lunes, 19 de abril de 2010

SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.


Hechos (6,1-7): "En aquellos días, debido a que el grupo de los
discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista
murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien
atendidas en el suministro cotidiano. Los Doce convocaron al grupo de
los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios
para dedicarnos al servicio de las mesas. Por tanto, elegid de entre
vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este
servicio para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al
ministerio de la Palabra.
La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de
fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas
y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron ante los apóstoles,
y ellos, después de orar, les impusieron las manos.
La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba
mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe".
Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos
de segunda clase respecto a los judíos «de origen». Son problemas
humanos, que también vemos en la Iglesia: los "antiguos" y sus
"privilegios", ante la actitud que ha de ser siempre abierta y
acogedora a los recién llegados. Tensiones que en diversas épocas
pueden ser distintas, estar más a gusto con unos u otros, o de
acuerdo.
a) -"No conviene que abandonemos la Palabra de Dios por servir a las
mesas". Había banquete, es una idea que sugiere regocijo, fiesta,
comunión humana que termina con la comunión del mismo Cristo.
Son siete los elegidos, un número que recuerda los 70 jueces que elige
Moisés para que le ayuden a administrar justicia o los 70 miembros del
Sanedrín. La elección de los siete abre un nuevo apartado de los
Hechos de los Apóstoles, en el que ocupan el primer plano cristianos
procedentes de mundo griego. A partir de ahora, los cristianos se
llamarán "discípulos" en los Hechos. Veremos, de entre los escogidos,
destacar Esteban. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la
oración y al servicio de la Palabra». Es todo un programa de
apostolado. Sin vida interior, sin oración, no es posible una
verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga
cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con
gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida
en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus
dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de
hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se
acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras,
eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar
de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra,
no enciende al que predica».
Cuando aparecen problemas, ¿los resolvemos hablando?
Salmo (32,1-2,4-5,18-19): "Justos, alabad al Señor, la alabanza es
propia de los rectos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su
honor con el arpa de diez cuerdas; pues la palabra del Señor es
eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; Él ama la justicia y el
derecho, la tierra está llena del amor del Señor. Pero el Señor se
cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, para
librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre. Que tu
misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti."
Jesús resucitado quiere salvarnos de todo lo que es negativo en
nuestra vida. Se nos exige una confianza absoluta en la misericordia
del Señor. En este sentido hay que entender la mirada amorosa de Dios,
y no como han querido hacernos ver otras veces: "Dondequiera que
vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del
día, el ojo de Dios te mira", comenta san Basilio.

El Evangelio (Juan 6,16-21): "A la caída de la tarde, los discípulos
bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia
Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se
levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos
cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca
caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó
tierra en el lugar al que se dirigían".
La tradición ha visto en esta barca la imagen de la Iglesia,
zarandeada a lo largo de los siglos por el oleaje de las
persecuciones, de las herejías y de las infidelidades. Siempre, desde
el principio sufrió contradicciones, y hoy como ayer se sigue
combatiendo a la Iglesia. Eso nos hace sufrir, pero a la vez nos da
una inmensa seguridad y una gran paz, que Cristo mismo esté dentro de
la barca; vive para siempre en la Iglesia, y por eso, las puertas del
infierno no prevalecerán contra Ella; durará hasta el final de los
tiempos. No nos dejemos impresionar porque ha arreciado la tempestad
contra nuestra Madre, porque perderíamos la paz, la serenidad y la
visión sobrenatural. Cristo está siempre cerca de nosotros, de cada
uno, y nos pide confianza.
La Iglesia durará hasta el fin del mundo, y no habrá cambio sustancial
en su doctrina, en su constitución o en su culto. La razón de la
permanencia de la Iglesia está en su íntima unión con Cristo, que es
su Cabeza y Señor. Después de subir a los cielos envió a los suyos el
Espíritu Santo para que les enseñe toda la verdad, y cuando les
encargó predicar el Evangelio a todas las gentes, les aseguró que Él
estaría siempre con ellos hasta el final del mundo. La fe nos
atestigua que esta firmeza en su constitución y en su doctrina durará
siempre, hasta que Él venga. Los ataques a la Iglesia, los malos
ejemplos, los escándalos, nos llevarán a amarla más, a rezar por esas
personas y a desagraviar. Permanezcamos siempre en comunión con Ella,
fieles a su doctrina, unidos a sus sacramentos, y dóciles a la
jerarquía.
Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, san Juan nos
trae este relato de una acción misteriosa de Jesús: alcanza a sus
discípulos, a media noche, caminando sobre las aguas del lago en medio
de las cuales ellos bregan contra la tempestad. En el momento de
alcanzarlos, cuando ellos, asustados, quieren hacerlo subir a bordo,
la barca toca tierra. Es uno de los llamados "milagros sobre la
naturaleza", diferentes de las curaciones y los exorcismos y mucho
menos numerosos. Jesús acaba de manifestarse como el Profeta, como
Moisés o Eliseo, que alimenta al pueblo en el desierto, de forma
generosa y milagrosa. Ahora, caminando sobre las aguas del lago, no
puede ser otro que el Señor del universo, creador y ordenador de las
fuerzas del mundo que, como tantas veces es descrito en el AT, domina
las aguas del caos, envía la lluvia a la tierra, hace pasar a su
pueblo, sin mojarse los pies, a través del Mar Rojo. El mismo que se
sienta por encima de la tormenta y cuyos caballos pisotean el océano
sin dejar rastro de sus huellas. Por eso la palabra de Jesús para
calmar a sus discípulos es muy significativa: "Yo soy, no tengan
miedo". El "Yo soy" nos remite al nombre mismo de Dios tal y como lo
reveló a Moisés al pie de la zarza. Esto significa que los cristianos
entre los cuales se formó y difundió inicialmente el evangelio de san
Juan, afirmaban la divinidad de Jesucristo, parangonable a Dios, el
Padre, partícipe de sus atributos. Y esto gracias a la fe en la
resurrección por la cual Dios había exaltado a Jesús manifestándolo
como su hijo muy amado.
Jesús llega inesperadamente caminando sobre las aguas, para auxiliar a
los Apóstoles que se encontraban llenos de pavor, para robustecer su
fe débil y para darles ánimos en medio de la tempestad. En nuestra
vida personal no faltarán tempestades. Con el Señor, mediante la
oración y los sacramentos, las tormentas interiores se tornan en
ocasiones de crecer en fe, en esperanza, en caridad y fortaleza. Con
el tiempo comprenderemos el sentido de estas dificultades. Siempre
contaremos con la ayuda de nuestra Madre del Cielo, especialmente
cuando lo pasamos mal. No dejemos de acudir a Ella" (Francisco
Fernández Carvajal-Tere Correa).
b) "No tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho esta
expresión del Señor: "Cristo dirigió muchas veces esta invitación a
los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No
tengas miedo". Y esto mismo a José: "No tengas miedo". Cristo lo dijo
a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente
después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba
cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que
veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo
cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se
les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la
Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho
desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis
miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente
enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo
Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de
nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial
viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre
pecador!" Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta
verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La
advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está
respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que
dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!"
Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de
hombres". ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual;
los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos
cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto
viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo
mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay
dentro de cada hombre"". Así lo decía también en el último encuentro
de los jóvenes: "¡Queridos jóvenes! Cada vez más me doy más cuenta de
cómo fue providencial y profético el que este día, Domingo de Ramos y
de la Pasión del Señor, se convirtiera en vuestra jornada. Esta fiesta
contiene una gracia especial, la de la alegría unida a la Cruz,
sintetiza el misterio cristiano. Os digo hoy: continuad sin cansaros
el camino emprendido el camino emprendido para ser por doquier
testigos de la Cruz gloriosa de Cristo. ¡No tengáis miedo! Que la
alegría del Señor, crucificado y resucitado, sea vuestra fuerza, y que
María Santísima esté siempre a vuestro lado".
¡Qué poca fe la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad!
Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias: enfermedad,
trabajo, reveses de fortuna, contradicciones del ambiente. Olvidamos
que Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad. Debemos aumentar
nuestra confianza en Él y poner los medios humanos que están a nuestro
alcance. Jesús no se olvida de nosotros: "nunca falló a sus amigos"
(Santa Teresa). Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos;
siempre llega, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento
oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular
fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. "Si no
le dejas, Él no te dejará" (J. Escrivà). Y nosotros le decimos que no
queremos dejarle. " Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros
ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios
habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es
accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo
permanente" (Id.) Esta es la medicina para barrer, de nuestras vidas,
miedos, tensiones y ansiedades. En toda nuestra vida, en lo humano y
en lo sobrenatural, nuestro "descanso", nuestra seguridad, no tiene
otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Esta realidad es
tan profunda que afecta al mismo hombre, hasta tal punto de que Santo
Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser.
Dios es un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y ha
puesto un Ángel para que nos guarde en todos los caminos. En la
tribulación acudamos siempre al Sagrario, y no perderemos la
serenidad. Nuestra Madre nos enseñará a comportarnos como hijos de
Dios; también en las circunstancias más adversas.
"Soy yo, no tengáis miedo", hemos de sentir esa palabra de Jesús que
nos da confianza. "¿Quién no ha pasado por una situación idéntica? Se
ha cerrado la noche, el viento nos es contrario, el mar de la vida se
encrespa y todo parecen ser dificultades, y cuando aparece el fantasma
resulta que el susto se transforma en el encuentro esperado, que nos
descubre que todo está en su sitio, y que ya llegamos a la meta de la
que nos parecía estar tan lejos... Situaciones de noche cerrada y mar
contrario… El ser humano es un ser que no puede caminar por la vida a
la fuerza, contra el viento y contra el mar, en noche cerrada... Eso
sólo en algunos momentos. No se puede convivir con los fantasmas de la
noche... Confianza en la vida, en la gente, en sí mismo (autoestima) y
también en Él, el único fantasma que nos puede decir insinuantemente:
«Soy yo»... Cuando el sinsentido, la mala suerte, el absurdo, o la
culpa nos cierran el paso y nos parece estar perdidos, como aquellos
discípulos, es bueno descubrir que tras esos fantasmas muchas veces es
Dios mismo quien nos prueba, y quien llegado el momento nos mira con
amor y nos dice «Soy yo, no temas» (Juan Mateos-Jesús Peláez; "Diario
Bíblico").
c) Esta noche fatídica del pánico por la mar encrespada y, además, por
la visión de Jesús que se les acerca caminando sobre las aguas, es
motivo para pensar en nuestros miedos y oír las palabras
tranquilizadoras: «soy yo, no temáis». Como en el caso de las pescas
milagrosas, cuando no está Jesús con ellos, es inútil su esfuerzo y no
tienen paz. Cuando se acerca Jesús, vuelve la calma y el trabajo
resulta plenamente eficaz. Cuando se hace de noche en todos los
sentidos, cuando arrecia el viento contrario y se encrespan los
acontecimientos, cuando se nos junta todo en contra y perdemos los
ánimos y a Jesús no lo tenemos a bordo -porque estamos nosotros
distraídos o porque Él nos esconde su presencia- no es extraño que
perdamos la paz y el rumbo de la travesía. Si a pesar de todo,
supiéramos reconocer la cercanía del Señor en nuestra historia, sea
pacífica o turbulenta, nos resultaría bastante más fácil mantener o
recobrar la calma. Cada vez que celebramos la Eucaristía, el
Resucitado se nos hace presente en la comunidad reunida, se nos da
como Palabra salvadora, y -lo que es el colmo de la cercanía y de la
donación- Él mismo se nos da como alimento para nuestro camino. Es
verdad que su presencia es siempre misteriosa, inaferrable, como para
los discípulos de entonces. Pero por la fe tenemos que saber oír la
frase que tantas veces se repite con sus variaciones en la Biblia:
«soy yo, no temáis». Llegaríamos a la playa con tranquilidad, y de
cada Misa sacaríamos ánimos y convicción para el resto de la jornada,
porque el Señor nos acompaña, aunque no le veamos con los ojos humanos
(J. Aldazábal).
d) «Tú has querido hacernos hijos tuyos: míranos siempre con amor de
padre", para que "alcancemos la libertad verdadera y la herencia
eterna» (oración), y «que esta Eucaristía nos haga progresar en el
amor» (comunión), en medio de la oscuridad de la noche: "En el mar
trazaste tu camino, tu paso en las aguas profundas, y nadie pudo
reconocer tus huellas". El mar, símbolo de las potencias malignas, es
vencido por Jesús, como fue vencido antes por Dios en la creación, en
el éxodo, en el combate escatológico (León-Dufour). Él nos hará llegar
rápida y seguramente al puerto" ("Diario Bíblico"). Este es el motivo
de los milagros que Jesús realiza, afianzar nuestra fe: «Mas Jesús
llevaba, por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel
hermoso espectáculo a que mejorasen en sus costumbres. ¿Cómo no pensar
entonces en que se ofrecía a sí mismo como ejemplo de la vida más
santa, no sólo ante sus auténticos discípulos, sino también ante los
otros? Ante sus discípulos, para moverlos a enseñar a los hombres
conforme a la voluntad de Dios; ante los otros, para que enseñados a
la par por la doctrina, vida y milagros cómo habían de vivir, todo lo
hicieran con intención de agradar a Dios sumo» (Orígenes). "El miedo
llamó a mi puerta; / la fe fue a abrir / y no había nadie" (Juan
Carlos Martos). "Jesús no es un fantasma, ni la figura de un Dios que
venga a causarnos terror. Él es el Dios que se hace cercanía a
nosotros siempre; y en los momentos más difíciles de nuestra vida no
podemos espantarnos pensando que el Señor se nos ha acercado para
castigarnos a causa de nuestros pecados. Dios se acerca constantemente
a nosotros, especialmente, de un modo culminante, en la Eucaristía. Su
paz es nuestra paz; ojalá no perdamos la paz a causa de volver a
desviar nuestros caminos de Él. El Señor nos alimenta con su Palabra y
con su Pan de Vida eterna. Nosotros nos alegramos porque, a pesar de
que muchas veces vivimos lejos de Él, ahora nos recibe en su casa para
perdonarnos y para sentarnos a su mesa. Pero el Señor al llenarnos de
su Vida y al hacernos partícipes de su salvación, nos quiere
comprometidos con nuestro mundo para manifestarle el rostro amoroso de
Dios, que se acerca para socorrer a los necesitados y para remediar
los males de los que sufren. Por eso nuestra Eucaristía se convierte
para nosotros en un auténtico compromiso que nos ha de llevar a
cumplir con la misma Misión que el Padre Dios encomendó a su Hijo y
que el Hijo nos encomendó a nosotros. También nosotros hemos de llevar
esta presencia. Nosotros, por voluntad de Dios, hemos de ser la
cercanía amorosa de Dios para nuestro prójimo
(www.homiliacatolica.com).

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