron que
también los paganos habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro
llegó a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le echaron en
cara: «¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has
comido con ellos?»". El asunto es grave.
"Entonces Pedro comenzó a explicarles por orden, diciendo: «Estaba yo
en la ciudad de Jafa orando, cuando tuve en éxtasis una visión: un
objeto descendía a modo de un gran lienzo, colgado por las cuatro
puntas desde el cielo, y llegó hasta mí. Yo lo miré fijamente, lo
examiné y ví cuadrúpedos, bestias, reptiles y aves. Oí también una voz
que me decía: Levántate, Pedro, mata y come. Pero yo dije: De ninguna
manera, Señor; porque nada profano o impuro ha entrado jamás en mi
boca. Pero la voz del cielo dijo por segunda vez: Lo que Dios ha
purificado, tú no lo llames impuro. Esto se repitió por tres veces, y
todo fue arrebatado de nuevo al cielo". Hoy, todavía, los judíos
tienen prohibidos muy estrictamente ciertos alimentos, que según la
tradición de Moisés, eran considerados impuros. Lo que se le pide a
Pedro es que supere su propia tradición, y sobre todo que no la
imponga a los que no son de su raza. Apertura de espíritu.
Universalismo. Unidad que respeta las diversidades. Pluralismo.
Comunión profunda en lo esencial, dejando a cada uno su libertad en lo
secundario (Noel Quesson).
"Entonces mismo se presentaron en la casa donde yo estaba tres
hombres que me habían enviado desde Cesarea. Y el Espíritu me dijo que
fuera con ellos sin dudar. Estos seis hermanos vinieron también
conmigo y entramos en la casa del hombre en cuestión, el cual nos
contó que se le había aparecido un ángel y que le había dicho: Manda a
Jafa a llamar a Simón Pedro, el cual, con sus palabras, te traerá la
salvación a ti y a tu familia. Y al comenzar yo a hablar, descendió el
Espíritu Santo sobre ellos, como al principio sobre nosotros. Recordé
estas palabras del Señor: Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis
bautizados en el Espíritu Santo. Pues si Dios les ha dado a ellos el
mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo,
¿cómo podía yo oponerme a Dios?». Al oír esto callaron y glorificaron
a Dios, diciendo: «Así que también a los paganos Dios ha concedido el
arrepentimiento para alcanzar la vida»" (11,1-18): Todo pueblo, todo
cultura, toda raza, todo medio ambiente... podrá entrar en la Iglesia
y en la Fe, sin renegar de sus propias riquezas, con sólo suprimir de
sus mentalidades lo que, en ellas, es pecado. Una sola condición para
ello: no querer imponer a los demás su propia cultura... Ayúdame,
Señor, a no encerrarme en el particularismo... La intervención
milagrosa de Dios hizo que Pedro, a pesar de todo el peso de su pasado
y de su ambiente, se resolviera por fin a entrar en casa de los
gentiles y comer con ellos. «Una oración...». «Una visión del
cielo...». Es el Espíritu de Dios que empuja a la misión. ¡Dios ama a
los gentiles!
Hoy vemos una apertura de la Iglesia a los gentiles: su misteriosa
visión en Jope, la visión del mismo Cornelio y el llamado «Pentecostés
de los gentiles». El resultado, muy positivo, fue que todos se
sosegaron y glorificaron a Dios. Con eso protagonizaba Pedro, el
primero de los apóstoles, una opción misionera, trascendental y
aleccionadora en la vida de la Iglesia. Daba a la vez acogida a un
nuevo signo de los tiempos y mantenía una cohesión dinámica y
peregrinante de la comunidad cristiana. Juan XXIII, que convocó y dio
la orientación básica al Concilio del aggiornamento eclesial, fue
también una opción profética en estos tiempos modernos (F. Casal).
También hoy hay puntos de vista distintos en los que abrirse a los
demás, dentro de la Iglesia: apertura más sincera a los laicos, al
puesto de la mujer en la Iglesia, a las culturas y lenguas de los
varios países, a la forma de ser de los distintos pueblos y
culturas... ¿somos víctimas de las ataduras que podamos tener, por
formación o pereza mental?, ¿o seguimos teniendo discriminaciones
contrarias al amor universal de Dios y a la voluntad ecuménica de su
Espíritu?, ¿sabemos dialogar?

"Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo". Jesús, buen pastor, nos
lleva a aguas deliciosas. Jesús, buen pastor, sigue guiándonos desde
su gloria: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no
muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (ant. de
entrada); le pedimos que donde Él está vayamos también nosotros: «Oh
Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la
Humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que
quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen la
felicidad eterna». Con el Salmo 41 cantamos y subrayamos nuestro
carácter de peregrinos gozosos por caminar hacia el que es Luz, Verdad
y Vida: «Como busca la sierva corriente de agua, así mi alma te busca
a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo
entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas
me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo
me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias
al son de la cítara, Dios, Dios mío». Ponemos en relación estas
palabras con los silbidos del buen pastor, en palabras de San Agustín:
«Aunque camine en medio de la sombra de la muerte; aun cuando camine
en medio de esta vida, la cual es sombra de muerte no temeré los
males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi corazón por la fe, y ahora
estás conmigo a fin de que, después de morir, también yo esté contigo.
Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina, como vara que guía el
rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los hijos mayores que
pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me consoló que me
afligió, porque te acordaste de mí».
Jesús de puertas y apriscos. Para comprenderlo, conviene conocer las
costumbres de los pastores de oriente; por la noche varios pastores se
entienden entre sí para agrupar sus rebaños en un solo redil, vigilado
por un solo portero. Los ladrones sólo pueden entrar saltando las
empalizadas. Contrariamente, de madrugada los pastores retornan al
redil y el portero les abre sin vacilación y pueden llamar a sus
ovejas y llevarlas a los pastos.
«Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por
la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es
un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor
de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su
voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera". -"Llama
a cada una por su nombre..." Jesús me conoce, por mi nombre, en el
detalle. ¿No debo yo imitar a Jesús y desarrollar a mi alrededor toda
una red de lazos de amistad..., luchar contra el "anonimato"?
"Anónimo" = "lo que no tiene nombre, que no se le puede llamar por su
nombre"
-"Las hace salir..." hasta los verdes pastos. Jesús nos conduce hacia
la felicidad, hacia la verdadera expansión, hacia los verdaderos
alimentos.
"Y cuando ha sacado todas sus ovejas, va delante de ellas", -"Va
delante de ellas..." Toda mi vida humana y cristiana no es otra cosa:
tratar de seguir a Jesús, hacer todo como Él, imitarle. En este
momento preciso de mi vida, ¿qué aspecto de la vida de Jesús debo
seguir?
"…y las ovejas lo siguen porque conocen su voz". -"Las ovejas conocen
su voz..." Esto es también una característica esencial de la vida
cristiana: escuchar la voz... meditar con amor la palabra... de Jesús.
Hacer oración. Pasar un poco de tiempo sin hacer otra cosa que
escuchar a Jesús.
"Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no
conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta semejanza, pero
ellos no entendieron qué quería decir. Por eso Jesús se lo explicó
así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que
vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no
les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará;
entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar,
matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante" (Jn 10,1-10). Fuera de Él, la humanidad está encerrada en
sí misma: ninguna ideología, ninguna teoría, ninguna religión nos
libera de la fatalidad de "no ser más que hombre, y por lo tanto, de
morir". Pero Jesús nos saca de nuestra impotencia y nos introduce en
el dominio divino... un "espacio infinito, eterno se abre a nosotros,
por esta Puerta". El que por mí entrare, se salvará y hallará pasto...
Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia... (Noel
Quesson).
Escuchar la voz del Señor, el buen pastor: la intimidad con Cristo, la
oración, no consiste en grandes discursos o reflexiones espirituales.
Es más bien hacer silencio en lo íntimo del alma. Recoger el alma
dentro de sí... Escuchar la voz del Señor. He aquí la mejor parte.
Aquel tesoro escondido por el cual bien valdría la pena sacrificar
todos los halagos y vanidades del mundo. Pero para alcanzar este
tesoro es preciso aprender a huir de todas las voces que no sean las
del Buen Pastor. Saber escapar, como un ladrón, de la frivolidad de la
imaginación, de la disipación de los sentidos, de la irreflexión y la
charlatanería. Amar el silencio y la soledad como el precioso
santuario de nuestra unión con Dios, el lugar de la paz y la serenidad
del alma y del encuentro profundo con nosotros mismos. Ya en una
ocasión, durante la Transfiguración, la voz del Padre desde la
luminosa nube nos decía: "Este es mi Hijo Amado, en quien me
complazco. Escuchadle". Ahora es Cristo mismo, nuestro pastor, quien
nos invita a sentarnos junto a sus pies, con la docilidad y
mansedumbre de un cordero y escuchar su palabra.
El contexto de Jesús Puerta es también eucarístico, pues la mesa de la
Eucaristía es donde mejor nos conformamos a Él; Tomás de Aquino
escribe: «es evidente que el título de "pastor" conviene a Cristo, ya
que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño al pasto, así
también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual: su
propio cuerpo y su propia sangre». Todo comenzó con la Encarnación, y
Jesús lo cumplió a lo largo de su vida, llevándolo a término con su
muerte redentora y su resurrección: "Después de resucitado, confió
este pastoreo a Pedro, a los Apóstoles y a la Iglesia hasta el fin del
tiempo. A través de los pastores, Cristo da su Palabra, reparte su
gracia en los sacramentos y conduce al rebaño hacia el Reino: Él mismo
se entrega como alimento en el sacramento de la Eucaristía, imparte la
Palabra de Dios y su Magisterio, y guía con solicitud a su Pueblo.
Jesús ha procurado para su Iglesia pastores según su corazón, es
decir, hombres que, impersonándolo por el sacramento del Orden, donen
su vida por sus ovejas, con caridad pastoral, con humilde espíritu de
servicio, con clemencia, paciencia y fortaleza" (Josep Vall).

Domingo 4º de Pascua, C. Este cuarto domingo está centrado en una de las imágenes más entrañables del evangelio: Jesús, el buen pastor. Una vez concluido el ciclo de las apariciones, vamos contemplando al Señor en algunos aspectos. La semana pasada,


En plena expansión de la Iglesia, durante el primer viaje misional de
Pablo, es el momento de la total apertura de la predicación hacia el
mundo no judío. En Antioquía de Pisidia invitan a Pablo a que hable:
"Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia; el
sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Muchos judíos y
prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron
hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios".
Le piden a Pablo que hable sobre el mismo tema el sábado siguiente.
Pablo toma en ese momento una importante decisión: en vez de
encerrarse entre los judíos, durante la semana, va con preferencia a
los "temerosos de Dios", a los que conquista por su total ausencia de
racismo. Ellos, a su vez, atraen a mucha gente a la reunión del sábado
siguiente; ahí se juntan paganos que nunca se habían comprometido con
los judíos.
"El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de
Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y
respondian con insultos a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y
Bernabé dijeron sin contemplaciones: - «Teníamos que anunciaros
primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os
consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los
gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los
gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la
tierra."» Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la
palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna
creyeron. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región.
Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los
principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y
Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de
los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los
discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo" (Hechos
13,14.43-52). Entonces se produce la crisis. La asamblea se divide en
dos bandos. Los judíos más cerrados y orgullosos se asustan al verse
invadidos por esos paganos "impuros", se oponen a Pablo e incluso
tratan de echarlo fuera por cualquier medio. Intervienen las mujeres
ricas y piadosas. Desde ese momento se constituye una comunidad
cristiana separada de la de los judíos.
¿Quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay
"prosélitos", o sea, hombres de buena voluntad, que esperan que se les
predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales no
hay cabida en nuestras asambleas? ("Eucaristía 1992").

"Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad
en su presencia con vítores. / Sabed que el Señor es Dios: que él nos
hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. / «El Señor es
bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades»
(Salmo 99,2.3.5). Cada vez que un nuevo acontecimiento hacía
experimentar la protección de Dios, o cuando se había incurrido en una
gran infidelidad, se re-hacía la Alianza. ¡La Alianza! El corazón de
la fe de Israel: Dios es nuestro "aliado", El está "con nosotros", "El
nos ha desposado", "¡El ha unido su destino con el nuestro!" "¡El nos
ama!" Ahora bien, aunque ciertas fórmulas bíblicas podrían dar una
impresión contraria, jamás Israel consideró esta dicha, esta admirable
convicción, como un "privilegio" exclusivo. Hoy celebramos que el buen
pastor es para todos, la invitación explícita a todos los hombres, a
toda la tierra, a participar de su alegría y su acción de gracias. Lo
que sabemos ya, lo que vivimos ya, la alegría que nos inunda ya, es la
prefiguración de aquello destinado a la "tierra entera" a la
"¡humanidad entera!", ¡Venid todos y cada uno! La Alianza de Dios está
con nosotros, el amor de Dios hacia nosotros... es para ¡todos los
hombres!
La "todah" es la "acción de gracias", palabra que los primeros
cristianos tradujeron en griego por "Eucaristía".
Jesús podía proclamarlo como nadie: "Aclamad al Señor, tierra entera,
servidle con alegría, venid a El con cantos de alegría... Realmente el
Padre es bueno, eterno es su amor, El es fiel"... "Sois su rebaño, su
pueblo"... "Yo soy el Buen Pastor, conozco mi rebaño, cada una de mis
ovejas, como mi Padre me conoce y Yo conozco a mi Padre" (Juan
10,1-21). "Eterno es su amor"... He aquí la sangre de la Nueva
Alianza, de la Alianza eterna. "El nos ha hecho y le pertenecemos"...
No temáis, ni un pajarito cae a tierra sin que vuestro Padre lo
sepa... (Mateo 10,29). ¡Sí, escuchemos a Jesús que recita este salmo!
Escuchémoslo en el fondo de nosotros mismos, allí donde el Espíritu
"ora en nosotros" (Romanos 8,26-31). Cuando recitáis este salmo, es
siempre Jesús que lo recita, que "da gracias". Cada Misa es la
realización de este salmo. Los pocos cristianos, que entran en la Casa
de Dios y celebran la "Eucaristía" cantando, están allí "en nombre de
toda la tierra": toda liturgia es una prefiguración del cielo... donde
todos los hombres cantarán la alabanza y reconocerán que el "¡Señor es
Dios!"
Alegría. Júbilo. Canto. Toda época ha estado necesitada de alegría.
Pero la nuestra más que cualquier otra, la desea; estando como está
amenazada por la difusión masiva de catástrofes a escala mundial. En
otro tiempo, el hombre tenía "sus propias" desgracias que soportar,
las de su familia, de su región, las de la nación... Hoy, por la
información que recibimos de todas partes, llevamos el universo entero
sobre los hombros. De allí la melancolía y la desesperación, que se
apodera de muchos de nuestros contemporáneos.
En este contexto, recibimos los "siete imperativos" de este salmo:
"¡Aclamad... Servid a Dios con alegría! Id hacia El con cantos de
alegría... Reconoced que El es Dios... Id hacia su casa dando
gracias... Entrad en su morada cantando... Bendecid su nombre...
Verdaderamente el Señor es bueno, su amor es eterno!"
Tierra entera. Toda época ha tenido veleidades "de universalismo",
experimentando confusamente que "cada" hombre es sagrado, y una
especie de realización de "la humanidad". A menudo esta visión
universal ha tomado, desgraciadamente, el rostro odioso de la
"dominación". Se ha pretendido anexionar a los demás a sí mismo, para
explotarlos, para imponerles la propia manera de pensar. Y el deseo de
"convertir" a los otros no estaba siempre exento de este instinto de
superioridad, aun hablando de "catolicidad"... Cuando no se hacía otra
cosa que imponer a otras culturas nuestra manera de pensar y de orar.
Aún hoy día estamos lejos de habernos liberado de este "imperialismo"
que unificaría la tierra entera "por la fuerza". No obstante progresa
un movimiento que busca la unificación de la humanidad "por
unanimidad", en la que cada uno se asocia libremente a un proyecto
humano universal. ¿Acaso Dios no trabaja en este sentido en el corazón
del mundo? La proclamación del Evangelio no tiene nada de propaganda o
de publicidad: es una invitación, una proposición. ¡Venid! ¡Id hacia
el Señor! "Todos los hombres, toda la tierra".
La alegría, de por sí, es comunicativa. "Reconoced que el Señor es
Dios". Esto viene de dentro, sin ninguna presión... Libremente. Y
quienes ya lo han "reconocido", ¡están invitados a dar gracias, a
estar felices, a gritarlo, para que se oiga! Nietzsche reprochaba a
los cristianos la "cara triste" cuando el domingo salían de las
iglesias. ¿Tienen nuestras liturgias un rostro de júbilo, de alegría?
¿Dan, nuestras vidas de cristianos, la imagen de hombres y mujeres
felices de su Dios?
¡Dios, plenitud del "ser", y de la "alegría". La única razón que nos
dan de esta inmensa "todah", es que Dios es Dios, y que El nos ha
hecho! ¡Existir. Vivir. Ser. Primer don de Dios. Primera gracia,
primera Alianza... universal (Noel Quesson).
Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la
cuenta de que te pertenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu
pueblo en la tierra. No soy un individuo aislado, no tengo derecho a
reclamar atención personal, no me salvo solo. Es verdad que tú, Señor,
me amas con amor personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno;
pero también es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a
través del grupo que has formado, del pueblo que has escogido. Te
gusta tratar con nosotros como un pastor con su rebaño. El pastor
conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atención
especial a la que lo necesita más en cada momento; pero las lleva
juntas, las apacienta juntas, las protege juntas en la unidad de su
rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.
Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Haz que me sienta
responsable, sociable, amable, hermano de mis hermanos y hermanas y
miembro vivo del género humano. No me permitas pensar ni por un
momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie, que
las vidas de los demás no tienen nada que ver con la mía... No
permitas que me aísle en orgullo inútil o engañosa autosuficiencia,
que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi propia tierra...
Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie
sus cualidades y disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a
gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y sienta la fuerza que el
vivir juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la
vida de los demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que
disfrute saliendo con todos a los pastos comunes, jugando, trabajando,
viviendo con todos. Que sea yo amante de la comunidad y que se me note
en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo, y
que al verme apreciado por los demás yo también les aprecie y fragüe
con ellos la unidad común.
Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de
nuestra unidad. Al depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos
encontramos todos unidos bajo el signo de tu cayado. Mi lealtad a ti
se traduce en lealtad a todos los miembros del rebaño. Me fío de los
demás, porque me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que
todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir juntos a tu lado.
«Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo
y ovejas de su rebaño» (Carlos G. Vallés).
El Apocalipsis muestra esta Iglesia que está con el pastor divino.
Este pasaje describe la felicidad celestial de los elegidos, sobre
todo los que han pasado por la persecución, una fiesta celeste de los
Tabernáculos: "yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría
contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del
trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en
sus manos". Esta fiesta era muy rica en manifestaciones litúrgicas
diversas y en cosas simbólicas. Inauguraba el Nuevo Año y tenía una
nueva significación: abrir la era mesiánica. Era también un día de
clamor (o "fiesta de las trompetas"), para esperar la era definitiva,
y vemos aquí los santos que "gritan con voz potente" y claman su
entusiasmo y su fe en la realeza de Dios. La fiesta de las Tiendas
era, sobre todo, una fiesta de fecundidad. Terminada la siega, los
judíos se cuidaban de asegurar el éxito de las próximas agitando
ramajes y regando en espera de las aguas vivas, que será el cielo, y
que lo profetizó José y los tiempos de la lluvia y el sueño de las
vacas gordas. Ahora era la fiesta más importante del año, porque en
verano se hacen las fiestas más populares en el mediterráneo, por el
buen clima. Esta fiesta no pasó al calendario cristiano: la fuente de
agua viva brota del corazón de Cristo (y hemos ido poniendo el mes del
Sagrado Corazón, y antes las cruces de mayo), el misterio pascual
celebrado en el Corpus con las flores ya después de Pentecostés.
Pienso que el hueco del verano lo ha ido cubriendo, junto a las
fiestas de la Transfiguración (que habla de tiendas) las fiestas
populares de la Virgen.
La fiesta de los Tabernáculos estaba precedida de una ceremonia de
purificación: "Y uno de los ancianos me dijo: - «Éstos son los que
vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras
en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole
culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará
entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni
el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su
pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará
las lágrimas de sus ojos.»" (7,9.14b-17).
¿Quiénes son ellos? el número tiene que ver con las 12 tribus de
Israel, y simboliza el pueblo de Dios que milita en la tierra, los que
sufren y se unen especialmente a la "sangre del Cordero", su pastor.
Porque se unieron a su pasión, le glorifican ahora. En fin, que no
sabemos… Es la paradoja que envuelve constantemente la vida del
cristiano, tribulación que introduce en la vida eterna junto a Dios;
sangre que blanquea los vestidos; Cordero que pastorea y conduce a las
fuentes de agua viva ("Eucaristía 1992"). Y llevan su túnica blanca,
vestido de fiesta para celebrar juntos las bodas con el Cordero. Y en
las manos, cada uno su palma para formar un bosque de aclamaciones.
Todos han pasado por la gran tribulación.
El Vidente que se comporta como un espectador asombrado, recibe
información precisa sobre el significado de lo que está viendo. El que
le informa es uno de los ancianos que están ante el trono de Dios. Le
dice que esta muchedumbre ha sido salvada por el Cordero Y Pastor de
la Vida, por Cristo. Pero esta salvación no les ha ahorrado las penas
de la gran tribulación.
La presente visión del Apocalipsis, intercalada entre otras visiones
referentes a la persecución y a los tiempos difíciles de entonces,
interpreta el profundo sentido de la historia en la que todo
contribuye para el bien de los que se salvan. En la medida en que la
vida cristiana comporta siempre una lucha, el mensaje de este libro
escrito para resistir con esperanza en los tiempos de Nerón es válido
para nosotros. Todas nuestras utopías acerca de la mejor sociedad o
del mundo mejor, todas nuestras utopías de felicidad, de fraternidad,
de paz... están localizadas ahora en Cristo, en quien y por quien ha
comenzado el futuro. La esperanza que esto despierta en el corazón de
sus discípulos no es una esperanza para estar a la espera con los
brazos cruzados hasta que el Señor vuelva. Tampoco es una evasión. Es
resistencia y coraje, es paciencia en el más serio de los sentidos.
Lejos de ser la raíz del conformismo, esta esperanza es el fundamento
válido y el móvil de una crítica de todo lo que nos detiene o se
detiene como si no hubiera ningún futuro y cualquier tiempo pasado
fuera mejor. Porque la salvación está por venir, y lo que vemos está
por ver ("Eucaristía 1983").
El Cordero será su Pastor y los conducirá hacia fuentes de aguas
vivas. La Iglesia triunfante en los cielos será el fruto de una
comunidad de creyentes, elegida de toda nación, raza o lengua, y
santificada por la sangre universalmente redentora del Cordero. La
muchedumbre vestida de túnicas blancas, lavadas en la sangre del
Cordero no son únicamente los mártires de la persecución neroniana,
sino también todos los fieles purificados de sus pecados por el
bautismo. El sacramento del bautismo recibe de la sangre del Cordero,
que es también Pastor, la virtud de lavar y purificar las almas.

El Evangelio nos habla del buen pastor, cuando dijo Jesús: -«Mis
ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les
doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará
de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie
puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno»
(Juan 10,27-30). "Vida eterna" es la vida que Jesús, el Pastor, da a
cuantos creen en él y le siguen. Por tanto, la vida que se recibe ya
por la fe. Lo contrario de la "muerte eterna", que comienza con la
incredulidad. Por eso dirá Pablo: "Pues estoy completamente convencido
de que ni la vida ni la muerte, ni el presente ni el futuro, ni las
fuerzas, ni lo alto ni lo bajo, en fin, ninguna criatura podrá
separarnos del amor que Dios nos tiene en Jesucristo nuestro Señor"
(Rom 8,38). Basta que nos abandonemos en Jesús, en él estamos seguros,
él nos cuida. También es un día de pedirle al Señor para que mande
buenos pastores, y por eso rezar por las vocaciones.
"Yo soy", era la manifestación del mismo Dios ("el que es") y ahora lo
vemos que pastorea a su pueblo. "El que ha de venir" ya ha venido, ha
plantado su tienda entre nosotros. Así les gustaba a los primeros
cristianos imaginarse a Jesús, como buen pastor, joven, con la oveja a
los hombros, tú y yo, llevados por Jesús. Pastor, para los antiguos,
es también maestro y rey. Abre camino, enseña, y gobierna. Jesús añade
el amor: ama a sus ovejas a las que ha comprado con su propia sangre,
que las guía, que las busca si se pierden, que las defiende con su
vida, que ellas lo reconocen, que la autoridad que manifiesta sobre
ellas está fundada en su entrega y su amor. La semejanza con el pastor
da por supuesto que se está andando, buscando entre escaseces y
peligros algo vital. El inhóspito desierto y los lobos amenazan de
muerte a las ovejas. Nos lleva por el buen camino, a la verdad y a la
vida eterna.