Al comenzar la Misa con "El Señor esté con vosotros", queremos decir
que "Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de sus fieles"
(IGMR). Hoy agradecemos a Dios que nos llene siempre de
misericordia, es una alegría poder celebrarlo cada año en la Pascua, y
queremos vivir más intensamente el bautismo que nos hace hijos de
Dios. Las lecturas pueden ampliar alguno de los puntos (J. Lligadas).
Es hoy también un día dedicado a los recién bautizados, como dice la
antífona de entrada: «Como el niño recién nacido, ansiad la lecha
auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos. Aleluya» (1 Pe
2,2). O bien: «Alegraos en vuestra gloria, dando gracias a Dios. que
os ha llamado al reino celestial. Aleluya» (Esd 2,36-37). La oración
Colecta entra plenamente en la misericordia: «Dios de misericordia
infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con la celebración anual de
las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia,
para que comprendamos mejor que el bautismo nos ha purificado, que el
Espíritu nos ha hecho renacer y que la sangre nos ha redimido», que
sigue con el Ofertorio: «Recibe, Señor, las ofrendas que (junto con
los recién bautizados) te presentamos y haz que, renovados por la fe y
el bautismo, consigamos la eterna bienaventuranza».
Hechos (5,12-16). "Crecía el número de los creyentes, hombres y
mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la
calle, y los ponía en catres y camillas, para que al pasar Pedro, su
sombra por lo menos cayera sobre alguno. Mucha gente de los
alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y poseídos de
espíritu inmundo, y todos se curaban".
En torno a los Apóstoles comienza a formarse la primera comunidad
eclesial, avalada por la fe en la resurrección del Señor Jesús. No
tiene fronteras, como explica San Cirilo de Jerusalén: «La Iglesia se
llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de
la tierra, de uno a otro confín, y porque de un modo universal y sin
defecto enseña todas las verdades de la fe que los hombres deben
conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, terrenas o
celestiales; también porque induce al verdadero culto a toda clase de
hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los
instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda
clase de pecados sin excepción, tanto los internos cuantos los
externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su
nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones
espirituales».
En la antigüedad la sombra es como una proyección de la persona misma:
la fuerza de Jesús es la fuerza de los discípulos; lo mismo que hace
Jesús harán sus discípulos; si él hizo curaciones, los discípulos
también las harán en su nombre. O, dicho en otras palabras, la fuerza
de Jesús resucitado sigue viva en los que creemos en él. Con esta
afluencia de las gentes a la ciudad de Jerusalén, comienza a cumplirse
la segunda parte del programa de los apóstoles que predicaron el
evangelio hasta los confines de la tierra. Va a llegar un momento en
la primitiva Iglesia en que se lancen a predicar fuera de Jerusalén.
Las curaciones de enfermos provocarán la persecución de los misioneros
por parte de los judíos. Y la comunidad cristiana crecerá fuera de
Jerusalén. En definitiva, la fuerza del resucitado llega a todo hombre
que cree ("Eucaristía 1977"), y así pueden proclamar los apóstoles:
«hay que obedecer a Dios antes que a los hombres»! Se sienten libres,
milagrosamente escapados de prisión… ¡Qué Dios éste, que parece que
juega con los hombres, frágiles juguetes en sus manos! ¿Es natural y
no excesiva toda esa seriedad con la que nos acercamos a leer o a
escuchar textos como el de hoy, o como «acogemos» el lenguaje que
habla de Dios? (M. Gallart).
Sal (117,2-4.22-24.25-27a). "Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia… Diga la casa de Israel: eterna es su
misericordia. Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia. Digan
los fieles del Señor: eterna es su misericordia.
La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el
día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación, Señor, danos prosperidad. Bendito el que
viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor; el
Señor es Dios: él nos ilumina".
Fue un Himno que el Señor cantó al finalizar la Ultima Cena: con los
sentimientos que se contienen en él, nuestro Salvador se encaminó
hacia la vía dolorosa que le introduciría en la gloria del día eterno.
Pero ya con anterioridad, Jesús había revelado el significado
mesiánico de este salmo refiriéndose a él en una acalorada discusión
sostenida con los sacerdotes y fariseos que rehusaban admitir en su
Persona al Mesías enviado por Dios. Fue precisamente la Resurrección
la expresión más elocuente de cómo el Padre manifiesta la ternura que
profesa por su Unigénito. ¿Quién podrá asomarse a ese abismo de amor
al Padre que es el Corazón de Cristo? En la angustia tremenda de
Getsemaní, Jesús grita a Dios 'con poderoso clamor y lágrimas'; su
Padre le escucha, está con Él y le auxilia, enviándole un Angel para
que le consuele en su agonía. A la hora de afrontar su Pasión, el
Señor no teme, sabe que los hombres no podrán hacer nada definitivo
contra Él, porque su Padre le resucitará. Este es el modo como Él
mismo verá la derrota de sus enemigos. Pero antes, el designio de su
Padre era permanecer en la Cruz hasta el final. "Si no hubiera
existido esa agonía en la Cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría
por demostrar" (Juan Pablo II).
Es un salmo pascual por excelencia, texto expresivo de la acción de
gracias por la victoria pascual del Señor. "Nada más grande -comenta
S. Agustín- que esta pequeña alabanza: porque es bueno. Ciertamente,
el ser bueno es tan propio de Dios que, cuando su mismo Hijo oye decir
'Maestro bueno' a cierto joven que, contemplando su Carne y no viendo
su Divinidad, pensaba que El era tan sólo un hombre, le respondió:
'¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios'. Con esta
contestación quería decir: Si quieres llamarme bueno, comprende,
entonces, que Yo soy Dios."
Ésta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella. Por
ella ha entrado Pedro, ha entrado Pablo, los Apóstoles, los Mártires,
los Santos de cada día, pero el primero en entrar con el Señor fue el
Buen Ladrón. "En cada salmo profetiza y canta nuestro Señor
Jesucristo, porque 'sólo El tiene la llave de David: Él abre y nadie
cierra, cierra y nadie abre' (Ap 3,7). Pero en el salmo 117 el
misterio de la Resurrección se proclama de un modo palmario. El texto
comienza con la confesión: el Señor es bueno, eterna es su
misericordia. ¡Quién de nosotros, al meditar en lo que la Iglesia
celebra exultante en este salmo -la Pasión, Resurrección y Ascensión
del Señor- no prorrumpirá en aclamaciones, como hicieron los niños que
agitaban los ramos de palmas delante del Señor: Bendito el que viene
en nombre del Señor! (v. 26)" (S. Jerónimo).
"En Palestina los primeros cristianos araban los campos y trabajaban,
y gritaban de tanto en tanto: ¡Alleluia! Y aquellos que conducían las
barcas, cuando se aproximaban, decían: ¡Alleluia! Es decir, que este
grito, que surgía en medio de las acciones profanas, era una especie
de jaculatoria. Pero ¡qué bella jaculatoria ésta, tan breve como
expresiva, tan querida de la espiritualidad cristiana y que tanto
resuena en la Liturgia de la Iglesia! ¡Cómo deberíamos hacerla
nuestra, a modo de recuerdo pascual!" (G. B. Montini).
Se cantaba este salmo cuando se iba a buscar el "agua viva" a la
piscina de Siloé... durante las fiestas en que durante siete días
consecutivos, se vivía en chozas de ramaje en recuerdo de los años de
la larga peregrinación liberadora en el desierto... En el Templo la
alegría se expresaba mediante una "danza" alrededor del altar: en una
mano se agitaba un ramo verde; la otra se apoyaba en el hombro del
vecino, en una especie de ronda... se giraba alrededor del altar
balanceándose rítmicamente y cantando "¡Hosanna! ¡Bendito sea el que
viene en nombre del Señor!"
Sí, Pascua es el "día que el Señor ha hecho". He ahí la ¡obra de Dios!
Vanamente buscaríamos en el pasado la victoria o el acontecimiento
histórico de Israel, en honor de los cuales se compuso esta exultante
"Eucaristía", acción de gracias. Es evidente que el salmista no
conoció a Jesús de Nazaret, su muerte o su Resurrección; pero esperaba
¡al Mesías, al Rey, al ungido, al Christos. Recitando este salmo con
Jesús, el día de Pascua, cantamos la victoria de Dios sobre el mal.
¡Alegrémonos por este día de fiesta! ¡Jesús cantó su propia
Resurrección, esa tarde! (Noel Quesson).
Recuerdo la tarde de domingo de resurrección en el cortile de S.
Damaso en el Vaticano, con Juan Pablo II, que nos recibía al
UNIV'1989. Improvisó un discurso precioso, sobre el día de Pascua y la
palabra Obra de Dios: "Hay una palabra que se repite en estos días y
en toda la octava de Pascua: haec dies quam fecit Dominus. Se podría
meditar mucho sobre el posible alcance de esta breve frase, esta
palabra pascual de la Iglesia: Este es el día que Dios ha hecho. Este
día, este tiempo, es más, esta plenitud de los tiempos que ha venido
de Dios se ha manifestado en la resurrección de Cristo. Es claro que
este evento -la resurrección- no podría venir del hombre, no puede
provenir de lo creado. Vemos que la creación tiende a la muerte, y
también el hombre está destinado a morir en esta tierra, sujeto a las
leyes de lo creado. Derogar las leyes, y causar una vida después de la
muerte no puede hacerlo sino solo Dios. Así se explica simplemente el
contenido pascual de esta palabra: dies quam fecit Dominus.
Pero esta palabra recoge tantos otros conteniodos que se podrían
encontrar reflexionando, meditando, contemplando el día de hoy en el
que vemos la iniciativa de Dios. Vivimos nuestros días, podemos pensar
que todo está determinado por las leyes de la naturaleza, y que
depende de los esfuerzos humanos, a la creatividad del hombre
-opushumanum- todo el mundo, toda la civilización, la cultura, la
ciencia, técnica, todo esto es el hombre. En su lugar, ante este
evento Pascual que es la Resurrección, el hombre debe detenerse y
confesar con franqueza lo que no puede hacer. Este evento supera la
capacidad del hombre. ¿Qué es por tanto este evento? Si el hombre no
sabe pronunciar la palabra Dios, sin duda para él es difícil, buscará
varias explicaciones para no aceptar el acontecimiento. Pero si tiene
el fondo de buena voluntad, si tiene fe, al final dirá: esto es obra
de Dios, Opus Dei…
Este día es la plenitud de los tiempos, es la plenitud de todos los
días, todo momento y todas las edades, este es el día de la
Resurrección, día en que la persona está casi obligada a pensar en
todo, en su conjunto, sobre toda la creación y en sí mismo como sobre
la obra de Dios.
Esta es la fuerza y la profundidad del día de hoy. Este día altera
nuestra manera de pensar, nuestra manera de vivir y actuar y nos pide
que ver todo lo que es aún opus naturae o opus humanum, a la luz del
opus divinum.
Este cambio, con él día de la Resurrección, explica la conversión
tremenda de Saulo de Tarso, y no sólo su conversión, sino también la
de muchos otros. Si el hombre, la persona humana, con su reflexión y
su sensibilidad, se enfrenta a este evento, este hecho que es la
Resurrección de Cristo, entonces queda tocado. Se empieza a entrar en
una conversión, debe empezar a pensar en todo, lo que es creado y todo
lo humano. Debe pensar con las categorías de la actividad de Dios, de
la obra de Dios, del Opus Dei. (Recuerdo que muchos, al oír al Papa
hablar del Opus Dei, pero no entender el italiano, aplaudían, quizá
por eso añadió).
No hago propaganda para el Opus Dei. Busco sólo comprender y explicar
lo que podría ser la primera intuición de este nombre, esa
denominación...
Gracias por su presencia anual. Deseo continuar con la intuición
profunda que nos lleva una vez más hoy en día: ver siempre más
profundamente lo que es creado y sigue las leyes de la naturaleza; lo
que es humano, que es mío, persona, como obra de Dios, como iniciativa
de Dios, presencia de Dios, gracia de Dios. Esperemos para todos esta
conversión, esta participación, esta conversión profunda que no
disminuye algo en la creación, la humanidad, de hecho la aumenta, se
profundiza, se pone en toda su dimensión total, porque todas las cosas
creadas, las dimensiones humanas tienen su plenitud en Dios y desde
Dios.
Que siga así... Todo lo que habéis testimoniado es verdadero, lo que
habéis reunido en este patio de San Dámaso pone de relieve todo lo que
es el trabajo del hombre y debe convertirse en obra de Dios. Todo lo
que es la belleza, el pensamiento, la ciencia, la invención, la
creatividad, el mundo académico, todo esto es al fin Opus Dei, la Obra
de Dios, y cuando se ven así las cosas, se refieren así, obtienen su
plenitud, su auténtico tamaño.
... vuestra Prelatura que conoce y ama este tipo de educación
vocacional y ama a los jóvenes, ama los universitarios y busca
contribuir a su cultura y especialmente a su fe, su conversión, su
encuentro con Cristo: encuentro que es siempre fecundo y creativo de
un nuevo día por crear y convertir en un sentido metafísico,
ontológico."
La vida es como el tiro con arco. "El blanco era difícil. Un águila
oscura con solo una pluma blanca en la punta del ala volaba alto, muy
alto en curvas caprichosas, y desde el suelo con una sola flecha había
que arrancarle la plumita blanca sin herir al ave. Llegó el primer
arquero al centro reglamentario, y el Maestro le preguntó: "-¿qué
ves?" Contestó: "-Veo el público, y mi familia y amigos...; veo el
prado y las plantas y los árboles que me rodean; veo las nubes en el
cielo, y el águila que entre ellas vuela". "-Ves demasiado", dijo el
Maestro, y lo despidió.
Llegó el segundo. "-¿Qué ves?" "-Veo sólo el punto blanco de la pluma
que he de alcanzar con mi flecha". "-Ves demasiado poco", dijo el
Maestro, y lo despidió.
Llegó el tercero. "-¿Qué ves?" "-Más que ver, siento. Siento a mi
alrededor el público que con sus voces y sus gestos señalan el vuelo
del águila; siento en mi piel la fuerza y la dirección del viento que
me indica sin yo distraerme, hacia dónde va a empujar mi flecha;
siento el arco y la flecha como prolongación de mi brazo y mano, y la
pluma blanca en el cielo que se deja acariciar desde aquí por mi
mirada". "-Tú estás preparado", dijo el Maestro, "puedes tirar". Hubo
un momento de susurros y miradas, de brisas y caricias, del sonido
vibrante del arco seguro y la trayectoria certera de la flecha veloz.
Un momento en que el todo se unió con el todo, y árboles y nubes y
rostros y miradas se unieron en la punta de la flecha y en el copo
blanco de la pluma que descendió satisfecha de satisfacer a todos.
Cuando todo es uno, todo vive".
Me gustó la historia, firmada por la hermana Teresita Santamaría, pues
pensé que más que hacer cosas hay que vivirlas, sentir ese momento
mágico que está escondido en cada cosa. A veces estamos replegados
sobre nosotros mismos, no somos capaces de ese sentir la vida. El
egoísmo nos impide darnos cuenta de lo que hay a nuestro alrededor,
nos anula, priva de ser uno mismo quien actúa. Tendemos a dejarnos
llevar por la rutina, el aburrimiento, y en esta situación caben las
dos posibilidades: caer en la rutina que esclaviza –ver poco- o como
el primer arquero ver demasiado, divagar, pues –decía san Josemaría
Escrivá- "es fácil que la imaginación se desate y busque un refugio en
la fantasía que, alejando de la realidad, acaba adormeciendo la
voluntad. Es lo que repetidas veces he llamado la 'mística ojalatera',
hecha de ensueños vanos y de falsos idealismos: ¡ojalá no me hubiera
casado, ojalá no tuviera esa profesión, ojalá tuviera más salud, o
menos años, o más tiempo!" En esos casos, uno tiende a escapar de
aquella situación a la que no quiere enfrentarse, como la protagonista
de la novela "Donde el corazón te lleve" de S. Tamaro, que dice a la
abuela que se va a América, pues "así al menos no pierdo el tiempo y
aprendo idiomas". Pero le contesta la abuela que la vida no es una
carrera sino un tiro con arco, lo importante en la vida no es hacer
muchas cosas y no perder nunca el tiempo sino estar centrado, y el que
no está centrado está descentrado, inquieto hasta que encuentra su
centro.
Hay que evitar esos dos peligros: ver tan poco que uno acaba esclavo
del deber, trabajo, afán de dinero... y está aburrido; y como
consecuencia la cabeza va hacia otra parte, escapa entre ensueños que
alejan de la realidad. Hemos de vivir la vida, estar centrados en lo
que toca en cada instante, y "sentir" el momento presente como la
única cosa existente, sin pensar en lo que pasó ni en lo que vendrá.
Dios está como escondido en cada quehacer, y ese "algo divino" que
está en todas las cosas está siempre ahí, esperando que sepamos
encontrarlo, vivir cada instante con "vibración de eternidad", como
recordaba estos días Mons. Javier Echevarría con unos versos del poeta
Joan Maragall, que comprendía muy bien ese "algo divino" encerrado en
cada instante: "Esfuérzate en tu quehacer / como si de cada detalle
que pienses, / de cada palabra que digas, / de cada pieza que pongas,
/ de cada golpe de martillo que des, / dependiese la salvación de la
humanidad / porque en efecto depende, créelo". Coincide con lo que
escribirá en Forja 85: "Inculcad en las almas el heroísmo de hacer con
perfección las pequeñas cosas de cada día: como si de cada una de esas
acciones dependiera la salvación del mundo".
Convertir la prosa en endecasílabo heroico. Jesús, Dios Encarnado,
vive la vida de familia en Nazaret, como todas las familias: crecer,
trabajar, aprender, rezar, jugar... ¡"Santa cotidianeidad", bendita
rutina donde crecen y se fortalecen casi sin darse cuenta la almas de
los hombres de Dios! ¡Cuán importantes son las cosas pequeñas de cada
día!
Santidad no es el circo. El santo no es el que más talentos recibe
sino el que mejor corresponde, el que más ama. Y el amor se manifiesta
en las cosas pequeñas; en el detalle. Ese detalle es santificante. Dar
a lo que hacemos vibración de eternidad.
No buscar grandes ocasiones. Negativamente: las raposas que se comen
la viña; el niño que entraba por el ventanuco y abría la puerta de la
ciudad y se colaba la banda de los ladrones. Finura de espíritu es
distinto de la manía: la manía es un fin en sí misma. Esmerarnos en
los detalles. En primer lugar en las prácticas de piedad. Es lo
primero: Señor que nos convenzamos de esto. Lo urgente puede esperar,
lo importante no. Estar con el Señor la primera ocupación. Buscar
agradar a Dios.
"Cosas pequeñas, sí. Pequeñeces, no". Recoged los trozos que han
sobrado, dice Jesús después de la multiplicación de los panes...
Parece que es un detalle de poca importancia en comparación con el
milagro realizado, pero el Señor pide que se viva. Toda nuestra vida
está compuesta prácticamente de cosas que casi no tienen relieve. Las
virtudes están formadas por una tupida red de actos que quizá no
sobresalen de lo corriente y ordinario, pero en ellas, con heroísmo,
se va forjando día a día la propia santidad.
Cada jornada la encontramos llena de ocasiones para ser fieles, para
decirle al Señor que le amamos: «"Obras son amores y no buenas
razones". ¡Obras, obras! -Propósito: seguiré diciéndote muchas veces
que te amo -¡cuántas te lo he repetido hoy!-; pero, con tu gracia,
será sobre todo mi conducta, serán las pequeñeces de cada día -con
elocuencia muda- las que clamen delante de Ti, mostrándote mi Amor»
(Forja 498).
Ante el Señor tienen gran trascendencia el orden, la puntualidad, el
cuidado de los libros con los que estudiamos o de los instrumentos de
trabajo, la afabilidad con nuestros colegas, que sepa escuchar,
comprender, con los del centro, con los del grupo o adscritos o de sr,
el huir de la rutina que mata el amor humano -también el amor a la
propia profesión-, el querer darle sentido a cada día, a cada hora,
aunque sea el mismo trabajo que hemos realizado durante años.
"Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro
gozo". Un día Jesús le dijo a santa Faustina Kowalska: "La humanidad
no encontrará paz hasta que se dirija con confianza a la misericordia
divina" (Diario, 132). La misericordia divina es el don pascual que la
Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad.
El Apocalipsis (1,9-11a.12-13.17-19). "Yo, Juan, vuestro hermano y
compañero en la tribulación, en el reino y en la esperanza en Jesús,
estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra
de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y
oí a mis espaldas una voz potente como una trompeta, que decía: Lo que
veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete iglesias de Asia.
Me volví a ver quién me hablaba y, al volverme, vi siete lámparas de
oro, y en medio de ellas una figura humana, vestida de larga túnica
con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verla, caí a sus pies
como muerto. El puso la mano derecha sobre mí y dijo:
-No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba
muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las
llaves de la Muerte y del Infierno. Escribe, pues, lo que veas: lo que
está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde".
El Evangelio (Juan 20,19-31) nos cuenta cómo Jesús se aparece con los
apóstoles el domingo de resurrección y el siguiente: "Al anochecer de
aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró
Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros. Y diciendo esto,
les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su
aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes
les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos,
si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su
costado, no lo creo. A los ocho días, estaban otra vez dentro los
discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las
puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: -¡Señor
mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído?
Dichosos los que crean sin haber visto. Muchos otros signos, que no
están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.
Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo
de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre".
¡Dichosos los que tienen fe sin haber visto!
a) Las apariciones. Juan comienza por resumir los datos que han
llegado a su conocimiento seguramente a través de las mismas fuentes
que a San Lucas: Cristo no es ya un hombre como los demás, puesto que
pasa a través de los muros; pero no es un espíritu, puesto que se le
puede ver y tocar sus manos y su costado. Su resurrección ha supuesto
para El un nuevo modo de existencia corporal, como hemos visto. Juan
no insiste tanto como Lucas en torno a la demostración: reemplaza la
alusión a los pies por la alusión al costado y no señala que Cristo
tuvo que comer con los apóstoles para que le reconocieran. Pero,
mientras que en San Lucas el Señor está completamente vuelto hacia el
pasado con el fin de probar que su resurrección estaba prevista, Juan
le presenta más bien orientado hacia el futuro y preocupado por
"enviar" a sus apóstoles al mundo. Este envío de los apóstoles al
mundo es prolongación del envío que el Padre ha hecho de su Hijo. Los
apóstoles están ya habilitados para terminar la obra que Cristo ha
iniciado durante su vida terrestre. La reunión de los discípulos en
torno al Señor se hará en adelante en torno a los mismos apóstoles.
b) El don del Espíritu. ¿Cómo puede Juan descubrir la venida del
Espíritu sobre los apóstoles el domingo de Pascua, mientras que Lucas
la anuncia para Pentecontés? Juan hace eco del cumplimiento de una
antigua idea de los medios judíos, en especial de los que se movían en
torno a Juan Bautista. En esos medios se esperaba a un "Hombre" que
"purgaría a los hombres de su espíritu de impiedad" y les purificaría
por medio de su "Espíritu Santo" de toda acción impura, procediendo
así a una nueva creación. Al "insuflar" su Espíritu, Cristo reproduce
el gesto creador de Génesis.
Mediante su resurrección, Cristo se ha convertido, pues, en el hombre
nuevo, animado por el soplo que presidirá los últimos tiempos y
purificará la humanidad. Al conferir a sus apóstoles el poder de
remitir los pecados, el Señor no instituye tan solo un sacramento de
penitencia; comparte su triunfo sobre el mal y el pecado.
Se comprende por qué San Juan ha querido asociar la transmisión del
poder de perdonar con el relato de la primera aparición del
Resucitado. La espiritualización que se ha producido en el Señor a
través de la resurrección se prolonga en la humanidad por medio de los
sacramentos purificadores de la Iglesia.
c) De la visión a la fe. La forma de vida del Resucitado es de tal
especie que no se le reconoce: María Magdalena le toma primero por el
jardinero. Luego, la instruye sobre su nueva forma corporal. Esta
pedagogía del Señor resucitado nos permite comprender la lección dada
a Tomás. La nueva forma de vida del Señor no permite ya que se le
conozca según la carne, es decir, a base tan solo de los medios
humanos. Ya no se le reconocerá como hombre terrestre, sino en los
sacramentos y la vida de la Iglesia, que son la emanación de su vida
de resucitado. La "fe" que se le pide a Tomás permite "ver" la
presencia del resucitado en esos elementos de la Iglesia, por
oposición a toda experiencia física o histórica. La fe está ligada al
"misterio", en el sentido antiguo de la palabra.
d) No hay que perder de vista que esta aparición asocia el don del
Espíritu y la fe a la revelación del costado de Jesús. Ahora bien:
Juan ya había dicho, en el momento en que fue herido el costado de
Cristo en la cruz, que la fe captaría a quienes vieran su costado
herido. He aquí lo que sucede: la contemplación de la muerte de Cristo
provoca la fe en la acción del Espíritu. Si Cristo muestra su costado
no lo hace por simples razones apologéticas: revela a los
contemplativos la fuente de la nueva economía.
En este sentido, el género de visión que los apóstoles han tenido de
Cristo resucitado no ha sido ese tipo de visión material exigida por
Tomás. Si no hay diferencia entre estas dos experiencias, no se ve por
qué Cristo habría de reprocharle lo que no reprocha a los demás y por
qué habría que exigir al primero una fe que no les ha exigido a los
segundos. En realidad, los diez apóstoles han tenido una experiencia
real del Señor resucitado, pero probablemente fue más mística que la
experiencia a que aspiraba Tomás. Para evitar a los hombres a "creer
sin ver", ¿no deben, los apóstoles, los primeros, aprender a pasar las
pruebas materiales? La resurrección no es, desde luego, una cuestión
de apologética ni un acontecimiento maravilloso: ella no es signo más
que en la medida en que la fe la ilumina, y es, al mismo tiempo,
interior a la fe (Maertens-Frisque).
En el resucitado reconocen los apóstoles al Jesús que anduvo con ellos
por los caminos de Palestina. Distinto, pero él mismo. El Jesús de la
historia es el Cristo de la fe, Jesús es el Cristo.
La más breve confesión cristiana quedará en esta palabra: Jesucristo
("Eucaristía 1990"). Tomás exige ver sus llagas y tocarlas. Nuestras
dudas nebulosas de fe en la resurrección de Cristo y en la nuestra,
reciben con las suyas, confirmación y luz. Allí tenían presentes
Tomás, y todos sus hermanos, las santas llagas de Cristo, y ante
ellas, resplandecientes, se sintieron arder. "Dentro de tus llagas
escóndeme!". El Corazón de Jesús ha dado todo a los hombres: la
redención, la salvación y la santificación. De ese Corazón rebosante
de ternura, santa Faustina Kowalska vio salir dos haces de luz que
iluminaban el mundo. "Los dos rayos -le dijo el mismo Jesús-
representan la sangre y el agua" (Diario, p. 132). La sangre evoca el
sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según
la rica simbología del evangelista san Juan, alude al bautismo y al
don del Espíritu Santo (Jn 3,5). A través del misterio de este Corazón
herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres
de nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios.
Quien aspira a la felicidad auténtica y duradera, sólo en él puede
encontrar su secreto (Jesús Martí Ballester).
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