Nabucodonosor al ver que Sadrac, Mesac y Abed-Negó no adoraban a sus
dioses y la estatua de oro los echó dentro de un horno de fuego
ardiente, porque ellos respondieron: "Nuestro Dios, a quien servimos,
puede salvarnos del horno de fuego ardiente y nos librará de tus
manos. Y aunque no lo haga, ten por sabido, rey, que nosotros no
serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que tú has
erigido". Nabucodonosor se llenó de furor y la expresión de su rostro
se alteró frente a Sadrac, Mesac y Abed-Negó. El rey tomó la palabra y
ordenó activar el horno siete veces más de lo habitual. Luego ordenó a
los hombres más fuertes de su ejército que ataran a Sadrac, Mesac y
Abed-Negó, para arrojarlos en el horno de fuego ardiente. Entonces el
rey Nabucodonosor, estupefacto, se levantó a toda prisa y preguntó a
sus consejeros: «¿No hemos echado nosotros al fuego a estos tres
hombres atados?» Respondieron ellos: «Indudablemente, oh rey.» Dijo el
rey: «Pero yo estoy viendo cuatro hombres que se pasean libremente por
el fuego sin sufrir daño alguno, y el cuarto tiene el aspecto de un
hijo de los dioses» Y vio el rey que un ángel los salvó, y exclamó:
«Bendito sea el Dios de Sadrak, Mesak y Abed-Negó, que ha enviado a su
ángel a librar a sus siervos que, confiando en Él, quebrantaron la
orden del rey y entregaron su cuerpo antes que servir y adorar a
ningún otro fuera de su Dios".
En los tiempos de Antíoco, los judíos fueron obligados a venerar otros
dioses, pero hubo quienes no quisieron acatar el mandamiento del rey,
y algunos fueron torturados. También responderá así san Pedro: «Es
preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). Es un
canto de libertad en medio de la esclavitud (el Evangelio de hoy
profundizará más en lo que es la libertad verdadera). Es precioso el
ejemplo de fortaleza que nos dan esos tres jóvenes del horno de
Babilonia, que en un ambiente hostil, pagano, saben pensar por libre,
por encima de las órdenes y amenazas de la corte real en la que
sirven. Las personas coherentes son admiradas y por eso su cántico es
propuesto como modelo de hombres libres, mártires (J. Aldazábal). En
"El señor de los anillos" se ve cómo la Comunidad lucha contra los
malvados para cumplir una misión y es un ejemplo de cómo unos débiles
hobbits unidos a otros más poderosos, formando una comunidad, pueden
afrontar esos poderes del mal y liberar a tantos ignorantes. Han
hallado un Sentido, una razón de vivir que es más importante que su
propia vida, un ideal. La muerte misma no les condiciona, no les da
miedo, no empaña su libertad, ni es capaz de doblegarles. La historia
está hecha por la gente sencilla, y algunos son escogidos para grandes
cosas (como muestran los niños de las apariciones de Lourdes y
Fátima), es el mundo de los sencillos, que creen, que son fieles a esa
misión divina (también Juan Diego, ante la Virgen de Guadalupe). Y
ante los ataques y calumnias, «atados»... cantan como los 3 jóvenes:
«Bendito eres, Señor Dios de nuestros padres, a Ti el honor y la
gloria para siempre». No se encadena al espíritu. Podemos preguntarnos
en nuestro examen: ¿Tengo yo ese sentimiento de que es Dios quien me
libera? Jesús en la cruz, sujetado también, clavado en la madera...
era total e íntimamente libre. Señor, concédenos seguirte libremente,
incluso si es preciso ir contra la corriente.
Las ocasiones de heroísmo son excepcionales. El martirio en su forma
violenta se presenta raras veces, pero el martirio del día a día es
más importante: permanecer fiel en cumplir los compromisos
aceptados... levantarse por la mañana, estudiar cuando toca… no
comerse las uñas, no pelearse, hacer las paces enseguida, bajar la
basura, obedecer a la primera, dar un beso a mamá cuando la hemos
hecho enfadar, combatir contra un defecto que nos hace sufrir...
reemprender la resolución mil veces hecha. Señor, no confío en mí...
creo y confío en Ti... (Noel Quesson). Con la ayuda de la gracia, como
decimos en la Entrada: «Dios me libró de mis enemigos, me levantó
sobre los que resistían y me salvó del hombre cruel». Y es lo que
pedimos, acabando este tiempo de preparación, en la Colecta: «Ilumina,
Señor, el corazón de tus fieles, purificado por las penitencias de
Cuaresma; y Tú que nos infundes el piadoso deseo de servirte, escucha
paternalmente nuestras súplicas». Pedimos obrar como justos, que obran
libremente, por amor a Dios. Dice San Jerónimo: «Él, que promete estar
con sus discípulos hasta la consumación de los siglos, manifiesta que
ellos habrán de vencer siempre, y que Él nunca se habrá de separar de
los que creen».
Estos tres son mártires en vistas de Jesús. Orígenes dirá: «El Señor
nos libra del mal no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla
valiéndose de sus mil artes, sino cuando vencemos arrostrando
valientemente las circunstancias». Todo es figura de Cristo en su
Pasión. El fuego no toca a sus siervos. El condenado, el vencido, se
levanta glorioso al tercer día de entre los muertos.
La Iglesia desde sus primeras persecuciones vio en los tres jóvenes
arrojados al horno de Babilonia su propia imagen: los jóvenes
perseguidos, castigados, condenados a muerte, perseveran en la
alabanza divina y son protegidos por una brisa suave que los inmuniza
del fuego mortal. También la Iglesia, en medio de sus persecuciones
continúa alabando al Señor con el Cántico de Daniel: «A Ti gloria y
alabanza por los siglos. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros
padres... Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito eres en el
templo de tu santa gloria. Bendito sobre el trono de tu reino. Bendito
eres Tú, que sentado sobre querubines, sondeas los abismos. Bendito
eres en la bóveda del cielo. A Ti gloria y alabanza por los siglos».
La fe, el testimonio de estos jóvenes, capaces de arriesgarlo todo,
hasta su propia vida, por su confianza absoluta en Dios, es algo
maravilloso. Y no dependen de una especie de "negocio" con Dios, pues
su oración es madura, no depende de los resultados: confían en Dios,
pero no piden un milagro y que los salve, quieren ser fieles aun con
la consecuencia de morir por ello. Sobrecogido de temor, el tirano
descubre que hay un poder por encima de su poder, sucede con
frecuencia que la fe, en su debilidad frente al poder externo,
convierte con su fuerza interior. Las dificultades abren paso a la fe,
la virtud mejora en la dificultad, a veces necesitamos que se arruinen
nuestros planes para que admiremos la sabiduría, bondad y poder de Sus
planes. A veces, ser vencidos es la única forma de salir ganando. La
fidelidad, dirá Jesús, es lo que define al creyente: "Si permanecéis
fieles a mi palabra..." San Alfonso María de Ligorio dice de los
mandamientos: "¿pesan al cristiano los divinos mandamientos? Sí, como
al ave sus alas". Las alas pesan, pero las alas son vuelo, vida.
Unirse a la palabra de Dios, Jesús, "es vuelo, es vida, y es libertad"
(Fray Nelson).
"Bendito eres en la bóveda del cielo: a Ti honor y alabanza por los
siglos": se siente el alma agradecida "no sólo por el don de la
creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado
paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo.
Un cuidado paterno que permite ver con ojos nuevos a la misma creación
y permite gozar de su belleza, en la que se entrevé, como distintivo,
el amor de Dios. Con estos sentimientos, Francisco de Asís contemplaba
la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda
belleza. Espontáneamente la imaginación considera que el santo de Asís
debió experimentar el eco de este texto bíblico cuando, en San Damián,
después de haber alcanzado las cumbres del sufrimiento en el cuerpo y
en el espíritu, compuso el "Cántico al hermano sol.""
Engarzada esta luminosa oración en forma de letanía, el cántico de las
criaturas es de acción de gracias, por todas las maravillas del
universo. El hombre se hace eco de toda la creación para alabar y dar
gracias a Dios. "El dolor rudo y violento de la prueba desaparece,
parece casi disolverse en presencia de la oración y de la
contemplación. Precisamente esta actitud de confiado abandono suscita
la intervención divina… Las pesadillas se deshacen como la niebla ante
el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado cuando
todo el ser humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y
esperanza. Esta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa,
cuando está llena de abandono en Dios, providente y redentor".
Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en
mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros
somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie.
¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad,
en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el
esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda
para siempre. Así pues, si el Hijo os da la libertad, seréis realmente
libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de
matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he
visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde
vuestro padre». La palabra de Jesús es como la señal de tráfico para
la vida del creyente. La señal única y definitiva. La que nos lleva al
cielo: "Conoceréis la verdad y la verdad os haré libres". Esta
maravillosa sentencia de Jesús de la verdad que hace libres, forma ya
parte del mejor patrimonio de la humanidad. Últimamente han dicho que
es al revés, que es la libertad lo que nos hace verdaderos, en
realidad son las dos cosas, la verdad nos hace libres y la libertad ha
de ser la base de nuestra verdad, pues no puede ir una sin la otra y
sin la belleza.
¡Estar en casa! Estar siempre en la casa del Padre, siempre con Dios,
como recordábamos ayer, ese Dios que "soy el que soy con vosotros",
Dios aquí presente, en mi vida y nuestra historia: "Si el Hijo os
libera, seréis verdaderamente libres". Sucedía alguna vez que "un hijo
de la casa", tramaba amistad con uno de sus esclavos, y sentía el
deseo de "liberarle"... para que no continuara en situación de
dependencia humillante. Es lo que ha hecho Jesús con nosotros. Nos ha
introducido en "su casa", en "su familia". Como en la historia de
"Príncipe y mendigo", por amistad se cambian y el mendigo vive en la
casa del Rey. Él nos ha liberado, redimido. En aquel momento, los
criados podían ser despedidos en cualquier momento, mientras que los
miembros de la familia estaban firmemente vinculados a la casa. El
Hijo nos saca de servidumbres, y trae la verdadera libertad y la
regala; pero esto no significa que podemos abusar, pues sentirse
libres requiere vivir la vida de Jesús, darse: "A vosotros, hermanos,
os han llamado a la libertad, pero que esa libertad no dé pie a los
bajos instintos. Al contrario, que el amor os tenga al servicio de los
demás" (Gal 5,13-14). La libertad característica del cristiano es la
libertad de amar. "Soy libre, cierto, nadie es mi amo; sin embargo, me
ha puesto al servicio de todos" (1Co 9,19). Dice san Agustín: "La
libertad es un placer. Mientras que tú haces el bien por miedo, no
gozas de Dios. Mientras que estés obrando como un esclavo no puedes
disfrutar. Que Dios te fascine y entonces serás libre", y aquí
acabamos este itinerario de libertad, que se activa en el amor.
¿Hago yo esta experiencia? ¿Siento que el pecado me ata, me encadena?
San Pablo decía: "No hago el bien que quisiera, y hago el mal que no
quisiera... ¿Quién me librará?" (Rm 7,24). Señor: ¡Dame amor a esta
Palabra, libérame, Señor! ¡Libre! Palabra preciosa que muchos artistas
han querido retratar, como Matisse (en "La danza"), el padre del color
quiso ir más allá de la impresión, captar la naturaleza y la persona
en su mundo interior, pero pienso que su visión naturalista es muy
pobre, cuando capta sólo un aspecto de la alegría de vivir, no ha
podido reflejar lo que en profundidad significa ¡ser libre!, que es
tener holgura interior, sin trabas ni obstáculos, sin tantas cosas que
me encadenan: mis hábitos, mis límites, mis pecados... y esto no se
consigue dejando los instintos de forma natural sino con la educación
de las virtudes, la libertad es una conquista, un trabajo, como un
cuadro, dejando que el pincel, cada uno, sea llevado por Dios: con
esfuerzo y gracia: Hazme libre, Señor. La Cuaresma es un tiempo muy a
propósito para la liberación. Hoy, ¿de qué atadura procuraré
liberarme? ¿Qué cadenas voy a romper con tu ayuda? En la mili había
una garita del puesto donde hacía guardia el soldado, y allí,
aburrido, dibujaba en la pared. En mi turno vi los dibujos, incluso
poesías, que habían pintado otros. En uno de los dibujos, de unas
manos que rompían unas cadenas, había al lado una poesía o algo así,
que decía: "no morirá jamás / quien de esclavo se libera / rompiendo
para ser libre / con su vida / cadenas". Se ve que era alguien que
estaba allí obligado, pero por dentro se sentía libre, volaba… Esta es
la Gracia.
Hace unos años dos amigos que estaban haciendo vela cerca de Bakio
fueron llevados por una corriente mar adentro. Tan solo uno de ellos
llevaba chaleco salvavidas y éste preguntó a su amigo: "¿Estás en
gracia?". El otro reconoció que no, y el primero le dio su salvavidas
porque él tenía a Jesús en el alma: Si se ahogaba iría al Cielo.
¿Te das cuenta de lo importante que es estar en gracia, como este
chico que se arriesgó a morir ahogado para que su amigo pudiese vivir
con Jesús en el alma? Cuando le acusaban a Juana de Arco de que no
tenía gracia de Dios, los malvados, ella con sencillez contestó: "pues
le pido a Dios que me dé su gracia ahora mismo". Nosotros sabemos que
si hacemos un pecado basta pedir perdón para que el Señor nos dé su
gracia, pero que para ser fieles el acto de contrición lleva el
propósito de la confesión. Jesús dijo que Dios vive en el alma que
está en gracia: vive conmigo ayudándome, dándome luz para entender,
fuerza para luchar y vencer, deseos buenos, amor y comprensión, etc.
Viviendo Dios en mí, Dios me da una vida nueva y distinta. Por eso,
vivir en gracia es lo más importante: porque es vivir con Dios. Pide
que tus amigos y familia vivan siempre en gracia de Dios. Continúa
hablándole a Dios con tus palabras (José Pedro Manglano).
"Yo hablo lo que he visto en el Padre". Jesús es perfectamente libre,
porque es perfectamente Hijo. Ama, y es libre porque ama: no está
apegado a sí mismo. Nada le detiene. Ningún egoísmo. Ningún obstáculo
al amor.
"Yo no he venido de mí mismo". El amor hace salir de uno, ¡libera!
Amar al solo Dios verdadero. Someterse al solo Dios verdadero. Es el
único medio de no estar sometido a nadie, sino a Dios, y de liberarse
de cualquier ídolo. Líbrame, Señor, de mis ídolos, de todo lo que no
tiene valor verdadero alguno, de todo lo que obstaculiza mi libertad
(Noel Quesson).
Cuando rezamos el Padrenuestro deberíamos decir esas breves palabras
con un corazón esponjado, un corazón no sólo de criaturas o de
siervos, sino de hijos que se saben amados por el Padre y que le
responden con su confianza y su propósito de vivir según su voluntad.
Es la oración de los que aman. De los libres (J. Aldazábal). «El
sacramento que acabamos de recibir sea medicina para nuestra
debilidad» (comunión); «Dios nos ha trasladado al Reino de su Hijo
querido, por cuya sangre hemos recibido la Redención, el perdón de los
pecados» (Ant. Comunión: Col 1,13-14). San Agustín dice: «Eres, al
mismo tiempo, siervo y libre: siervo porque fuiste hecho, libre porque
eres amado de Aquel que te hizo, y también porque amas a tu Hacedor».
Al terminar nuestra oración acudimos a la Virgen para que nos enseñe a
vivir nuestra vocación de libertad –don y tarea- con Cristo en medio
de nuestra vida ordinaria, con la mirada puesta en el cielo, en la
libertad completa.
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