Cámbiate por Jesús. Barrabás es un personaje del evangelio que no
parece muy importante, pero si nos fijamos, cada uno de nosotros
estamos representados por él. Cuando Barrabás iba a morir por haber
matado a un soldado, Jesús apareció y le cambiaron por él, y murió
Jesús en vez de Barrabás. El Señor se cambió por cada uno de nosotros
para que no muriéramos a la vida del alma y para que pudiéramos nacer
de nuevo a la vida de la gracia después del pecado, nacer a la vida
para poder ir también al cielo. Todo lo que hizo fue para que
tuviéramos la oportunidad de amarle.
Y los hombres hemos pagado ese amor tuyo, Señor, con pecados y faltas
de amor. Jesús sabía que íbamos a pagarle así, que íbamos a serle
desagradecidos, y aun así decidió entregarse para que le amáramos.
Puedes imaginarte ahora tú, cambiándote por Jesús en la Cruz de cada
día: faenas que te hacen, enfados, cosas que no te salen, pequeñas
contrariedades... y coger así tu cruz de cada día llevándola con
alegría (José Pedro Manglano). Continúa hablándole a Dios con tus
palabras, o con las pistas de la liturgia que hay más adelante.
Ezequiel anuncia la vuelta de Israel a los momentos de gloria con el
Mesías, después de los sufrimientos del Exilio. Es la continuidad de
la promesa hecha a los patriarcas, a Moisés, a David. Dios establecerá
una Alianza nueva y definitiva de paz y de bienestar con su pueblo
(Misa dominical). En el evangelio de hoy, Jesús es presentado como el
que da su vida «para reunir en la unidad a los hijos de Dios
dispersos». El profeta había ya desarrollado ese tema de la «reunión
de los dispersados», cuando el exilio en Babilonia. Estar juntos.
Estar de acuerdo. Amar y ser amados. Sin embargo, la humanidad siempre
ha sido desgarrada, y los conflictos de hoy son, sin duda, más
profundos que nunca. Pero la aspiración subsiste como un anhelo de
felicidad. ¿Cuál es el hombre que no prefiere la "caricia" al
«puñetazo»? ¿Cuál es el niño que no prefiere la paz familiar a la
discordia entre sus padres? Dios se presenta como «el que procura la
unión». «Voy a congregarlos...» Él mismo es, en sí mismo, un misterio
de unidad: Tres constituidos en uno. Dios hizo la humanidad, cada
hombre, a su imagen. Evoco en mi memoria los esfuerzos de los hombres
para vivir más solidarios unos de los otros, para ayudarse mutuamente,
para dialogar. Dios está obrando en ello... Evoco también las
situaciones contrarias: racismos, separatismos, conflictos, silencios,
no querer dar el primer paso, espíritu partidista, orgullo... Perdón,
Señor.
-"No volverán a formar dos naciones, ni volverán a estar divididos en
dos reinos". Estaban reñidos el Reino de Judá al sur y el Reino de
Israel, al norte. Pero tal situación es símbolo de todas las rupturas
entre hermanos, entre esposos, entre naciones, entre grupos sociales,
entre Iglesias. Hijos del mismo Padre, amados del mismo Dios. Toda
ruptura entre hermanos comienza por desgarrar el corazón de Dios. Toda
división entre hombres, hechos para entenderse, comienza por ser
contraria al proyecto de Dios. Y, para la Iglesia, es un escándalo:
"¡que todos sean uno para que el mundo crea!", «os doy un mandamiento
nuevo: amaos los unos a los otros.» «Felices los constructores de paz,
serán llamados hijos de Dios.» ¿Qué llamada es oída más intensamente
por mí a través de esas Palabras de Dios? ¿En qué punto de la
humanidad he de ser «constructor de unidad», lazo de unión, elemento
de diálogo?
-"Yo seré su Dios... y ellos serán mi pueblo... Y las naciones sabrán
que yo soy el Señor, el que santifica a Israel". La reputación de Dios
está comprometida con el testimonio de unidad que da, o que no da, una
«comunidad cristiana». La desunión de los cristianos, el rechazo del
diálogo y de la búsqueda en común... impiden reconocer a Dios. Las
«naciones no sabrán que Él es el Señor» si no se hace ese esfuerzo de
unidad (Noel Quesson).
La lectura del profeta parece más un pregón de fiesta que una página
propia de la Cuaresma. Y es que la Pascua, aunque es seria, porque
pasa por la muerte, es un anuncio de vida: para Jesús hace dos mil
años y para la Iglesia y para cada uno de nosotros ahora. Dios nos
tiene destinados a la vida y a la fiesta. Los que no sólo oímos a
Ezequiel o Jeremías, sino que conocemos ya a Cristo Jesús, tenemos
todavía más razones para mirar con optimismo esta primavera de la
Pascua que Dios nos concede. Porque es más importante lo que Él quiere
hacer que lo que nosotros hayamos podido realizar a lo largo de la
Cuaresma. La Pascua de Jesús tiene una finalidad: Dios quiere, también
este año, restañar nuestras heridas, desterrar nuestras tristezas y
depresiones, perdonar nuestras faltas, corregir nuestras divisiones.
¿Estamos dispuestos a una Pascua así? En nuestra vida personal y en la
comunitaria, ¿nos damos cuenta de que es Dios quien quiere «celebrar»
una Pascua plena en nosotros, poniendo en marcha de nuevo su energía
salvadora, por la que resucitó a Jesús del sepulcro y nos quiere
resucitar a nosotros? ¿Se notará que le hemos dejado restañar heridas
y unificar a los separados y perdonar a los arrepentidos y llenar de
vida lo que estaba árido y raquítico? «Tú concedes a tu pueblo, en los
días de Cuaresma, gracias más abundantes» (oración; J. Aldazábal). Y
en la Postcomunión añadiremos: «Humildemente te pedimos, Señor, que
así como nos alimentas con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, nos des
también parte en su naturaleza divina»…
"Ecce nunc dies salutis! –¡He aquí el día de la salvación!" vamos a
responder al Señor, como nos animaba san Josemaría: "Estoy decidido a
que no pase este tiempo de Cuaresma como pasa el agua sobre las
piedras, sin dejar rastro. Me dejaré empapar, transformar; me
convertiré, me dirigiré de nuevo al Señor, queriéndole como Él desea
ser querido". Cuaresma que ahora nos pone delante de estas preguntas
fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de
santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo
ordinario entre mis compañeros de profesión? "El cristianismo no es
camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los
años". Procuremos aguzar el ingenio –el amor es agudo- para descubrir
que nuestro Padre del Cielo –que tiene como propio perdonar y tener
misericordia- está siempre esperándonos pues desea perdonar cualquier
ofensa para ofrecernos su casa, está feliz cuando el hijo vuelve de
nuevo a Él, se siente realizado cuando el hijo se arrepiente y pide
perdón. Nuestro Señor es tan Padre, que previene nuestros deseos de
ser perdonados, y se adelanta, abriéndonos los brazos con su gracia.
San León Magno nos anima a descubrir nuestro mejor yo en ese amor que
Dios nos ha puesto, esas semillas divinas, así decía: "Que cada uno de
los fieles se examine, pues, a sí mismo, esforzándose en discernir sus
más íntimos afectos".
Y de ahí saldrán propósitos de más sacrificio pues el amor se muestra
ahí, en cosas pequeñas, y ahí también se estropea, con la rutina y
dejadez… "Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no
es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por
contundente que sea: es esa agua menuda, que se mete gota a gota,
entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro
más fuerte para el cristiano es desperdiciar la pelea en esas
escaramuzas sobrenaturales, que calan poco a poco en el alma, hasta
volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de
Dios" (san Josemaría).
«Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino
también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos».
Hoy, de camino hacia Jerusalén, Jesús se sabe perseguido, vigilado,
sentenciado, porque se ha revelado como Hijo de Dios y ha dado "el
anuncio del Reino" pero no han creido y Caifás ha dicho «os conviene
que muera uno sólo por el pueblo y no perezca toda la nación». Se
prepara para «reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos». Nguyen van Thuan decía: "Mira la cruz y encontrarás la
solución a todos los problemas que te preocupan".
Nos encontramos a las puertas de la Semana Santa. Como se suele decir,
el tiempo ha pasado "volando". Hemos hecho el camino de 40 días:
"Caminarán según mis mandatos y cumplirán mis preceptos, poniéndolos
por obra". Sin embargo, si hemos de ser sinceros, y a la vista de las
antífonas de las misas de todos estos días de Cuaresma, en donde se
nos ha invitado a la conversión, a la penitencia, a la penitencia… y a
más penitencia, nos hemos de preguntar: ¿en qué ha consistido esa
reparación, sacrificio o desagravio diario? Yo siempre tengo la
impresión que tenía que haber hecho más. Menos mal que hay una cosa
llamda "tiempo" que con la experiencia de lo vivido puedo seguir
mejorando: mientras hay vida hay esperanza… siempre suelo decir: "esto
no ha salido… todavía".
Jesús "se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada
Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos". El Señor se reúne
con sus íntimos en vísperas de lo que ha de acontecer. La oración, es
la antesala de la penitencia, y ésta la mesa del sacrificio. Pero
Jesús, además de acompañarse de sus discípulos, cuenta contigo y
conmigo, y en ese altar de la Eucaristía se encuentra toda la
humanidad, esperando, una vez más, la pequeña penitencia que hoy
hayamos podido realizar. Sólo así, ganaremos almas para Dios
(Archidiócesis Madrid).
Como un "gong" suenan en los oídos lo que nos ha dicho estos días: "El
que es fiel a mis palabras no morirá para siempre", "tiene ya la vida
eterna": Señor, no quiero más egoísmo, reticencias, cálculo; hazme
como tú, entregado a mi vocación a la que Dios me llama, a la Verdad,
quiero oír que me dices: "Yo soy el Hijo de Dios", y que me devuelves
la pregunta: ¿Y tú quién pretendes ser? ¿Quién pretendes ser, que no
aceptas plenamente mi amor en tu corazón? ¿Quién pretendes ser, que
calculas una y otra vez la entrega de tu corazón a tu vocación
cristiana en tu familia, en la sociedad? ¿Por qué no terminar de
entregarnos? ¿Por qué estar siempre a medio gas? Las ceremonias que la
Iglesia nos va a ofrecer esta Semana Santa no pueden ser simplemente
momentos de ir a Misa, momentos de rezar un poco más o momentos de
dedicar un tiempo más grande a la oración. La Semana Santa es un
encuentro con el misterio de un Cristo que se ofrece por nosotros para
decirnos Quién es. El encuentro, la presencia de Cristo que se me da
totalmente en la cruz y que se muestra victorioso en la resurrección,
tenemos que realizarla en nuestro interior. Tenemos que enfrentarnos
cara a cara con Él. Es muy serio y muy exigente el camino del Señor.
Cristo en la Eucaristía se nos vuelve a dar totalmente. Cada
Eucaristía es el signo de la fidelidad de la promesa de Dios: "Yo
estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo". Dios no se
olvida de sus promesas. Y cuando vemos a un Dios que se entrega de
esta manera, no nos queda otro camino sino buscarlo sin descanso.
Buscarlo sin descanso a través de la oración y, sobre todo, a través
de la voluntad, que una vez que se ha optado por Dios nuestro Señor,
así se mueva la tierra, no se altera, no varía; así no entienda qué es
lo que está pasando ni sepa por dónde le está llevando el Señor, no
cambia. Dios promete, pero Dios también pide. Y pide que por nuestra
parte le seamos fieles en todo momento, nos mantengamos fieles a la
palabra dada pase lo que pase. Romper esto es romper la verdad y la
fidelidad de nuestra entrega a Cristo. Que la Eucaristía abra en
nuestro corazón una opción decidida por nuestro Señor, una gratitud
profunda porque permitió que mi vida, una vez más, lo vuelva a
encontrar, lo vuelva a amar, consciente de que el Señor nunca olvida
sus promesas.
"He aquí mi Cuerpo entregado. He aquí mi Sangre derramada". Jesús se
da para enrolar en su movimiento de amor a toda la humanidad.
"Humildemente, te suplicamos que, participando al Cuerpo y a la Sangre
de Cristo, seamos reunidos en un solo cuerpo". La fraternidad
universal de la familia humana -familia de Dios- es un don del Padre,
que la sangre de Jesús nos ha merecido. La humanidad desgarrada de hoy
tiene siempre la misma necesidad de sacrificio. Racismos. Oposiciones.
Luchas y violencia. La humanidad es un gran cuerpo descuartizado.
Cristo ha dado su vida para que, en Él, la humanidad llegue a ser un
Cuerpo único. ¿Y yo? ¿Trabajo en esa gran obra de Dios?
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María,
nuestra Madre, que nos conceda la gracia de que este tiempo Pascual,
que estamos por celebrar, sea realmente para nosotros un tiempo
especial de gracia, para que, vueltos de nuestros pecados, podamos
participar de la Vida que Dios nos ofrece en Cristo Jesús, y podamos,
así, convertirnos en luz que ilumine el camino de la humanidad hacia
la unión plena con Dios. Amén (homiliacatolica.com)
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