El Viernes Santo es la jornada que recuerda la pasión, crucifixión y
muerte de Jesús. "En este día, comentaba Benedicto XVI- la liturgia de
la Iglesia no prevé la celebración de la santa misa, pero la asamblea
cristiana se reúne para meditar en el gran misterio del mal y del
pecado que oprimen a la humanidad, para recorrer, a la luz de la
Palabra de Dios y ayudada por conmovedores gestos litúrgicos, los
sufrimientos del Señor que expían este mal. Después de haber escuchado
la narración de la pasión de Cristo, la comunidad reza por todas las
necesidades de la Iglesia y del mundo, adora a la Cruz y se acerca a
la Eucaristía, consumando las especies conservadas de la misa en la
Cena del Señor del día precedente. Como invitación ulterior a meditar
en la pasión y muerte del Redentor y para expresar el amor y la
participación de los fieles en los sufrimientos de Cristo, la
tradición cristiana ha dado vida a diferentes manifestaciones de
piedad popular, procesiones y representaciones sagradas, que buscan
imprimir cada vez más profundamente en el espíritu de los fieles
sentimientos de auténtica participación en el sacrificio redentor de
Cristo. Entre éstos, destaca el Vía Crucis, ejercicio de piedad que
con el paso de los años se ha ido enriqueciendo con diferentes
expresiones espirituales y artísticas ligadas a la sensibilidad de las
diferentes culturas. De este modo han surgido en muchos países
santuarios con el nombre de «calvarios» hasta los que se llega a
través de una salida empinada, que recuerda el camino doloroso de la
Pasión, permitiendo a los fieles participar en la subida del Señor al
Monte de la Cruz, el Monte del Amor llevado hasta el final".
Se trata de contemplar -como recomienda San Ignacio "como si presente
me hallare"- el misterio de la muerte en cruz del Hijo de Dios, de
Jesús, hermano y redentor nuestro. Un misterio, lleno de sentido
salvador para cada hombre, que no requiere hoy tanto exhortaciones
sentimentales ni explicaciones doctrinales, como hondura de fe.
Misterio a contemplar, misterio para vivir.
Las Siete palabras recogen esta misericordia divina que vierte Jesús
en los últimos momentos: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,
43). Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón con fe te implora tu piedad: / yo
también de mi maldad te pido, Señor, perdón. / Si al ladrón
arrepentido das un lugar en el Cielo, / yo también, ya sin recelo la
salvación hoy te pido.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta
generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de
tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a
asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten
piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me
encuentre en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre
preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante
que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu
empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el
premio de tu eterna compañía.
"He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre" (Jn 19, 26). Jesús en su
testamento a su Madre Virgen da: / ¿y comprender quién podrá de María
el sentimiento? / Hijo tuyo quiero ser, sé Tu mi Madre Señora: / que
mi alma desde a ahora con tu amor va a florecer.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y, olvidándome
de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre
dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor
confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con las
agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual
momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi
corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu
preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna
condenación, tantas veces merecida por mis pecados.
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46).
Desamparado se ve de su Padre el Hijo amado, / maldito siempre el
pecado que de esto la causa fue. / Quién quisiera consolar a Jesús en
su dolor, / diga en el alma: Señor, me pesa: no mas pecar.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento
tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con
invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono
de tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están
agonizando, y de mí cuando me haye también el la agonía; y por los
méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia
todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu
servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido
a Ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo lo mas cerca de Ti
tu triunfo eterno.
"Tengo sed" (Jn 19,28). Sed, dice el Señor, que tiene; para poder
mitigar / la sed que así le hace hablar, darle lágrimas conviene. /
Hiel darle, ya se le ha visto: la prueba, mas no la bebe: / ¿Cómo
quiero yo que pruebe la hiel de mis culpas Cristo?
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento
con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos
los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino
Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están
agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos
de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo
y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a desfallecer
con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad.
"Todo está consumado" (Jn 19,30). Con firme voz anunció Jesús, aunque
ensangrentado, / que del hombre y del pecado la redención consumó. / Y
cumplida su misión, ya puede Cristo morir, / y abrirme su corazón para
en su pecho vivir.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su
altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra
de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a
ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están
agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los
méritos de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra
salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al
final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta
correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo,
aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). A su eterno
Padre, ya el espíritu encomienda; / si mi vida no se enmienda, ¿en qué
manos parará? / En las tuyas desde ahora mi alma pongo, Jesús mío; /
guardaría allí yo confío para mi última hora.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste
la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu,
para inclinar después la cabeza y morir; ten piedad de todos los
hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa
tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que
te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis
pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad
para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.
Stabat Mater dolorosa… La Dolorosa allí estaba, / junto a la Cruz: y
lloraba / mientras el Hijo moría.
Su alma fiel y amorosa, / traspasaba dolorosa / una espada de agonía.
Sola, triste y afligida / se vio la madre querida / de tantos tormentos llena.
Cuando ante sí contemplaba / y con firmeza aceptaba / del Hijo amado la pena.
¿Y qué hombre no llorara / si a la Virgen contemplara / sumergida en tal dolor?
¿Y quién no se entristeciera, / si así, Madre, te sintiera / sujeta a
tanto rigor?
Por los pecados del mundo / vio en su tormento tan profundo / a Jesús
la dulce Madre.
Ve morir desamparado / a Cristo, su Hijo amado, / dando el espíritu al Padre.
Oh Madre, fuente de amor / hazme sentir tu dolor / para que llore contigo.
Que siempre, por Cristo amado / mi corazón abrazado, / más viva en él
que conmigo.
Para que a amarle me anime / en mi corazón imprime / las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora, / divide conmigo ahora / las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar / y poder participar / de sus penas, mientras vivo.
Siempre acompañar deseo / en la Cruz, donde le veo, / tu corazón compasivo.
Virgen de vírgenes santa, / llore yo con fuerza tanta, / que el
llanto, dulce me sea.
Que su pasión y su muerte / haga mi alma mas fuerte, / y siempre sus penas vea.
Haz que su cruz me enamore; / que en ella viva y adore, / con un
corazón propicio.
Su verdad en mi encienda / y contigo me defienda / en el día del gran Juicio.
Haz que Cristo con su muerte / sea mi esperanza fuerte / en el supremo vaivén.
Que mi cuerpo quede en calma / y con él vaya mi alma / a la eterna gloria. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario