El profeta utiliza la imagen del torrente, símbolo de la vida que Dios
da, corriente de agua milagrosa que mana del lado derecho del templo
(el lugar de la presencia de Dios y el centro del culto que le es
agradable), y todo lo inunda con su salud y fecundidad. En san Juan
este agua es el Espíritu que mana de Cristo glorificado. El agua que
da fertilidad a las aguas muertas simboliza Jesús y su Espíritu. El
río recuerda el paraíso, recuerdo de añoranza, al paraíso inicial de
la humanidad, regado por los cuatro brazos de agua, y, por otra, al
futuro mesiánico, que será como un nuevo paraíso: «Quien tenga sed,
que se acerque a mí y beba. Quien crea en mí, ríos de agua viva
brotarán de su entraña» (Jn 7,37-38). En Él se ha cumplido esta
profecía de Ezequiel; de Él nos viene la gran efusión del Espíritu que
simbolizaba el agua. Únicamente de Él nos puede venir la fecundidad,
la vida (J. Pedrós). Los santos Padres ven ahí las aguas bautismales,
las que brotan del costado abierto de Jesús en la Cruz: "esto
significa que nosotros bajamos al agua repletos de pecados e impureza
y subimos cargados de frutos en nuestro corazón, llevando en nuestro
espíritu el temor y la esperanza de Jesús" (Epístola de Bernabé).
La abundancia es imagen del cielo: la cosecha significa que Dios
reparte sus bienes… como un río que va creciendo, gracias que cada día
irrumpen en abundancia sobre la humanidad... sobre mí... "Sin cesar,
Dios vierte la abundancia de su vida en mí. ¿Qué atención presto?
¿Cómo respondo a ese don?
-¿Has visto, hijo de hombre? Efectivamente, a menudo no veo. Haz que
vea, Señor. HOY, trataré de ver ese río de gracia. En mi oración de la
noche, trataré de decir: «Gracias».
-Mira, a la orilla del torrente, a ambos lados, había gran cantidad de
árboles... toda clase de árboles frutales, cuyo follaje no se
marchitará. Todos los meses producirán frutos nuevos. Visión
maravillosa. Es el comenzar de nuevo del paraíso terrestre: el
desierto de Judá, al sur de Jerusalén se cubre «de árboles de la
vida». No dan solamente «una» cosecha, sino «doce» cosechas... ¡una
por mes! Decididamente, ¡no habrá hambre! Es un sueño.
¿Es realidad? Por contraste, no puedo dejar de pensar en los que
sufren, en los que no tienen agua, ni frutos, en los que pasan toda su
vida en la miseria. Realiza, Señor, tu promesa.
-Esta agua desemboca en el «Mar Muerto» cuyas aguas quedan
saneadas... así como las tierras en las que penetra, y la vida aparece
por dondequiera que pase el torrente.
Hay que haber visto el «Mar Muerto» y su paisaje desolado para captar
toda la metamorfosis prometida. Las aguas de este mar, verdaderamente
«muerto», tienen tal cantidad de sales, que ningún pez tiene vida en
ellas y en sus alrededores también reina la muerte.
He aquí pues un «agua nueva» que tiene como un poder de resurrección:
suscita seres vivos. Es un agua que da vida.
Su signo actual es el bautismo. En el fondo, ¿por qué no creeríamos en
esa fuerza divina? ¿Acaso no sería Dios capaz de transformar el
desierto de nuestros corazones en jardines florecientes de vida? ¡Oh
Dios, impregna nuestras vidas de tu vida! Mi bautismo es una fuente de
Vida. ¿Cómo la haría yo más abundante, más exultante, más llena de
vida? (Noel Quesson). La lectura profética nos ayuda a entender la
escena del evangelio: el agua que cura y salva, y por tanto, el
recuerdo de nuestro Bautismo, que nos prepara para la Vigilia Pascual.
"El Señor es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en
los peligros. Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y las
montañas se desplomen hasta el fondo del mar"… lo que dice el salmo se
refiere a nuestra pequeña historia: «el correr de las acequias alegra
la ciudad de Dios... teniendo a Dios en medio, no vacila». El agua
salvadora de Dios es su palabra, su gracia, sus sacramentos, su
Eucaristía, la ayuda de los hermanos, la oración. "Los canales del Río
alegran la Ciudad de Dios… El Señor está en medio de ella… El Señor de
los ejércitos está con nosotros".
Esta agua que está en el cielo alegrando la ciudad de Dios, es también
tema del Evangelio: "Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén,
hay una piscina llamada en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos.
Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos,
paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Había
allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al
verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús
le preguntó: "¿Quieres curarte?". El respondió: "Señor, no tengo a
nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse;
mientras yo voy, otro desciende antes". Jesús le dijo: "Levántate,
toma tu camilla y camina". En seguida el hombre se curó, tomó su
camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los judíos dijeron
entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está
permitido llevar tu camilla". El les respondió: "El que me curó me
dijo: 'Toma tu camilla y camina'". Ellos le preguntaron: "¿Quién es
ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'". Pero el enfermo
lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que
estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has
sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores
cosas todavía". El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el
que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas
en sábado".
Ya sabemos que Jesús puede hacer nuevas las leyes, porque es el nuevo
Moisés, el hijo de Dios, el Dios que había de venir... vemos también
el agua que necesitaba algo para curar, para el milagro, como el agua
de Caná y la del pozo de Jacob, también la de Betesda era estéril; no
podía curar al enfermo. Así era la ley de Moisés podía dar vida al
pecador: sólo podía acusar. Jesús pasó: "¿Quieres quedar sano?". Él
trae la libertad: como decía el profeta, la tierra es recreada; los
árboles, cuyas hojas no conocen ya los efectos del hielo, dan nuevos
frutos cada mes. Cuando Dios da el agua viva, el viejo mundo
desaparece.... Dios ha hecho que brotase del costado de su Amado
sangre y agua, río de vida que purifica todo cuanto penetra. Nuestra
vida reverdece cuando el Espíritu nos inunda. Hemos sido bautizados en
la muerte y resurrección de Jesús y pertenecemos a una tierra
liberada. Nos ha hecho atravesar el mar y nos ha sumergido en el río
de la vida. Pertenecemos al mundo nuevo. En la noche de Pascua, Cristo
enterrará nuestras obras estériles, y oiremos el grito de la victoria
(Sal Terrae).
Sobre el número 38, los años de enfermedad, San Agustín propone un
significado místico: cuarenta es el número de los días de Cuaresma que
nos traen la salud, cincuenta es el número de días ya de salud, que
siguen a Pascua, hasta Pentecostés, la paga de los trabajadores en la
viña, es la posesión de Dios. El pueblo está enfermo desde hace 38
años, le quedan dos cosas que le sanarán, dos mandamientos que la ley
de Moisés le había ya escrito en el corazón, y cuyo alcance profundo
consiguen con Cristo: "Amarás al Señor, tu Dios y al prójimo como a ti
mismo". El amor de Dios, hecho visible en la persona de Cristo, ha de
apoderarse del corazón del hombre, enfermo por el pecado, a fin de
inflamarlo y llevarlo por los caminos de la penitencia: "¡Levántate,
toma tu camilla y anda!". Es decir: "¡Levántate, recorre el camino de
la penitencia, el camino de la cruz, que lleva a Dios! Entonces serás
curado, te verás sano, tendrás la vida eterna. Entonces habrás dado el
primer paso para salir de tu enfermedad de treinta y ocho años, y al
momento, de un salto, te vas a poner no sólo en la salud de la
Cuaresma, sino también en la bendita Quincuagésima, el Pentecostés que
sigue a Pascua. Entonces vas ya a marchar sano por la tierra de Dios,
por la tierra de la verdadera vida, y tus apetitos desordenados, tus
pasiones, a los que antes estabas atado como a un lecho, quedarán
ahora dominados". Cristo desciende del cielo y como nuevo Adán toma la
"mochila" de nuestros pecados y la carga él. Remueve las aguas de
nuestro corazón, nos da su gracia en el sacramento de la
Reconciliación, fomenta en nosotros el deseo de perdón y el corazón
para perdonar. Y nos anima a nosotros a llevar este amor y este perdón
a otros, a hacer apostolado, a remover las aguas de otros corazones.
Apostolado. ¿Cuántos amigos has acercado a Dios este mes? ¿Y este año?
¿Y el año pasado? ¿Y en toda tu vida? Mucha gente se piensa que ayudar
a otras personas a ser mejores cristianos es tarea de sacerdotes y
religiosos. ¡Nada más falso! Antes de subir a los cielos, Jesús dijo
que debíamos ser testigos suyos hasta los últimos confines de la
tierra. Ser testigos suyos significa hablar de Dios a nuestros amigos,
invitarles a ir a Misa para recibir al Señor, preocuparnos y ocuparnos
de su salud espiritual, animarles a ser mejores cristianos en cosas
concretas, ayudarles a confesarse con frecuencia, rezar algo con
ellos, y un larguísimo etcétera. Puedes hablar ahora con Jesús de 3
amigos tuyos, pedirle por ellos, y ver qué puedes hacer por ayudarles
para que se acerquen a Dios (José Pedro Manglano).
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