Los Hechos (3,1-10): "Pedro y Juan subían al Templo para la oración de
la tarde. Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían
diariamente junto a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", para
pedir limosna a los que entraban. Cuando él vio a Pedro y a Juan
entrar en el Templo, les pidió una limosna. Entonces Pedro, fijando la
mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: "Míranos". El hombre los
miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: "No tengo
plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y camina". Y tomándolo de la mano derecha, lo
levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos.
Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos
en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios. Toda la gente
lo vio camina y alabar a Dios. Reconocieron que era el mendigo que
pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", y
quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había
sucedido".
"Hoy «es el día que hizo el Señor: regocijémonos y alegrémonos en Él»
(Sal 117,24). Así nos invita a rezar la liturgia de estos días de la
octava de Pascua. Alegrémonos de ser conocedores de que Jesús
resucitado, hoy y siempre, está con nosotros. Él permanece a nuestro
lado en todo momento. Pero es necesario que nosotros le dejemos que
nos abra los ojos de la fe para reconocer que está presente en
nuestras vidas. Él quiere que gocemos de su compañía, cumpliendo lo
que nos dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo» (Mt 28,20)" (Xavier Pagès).
De momento los discípulos seguían con las liturgias del Templo. -Un
tullido de nacimiento pedía limosna... Pedro le dijo: «oro no tengo,
pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo el Nazareno,
levántate y anda». Los Apóstoles son los continuadores de Jesús. Son
los depositarios del poder taumatúrgico -hacer milagros- del Mesías.
La acción de Jesús no terminó con su muerte: Dios continúa actuando a
través de su presencia misteriosa en su Iglesia. Y para subrayar esa
continuidad: Pedro dice las mismas palabras que Jesús: «Levántate y
anda...» (Lc 5, 23). Pedro hace el mismo gesto que Jesús: «Tomándole
de la mano...» (Lc 8, 54). Y sana la misma enfermedad, un paralítico y
en el mismo lugar... (Mt 21, 14). ¿Creo yo en la Iglesia, depositaria
de los beneficios de Dios? ¿Creo, de veras, que Jesús está viviendo en
ella? ¿Es su Palabra la que oigo, cuando se lee la Escritura en la
Misa? ¿Es a Él a quien encuentro, cuando me confieso? Ocasión de
descubrir de nuevo la misteriosa profundidad de la "acción
Apostólica": el Papa y los obispos continúan la función de Pedro y de
los Doce.
-En nombre de Jesucristo, ¡Levántate y anda! Eso es los que repite la
Iglesia a la humanidad, con tanta frecuencia paralizada. «Levántate».
La Iglesia, siguiendo a Jesús, quiere la grandeza del hombre: un
hombre de pie, un hombre activo, un hombre capaz de tomar su destino
en su mano... En mi vida familiar o profesional, ¿contribuyo a
«levantar» a la humanidad? ¿Contribuyo a curar? Yo mismo, ¿sé apoyarme
en la fuerza de la resurrección para ponerme de nuevo en pie cada vez
que una prueba me ha paralizado o anonadado? «En nombre de Jesucristo,
¡que me levante y ande!»
-Entró con ellos en el Templo... La ley de Moisés había establecido un
cierto número de barreras: así ciertas categorías de personas,
consideradas como «impuras» legalmente no tenían derecho a entrar en
el Templo. Los tullidos estaban en este caso. Pero he aquí que la
nueva religión rompe todas esas barreras legales: nadie es excluido...
Todos están invitados a entrar. ¡Gracias, Señor! Ayúdanos a no
reinstalar barreras ni exclusiones. Que seamos acogedores y abiertos a
todos. En particular a los más pobres... -Andando... saltando... y
alabando a Dios... Es algo muy comprensible. Imagino la escena en el
templo. El poder maravilloso de la resurrección comienza a difundirse
en el cuerpo de la humanidad, como presagio y anuncio de la exultación
final de los «resucitados» (Noel Quesson).
Salmo (105,1-4.6-9): "¡Dad gracias al Señor, invocad su Nombre, haced
conocer entre los pueblos sus proezas; / cantad al Señor con
instrumentos musicales, pregonad todas sus maravillas! / ¡Gloríense en
su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor! / ¡Recurran al
Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro; / descendientes
de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: / el Señor es
nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos. / Él se acuerda
eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones,
/ del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac".
Dios es siempre fiel a su Alianza y a su amor hacia nosotros. Él jamás
abandonará a su Pueblo a pesar de nuestras infidelidades. ¿Habrá
alguien que nos ame como Dios lo ha hecho? Su misericordia es eterna y
se prolonga de generación en generación. En su amor por nosotros se
hizo uno de nosotros para ofrecernos su perdón, y para hacernos
partícipes de su Vida y de su Espíritu. Aun cuando muchas veces
nosotros nos alejemos del Señor y traicionamos su amor, Él no se
olvidará de nosotros y siempre estará dispuesto a perdonarnos, pues Él
es nuestro Dios y Padre misericordioso, y no enemigo a la puerta.
Mientras aún es tiempo, volvamos al Señor, dejémonos amar por Él y
convirtámonos en fieles testigos suyos, proclamando sus prodigios a
todos los pueblos.
Evangelio (Lucas 24,13-35): "Aquel mismo día iban dos de ellos a un
pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y
conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que,
mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y
siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le
conocieran.
Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?».
Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás
le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe
las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué
cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un
profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el
pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a
muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba
a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días
desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras
nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no
hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una
aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos
de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían
dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos
de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era
necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y,
empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó
lo que había sobre Él en todas las Escrituras.
Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir
adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros,
porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con
ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él
desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo
nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y
nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se
volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que
estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y
se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había
pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan".
a) Sólo María Santísima tendrá fe en todo momento, los discípulos
están en desbandada, y ahí van los de hoy, desanimados,
descorazonados. "Aquella tarde van de Jerusalén a Emaús, a pocas horas
de camino de la Ciudad Santa, tristes, bajo el peso de la mayor de las
decepciones: el Maestro acaba de ser crucificado como un malhechor, no
había tenido ningún poder contra la muerte, y ahora todos los suyos se
dispersaban sin saber donde ir. Si el único que tenía palabras de vida
eterna había muerto, ¿qué iba a ser de ellos? Andaban -eran dos, un
tal Cleofás y otro- contándose entre sí una y otra vez todo aquel
desastre, el fin de la gran esperanza. Sin duda se han equivocado,
Jesús debió ser profeta, pero no el Mesías, habían entendido mal el
mensaje, su muerte, un hecho tan seguro, sólo podía interpretarse así"
(Carlos Pujol). Quizá no perdieron la luz íntima de la fe en Jesús,
sino la esperanza mesiánica en un líder terrenal. Lo que no consiguió
Jesús en vida, lo obtuvo agonizante y muerto, curándoles
definitivamente de su fe ingenua y pueril en un camino de Dios según
la fantasía humana, alejado del camino de la cruz. En su alma se formó
un vacío, quedando así espacio libre para la sabiduría divina que es
locura para el mundo. -Dos discípulos iban a Emaús... y hablaban entre
sí... El viernes último murió su amigo. Todo ha terminado. Vuelven a
su casa. Sorprende que no sean capaces de tener en consideración el
testimonio de las mujeres; quizá estaban tan deprimidos por el
"fracaso" que para ellos era la muerte de Jesús, que están
temporalmente cerrados a todo misterio.
Hasta que llegan a la raíz de su decepción: Sin embargo nosotros
esperábamos que Él sería quien redimiera a Israel. Este es el tema.
¿Cuál era su esperanza?: parece una salvación humana; muchos problemas
vienen de la tergiversación de la esperanza... ya el tercer día desde
que han pasado estas cosas. Ya no esperan nada. "Nosotros
esperábamos..." Estas palabras están llenas de una esperanza perdida.
Me imagino su decepción. Camino con ellos. Les escucho. En toda vida
humana esto sucede algún día: una gran esperanza perdida, una muerte
cruel, un fracaso humillante, una preocupación, una cuestión
insoluble, un pecado que hace sufrir. Humanamente, no hay salida.
-Jesús se les acercó e iba con ellos... pero sus ojos estaban ciegos,
no podían reconocerle... "¿De qué estáis hablando? Parecéis tristes."
Por su camino has venido a encontrarles; e inmediatamente te interesas
por sus preocupaciones. Tú conoces nuestras penas y nuestras
decepciones. Me alivia pensar que no ignoras nada de lo que soporto en
el fondo de mí mismo. Me dejo mirar e interrogar por ti.
-Lo de Jesús Nazareno... Cómo le entregaron nuestros magistrados para
que fuese condenado a muerte y crucificado... Jesús deja que se
expresen detenidamente, sobre sus preocupaciones. No se da a conocer
enseguida: deja que hablen, que se desahoguen.
-¡Hombres tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los
profetas! Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue
declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras. He aquí el
primer método para "reconocer" a Jesús: tomar contacto, profundamente,
cordialmente, con las Escrituras con la Palabra de Dios. Hacer
"oración". Procurar por encima de todo tener unos momentos de corazón
a corazón. Leer y releer la Escritura.
Llegan al pueblo, le piden que se quede: "Una de las súplicas más
conmovedoras del Evangelio, oscurece (¿quién tiene miedo a la
oscuridad, los de Emaús o su compañero misterioso?), y después de
aquel coloquio ambulante ahora que todo son sombras lo necesitan."
(Carlos Pujol).
"Jesús en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me
conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro
ajetreo diario. Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada
limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin
ningún signo exterior de tu gloria.
Se termina el trayecto al encontrar la aldea, y aquellos dos que -sin
darse cuenta- han sido heridos en lo hondo de su corazón por la
palabra y el amor de Dios hecho hombre, sienten que se vaya. Porque
Jesús les saluda con un ademán de continuar adelante. No se impone
nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamen libremente, desde que
hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma.
Hemos de detenerlo por fuerza y rogarle: continua con nosotros porque
ya es tarde, y ya va el día de caída, se hace de noche.
Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad, o quizá por
pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros porque nos rodean
las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia
que nos consume. Porque 'entre las cosas hermosas, honestas, no
ignoramos cuál es la primera: poseer siempre a Dios' (San Gregorio
Nacianzeno).
Y Jesús se queda. Se abren nuestros ojos como los de Cleofás y su
compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque Él vuelva a
desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de
nuevo la marcha -anochece-, para hablar a los demás de Él, porque
tanta alegría no cabe en un pecho solo.
Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y
Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos
divinos de la tierra" (San Josemaría Escrivá). Vale la pena recordar a
los discípulos de Emaús si alguna vez nos ataca el fantasma del
desaliento o la desesperanza; Jesús nunca nos dejará solos, de una
manera o de otra nos acompañará en el camino y nos hablará, pero
conviene pedirle que se quede con nosotros para que su presencia se
haga continua en nuestra vida. Muchas veces Jesús utilizará nuestras
vidas para que otros encuentren el consuelo y la luz en sus vidas en
tinieblas. No se trata sólo de ser Apóstoles, sino el mismo Cristo que
pasa por sus vidas como ha pasado por la nuestra para orientar al
perdido, consolar al triste y animar al desesperanzado.
b) En el fondo, ahí está el sentido de la Misa. La misa es el
ofrecimiento de Cristo y nuestro al Padre, y básicamente tiene dos
partes, que son la liturgia de la palabra y la Eucaristía.
Ofrecimiento al Padre de Jesús y nuestro, pues somos también nosotros
hijos de Dios (como le dijo a María el primer domingo: "di a mis
hermanos: subo a mi Padre, que es también vuestro Padre"). Decía una
persona: "La Palabra de Dios proclamada en la celebración de la
Eucaristía me ha llevado en diversos momentos de mi vida a tomar
decisiones concretas para ir adelante en hacer la voluntad de Dios en
mi vida; no es cuestión de voluntad (muchas veces no encuentro esta
intensidad) sino un don de Dios". A nosotros nos toca, como en el
milagro de Caná, llenar las tinajas de agua (estar ahí, dispuestos a
la escucha de la Palabra): es Jesús quien puede hacer el milagro de
convertir el agua en vino (cambiar nuestro corazón), y hacer realidad
lo que oímos al comienzo del Evangelio: "El Señor esté con vosotros".
Una historia poco piadosa nos puede ilustrar esa necesidad de
contacto vital. Habla de un joven inquieto se presentó a un sacerdote
y le dijo: -'Busco a Dios'. El reverendo le echó un sermón, que el
joven escuchó con paciencia. Acabado el sermón, el joven marchó triste
en busca del obispo. -'Busco a Dios', le dijo llorando al obispo.
Monseñor le leyó una pastoral que acababa de publicar en el boletín de
la diócesis y el joven oyó la pastoral con gran cortesía, pero al
acabar la lectura se fue angustiado al Papa a pedirle: -'Busco a
Dios'. Su Santidad se dispuso a resumirle su última encíclica, pero el
joven rompió en sollozos sin poder contener la angustia. -'¿Por qué
lloras?', le preguntó el Papa totalmente desconcertado. -'Busco a Dios
y me dan palabras' dijo el joven apenas pudo recuperarse. Aquella
noche, el sacerdote, el obispo y el Papa tuvieron un mismo sueño.
Soñaron que morían de sed y que alguien trataba de aliviarles con un
largo discurso sobre el agua.
-Jesús, "puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo
partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron". "Esta
es la segunda experiencia para "reconocer a Jesús": la eucaristía, la
fracción del pan. La primera había sido la Escritura, explicada por
Él. Fijémonos en que los dos momentos del encuentro de Emaús son como
las dos partes de la Misa: la liturgia de la Palabra y la "fracción
del pan", que Jesús hizo el jueves santo (y que estos discípulos
recordarían cuando reconocieron a Jesús). La Eucaristía nunca es
aislada, sino que -inscrita en el año litúrgico, con unos sentimientos
distintos según sea la esperanza del Adviento, o el dolor de la
Cuaresma o la alegría de Navidad o Pascua...- siempre nos hace viva la
muerte y resurrección de Jesús, por esto es buena disposición ver que
la vida es como un camino de Emaús, un encuentro con Jesús en el que
cada día hay una palabra suya que va germinando en nuestro corazón,
algo que nos va explicando por el camino.
La eucaristía es el sacramento, el signo eficaz de la presencia de
Cristo resucitado. Es el gran misterio de la Fe: un signo muy pobre,
un signo muy modesto. Comulgar con el "Cuerpo de Cristo". Valorar la
eucaristía por encima de todo. Arrodillarse alguna vez ante un
sagrario. En el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén.
Siempre la "misión". Nadie puede quedarse quieto en su sitio
contemplando a Cristo resucitado: Hay que ponerse en camino y marchar
hacia los hermanos" (Noel Quesson).
Caminemos con la esperanza que nos da el hecho de saber que el Señor
nos ayuda a encontrar sentido a todos los acontecimientos. Sobre todo,
en aquellos momentos en que, como los discípulos de Emaús, pasemos por
dificultades, contrariedades, desánimos... Ante los diversos
acontecimientos, nos conviene saber escuchar su Palabra, que nos
llevará a interpretarlos a la luz del proyecto salvador de Dios.
Aunque, quizá, a veces, equivocadamente, nos pueda parecer que no nos
escucha, Él nunca se olvida de nosotros; Él siempre nos habla. Sólo a
nosotros nos puede faltar la buena disposición para escuchar, meditar
y contemplar lo que Él nos quiere decir.
En los variados ámbitos en los que nos movemos, frecuentemente podemos
encontrar personas que viven como si Dios no existiera, vidas carentes
de sentido. Conviene que nos demos cuenta de la responsabilidad que
tenemos de llegar a ser instrumentos aptos para que el Señor pueda, a
través de nosotros, acercarse y "hacer camino" con los que nos rodean.
Busquemos cómo hacerlos conocedores de la condición de hijos de Dios y
de que Jesús nos ha amado tanto, que no sólo ha muerto y resucitado
para nosotros, sino que ha querido quedarse para siempre en la
Eucaristía. Fue en el momento de partir el pan cuando aquellos
discípulos de Emaús reconocieron que era Jesús quien estaba a su lado.
c) Muchos cristianos, jóvenes y mayores, experimentamos en la vida,
como los dos de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por
circunstancias personales. Otras, por la visión deficiente que la
misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas
veces nuestro camino. Viaje de ida desde la fe hasta la oscuridad, y
ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la fe. Cuántas veces nuestra
oración podría ser: «quédate con nosotros, que se está haciendo de
noche y se oscurece nuestra vida». La Pascua no es para los perfectos:
fue Pascua también para el paralítico del templo y para los discípulos
desanimados de Emaús.
En medio, sobre todo si alguien nos ayuda, deberíamos tener la
experiencia del encuentro con el Resucitado. En la Eucaristía
compartida. En la Palabra escuchada. En la comunidad que nos apoya y
da testimonio. Y la presencia del Señor curará nuestros males. ¿Nos
ayuda alguien en este encuentro? ¿Ayudamos nosotros a los demás cuando
notamos que su camino es de alejamiento y frialdad?
El relato de Lucas, narrado con evidente lenguaje eucarístico, quiere
ayudar a sus lectores -hoy, a nosotros- a que conectemos la misa con
la presencia viva del Señor Jesús. Pero a la vez, de nuestro encuentro
con el Resucitado, si le hemos sabido reconocer en la Palabra, en la
Eucaristía y en la Comunidad, ¿salimos alegres, presurosos a dar
testimonio de él en nuestra vida, dispuestos a anunciar la Buena
Noticia de Jesús con nuestras palabras y nuestros hechos? ¿Imitamos a
los dos de Emaús, que vuelven a la comunidad, y a las mujeres que se
apresuran a anunciar la buena nueva? Si es así, eso cambiará toda
nuestra jornada" (J. Aldazábal).
Hoy le rezamos a Dios Padre, que «todos los años nos alegras con la
solemnidad de la resurrección del Señor» (oración), «que la
participación en los sacramentos nos transforme en hombres nuevos»
(poscomunión). Dice San Bernardo: «El nombre de Jesús no es solamente
Luz, es también manjar. ¿Acaso no te sientes confortado cuantas veces
lo recuerdas? ¿Qué otro alimento como él sacia así la mente del que
medita? ¿Qué otro manjar repara así los sentidos fatigados, esfuerza
las virtudes, vigoriza la buenas y honestas costumbres y fomenta las
castas afecciones? Todo alimento del alma es árido si con este óleo no
está sazonado; es insípido si no está condimentado con esta sal. Si
escribes, no me deleitas, a no ser que lea el nombre de Jesús. Si
disputas o conversas, no me place, si no oigo el nombre de Jesús.
Jesús es miel en la boca, melodía en los oídos, alegría en el corazón.
¿Está triste alguno de vosotros? Venga a su corazón Jesús, y de allí
salga a la boca. Y he aquí que apenas aparece el resplandor de este
nombre desaparecen todas las nubes y todo queda sereno».
d) Newman decía: "Reflexionemos sobre lo que significaban las
apariciones de Jesús a sus discípulos después de su resurrección.
Tienen tanto más importancia cuanto que nos muestran que una comunión
de este género con Cristo sigue siendo posible. Este contacto con
Cristo nos es posible también hoy. En el período de los cuarenta días
que siguieron a la resurrección, Jesús inauguró su nueva relación con
la Iglesia, su relación actual con nosotros, la forma de presencia que
ha querido manifestar y asegurar. Después de su resurrección ¿cómo se
hizo Cristo presente a la Iglesia? Iba y venía libremente, nada se
oponía a su venida, ni siquiera las puertas cerradas. Pero una vez
presente, los discípulos no eran capaces de reconocer su presencia.
Los discípulos de Emaús no tenían conciencia de su presencia hasta
después, recordando la influencia que él había ejercido sobre ellos:
"¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?"
Observemos bien en qué momento se les abrieron los ojos: en la
fracción del pan. Esto es lo que el evangelio nos dice. Aunque uno
reciba la gracia de darse cuenta de la presencia de Cristo, se le
reconoce sólo más tarde. Es sólo por la fe que uno puede reconocer su
presencia. En lugar de su presencia sensible, nos deja el memorial de
su redención. Se hace presente en el sacramento. ¿Cuándo se ha
manifestado? Cuando, para decirlo de alguna manera, hace pasar a los
suyos de una visión sin verdadero conocimiento a un auténtico
conocimiento en lo invisible de la fe".
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