Primera lectura: Éxodo 32, 7-14 (también el domingo 24-C): “En aquellos días dijo el Señor a Moisés: Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo... Se han desviado del camino que yo les había señalado, y se han hecho un toro de metal, y se postran ante él, y le ofrecen sacrificios... Veo que es un pueblo de dura cerviz..., y mi ira se va a encender contra ellos...
¡Señor!, dijo Moisés, ¿se va a encender tu ira contra tu pueblo que sacaste de Egipto con gran poder? ¿Tendrán que decir los egipcios que ‘con mala intención los sacaste para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos’...? Por favor, acuérdate de tus siervos, Abraham, Isaac.... Y el Señor se arrepintió de su amenaza...”
Salmo responsorial: 105, 19-20.21-22.23: «En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba. Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos en el Mar Rojo. Dios hablaba de aniquilarlos; pero Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a Él, para apartar su cólera del exterminio. Acuérdate de nosotros por amor a tu pueblo».
Evangelio: Juan 5, 31-47: 31«Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. El era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz.
Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado.
Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí.
Pero si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?»
Comentario: Jesús aporta testimonios según las leyes judías, que sirvan para avalar una verdad: las obras divinas que realiza, y las Escrituras. Para creer, es necesario dejar que su Palabra habite en nosotros. Jesús reprocha a sus contemporáneos no haber escuchado realmente a Moisés: «si creyerais en Moisés, creeríais también en mí». “Jesús, está claro que no puedo amarte si primero no creo. La fe es muy importante, porque es el paso previo a la caridad, al amor. Por eso, he de fomentarla y cuidarla; no puedo jugar con la fe, ponerla en peligro. En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se usaba de la violencia, ahora de insidias; entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte” (San Agustín, Comentario al salmo 39).
1-2) La primera lectura (y el salmo que la glosa) nos da «precisamente» una actitud de Moisés. Al bajar de la Montaña del Sinaí, donde había estado hablando con Dios, encuentra al pueblo en adoración ante una estatua de metal, ¡un becerro! Todas las épocas, los hombres han tenido esta tentación: las «cosas de la tierra»... los «alimentos terrestres»... los «bienes temporales»... el dinero. Bienes necesarios, pero tentadores, porque pueden adueñarse como un ídolo.
-“Se han apartado de mí... Se han postrado ante un becerro”... En “El Señor de los Anillos” un protagonista, Gollum, tiene en su poder “el anillo” que da poderes, pero quien se lo pone corre un gran peligro, pues queda por él dominado. No es fácil sustraerse a esos poderes y a ese dominio, pues la codicia lleva a ponerse el anillo, hay una especial atracción en ello. Es entonces cuando el hombre, imagen de Dios, que se posee a sí mismo, es decir es libre, se rebaja hasta convertirse en esclavo de un ídolo o de los demás, alienado. La adoración al verdadero Dios es la única que no envilece ni rebaja. Sólo Tú, Señor, mereces nuestras sumisiones y nuestros sacrificios.
-“Mi ira se encenderá”. La «ira» de Dios es una imagen también, una manera de hablar: para poderlo entender, lo imaginaron como nosotros, prestamos a Dios sentimientos humanos para significar que Dios no puede pactar con el mal. Dios toma la defensa del hombre, contra sí mismo, para indicar “¡no os rebajéis de ese modo!” ¿Qué conversiones son urgentes en mi vida?
Moisés en solidaridad con sus hermanos, rezando por los pecadores, es imagen de Jesús, que intercede por todos los pecadores... Cuaresma es un tiempo en el que la plegaria de los fieles tiene una oración específica por los pecadores, pues nosotros también nos identificamos con Jesús en este punto. Es, como siempre, el tercer sentido de las lecturas: el protagonista histórico (Moisés), el típico (Cristo), el espiritual (nosotros cuando leemos la Palabra, lo hacemos en el Espíritu y nos hacemos protagonistas). En la Postcomunión pedimos: «Que esta comunión, Señor, nos purifique de todas nuestras culpas, para que se gocen en la plenitud de tu auxilio quienes están agobiados por el peso de su conciencia». ¿Cómo va el espíritu de reparación? ¿Desagravio a Dios por los que veo que se portan mal? ¿Intento ayudar a los demás, a salir de las esclavitudes en las que se encuentran? O bien ¿busco solamente la compañía de los justos? “Te ruego, Señor, en nombre de todos los hombres pecadores. Yo soy uno de ellos, me conozco. Sé también muy bien que muchos están como pegados, ligados a sus hábitos de injusticia, de egoísmo, de impureza, de orgullo, de desprecio, de violencia... ¡nuestros ídolos! y Tú, Señor, quieres liberarnos de todo esto, darnos la auténtica libertad: ¡de tal manera quieres el bien de la humanidad! Sé que Tú perdonas. Que esperas nuestras intercesiones, nuestras plegarias. Ten piedad de nosotros” (Noel Quesson).
El diálogo entre Yahvé y Moisés es entrañable. Después del pecado del pueblo, que se ha hecho un becerro de oro y le adora como si fuera su dios (pecado que describe muy bien el salmo de hoy), Yahvé habla a Moisés, que intercede ante Dios en defensa de su pueblo. Es una llamada a hacer oración, a que nosotros también hablemos con Dios, como Moisés, que es imagen de Jesús, el único que conoce al Padre, que habla cara a cara con Él.
3. Sigue el comentario de Jesús después del milagro de la piscina y de la reacción de sus enemigos; Él será el nuevo Moisés, que se sacrifica hasta el final por la humanidad, por nosotros pecadores: «Que esta comunión nos purifique de todas nuestras culpas» (comunión). Hoy vemos que se trata de aceptar a Cristo, para tener parte con Él en la vida, para sentir como Él la urgencia de la evangelización de nuestros hermanos de todo el mundo (J. Aldazábal).
"Padre, he venido a este mundo para glorificar tu nombre. He llevado a término tu obra; glorifícame". Hemos visto estos días cómo Jesús es la Luz que ilumina, da vida, refleja un Dios que es amor, que resucita y salva. En la cruz, el Enviado será objeto de burla. “Pues he aquí "la obra" que autentifica su misión: una vida entregada hasta el final. La cruz derriba los pedestales de los falsos dioses. Los dioses de los justos, de los ricos, de los satisfechos; los dioses cuyas gracias se compran y cuyos favores hay que ganarse...; esos dioses sólo sirven para ser derribados, pues no son más que becerros de oro de pacotilla, imágenes deformadas de quienes las han fabricado. Dios tendrá para siempre el rostro de un crucificado, expulsado fuera de las murallas de la ciudad, ridiculizado, injustamente condenado.
"El Padre que me ha enviado es el que da testimonio de mí". En el desierto, los hombres se habían unido a dioses conformes a sus deseos. También en el desierto, Moisés erigió otra señal, un bastón coronado por una serpiente de bronce. Señal desconcertante e irrisoria. Sin embargo, dice la Escritura que los que la miraban eran salvados. Dios, por su parte, ha erigido en el universo la única señal en la que se reconoce: una cruz plantada en el corazón del mundo. Los que la miran quedan salvados” (Dios cada día, Sal Terrae).
Los testimonios de Jesús vienen en primer lugar de Juan Bautista y de los profetas, "pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado". Estos "signos" son particularmente vivos en el evangelio de Juan; "para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo tengáis vida en su nombre" (20, 30-31): comunican vida al hombre, son de Dios (5, 17-21) (anteayer). Escuchar la voz de Dios. San Agustín dice: «¿Por qué creéis que en las Escrituras está la vida eterna? Preguntadle a ellas de quién dan testimonio y veréis cuál es la vida eterna. Por defender a Moisés ellos quieren repudiar a Cristo, diciendo que se opone a las instituciones y preceptos de Moisés. «Pero Jesús los deja convictos de su error, sirviéndose como de otra antorcha... Moisés dio testimonio de Cristo, Juan dio testimonio de Cristo y los profetas y apóstoles dieron también testimonio de Cristo... Y Él mismo, por encima de todos estos testimonios, pone el testimonio de sus obras. Y Dios da testimonio de su Hijo de otra manera: muestra a su Hijo por su Hijo mismo, y por su Hijo se muestra a Sí mismo. El hombre que logre llegar a Él no tendrá ya necesidad de antorcha y, avanzando en lo profundo, edificará sobre roca viva» (Tratado 23 sobre el Evangelio de San Juan, 2-4).
No es cuestión (como hemos visto ayer) de conocer la Escritura, sino “vivirla”, quien tiene la máxima intimidad de Dios, quiere hacer partícipes de ese gozo a los demás. Sabe de nuestros problemas, cuán terrible es para el hombre la ausencia de Dios. Es la mayor desesperación... que nada puede reemplazar. Es patente hoy, en nuestro mundo ateo, a qué vacío y soledad suele enfrentarse el hombre: “Señor Jesús, haznos descubrir la "faz" de nuestro Padre; que oigamos su "voz"”.
-“No tenéis su palabra en vosotros, porque no habéis creído”... En medio de un bello paisaje es más fácil ver la fuerza restauradora de la creación de Dios, la necesidad de trascendencia, recordaba Benedicto XVI después de visitar una casa de recuperación de drogadictos en medio del campo: “sólo Dios basta, dijo Teresa de Ávila. Si Él nos falta, el hombre debe tratar de superar por sí mismo los confines del mundo; entonces la droga se convierte para él en casi una necesidad; pero bien pronto descubre que ése es un horizonte ilusorio y una burla que el diablo hace al hombre”. Por eso proponía busca escuchar a Dios en su palabra, en la plegaria de la Iglesia, en los Sacramentos, en los testimonios de los santos. La fe necesita formarse al fuego de la lectura de la palabra de Dios, meditación pausada de las ideas que brotan en nuestro interior; es necesario para ser fieles en asumir las responsabilidades y desarrollar una personalidad armónica como hijos de Dios. También da coherencia y fortaleza, para ir contracorriente: no ahogarse en dudas, por falta de fuerzas o discrepancia entre lo que se vive y piensa. Ayuda también la reflexión a saber dar respuestas convincentes, razones de nuestra fe, y buscar las respuestas a las preguntas que se van formulando. Ayuda a hacer vida propia la que vemos en Jesús, que influya en nuestra personalidad. Porque las ideas (aunque sean de la exégesis bíblica) sin lo otro, no basta: “jamás se puede conocer a Cristo sólo teóricamente. Con gran doctrina se puede saber todo sobre las Sagradas Escrituras, sin haberlo encontrado jamás. Caminar junto a Él, entrar en sus sentimientos, forma parte integrante del conocerlo. Pablo escribe estos sentimientos así: ‘tener el mismo amor, formar juntos una sola alma”, vivir en comunión, en concordia con los demás. Le pedimos que la Palabra de Dios habite más en nosotros; no hay formulitas mágicas para eso, es cuestión de hacer meditación, "hacer habitar la Palabra" en nosotros: fijar la mente, la imaginación en una escena evangélica... Repetir, interiorizar una frase, dejar que fluya nuestra vida al compás de esos sentimientos, para iluminar esos hechos con el amor de Dios, considerar que Dios es amor y sacará bien de aquellas circunstancias de nuestra vida, nos ayudará a amar más. Quien no ama, no conoce a Dios: “Te lo ruego, Señor. Ayúdame a amarte. Haz que yo sea "amor" de pies a cabeza, para que pueda revelar algo de ti”. Ante tanto ídolo, “uno se queda dando vueltas, siempre en lo humano, no hay modo de salir del cielo desesperante "producción-consumo"... producir para destruir... Haría falta que el hombre levantase un poco la cabeza y valorase en sí mismo sus aspiraciones al infinito, al absoluto... Encontrar a Dios. Escuchar a Dios. Contemplar a Dios” (Noel Quesson), buscar su rostro, como decimos en la antífona de entrada: «Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro» (Sal 104,3-4). Así viviremos de ese amor que recibimos, como pedimos en la Colecta (que hoy viene del Gelasiano y del Sacramentario de Bérgamo): «Padre lleno de amor, te pedimos que, purificados por la penitencia y por la práctica de las buenas obras, nos mantengamos fieles a tus mandamientos, para llegar bien dispuestos a las fiestas de Pascua». Lo mismo se insiste en la Comunión: «Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo, dice el Señor» (Jer 31,33). Vemos que esa ley divina es el amor que se manifiesta en la misericordioso, ahí se manifiesta de forma máxima su omnipotencia, dice Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica, 2-2,30,4). Casiano explica que la misericordia de Dios perdona y mueve a conversión: «En ocasiones Dios no desdeña visitarnos con su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón... Tampoco tiene a menos hacer nacer en nosotros abundancia de pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Más aún, su gracia se difunde en nuestros corazones para que ese toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza» (Colaciones, 4). San Gregorio Magno también ensalza la misericordia de Dios: «¡Qué grande es la misericordia de nuestro Creador! No somos ni siquiera siervos dignos, pero Él nos llama amigos. ¡Qué grande es la dignidad del hombre que es amigo de Dios!» (Homilía 27 sobre los Evangelios). «La suprema misericordia no nos abandona, ni siquiera cuando la abandonamos» (Homilía 36 sobre los Evangelios).
La fe se robustece con el estudio, con la formación. No es coherente que vaya creciendo mi cultura, mi ciencia, mi capacidad crítica, y continúe con una formación religiosa «de primera comunión»: con explicaciones de la fe que no dan respuesta a las preguntas de una vida de adulto, ni pueden contrarrestar los ataques a la fe solapados bajo un lenguaje pseudocientífico y «progresista». Por eso es importante asistir a charlas de formación, pedir consejo para leer libros interesantes sobre la doctrina y la vida cristiana. Y, desde luego, leer las Escrituras. A este respecto, explica Jacques Philippe, al introducir consejos para la práctica de la Lectio Divina: “Es fundamental hacer resonar en nuestros corazones la Palabra de Dios. Esto se lleva a cabo, por supuesto, en la asamblea litúrgica, cuando se proclama la Sagrada Escritura y se comenta en la iglesia. Pero es necesario también que cada uno de nosotros sepa reservar unos momentos personales para ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, dejarse interpelar, orientar y moldear por ella, repitiendo las palabras de Juan Pablo II… El gran secreto de la Lectio Divina es que, cuanto mayor sea el deseo de conversión, más fecunda será la lectura de la Escritura. Son muchas las personas sencillas e ignorantes que han recibido grandes luces y poderosos estímulos a través de la Sagrada Escritura porque tenían confianza en que iban a encontrar en ella la palabra viva de Dios. Los ejemplos en la historia de la Iglesia son innumerables, entre ellos, Teresa de Lisieux que, sin embargo, nunca tuvo una Biblia completa a su disposición” (Llamados a la vida).
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miércoles, 21 de marzo de 2012
sábado, 25 de febrero de 2012
Domingo I de Cuaresma, ciclo B: Jesús se somete a las tentaciones para bajar a nuestra miseria y con su misericordia ayudarnos para llegar al paraíso

Domingo I de Cuaresma, ciclo B: Jesús se somete a las tentaciones para bajar a nuestra miseria y con su misericordia ayudarnos para llegar al paraíso celestial
Lectura del libro del Génesis 9,8-15. Dios dijo a Noé y a sus hijos: -Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron, aves, ganado y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: El diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.Y Dios añadió: -Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.
Salmo 24,4bc-5ab.6-7bc.8-9: R/. Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad, para los que guardan tu alianza.
Señor, enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas, / haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. // Recuerda, Señor, que tu ternura / y tu misericordia son eternas. / Acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno, es recto, / y enseña el camino a los pecadores; / hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes.
De la primera carta del Apóstol San Pedro 3,18-22. Queridos hermanos: Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a la derecha de Dios.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,12-15. En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: -Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.
Comentario: 1. Gn 9,8-15: Para el viejo narrador de esta historia la tierra corrompida y llena de crímenes (6,9ss.) evocaba una fuerza caótica, destructora de la "obra muy buena" de la creación (1,31). El pecado acabó con aquel mundo paradisíaco de Gn 1, y además provocó el diluvio (6. 5-9.17) como castigo divino para aniquilar el desorden y violencia humana. Gn 9,1-17 inaugura una segunda etapa en la historia de la humanidad. Es cierto que la violencia empieza a reinar en esta etapa: los animales temen al hombre y le sirven de alimento (cf. por antítesis Gn 1), y a pesar de esta maldad humana, la primera palabra de Dios en esta etapa de la historia es de bendición (9,1-7) y de alianza (9,8-17). El Señor continúa bendiciendo a su imagen, el hombre (9,1-7) para que pueda propagarse al igual que en la primera creación (vv. 1/7; 1,28). Por voluntad divina el hombre dominará a los animales, los matará para subsistir (v. 3) pero Dios sigue siendo el soberano absoluto que impone límites al instinto sanguinario humano: "al hombre le pediré cuentas de la sangre de su hermano" (vv. 4-6;1,27). En estos vv. Dios establece con la humanidad una alianza que regule las relaciones entre criatura y creador (vv. 8-17). El arco es la garantía visible de dicho pacto. Los dobles de este pasaje indican la existencia de dos versiones de un mismo hecho. Por primera vez en la Biblia suena la palabra Alianza. Las diversas Alianzas con Noé, Abrahám y Moisés, cada uno con signo diverso, marcan la sucesión de las épocas del mundo en su relación con Dios. El arco (en sí es un término guerrero puesto en manos del Señor: Ha 3,9) ya no se usará para la guerra sino que Dios lo cuelga de las nubes con fines pacíficos. En el futuro, la misericordia divina prevalecerá sobre su justicia en sus relaciones con la humanidad. Así la historia del hombre puede continuar. Nuestro mundo tampoco vive aquel estado paradisíaco de Gn 1. El caos de la violencia, de la muerte, del hambre, de la guerra... ¿provocarán también el final de nuestro mundo? Este es el miedo y la angustia de los hombres del siglo XX. En medio de tanta oscuridad deben resonar de nuevo estas palabras: "...el diluvio no volverá a destruir la vida...". Dios no quiere que el hombre pase su vida bajo el terror de amenazas apocalípticas. El hombre debe vivir con la esperanza en un Dios que no quiere la destrucción del mundo. Dios quiere establecer un reino de paz en el mundo. Por eso el arco, símbolo de la guerra, se cuelga en el firmamento como símbolo de paz. Misión de todo hombre será buscar esta paz porque tenemos derecho a ella; ser fiel al pacto divino consistirá en luchar, sin descanso, por implantar esta paz y exigir a los gobernantes nuestro derecho a la misma. Todo hombre debe luchar contra todas las fuerzas que intentan destruir nuestro planeta: guerras, terrorismo, armamento. Queremos un arco que no lance flechas, exigimos que los misiles, sin cabezas nucleares, adornen nuestros parques, y que las estaciones en las galaxias puedan convertirse en los nuevos parques de atracciones de los niños del s. XXI. Así podrán cumplirse las palabras de Is 11,6ss.: "...habitará el lobo con el cordero..., la vaca pastará con el oso..." (A. Gil Modrego).
El signo de la alianza no es un mito acerca del origen del arco iris, sino una reflexión simbólica y poética acerca de la naturaleza. El arco iris, formado por los rayos del sol que atraviesan la bóveda celeste durante la lluvia, anuncia a los hombres el fin de la tormenta o la borrasca (símbolo de la ira divina) y la reaparición del sol (imagen de la misericordia de Dios). Todo esto son signos simbólicos del pacto de paz por parte de Dios de cara a toda la creación viviente: "Tras la tormenta, todo se serena, el aire es más limpio y transparente. Se respira hondo y huele a tierra nueva. Parece como si todo comenzase otra vez. Como si nada hubiera ocurrido. Dios perdona, Dios bendice, y el alma siente una paz alegre y reposada" (“Eucaristía 1991”).
A propósito de este pasaje que cita tipos de justos salvados, Orígenes inserta un comentario rabínico: «Yo escuché hace tiempo a un judío explicar este pasaje y decir que ellos estaban citados por haber conocido los tres tiempos: dichosos, infelices, dichosos... Ve a Noé antes del diluvio, cuando el mundo está intacto. Mírale salvado en el arca, cuando el mundo entero naufraga. Mírale salir después del diluvio, convertido en cierto modo en creador de un nuevo universo». Filón exponía la misma idea bajo una forma distinta. Es como un eco de la tradición judía: «Dios juzgó a Noé digno de ser fin y principio de nuestra raza; fin (en griego: telos) de las cosas anteriores al diluvio; principio (en griego: arché) de las posteriores». De este modo, Noé es el «telos-arché», la «bisagra» de dos universos. En ello es figura del Mesías, «telos-arché» por antonomasia (L. Huschen).
2. Salmo 24: el amor, la misericordia y la gracia divina resaltan en el salmo. Pide al Señor ser instruido en sus caminos, pues es Él quien lleva al hombre a la salvación (4.5) y se le pide perdón en virtud de su misericordia (6-7). Pecadores y humildes están en paralelismo; humilde es el que reconoce su pecado ante Dios. Las palabras se cumplen en la venida de Jesús, pues “todas las sendas del Señor son misericordia y verdad. ¿Qué caminos les enseñará sino la misericodia, con la cual se aplaca, y la verdad, con la que es insobornable? Ejerce la una en unos, condonando el pecado, y la otra en otros, juzgando los méritos. Y por eso todos los caminos del Señor son las dos venidas del Hijo de Dios: la una de misericordia, la otra de juicio. Por tanto, se acerca al Señor, siguiendo sus caminos, el que viéndose librado, sin merecimiento alguno propio, depone la soberbia y, en adelante, evita la severidad del que lo escudriña todo porque ha experimentado la clemencia del que vino en su ayuda” (S. Agustín). Es la contemplación de la bondad de Dios (comentario Biblia de Navarra).
3. 1 P 3, 18-22: Acaba de decir el autor que "es preferible padecer por obrar el bien, si ésta es la voluntad de Dios, que por obrar el mal" (v. 17). Verdad que ilustra seguidamente con el ejemplo de Jesús, que ha de inspirar siempre la conducta de los fieles.
Porque JC, siendo inocente, murió por los pecadores. De paso dice también que JC murió una sola vez y una vez para siempre; es decir, que su muerte fue de tal manera suficiente para reconciliarnos con Dios que ya no tuvo necesidad de morir otra vez (cf. Hb 7. 27; 9. 26-28). Si los hombres son incapaces de realizar de una vez por todas una acción verdaderamente significativa y de valor eterno, Jesús ofreció en muerte un sacrificio de perenne actualidad y de valor infinito.
v. 18b: Jc era hombre y por eso lo mataron; pero en él habitaba la plenitud del Espíritu que da la vida y por eso resucitó (Rm 1. 4).
vv.19-20: Este versículo es, sin duda uno de los más oscuros de todo el NT; pero sea lo que fuere de su interpretación exacta, parece cierto que aquí se afirma la eficacia salvadora universal de la muerte y la resurrección de Xto; que éste es el verdadero sentido del "descenso a los infiernos" (cf. Rm 10. 7; Ef 4. 8-10). Muriendo por los pecadores, Jesús desciende hasta el corazón del mundo, hasta las raíces, y lo renueva todo desde los cimientos. Así Xto se constituye como un nuevo principio universal que beneficia incluso a los que ya fueron y a los que serán.
vv. 21-22: La mirada retrospectiva hasta los días de Noé para mostrarnos de alguna manera la extensión universal de la gracia de Cristo, le sirve al autor de pretexto para hablarnos del bautismo cristiano; pues de la misma manera que Noé fue salvado de la muerte, emergiendo con su arca sobre las aguas, así somos nosotros salvados por el bautismo, en el que nacemos a la nueva vida. El bautismo es el símbolo eficaz que nos enrola en la muerte y resurrección de Cristo. Por esta participación en la muerte de Xto somos recreados, regenerados y adquirimos una conciencia pura. Lo cual no sucede sin la fe, sin la interpelación a Dios (“Eucaristía 1985”).
Este texto es un esquemático símbolo de fe (cf 1 Cor 15,3ss): Cristo sufre, recibe vida por el Espíritu, proclama la victoria, llega al cielo y está sentado a la derecha de Dios: la exaltación de Cristo a través de la humillación. Una de las afirmaciones más unánimes de todo el Nuevo Testamento es que Cristo, siendo inocente, muere por los pecadores, y su muerte tiene un valor soteriológico (1, 18 s; 2, 24 s.). El sufrimiento del inocente nos acarrea la vida ya que nos ha abierto el camino hacia Dios (Rom. 5, 2; Ef 2, 18...). La Iglesia testifica la exaltación de Jesús a la diestra del Padre (v. 24).
Incuestionablemente este texto es muy difícil, uno de los más oscuros de la Escritura, según decía ya Belarmino. En el v. 19 se encuentra la palabra griega «kérussein», que es generalmente traducida por «predicar»; valdría mejor traducirla por «hacer una proclamación», ya que se trata de la «proclamación que Cristo hace de su victoria en su bajada a los infiernos» (J. Danielou). ¿Cómo concebir en los infiernos esta predicación de Jesús a los destinatarios de quienes habla San Pedro, a los contemporáneos de Noé en particular? «Entre los justos a quienes Jesús fue a visitar en los infiernos, junto a los patriarcas, los profetas y los israelitas fieles toda su vida a la ley recibida de Moisés, se encontraban los hombres que habían sido grandes pecadores, los que no habían querido convertirse a la hora de la muerte bajo el efecto terrorífico de las catástrofes, como la del diluvio en tiempo de Noé. Después de su muerte, ellos habían experimentado las purificaciones necesarias; ahora también ellos estaban preparados para escuchar la «predicación» de la Buena Nueva: su próxima entrada en el cielo» (P. Challon). Y Belarmino, preguntándose por qué Pedro no habla de todos los pecadores, responde: «Cristo en los infiernos predicó a todos los espíritus bien dispuestos; si son citados expresamente los que fueron incrédulos en tiempo de Noé, ello se debe a que, con relación a ellos, la duda de su salvación era mucho más grande». En el v. 21 se dice literalmente que el bautismo es el «anticipo» del diluvio, es decir, la realidad figurada por él. San Pedro establece una relación directa entre la salvación operada por el diluvio y la salvación realizada en el bautismo. Cada uno de nosotros es introducido, mediante su bautismo, en el tiempo del juicio y de la salvación inaugurados por Cristo. El paralelismo entre el diluvio y el bautismo es un tema predilecto de los Padres de la Iglesia. También ellos conceden una especial significación a la paloma que interviene al final del diluvio. También se encuentra, efectivamente, una paloma en el momento del bautismo del Señor cuando el Espíritu de Dios toma plena posesión del Mesías en el principio de su ministerio. La paloma del diluvio lleva un ramo de olivo, símbolo de paz, de esa paz que es obra del Espíritu; en cuanto al olivo, es de él de donde se extrae el óleo, el óleo de las unciones. Muchos de los detalles del relato del diluvio orientan también hacia las realidades de la vida cristiana. Así se explica la abundante utilización que del diluvio hacen los Padres y la explicación que dan de todos sus detalles.
San Pedro advierte que el diluvio acredita la significación salvífica de la cifra ocho; es la misma significación que aparece en la forma octogonal de todos los antiguos baptisterios, aquellos que fueron construidos en los tiempos en que nuestros padres gustaban de plasmar la doctrina en la arquitectura de sus iglesias (por ejemplo: Aix-en-Provence, Florencia, Pisa, San Juan de Letrán...). «La cifra ocho significa el octavo día, que es aquel en el que Cristo resucitó, puesto que es el día siguiente al sábado, y del cual el domingo cristiano era el sacramento perpetuo. Según esto, el cristiano entra en la Iglesia precisamente por el bautismo administrado el domingo de Pascua, que es el octavo día por excelencia. Así encontramos con mucha frecuencia el simbólico bautismo-ogdoade (F. J. Dolger ha demostrado que la forma octogonal de los baptisterios estaba en relación con este simbolismo). Por todo ello la Carta de San Pedro toma la imagen de la «octava» de Noé. «El octavo día representa la resurrección de Cristo, que tuvo lugar el día siguiente al sábado; representa al bautismo que es el comienzo de una época nueva y el primer día de la nueva semana; él es, finalmente, la figura del octavo día eterno, que sucederá al tiempo total del mundo. El día del Señor, octavo y primero, inscribe en la liturgia cristiana de la semana este simbolismo que aparece como uno de los más importantes de la Escritura, en tanto que él se relaciona con las instituciones más santas... El está asociado al tema «thelos-arché» (fin-principio) en un texto litúrgico del siglo III: «Tú que hiciste venir sobre el mundo el gran diluvio por causa de la multitud de los impíos, y que salvaste al gran Noé, con ocho personas en el arca, como fin («thelos») de las cosas pasadas y principio («arché») de las futuras (Brightmann). San Ireneo dice: «Ellos afirman que la economía del arca en el diluvio, en la cual se salvaron ocho hombres, significa claramente la octava saludable». Y san Agustín: «Si Noé forma el número ocho con su familia es porque la esperanza de nuestra resurrección se manifestó en Cristo, que resucitó de entre los muertos el octavo día, es decir, el primer día después del séptimo que era el sábado; día que era el tercero después de su pasión, pero que vino a ser, al mismo tiempo, el octavo y el primero en el número de los días que forman la sucesión de los tiempos… El descanso del séptimo día se confunde con la Resurrección del octavo día; este es el sublime y profundo misterio que se realiza en el sacramento de nuestra regeneración, es decir, en el bautismo».
En el Antiguo Testamento, la circuncisión tenía una eficacia mucho menor que la de los sacramentos; sin embargo, bajo ciertos aspectos, ella representaba un papel comparable al del bautismo: incorporación al pueblo de Dios, remisión de los pecados por razón de la Alianza y de la fe, de las cuales ella es el signo, ruptura con el mal por la vida. Es significativo que la circuncisión fuese administrada el octavo día. Así explicaba san Justino: «El precepto de la circuncisión, que ordena circuncidar sin excepción a todos los niños el octavo día, era el tipo de la circuncisión verdadera que nos circuncida del error, de la maldad, por medio de Aquel que resucitó de entre los muertos el primer día de la semana, Jesucristo nuestro Señor: porque el primer día de la semana, siendo el primero de todos los días, contando de nuevo después de él todos los días de la semana, es llamado el octavo sin dejar por ello de ser el primero» (L. Huschen).
Algunos santos del Antiguo Testamento, juntamente con Jonás, experimentaron esta «bajada a la fosa»: José a la cisterna (Gn 37,6-24); Daniel a la fosa de los leones (Dan 14,28- 42); Jeremías a la cisterna (Jr 38). El descendimiento a la fosa representa, material y simbólicamente, el descendimiento a la nada, al trasfondo de la pobreza humana. Ahora bien, cada vez que un pobre de Dios desciende a esta fosa es para ser liberado: la fosa de la muerte viene a ser, de este modo la primera etapa de la renovación de la vida y la condición esencial de la salvación de Dios. Cristo desciende a los infiernos: esto equivale a afirmar que El repara a su costa la miseria humana en lo que tiene de más profundo, pero he ahí también lo que significa la vida nueva y la liberación que el Padre otorga a los suyos, sumergidos en la fosa. La cosmogonía judía distinguía, en el conjunto de la creación tres mundos bien distintos y sin ninguna relación entre sí: el cielo, o mundo de «arriba»; la tierra, o mundo de los hombres; las «aguas inferiores», o mundo de los muertos. Cada uno tenía sus límites infranqueables. Cristo, mediante su muerte y su resurrección, trastorna por completo estos compartimientos de la creación. En verdad, El aparece como el nuevo creador que une los cielos, la tierra y los abismos en un solo mundo animado por El. El rompe, en efecto, las fronteras que separaban tierras y abismos, e inmediatamente después de su retorno de los infiernos, El reunió el cielo y la tierra mediante su ascensión. Los primeros cristianos, en nombre de esta revolución cósmica, que solamente el Creador podía realizar, y en el orgullo de la recobrada unidad del mundo, compusieron el himno de la unidad en torno al nombre de Cristo, según nos relata San Pablo (3) en la Carta a los Filipenses (2,10-11; L. Huschen). El descenso a los infiernos como término profundo del caminar del Mesías y su rebote sobre este fondo hacia la altura de los cielos en la Gloria constituyen las afirmaciones esenciales de la predicación apostólica (la kerigmática). Santo Tomás afirma que Cristo debía tomar sobre sí todos los estados del castigo proveniente del pecado. «De la misma manera que El murió para librarnos de la muerte, así también descendió a los infiernos para librarnos del infierno… De la misma manera que el cuerpo de Cristo, estando todo él localmente bajo la tierra, no conoció la corrupción que es el destino común de todos los demás cuerpos, así también el alma de Cristo descendió localmente a los infiernos no para soportar allí un castigo, sino más bien para librar a los demás del castigo».
«Cristo descendió a los infiernos. Su estado de «viviente» en cuanto al Espíritu (I Pe. III, 18) no le permitió permanecer allí. El anuncia su victoria de «viviente» sobre la muerte, y comunica su vida a los que son dignos de recibirla. Como primicias de los que duermen (Col. I, 18), El resucita de entre los muertos, sale el primero de la estancia tenebrosa que El vino a inundar de luz, y arrastra en su seguimiento a los que conmovió. A algunos de éstos les permite ascender a la ciudad santa (Mt. XXVII, 52-53: «Se abrieron los monumentos y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de El, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos»), reforzando así con su testimonio el de Cristo que se aparecía El mismo glorioso y resucitado» (L. Heuschen).
4. Mc 1, 12-15 (par.: Mt 4,1-11, Lc 4,1-13). El mismo Espíritu que descendió sobre Jesús en el bautismo, es el que lo conduce al desierto para que sea tentado (Mt 4. 1). Marcos no se entretiene en darnos a conocer un número preciso de tentaciones y de victorias de Jesús en el desierto, pues entiende que se trata del comienzo de una lucha, de lo que se ocupará a lo largo de todo su evangelio. En efecto, la expulsión de los demonios, tan frecuente en su relato, no es otra cosa que la constante demostración de que Jesús es, frente a satanás, "el más fuerte" (3. 27). Por lo demás, las tentaciones en el desierto, tal como las relatan los otros sinópticos, no son otra cosa que una composición literaria para expresar de una vez la lucha decisiva de Jesús contra los poderes del mal. En este pasaje de Mc hay un contraste muy marcado: Jesús durante estos cuarenta días es tentado por satanás; pero vive pacíficamente entre alimañas y servido por los ángeles. Es posible que se refleje aquí, antes de comenzar la vida pública, aquella situación originaria del éxodo, en el que, durante cuarenta años, Israel fue sometido a todas las tentaciones y a la vez fue objeto de los beneficios de Dios. Por otra parte, la pacificación de las fieras viene a ser el restablecimiento de un orden paradisíaco (Gn 2,19s) que Isaías había anunciado como una señal mesiánica (Is 11,6-9; 65,25). Además, el servicio de los ángeles significa el trato familiar que mantiene con el Padre el que ha sido llamado y es en verdad su "Hijo amado". Todo ello indica que va a comenzar una nueva creación y que en Jesús va a ponerse en marcha el nuevo pueblo de Dios. Unos meses más tarde, al comenzar el verano del año 28 y después de ser apresado Juan Bautista, comienza la predicación de Jesús en Galilea. Y así, reducido al silencio el último de los profetas, Jesús, que es la misma Palabra, se alza en medio del pueblo anunciando la Buena Noticia. También ahora, en el principio, está la Palabra. El contenido del mensaje de Jesús se expresa programáticamente en estas palabras: Pasó el tiempo de la espera, se acerca el reinado de Dios; los que deseen participar de los bienes del reino, han de convertirse y creer la Buena Noticia. El advenimiento del reinado de Dios pone al hombre ante la decisión, pues ha de cambiar de mente y de corazón; que esto es hacer penitencia. Sin embargo se trata de un anuncio gozoso, de una buena noticia. La respuesta del hombre ha de ser un cambio gozoso, una salida al encuentro de Dios, que viene en JC, a liberarnos (“Eucaristía 1985”).
Marcos no presenta a Jesús en el desierto en una situación de peligro y de ayuno, sino todo lo contrario: vive en paz con los animales del desierto pues con él ha empezado el tiempo mesiánico, y recibe el alimento providencialmente de los ángeles. Existe un cierto paralelismo con Adán: en una misma situación paradisíaca, Adán cae en la tentación, mientras Jesús triunfa. El hombre del principio y el hombre definitivo (J. Naspleda).
Marcos construye el relato de las tentaciones de Jesús en torno a tres elementos, que sitúa uno al lado del otro sin una vinculación aparente: el Espíritu "empuja" a Jesús al desierto; Jesús permanece cuarenta días en el desierto tentado por Satanás; vivía entre los animales salvajes y los ángeles le servían. El desierto puede significar soledad y encuentro con Dios, pero también el sitio donde reside el mal (este segundo sentido forma parte de la mentalidad judía en tiempos de Jesús); en el evangelio de Marcos el desierto es el lugar de la oración solitaria (1, 35), del refugio que aísla de la gente (1, 45), del descanso (6, 31-32), de la multiplicación de los panes (6, 35). También la expresión "cuarenta días" está llena de evocaciones bíblicas: "cuarenta" es un número simbólico para indicar el tiempo de la opresión y el tiempo del camino hacia la salvación: los cuarenta días del diluvio (Gén 7, 12), los cuarenta años de Israel por el desierto (Sal 95, 10), los cuarenta días de Moisés en el Sinaí (Ex 34, 28; Mt 9, 18), los cuarenta años de dominio de los filisteos sobre Israel (Jdt 13, 1), los cuarenta días de la marcha de Elías por el desierto (1 Re 19, 8). "Tentado por Satanás": según Marcos la tentación no tiene lugar al final de los cuarenta días (como resulta en Mateo y en Lucas), sino que parece acompañar a Jesús a lo largo de todos ellos. El verbo "tentar" (peirazein) indica, en sentido religioso, la forma con que el hombre pone a prueba al hombre, para medir su valor: el ejemplo que acude enseguida a la memoria es el de Abraham (Gén 22). Hay otras tres ocasiones en que se usa el verbo "tentar" en el evangelio de Marcos (8, 11; 10, 2; 12, 15): en todos estos casos se trata de los fariseos que ponen a prueba a Jesús en alguno de los temas de su predicación, o le piden un signo mesiánico. La discusión es siempre la misma: ¿es bueno el camino mesiánico que ha emprendido Jesús? "Vivía entre los animales salvajes y los ángeles le servían": para algunos la presencia de los animales subraya la soledad y las molestias del desierto, mientras que para otros (quizás más acertadamente) evoca un tema paradisíaco, la vuelta a la paz entre el hombre y los animales, tal como soñaba Isaías (11, 6-9) y como se pensaba de Adán en el Edén (Gén 2, 9). También el servicio de los ángeles es probablemente un símbolo de la comunión que se ha restaurado entre el hombre y Dios. Pero el análisis de cada uno de los elementos del relato no basta para poner de manifiesto el sentido profundo del episodio (Bruno Maggioni).
Desde el momento del Bautismo, dice Ratzinger, “Jesús queda investido de esa misión. Los tres Evangelios sinópticos nos cuentan, para sorpresa nuestra, que la primera disposición del Espíritu lo lleva al desierto «para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). La acción está precedida por el recogimiento, y este recogimiento es necesariamente también una lucha interior por la misión, una lucha contra sus desviaciones, que se presentan con la apariencia de ser su verdadero cumplimiento. Es un descenso a los peligros que amenazan al hombre, porque sólo así se puede levantar al hombre que ha caído. Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana —esto forma parte del núcleo de su misión—, recorrerla hasta el fondo, para encontrar así a «la oveja descarriada», cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil.
El descenso de Jesús «a los infiernos» del que habla el Credo (el Símbolo de los Apóstoles) no sólo se realiza en su muerte y tras su muerte, sino que siempre forma parte de su camino: debe recoger toda la historia desde sus comienzos —desde «Adán»—, recorrerla y sufrirla hasta el fondo, para poder transformarla. La Carta a los Hebreos, sobre todo, destaca con insistencia que la misión de Jesús, su solidaridad con todos nosotros prefigurada en el bautismo, implica también exponerse a los peligros y amenazas que comporta el ser hombre: «Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo y pontífice fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él había pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella» (2,17s). «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado» (4,15). Así pues, el relato de las tentaciones guarda una estrecha relación con el relato del bautismo, en el que Jesús se hace solidario con los pecadores. Junto a eso, aparece la lucha del monte de los Olivos, otra gran lucha interior de Jesús por su misión. Pero las «tentaciones» acompañan todo el camino de Jesús, y el relato de las mismas aparece así —igual que el bautismo— como una anticipación en la que se condensa la lucha de todo su recorrido.
En su breve relato de las tentaciones, Marcos (cf. 1,13) pone de relieve un paralelismo con Adán, con la aceptación sufrida del drama humano como tal: Jesús «vivía entre fieras salvajes, y los ángeles le servían». El desierto —imagen opuesta al Edén— se convierte en lugar de la reconciliación y de la salvación; las fieras salvajes, que representan la imagen más concreta de la amenaza que comporta para los hombres la rebelión de la creación y el poder de la muerte, se convierten en amigas como en el Paraíso. Se restablece la paz que Isaías anuncia para los tiempos del Mesías: «Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito» (11,6). Donde el pecado es vencido, donde se restablece la armonía del hombre con Dios, se produce la reconciliación de la creación; la creación desgarrada vuelve a ser un lugar de paz, como dirá Pablo, que habla de los gemidos de la creación que, «expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8, 19).
Los oasis de la creación que surgen, por ejemplo, en torno a los monasterios benedictinos de Occidente, ¿no son acaso una anticipación de esta reconciliación de la creación que viene de los hijos de Dios?; mientras que por el contrario, Chernóbil, por poner un caso, ¿no es una expresión estremecedora de la creación sumida en la oscuridad de Dios? Marcos concluye su breve relato de las tentaciones con una frase que se puede interpretar como una alusión al Salmo 91, lis: «y los ángeles le servían». La frase se encuentra también al final del relato más extenso de las tentaciones que hace Mateo, y sólo allí resulta completamente comprensible, gracias a que se engloba en un contexto más amplio.
Mateo y Lucas hablan de tres tentaciones de Jesús en las que se refleja su lucha interior por cumplir su misión, pero al mismo tiempo surge la pregunta sobre qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana. Aquí aparece claro el núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras.
Es propio de la tentación adoptar una apariencia moral: no nos invita directamente a hacer el mal, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor: abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo. Además, se presenta con la pretensión del verdadero realismo. Lo real es lo que se constata: poder y pan. Ante ello, las cosas de Dios aparecen irreales, un mundo secundario que realmente no se necesita.
La cuestión es Dios: ¿es verdad o no que El es el real, la realidad misma? ¿Es El mismo el Bueno, o debemos inventar nosotros mismos lo que es bueno? La cuestión de Dios es el interrogante fundamental que nos pone ante la encrucijada de la existencia humana. ¿Qué debe hacer el Salvador del mundo o qué no debe hacer?: ésta es la cuestión de fondo en las tentaciones de Jesús. Las tres tentaciones son idénticas en Mateo y Lucas, sólo varía el orden. Sigamos el orden que nos ofrece Mateo por la coherencia en el grado ascendente con que está construida.
Jesús, «después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre» (Mt 4,2). En tiempos de Jesús, el número 40 era ya rico de simbolismos en Israel. En primer lugar, nos recuerda los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto, que fueron tanto los años de su tentación como los años de una especial cercanía de Dios. También nos hace pensar en los cuarenta días que Moisés pasó en el monte Sinaí, antes de que pudiera recibir la palabra de Dios, las Tablas sagradas de la Alianza. Se puede recordar, además, el relato rabínico según el cual Abraham, en el camino hacia el monte Horeb, donde debía sacrificar a su hijo, no comió ni bebió durante cuarenta días y cuarenta noches, alimentándose de la mirada y las palabras del ángel que le acompañaba.
Los Padres, jugando un poco a ensanchar la simbología numérica, han visto también en el 40 el número cósmico, el número de este mundo en absoluto: los cuatro confines de la tierra engloban el todo, y diez es el número de los mandamientos. El número cósmico multiplicado por el número de los mandamientos se convierte en una expresión simbólica de la historia de este mundo. Jesús recorre de nuevo, por así decirlo, el éxodo de Israel, y así, también los errores y desórdenes de toda la historia. Los cuarenta días de ayuno abrazan el drama de la historia que Jesús asume en sí y lleva consigo hasta el fondo.
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4, 3). Así dice la primera tentación: «Si eres Hijo de Dios...»; volveremos a escuchar estas palabras a los que se burlaban de Jesús al pie de la cruz: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz» (Mt 27, 40). El Libro de la Sabiduría había previsto ya esta situación: «Si es justo, Hijo de Dios, lo auxiliará.» (2, 18). Aquí se superponen la burla y la tentación: para ser creíble, Cristo debe dar una prueba de lo que dice ser. Esta petición de pruebas acompaña a Jesús durante toda su vida, a lo largo de la cual se le echa en cara repetidas veces que no dé pruebas suficientes de sí; que no haga el gran milagro que, acabando con toda ambigüedad u oposición, deje indiscutiblemente claro para cualquiera qué es o no es.
Y esta petición se la dirigimos también nosotros a Dios, a Cristo y a su Iglesia a lo largo de la historia: si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde. Si tú, Cristo, eres realmente el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces. Y, así, tienes que dar a tu Iglesia, si debe ser realmente la tuya, un grado de evidencia distinto del que en realidad posee.
Volveremos sobre este punto cuando hablemos de la segunda tentación, de la que constituye su auténtico núcleo. La prueba de la existencia de Dios que el tentador propone en la primera tentación consiste en convertir las piedras del desierto en pan. En principio se trata del hambre de Jesús mismo; así lo ve Lucas: «Díle a esta piedra que se convierta en pan» (Lc 4, 3). Pero Mateo interpreta la tentación de un modo más amplio, tal como se le presentó ya en la vida terrena de Jesús y, después, se le proponía y propone constantemente a lo largo de toda la historia.
¿Qué es más trágico, qué se opone más a la fe en un Dios bueno y a la fe en un redentor de los hombres que el hambre de la humanidad? El primer criterio para identificar al redentor ante el mundo y por el mundo, ¿no debe ser que le dé pan y acabe con el hambre de todos? Cuando el pueblo de Israel vagaba por el desierto, Dios lo alimentó con el pan del cielo, el maná.
Se creía poder reconocer en eso una imagen del tiempo mesiánico: ¿no debería y debe el salvador del mundo demostrar su identidad dando de comer a todos? ¿No es el problema de la alimentación del mundo y, más general, los problemas sociales, el primero y más auténtico criterio con el cual debe confrontarse la redención? ¿Puede llamarse redentor alguien que no responde a este criterio? El marxismo ha hecho precisamente de este ideal —muy comprensiblemente— el centro de su promesa de salvación: habría hecho que toda hambre fuera saciada y que «el desierto se convirtiera en pan».
«Si eres Hijo de Dios...»: ¡qué desafío! ¿No se deberá decir lo mismo a la Iglesia? Si quieres ser la Iglesia de Dios, preocúpate ante todo del pan para el mundo, lo demás viene después. Resulta difícil responder a este reto, precisamente porque el grito de los hambrientos nos interpela y nos debe calar muy hondo en los oídos y en el alma. La respuesta de Jesús no se puede entender sólo a la luz del relato de las tentaciones. El tema del pan aparece en todo el Evangelio y hay que verlo en toda su amplitud.
Hay otros dos grandes relatos relacionados con el pan en la vida de Jesús. Uno es la multiplicación de los panes para los miles de personas que habían seguido al Señor en un lugar desértico. ¿Por qué se hace en ese momento lo que antes se había rechazado como tentación? La gente había llegado para escuchar la palabra de Dios y, para ello, habían dejado todo lo demás. Y así, como personas que han abierto su corazón a Dios y a los demás en reciprocidad, pueden recibir el pan del modo adecuado. Este milagro de los panes supone tres elementos: le precede la búsqueda de Dios, de su palabra, de una recta orientación de toda la vida. Además, el pan se pide a Dios. Y, por último, un elemento fundamental del milagro es la mutua disposición a compartir. Escuchar a Dios se convierte en vivir con Dios, y lleva de la fe al amor, al descubrimiento del otro. Jesús no es indiferente al hambre de los hombres, a sus necesidades materiales, pero las sitúa en el contexto adecuado y les concede la prioridad debida.
Este segundo relato sobre el pan remite anticipadamente a un tercer relato y es su preparación: la Ultima Cena, que se convierte en la Eucaristía de la Iglesia y el milagro permanente de Jesús sobre el pan. Jesús mismo se ha convertido en grano de trigo que, muriendo, da mucho fruto (cf. Jn 12,24). El mismo se ha hecho pan para nosotros, y esta multiplicación del pan durará inagotablemente hasta el fin de los tiempos. De este modo entendemos ahora las palabras de Jesús, que toma del Antiguo Testamento (cf. Dt 8,3), para rechazar al tentador: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). Hay una frase al respecto del jesuíta alemán Alfred Delp, ejecutado por los nacionalsocialistas: «El pan es importante, la libertad es más importante, pero lo más importante de todo es la fidelidad constante y la adoración jamás traicionada».
Cuando no se respeta esta jerarquía de los bienes, sino que se invierte, ya no hay justicia, ya no hay preocupación por el hombre que sufre, sino que se crea desajuste y destrucción también en el ámbito de los bienes materiales. Cuando a Dios se le da una importancia secundaria, que se puede dejar de lado temporal o permanentemente en nombre de asuntos más importantes, entonces fracasan precisamente estas cosas presuntamente más importantes. No sólo lo demuestra el fracaso de la experiencia marxista.
Las ayudas de Occidente a los países en vías de desarrollo, basadas en principios puramente técnico-materiales, que no sólo han dejado de lado a Dios, sino que, además, han apartado a los hombres de Él con su orgullo del sabelotodo, han hecho del Tercer Mundo el Tercer Mundo en sentido actual. Estas ayudas han dejado de lado las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y han introducido su mentalidad tecnicista en el vacío. Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan. Está en juego la primacía de Dios. Se trata de reconocerlo como realidad, una realidad sin la cual ninguna otra cosa puede ser buena. No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquel que es la Bondad misma, el Bien.
Naturalmente, se puede preguntar por qué Dios no ha creado un mundo en el que su presencia fuera más evidente; por qué Cristo no ha dejado un rastro más brillante de su presencia, que impresionara a cualquiera de manera irresistible. Éste es el misterio de Dios y del hombre que no podemos penetrar. Vivimos en este mundo, en el que Dios no tiene la evidencia de lo palpable, y sólo se le puede buscar y encontrar con el impulso del corazón, a través del «éxodo» de «Egipto». En este mundo hemos de oponernos a las ilusiones de falsas filosofías y reconocer que no sólo vivimos de pan, sino ante todo de la obediencia a la palabra de Dios. Y sólo donde se vive esta obediencia nacen y crecen esos sentimientos que permiten proporcionar también pan para todos.
Pasemos a la segunda tentación de Jesús, cuyo significado ejemplar es el más difícil de entender en ciertos aspectos. Hay que considerar la tentación como una especie de visión, pero que entraña una realidad, una especial amenaza para el hombre Jesús y su misión. En primer lugar, hay algo llamativo. El diablo cita la Sagrada Escritura para hacer caer a Jesús en la trampa. Cita el Salmo 91, lis, que habla de la protección que Dios ofrece al hombre fiel: «Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra». Estas palabras tienen un peso aún mayor por el hecho de que son pronunciadas en la Ciudad Santa, en el lugar sagrado. De hecho, el Salmo citado está relacionado con el templo; quien lo recita espera protección en el templo, pues la morada de Dios debe ser un lugar de especial protección divina. ¿Dónde va a sentirse más seguro el creyente que en el recinto sagrado del templo?. El diablo muestra ser un gran conocedor de las Escrituras, sabe citar el Salmo con exactitud; todo el diálogo de la segunda tentación aparece formalmente como un debate entre dos expertos de las Escrituras: el diablo se presenta como teólogo, añade Joachim Gnilka. Vladimir Soloviev toma este motivo en su Breve relato del Anticristo: el Anticristo recibe el doctorado honoris causa en teología por la Universidad de Tubinga; es un gran experto en la Biblia. Soloviev expresa drásticamente con este relato su escepticismo frente a un cierto tipo de erudición exegética de su época. No se trata de un no a la interpretación científica de la Biblia como tal, sino de una advertencia sumamente útil y necesaria ante sus posibles extravíos. La interpretación de la Biblia puede convertirse, de hecho, en un instrumento del Anticristo. No lo dice solamente Soloviev, es lo que afirma implícitamente el relato mismo de la tentación. A partir de resultados aparentes de la exégesis científica se han escrito los peores y más destructivos libros de la figura de Jesús, que desmantelan la fe.
Hoy en día se somete la Biblia a la norma de la denominada visión moderna del mundo, cuyo dogma fundamental es que Dios no puede actuar en la historia y, que, por tanto, todo lo que hace referencia a Dios debe estar circunscrito al ámbito de lo subjetivo. Entonces la Biblia ya no habla de Dios, del Dios vivo, sino que hablamos sólo nosotros mismos y decidimos lo que Dios puede hacer y lo que nosotros queremos o debemos hacer. Y el Anticristo nos dice entonces, con gran erudición, que una exégesis que lee la Biblia en la perspectiva de la fe en el Dios vivo y, al hacerlo, le escucha, es fundamentalismo; sólo su exégesis, la exégesis considerada auténticamente científica, en la que Dios mismo no dice nada ni tiene nada que decir, está a la altura de los tiempos.
El debate teológico entre Jesús y el diablo es una disputa válida en todos los tiempos y versa sobre la correcta interpretación bíblica, cuya cuestión hermenéutica fundamental es la pregunta por la imagen de Dios. El debate acerca de la interpretación es, al fin y al cabo, un debate sobre quién es Dios. Esta discusión sobre la imagen de Dios en que consiste la disputa sobre la interpretación correcta de la Escritura se decide de un modo concreto en la imagen de Cristo: Él, que se ha quedado sin poder mundano, ¿es realmente el Hijo del Dios vivo?
Así, el interrogante sobre la estructura del curioso diálogo escriturístico entre Cristo y el tentador lleva directamente al centro de la cuestión del contenido. ¿De qué se trata? Se ha relacionado esta tentación con la máxima del panem et circenses: después del pan hay que ofrecer algo sensacional. Dado que, evidentemente, al hombre no le basta la mera satisfacción del hambre corporal, quien no quiere dejar entrar a Dios en el mundo y en los hombres tiene que ofrecer el placer de emociones excitantes cuya intensidad suplante y acalle la conmoción religiosa. Pero no se habla de esto en este pasaje, puesto que, al parecer, en la tentación no se presupone la existencia de espectadores.
El punto fundamental de la cuestión aparece en la respuesta de Jesús, que de nuevo está tomada del Deuteronomio (6, 16): «¡No tentaréis al Señor, vuestro Dios!». En el Deuteronomio, esto alude a las vicisitudes de Israel que corría peligro de morir de sed en el desierto. Se llega a la rebelión contra Moisés, que se convierte en una rebelión contra Dios. Dios tiene que demostrar que es Dios. Esta rebelión contra Dios se describe en la Biblia de la siguiente manera: «Tentaron al Señor diciendo: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"» (Ex 17, 7). Se trata, por tanto, de lo que hemos indicado antes: Dios debe someterse a una prueba. Es «probado» del mismo modo que se prueba una mercancía. Debe someterse a las condiciones que nosotros consideramos necesarias para llegar a una certeza. Si no proporciona la protección prometida en el Salmo 91, entonces no es Dios. Ha desmentido su palabra y, haciendo así, se ha desmentido a sí mismo.
Nos encontramos de lleno ante el gran interrogante de cómo se puede conocer a Dios y cómo se puede desconocerlo, de cómo el hombre puede relacionarse con Dios y cómo puede perderlo. La arrogancia que quiere convertir a Dios en un objeto e imponerle nuestras condiciones experimentales de laboratorio no puede encontrar a Dios. Pues, de entrada, presupone ya que nosotros negamos a Dios en cuanto Dios, pues nos ponemos por encima de El. Porque dejamos de lado toda dimensión del amor, de la escucha interior, y sólo reconocemos como real lo que se puede experimentar, lo que podemos tener en nuestras manos. Quien piensa de este modo se convierte a sí mismo en Dios y, con ello, no sólo degrada a Dios, sino también al mundo y a sí mismo.
Esta escena sobre el pináculo del templo hace dirigir la mirada también hacia la cruz. Cristo no se arroja desde el pináculo del templo. No salta al abismo. No tienta a Dios. Pero ha descendido al abismo de la muerte, a la noche del abandono, al desamparo propio de los indefensos. Se ha atrevido a dar este salto como acto del amor de Dios por los hombres. Y por eso sabía que, saltando, sólo podía caer en las manos bondadosas del Padre. Así se revela el verdadero sentido del Salmo 91, el derecho a esa confianza última e ilimitada de la que allí se habla: quien sigue la voluntad de Dios sabe que en todos los horrores que le ocurran nunca perderá una última protección. Sabe que el fundamento del mundo es el amor y que, por ello, incluso cuando ningún hombre pueda o quiera ayudarle, él puede seguir adelante poniendo su confianza en Aquel que le ama. Pero esta confianza a la que la Escritura nos autoriza y a la que nos invita el Señor, el Resucitado, es algo completamente diverso del desafío aventurero de quien quiere convertir a Dios en nuestro siervo.
Llegamos a la tercera y última tentación, al punto culminante de todo el relato. El diablo conduce al Señor en una visión a un monte alto. Lc muestra todos los reinos de la tierra y su esplendor, y le ofrece dominar sobre el mundo. ¿No es justamente ésta la misión del Mesías? ¿No debe ser El precisamente el rey del mundo que reúne toda la tierra en un gran reino de paz y bienestar? Al igual que en la tentación del pan, hay otras dos notables escenas equivalentes en la vida de Jesús: la multiplicación de los panes y la Última Cena; lo mismo ocurre también aquí.
El Señor resucitado reúne a los suyos «en el monte» (cf. Mt 28, 16) y dice: «Se me ha dado pleno poner en el cielo y en la tierra» (28, 18). Aquí hay dos aspectos nuevos y diferentes: el Señor tiene poder en el cielo y en la tierra. Y sólo quien tiene todo este poder posee el auténtico poder, el poder salvador. Sin el cielo, el poder terreno queda siempre ambiguo y frágil. Sólo el poder que se pone bajo el criterio y el juicio del cielo, es decir, de Dios, puede ser un poder para el bien. Y sólo el poder que está bajo la bendición de Dios puede ser digno de confianza.
A ello se añade otro aspecto: Jesús tiene este poder en cuanto resucitado, es decir: este poder presupone la cruz, presupone su muerte. Presupone el otro monte, el Gólgota, donde murió clavado en la cruz, escarnecido por los hombres y abandonado por los suyos. El reino de Cristo es distinto de los reinos de la tierra y de su esplendor, que Satanás le muestra. Este esplendor, como indica la palabra griega doxa, es apariencia que se disipa. El reino de Cristo no tiene este tipo de esplendor. Crece a través de la humildad de la predicación en aquellos que aceptan ser sus discípulos, que son bautizados en el nombre del Dios trino y cumplen sus mandamientos (cf. Mt 28, 19s).
Pero volvamos a la tentación. Su auténtico contenido se hace visible cuando constatamos cómo va adoptando siempre nueva forma a lo largo de la historia. El imperio cristiano intentó muy pronto convertir la fe en un factor político de unificación imperial. El reino de Cristo debía, pues, tomar la forma de un reino político y de su esplendor. La debilidad de la fe, la debilidad terrena de Jesucristo, debía ser sostenida por el poder político y militar. En el curso de los siglos, bajo distintas formas, ha existido esta tentación de asegurar la fe a través del poder, y la fe ha corrido siempre el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder. La lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos. En efecto, la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.
La alternativa que aquí se plantea adquiere una forma provocadora en el relato de la pasión del Señor. En el punto culminante del proceso, Pilato plantea la elección entre Jesús y Barrabás. Uno de los dos será liberado. Pero, ¿quién era Barrabás? Normalmente pensamos sólo en las palabras del Evangelio de Juan: «Barrabás era un bandido» (18, 40). Pero la palabra griega que corresponde a «bandido» podía tener un significado específico en la situación política de entonces en Palestina. Quería decir algo así como «combatiente de la resistencia». Barrabás había participado en un levantamiento (cf. Mt 15, 7) y —en ese contexto— había sido acusado además de asesinato (cf. Lc 23, 19.25). Cuando Mateo dice que Barrabás era un «preso famoso», demuestra que fue uno de los más destacados combatientes de la resistencia, probablemente el verdadero líder de ese levantamiento (cf. 27, 16).
En otras palabras, Barrabás era una figura mesiánica. La elección entre Jesús y Barrabás no es casual: dos figuras mesiánicas, dos formas de mesianismo frente a frente. Ello resulta más evidente si consideramos que «Bar-Abbas» significa «hijo del padre»: una denominación típicamente mesiánica, el nombre religioso de un destacado líder del movimiento mesiánico. La última gran guerra mesiánica de los judíos en el año 132 fue acaudillada por Bar-Kokebá, «hijo de la estrella». Es la misma composición nominal; representa la misma intención.
Orígenes nos presenta otro detalle interesante: en muchos manuscritos de los Evangelios hasta el siglo III el hombre en cuestión se llamaba «Jesús Barrabás», Jesús hijo del padre. Se manifiesta como una especie de doble de Jesús, que reivindica la misma misión, pero de una manera muy diferente. Así, la elección se establece entre un Mesías que acaudilla una lucha, que promete libertad y su propio reino, y este misterioso Jesús que anuncia la negación de sí mismo como camino hacia la vida. ¿Cabe sorprenderse de que las masas prefirieran a Barrabás? (para más detalles, cf. Vittorio Messori, Pati sotto Ponzio Pilato?, Turín, 1992, pp. 52-62).
Si hoy nosotros tuviéramos que elegir, ¿tendría alguna oportunidad Jesús de Nazaret, el Hijo de María, el Hijo del Padre? ¿Conocemos a Jesús realmente? ¿Lo comprendemos? ¿No debemos tal vez esforzarnos por conocerlo de un modo renovado tanto ayer como hoy? El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar al diablo. Sólo nos propone decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales. Soloviev atribuye un libro al Anticristo, El camino abierto para la paz y el bienestar del mundo, que se convierte, por así decirlo, en la nueva Biblia y que tiene como contenido esencial la adoración del bienestar y la planificación racional.
Por tanto, la tercera tentación de Jesús resulta ser la tentación fundamental, se refiere a la pregunta sobre qué debe hacer un salvador del mundo. Esta se plantea durante todo el transcurso de la vida de Jesús. Aparece abiertamente de nuevo en uno de los momentos decisivos de su camino. Pedro había pronunciado en nombre de los discípulos su confesión de fe en Jesús Mesías-Cristo, el Hijo del Dios vivo, y con ello formula esa fe en la que se basa la Iglesia y que crea la nueva comunidad de fe fundada en Cristo. Pero precisamente en este momento crucial, en el que frente a la «opinión de la gente» se manifiesta el conocimiento diferenciador y decisivo de Jesús, y comienza así a formarse su nueva familia, he aquí que se presenta el tentador, el peligro de ponerlo todo al revés. El Señor explica inmediatamente que el concepto de Mesías debe entenderse desde la totalidad del mensaje profético: no significa poder mundano, sino la cruz y la nueva comunidad completamente diversa que nace de la cruz.
Pero Pedro no lo había entendido en estos términos: «Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparle: "¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte"». Sólo leyendo estas palabras sobre el trasfondo el relato de las tentaciones, como su reaparición en el momento decisivo, entenderemos la respuesta increíblemente dura de Jesús: «¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios!» (Mt 16, 22s).
Pero, ¿no decimos una y otra vez a Jesús que su mensaje lleva a contradecir las opiniones predominantes, y así corre el peligro del fracaso, el sufrimiento, la persecución? El imperio cristiano o el papado mundano ya no son hoy una tentación, pero interpretar el cristianismo como una receta para el progreso y reconocer el bienestar común como la auténtica finalidad de todas las religiones, también de la cristiana, es la nueva forma de la misma tentación. Ésta se encubre hoy tras la pregunta: ¿Qué ha traído Jesús, si no ha conseguido un mundo mejor? ¿No debe ser éste acaso el contenido de la esperanza mesiánica?
En el Antiguo Testamento se sobreponen aún dos líneas de esperanza: la esperanza de que llegue un mundo salvado, en el que el lobo y el cordero estén juntos (cf. Is 11, 6), en el que los pueblos del mundo se pongan en marcha hacia el monte de Sión y para el cual valga la profecía: «Forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas» (Is2,4; Mi 4,3). Pero junto a esta esperanza, también se encuentra la perspectiva del siervo de Dios que sufre, de un Mesías que salva mediante el desprecio y el sufrimiento. Durante todo su camino y de nuevo en sus conversaciones después de la Pascua, Jesús tuvo que mostrar a sus discípulos que Moisés y los Profetas hablaban de Él, el privado de poder exterior, el que sufre, el crucificado, el resucitado; tuvo que mostrar que precisamente así se cumplían las promesas. «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!» (Lc 24,25), dijo el Señor a los discípulos de Emaús, y lo mismo debe repetirnos continuamente también a nosotros a lo largo de los siglos, pues también pensamos siempre que, si quería ser el Mesías, debería haber traído la edad de oro.
Pero Jesús nos dice también lo que objetó a Satanás, lo que dijo a Pedro y lo que explicó de nuevo a los discípulos de Emaús: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación de la humanidad en absoluto. El reino humano permanece humano, y el que afirme que puede edificar el mundo según el engaño de Satanás, hace caer el mundo en sus manos.
Aquí surge la gran pregunta que nos acompañará a lo largo de todo este libro: ¿qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?
La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios. Aquel Dios cuyo rostro se había ido revelando primero poco a poco, desde Abraham hasta la literatura sapiencial, pasando por Moisés y los Profetas; el Dios que sólo había mostrado su rostro en Israel y que, si bien entre muchas sombras, había sido honrado en el mundo de los pueblos; ese Dios, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios verdadero, Él lo ha traído a los pueblos de la tierra.
Ha traído a Dios: ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor. Sólo nuestra dureza de corazón nos hace pensar que esto es poco. Sí, el poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero constituye el poder verdadero, duradero. La causa de Dios parece estar siempre como en agonía. Sin embargo, se demuestra siempre como lo que verdaderamente permanece y salva. Los reinos de la tierra, que Satanás puso en su momento ante el Señor, se han ido derrumbando todos. Su gloria, su doxa, ha resultado ser apariencia. Pero la gloria de Cristo, la gloria humilde y dispuesta a sufrir, la gloria de su amor, no ha desaparecido ni desaparecerá.
En la lucha contra Satanás ha vencido Jesús: frente a la divinización fraudulenta del poder y del bienestar, frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y la economía, garantiza todo a todos, Él contrapone la naturaleza divina de Dios, Dios como auténtico bien del hombre. Frente a la invitación a adorar el poder, el Señor pronuncia unas palabras del Deuteronomio, el mismo libro que había citado también el diablo: «Al Señor tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto» (Mt 4, 10; cf. Dt 6, 13). El precepto fundamental de Israel es también el principal precepto para los cristianos: adorar sólo a Dios. Al hablar del Sermón de la Montaña veremos que precisamente este sí incondicional a la primera tabla del Decálogo encierra también el sí a la segunda tabla: el respeto al hombre, el amor al prójimo. Como Marcos, también Mateo concluye el relato de las tentaciones con las palabras: «Y se acercaron los ángeles y le servían» (Mt 4,11; Mc 1,13). Ahora se cumple el Salmo 91, 11: los ángeles le sirven; se ha revelado como Hijo y por eso se abre el cielo sobre El, el nuevo Jacob, el tronco fundador de un Israel que se ha hecho universal (cf. Jn 1,51; Gn 28, 12).
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lunes, 3 de octubre de 2011
Martes de la 27ª semana de Tiempo Ordinario. La misericordia divina nos invita siempre a la conversión, a la salvación. Jesús explica a Marta y María
Martes de la 27ª semana de Tiempo Ordinario. La misericordia divina nos invita siempre a la conversión, a la salvación. Jesús explica a Marta y María el modo de hacer las cosas del mejor modo, escoger la mejor parte
Profecía de Jonás 3,1-10. De nuevo vino la palabra del Señor sobre Jonás: -«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predicale el mensaje que te dijo.» Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: -«¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Llegó el mensaje al rey de Ninive; se levantó del trono, dejó el manto, se cubrió de saco, se sentó en el polvo y mandó al heraldo a proclamar en su nombre a Nínive: -«Hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, no pasten ni beban; vístanse de saco hombres y animales; invoquen fervientemente a Dios, que se convierta cada cual de su mala vida y de la violencia de sus manos; quizá se arrepienta, se compadezca Dios, quizá cese. el incendio de su ira, y no pereceremos.» Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.
Salmo 129,1-2.3-4. R. Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos.
Evangelio según san Lucas 10,38-42. En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: -«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: -«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»
Comentario: 1. Jon 3,1-10 (cf domingo 03B). "De nuevo vino la palabra del Señor sobre Jonás: levántate y vete a Nínive". Yahvé se sale con la suya: Jonás se da cuenta de que no puede desobedecer, se levanta, va a Nínive y empieza a proclamar el mensaje que se le ha encargado.
-Jonás se levantó y partió hacia Nínive, según la palabra del Señor. Ahora bien, Nínive era una ciudad extraordinariamente grande: se necesitaban tres días para atravesarla. El mundo a evangelizar nos parece HOY también enorme. La incredulidad se yergue ante nosotros masiva y aparentemente impenetrable... El estilo de vida de la moderna sociedad de consumo parece segregar, con el ateísmo, la anestesia de las aspiraciones espirituales. Repítenos, Señor, que estás con nosotros, y que es «según tu palabra» y según tu voluntad que estamos inmersos en medio de los paganos, para revelarles tu mensaje. Como en los tiempos de los gnósticos, que Tertuliano decía: “mira que ha puesto delante el mejor título de Dios, es decir, que es paciente con los malos y rico en misericordia y compasión con los que reconocen y lloran sus pecados, como hicieron entonces los ninivitas. Si tal ser es un Ser muy bueno, tu deberás (…) conceder que no puede concebir el mal y esto porque, tal como lo admite el mismo Marción, el árbol bueno no puede dar frutos malos”.
-Jonás, si antes desobedeció, ahora obedece, y el éxito no depende de él sino del Señor… hizo un día de camino recorriendo la ciudad proclamando: "¡Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida!" Volvemos a encontrar las reticencias del profeta: puesto que he de hablar a estos «pérfidos paganos», que sea para condenar y para asistir a su destrucción. Jonás, en el fondo de sí mismo, continúa detestando a los habitantes de Nínive. No es esto lo que Dios quiere.
-Enseguida los ninivitas creyeron en Dios. 3 días hacía falta para recorrer la ciudad, pero con 1 ya se convierten… Anunciaron un ayuno y todos, del mayor al menor, se vistieron de sayal. Hay expresiones de conversión que recuerdan a Jeremías y Ananot, como la llamada de ayuno que hace Jeremías (en su tiempo llama Jerusalén “la gran ciudad”, analógicamente aquí es Nínive la ciudad de los gentiles) en tiempos del rey Joyaquim. Los ninivitas, aquí conocedores de la Biblia, piensan que con penitencia cambian el corazón de Dios, doctrina de Jr 18,7-8. Jesús hace referencia al buen corazón de los ninivitas, que se convierten al toque de la llamada divina (Mt 12,4), y quedan en la tradición cristiana como modelo de penitencia (cf Biblia de Navarra), como recuerda S. Clemente Romano: “recorramos todos los tiempos, y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido”. Y también S. Juan Crisóstomo: “no consideres el poco espacio de tiempo que tienes, sino el amor del maestro. El pueblo de Nínive apartó de sí la gran ira de Dios en tres días. El poco espacio de tiempo que tenían no les disuadió, sino que sus almas ansiosas conquistaron la bondad del maestro y después fueron capaces de cumplir toda la obra”.
Y pasa lo inesperado. El anuncio era de castigo -"dentro de cuarenta días Nínive será arrasada"-, pero resulta que todos se convierten, desde el rey al último de los súbditos y hasta el ganado. Y entonces Dios "se compadeció" y desistió de aplicar el castigo amenazado. Dios es el que perdona. Es lo suyo.
¡Qué poca confianza tenemos a veces en las personas! Sí, hay motivos para pensar que la sociedad está distraída, preocupada por otras mil cosas y no precisamente por el evangelio. Pero ¿tenemos derecho a perder la esperanza, a no dar a nuestros contemporáneos un margen de confianza, como el que les da Dios?
Si hubiera sido ésa la actitud de Jesús, no hubiera empezado a predicar. Y Pablo hubiera dimitido bastante pronto ante las dificultades que iba encontrando en Corinto y en Atenas y en Éfeso. Pero siguieron anunciando la Buena Noticia. Como Pedro echó las redes, a pesar del fracaso anterior, pero esta vez fiado en el nombre de Jesús. Y muchos creyeron. Lo que parecía imposible, resulta que sí es posible, con la ayuda de Dios.
Muchos que nos parecían alejados tienen buen corazón y hacen caso a Dios. ¿O nos creemos los únicos "buenos", como los fariseos? Jesús echa en cara a los judíos de su tiempo que son peores que los ninivitas, que creyeron a Jonás, y ellos, no, a pesar de que Jesús "es algo más que Jonás" (Mt 12,41). Los de fuera, muchas veces con menos formación y facilidades que nosotros, sí se convierten y nos dan lecciones.
El protagonista del relato de hoy es ese Dios que ama y perdona con facilidad. En él puede más el amor que la justicia: "yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva" (Ez 33,11). Es lo que nos hace decir el salmo, alegrándose de este perdón: "si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón... porque del Señor viene la misericordia".
Esto lo tenemos que aplicar a nosotros mismos -cuando nos abruma la conciencia de nuestros fallos- y a los demás, no perdiendo nunca la confianza en nadie. Si Dios les perdona, ¿quiénes somos nosotros para desahuciarlos tan rápidamente?-La palabra del Señor fue dirigida «de nuevo» a Jonás: «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad pagana, proclama allí el mensaje que te doy para ella.» He aquí que después de muchos rodeos, Jonás se encuentra de nuevo ante la llamada. El Señor no le ha soltado y le renueva la orden misionera. Esta vez no podrá escaparse. ¡Señor, repíteme tu voluntad! Repíteme que no tengo derecho a vivir mi Fe tranquilamente para mí solo. Repíteme que tengo que proclamar tu mensaje. «Desgraciado de mí, si no evangelizo» (1 Corintios 9, 16). Repíteme, Señor, que soy responsable de mis hermanos. ¿Me considero como «enviado en misión»? ¿Soy el testigo de algo, de alguien? ¿Suscita mi vida un interrogante, una reconsideración de la suya, a los que me ven vivir? ¿Mis palabras y mis hechos son como una proclamación del evangelio?¡Qué sorpresa! Mientras que durante siglos la predicación de los profetas no logró que el pueblo de Israel se convirtiera... la predicación de solo un día fue suficiente para que cambiara el corazón de los menospreciados ninivitas. Jesús repetirá esta lección, dándola como ejemplo a sus contemporáneos. «Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás» (Mt 12, 41). Es verdad, Señor. Suelo responder peor y menos prestamente a tus llamadas, que ciertos «paganos» de mi alrededor. Pienso en algunas actitudes de justicia, de amor, de generosidad, ¡muy conformes a la voluntad de Dios sobre todo hombre! Te doy gracias, Señor, por esta rectitud de vida, vivida por tantos hombres que, al menos en apariencia, parecen ignorarte.
-Viendo su reacción y como se apartaban de su mala conducta, Dios renunció al castigo que había determinado darles. La Biblia está llena de estos «cambios» de Dios. ¡Dios que cambia de parecer! En lenguaje antropomórfico, desde luego, esto quiere decir que ¡Dios no desea nunca la muerte del pecador, sino que se convierta y viva! (Ez 33, 11). En el momento mismo en que Dios parece amenazar con un castigo, lo primero es el amor y únicamente el amor: es sólo la felicidad, únicamente la felicidad lo que Dios, de veras, quiere. En nombre de todos los hombres gracias, Señor (Noel Quesson).
Dios no sólo escucha las oraciones de los que le viven fieles; ni sólo las de quienes pertenecen al pueblo de sus hijos, aun cuando sean rebeldes; Él escucha las súplicas de todo hombre de buena voluntad, pues Él ama a todos más allá de las fronteras que hemos puestos nosotros los hombres. La Iglesia nos invita a descubrir gozosa y respetuosamente las semillas del Verbo latentes en quienes, incluso, parece que han rechazado radicalmente a Dios. Algo hay de Dios en quienes se alejaron de Él, pues su amor, aún en pequeña escala, no puede sino proceder de Dios. Por eso, la Iglesia de Cristo no puede dejar de anunciar el Nombre de Dios dedicada plenamente a su ministerio en todos los lugares y ambientes, insistiendo a tiempo y a destiempo y con mucha paciencia. Sólo Dios, que nos llama a todos a la plena unión con Él, sabe el momento y el día de la salvación que ha reservado para cada uno; por eso, quienes hemos recibido el mandato de proclamar su Evangelio, no seamos cobardes, ni rebeldes, ni flojos en cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado. Ojalá y cuando veamos que Dios ha hecho su obra de salvación en quienes ha puesto a nuestro cuidado, nos alegremos porque en verdad su amor no tiene fin. No seamos, pues, motivo de condenación sino de salvación para los demás; pues Dios no nos envió para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por creer en Cristo Jesús. ¿Seremos portadores de Él, de su amor, de su salvación? ¿Obedeceremos su Mandato de proclamar su Evangelio a todas las naciones?
2. Sal 129. Es un salmo en el que domina la esperanza del perdón divino: el Señor perdona y es misericordioso, y el salmista confía en Él: Desde lo más profundo de mis pecado clamo a Ti; Señor, escucha mi clamor. No hay nadie más que pueda realmente perdonar la multitud de mis faltas, que jamás podré ocultarte. Señor, ten misericordia de nosotros. Y Dios tuvo misericordia de nosotros, pues nos envió a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna, pues el salmo se cumple plenamente en Jesús, por el que nos llega la plenitud del perdón. Por tanto, no nos quedemos solo en clamar al Señor, en confesar nuestros pecado y en recibir su perdón. Sabiendo que hemos sido renovados, como criaturas nuevas revestidas de Cristo, teniendo un corazón nuevo y un espíritu nuevo, comportémonos como hijos de la luz, dejando a un lado aquello que nos apartaba de Dios y nos había destinado a la ira divina por nuestra condición de pecado, pues el mismo Dios, por medio de Cristo, nos ha salvado por pura gracia y nos ha llamado para que, junto con Él, participemos de la Gloria que le corresponde como a Hijo de Dios.
Nos dice el Catecismo n. 2559: “"La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes" (San Juan Damasceno). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130,14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18,9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín)”.
Juan Pablo II comenta: “Se ha proclamado uno de los salmos más célebres y arraigados en la tradición cristiana: el De profundis, llamado así por sus primeras palabras en la versión latina. Juntamente con el Miserere ha llegado a ser uno de los salmos penitenciales preferidos en la piedad popular. Más allá de su aplicación fúnebre, el texto es, ante todo, un canto a la misericordia divina y a la reconciliación entre el pecador y el Señor, un Dios justo pero siempre dispuesto a mostrarse "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34,6-7)…
El salmo 129 comienza con una voz que brota de las profundidades del mal y de la culpa (cf. vv. 1-2). El orante se dirige al Señor, diciendo: "Desde lo hondo a ti grito, Señor". Luego, el Salmo se desarrolla en tres momentos dedicados al tema del pecado y del perdón. En primer lugar, se dirige a Dios, interpelándolo directamente con el "tú": "Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto" (vv. 3-4). Es significativo que lo que produce el temor, una actitud de respeto mezclado con amor, no es el castigo sino el perdón. Más que la ira de Dios, debe provocar en nosotros un santo temor su magnanimidad generosa y desarmante. En efecto, Dios no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso, al que debemos amar no por miedo a un castigo, sino por su bondad dispuesta a perdonar…
Releamos ahora la meditación que sobre este salmo ha realizado la tradición cristiana. Elijamos la palabra de san Ambrosio: en sus escritos recuerda a menudo los motivos que llevan a implorar de Dios el perdón. "Tenemos un Señor bueno, que quiere perdonar a todos", recuerda en el tratado sobre La penitencia, y añade: "Si quieres ser justificado, confiesa tu maldad: una humilde confesión de los pecados deshace el enredo de las culpas... Mira con qué esperanza de perdón te impulsa a confesar". En la Exposición del Evangelio según san Lucas, repitiendo la misma invitación, el Obispo de Milán manifiesta su admiración por los dones que Dios añade a su perdón: "Mira cuán bueno es Dios; está dispuesto a perdonar los pecados. Y no sólo te devuelve lo que te había quitado, sino que además te concede dones inesperados". Zacarías, padre de Juan Bautista, se había quedado mudo por no haber creído al ángel, pero luego, al perdonarlo, Dios le había concedido el don de profetizar en el canto del Benedictus: "El que poco antes era mudo, ahora ya profetiza -observa san Ambrosio-; una de las mayores gracias del Señor es que precisamente los que lo han negado lo confiesen. Por tanto, nadie pierda la confianza, nadie desespere de las recompensas divinas, aunque le remuerdan antiguos pecados. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar la culpa".
3. Lc 10,38-42 (cf domingo 16C). En su camino hacia Jerusalén, Jesús se hospeda en una casa amiga: la de Marta y María. Jesús sabe tomarse un descanso y es capaz de amistad. Las dos son seguramente las mismas de las que habla Juan (Jn 11), las hermanas de Lázaro, a quien Jesús resucitó. La breve escena es muy familiar. Marta y María tienen carácter muy diferente: una, buena ama de casa, se esmera en atender a las cosas materiales; la otra se sienta a los pies de Jesús, en actitud de discípula, y le escucha atentamente. He aquí un relato propio de Lucas que sin duda lo había obtenido de un grupo de mujeres, de las que siguieron a Jesús y habían conservado unas tradiciones originales.
-Por el camino entró Jesús en una aldea, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María... Marta y María aparecen en tres relatos, y en los tres las descripciones de sus temperamentos coinciden: Marta, la activa... María, la sensible, la contemplativa: Lucas (10,38-42) cuenta una comida muy sencilla que Jesús compartió con ellas... Juan (11,1-44) cuenta la pena que estaban pasando por la muerte de su hermano Lázaro... Juan (12,1-8) relata la unción perfumada que hizo María, una semana antes de la pasión... De modo que Jesús tenía unas amigas y en su casa se encontraba bien. Allí regresaba cada tarde de la última semana anterior a la pasión: Mateo 21,17; 26,6; Marcos 11,11; Juan 11,1-18; 12,1; Lucas 19,29. Todos los relatos que hablan de Marta y María subrayan la complementariedad de los dos temperamentos: aquí, Marta se ocupa de los preparativos de la comida, mientras María se ocupa de atender personalmente al invitado... esas dos funciones son necesarias y aseguran una hospitalidad la más amable posible, como recuerda S. Agustín: “aquella se agitaba, ésta se alimentaba; aquélla disponía muchas cosas, ésta sólo atendía a una. Ambas ocupaciones eran buenas”. Ante la queja de Marta, Jesús, amablemente, le recuerda que "sólo una cosa es necesaria: María ha escogido la parte mejor", porque aprovecha la ocasión de que tienen al Maestro en casa y le escucha. A veces se ve a Marta como modelo de vida activa, a María de contemplativa, pero no es tanto en el exterior, sino dentro de cada persona, donde ha de encontrarse esta unidad de vida espiritual… como decía san Josemaría: “En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se fundan y compenetran todas nuestras acciones.
Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. Perseveremos en el servicio de nuestro Dios, y veremos cómo aumenta en número y en santidad este ejército cristiano de paz, este pueblo de corredención. Seamos almas contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas horas; desde el primer pensamiento del día al último de la noche, poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a El por Nuestra Madre Santa María y, por El, al Padre y al Espíritu Santo”. Y también: “Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles materiales, seculares de la vida humana (…). Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno descubrir”.
A veces, Jesús recomienda claramente la caridad, el servicio a los demás, como ayer, con la parábola del samaritano. Otras, como hoy, destaca la actitud de fe y de escucha. A los doce apóstoles, y luego a los setenta y dos, les había recomendado que no tuvieran demasiadas preocupaciones materiales, sino que se centraran en lo esencial, la predicación del Reino. Otras veces nos dice que busquemos el Reino de Dios, que todo lo demás se nos dará por añadidura. Cuando quiso enseñarnos quiénes eran ahora su madre y sus hermanos, recordamos lo que dijo: "los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica". Lo cual quiere decir que no pueden ser opuestas las dos actitudes: la de la caridad detallista y la de la oración y la escucha. Sino complementarias. Hemos de ser hospitalarios, pero también discípulos. Con tiempo para los demás, pero también para nosotros mismos y para Dios. Y al revés: con oración, pero también con acción y entrega concreta. Cada cristiano -no sólo los monjes o sacerdotes- debe saber conjugar las dos dimensiones: la oración y el trabajo servicial. ¿Cuál es el aspecto que yo descuido?, ¿me refugio tal vez en la meditación y luego no doy golpe?, ¿o me dedico a un activismo ansioso y descuido los momentos de oración?, ¿soy sólo Marta, o sólo María?, ¿no debería unir las dos cosas?
El mismo Jesús, cuyo horario de trabajo difícilmente igualaremos, buscaba momentos de oración personal -además de la comunitaria, en el templo o en la sinagoga- para orar a su Padre, dejando por unas horas su dedicación explícita a los enfermos o a los discípulos.
Nuestro trabajo no puede ser bueno si no tiene raíces, si no estamos en contacto con Dios, si no se basa en la escucha de su Palabra. Jesús no desautoriza el amor de Marta, pero sí le da una lección de que no tiene que vivir en excesivo ajetreo: debe encontrar tiempo para la escucha de la fe y la oración (J. Aldazábal).
-María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra ¡Admirable y muy gráfica escena para ser contemplada detenidamente! Jesús habla. ¿Qué dice? ¿De quién está hablando? ¿Cuál es el tono de su voz? ¿Está repitiendo la parábola del buen samaritano? Quizá habla de las bienaventuranzas y como El, Jesús, las considera ser fuentes de felicidad: ¡Felices... felices!, o bien, como lo hizo con otros discípulos, ¿les insinúa confidencialmente su muerte y su resurrección? Eso haría más verosímil el hecho que María comprendiera, mejor que otros, el misterio de la unción previa a la sepultura de Jesús y el de la resurrección (Lucas 14, 8; 16, 1). María está "sentada a los pies de Jesús". Esta es para Lucas, la posición del "discípulo" (Lucas 8, 35; Hechos 22, 3). Las posiciones corporales no son indiferentes, tienen una significación simbólica, y además facilitan o estorban tal o cual tipo de oración. La posición "sentado" facilita el escuchar: esta es la actitud litúrgica que la Iglesia recomienda en ciertos momentos de la misa en los cuales la meditación es lo primero... del mismo modo que la Iglesia recomienda "estar de pie" cuando se trata de expresar colectivamente la acción de gracias, durante la gran plegaria eucarística..."Sentada, María escuchaba."
-Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose dijo: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile pues que me ayude". Marta es útil. Su servicio es indispensable. Todo amor, puesto al servicio de los demás, honra a Jesús: "me disteis de comer, me disteis de beber... venid los benditos de mi Padre" (Mateo 25,34-35). Te ofrezco, Señor, las múltiples tareas domésticas, tan humildes, hechas con tanto amor, de innumerables mujeres de todo el mundo. Ayúdame a reconocer su grandeza.
-Le respondió el Señor: "Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas y hay necesidad de una sola... El Mesías de los pobres no necesita una mesa abundante y suculenta: lo justo necesario para vivir. Ese tema de la "preocupación", de la "inquietud", Jesús lo repitió a menudo. No os agobiéis, decía. (Lucas 12, 22-31; 8, 14; 21, 34).
-María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada. Sí, la palabra de Jesús pasa delante de cualquier preocupación de orden temporal. Un cuidado extremoso de los asuntos de la tierra podría desviarnos de lo esencial. Pero no se trata de oponer "acción" y "contemplación". Esta no puede ser ociosidad, ni la acción puede ser agitación. Dichosos los que unen ambas, los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lucas 8, 21; Noel Quesson).
Una sola cosa es necesaria… La práctica de Jesús no se caracterizó por el activismo ni por las obras espectaculares y costosas. Su labor se concentró en formar comunidad, transformar la mentalidad de las personas, celebrar los signos del Reino, rescatar a los marginados y dar a la mujer y al hombre un lugar en la comunidad humana. Todo lo hizo con los más modestos medios, como predicador itinerante. Al final de su vida lo único que tuvo fue la lejana compañía de alguna de sus discípulas y la soledad de la cruz. Allí enfrentó solo el destino, el ideal, por el cual luchó y murió. Sin embargo, su obra continuó en la historia gracias a que su Espíritu animó a sus seguidores y amigos a persistir en la obra que él había empezado y a insistir en su estilo de vida.
En el pasaje del evangelio que leemos el día de hoy, se nos hace un llamado a no creer que nuestra labor como discípulos del Señor consiste en un activismo desmedido. O, peor, aún, que nuestra tarea es andar urgiendo a los demás para que se conviertan en activistas frenéticos. El evangelio, por el contrario, nos invita para que crezcamos en el silencio, formándonos como oyentes y servidores de la palabra de Dios. Atentos al tráfago de la vida cotidiana pero concentrados en lo que el Maestro nos propone.
Nuestra vida como animadores de la comunidad eclesial pasa primero por un discipulado "a los pies del Señor". Pues, nuestra acción en el mundo no es únicamente un conjunto de actividades a favor de un ideal, sino una forma de hacer crecer la presencia de Dios, el Reino, entre los humanos. Y para esto, necesitamos de la palabra del Maestro, que nos guíe en cada momento por el camino adecuado (servicio bíblico latinoamericano).
Marta y María, ¿vida activa y contemplativa? Cuando nos disponemos a leer la Escritura no vamos con una mente transparente. Los textos… los prejuzgamos. «Cierta mujer, de nombre Marta, lo recibió en su casa» (10,38b). Marta es un personaje representativo («cierta») y real («de nombre Marta»). A diferencia de los samaritanos, que no 'recibieron' a Jesús porque los discípulos los habían indispuesto con él, Marta lo 'recibe' como discípula que es. Después veremos cómo. Tiene una casa, de su propiedad («en su casa»): siendo «casa» una expresión para designar la familia, Marta domina como señora («Marta» significa en arameo «señora») la comunidad o familia que, conjuntamente con María ('dos' -mínima expresión comunitaria- y 'hermanas' -relaciones de intimidad y afectivas-), representa. Por eso Lucas no ha hecho entrar a los discípulos (represen tación masculina) en esta aldea, para describir así el grupo de Jesús desde la vertiente femenina. Tampoco aquí la comunidad será homogénea. Saber relacionar es el secreto de una comprensión más profunda.
El liderazgo del celoso observante. Pero Marta no tiene solamente una casa o familia en abstracto; tiene también una hermana: «y ésta tenía una hermana llamada María» (10,39a). De María se precisa que «se sentó a los pies del Señor y se puso a escuchar sus palabras» (10,39b): 'sentada' como un discípulo ante el maestro, escuchando con atención el mensaje de Jesús. De Marta no se ha dicho con qué disposiciones lo ha recibido. Ahora Lucas puntualiza: «Marta, en cambio, se afanaba con todo el trajín (gr. diakonia)» (10,40a). De por sí, la diakonia, es decir, el servicio hecho a los demás, no es negativa; todo depende de cómo se haga. En el presente contexto es negativa y equivale al «trajín» de la casa, según la letra, y, según el espíritu, al «cumplimiento del deber» llevado a su máxima expresión. El acento está puesto en el hacer porque está mandado por la Ley, mientras que en el caso de María está puesto en escuchar la novedad del mensaje de Jesús. Marta está tan segura de sí misma y tan predispuesta a juzgar la conducta de los demás, como toda persona observante, que no se arredra ante la situación y planta cara a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con el servicio?» (10,40b). El celo de buena cumplidora de la Ley la impele a involucrar al «Señor», para que ponga más interés y use de su ascendente para hacer observar la Ley, y a que «su» hermana se deje de cuentos y la cumpla. «Dile que me eche una mano» (1 0,40c). El imperativo traiciona el ascendente que ella se ha arrogado sobre Jesús. En lugar del «mensa je», ¡lo que Jesús debe inculcarle es la Ley! ¡Todo es de su posesión! Y es que la Ley despierta en el que la cumple el instinto de posesión.
La herencia del reino. Jesús responde al regaño de Marta con una severa advertencia: « ¡Marta, Marta, te inquietas y te pones nerviosa por tantas cosas...! Sólo una es necesaria» (10,41-42a). Marta anda de cabeza: lo quiere dominar todo, es esclava de las muchas necesidades que crea la casa. Poniéndolo en clave legalista, Marta, que es partidaria de la observancia minuciosa de la Ley, quiere ser fiel en los más mínimos detalles y no puede dar abasto a las múltiples imposiciones que la institución va creando. Para Jesús todo es secundario, a excepción de la escucha atenta del mensaje. El que escucha, acoge; y quien acoge el mensaje, lo acoge a él. «María, en efecto, ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará» (10,42b). Marta había escogido la parte que le ofrecía más seguridades, la herencia del Antiguo Testamento compendiada en la Ley mosaica; María -que se encontraba también en la aldea-, «la parte mejor», que nadie le podrá quitar, puesto que no se expresa en símbolos externos, como son casa, tierras, observancia legal, etc. Jesús, como antiguamente Josué (= Jesús, en griego), ha entrado «también él en una aldea», camino de la Tierra Prometida, que tiene como meta Jerusalén. Mientras Marta ha tomado posesión de la tierra («tenía una casa»), como las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés, que heredaron territorios de la Transjordania (cf. Nm 32; Jos 13), María, igual que la tribu de Leví, tiene al Señor como única heredad (cf. Jos 13,14). Vive materialmente en la «aldea», pero sin comulgar en la ideología que allí predomina.
Marta piensa acertadamente cuando concibe el "servicio" como tarea esencial de la vida cristiana. Sin embargo, opera una reducción equivocada en la manera de concebirlo. En su caso el servicio se concibe como el resultado de una suma de acciones encaminadas a responder a necesidades inmediatas que suscitan los deberes de la hospitalidad.
María, por el contrario, en su aparente falta de colaboración a las tareas de su hermana, ha podido captar el sentido más profundo del servicio cristiano. La comparación entre las dos hermanas tiende a resaltar para la comunidad el valor de la actitud de María.
Por ello la afirmación de Jesús: "una sola cosa es necesaria" nos conduce a lo fundamental de la enseñanza de este episodio. La "sola cosa" a la que se alude es, indudablemente, escuchar a Jesús. Esto debe ser considerado y valorado por encima de toda preocupación y de toda tarea por urgente que ésta pueda parecer.
De esta forma la escucha de la propuesta de Jesús, de "su palabra" se convierte en la única tarea necesaria en orden a realizar una auténtica comunión con Él. Para ello se exige al discípulo que sea capaz de establecer una jerarquización de actividades de forma que en su vida resalte la centralidad de esa audición de la Palabra que le propone el sentido del querer de Dios para su vida.
En el mundo de la producción y de la eficacia en que vivimos, la actitud de María se convierte en piedra de toque para la valoración de las múltiples actividades en que nos encontramos implicados (Josep Rius-Camps).
Las dos mujeres de hoy nos presentan dos modelos de seguimiento de Jesús diferentes, que siguen estando vigentes aún hoy después de dos mil años de cristianismo. El relato nos dice que en su camino Jesús entró en una aldea. (La aldea es símbolo del fanatismo, de una mentalidad cerrada, donde predomina una determinada ideología común a todos los que habitan allí). La aldea, a diferencia de las dos mujeres, no lleva nombre. Marta es un personaje representativo en el evangelio de Lucas. Representa a los israelitas "observantes", los que son fieles a la ley y a la tradición, los que no tratan de dar un paso de libertad para entrar en la aventura del Reino. Ella es símbolo de la sociedad que se encuentra embrollada en la organización jerárquica, en la fidelidad a las tradiciones, en hacer que todo camine como siempre ha marchado… Representa a los hombres y mujeres, laicos, religiosos y clérigos que han dejado morir las iniciativas de vida por ser fieles a la institución más que al Reino.
Por su parte, María es símbolo de la nueva forma de ser persona, de la nueva sociedad que ha permitido que el Reino con toda su fuerza irrumpa para que la vida sea abundante. Por eso, María "ha escogido la mejor parte". Ha escogido los valores del Reino y ha comenzado a caminar por él. El Reino le traerá inseguridades, pero no importa: para ella lo importante es que se liberó de una tradición que la tenía atenazada y ha encontrado en Jesús y en su propuesta razones para vivir, para ser feliz y para hacer felices a los demás.
Tenemos que preguntarnos como cristianos si somos como Marta o como María. Ser como Marta, es quedarnos anclados en el pasado, sin renovación. Vivir como María es vivir la herencia del Reino con alegría y espontaneidad, y reconocer que toda institución es una mediación histórica -incluso la Iglesia- y que lo único absoluto es el Reino de Dios (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones “del ama de casa”. ¿Cuál es, pues el error de Marta? El no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.
Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Jesús, elige “recibirlo”; Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar, del actuar. María se coloca en el plano del ser y da la primacía a la escucha.
Marta se precipita a “hacer” y este “hacer” no parte de una escucha atenta de la Palabra de Dios, y que consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas intenciones, a acoger a Jesús en casa. María lo acoge “dentro”, se hace recipiente suyo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido dispuesto por Él, y que está reservado para Él. Marta ofrece a Jesús cosas, María se ofrece a sí misma.
Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, “la mejor parte” (que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que “entender la Palabra”. Desgraciadamente, Marta -que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo- deja pasar clamorosamente “la única cosa necesaria”. Marta reclama a Jesús, no sabe lo que Él quiere. El problema es precisamente este: descubrir poco a poco qué es lo que quiere Jesús de mí. Por eso es necesario detenerse, dejar el ir y venir y sacar tiempo para escuchar la Palabra de Jesús y comprender cuál es realmente la voluntad de Dios sobre nuestra vida (servicio bíblico latinoamericano).
Dentro de todo hombre de fe en Cristo conviven las actitudes de las dos hermanas de Lázaro, Marta y María: la contemplación y el servicio. Es bueno dedicarnos a procurar el bien de los demás; es bueno sentarse a los pies de Jesús para deleitarnos escuchando su Palabra. Sin embargo ninguna de estas actitudes debe anidar en el corazón del creyente excluyéndose mutuamente. Es bueno meditar su Palabra; pero mientras esto no nos lleve al servicio del prójimo no estamos viviendo a profundidad nuestra fe. Es bueno servir a nuestro prójimo, pero mientras esto no nos lleve a unirnos al Señor en la intimidad de la oración y de la escucha fiel de su Palabra nos quedaremos en una filantropía que no llega a convertirse en un acto de fe pleno. Por eso aprendamos a estar a los pies de Jesús, pero aprendamos también a poner en movimiento nuestros pies para anunciar el Nombre del Señor no sólo con los labios, sino también con nuestro servicio amoroso.
El Señor nos ha convocado en este día para que, como discípulos suyos, seamos instruidos por Él. Ciertamente la oración no puede concretarse únicamente a un desgranar oraciones aprendidas de memoria. Orar, dice santa Teresa de Jesús, es hablar de amor con Quien sabemos nos ama. Y hablar de amor es todo un compromiso, pues no sólo contamos nuestra historia, también escuchamos al Amado y, ante Él, tenemos la disposición de quien le dice: Habla, Señor, tu siervo escucha; y siervos porque estamos dispuestos a poner en práctica lo que el Señor nos indique. Y Él no sólo nos ha dirigido su Palabra; también nos manifiesta el amor que nos tiene entregando su vida por nosotros y convirtiéndose en alimento nuestro. Quienes somos testigos de su amor sabemos que estamos llamados a realizar a favor de nuestro prójimo lo mismo que el Señor ha hecho por nosotros.
Por eso, al volver a nuestra vida ordinaria sabemos que prolongaremos nuestra Eucaristía como un servicio a favor de los demás. Encontraremos muchos que requerirán de una mano que se les tienda para poder sobrevivir, encontraremos muchos pobres que sufren carencias mayores que las nuestras, encontraremos jóvenes desorientados a causa de propagandas consumistas, encontraremos hogares desintegrados a causa de inmadureces que incapacitan para el compromiso, en fin, encontraremos muchas miserias materiales, morales y espirituales. No podemos limitarnos a proclamarles el Evangelio con los labios, ni podemos quedar satisfechos porque ya oramos por ellos en la Eucaristía; tenemos que ponernos en camino hacia ellos para convertirnos en un signo del amor de Dios que se inclina ante ellos para levantarlos, para fortalecerlos, para devolverles la fe y la esperanza y la capacidad de seguir amando a Aquel que es la Vida y también a su prójimo como a hermanos suyos. Todo esto, ciertamente, requiere en nosotros una profunda conversión, de tal forma que abandonando nuestros egoísmos, podamos abrir nuestro corazón para amar sin fronteras, y para alegrarnos de que también los demás vuelvan al Señor y construyan el Reino de Dios junto con nosotros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber orar al Señor con gran amor; la gracia de saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica, especialmente siendo un Evangelio vivo del amor salvador y misericordioso de Dios para nuestros hermanos, especialmente para los más alejados de Dios, y para los más necesitados a causa de sus pobrezas. Amén (www.homiliacatolica.com).
Profecía de Jonás 3,1-10. De nuevo vino la palabra del Señor sobre Jonás: -«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predicale el mensaje que te dijo.» Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: -«¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Llegó el mensaje al rey de Ninive; se levantó del trono, dejó el manto, se cubrió de saco, se sentó en el polvo y mandó al heraldo a proclamar en su nombre a Nínive: -«Hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, no pasten ni beban; vístanse de saco hombres y animales; invoquen fervientemente a Dios, que se convierta cada cual de su mala vida y de la violencia de sus manos; quizá se arrepienta, se compadezca Dios, quizá cese. el incendio de su ira, y no pereceremos.» Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.
Salmo 129,1-2.3-4. R. Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos.
Evangelio según san Lucas 10,38-42. En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: -«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: -«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»
Comentario: 1. Jon 3,1-10 (cf domingo 03B). "De nuevo vino la palabra del Señor sobre Jonás: levántate y vete a Nínive". Yahvé se sale con la suya: Jonás se da cuenta de que no puede desobedecer, se levanta, va a Nínive y empieza a proclamar el mensaje que se le ha encargado.
-Jonás se levantó y partió hacia Nínive, según la palabra del Señor. Ahora bien, Nínive era una ciudad extraordinariamente grande: se necesitaban tres días para atravesarla. El mundo a evangelizar nos parece HOY también enorme. La incredulidad se yergue ante nosotros masiva y aparentemente impenetrable... El estilo de vida de la moderna sociedad de consumo parece segregar, con el ateísmo, la anestesia de las aspiraciones espirituales. Repítenos, Señor, que estás con nosotros, y que es «según tu palabra» y según tu voluntad que estamos inmersos en medio de los paganos, para revelarles tu mensaje. Como en los tiempos de los gnósticos, que Tertuliano decía: “mira que ha puesto delante el mejor título de Dios, es decir, que es paciente con los malos y rico en misericordia y compasión con los que reconocen y lloran sus pecados, como hicieron entonces los ninivitas. Si tal ser es un Ser muy bueno, tu deberás (…) conceder que no puede concebir el mal y esto porque, tal como lo admite el mismo Marción, el árbol bueno no puede dar frutos malos”.
-Jonás, si antes desobedeció, ahora obedece, y el éxito no depende de él sino del Señor… hizo un día de camino recorriendo la ciudad proclamando: "¡Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida!" Volvemos a encontrar las reticencias del profeta: puesto que he de hablar a estos «pérfidos paganos», que sea para condenar y para asistir a su destrucción. Jonás, en el fondo de sí mismo, continúa detestando a los habitantes de Nínive. No es esto lo que Dios quiere.
-Enseguida los ninivitas creyeron en Dios. 3 días hacía falta para recorrer la ciudad, pero con 1 ya se convierten… Anunciaron un ayuno y todos, del mayor al menor, se vistieron de sayal. Hay expresiones de conversión que recuerdan a Jeremías y Ananot, como la llamada de ayuno que hace Jeremías (en su tiempo llama Jerusalén “la gran ciudad”, analógicamente aquí es Nínive la ciudad de los gentiles) en tiempos del rey Joyaquim. Los ninivitas, aquí conocedores de la Biblia, piensan que con penitencia cambian el corazón de Dios, doctrina de Jr 18,7-8. Jesús hace referencia al buen corazón de los ninivitas, que se convierten al toque de la llamada divina (Mt 12,4), y quedan en la tradición cristiana como modelo de penitencia (cf Biblia de Navarra), como recuerda S. Clemente Romano: “recorramos todos los tiempos, y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido”. Y también S. Juan Crisóstomo: “no consideres el poco espacio de tiempo que tienes, sino el amor del maestro. El pueblo de Nínive apartó de sí la gran ira de Dios en tres días. El poco espacio de tiempo que tenían no les disuadió, sino que sus almas ansiosas conquistaron la bondad del maestro y después fueron capaces de cumplir toda la obra”.
Y pasa lo inesperado. El anuncio era de castigo -"dentro de cuarenta días Nínive será arrasada"-, pero resulta que todos se convierten, desde el rey al último de los súbditos y hasta el ganado. Y entonces Dios "se compadeció" y desistió de aplicar el castigo amenazado. Dios es el que perdona. Es lo suyo.
¡Qué poca confianza tenemos a veces en las personas! Sí, hay motivos para pensar que la sociedad está distraída, preocupada por otras mil cosas y no precisamente por el evangelio. Pero ¿tenemos derecho a perder la esperanza, a no dar a nuestros contemporáneos un margen de confianza, como el que les da Dios?
Si hubiera sido ésa la actitud de Jesús, no hubiera empezado a predicar. Y Pablo hubiera dimitido bastante pronto ante las dificultades que iba encontrando en Corinto y en Atenas y en Éfeso. Pero siguieron anunciando la Buena Noticia. Como Pedro echó las redes, a pesar del fracaso anterior, pero esta vez fiado en el nombre de Jesús. Y muchos creyeron. Lo que parecía imposible, resulta que sí es posible, con la ayuda de Dios.
Muchos que nos parecían alejados tienen buen corazón y hacen caso a Dios. ¿O nos creemos los únicos "buenos", como los fariseos? Jesús echa en cara a los judíos de su tiempo que son peores que los ninivitas, que creyeron a Jonás, y ellos, no, a pesar de que Jesús "es algo más que Jonás" (Mt 12,41). Los de fuera, muchas veces con menos formación y facilidades que nosotros, sí se convierten y nos dan lecciones.
El protagonista del relato de hoy es ese Dios que ama y perdona con facilidad. En él puede más el amor que la justicia: "yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva" (Ez 33,11). Es lo que nos hace decir el salmo, alegrándose de este perdón: "si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón... porque del Señor viene la misericordia".
Esto lo tenemos que aplicar a nosotros mismos -cuando nos abruma la conciencia de nuestros fallos- y a los demás, no perdiendo nunca la confianza en nadie. Si Dios les perdona, ¿quiénes somos nosotros para desahuciarlos tan rápidamente?-La palabra del Señor fue dirigida «de nuevo» a Jonás: «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad pagana, proclama allí el mensaje que te doy para ella.» He aquí que después de muchos rodeos, Jonás se encuentra de nuevo ante la llamada. El Señor no le ha soltado y le renueva la orden misionera. Esta vez no podrá escaparse. ¡Señor, repíteme tu voluntad! Repíteme que no tengo derecho a vivir mi Fe tranquilamente para mí solo. Repíteme que tengo que proclamar tu mensaje. «Desgraciado de mí, si no evangelizo» (1 Corintios 9, 16). Repíteme, Señor, que soy responsable de mis hermanos. ¿Me considero como «enviado en misión»? ¿Soy el testigo de algo, de alguien? ¿Suscita mi vida un interrogante, una reconsideración de la suya, a los que me ven vivir? ¿Mis palabras y mis hechos son como una proclamación del evangelio?¡Qué sorpresa! Mientras que durante siglos la predicación de los profetas no logró que el pueblo de Israel se convirtiera... la predicación de solo un día fue suficiente para que cambiara el corazón de los menospreciados ninivitas. Jesús repetirá esta lección, dándola como ejemplo a sus contemporáneos. «Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás» (Mt 12, 41). Es verdad, Señor. Suelo responder peor y menos prestamente a tus llamadas, que ciertos «paganos» de mi alrededor. Pienso en algunas actitudes de justicia, de amor, de generosidad, ¡muy conformes a la voluntad de Dios sobre todo hombre! Te doy gracias, Señor, por esta rectitud de vida, vivida por tantos hombres que, al menos en apariencia, parecen ignorarte.
-Viendo su reacción y como se apartaban de su mala conducta, Dios renunció al castigo que había determinado darles. La Biblia está llena de estos «cambios» de Dios. ¡Dios que cambia de parecer! En lenguaje antropomórfico, desde luego, esto quiere decir que ¡Dios no desea nunca la muerte del pecador, sino que se convierta y viva! (Ez 33, 11). En el momento mismo en que Dios parece amenazar con un castigo, lo primero es el amor y únicamente el amor: es sólo la felicidad, únicamente la felicidad lo que Dios, de veras, quiere. En nombre de todos los hombres gracias, Señor (Noel Quesson).
Dios no sólo escucha las oraciones de los que le viven fieles; ni sólo las de quienes pertenecen al pueblo de sus hijos, aun cuando sean rebeldes; Él escucha las súplicas de todo hombre de buena voluntad, pues Él ama a todos más allá de las fronteras que hemos puestos nosotros los hombres. La Iglesia nos invita a descubrir gozosa y respetuosamente las semillas del Verbo latentes en quienes, incluso, parece que han rechazado radicalmente a Dios. Algo hay de Dios en quienes se alejaron de Él, pues su amor, aún en pequeña escala, no puede sino proceder de Dios. Por eso, la Iglesia de Cristo no puede dejar de anunciar el Nombre de Dios dedicada plenamente a su ministerio en todos los lugares y ambientes, insistiendo a tiempo y a destiempo y con mucha paciencia. Sólo Dios, que nos llama a todos a la plena unión con Él, sabe el momento y el día de la salvación que ha reservado para cada uno; por eso, quienes hemos recibido el mandato de proclamar su Evangelio, no seamos cobardes, ni rebeldes, ni flojos en cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado. Ojalá y cuando veamos que Dios ha hecho su obra de salvación en quienes ha puesto a nuestro cuidado, nos alegremos porque en verdad su amor no tiene fin. No seamos, pues, motivo de condenación sino de salvación para los demás; pues Dios no nos envió para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por creer en Cristo Jesús. ¿Seremos portadores de Él, de su amor, de su salvación? ¿Obedeceremos su Mandato de proclamar su Evangelio a todas las naciones?
2. Sal 129. Es un salmo en el que domina la esperanza del perdón divino: el Señor perdona y es misericordioso, y el salmista confía en Él: Desde lo más profundo de mis pecado clamo a Ti; Señor, escucha mi clamor. No hay nadie más que pueda realmente perdonar la multitud de mis faltas, que jamás podré ocultarte. Señor, ten misericordia de nosotros. Y Dios tuvo misericordia de nosotros, pues nos envió a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna, pues el salmo se cumple plenamente en Jesús, por el que nos llega la plenitud del perdón. Por tanto, no nos quedemos solo en clamar al Señor, en confesar nuestros pecado y en recibir su perdón. Sabiendo que hemos sido renovados, como criaturas nuevas revestidas de Cristo, teniendo un corazón nuevo y un espíritu nuevo, comportémonos como hijos de la luz, dejando a un lado aquello que nos apartaba de Dios y nos había destinado a la ira divina por nuestra condición de pecado, pues el mismo Dios, por medio de Cristo, nos ha salvado por pura gracia y nos ha llamado para que, junto con Él, participemos de la Gloria que le corresponde como a Hijo de Dios.
Nos dice el Catecismo n. 2559: “"La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes" (San Juan Damasceno). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130,14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18,9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín)”.
Juan Pablo II comenta: “Se ha proclamado uno de los salmos más célebres y arraigados en la tradición cristiana: el De profundis, llamado así por sus primeras palabras en la versión latina. Juntamente con el Miserere ha llegado a ser uno de los salmos penitenciales preferidos en la piedad popular. Más allá de su aplicación fúnebre, el texto es, ante todo, un canto a la misericordia divina y a la reconciliación entre el pecador y el Señor, un Dios justo pero siempre dispuesto a mostrarse "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34,6-7)…
El salmo 129 comienza con una voz que brota de las profundidades del mal y de la culpa (cf. vv. 1-2). El orante se dirige al Señor, diciendo: "Desde lo hondo a ti grito, Señor". Luego, el Salmo se desarrolla en tres momentos dedicados al tema del pecado y del perdón. En primer lugar, se dirige a Dios, interpelándolo directamente con el "tú": "Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto" (vv. 3-4). Es significativo que lo que produce el temor, una actitud de respeto mezclado con amor, no es el castigo sino el perdón. Más que la ira de Dios, debe provocar en nosotros un santo temor su magnanimidad generosa y desarmante. En efecto, Dios no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso, al que debemos amar no por miedo a un castigo, sino por su bondad dispuesta a perdonar…
Releamos ahora la meditación que sobre este salmo ha realizado la tradición cristiana. Elijamos la palabra de san Ambrosio: en sus escritos recuerda a menudo los motivos que llevan a implorar de Dios el perdón. "Tenemos un Señor bueno, que quiere perdonar a todos", recuerda en el tratado sobre La penitencia, y añade: "Si quieres ser justificado, confiesa tu maldad: una humilde confesión de los pecados deshace el enredo de las culpas... Mira con qué esperanza de perdón te impulsa a confesar". En la Exposición del Evangelio según san Lucas, repitiendo la misma invitación, el Obispo de Milán manifiesta su admiración por los dones que Dios añade a su perdón: "Mira cuán bueno es Dios; está dispuesto a perdonar los pecados. Y no sólo te devuelve lo que te había quitado, sino que además te concede dones inesperados". Zacarías, padre de Juan Bautista, se había quedado mudo por no haber creído al ángel, pero luego, al perdonarlo, Dios le había concedido el don de profetizar en el canto del Benedictus: "El que poco antes era mudo, ahora ya profetiza -observa san Ambrosio-; una de las mayores gracias del Señor es que precisamente los que lo han negado lo confiesen. Por tanto, nadie pierda la confianza, nadie desespere de las recompensas divinas, aunque le remuerdan antiguos pecados. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar la culpa".
3. Lc 10,38-42 (cf domingo 16C). En su camino hacia Jerusalén, Jesús se hospeda en una casa amiga: la de Marta y María. Jesús sabe tomarse un descanso y es capaz de amistad. Las dos son seguramente las mismas de las que habla Juan (Jn 11), las hermanas de Lázaro, a quien Jesús resucitó. La breve escena es muy familiar. Marta y María tienen carácter muy diferente: una, buena ama de casa, se esmera en atender a las cosas materiales; la otra se sienta a los pies de Jesús, en actitud de discípula, y le escucha atentamente. He aquí un relato propio de Lucas que sin duda lo había obtenido de un grupo de mujeres, de las que siguieron a Jesús y habían conservado unas tradiciones originales.
-Por el camino entró Jesús en una aldea, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María... Marta y María aparecen en tres relatos, y en los tres las descripciones de sus temperamentos coinciden: Marta, la activa... María, la sensible, la contemplativa: Lucas (10,38-42) cuenta una comida muy sencilla que Jesús compartió con ellas... Juan (11,1-44) cuenta la pena que estaban pasando por la muerte de su hermano Lázaro... Juan (12,1-8) relata la unción perfumada que hizo María, una semana antes de la pasión... De modo que Jesús tenía unas amigas y en su casa se encontraba bien. Allí regresaba cada tarde de la última semana anterior a la pasión: Mateo 21,17; 26,6; Marcos 11,11; Juan 11,1-18; 12,1; Lucas 19,29. Todos los relatos que hablan de Marta y María subrayan la complementariedad de los dos temperamentos: aquí, Marta se ocupa de los preparativos de la comida, mientras María se ocupa de atender personalmente al invitado... esas dos funciones son necesarias y aseguran una hospitalidad la más amable posible, como recuerda S. Agustín: “aquella se agitaba, ésta se alimentaba; aquélla disponía muchas cosas, ésta sólo atendía a una. Ambas ocupaciones eran buenas”. Ante la queja de Marta, Jesús, amablemente, le recuerda que "sólo una cosa es necesaria: María ha escogido la parte mejor", porque aprovecha la ocasión de que tienen al Maestro en casa y le escucha. A veces se ve a Marta como modelo de vida activa, a María de contemplativa, pero no es tanto en el exterior, sino dentro de cada persona, donde ha de encontrarse esta unidad de vida espiritual… como decía san Josemaría: “En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se fundan y compenetran todas nuestras acciones.
Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. Perseveremos en el servicio de nuestro Dios, y veremos cómo aumenta en número y en santidad este ejército cristiano de paz, este pueblo de corredención. Seamos almas contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas horas; desde el primer pensamiento del día al último de la noche, poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a El por Nuestra Madre Santa María y, por El, al Padre y al Espíritu Santo”. Y también: “Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles materiales, seculares de la vida humana (…). Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno descubrir”.
A veces, Jesús recomienda claramente la caridad, el servicio a los demás, como ayer, con la parábola del samaritano. Otras, como hoy, destaca la actitud de fe y de escucha. A los doce apóstoles, y luego a los setenta y dos, les había recomendado que no tuvieran demasiadas preocupaciones materiales, sino que se centraran en lo esencial, la predicación del Reino. Otras veces nos dice que busquemos el Reino de Dios, que todo lo demás se nos dará por añadidura. Cuando quiso enseñarnos quiénes eran ahora su madre y sus hermanos, recordamos lo que dijo: "los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica". Lo cual quiere decir que no pueden ser opuestas las dos actitudes: la de la caridad detallista y la de la oración y la escucha. Sino complementarias. Hemos de ser hospitalarios, pero también discípulos. Con tiempo para los demás, pero también para nosotros mismos y para Dios. Y al revés: con oración, pero también con acción y entrega concreta. Cada cristiano -no sólo los monjes o sacerdotes- debe saber conjugar las dos dimensiones: la oración y el trabajo servicial. ¿Cuál es el aspecto que yo descuido?, ¿me refugio tal vez en la meditación y luego no doy golpe?, ¿o me dedico a un activismo ansioso y descuido los momentos de oración?, ¿soy sólo Marta, o sólo María?, ¿no debería unir las dos cosas?
El mismo Jesús, cuyo horario de trabajo difícilmente igualaremos, buscaba momentos de oración personal -además de la comunitaria, en el templo o en la sinagoga- para orar a su Padre, dejando por unas horas su dedicación explícita a los enfermos o a los discípulos.
Nuestro trabajo no puede ser bueno si no tiene raíces, si no estamos en contacto con Dios, si no se basa en la escucha de su Palabra. Jesús no desautoriza el amor de Marta, pero sí le da una lección de que no tiene que vivir en excesivo ajetreo: debe encontrar tiempo para la escucha de la fe y la oración (J. Aldazábal).
-María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra ¡Admirable y muy gráfica escena para ser contemplada detenidamente! Jesús habla. ¿Qué dice? ¿De quién está hablando? ¿Cuál es el tono de su voz? ¿Está repitiendo la parábola del buen samaritano? Quizá habla de las bienaventuranzas y como El, Jesús, las considera ser fuentes de felicidad: ¡Felices... felices!, o bien, como lo hizo con otros discípulos, ¿les insinúa confidencialmente su muerte y su resurrección? Eso haría más verosímil el hecho que María comprendiera, mejor que otros, el misterio de la unción previa a la sepultura de Jesús y el de la resurrección (Lucas 14, 8; 16, 1). María está "sentada a los pies de Jesús". Esta es para Lucas, la posición del "discípulo" (Lucas 8, 35; Hechos 22, 3). Las posiciones corporales no son indiferentes, tienen una significación simbólica, y además facilitan o estorban tal o cual tipo de oración. La posición "sentado" facilita el escuchar: esta es la actitud litúrgica que la Iglesia recomienda en ciertos momentos de la misa en los cuales la meditación es lo primero... del mismo modo que la Iglesia recomienda "estar de pie" cuando se trata de expresar colectivamente la acción de gracias, durante la gran plegaria eucarística..."Sentada, María escuchaba."
-Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose dijo: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile pues que me ayude". Marta es útil. Su servicio es indispensable. Todo amor, puesto al servicio de los demás, honra a Jesús: "me disteis de comer, me disteis de beber... venid los benditos de mi Padre" (Mateo 25,34-35). Te ofrezco, Señor, las múltiples tareas domésticas, tan humildes, hechas con tanto amor, de innumerables mujeres de todo el mundo. Ayúdame a reconocer su grandeza.
-Le respondió el Señor: "Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas y hay necesidad de una sola... El Mesías de los pobres no necesita una mesa abundante y suculenta: lo justo necesario para vivir. Ese tema de la "preocupación", de la "inquietud", Jesús lo repitió a menudo. No os agobiéis, decía. (Lucas 12, 22-31; 8, 14; 21, 34).
-María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada. Sí, la palabra de Jesús pasa delante de cualquier preocupación de orden temporal. Un cuidado extremoso de los asuntos de la tierra podría desviarnos de lo esencial. Pero no se trata de oponer "acción" y "contemplación". Esta no puede ser ociosidad, ni la acción puede ser agitación. Dichosos los que unen ambas, los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lucas 8, 21; Noel Quesson).
Una sola cosa es necesaria… La práctica de Jesús no se caracterizó por el activismo ni por las obras espectaculares y costosas. Su labor se concentró en formar comunidad, transformar la mentalidad de las personas, celebrar los signos del Reino, rescatar a los marginados y dar a la mujer y al hombre un lugar en la comunidad humana. Todo lo hizo con los más modestos medios, como predicador itinerante. Al final de su vida lo único que tuvo fue la lejana compañía de alguna de sus discípulas y la soledad de la cruz. Allí enfrentó solo el destino, el ideal, por el cual luchó y murió. Sin embargo, su obra continuó en la historia gracias a que su Espíritu animó a sus seguidores y amigos a persistir en la obra que él había empezado y a insistir en su estilo de vida.
En el pasaje del evangelio que leemos el día de hoy, se nos hace un llamado a no creer que nuestra labor como discípulos del Señor consiste en un activismo desmedido. O, peor, aún, que nuestra tarea es andar urgiendo a los demás para que se conviertan en activistas frenéticos. El evangelio, por el contrario, nos invita para que crezcamos en el silencio, formándonos como oyentes y servidores de la palabra de Dios. Atentos al tráfago de la vida cotidiana pero concentrados en lo que el Maestro nos propone.
Nuestra vida como animadores de la comunidad eclesial pasa primero por un discipulado "a los pies del Señor". Pues, nuestra acción en el mundo no es únicamente un conjunto de actividades a favor de un ideal, sino una forma de hacer crecer la presencia de Dios, el Reino, entre los humanos. Y para esto, necesitamos de la palabra del Maestro, que nos guíe en cada momento por el camino adecuado (servicio bíblico latinoamericano).
Marta y María, ¿vida activa y contemplativa? Cuando nos disponemos a leer la Escritura no vamos con una mente transparente. Los textos… los prejuzgamos. «Cierta mujer, de nombre Marta, lo recibió en su casa» (10,38b). Marta es un personaje representativo («cierta») y real («de nombre Marta»). A diferencia de los samaritanos, que no 'recibieron' a Jesús porque los discípulos los habían indispuesto con él, Marta lo 'recibe' como discípula que es. Después veremos cómo. Tiene una casa, de su propiedad («en su casa»): siendo «casa» una expresión para designar la familia, Marta domina como señora («Marta» significa en arameo «señora») la comunidad o familia que, conjuntamente con María ('dos' -mínima expresión comunitaria- y 'hermanas' -relaciones de intimidad y afectivas-), representa. Por eso Lucas no ha hecho entrar a los discípulos (represen tación masculina) en esta aldea, para describir así el grupo de Jesús desde la vertiente femenina. Tampoco aquí la comunidad será homogénea. Saber relacionar es el secreto de una comprensión más profunda.
El liderazgo del celoso observante. Pero Marta no tiene solamente una casa o familia en abstracto; tiene también una hermana: «y ésta tenía una hermana llamada María» (10,39a). De María se precisa que «se sentó a los pies del Señor y se puso a escuchar sus palabras» (10,39b): 'sentada' como un discípulo ante el maestro, escuchando con atención el mensaje de Jesús. De Marta no se ha dicho con qué disposiciones lo ha recibido. Ahora Lucas puntualiza: «Marta, en cambio, se afanaba con todo el trajín (gr. diakonia)» (10,40a). De por sí, la diakonia, es decir, el servicio hecho a los demás, no es negativa; todo depende de cómo se haga. En el presente contexto es negativa y equivale al «trajín» de la casa, según la letra, y, según el espíritu, al «cumplimiento del deber» llevado a su máxima expresión. El acento está puesto en el hacer porque está mandado por la Ley, mientras que en el caso de María está puesto en escuchar la novedad del mensaje de Jesús. Marta está tan segura de sí misma y tan predispuesta a juzgar la conducta de los demás, como toda persona observante, que no se arredra ante la situación y planta cara a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con el servicio?» (10,40b). El celo de buena cumplidora de la Ley la impele a involucrar al «Señor», para que ponga más interés y use de su ascendente para hacer observar la Ley, y a que «su» hermana se deje de cuentos y la cumpla. «Dile que me eche una mano» (1 0,40c). El imperativo traiciona el ascendente que ella se ha arrogado sobre Jesús. En lugar del «mensa je», ¡lo que Jesús debe inculcarle es la Ley! ¡Todo es de su posesión! Y es que la Ley despierta en el que la cumple el instinto de posesión.
La herencia del reino. Jesús responde al regaño de Marta con una severa advertencia: « ¡Marta, Marta, te inquietas y te pones nerviosa por tantas cosas...! Sólo una es necesaria» (10,41-42a). Marta anda de cabeza: lo quiere dominar todo, es esclava de las muchas necesidades que crea la casa. Poniéndolo en clave legalista, Marta, que es partidaria de la observancia minuciosa de la Ley, quiere ser fiel en los más mínimos detalles y no puede dar abasto a las múltiples imposiciones que la institución va creando. Para Jesús todo es secundario, a excepción de la escucha atenta del mensaje. El que escucha, acoge; y quien acoge el mensaje, lo acoge a él. «María, en efecto, ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará» (10,42b). Marta había escogido la parte que le ofrecía más seguridades, la herencia del Antiguo Testamento compendiada en la Ley mosaica; María -que se encontraba también en la aldea-, «la parte mejor», que nadie le podrá quitar, puesto que no se expresa en símbolos externos, como son casa, tierras, observancia legal, etc. Jesús, como antiguamente Josué (= Jesús, en griego), ha entrado «también él en una aldea», camino de la Tierra Prometida, que tiene como meta Jerusalén. Mientras Marta ha tomado posesión de la tierra («tenía una casa»), como las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés, que heredaron territorios de la Transjordania (cf. Nm 32; Jos 13), María, igual que la tribu de Leví, tiene al Señor como única heredad (cf. Jos 13,14). Vive materialmente en la «aldea», pero sin comulgar en la ideología que allí predomina.
Marta piensa acertadamente cuando concibe el "servicio" como tarea esencial de la vida cristiana. Sin embargo, opera una reducción equivocada en la manera de concebirlo. En su caso el servicio se concibe como el resultado de una suma de acciones encaminadas a responder a necesidades inmediatas que suscitan los deberes de la hospitalidad.
María, por el contrario, en su aparente falta de colaboración a las tareas de su hermana, ha podido captar el sentido más profundo del servicio cristiano. La comparación entre las dos hermanas tiende a resaltar para la comunidad el valor de la actitud de María.
Por ello la afirmación de Jesús: "una sola cosa es necesaria" nos conduce a lo fundamental de la enseñanza de este episodio. La "sola cosa" a la que se alude es, indudablemente, escuchar a Jesús. Esto debe ser considerado y valorado por encima de toda preocupación y de toda tarea por urgente que ésta pueda parecer.
De esta forma la escucha de la propuesta de Jesús, de "su palabra" se convierte en la única tarea necesaria en orden a realizar una auténtica comunión con Él. Para ello se exige al discípulo que sea capaz de establecer una jerarquización de actividades de forma que en su vida resalte la centralidad de esa audición de la Palabra que le propone el sentido del querer de Dios para su vida.
En el mundo de la producción y de la eficacia en que vivimos, la actitud de María se convierte en piedra de toque para la valoración de las múltiples actividades en que nos encontramos implicados (Josep Rius-Camps).
Las dos mujeres de hoy nos presentan dos modelos de seguimiento de Jesús diferentes, que siguen estando vigentes aún hoy después de dos mil años de cristianismo. El relato nos dice que en su camino Jesús entró en una aldea. (La aldea es símbolo del fanatismo, de una mentalidad cerrada, donde predomina una determinada ideología común a todos los que habitan allí). La aldea, a diferencia de las dos mujeres, no lleva nombre. Marta es un personaje representativo en el evangelio de Lucas. Representa a los israelitas "observantes", los que son fieles a la ley y a la tradición, los que no tratan de dar un paso de libertad para entrar en la aventura del Reino. Ella es símbolo de la sociedad que se encuentra embrollada en la organización jerárquica, en la fidelidad a las tradiciones, en hacer que todo camine como siempre ha marchado… Representa a los hombres y mujeres, laicos, religiosos y clérigos que han dejado morir las iniciativas de vida por ser fieles a la institución más que al Reino.
Por su parte, María es símbolo de la nueva forma de ser persona, de la nueva sociedad que ha permitido que el Reino con toda su fuerza irrumpa para que la vida sea abundante. Por eso, María "ha escogido la mejor parte". Ha escogido los valores del Reino y ha comenzado a caminar por él. El Reino le traerá inseguridades, pero no importa: para ella lo importante es que se liberó de una tradición que la tenía atenazada y ha encontrado en Jesús y en su propuesta razones para vivir, para ser feliz y para hacer felices a los demás.
Tenemos que preguntarnos como cristianos si somos como Marta o como María. Ser como Marta, es quedarnos anclados en el pasado, sin renovación. Vivir como María es vivir la herencia del Reino con alegría y espontaneidad, y reconocer que toda institución es una mediación histórica -incluso la Iglesia- y que lo único absoluto es el Reino de Dios (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones “del ama de casa”. ¿Cuál es, pues el error de Marta? El no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.
Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Jesús, elige “recibirlo”; Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar, del actuar. María se coloca en el plano del ser y da la primacía a la escucha.
Marta se precipita a “hacer” y este “hacer” no parte de una escucha atenta de la Palabra de Dios, y que consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas intenciones, a acoger a Jesús en casa. María lo acoge “dentro”, se hace recipiente suyo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido dispuesto por Él, y que está reservado para Él. Marta ofrece a Jesús cosas, María se ofrece a sí misma.
Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, “la mejor parte” (que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que “entender la Palabra”. Desgraciadamente, Marta -que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo- deja pasar clamorosamente “la única cosa necesaria”. Marta reclama a Jesús, no sabe lo que Él quiere. El problema es precisamente este: descubrir poco a poco qué es lo que quiere Jesús de mí. Por eso es necesario detenerse, dejar el ir y venir y sacar tiempo para escuchar la Palabra de Jesús y comprender cuál es realmente la voluntad de Dios sobre nuestra vida (servicio bíblico latinoamericano).
Dentro de todo hombre de fe en Cristo conviven las actitudes de las dos hermanas de Lázaro, Marta y María: la contemplación y el servicio. Es bueno dedicarnos a procurar el bien de los demás; es bueno sentarse a los pies de Jesús para deleitarnos escuchando su Palabra. Sin embargo ninguna de estas actitudes debe anidar en el corazón del creyente excluyéndose mutuamente. Es bueno meditar su Palabra; pero mientras esto no nos lleve al servicio del prójimo no estamos viviendo a profundidad nuestra fe. Es bueno servir a nuestro prójimo, pero mientras esto no nos lleve a unirnos al Señor en la intimidad de la oración y de la escucha fiel de su Palabra nos quedaremos en una filantropía que no llega a convertirse en un acto de fe pleno. Por eso aprendamos a estar a los pies de Jesús, pero aprendamos también a poner en movimiento nuestros pies para anunciar el Nombre del Señor no sólo con los labios, sino también con nuestro servicio amoroso.
El Señor nos ha convocado en este día para que, como discípulos suyos, seamos instruidos por Él. Ciertamente la oración no puede concretarse únicamente a un desgranar oraciones aprendidas de memoria. Orar, dice santa Teresa de Jesús, es hablar de amor con Quien sabemos nos ama. Y hablar de amor es todo un compromiso, pues no sólo contamos nuestra historia, también escuchamos al Amado y, ante Él, tenemos la disposición de quien le dice: Habla, Señor, tu siervo escucha; y siervos porque estamos dispuestos a poner en práctica lo que el Señor nos indique. Y Él no sólo nos ha dirigido su Palabra; también nos manifiesta el amor que nos tiene entregando su vida por nosotros y convirtiéndose en alimento nuestro. Quienes somos testigos de su amor sabemos que estamos llamados a realizar a favor de nuestro prójimo lo mismo que el Señor ha hecho por nosotros.
Por eso, al volver a nuestra vida ordinaria sabemos que prolongaremos nuestra Eucaristía como un servicio a favor de los demás. Encontraremos muchos que requerirán de una mano que se les tienda para poder sobrevivir, encontraremos muchos pobres que sufren carencias mayores que las nuestras, encontraremos jóvenes desorientados a causa de propagandas consumistas, encontraremos hogares desintegrados a causa de inmadureces que incapacitan para el compromiso, en fin, encontraremos muchas miserias materiales, morales y espirituales. No podemos limitarnos a proclamarles el Evangelio con los labios, ni podemos quedar satisfechos porque ya oramos por ellos en la Eucaristía; tenemos que ponernos en camino hacia ellos para convertirnos en un signo del amor de Dios que se inclina ante ellos para levantarlos, para fortalecerlos, para devolverles la fe y la esperanza y la capacidad de seguir amando a Aquel que es la Vida y también a su prójimo como a hermanos suyos. Todo esto, ciertamente, requiere en nosotros una profunda conversión, de tal forma que abandonando nuestros egoísmos, podamos abrir nuestro corazón para amar sin fronteras, y para alegrarnos de que también los demás vuelvan al Señor y construyan el Reino de Dios junto con nosotros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber orar al Señor con gran amor; la gracia de saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica, especialmente siendo un Evangelio vivo del amor salvador y misericordioso de Dios para nuestros hermanos, especialmente para los más alejados de Dios, y para los más necesitados a causa de sus pobrezas. Amén (www.homiliacatolica.com).
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