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sábado, 8 de mayo de 2010

SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: seguir a Jesús es estar en el mundo sin ser mundanos, preferir la gloria de Dios a la del mundo:...


...trabajar por extender el Evangelio aunque suponga contradicciones


Pablo, Bernabé, Silas y Judas, tras su largo viaje, pasaron un tiempo juntos en Antioquía. Hasta que un día Pablo dijo a Bernabé: volvamos a visitar las comunidades que fundamos. Bernabé aceptó la invitación, pero quiso que con ellos fuera también Marcos. Pablo no aprobó este deseo, recordando que Marcos los había dejado anteriormente. Por ese motivo surgió entre ellos una aguda tensión, como sucede tantas veces en la vida, y, por el bien de la paz fraterna y apostólica, cada cual tomó su propio camino: Bernabé, con Marcos, se dirigió a Chipre; y Pablo, con Silas, se fue hacia Siria y Cilicia. En la lectura de hoy se habla sólo de Pablo y Silas. Comenzaron por Antioquía, donde concluirá también la misión en primavera del año 53, después de 3 años de viaje: “Pablo y Silas llegaron a Derbe y Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de un griego y de una judía cristiana... Pablo quiso llevárselo consigo y, por consideración a los judíos de la región, lo circuncidó, aunque todos sabían que su padre era pagano.

Según pasaban por las ciudades comunicaban a los fieles las decisiones de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén..., y las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día... Atravesaron Frigia y Galacia, porque el Espíritu Santo les había impedido predicar la palabra en Asia. Llegados cerca de Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces atravesaron Misia y bajaron a Tróade. Durante la noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba diciendo: ven a Macedonia y ayúdanos. En cuanto tuvo la visión, intentamos inmediatamente pasar a Macedonia, convencidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el Evangelio” (Hechos 16,1-10).

Conforme iba pasando por las ciudades, les entregaba, para que las observasen, las decisiones tomadas por los Apóstoles y los Ancianos en Jerusalén... Empieza visitando de nuevo sus comunidades -es la tercera vez-. Pablo y Timoteo recorrieron entonces casi toda la Turquía actual. Pero no hicieron siempre lo que hubieran querido. ¿Qué dificultad les cerró la puerta de Bitinia? En todo caso, lo dejan dócilmente una vez más, a cuenta del Espíritu, y se someten religiosamente, a esta imposibilidad de evangelizar que han encontrado en su ruta. Danos, Señor, este espíritu sobrenatural, esta docilidad total.

Hasta aquí Pablo evangelizó Asia Menor -la actual Turquía-. Dios le empuja a ir más lejos, a abordar un nuevo continente, la Grecia propiamente dicha -Europa-. ¡Es un hombre quien le llama «Ven a ayudarnos»! El paganismo, en el fondo, es la peor miseria y en lo más hondo de sí mismo el hombre aspira a verse liberado de ello: «¡ayúdame!» Es la llamada de un hombre que me pide que le comunique la buena nueva. ¿Estoy atento a las llamadas que percibo a mi alrededor? Los peldaños del evangelio son muchos: valores humanos, rectitud de conciencia, sentido del deber, pobreza, lucha por la justicia, competencia profesional, generosidad y abnegación en el servicio de los demás... etc.

¡Cuán emocionante resulta ese «macedonio» pidiendo «socorro»! Ese hombre que llama, ¡es Dios que llama! Tal es el origen de la Misión. Una llamada de Dios. ¡Dios llama! Por desgracia, cuántas veces no le oímos. Perdón, Señor, por rehusar tan a menudo la llamada de nuestros hermanos y la llamada de Dios que aquella contiene (Noel Quesson).

San Juan Crisóstomo dice que todos los cristianos han de participar en la evangelización de los no creyentes: «No puedes decir que te es imposible atraer a los demás. Si eres verdadero cristiano, es imposible que esto suceda. Si es cierto que no hay contradicción en la naturaleza, es también verdad lo que nosotros afirmamos, pues esto se desprende de la misma naturaleza del cristiano. Si afirmas que un cristiano no puede ser útil, deshonras a Dios y lo calificas de mendaz. Le resulta más fácil a la luz convertirse en tinieblas que al cristiano no irradiar. No declares nunca una cosa imposible, cuando es precisamente lo contrario lo que es imposible. Hoy pedimos: «Señor, Dios Todopoderoso, que por las aguas del bautismo nos has engendrado a la vida eterna; ya que has querido hacernos capaces de la vida inmortal, no nos niegues ahora tu ayuda para conseguir los bienes eternos» (Colecta).

«Que toda la tierra aclame al Señor». «Aclamad al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 100/99,2.3.5). En este cántico se concentran la fe y esperanza de Israel. Como siguiendo la invitación del salmo, la Virgen María eleva su canto de alegría. Reconozcamos que el Señor es Dios, que fue Él quien nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño. Dios nos manifiesta su bondad, su misericordia y su fidelidad. Quienes creemos en Él debemos vivir también esa fidelidad a su amor, manifestando con nuestras buenas obras que realmente Dios vive en nosotros y nosotros en Él. Ante él nos ofrecemos, en el pasado de la creación ("él nos hizo"), el presente de la alianza y del culto ("somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño") y el futuro, en el que la fidelidad misericordiosa del Señor se extiende "por todas las edades", mostrándose "eterna".

El pueblo de Dios, "las ovejas de su rebaño", su "propiedad entre todos los pueblos", celebra la liturgia. Puede decir: "el Señor es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas".

El Señor es Dios, el Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es bueno, su misericordia es eterna y su fidelidad no tiene fin.

"Aclama al Señor, tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor".

En una situación de rechazo y persecución, resuenan las palabras del Maestro: “Jesús siguió hablando en su discurso a los discípulos: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros”. La exhortación a la comunidad cristiana comienza con un recuerdo lapidario: la expresión "sabed" invita a los oyentes a reflexionar sobre su situación fundamental y a que piensen en aquel Jesús al que se han unido mediante la fe. Los discípulos ya no pertenecen al mundo.

“Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia”. Los discípulos "no son del mundo", han pasado ya "de la muerte a la vida", por lo cual se han despojado de su naturaleza mundana. Para el mundo ya no son "lo suyo", sino que ahora pertenecen a Jesús. Él los ha hecho suyos mediante su elección. Porque ya no pertenecen al mundo, tampoco el mundo les demuestra su amor, habiendo perdido a sus ojos todo interés. Pablo llegará a decir que "están crucificados con Jesús". Sin embargo, han de vivir en el mundo aunque no pueden llegar a sentirse en el mundo como en su propia casa. El discípulo de Jesús no puede ya identificarse con el mundo. Y eso es justamente lo que el mundo no le puede perdonar "por eso el mundo os odia". "Y todo esto lo hará con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió". Jesús es el testigo por excelencia del amor y de la fidelidad de Dios, pero el pueblo judío prefiere llamarle blasfemo antes que reconocerlo como Hijo de Dios. Para creer en Jesús de Nazaret y aceptar el Reino inaugurado en su persona, el pueblo elegido tendría que haber renunciado a su orgullo, a su seguridad en sí mismo. Prefirió suprimir al testigo molesto. La Iglesia es el cuerpo de Cristo y encarna la sabiduría de Dios. Por eso, tiene que sufrir inevitablemente los ataques del hombre que se cree dios de sí mismo y que no puede renunciar a ser él el autor de su propia salvación. Este hombre siempre buscará acusaciones contra la Iglesia, por los mismos motivos que las buscó contra Jesús. Entonces no se aceptó a Jesús como enviado de Dios. Ahora no se acepta a la Iglesia como enviada de Cristo.

“Recordad lo que os dije: no es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra..." (Juan 15,18-21). Estamos bien advertidos. No tenemos por qué extrañarnos de ser rechazados. La conducta del cristiano, en el mundo, debería ser una conducta original que no adquiere todo su sentido más que para el que tiene Fe. Nada de extraño, pues, que muchos hombres rechacen a los cristianos. "Bienaventurados seréis si sois perseguidos". La persecución es un medio de unión con Cristo: ser objeto de burla por la fe o por la moral cristiana, es correr la misma suerte que Jesús. En la época en que Juan escribía esto, muchos cristianos morían mártires. "Seréis odiados a causa de mi nombre". Ser un signo de contradicción... a imitación de Jesús. Señor, perdóname el ser demasiado semejante al “mundo pecador”, y el no parecerme suficientemente a ti.

-“Porque no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por esto el mundo os aborrece”. Para san Juan, habitualmente, el mundo significa "el mundo pecador' "el mundo que rehúsa a Dios". El conflicto es implacable: "el mundo os detesta." “Mundo” para él es lo que entendemos como “mundanidad” (Noel Quesson). Va a ser una historia de lucha entre el bien y el mal. Como lo ha sido en la persona de Cristo, el maestro, lo será del mismo modo con sus seguidores: «si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros».Y es que de por medio está el gran contraste: ser del mundo o no serlo. Hay diferencia entre «estar en el mundo» y «ser del mundo», o sea, compartir los criterios del mundo. El «mundo» para Juan es siempre el conjunto de las fuerzas del mal, opuestas al Reino que quiere establecer Jesús.

Las palabras de Jesús en la Última Cena nos avisan también a nosotros de que va a ser difícil nuestra relación con el mundo. Como lo fue para Cristo Jesús. El mundo no recibió a Cristo, y podemos caer en el «mimetismo», la asimilación insensible de la jerarquía de valores del mundo, en vez de la de Cristo. Todos somos conscientes de que las bienaventuranzas de este mundo no coinciden en absoluto con las de Jesús, y que nos hace falta lucidez para discernir en cada caso. ¿A cuáles nos apuntamos?, ¿nos dejamos manipular, por las verdades de este mundo y por sus promesas a corto plazo, por cobardía y por pereza, o nos mantenemos fieles a Jesús, el único que «tiene palabras de vida eterna?” (J. Aldazábal). Comenta San Agustín: «Si queréis saber cómo se ama a sí mismo el mundo de perdición que odia al mundo de redención, os diré que se ama con un amor falso, no verdadero. Y si se ama con amor falso, en realidad se odia: porque quien ama la maldad tiene odio a su propia alma... Pero se dice que se ama porque ama la iniquidad que le hace inicuo; y se dice que a la vez se odia, porque ama lo que es perjudicial. En sí mismo odia la naturaleza y ama el vicio; ama lo que en él hizo su propia voluntad. Por lo cual se nos manda y se nos prohíbe amarlo. Se nos prohíbe cuando dice: “No améis el mundo”; y se nos manda en aquellas palabras: “Amad a vuestros enemigos”. Se nos prohíbe, pues, amar en él lo que él en sí mismo odia, esto es, la hechura de Dios y los múltiples consuelos de su bondad. Se nos prohíbe amar sus vicios y se nos manda amar su naturaleza, ya que él ama sus vicios y odia su naturaleza. A fin de que nosotros lo amemos y odiemos con rectitud, ya que él se ama y se odia con perversidad».

Para participar en las competiciones del estadio, uno tiene que entrenarse y ejercitarse y se considera feliz si bajo la mirada de la multitud le entregan el premio. Pero aquí hay una competición más noble y deslumbrante. Dios mismo mira nuestro combate, nos mira como hijos suyos y Él mismo nos entrega el premio celestial. Los ángeles nos miran, nos mira Cristo y nos asiste. Pertrechémonos con todas nuestra fuerzas, libremos el buen combate con un ánimo animoso y una fe sincera”.

jueves, 29 de abril de 2010

MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: el apostolado, en la primitiva Iglesia, guiada por Jesús, luz que nos guía en el Espíritu Santo, y la interce



“La palabra del Señor crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo, después de haber cumplido su misión, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan Marcos.
En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el virrey, y Saulo”. Vemos ya una Iglesia desarrollada, carismas diversificados. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo... Los doctores discernían las Escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Enseñaban a los catecúmenos y a los demás cristianos, eran maestros, sin ser sacerdotes tenían lugar importante por lo delicado de su misión educadora, doctrinal y moral.
“Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado»”. Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero. Con el ayuno y oración, hay una buena preparación apostólica, y el Señor no dejará “caer en tierra ninguna de sus palabras”. Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos... les da un «signo» -sacramento- que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
“Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo fueron a Seleucia, desde donde se embarcaron hacia Chipre. Al llegar a Salamina, se pusieron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como auxiliar” (He 12,24-26-13,1-5):.
Y así comienza el primero de los tres grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al Apóstol a evangelizar primero la isla de Chipre y después algunas regiones del sur de Asia Menor: Panfilia, Pisidia y Licaonia (años 44-49). El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo.
El Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el Don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Agradecidos, alabamos al Señor con el Salmo: “Que Dios tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro entre nosotros para que en la tierra se conozca su camino y su salvación en todas las naciones. Que canten de alegría las naciones, pues tú juzgas al mundo con justicia y gobiernas los pueblos de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga y que le rinda honor el mundo entero” (67,2-3,5-6.8).
“¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del orbe” (S. Agustín).
“La bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol frondoso. El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12, 2-3)” (Juan Pablo II). Es lo que proclama la carta a los Efesios: «En Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad... Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2, 13-14.19). “Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción” (id).
“Jesús proclamó: «El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado; y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. Sin palabras, sin "empresas", el verdadero misionero "hace que vean" a Dios... así sencillamente, a través de su propia persona. ¡Quien ve a Jesús, ve al Padre! ¡Qué exigencia extraordinaria y maravillosa! ¡Qué Gracia! Oh, Señor, hazme transparente, como Tú lo eras. "Vosotros sois el Cuerpo de Cristo" traducirá san Pablo. Debo ser el rostro de Cristo, como Jesús era el rostro del Padre. A través de mi vida, hacer ver a Dios.
“Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas”. Transparencia... luz... belleza... seguridad... Opacidad... tinieblas... miedo... Evocar imagen de sol... de día... e imágenes de noche...
“Yo no condeno al que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no acepta mi doctrina ya tiene quien lo juzgue; la doctrina que yo he enseñado lo condenará en el último día, porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me ha enviado me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar, y yo sé que su mandato es vida eterna”. Jesús sabe que llega el fin de su vida: es una especie de balance negativo. Los hombres no han querido la luz, no han escuchado sus palabras. Es el fracaso, globalmente... aparte el pequeño núcleo de discípulos, unos pocos en número. Pues bien, ¡Jesús reafirma que no condena! Que ha venido para salvar. Son solamente los hombres los que se condenan, cuando rehúsan escuchar. La condenación no es obra de Dios. La "salvación" ofrecida se transforma en "juicio", no por voluntad de Dios, sino por las opciones negativas de los hombres. Todo está ahora a punto para la Pasión.
“Por eso lo que yo os digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn 12,44-50): Siempre la profunda dependencia y humildad del misionero. Jesús no ha inventado lo que nos ha dicho. ¿Y yo? ¿Digo las palabras del Padre, o las mías? (Noel Quesson). Son las últimas palabras de la predicación pública de Jesús, y recopila temas fundamentales: la fe en Él, unidad y distinción entre Padre e Hijo, Jesús como Luz y Vida del mundo, juicio de los hombres según la aceptación de Cristo; es el relato previo a la oración sacerdotal y relatos Pascuales. Es el signo de la luz. Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida». Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz». Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz». La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar. El Cirio pascual que encendemos estos días significa Cristo resucitado (J. Aldazábal). Y nosotros hemos de estar también encendidos con esta luz. Tenemos también la ayuda del auxilio luminoso de María (que significa “estrella”). San Bernardo intuyó muy bien al invocar a María como “Estrella de los mares”. San Bernardo exhortaba así a los cristianos: “Si alguna vez te alejas del camino de la luz y las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. (...) Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón”. No dudemos ni un sólo instante de pedir su maternal cariño y protección. Si la sigues, no te desviarás; si recurres a ella, no desesperarás. Si Ella te sostiene, no vendrás abajo. Nada temerás si te protege; con su favor llegarás a puerto. Jesús vino como Salvador de la humanidad entera. En Él conocemos el Rostro amoroso y misericordioso de Dios. Por eso podemos decir que quien ve a Jesús está viendo al Padre Dios que se ha hecho cercanía a nosotros para perdonarnos, para darnos su vida y para concedernos todo aquello que le pidamos en Nombre de Jesús, su Hijo, para salvación nuestra. Y Jesús se ha desposado con su Iglesia y le ha confiado la misión, no de condenar, sino de salvar. En el cumplimiento de esa vocación estamos involucrados todos. Por eso podemos decir que quien contemple a la Iglesia estará contemplando y experimentando desde ella el amor que el Padre Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús. No podemos, por tanto, vivir condenando a los demás, sino que hemos de buscar al pecador tratando, en nombre de Cristo, de salvar todo lo que se había perdido. Dios nos quiere apóstoles suyos, sin importar lo que haya sido nuestra vida pasada, pues Él sólo tiene en cuenta nuestro retorno a Él para dejarnos revestir de su propio Hijo, y para calzarnos con sandalias nuevas para enviarnos a dar testimonio de lo misericordioso que es Dios para con todos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser discípulos fieles del Señor para que su Palabra sea sembrada en nuestros corazones, y, como en un buen terreno, produzca abundantes frutos de salvación, que hagan que nosotros mismos seamos como un alimento que fortalezca a quienes hemos de conducir por el camino del bien, hasta lograr juntos la salvación eterna. Amén (www.homiliacatolica.com).