sábado, 22 de mayo de 2010
Sábado de la 7ª semana de Pascua: Confiar en Jesús y seguirle, proclamar su Reino, es el camino de la felicidad: el Espíritu Santo viene a darnos esta alegría y abandono en el amor de Dios
1. Los Hechos terminan con esta llegada de Pablo a Roma acompañado desde el Foro de Apio y Tres Tabernas por los hermanos de la ciudad, que habían salido a su encuentro; de la situación de arresto domiciliario en que queda, y del encuentro, alocución y reto final a los judíos: durante dos años enseñando: “con un soldado que le custodiara… convocó a los principales judíos, y una vez reunidos les dijo: Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las tradiciones de los padres fui apresado en Jerusalén y entregado en manos de los romanos, que después de interrogarme querían ponerme en libertad por no haber en mí ninguna causa de muerte”. -Tres días después de nuestra llegada, convocó a los principales judíos... «Hermanos, no he hecho nada contra «nuestro» pueblo... pues precisamente por la esperanza de Israel, llevo yo esas cadenas.» Sin pérdida de tiempo, emprende la evangelización de Roma. Tres días después de su llegada convoca a cuantos puede. Y como de costumbre empieza por los de «su» pueblo, y se apoya en la escritura para poner de manifiesto que la fe en Jesús es la prolongación de toda la tradición de Israel. "Innovador" y a la vez «tradicionalista»... Tiene toda la novedad del evangelio, infusa en toda la fidelidad a la tradición recibida de las generaciones precedentes. El Antiguo Testamento era portador de una "esperanza", que Jesús ha realizado. El Antiguo Testamento era una preparación: Conservado violentamente como norma intangible, pasó a ser caduco... leído y releído en la perspectiva de la novedad de Jesucristo, conserva todo su valor.
“Pero ante la oposición de los judíos, me vi obligado a apelar al César, no para acusar de nada a los de mi nación. Por esta razón os he pedido veros y hablaros, pues llevo estas cadenas por la esperanza de Israel.
Pablo permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él. Predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo relativo al Señor Jesucristo con toda libertad y sin ningún estorbo” (Hch 28,16-20.30-31).
Mientras espera su juicio y su muerte. En sólo dos años la huella de Pablo quedará en Roma, lo mismo que la de Pedro que morirá allá también. Pablo se encuentra ahora en el centro. El centro de un inmenso Imperio pagano. Hoy todavía son dignos de contemplar la suntuosidad de las ruinas de los Foros y de los numerosos Templos. En esa civilización brillante y decadente a la vez y que aparece a la luz del día, segura de su fuerza... Pablo humildemente, obstinadamente, desde su casita particular desconocida, propaga el evangelio en el corazón de algunos hombres y mujeres, una «levadura que levantará toda la pasta». A menudo suelo pensar, Señor, que HOY todavía tu evangelio se encuentra frente a un mundo impermeable; masivamente alejado de las perspectivas de la fe. Concédenos, Señor, confiar en el progreso de tu evangelio, sin acciones ruidosas, por el apostolado humilde, por la oración perseverante de los cristianos que te han encontrado. San Pablo, tan sólo con algunas decenas de cristianos, en la Roma inmensa... ¡rogad por nosotros!
-“Recibía a todos los que iban a verle, proclamando el Reino de Dios y enseñaba con toda valentía lo referente al Señor Jesús”. Ayúdanos, Señor, a que sepamos aprovechar toda ocasión para proclamar la «buena nueva». Y en primer lugar ayúdanos a conocer mejor ese «reino» de Dios, a conocer mejor «todo lo concerniente a Jesús». Ante todo, Señor, que yo te deje «reinar» en mí, que tu voluntad se haga en mi propia vida a fin de que pueda hablar válidamente de ti a todos aquellos que de algún modo se acerquen a mí, como lo hacía Pablo en su casa de Roma. Fue durante esos dos años de su presencia en Roma cuando Pablo escribió sus Epístolas a los Colosenses, a los Efesios y el breve escrito a Filemón.
Los Hechos de los Apóstoles terminan aquí. La historia final de Pablo acaba en algo vago, en la noche. Posiblemente al cabo de dos años sería liberado... emprendería un nuevo viaje misionero... Encarcelado otra vez, morirá en Roma, bajo la persecución de Nerón, hacia el año 67 (F. Casal/Noel Quesson). En ciertas ocasiones podemos sentirnos también nosotros en parte coartados por la sociedad o por sus leyes, o mal interpretados en nuestras intenciones. Pero si de veras creemos en el Resucitado, que sigue presente, y confiamos en su Espíritu, que sigue siendo vida, fuego, savia y alegría de la comunidad eclesial, la energía de la Pascua debería durarnos y notársenos a lo largo de todo el año en nuestro estilo de vida (J. Aldazábal).
El final no interesa al final del libro, porque lo que importa es el triunfo de la Palabra de Dios, el triunfo del Espíritu Santo, desde Jerusalén hasta Roma como punto de partida para la misión hasta el extremo de tierra, lo que conocemos hoy, la Iglesia. El libro nos cuenta la conversión al Espíritu de los personajes claves de la misión: Pedro, Esteban, Felipe, Bernabé, Marcos, y finalmente Pablo. La película continuará con otros actores…
2. Dios se deleita en los justos, a quienes ve como a sus hijos amados en quienes Él se complace. Pero no se olvida de los pecadores. Él no quiere castigar ni destruir al pecador sino que se convierta y viva. En su gran amor hacia nosotros nos envió a su propio Hijo, para el perdón de nuestros pecados y para hacernos participar de su Vida y de su Espíritu, haciéndonos así hijos suyos: “El Señor examina al justo y al impío, / y aborrece al que ama la violencia. / Hará llover ascuas y azufre sobre los impíos; / un viento abrasador será la porción de su copa. / El Señor es justo / y ama la justicia; / los rectos verán su rostro” (Salmo 10,5-7). Aprovechemos este tiempo de gracia del Señor, pues Él ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido; Él es el Buen Pastor que busca la oveja descarriada, hasta encontrarla para llevarla sobre sus hombros de vuelta al redil. Dejémonos encontrar, salvar y amar por el Señor de tal forma que, renovados en Cristo, seamos una continua alabanza del Nombre de nuestro Dios y Padre. “La alabanza conclusiva refleja la esperanza del justo. Ver el ‘rostro’ de Dios significa aquí tener libre y confiado acceso a Dios en el Templo, de modo parecido a como la expresión ‘ver el rostro del rey’ indica en otros pasajes del Antiguo Testamento poder acceder a él libre y confiadamente. Jesús en las Bienaventuranzas promete asimismo a los limpios de corazón que verán a Dios” (Biblia de Navarra). Esta “promesa supera toda felicidad… en la Escritura, ver es poseer… el que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir” (S. Gregorio de Nisa).
3. “Volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te entregará? Viéndole Pedro dijo a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le respondió: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?
Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir” (Jn 21,20-25). Dice S. Ireneo que Juan vivió mucho tiempo, alcanzando el imperio de Trajano (98-117). Jesús nunca habla de manera curiosa o inútil del futuro, sino de lo que necesitamos para ser fieles.
Jesús acaba de anunciar a Pedro el "género de muerte" que va a tener: una muerte violenta, forzada, un martirio, una coerción. Pedro que sabe cómo murió Jesús, hace cincuenta días, podría tenerse por dichoso de "dar gloria a Dios" por una muerte parecida a la de Jesús. Pero, y es muy natural, tiene miedo. Y en su turbación hace una pregunta: "Y Juan, ¿morirá mártir?" Dame, Señor, la gracia de vivir mi destino personal, el que Tú has escogido para mí, sin compararme con los demás. Lo que es precisamente sorprendente es que unos hombres frágiles, parecidos a la media de la humanidad, hubieran podido fundar una obra que perdura aún. Hay aquí una fuerza más que humana. En medio de sus errores han estado protegidos en lo esencial: podemos confiar en la Iglesia... ella tiene la verdad esencial y puede trasmitirla… Y nosotros mismos, en el día de hoy, estamos "rodeados de flaqueza".
Es también sorprendente que la primitiva Iglesia hizo elección de un humilde sucesor de Pedro en Roma… ¡incluso en vida de otro apóstol, Juan!, que además tenía fama de Apóstol "inmortal", y llegaría a muy anciano… La muerte de Pedro, hacia los anos 64-67 en los jardines de Nerón debió de plantear a la Iglesia primitiva una engorrosa cuestión: su "primado" tan evidente en todos los relatos del evangelio, era una prerrogativa personal que se acababa con él... o debía pasar a sus sucesores... y ¿a quién elegir como sucesor...? Esta cuestión es central en el Ecumenismo. Mañana, es ¡Pentecostés! La Iglesia es incomprensible sin el Espíritu. Hoy todavía, así creo yo, este mismo Espíritu anima las decisiones aparentemente más humanas de tu Iglesia. Mi Fe es una inmensa confianza en tu obra: tú estás siempre presente, tú trabajas siempre en el corazón del mundo (Noel Quesson).
Juan termina afirmando que Jesús «hizo muchas otras cosas», pero que no caben en los libros. Parece como si no acabara: ¿nos estamos dejando llevar por el Espíritu de Jesús a la verdad plena, a la verdad encarnada en cada generación? Porque esta historia no ha acabado…
miércoles, 5 de mayo de 2010
MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: el cristiano está llamado a ser sembrador de paz y de alegría, fruto de la unión con Jesús.

“En aquellos días llegaron [a Listra] unos judíos de Antioquía y de Icono y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrestaron fuera de la ciudad dejándolo medio muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; y él se levantó y volvió a la ciudad. Al día siguiente salió con Bernabé para Derbe.
Después de predicar el Evangelio en aquellas ciudades y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, Icono y Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones. Después de ordenar presbíteros en cada iglesia, haciendo oración y ayunando, les encomendaron al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; y después de predicar la palabra en Perge bajaron hasta Atalia. Desde allí navegaron hasta Antioquía, de donde habían salido, encomendados a la gracia de Dios, para la obra que habían cumplido. Cuando llegaron y reunieron a la iglesia, contaron todo lo que el Señor había hecho por medio de ellos y que había abierto a los gentiles la puerta de la fe; y se quedaron no poco tiempo con los discípulos” (Hechos 14, 19-28).
Comentario: 1. El pasaje que meditaremos hoy es la conclusión del "primer viaje misionero" de san Pablo. Pablo y Bernabé hacen, en sentido inverso, el itinerario que acaban de recorrer para afianzar las «comunidades» fundadas. Ese viaje ha durado tres años aproximadamente. Se desarrolló, más o menos, entre los años 45 y 48. Solamente quince años después de la muerte y resurrección de Jesús, y fue ya una primera experiencia de aclimatación del evangelio en tierra pagana. En Listra, Pablo había curado a un tullido. Al día siguiente marchó a Derbe... Habiendo evangelizado esa ciudad, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, Iconio y Antioquía.
-Fortalecían el ánimo de los discípulos, alentándolos a perseverar en la fe. De Jerusalén, y pasando por Siria, vemos que el evangelio ha penetrado ya en varias provincias del Imperio romano -en Asia-. Cientos de kilómetros, a pie, montados sobre asnos, en barco. Todas esas ciudades existen todavía en la Turquía actual. Ciertamente, Señor, la Fe tiene que enraizarse en una tierra, en comunidades humanas y en sus culturas, en grupos humanos. La Fe no es un tesoro material, que un día se recibe y queda tal cual... Es una vida que puede consolidarse o debilitarse... que puede crecer o morir. Pablo es consciente de ello. Retoma hacia los nuevos conversos para afianzarlos en la fe.
-Les decía: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.» Es uno de los temas esenciales de san Pablo: la aflicción. La fe no suprime la tribulación. El sufrimiento acompaña al cristiano, como a todo ser humano, pero su sufrimiento puede tener sentido: sabemos que es un «paso», un momento doloroso que conduce al Reino, es decir, a la felicidad total junto a Dios. Pablo ya se atrevía a decir esas cosas a los recién convertidos. ¿Considero yo así también mis propios sufrimientos?
-Designaron presbíteros en cada Iglesia. Pablo y Bernabé no se contentan con anunciar el evangelio. En un segundo tiempo, algunos años después de su viaje de ida, vuelven, fundan comunidades estructuradas y designan a «ancianos» para jefes de las mismas. El término «anciano» traduce el término griego "presbitre" del que vino más tarde la palabra francesa «pretre (y la del antiguo castellano "preste"). La propia Fe no puede vivirse individualmente. Es necesario vivirla en Iglesia, con otros. ¿Comparto yo mi fe con otras personas? o bien, ¿la vivo solo? ¿Qué sentido tiene para mí la Iglesia? ¿Cómo participo de la vida de la comunidad local? El sacerdote designado para presidir una comunidad de fieles, representa a Cristo, que es Cabeza de su Cuerpo místico: símbolo de la unidad, constructor de unidad y aquél por el cual se hacen "las junturas y los ligamentos, para que el Cuerpo crezca y se desarrolle" (Col 2, 19; Noel Quesson).
Ayer leíamos que les ensalzaban como a dioses, y hoy, que les apedrean hasta dejarles por muertos. Una vez más Pablo y sus acompañantes experimentan que el Reino de Dios padece violencia y que no es fácil predicarlo en este mundo. Pero no se dejan atemorizar: se marchan de Listra y van a predicar a otras ciudades. Son incansables. La Palabra de Dios no queda muda. El pasaje de hoy nos describe el viaje de vuelta de Pablo y Bernabé de su primera salida apostólica: van recorriendo en orden inverso las ciudades en las que habían evangelizado y fundado comunidades, hasta llegar de nuevo a Antioquía, de donde habían salido. Al pasar por cada comunidad reafirman en la fe a los hermanos, exhortándoles a perseverar en la fe, «diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios». Van nombrando también presbíteros o responsables locales, orando sobre ellos, ayunando y encomendándolos al Señor. Se trata de un segundo momento, después de la primera implantación: ahora es la estructuración y el afianzamiento de las comunidades. Llegados a Antioquía de Siria dan cuentas a la comunidad, que es la que les había enviado a su misión. Las noticias no pueden ser mejores: «les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe». También a nosotros, como a Pablo y Bernabé, se nos alternan días de éxito y días de fracaso. Encontramos dificultades fuera y dentro de nosotros mismos. Tal vez no serán persecuciones ni palizas, pero sí la indiferencia o el ambiente hostil, y también el cansancio interior o la falta de entusiasmo que es peor que las dificultades externas. Y eso no sólo en nuestro trabajo apostólico, sino en nuestra vida de fe personal o comunitaria. Tenemos que aprender de aquellos primeros cristianos su recia perseverancia, su fidelidad a Cristo y su decisión en seguir dando testimonio de Él en medio de un mundo distraído. También hay otra lección en su modo de proceder: su sentido de comunidad. Se sienten, no francotiradores que van por su cuenta, sino enviados por la comunidad, a la que dan cuentas de su actuación. Se sienten corresponsables con los demás. Y la comunidad también actúa con elegancia, escuchando y aprobando este informe que abre caminos nuevos de evangelización más universal (J. Aldazábal). Es una llamada a la responsabilidad apostólica.
Salmo responsorial 145/144, 10-11.12-13ab.21: «Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre jamás».
2. Sal. 145/144. El salmo es consecuentemente «misionero» y entusiasta: «tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino... Explicando tus hazañas a los hombres». Jesús, el Verbo Encarnado, nos ha salvado para que vivamos consagrados al Padre. Por medio de nosotros, todas las cosas elevan un cántico de alabanza al Señor. Pero de nada nos serviría que todo alabara al Señor mientras nosotros denigráramos el Santo Nombre de Dios entre las naciones con una vida cargada de pecado. Por eso nosotros debemos ser los primeros en aceptar el perdón, la salvación y la vida nueva que Dios ofrece a la humanidad. Viviendo en Dios y caminando con amor en su presencia podremos convertirnos en un testimonio vivo de su amor para cuantos nos traten. Por eso debemos continuamente proclamar ante todas las naciones lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros. Sólo así podremos colaborar para que el Reino de Dios llegue al corazón de todos los hombres como ya ha llegado a nosotros. Acaba el salmo con un canto universal de salvación.
Estamos en jueves santo, víspera de su muerte. Jesús habla de "su" paz, quiere darla a sus amigos, que están angustiados, perturbados por el anuncio de la traición de Judas y de la negación de Pedro que acaban de serles dadas a conocer: “La paz os dejo, mi paz os doy”; "Yo os doy mi paz." La tuya, Señor, la que tenías en tu propio corazón. Tú eras un hombre apacible, un hombre de paz. Trato de imaginarme esta paz que irradiaba de tu rostro, de tu conducta, y de tus modos de hablar. ¿En qué tono de voz decías Tú esto?: "Yo os doy mi paz". Señor Jesús, danos tu Paz... dala también al mundo. -No como el mundo la da os la doy Yo. No es pues una paz semejante a la que procede de los hombres. El evangelio no aporta un método concreto para realizar la paz de los hombres, no es una receta. Es una paz que viene de más lejos. “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:”Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo... -No se turbe vuestro corazón ni se intimide. El clima reinante es de turbación y miedo. Un complot se está tramando. Pero en todo tiempo esto es verdad: el creyente, privado de la presencia visible de su Señor, tiene siempre el riesgo de estar "turbado".
-Habéis oído que os dije: Me voy y vengo a vosotros. Si me amarais os alegraríais, pues voy al Padre, porque el Padre es mayor que Yo. Jesús trata de animar, a sus amigos. Son palabras de consuelo para reconfortarles. Yo me Voy... "Y vengo..." Palabras misteriosas que anuncian directamente la muerte y luego la resurrección. Pero las podemos también referir a esa misteriosa "ausencia-presencia" de Jesús a través de los tiempos. Y además sobre todo, esta convicción de Jesús de que su muerte es una subida hacia el Padre... de la cual los apóstoles debían "regocijarse". ¿Sé alegrarme de que Jesús esté "junto al Padre"?
-Os lo he dicho ahora antes de que suceda para que cuando suceda creáis. Delicadeza. Amistad. Jesús simpatiza, sufre con sus amigos: ¡Como quisiera ayudaros!
-Ya no hablaré mucho más con vosotros; porque viene el "príncipe de este mundo", y nada en mí le pertenece. La paz de Jesús, es una paz conquistada con gran esfuerzo. No es una paz bonachona, de tranquilidad, de falta de lucha... ¡Él experimenta tener a alguien contra Él! Un enfrentamiento se prepara con el "príncipe de este mundo". Pronto veremos -el próximo sábado- que Jesús anuncia a sus amigos este mismo enfrentamiento entre ellos y Satán: "Me han perseguido, se os perseguirá." Esta paz de Dios es uno de los frutos del Mesías, no tiene ningún parecido con la paz del mundo. Hay que buscarla en el fondo de sí mismo, en pleno ambiente de tempestades y combates.
-Pero conviene que el mundo conozca que Yo amo al Padre y que según el mandato que me dio el Padre, así hago yo. Esta es la fuente interior de la paz de Jesús (Noel Quesson). Teresa de Ávila decía: “todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios”. “¿Comprendéis por qué un alma deja de saborear la paz y la serenidad cuando se aleja de su fin, cuando se olvida de que Dios la ha creado para la santidad? Esforzaos para no perder nunca este punto de mira sobrenatural, tampoco a la hora de la distracción o del descanso, tan necesarios en la vida de cada uno como el trabajo. Ya podéis llegar a la cumbre de vuestra tarea profesional, ya podéis alcanzar los triunfos más resonantes, como fruto de esa libérrima iniciativa que ejercéis en las actividades temporales; pero si me abandonáis ese sentido sobrenatural que ha de presidir todo nuestro quehacer humano, habréis errado lamentablemente el camino”. Con el Señor, “se notan entonces el gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente (…). El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados” (San Josemaría Escrivá).
Les dice que no se preocupen por el futuro, «volverá» a los suyos y les apoyará y les dará su paz. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...». También ahora necesitamos esta paz. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en nuestra vida personal o comunitaria. Como en la de los apóstoles contemporáneos de Jesús. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida. Esta presencia siempre activa del Resucitado en nuestra vida la experimentamos de un modo privilegiado en la comunión. Pero también en los demás momentos de nuestra jornada: «yo estoy con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo», «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis». La presencia del Señor es misteriosa y sólo se entiende a partir de su ida al Padre, de su existencia pascual de Resucitado: «me voy y vuelvo a vuestro lado». A veces podemos experimentar más la ausencia de Cristo que su presencia. Puede haber «eclipses» que nos dejan desconcertados y llenos de temor y cobardía. Como también en el horizonte de la última cena se cernía la «hora del príncipe de este mundo», que llevaría a Cristo a la muerte. Pero la muerte no es la última palabra. Por eso estamos celebrando la alegría de la Pascua (J. Aldazábal). Pedimos en la Colecta: «Señor, Tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y afianza su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos tienes prometido». San Pedro Crisólogo dice: «La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que Él ha dicho:“La paz os dejo, mi paz os doy”, lo que equivale a decir: Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva».
San Josemaría Escrivá hablaba de “ser sembradores de paz y de alegría”, y esto reclama “serenidad de ánimo, dominio sobre el propio carácter, capacidad para olvidarse de uno mismo y pensar en quienes le rodean; actitudes e ideales humanos, que la fe cristiana refuerza, al proclamar la realidad de un Dios que es amor, más concretamente, que ama a los hombres hasta el extremo de asumir Él mismo la condición humana y presentar el perdón como uno de los ejes de su mensaje” (José Luís Illanes). Ya hemos visto, que no está reñida la paz con la tribulación: “En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento, a partir del día en que el pecado entró en el mundo. Unas veces es dolor físico; otras, moral; en otras ocasiones se trata de un dolor espiritual..., y a todos nos llega la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad. ¿Por qué lo hizo así? Porque, de este modo, el dolor humano —unido al de Cristo— se convierte en un sacrificio que salva del pecado. «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (Juan Pablo II). Un autor desconocido del siglo II pone en boca de Cristo las siguientes palabras: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».
…“no os la doy yo como os la da el mundo”. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo. No es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago” (Juan 14, 27-31ss).
jueves, 29 de abril de 2010
MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: el apostolado, en la primitiva Iglesia, guiada por Jesús, luz que nos guía en el Espíritu Santo, y la interce

“La palabra del Señor crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo, después de haber cumplido su misión, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan Marcos.
En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el virrey, y Saulo”. Vemos ya una Iglesia desarrollada, carismas diversificados. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo... Los doctores discernían las Escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Enseñaban a los catecúmenos y a los demás cristianos, eran maestros, sin ser sacerdotes tenían lugar importante por lo delicado de su misión educadora, doctrinal y moral.
“Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado»”. Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero. Con el ayuno y oración, hay una buena preparación apostólica, y el Señor no dejará “caer en tierra ninguna de sus palabras”. Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos... les da un «signo» -sacramento- que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
“Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo fueron a Seleucia, desde donde se embarcaron hacia Chipre. Al llegar a Salamina, se pusieron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como auxiliar” (He 12,24-26-13,1-5):.
Y así comienza el primero de los tres grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al Apóstol a evangelizar primero la isla de Chipre y después algunas regiones del sur de Asia Menor: Panfilia, Pisidia y Licaonia (años 44-49). El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo.
El Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el Don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Agradecidos, alabamos al Señor con el Salmo: “Que Dios tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro entre nosotros para que en la tierra se conozca su camino y su salvación en todas las naciones. Que canten de alegría las naciones, pues tú juzgas al mundo con justicia y gobiernas los pueblos de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga y que le rinda honor el mundo entero” (67,2-3,5-6.8).
“¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del orbe” (S. Agustín).
“La bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol frondoso. El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12, 2-3)” (Juan Pablo II). Es lo que proclama la carta a los Efesios: «En Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad... Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2, 13-14.19). “Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción” (id).
“Jesús proclamó: «El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado; y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. Sin palabras, sin "empresas", el verdadero misionero "hace que vean" a Dios... así sencillamente, a través de su propia persona. ¡Quien ve a Jesús, ve al Padre! ¡Qué exigencia extraordinaria y maravillosa! ¡Qué Gracia! Oh, Señor, hazme transparente, como Tú lo eras. "Vosotros sois el Cuerpo de Cristo" traducirá san Pablo. Debo ser el rostro de Cristo, como Jesús era el rostro del Padre. A través de mi vida, hacer ver a Dios.
“Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas”. Transparencia... luz... belleza... seguridad... Opacidad... tinieblas... miedo... Evocar imagen de sol... de día... e imágenes de noche...
“Yo no condeno al que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no acepta mi doctrina ya tiene quien lo juzgue; la doctrina que yo he enseñado lo condenará en el último día, porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me ha enviado me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar, y yo sé que su mandato es vida eterna”. Jesús sabe que llega el fin de su vida: es una especie de balance negativo. Los hombres no han querido la luz, no han escuchado sus palabras. Es el fracaso, globalmente... aparte el pequeño núcleo de discípulos, unos pocos en número. Pues bien, ¡Jesús reafirma que no condena! Que ha venido para salvar. Son solamente los hombres los que se condenan, cuando rehúsan escuchar. La condenación no es obra de Dios. La "salvación" ofrecida se transforma en "juicio", no por voluntad de Dios, sino por las opciones negativas de los hombres. Todo está ahora a punto para la Pasión.
“Por eso lo que yo os digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn 12,44-50): Siempre la profunda dependencia y humildad del misionero. Jesús no ha inventado lo que nos ha dicho. ¿Y yo? ¿Digo las palabras del Padre, o las mías? (Noel Quesson). Son las últimas palabras de la predicación pública de Jesús, y recopila temas fundamentales: la fe en Él, unidad y distinción entre Padre e Hijo, Jesús como Luz y Vida del mundo, juicio de los hombres según la aceptación de Cristo; es el relato previo a la oración sacerdotal y relatos Pascuales. Es el signo de la luz. Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida». Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz». Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz». La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar. El Cirio pascual que encendemos estos días significa Cristo resucitado (J. Aldazábal). Y nosotros hemos de estar también encendidos con esta luz. Tenemos también la ayuda del auxilio luminoso de María (que significa “estrella”). San Bernardo intuyó muy bien al invocar a María como “Estrella de los mares”. San Bernardo exhortaba así a los cristianos: “Si alguna vez te alejas del camino de la luz y las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. (...) Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón”. No dudemos ni un sólo instante de pedir su maternal cariño y protección. Si la sigues, no te desviarás; si recurres a ella, no desesperarás. Si Ella te sostiene, no vendrás abajo. Nada temerás si te protege; con su favor llegarás a puerto. Jesús vino como Salvador de la humanidad entera. En Él conocemos el Rostro amoroso y misericordioso de Dios. Por eso podemos decir que quien ve a Jesús está viendo al Padre Dios que se ha hecho cercanía a nosotros para perdonarnos, para darnos su vida y para concedernos todo aquello que le pidamos en Nombre de Jesús, su Hijo, para salvación nuestra. Y Jesús se ha desposado con su Iglesia y le ha confiado la misión, no de condenar, sino de salvar. En el cumplimiento de esa vocación estamos involucrados todos. Por eso podemos decir que quien contemple a la Iglesia estará contemplando y experimentando desde ella el amor que el Padre Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús. No podemos, por tanto, vivir condenando a los demás, sino que hemos de buscar al pecador tratando, en nombre de Cristo, de salvar todo lo que se había perdido. Dios nos quiere apóstoles suyos, sin importar lo que haya sido nuestra vida pasada, pues Él sólo tiene en cuenta nuestro retorno a Él para dejarnos revestir de su propio Hijo, y para calzarnos con sandalias nuevas para enviarnos a dar testimonio de lo misericordioso que es Dios para con todos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser discípulos fieles del Señor para que su Palabra sea sembrada en nuestros corazones, y, como en un buen terreno, produzca abundantes frutos de salvación, que hagan que nosotros mismos seamos como un alimento que fortalezca a quienes hemos de conducir por el camino del bien, hasta lograr juntos la salvación eterna. Amén (www.homiliacatolica.com).
MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y la fortaleza que nos protege

Antioquia es, después de Roma y Alejandría, la tercera ciudad del
Imperio romano (con medio millón de habitantes, y una numerosa colonia
judía), centro de gran importancia cultural, económica y religiosa;
fue la primera gran urbe del mundo antiguo donde se predica el
Evangelio. La fundación de la Iglesia en Antioquía, capital de Siria y
entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión
de la Iglesia. Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar
el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la
dispersión que le siguió resultó que la Iglesia empezó a sentirse
misionera y abierta. Los discípulos huidos de Jerusalén fueron
evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como
Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego
también a los paganos: "Los que se habían dispersado a causa de la
persecución ocurrida con ocasión de Esteban, llegaron hasta Fenicia,
Chipre y Antioquía, predicando sólo a los judíos. Pero había entre
ellos algunos chipriotas y cirenenses, quienes, llegados a Antioquía,
se dirigieron también a los griegos, anunciando a Jesús, el Señor. El
Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al
Señor". Problema típico de todos los tiempos: el respeto a la
diversidad: los «griegos», paganos, tienen una mentalidad totalmente
distinta a la de los judíos… "anunciándoles el Evangelio del Señor
Jesús...": es decir, que Jesús es Dios (no Mesías de un solo pueblo,
sino que su dominio es sobre todos los hombres).
Dios dirige la Iglesia, se sirve de todo para que la cosa vaya hacia
el bien. "Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y
enviaron a Bernabé a Antioquía". No se contentan con "crear" nuevas
Iglesias locales, la comunidad de Jerusalén cuida de incorporarlas a
la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa,
Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así
se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la
comunidad de Antioquía... Aparece aquí un personaje muy significativo
del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había
vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles.
Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén,
para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos. Era
generoso, conciliador: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en
lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir
por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a
Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la
evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de
la fe en gran parte de la Iglesia. También la comunidad cristiana de
ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más
abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo
esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una
determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso
-por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una
clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería
seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu
misionero. Nuestra comunidad sigue necesitando personas como Bernabé,
que saben ver el bien allí donde está y se alegran por ello, que creen
en las posibilidades de las personas y las valoran dándoles confianza,
que se fijan, no sólo en los defectos, sino en las fuerzas positivas
que existen en el mundo y en la comunidad. Personas conciliadoras,
dialogantes, que saben mantener en torno suyo la ilusión por el
trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Esto tendría
que notarse hoy mismo, en nuestra vida personal, al tratar a las
personas y valorar sus capacidades y virtudes, en vez de constituirnos
en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como
Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.
"Al llegar y ver la gracia de Dios, se llenó de alegría y exhortaba a
todos a perseverar con un corazón firme, fieles al Señor, porque era
un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran
multitud se unió al Señor. Se fue a Tarso en busca de Saulo; lo
encontró y se lo llevó a Antioquía. Y estuvieron un año entero en
aquella Iglesia instruyendo en la fe a muchas personas. Fue en
Antioquía donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de
cristianos (Hch 11,19-26). El Espíritu hace que de las patadas que les
pegan las persecuciones, como un saco lleno de semilla, más se
extienden los granos y el viento los lleva lejos (decía san
Josemaría). Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada
comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gheto,
un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor,
por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y
fermento de unidad entre todos los hombres.
"En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el
nombre de cristianos". «Cristianos» = «hombres de Cristo». Se ha
inventado una palabra nueva. ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un
cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. o
bien, ¿se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme
semejante a Ti! (Noel Quesson/J. Aldazábal).
El Salmo 87/86 habla del nuevo Pueblo de Dios, el Reino de Dios entre
nosotros. El Señor nos ha elegido como pueblo suyo: «alabad al Señor
todas las naciones», porque Dios llama a todos por igual. "Contaré a
Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han
nacido allí…" con alusiones al Templo, que es Jesús, la Presencia de
Dios vivo, y todos seremos puestos en el registro de este pueblo
santo, familia de Dios, Iglesia: "Este ha nacido allí"; y cantarán
mientras danzan: "Todas mis fuentes están en ti"». Es la hermandad de
todos los pueblos. Es la «ciudad de Dios»; está por tanto en la base
del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se
encuentran en relación con esta Madre: Ráhab, es decir, Egipto, el
gran estado Occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental;
Tiro, que personifica al pueblo comercial del norte; mientras que
Etiopía representa al profundo sur; y Palestina, el área central,
también es hija de Sión. Es sugerente observar cómo incluso las
naciones consideradas hostiles a Israel suben a Jerusalén y son
acogidas no como extranjeras sino como «familiares», miembros de la
misma familia, llamados a abrazarse como hermanos, de regreso a casa.
Página de auténtico diálogo interreligioso, anticipa la tradición
cristiana que aplica este Salmo a la «Jerusalén de arriba» de la que
san Pablo proclama que «es libre y es nuestra madre» y tiene más hijos
que la Jerusalén terrena. Del mismo modo habla el Apocalipsis cuando
ensalza «la Jerusalén que bajaba del Cielo, de junto a Dios».
Siguiendo la línea del Salmo 87, también el Concilio Vaticano II ve en
la Iglesia universal el lugar en el que se reúnen «todos los justos
descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido».
Tendrá su «cumplimiento glorioso al fin de los tiempos».
El buen pastor -el verdadero pastor- es Jesús: pastor "bueno, bravo,
honrado, hermoso, perfecto en todos los aspectos"... ¿qué significa
"pastor" en la Biblia? El guía ("El Señor es mi pastor, nada me falta,
sobre verdes praderas reposo, hacia fuentes tranquilas me
conduce..."), el que cuida ("como un Pastor que apacienta su rebaño,
recoge con su brazo los corderos, los lleva junto a su pecho y cuida
las ovejas madres"), y gobierna ("he aquí que yo mismo cuidaré de mi
rebaño..."), el "mesías", el "jefe del pueblo", pero Jesús añade: -"El
verdadero pastor da su vida por sus ovejas...", "pone su alma" = "deja
su vida" = "da su vida". ¡Esta es una imagen sorprendente! Cuando un
pastor muere, no puede ya defender sus ovejas... Pero Jesús, por su
muerte misma, salva a sus ovejas. Por otra parte, enseguida añadirá
que El tiene el poder de "recobrar su vida" -resurrección.
Conscientemente Jesús dice que es capaz de "morir" por nosotros.
"Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era
invierno. Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos has de
tener en vilo? Si tú eres el mesías, dínoslo claramente». Jesús les
respondió: «Os lo he dicho y no me habéis creído. Las obras que yo
hago en nombre de mi Padre lo demuestran claramente. Pero vosotros no
creéis, porque no sois ovejas mías…" y sigue con los versículos que
leímos este domingo (Jn 10,22-30).
-"El pastor mercenario, si ve venir el lobo, huye... No tiene interés
alguno por las ovejas". He aquí la imagen contrastante. El falso
pastor, sólo piensa en él. Es incapaz de arriesgar su vida ante el
lobo. Las ovejas no cuentan para él. Jesús ha arriesgado su vida para
defender a la humanidad. Ha arriesgado su vida por mí. Y Pablo, para
expresar el inmenso valor de todo ser humano dirá: "¡es un hermano por
quien Cristo ha muerto! (Rm 14, 15; Co 8, 11) Yo soy alguien para
Jesús. Soy importante para El. Todo hombre es importante para Jesús.
Está dispuesto a batirse por él.
-"Conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, como el Padre me
conoce y yo conozco a mi Padre". Esto va muy lejos. La intimidad entre
Jesús y sus amigos es como la que existe entre las personas divinas en
el seno de la Trinidad de Amor. Fue al llamarla por su nombre "María",
cuando Magdalena reconoció la "voz de Jesús". La llamó por su nombre.
Y fue entonces que ella le reconoció. De ese modo soy yo también
conocido. Gracias por este amor, gracias.
-"Tengo otras ovejas que no son de este aprisco: y es preciso que Yo
las traiga con las demás. Escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y
un solo pastor". Es el corazón universal de Jesús, la dimensión
misionera de la Iglesia. Jesús no se contenta jamás con el "pequeño
rebaño" ya salvado, ya reunido... se preocupa de la "oveja perdida"
que ha abandonado el rebaño. ¿Cuál es mi oración y mi acción para las
misiones, para la evangelización? ¿Cuál es mi participación en el
apostolado? -"Tengo poder para dar mi vida y poder para volver a
tomarla de nuevo" (Noel Quesson). La revelación de Jesús llega a mayor
profundidad en la fiesta de la Dedicación del Templo. No sólo es la
puerta y el pastor, no sólo está mostrando ser el enviado de Dios por
las obras que hace. Su relación con el Padre, con Dios, es de una
misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno». Jesús va
manifestando progresivamente el misterio de su propia persona: el «yo
soy».
El pasaje del evangelio nos invita a renovar también nosotros nuestra
fe y nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos decir que le escuchamos,
que le conocemos, que le seguimos?, ¿que somos buenas ovejas de su
rebaño? Tendríamos que hacer nuestra la actitud que expresó tan
hermosamente Pedro (leímos el sábado): «Señor, ¿a quién iremos? tú
tienes palabras de vida eterna». En la Eucaristía escuchamos siempre
su voz. Hacemos caso de su Palabra. Nos alimentamos con su Cuerpo y
Sangre. En verdad, éste es un momento privilegiado en que Cristo es
Pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo
de la jornada: siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él, imitando
su estilo de vida (J. Aldazábal). Le pedimos a la Virgen, Divina
Pastora, que nos haga escuchadores del Espíritu Santo, el Espíritu de
Jesús.
LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, el Buen Pastor, continúa guiándonos, abriendo nuestro corazón a la verdad, como hizo con Pedro y los primeros.

La cultura de gente distinta puede crear divisiones y problemas. En la
Iglesia primitiva, algunos de mentalidad limitada, querían imponer a
los demás sus propias costumbres. Acusan a Pedro de ser traidor a su
patria por el hecho de ir donde los romanos. Los Hechos nos dicen que
"los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea supieron que
también los paganos habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro
llegó a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le echaron en
cara: «¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has
comido con ellos?»". El asunto es grave.
"Entonces Pedro comenzó a explicarles por orden, diciendo: «Estaba yo
en la ciudad de Jafa orando, cuando tuve en éxtasis una visión: un
objeto descendía a modo de un gran lienzo, colgado por las cuatro
puntas desde el cielo, y llegó hasta mí. Yo lo miré fijamente, lo
examiné y ví cuadrúpedos, bestias, reptiles y aves. Oí también una voz
que me decía: Levántate, Pedro, mata y come. Pero yo dije: De ninguna
manera, Señor; porque nada profano o impuro ha entrado jamás en mi
boca. Pero la voz del cielo dijo por segunda vez: Lo que Dios ha
purificado, tú no lo llames impuro. Esto se repitió por tres veces, y
todo fue arrebatado de nuevo al cielo". Hoy, todavía, los judíos
tienen prohibidos muy estrictamente ciertos alimentos, que según la
tradición de Moisés, eran considerados impuros. Lo que se le pide a
Pedro es que supere su propia tradición, y sobre todo que no la
imponga a los que no son de su raza. Apertura de espíritu.
Universalismo. Unidad que respeta las diversidades. Pluralismo.
Comunión profunda en lo esencial, dejando a cada uno su libertad en lo
secundario (Noel Quesson).
"Entonces mismo se presentaron en la casa donde yo estaba tres
hombres que me habían enviado desde Cesarea. Y el Espíritu me dijo que
fuera con ellos sin dudar. Estos seis hermanos vinieron también
conmigo y entramos en la casa del hombre en cuestión, el cual nos
contó que se le había aparecido un ángel y que le había dicho: Manda a
Jafa a llamar a Simón Pedro, el cual, con sus palabras, te traerá la
salvación a ti y a tu familia. Y al comenzar yo a hablar, descendió el
Espíritu Santo sobre ellos, como al principio sobre nosotros. Recordé
estas palabras del Señor: Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis
bautizados en el Espíritu Santo. Pues si Dios les ha dado a ellos el
mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo,
¿cómo podía yo oponerme a Dios?». Al oír esto callaron y glorificaron
a Dios, diciendo: «Así que también a los paganos Dios ha concedido el
arrepentimiento para alcanzar la vida»" (11,1-18): Todo pueblo, todo
cultura, toda raza, todo medio ambiente... podrá entrar en la Iglesia
y en la Fe, sin renegar de sus propias riquezas, con sólo suprimir de
sus mentalidades lo que, en ellas, es pecado. Una sola condición para
ello: no querer imponer a los demás su propia cultura... Ayúdame,
Señor, a no encerrarme en el particularismo... La intervención
milagrosa de Dios hizo que Pedro, a pesar de todo el peso de su pasado
y de su ambiente, se resolviera por fin a entrar en casa de los
gentiles y comer con ellos. «Una oración...». «Una visión del
cielo...». Es el Espíritu de Dios que empuja a la misión. ¡Dios ama a
los gentiles!
Hoy vemos una apertura de la Iglesia a los gentiles: su misteriosa
visión en Jope, la visión del mismo Cornelio y el llamado «Pentecostés
de los gentiles». El resultado, muy positivo, fue que todos se
sosegaron y glorificaron a Dios. Con eso protagonizaba Pedro, el
primero de los apóstoles, una opción misionera, trascendental y
aleccionadora en la vida de la Iglesia. Daba a la vez acogida a un
nuevo signo de los tiempos y mantenía una cohesión dinámica y
peregrinante de la comunidad cristiana. Juan XXIII, que convocó y dio
la orientación básica al Concilio del aggiornamento eclesial, fue
también una opción profética en estos tiempos modernos (F. Casal).
También hoy hay puntos de vista distintos en los que abrirse a los
demás, dentro de la Iglesia: apertura más sincera a los laicos, al
puesto de la mujer en la Iglesia, a las culturas y lenguas de los
varios países, a la forma de ser de los distintos pueblos y
culturas... ¿somos víctimas de las ataduras que podamos tener, por
formación o pereza mental?, ¿o seguimos teniendo discriminaciones
contrarias al amor universal de Dios y a la voluntad ecuménica de su
Espíritu?, ¿sabemos dialogar?
"Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo". Jesús, buen pastor, nos
lleva a aguas deliciosas. Jesús, buen pastor, sigue guiándonos desde
su gloria: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no
muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (ant. de
entrada); le pedimos que donde Él está vayamos también nosotros: «Oh
Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la
Humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que
quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen la
felicidad eterna». Con el Salmo 41 cantamos y subrayamos nuestro
carácter de peregrinos gozosos por caminar hacia el que es Luz, Verdad
y Vida: «Como busca la sierva corriente de agua, así mi alma te busca
a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo
entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas
me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo
me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias
al son de la cítara, Dios, Dios mío». Ponemos en relación estas
palabras con los silbidos del buen pastor, en palabras de San Agustín:
«Aunque camine en medio de la sombra de la muerte; aun cuando camine
en medio de esta vida, la cual es sombra de muerte no temeré los
males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi corazón por la fe, y ahora
estás conmigo a fin de que, después de morir, también yo esté contigo.
Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina, como vara que guía el
rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los hijos mayores que
pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me consoló que me
afligió, porque te acordaste de mí».
Jesús de puertas y apriscos. Para comprenderlo, conviene conocer las
costumbres de los pastores de oriente; por la noche varios pastores se
entienden entre sí para agrupar sus rebaños en un solo redil, vigilado
por un solo portero. Los ladrones sólo pueden entrar saltando las
empalizadas. Contrariamente, de madrugada los pastores retornan al
redil y el portero les abre sin vacilación y pueden llamar a sus
ovejas y llevarlas a los pastos.
«Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por
la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es
un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor
de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su
voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera". -"Llama
a cada una por su nombre..." Jesús me conoce, por mi nombre, en el
detalle. ¿No debo yo imitar a Jesús y desarrollar a mi alrededor toda
una red de lazos de amistad..., luchar contra el "anonimato"?
"Anónimo" = "lo que no tiene nombre, que no se le puede llamar por su
nombre"
-"Las hace salir..." hasta los verdes pastos. Jesús nos conduce hacia
la felicidad, hacia la verdadera expansión, hacia los verdaderos
alimentos.
"Y cuando ha sacado todas sus ovejas, va delante de ellas", -"Va
delante de ellas..." Toda mi vida humana y cristiana no es otra cosa:
tratar de seguir a Jesús, hacer todo como Él, imitarle. En este
momento preciso de mi vida, ¿qué aspecto de la vida de Jesús debo
seguir?
"…y las ovejas lo siguen porque conocen su voz". -"Las ovejas conocen
su voz..." Esto es también una característica esencial de la vida
cristiana: escuchar la voz... meditar con amor la palabra... de Jesús.
Hacer oración. Pasar un poco de tiempo sin hacer otra cosa que
escuchar a Jesús.
"Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no
conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta semejanza, pero
ellos no entendieron qué quería decir. Por eso Jesús se lo explicó
así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que
vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no
les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará;
entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar,
matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante" (Jn 10,1-10). Fuera de Él, la humanidad está encerrada en
sí misma: ninguna ideología, ninguna teoría, ninguna religión nos
libera de la fatalidad de "no ser más que hombre, y por lo tanto, de
morir". Pero Jesús nos saca de nuestra impotencia y nos introduce en
el dominio divino... un "espacio infinito, eterno se abre a nosotros,
por esta Puerta". El que por mí entrare, se salvará y hallará pasto...
Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia... (Noel
Quesson).
Escuchar la voz del Señor, el buen pastor: la intimidad con Cristo, la
oración, no consiste en grandes discursos o reflexiones espirituales.
Es más bien hacer silencio en lo íntimo del alma. Recoger el alma
dentro de sí... Escuchar la voz del Señor. He aquí la mejor parte.
Aquel tesoro escondido por el cual bien valdría la pena sacrificar
todos los halagos y vanidades del mundo. Pero para alcanzar este
tesoro es preciso aprender a huir de todas las voces que no sean las
del Buen Pastor. Saber escapar, como un ladrón, de la frivolidad de la
imaginación, de la disipación de los sentidos, de la irreflexión y la
charlatanería. Amar el silencio y la soledad como el precioso
santuario de nuestra unión con Dios, el lugar de la paz y la serenidad
del alma y del encuentro profundo con nosotros mismos. Ya en una
ocasión, durante la Transfiguración, la voz del Padre desde la
luminosa nube nos decía: "Este es mi Hijo Amado, en quien me
complazco. Escuchadle". Ahora es Cristo mismo, nuestro pastor, quien
nos invita a sentarnos junto a sus pies, con la docilidad y
mansedumbre de un cordero y escuchar su palabra.
El contexto de Jesús Puerta es también eucarístico, pues la mesa de la
Eucaristía es donde mejor nos conformamos a Él; Tomás de Aquino
escribe: «es evidente que el título de "pastor" conviene a Cristo, ya
que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño al pasto, así
también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual: su
propio cuerpo y su propia sangre». Todo comenzó con la Encarnación, y
Jesús lo cumplió a lo largo de su vida, llevándolo a término con su
muerte redentora y su resurrección: "Después de resucitado, confió
este pastoreo a Pedro, a los Apóstoles y a la Iglesia hasta el fin del
tiempo. A través de los pastores, Cristo da su Palabra, reparte su
gracia en los sacramentos y conduce al rebaño hacia el Reino: Él mismo
se entrega como alimento en el sacramento de la Eucaristía, imparte la
Palabra de Dios y su Magisterio, y guía con solicitud a su Pueblo.
Jesús ha procurado para su Iglesia pastores según su corazón, es
decir, hombres que, impersonándolo por el sacramento del Orden, donen
su vida por sus ovejas, con caridad pastoral, con humilde espíritu de
servicio, con clemencia, paciencia y fortaleza" (Josep Vall).
Domingo 4º de Pascua, C. Este cuarto domingo está centrado en una de las imágenes más entrañables del evangelio: Jesús, el buen pastor. Una vez concluido el ciclo de las apariciones, vamos contemplando al Señor en algunos aspectos. La semana pasada,

En plena expansión de la Iglesia, durante el primer viaje misional de
Pablo, es el momento de la total apertura de la predicación hacia el
mundo no judío. En Antioquía de Pisidia invitan a Pablo a que hable:
"Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia; el
sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Muchos judíos y
prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron
hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios".
Le piden a Pablo que hable sobre el mismo tema el sábado siguiente.
Pablo toma en ese momento una importante decisión: en vez de
encerrarse entre los judíos, durante la semana, va con preferencia a
los "temerosos de Dios", a los que conquista por su total ausencia de
racismo. Ellos, a su vez, atraen a mucha gente a la reunión del sábado
siguiente; ahí se juntan paganos que nunca se habían comprometido con
los judíos.
"El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de
Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y
respondian con insultos a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y
Bernabé dijeron sin contemplaciones: - «Teníamos que anunciaros
primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os
consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los
gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los
gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la
tierra."» Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la
palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna
creyeron. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región.
Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los
principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y
Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de
los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los
discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo" (Hechos
13,14.43-52). Entonces se produce la crisis. La asamblea se divide en
dos bandos. Los judíos más cerrados y orgullosos se asustan al verse
invadidos por esos paganos "impuros", se oponen a Pablo e incluso
tratan de echarlo fuera por cualquier medio. Intervienen las mujeres
ricas y piadosas. Desde ese momento se constituye una comunidad
cristiana separada de la de los judíos.
¿Quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay
"prosélitos", o sea, hombres de buena voluntad, que esperan que se les
predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales no
hay cabida en nuestras asambleas? ("Eucaristía 1992").
"Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad
en su presencia con vítores. / Sabed que el Señor es Dios: que él nos
hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. / «El Señor es
bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades»
(Salmo 99,2.3.5). Cada vez que un nuevo acontecimiento hacía
experimentar la protección de Dios, o cuando se había incurrido en una
gran infidelidad, se re-hacía la Alianza. ¡La Alianza! El corazón de
la fe de Israel: Dios es nuestro "aliado", El está "con nosotros", "El
nos ha desposado", "¡El ha unido su destino con el nuestro!" "¡El nos
ama!" Ahora bien, aunque ciertas fórmulas bíblicas podrían dar una
impresión contraria, jamás Israel consideró esta dicha, esta admirable
convicción, como un "privilegio" exclusivo. Hoy celebramos que el buen
pastor es para todos, la invitación explícita a todos los hombres, a
toda la tierra, a participar de su alegría y su acción de gracias. Lo
que sabemos ya, lo que vivimos ya, la alegría que nos inunda ya, es la
prefiguración de aquello destinado a la "tierra entera" a la
"¡humanidad entera!", ¡Venid todos y cada uno! La Alianza de Dios está
con nosotros, el amor de Dios hacia nosotros... es para ¡todos los
hombres!
La "todah" es la "acción de gracias", palabra que los primeros
cristianos tradujeron en griego por "Eucaristía".
Jesús podía proclamarlo como nadie: "Aclamad al Señor, tierra entera,
servidle con alegría, venid a El con cantos de alegría... Realmente el
Padre es bueno, eterno es su amor, El es fiel"... "Sois su rebaño, su
pueblo"... "Yo soy el Buen Pastor, conozco mi rebaño, cada una de mis
ovejas, como mi Padre me conoce y Yo conozco a mi Padre" (Juan
10,1-21). "Eterno es su amor"... He aquí la sangre de la Nueva
Alianza, de la Alianza eterna. "El nos ha hecho y le pertenecemos"...
No temáis, ni un pajarito cae a tierra sin que vuestro Padre lo
sepa... (Mateo 10,29). ¡Sí, escuchemos a Jesús que recita este salmo!
Escuchémoslo en el fondo de nosotros mismos, allí donde el Espíritu
"ora en nosotros" (Romanos 8,26-31). Cuando recitáis este salmo, es
siempre Jesús que lo recita, que "da gracias". Cada Misa es la
realización de este salmo. Los pocos cristianos, que entran en la Casa
de Dios y celebran la "Eucaristía" cantando, están allí "en nombre de
toda la tierra": toda liturgia es una prefiguración del cielo... donde
todos los hombres cantarán la alabanza y reconocerán que el "¡Señor es
Dios!"
Alegría. Júbilo. Canto. Toda época ha estado necesitada de alegría.
Pero la nuestra más que cualquier otra, la desea; estando como está
amenazada por la difusión masiva de catástrofes a escala mundial. En
otro tiempo, el hombre tenía "sus propias" desgracias que soportar,
las de su familia, de su región, las de la nación... Hoy, por la
información que recibimos de todas partes, llevamos el universo entero
sobre los hombros. De allí la melancolía y la desesperación, que se
apodera de muchos de nuestros contemporáneos.
En este contexto, recibimos los "siete imperativos" de este salmo:
"¡Aclamad... Servid a Dios con alegría! Id hacia El con cantos de
alegría... Reconoced que El es Dios... Id hacia su casa dando
gracias... Entrad en su morada cantando... Bendecid su nombre...
Verdaderamente el Señor es bueno, su amor es eterno!"
Tierra entera. Toda época ha tenido veleidades "de universalismo",
experimentando confusamente que "cada" hombre es sagrado, y una
especie de realización de "la humanidad". A menudo esta visión
universal ha tomado, desgraciadamente, el rostro odioso de la
"dominación". Se ha pretendido anexionar a los demás a sí mismo, para
explotarlos, para imponerles la propia manera de pensar. Y el deseo de
"convertir" a los otros no estaba siempre exento de este instinto de
superioridad, aun hablando de "catolicidad"... Cuando no se hacía otra
cosa que imponer a otras culturas nuestra manera de pensar y de orar.
Aún hoy día estamos lejos de habernos liberado de este "imperialismo"
que unificaría la tierra entera "por la fuerza". No obstante progresa
un movimiento que busca la unificación de la humanidad "por
unanimidad", en la que cada uno se asocia libremente a un proyecto
humano universal. ¿Acaso Dios no trabaja en este sentido en el corazón
del mundo? La proclamación del Evangelio no tiene nada de propaganda o
de publicidad: es una invitación, una proposición. ¡Venid! ¡Id hacia
el Señor! "Todos los hombres, toda la tierra".
La alegría, de por sí, es comunicativa. "Reconoced que el Señor es
Dios". Esto viene de dentro, sin ninguna presión... Libremente. Y
quienes ya lo han "reconocido", ¡están invitados a dar gracias, a
estar felices, a gritarlo, para que se oiga! Nietzsche reprochaba a
los cristianos la "cara triste" cuando el domingo salían de las
iglesias. ¿Tienen nuestras liturgias un rostro de júbilo, de alegría?
¿Dan, nuestras vidas de cristianos, la imagen de hombres y mujeres
felices de su Dios?
¡Dios, plenitud del "ser", y de la "alegría". La única razón que nos
dan de esta inmensa "todah", es que Dios es Dios, y que El nos ha
hecho! ¡Existir. Vivir. Ser. Primer don de Dios. Primera gracia,
primera Alianza... universal (Noel Quesson).
Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la
cuenta de que te pertenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu
pueblo en la tierra. No soy un individuo aislado, no tengo derecho a
reclamar atención personal, no me salvo solo. Es verdad que tú, Señor,
me amas con amor personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno;
pero también es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a
través del grupo que has formado, del pueblo que has escogido. Te
gusta tratar con nosotros como un pastor con su rebaño. El pastor
conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atención
especial a la que lo necesita más en cada momento; pero las lleva
juntas, las apacienta juntas, las protege juntas en la unidad de su
rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.
Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Haz que me sienta
responsable, sociable, amable, hermano de mis hermanos y hermanas y
miembro vivo del género humano. No me permitas pensar ni por un
momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie, que
las vidas de los demás no tienen nada que ver con la mía... No
permitas que me aísle en orgullo inútil o engañosa autosuficiencia,
que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi propia tierra...
Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie
sus cualidades y disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a
gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y sienta la fuerza que el
vivir juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la
vida de los demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que
disfrute saliendo con todos a los pastos comunes, jugando, trabajando,
viviendo con todos. Que sea yo amante de la comunidad y que se me note
en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo, y
que al verme apreciado por los demás yo también les aprecie y fragüe
con ellos la unidad común.
Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de
nuestra unidad. Al depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos
encontramos todos unidos bajo el signo de tu cayado. Mi lealtad a ti
se traduce en lealtad a todos los miembros del rebaño. Me fío de los
demás, porque me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que
todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir juntos a tu lado.
«Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo
y ovejas de su rebaño» (Carlos G. Vallés).
El Apocalipsis muestra esta Iglesia que está con el pastor divino.
Este pasaje describe la felicidad celestial de los elegidos, sobre
todo los que han pasado por la persecución, una fiesta celeste de los
Tabernáculos: "yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría
contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del
trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en
sus manos". Esta fiesta era muy rica en manifestaciones litúrgicas
diversas y en cosas simbólicas. Inauguraba el Nuevo Año y tenía una
nueva significación: abrir la era mesiánica. Era también un día de
clamor (o "fiesta de las trompetas"), para esperar la era definitiva,
y vemos aquí los santos que "gritan con voz potente" y claman su
entusiasmo y su fe en la realeza de Dios. La fiesta de las Tiendas
era, sobre todo, una fiesta de fecundidad. Terminada la siega, los
judíos se cuidaban de asegurar el éxito de las próximas agitando
ramajes y regando en espera de las aguas vivas, que será el cielo, y
que lo profetizó José y los tiempos de la lluvia y el sueño de las
vacas gordas. Ahora era la fiesta más importante del año, porque en
verano se hacen las fiestas más populares en el mediterráneo, por el
buen clima. Esta fiesta no pasó al calendario cristiano: la fuente de
agua viva brota del corazón de Cristo (y hemos ido poniendo el mes del
Sagrado Corazón, y antes las cruces de mayo), el misterio pascual
celebrado en el Corpus con las flores ya después de Pentecostés.
Pienso que el hueco del verano lo ha ido cubriendo, junto a las
fiestas de la Transfiguración (que habla de tiendas) las fiestas
populares de la Virgen.
La fiesta de los Tabernáculos estaba precedida de una ceremonia de
purificación: "Y uno de los ancianos me dijo: - «Éstos son los que
vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras
en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole
culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará
entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni
el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su
pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará
las lágrimas de sus ojos.»" (7,9.14b-17).
¿Quiénes son ellos? el número tiene que ver con las 12 tribus de
Israel, y simboliza el pueblo de Dios que milita en la tierra, los que
sufren y se unen especialmente a la "sangre del Cordero", su pastor.
Porque se unieron a su pasión, le glorifican ahora. En fin, que no
sabemos… Es la paradoja que envuelve constantemente la vida del
cristiano, tribulación que introduce en la vida eterna junto a Dios;
sangre que blanquea los vestidos; Cordero que pastorea y conduce a las
fuentes de agua viva ("Eucaristía 1992"). Y llevan su túnica blanca,
vestido de fiesta para celebrar juntos las bodas con el Cordero. Y en
las manos, cada uno su palma para formar un bosque de aclamaciones.
Todos han pasado por la gran tribulación.
El Vidente que se comporta como un espectador asombrado, recibe
información precisa sobre el significado de lo que está viendo. El que
le informa es uno de los ancianos que están ante el trono de Dios. Le
dice que esta muchedumbre ha sido salvada por el Cordero Y Pastor de
la Vida, por Cristo. Pero esta salvación no les ha ahorrado las penas
de la gran tribulación.
La presente visión del Apocalipsis, intercalada entre otras visiones
referentes a la persecución y a los tiempos difíciles de entonces,
interpreta el profundo sentido de la historia en la que todo
contribuye para el bien de los que se salvan. En la medida en que la
vida cristiana comporta siempre una lucha, el mensaje de este libro
escrito para resistir con esperanza en los tiempos de Nerón es válido
para nosotros. Todas nuestras utopías acerca de la mejor sociedad o
del mundo mejor, todas nuestras utopías de felicidad, de fraternidad,
de paz... están localizadas ahora en Cristo, en quien y por quien ha
comenzado el futuro. La esperanza que esto despierta en el corazón de
sus discípulos no es una esperanza para estar a la espera con los
brazos cruzados hasta que el Señor vuelva. Tampoco es una evasión. Es
resistencia y coraje, es paciencia en el más serio de los sentidos.
Lejos de ser la raíz del conformismo, esta esperanza es el fundamento
válido y el móvil de una crítica de todo lo que nos detiene o se
detiene como si no hubiera ningún futuro y cualquier tiempo pasado
fuera mejor. Porque la salvación está por venir, y lo que vemos está
por ver ("Eucaristía 1983").
El Cordero será su Pastor y los conducirá hacia fuentes de aguas
vivas. La Iglesia triunfante en los cielos será el fruto de una
comunidad de creyentes, elegida de toda nación, raza o lengua, y
santificada por la sangre universalmente redentora del Cordero. La
muchedumbre vestida de túnicas blancas, lavadas en la sangre del
Cordero no son únicamente los mártires de la persecución neroniana,
sino también todos los fieles purificados de sus pecados por el
bautismo. El sacramento del bautismo recibe de la sangre del Cordero,
que es también Pastor, la virtud de lavar y purificar las almas.
El Evangelio nos habla del buen pastor, cuando dijo Jesús: -«Mis
ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les
doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará
de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie
puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno»
(Juan 10,27-30). "Vida eterna" es la vida que Jesús, el Pastor, da a
cuantos creen en él y le siguen. Por tanto, la vida que se recibe ya
por la fe. Lo contrario de la "muerte eterna", que comienza con la
incredulidad. Por eso dirá Pablo: "Pues estoy completamente convencido
de que ni la vida ni la muerte, ni el presente ni el futuro, ni las
fuerzas, ni lo alto ni lo bajo, en fin, ninguna criatura podrá
separarnos del amor que Dios nos tiene en Jesucristo nuestro Señor"
(Rom 8,38). Basta que nos abandonemos en Jesús, en él estamos seguros,
él nos cuida. También es un día de pedirle al Señor para que mande
buenos pastores, y por eso rezar por las vocaciones.
"Yo soy", era la manifestación del mismo Dios ("el que es") y ahora lo
vemos que pastorea a su pueblo. "El que ha de venir" ya ha venido, ha
plantado su tienda entre nosotros. Así les gustaba a los primeros
cristianos imaginarse a Jesús, como buen pastor, joven, con la oveja a
los hombros, tú y yo, llevados por Jesús. Pastor, para los antiguos,
es también maestro y rey. Abre camino, enseña, y gobierna. Jesús añade
el amor: ama a sus ovejas a las que ha comprado con su propia sangre,
que las guía, que las busca si se pierden, que las defiende con su
vida, que ellas lo reconocen, que la autoridad que manifiesta sobre
ellas está fundada en su entrega y su amor. La semejanza con el pastor
da por supuesto que se está andando, buscando entre escaseces y
peligros algo vital. El inhóspito desierto y los lobos amenazan de
muerte a las ovejas. Nos lleva por el buen camino, a la verdad y a la
vida eterna.
martes, 20 de abril de 2010
MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de vida y auténtica libertad más allá de la muerte

Hechos (8,1-8): "Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día se
desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén,
y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con
excepción de los apóstoles.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e hicieron gran
lamentación por él. Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de
casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los
entregaba a la cárcel. Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron
anunciando la palabra. Y Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les
predicaba a Cristo. Cuando la gente oía y veía las señales que hacía,
escuchaba atentamente y de común acuerdo lo que Felipe decía. Porque
de muchas personas salían espíritus inmundos, dando grandes gritos, y
muchos paralíticos y cojos eran sanados; de modo que había gran
regocijo en aquella ciudad".
La persecución fue el comienzo de la gran «expansión» misionera del
evangelio. Cuando parece que todo se pierde, que la Iglesia será
exterminada, entonces en la más negra noche amanece Dios… así pasará
con el terrible Saulo, que se levantará luego como san Pablo y Apóstol
de las gentes. Aparecen los mártires de la fe. Para el mártir, la
pérdida de la vida por dar testimonio de Jesús es una ganancia, pues
gana la vida eterna. Pero es también una gran ganancia para la Iglesia
que recibe así nuevos hijos, impulsados a la conversión por el ejemplo
del mártir y ve que se renuevan los hijos que ya tiene desde hace
tiempo. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año
del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la
conmemoración de los mártires del siglo XX: «Permanezca viva, en el
siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos
nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita
de generación en generación, para que de ella brote una profunda
renovación cristiana!». La Iglesia, tal como Jesús la ha querido,
llevará el evangelio hasta los «confines de la tierra», y los mártires
con su sufrimiento son semilla de nuevos cristianos. El milagro de
Pentecostés está siempre haciéndose, por eso podemos rezar: Señor, una
vez más, agranda nuestros corazones a las dimensiones de tu proyecto
universal. Que el evangelio sea proclamado. Concede a todos los
cristianos de todos los tiempos no considerarse jamás como unos
poseedores privilegiados... sino como responsables. En el día del
juicio, Señor, Tú me pedirás cuenta de ese evangelio que he «guardado»
sin haberlo «difundido».
-"Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la
Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les
predicó a Cristo". Como los demás, Felipe, otro diácono, -como
Esteban- ha huido. Su camino pasa por Samaria. Recordemos que los
judíos despreciaban a los samaritanos. Jesús había roto ya ese
estrecho cerco al convertir a una Samaritana. Y les había anunciado:
«Los campos blanquean ya para la siega...» eran promesa de cosechas
abundantes en el mundo pagano. La multitud unánime escuchaba con
atención las palabras de Felipe. Efectivamente, Felipe «ha predicado a
Jesús» y, contrariamente a lo que podía pensarse, su predicación
obtiene un gran éxito en ese mundo nuevo que no está enfundado en sus
propias certezas y modas.
-"¡Y hubo una gran alegría en aquella ciudad!" «La alegría». Signo
evangélico. Cuando la Palabra de Dios es anunciada en «palabras de
hombres», esto provoca una gran alegría. ¡Ah Señor!, te ruego por tu
Iglesia, que sea siempre una fuente de alegría, un lugar festivo, de
una fiesta interior... con mirada de alegría (Noel Quesson).
Todo es para bien, según los designios de Dios lo reconduce todo hacia
algo bueno, y así señala san León Magno: «La religión, fundada por el
misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún
género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones,
antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces
con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen
multiplicados».
Salmo (65,1-3a.4-5.6-7a): "Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra.
Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a
Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Toda la tierra te adorará, y
cantará a ti; cantarán a tu nombre. Venid, y ved las obras de Dios,
temible en hechos sobre los hijos de los hombres. Volvió el mar en
seco; por el río pasaron a pie; allí en Él nos alegramos. Él señorea
con su poder para siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones". El
salmista convoca a todos los pueblos a alabar a Dios; llegará el día
en que todos los países de la tierra alabarán al Dios verdadero: «Toda
la tierra te adorará».
El Evangelio (Juan 6,35-40) muestra que "Jesús continuó hablando a la
gente: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el
que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo, vosotros, como ya os
he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis. Todo lo que me da
el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque
he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que
me ha enviado, a saber: que no se pierda nada de lo que me dio sino
que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que
todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día". "El «discurso del Pan de la vida» que
Jesús dirige a sus oyentes el día siguiente a la multiplicación de los
panes, en la sinagoga de Cafarnaum, entra en su desarrollo decisivo.
Esta catequesis de Jesús tiene dos partes muy claras: una que habla de
la fe en Él, y otra de la Eucaristía. En la primera afirma «yo soy el
Pan de vida»: en la segunda dirá «yo daré el Pan de vida». Ambas están
íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de
catequesis que el evangelista nos ofrece en torno al tema del pan. Hoy
escuchamos la primera (repetimos de ayer, el v. 35: «yo soy el pan de
vida»). Los verbos que emplea son «el que viene a mí», «el que cree en
mí», «el que ve al Hijo y cree en Él». Se trata de creer en el enviado
de Dios. Aquí se llama Pan a Cristo no en un sentido directamente
eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta, Dios le
envía a su Hijo como el verdadero Pan que le saciará. Como también se
lo envía como la Luz, o como el Pastor. Luego pasará a una perspectiva
más claramente eucarística, con los verbos «comer» y «beber». El
efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en Él «no pasará
hambre», «no se perderá», «lo resucitaré el último día», «tendrá vida
eterna».
La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está
diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la
Eucaristía. Somos invitados a creer en Él, antes de comerle
sacramentalmente. Ver, venir, creer: para que nuestra Eucaristía sea
fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica de aceptación de
Cristo, de adhesión a su forma de vida. Por eso es muy bueno que en
cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía»,
comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo nos ofrece, seamos
invitados a recibirle y a comulgar con Él en «La mesa de la Palabra»,
escuchando las lecturas bíblicas y aceptando como criterios de vida
los de Dios. El que nos prepara a «comer» y «beber» con fruto el
alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como
Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en
Él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los
discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero
reconocieron que ya «ardía su corazón cuando les explicaba las
Escrituras». La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la
fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando
desemboca en la Eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según
Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como Cristo" (J.
Aldazábal).
a) En los orígenes, el hombre quiso probar el árbol de la vida para
hacerse como Dios. Y lo que era fuente de vida se convirtió en veneno:
en lugar de recibir su alimento por gracia, el hombre quiso producir
él mismo su felicidad. El hombre fue arrojado del paraíso, porque
quería vivir sobre su propia tierra, la que construiría él sólo. "¡Al
que venga a mí, no lo echaré fuera!". Al escuchar la palabra de Jesús
encontramos la tierra de nuestros orígenes. Jesús llama para recibir
la gracia y el perdón, y nosotros somos reintroducidos en el jardín
para gustar del fruto del árbol. El lo atrae todo a sí: plantada en el
corazón del mundo, su cruz es el nuevo árbol de la vida en el que todo
hombre puede encontrar su nacimiento. "Esta es la voluntad del que me
ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio".
El árbol de la cruz está plantado fuera de los muros de la ciudad,
sobre una colina, porque "muchos pasaban por allí", y el nombre que
salva está escrito en griego, en hebreo y en latín, para que cada cual
conozca en su propia lengua la maravilla de Dios: los brazos de Jesús
están abiertos a todos, porque el amor de Dios es para todos. La
salvación es universal, pues no hay justos: todos son enfermos y todos
están llamados a la curación. Para que el árbol dé fruto en
abundancia, el grano tuvo que ser arrojado al surco del Gólgota. La
Palabra de gracia sólo podrá germinar sembrada en las lágrimas y en la
sangre. La Vida no podrá salir victoriosa sino después de haber estado
aprisionada en una tumba. Una violenta persecución estalló contra la
Iglesia de Jerusalén; los que se dispersaron fueron a extender por
todas partes la Buena Noticia.
"Si el grano no muere, no puede dar fruto" (Jn 12,24). En cristiano,
no hay más que una ley de crecimiento: la de la vida entregada, la de
la esperanza que asume el riesgo, la del comenzar de nuevo, una y otra
vez, desde la sola confianza en la fidelidad del Espíritu. El árbol no
tiene otra razón de ser que no sea la de dar cobijo a los hombres que
buscan la vida. Sólo podrá crecer si hay hombres y mujeres que son
fieles hoy a la ley del crecimiento del Reino: si entregan su vida al
amor gratuito e incondicionado, por encima de toda coacción y en la
libertad del Espíritu.
Dios y Padre nuestro, no permitas que encerremos tu Palabra en el
reducido ámbito de nuestros hábitos, de nuestras certezas y de
nuestros sectarismos. Haz que madure en nosotros lo que Tú has
sembrado: la libertad del Espíritu, el entusiasmo del renuevo
primaveral y el gozo de estar salvados (tomado de "Dios cada día", Sal
terrae).
b) -Yo soy el pan de vida. Jamás ningún profeta había pedido creer en
su persona como lo hace Jesús. Incluso Moisés, sólo pedía que creyeran
en Yahvé. Jesús, en cambio, pretende algo exorbitante y radical: se
presenta como la fuente suprema de salvación, en múltiples fórmulas,
que evocan el "Yo soy el que soy" del mismo Dios: "Yo soy el Pan de
vida". Yo soy la Luz del mundo. Yo soy la Puerta de las ovejas. Yo soy
el Buen Pastor. Yo soy la Resurrección y la Vida. Yo soy la verdadera
Viña. "Yo soy el Pan." Fórmula de una fuerza extraordinaria, que
recuerda que "Yo soy" es título de Dios anunciado a Moisés, del que
vendría, y esto es "Emmanuel", "Yo soy con vosotros", como decimos en
la Misa: "El Señor esté con vosotros, y con tu espíritu", siempre con
el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. Jesús se identifica a sus
enseñanzas: su doctrina es pan, Él mismo es pan... ¡capaz de mitigar
nuestra hambre! Esta semana contemplamos la Eucaristía en el discurso
de Cafarnaum, y en el trigo molido de Esteban y los primeros
cristianos, que son grano de trigo que al morir dan vida a muchos.
-"El que viene a mí ya no tendrá más hambre. Quien cree en mí, jamás
tendrá sed". El paralelismo de las dos frases permite aclarar la una
por la otra. El que "viene a Jesús", el que "cree en Jesús" no
necesita ir a otra parte para saciarse... ¡ya no tiene más hambre ni
sed! Jesús, fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego: la
mayoría de nuestras tristezas y de nuestros desequilibrios vienen de
no saber apoyarnos realmente sobre la roca de la Palabra substancial
del Padre que es Jesús. "Creer" y "venir a Jesús", son presentados
aquí como equivalentes: con ello se pone en evidencia el hecho de que
la fe es unirse a Cristo.
"Venir a Jesús", es imitarle, es reproducir su actitud. Cumplir la
Voluntad de Dios, es un alimento espiritual. Podríamos decir que esto
comporta dos exigencias:
-meditar la Palabra de Dios, alimentarse de su pensamiento... Es la oración.
-para poder someterse en los detalles a su Voluntad sobre nosotros...
Es la acción.
Minuto tras minuto, algunos quereres divinos están escondidos en
nuestras vidas cotidianas. Como para Jesús, el cumplimiento de esta
voluntad de Dios es el único camino de la santidad y del gozo total.
Corresponder a Dios por la Fe es ya "estar en comunión" con Él.
-"Y esta es la voluntad del Padre, que Yo no pierda a ninguno de los
que Él me ha dado… que Yo les resucite a todos en el último día; pues
la voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo y cree en Él
tenga la vida eterna". Contemplo detenidamente esta "voluntad" del
Padre... y hago mi oración a partir de esto (Noel Quesson), y pedimos
hoy al Padre: «Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo
resucitado» (oración).
c) Vamos a ahondar más en este último aspecto, hacer la voluntad del
Padre, diciéndole a Jesús: "Eres la persona más libre, porque eres la
Verdad, y la verdad os hará libres. Tú conoces todo y puedes escoger
lo mejor con plena libertad, no como el engañado, o el ignorante, o el
que está cegado por sus pasiones. Tú, que escoges con la libertad más
plena y escoges lo mejor, escoges la obediencia. ¿Por qué? Parece un
contrasentido: eres el ser más inteligente y más libre, eres Dios, y
escoges no hacer tu voluntad, sino obedecer. ¿Es eso libertad? Jesús,
sabes bien que sí, porque sabes a quién obedeces: no hay nada más
inteligente que obedecer a Dios, pues Él sólo busca mi bien y además
sabe mejor que yo cómo conseguirlo. En la medida en que el hombre hace
más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera
libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de
la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a «la
esclavitud del pecado». Jesús, a veces tengo ganas de ir por mi
cuenta, buscándome a mí mismo: lo que me gusta, lo que me interesa, lo
que «necesito». Incluso el ambiente actual quiere hacerme creer que
así soy más libre, porque decido lo que yo quiero, y no lo que quiere
otro. Que me dé cuenta de lo estúpida que es esta postura. Cuando
busco hacer tu voluntad, también decido lo que yo quiero, sólo que
decido mejor. "Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el
corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: «ésta es la
voluntad de Dios, vuestra santificación». Hoy, una vez más me lo
propongo a mí, y os lo recuerdo también a vosotros y a la humanidad
entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos. Para pacificar
las almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar
en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro,
resulta indispensable la santidad personal" (San Josemaría Escrivá).
Jesús, Tú has venido a hacer la voluntad del Padre Celestial y me has
dado ejemplo de obediencia hasta en los momentos más difíciles. Ahora
me pides que siga ese ejemplo; que mi gran objetivo sea la fidelidad a
esa voluntad de Dios para mí que se me va manifestando día a día: mi
santidad personal. Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra
santificación.
Pero, ¿cómo conocer la Voluntad de Dios? Lo primero es estar lo más
unido posible a Él. ¿Cómo? Buscando unos momentos al día para
tratarle, para pensar en Él, para pedirle cosas, para darle gracias.
Así actuabas Tú, Jesús. Siempre encontrabas la forma de retirarte un
poco de la muchedumbre para rezar. Rezar: éste es el gran secreto para
unirse a Dios. La oración es fundamental en mi camino hacia la
santidad.
Y hay tres tipos de oración: la oración mental, que son estos minutos
dedicados a hablar contigo; la oración vocal, que es rezar oraciones
ya hechas, entre la que destaca el Rosario; y la oración habitual, que
es hacerlo todo en presencia de Dios, convertirlo todo en oración: el
estudio, el trabajo, el descanso, el deporte, la diversión, etc...
Ayúdame a decir sinceramente cada día: hoy, una vez más, me propongo
luchar por cumplir tu Voluntad, luchar por ser santo, luchar por
convertir todo mi día en oración (Pablo Cardona), y así, como pedimos
en la Postcomunión, «que la participación en los sacramentos de
nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y nos dé las
alegrías eternas».