sábado, 17 de abril de 2010

Sábado de la Octava de Pascua: Jesús ha vencido la muerte, es nuestra fortaleza


Hechos (4,13-21): "Los miembros del Sanedrín estaban asombrados de la
seguridad con que Pedro y Juan hablaban, a pesar de ser personas poco
instruidas y sin cultura. Reconocieron que eran los que habían
acompañado a Jesús, pero no podían replicarles nada, porque el hombre
que había sido curado estaba de pie, al lado de ellos. Entonces les
ordenaron salir del Sanedrín y comenzaron a deliberar, diciendo: "¿Qué
haremos con estos hombres? Porque no podemos negar que han realizado
un signo bien patente, que es notorio para todos los habitantes de
Jerusalén. A fin de evitar que la cosa se divulgue más entre el
pueblo, debemos amenazarlos, para que de ahora en adelante no hablen
de ese Nombre". Los llamaron y les prohibieron terminantemente que
dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús. Pedro y
Juan les respondieron: "Juzguen si está bien a los ojos del Señor que
les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos callar
lo que hemos visto y oído". Después de amenazarlos nuevamente, los
dejaron en libertad, ya que no sabían cómo castigarlos, por temor al
pueblo que alababa a Dios al ver lo que había sucedido". ¡Qué fuertes,
los que habían estado con Jesús! Debería ser también la definición de
todo cristiano: «los que están con Jesús» ¡Esto es lo que les ha
transformado! Señor, quédate hoy conmigo. Señor, quédate hoy con todos
los hombres. "El Señor esté con nosotros -Y con vuestro espíritu".
Anhelo esencial, nunca suficientemente repetido. Que yo lo diga de
veras en cada misa. ¿Se me tiene también como alguien que está
contigo, Señor? ¿En qué se nota? En el anuncio de la resurrección. En
la vida que emana de un ser. En el amor que emana de un ser.
-"¿Qué haremos con estos hombres? ¿Para que esto no se divulgue más?"
El clima de la Iglesia primitiva nunca fue la «facilidad». La
expansión de la fe no se hizo sin dolor y sin dificultades. Los hechos
de los apóstoles son un largo relato de esfuerzos y de martirios (Noel
Quesson). La "buena nueva", no la podemos callar, queremos llevar a
Cristo con nosotros… queremos rezar por el Papa, por todos, para que
sean fuertes los pastores…
Salmo (118,1.14-21): "¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es
bueno, porque es eterno su amor! / El Señor es mi fuerza y mi
protección; él fue mi salvación. / Un grito de alegría y de victoria
resuena en las carpas de los justos: "La mano del Señor hace proezas,
/ la mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas". / No,
no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor… Yo te doy
gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación".
Nosotros somos pecadores; pero el Señor se ha mostrado misericordioso
para con nosotros perdonándonos y convirtiéndose en nuestra fuerza y
alegría. Amemos constantemente al Señor, pues Él salvará a quienes
aceptando su amor y su Vida, le permanezcan fieles y se dejen conducir
por su Espíritu, que habita en el corazón de los creyentes. Es lo que
pide hoy la Colecta: «Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia no
cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has
elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han renacido
por el Bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa», seguimos
rezando en el Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por
medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la
obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante»;
recordamos en la comunión: «Los que os habéis incorporado a Cristo por
el Bautismo, os habéis revestido de Cristo. Aleluya (Gál 3,27)» y en
la oración final: «Mira Señor con bondad a tu pueblo, y ya que has
querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele
también la resurrección gloriosa».
En el v. 14 se reproducen las palabras del paso del mar Rojo (Ex
15,12): "el Señor es mi fuerza y mi vigor, Él es mi salvación", y ahí
está el fundamento de toda fortaleza cristiana (cf. Jn 16,33), pues
Jesús ha vencido al mundo. Nace un nuevo orden establecido con la
victoria del rey que se canta en los versículos siguientes.
Evangelio (Marcos 16,9-15): "Jesús resucitó en la madrugada, el primer
día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que
había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que
habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír
que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de
esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de
camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero
tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once
discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su
dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto
resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena
Nueva a toda la creación»".
Tenemos un resumen de los Evangelios de la semana, y aparecen las
flaquezas (incredulidad) de los apóstoles (frente a las mujeres
anunciadoras de la resurrección). Pero luego son fuertes, como vemos
en la primera lectura: Al poco tiempo se les encuentra formando una
comunidad ferviente, que proclama con valentía en Jerusalén e incluso
delante del sanedrín que le condenó, que Jesús vive. Evidentemente no
han exagerado. Necesariamente algo ha de haber pasado.
-"Después de esto se mostró en otra forma a dos de ellos que iban de
camino y se dirigían al campo. Estos, vueltos, dieron la noticia a los
demás; ni aun a estos creyeron". Decididamente eran duros de mollera.
Al fin se manifestó a los once, estando recostados a la mesa, y les
reprendió su incredulidad y su terquedad por cuanto no habían creído a
los que le habían visto resucitado. Feliz duda que nos proporciona una
mayor certeza.
Después les dijo: "Id por todo el mundo y predicad la buena nueva a
toda criatura". El envío a la misión. Hay que dar crédito a las
maravillas de Dios... mientras esperamos verlas con toda claridad, al
final" (Noel Quesson).
Nos interrogamos con un optimismo lleno de confianza, sin olvidar los
problemas. No nos dejamos seducir por una perspectiva ingenua, como si
existiera una fórmula mágica para enfrentarnos a los grandes desafíos
de nuestro tiempo. No, no es una fórmula mágica que nos salvará, sino
una persona y la certeza que nos inspira: "Yo estoy con vosotros..."
No se trata, pues, de inventar un "nuevo programa". El programa ya
existe: es el de siempre, sacado del evangelio y de la Tradición viva.
Está centrado, en último término, en Cristo mismo, al que hay que
conocer, amar, imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y para
transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén
celestial... Con todo, es necesario que este programa se traduzca en
orientaciones pastorales adaptadas a las condiciones de cada
comunidad... En las iglesias locales hay que fijar los elementos
concretos de un programa... que permita llegar a las personas con el
mensaje de Cristo y modelar las comunidades, actuar en profundidad,
por el testimonio de los valores evangélicos, en las sociedades y la
cultura... Se trata, pues, de un relanzamiento pastoral lleno de
entusiasmo que nos concierne a todos".
"Hoy, el Evangelio nos ofrece la oportunidad de meditar algunos
aspectos de los que cada uno de nosotros tiene experiencia: estamos
seguros de amar a Jesús, lo consideramos el mejor de nuestros amigos;
no obstante, ¿quién de nosotros podría afirmar no haberlo traicionado
nunca? Pensemos si no lo hemos mal vendido, por lo menos, alguna vez
por un bien ilusorio, del peor oropel. Aunque frecuentemente estamos
tentados a sobrevalorarnos en cuanto cristianos, sin embargo el
testimonio de nuestra propia conciencia nos impone callar y
humillarnos, a imitación del publicano que no osaba ni tan sólo
levantar la cabeza, golpeándose el pecho, mientras repetía: «Oh Dios,
ven junto a mí a ayudarme, que soy un pecador» (Lc 18,13)".

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