Entramos en los tres días de preparación a la Pascua, a la fiesta más
importante del año. El jueves se bendicen los sagrados óleos para el
bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la
tarde, después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la
adoración, como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus
discípulos en la dramática noche de su agonía: «Quedaos aquí y velad
conmigo» (Mateo 26,38).
El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia
nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La
«adoración» de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se
celebrará ese día, mientras la comunidad eclesial ora intensamente por
las necesidades de los creyentes y del mundo entero.
A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará hasta
la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la
alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el
canto gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo
resucitado, y la alegría pascual se prolongará a lo largo de los
cincuenta días que seguirán.
Recuerdo aquella canción de amor: "llegó con tres heridas: / la del
amor, / la de la muerte, / la de la vida. // Con tres heridas viene: /
la de la vida, / la del amor, / la de la muerte. // Con tres heridas
yo: / la de la vida, / la de la muerte, / la del amor". El Maestro ha
preparado estos días, en los que celebramos que "sus heridas nos han
curado" (Luis Manuel Suárez).
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