martes, 20 de abril de 2010

MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de vida y auténtica libertad más allá de la muerte


Hechos (8,1-8): "Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día se
desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén,
y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con
excepción de los apóstoles.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e hicieron gran
lamentación por él. Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de
casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los
entregaba a la cárcel. Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron
anunciando la palabra. Y Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les
predicaba a Cristo. Cuando la gente oía y veía las señales que hacía,
escuchaba atentamente y de común acuerdo lo que Felipe decía. Porque
de muchas personas salían espíritus inmundos, dando grandes gritos, y
muchos paralíticos y cojos eran sanados; de modo que había gran
regocijo en aquella ciudad".
La persecución fue el comienzo de la gran «expansión» misionera del
evangelio. Cuando parece que todo se pierde, que la Iglesia será
exterminada, entonces en la más negra noche amanece Dios… así pasará
con el terrible Saulo, que se levantará luego como san Pablo y Apóstol
de las gentes. Aparecen los mártires de la fe. Para el mártir, la
pérdida de la vida por dar testimonio de Jesús es una ganancia, pues
gana la vida eterna. Pero es también una gran ganancia para la Iglesia
que recibe así nuevos hijos, impulsados a la conversión por el ejemplo
del mártir y ve que se renuevan los hijos que ya tiene desde hace
tiempo. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año
del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la
conmemoración de los mártires del siglo XX: «Permanezca viva, en el
siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos
nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita
de generación en generación, para que de ella brote una profunda
renovación cristiana!». La Iglesia, tal como Jesús la ha querido,
llevará el evangelio hasta los «confines de la tierra», y los mártires
con su sufrimiento son semilla de nuevos cristianos. El milagro de
Pentecostés está siempre haciéndose, por eso podemos rezar: Señor, una
vez más, agranda nuestros corazones a las dimensiones de tu proyecto
universal. Que el evangelio sea proclamado. Concede a todos los
cristianos de todos los tiempos no considerarse jamás como unos
poseedores privilegiados... sino como responsables. En el día del
juicio, Señor, Tú me pedirás cuenta de ese evangelio que he «guardado»
sin haberlo «difundido».
-"Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la
Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les
predicó a Cristo". Como los demás, Felipe, otro diácono, -como
Esteban- ha huido. Su camino pasa por Samaria. Recordemos que los
judíos despreciaban a los samaritanos. Jesús había roto ya ese
estrecho cerco al convertir a una Samaritana. Y les había anunciado:
«Los campos blanquean ya para la siega...» eran promesa de cosechas
abundantes en el mundo pagano. La multitud unánime escuchaba con
atención las palabras de Felipe. Efectivamente, Felipe «ha predicado a
Jesús» y, contrariamente a lo que podía pensarse, su predicación
obtiene un gran éxito en ese mundo nuevo que no está enfundado en sus
propias certezas y modas.
-"¡Y hubo una gran alegría en aquella ciudad!" «La alegría». Signo
evangélico. Cuando la Palabra de Dios es anunciada en «palabras de
hombres», esto provoca una gran alegría. ¡Ah Señor!, te ruego por tu
Iglesia, que sea siempre una fuente de alegría, un lugar festivo, de
una fiesta interior... con mirada de alegría (Noel Quesson).
Todo es para bien, según los designios de Dios lo reconduce todo hacia
algo bueno, y así señala san León Magno: «La religión, fundada por el
misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún
género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones,
antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces
con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen
multiplicados».

Salmo (65,1-3a.4-5.6-7a): "Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra.
Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a
Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Toda la tierra te adorará, y
cantará a ti; cantarán a tu nombre. Venid, y ved las obras de Dios,
temible en hechos sobre los hijos de los hombres. Volvió el mar en
seco; por el río pasaron a pie; allí en Él nos alegramos. Él señorea
con su poder para siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones". El
salmista convoca a todos los pueblos a alabar a Dios; llegará el día
en que todos los países de la tierra alabarán al Dios verdadero: «Toda
la tierra te adorará».

El Evangelio (Juan 6,35-40) muestra que "Jesús continuó hablando a la
gente: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el
que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo, vosotros, como ya os
he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis. Todo lo que me da
el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque
he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que
me ha enviado, a saber: que no se pierda nada de lo que me dio sino
que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que
todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día". "El «discurso del Pan de la vida» que
Jesús dirige a sus oyentes el día siguiente a la multiplicación de los
panes, en la sinagoga de Cafarnaum, entra en su desarrollo decisivo.
Esta catequesis de Jesús tiene dos partes muy claras: una que habla de
la fe en Él, y otra de la Eucaristía. En la primera afirma «yo soy el
Pan de vida»: en la segunda dirá «yo daré el Pan de vida». Ambas están
íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de
catequesis que el evangelista nos ofrece en torno al tema del pan. Hoy
escuchamos la primera (repetimos de ayer, el v. 35: «yo soy el pan de
vida»). Los verbos que emplea son «el que viene a mí», «el que cree en
mí», «el que ve al Hijo y cree en Él». Se trata de creer en el enviado
de Dios. Aquí se llama Pan a Cristo no en un sentido directamente
eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta, Dios le
envía a su Hijo como el verdadero Pan que le saciará. Como también se
lo envía como la Luz, o como el Pastor. Luego pasará a una perspectiva
más claramente eucarística, con los verbos «comer» y «beber». El
efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en Él «no pasará
hambre», «no se perderá», «lo resucitaré el último día», «tendrá vida
eterna».
La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está
diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la
Eucaristía. Somos invitados a creer en Él, antes de comerle
sacramentalmente. Ver, venir, creer: para que nuestra Eucaristía sea
fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica de aceptación de
Cristo, de adhesión a su forma de vida. Por eso es muy bueno que en
cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía»,
comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo nos ofrece, seamos
invitados a recibirle y a comulgar con Él en «La mesa de la Palabra»,
escuchando las lecturas bíblicas y aceptando como criterios de vida
los de Dios. El que nos prepara a «comer» y «beber» con fruto el
alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como
Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en
Él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los
discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero
reconocieron que ya «ardía su corazón cuando les explicaba las
Escrituras». La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la
fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando
desemboca en la Eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según
Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como Cristo" (J.
Aldazábal).
a) En los orígenes, el hombre quiso probar el árbol de la vida para
hacerse como Dios. Y lo que era fuente de vida se convirtió en veneno:
en lugar de recibir su alimento por gracia, el hombre quiso producir
él mismo su felicidad. El hombre fue arrojado del paraíso, porque
quería vivir sobre su propia tierra, la que construiría él sólo. "¡Al
que venga a mí, no lo echaré fuera!". Al escuchar la palabra de Jesús
encontramos la tierra de nuestros orígenes. Jesús llama para recibir
la gracia y el perdón, y nosotros somos reintroducidos en el jardín
para gustar del fruto del árbol. El lo atrae todo a sí: plantada en el
corazón del mundo, su cruz es el nuevo árbol de la vida en el que todo
hombre puede encontrar su nacimiento. "Esta es la voluntad del que me
ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio".
El árbol de la cruz está plantado fuera de los muros de la ciudad,
sobre una colina, porque "muchos pasaban por allí", y el nombre que
salva está escrito en griego, en hebreo y en latín, para que cada cual
conozca en su propia lengua la maravilla de Dios: los brazos de Jesús
están abiertos a todos, porque el amor de Dios es para todos. La
salvación es universal, pues no hay justos: todos son enfermos y todos
están llamados a la curación. Para que el árbol dé fruto en
abundancia, el grano tuvo que ser arrojado al surco del Gólgota. La
Palabra de gracia sólo podrá germinar sembrada en las lágrimas y en la
sangre. La Vida no podrá salir victoriosa sino después de haber estado
aprisionada en una tumba. Una violenta persecución estalló contra la
Iglesia de Jerusalén; los que se dispersaron fueron a extender por
todas partes la Buena Noticia.
"Si el grano no muere, no puede dar fruto" (Jn 12,24). En cristiano,
no hay más que una ley de crecimiento: la de la vida entregada, la de
la esperanza que asume el riesgo, la del comenzar de nuevo, una y otra
vez, desde la sola confianza en la fidelidad del Espíritu. El árbol no
tiene otra razón de ser que no sea la de dar cobijo a los hombres que
buscan la vida. Sólo podrá crecer si hay hombres y mujeres que son
fieles hoy a la ley del crecimiento del Reino: si entregan su vida al
amor gratuito e incondicionado, por encima de toda coacción y en la
libertad del Espíritu.
Dios y Padre nuestro, no permitas que encerremos tu Palabra en el
reducido ámbito de nuestros hábitos, de nuestras certezas y de
nuestros sectarismos. Haz que madure en nosotros lo que Tú has
sembrado: la libertad del Espíritu, el entusiasmo del renuevo
primaveral y el gozo de estar salvados (tomado de "Dios cada día", Sal
terrae).
b) -Yo soy el pan de vida. Jamás ningún profeta había pedido creer en
su persona como lo hace Jesús. Incluso Moisés, sólo pedía que creyeran
en Yahvé. Jesús, en cambio, pretende algo exorbitante y radical: se
presenta como la fuente suprema de salvación, en múltiples fórmulas,
que evocan el "Yo soy el que soy" del mismo Dios: "Yo soy el Pan de
vida". Yo soy la Luz del mundo. Yo soy la Puerta de las ovejas. Yo soy
el Buen Pastor. Yo soy la Resurrección y la Vida. Yo soy la verdadera
Viña. "Yo soy el Pan." Fórmula de una fuerza extraordinaria, que
recuerda que "Yo soy" es título de Dios anunciado a Moisés, del que
vendría, y esto es "Emmanuel", "Yo soy con vosotros", como decimos en
la Misa: "El Señor esté con vosotros, y con tu espíritu", siempre con
el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. Jesús se identifica a sus
enseñanzas: su doctrina es pan, Él mismo es pan... ¡capaz de mitigar
nuestra hambre! Esta semana contemplamos la Eucaristía en el discurso
de Cafarnaum, y en el trigo molido de Esteban y los primeros
cristianos, que son grano de trigo que al morir dan vida a muchos.
-"El que viene a mí ya no tendrá más hambre. Quien cree en mí, jamás
tendrá sed". El paralelismo de las dos frases permite aclarar la una
por la otra. El que "viene a Jesús", el que "cree en Jesús" no
necesita ir a otra parte para saciarse... ¡ya no tiene más hambre ni
sed! Jesús, fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego: la
mayoría de nuestras tristezas y de nuestros desequilibrios vienen de
no saber apoyarnos realmente sobre la roca de la Palabra substancial
del Padre que es Jesús. "Creer" y "venir a Jesús", son presentados
aquí como equivalentes: con ello se pone en evidencia el hecho de que
la fe es unirse a Cristo.
"Venir a Jesús", es imitarle, es reproducir su actitud. Cumplir la
Voluntad de Dios, es un alimento espiritual. Podríamos decir que esto
comporta dos exigencias:
-meditar la Palabra de Dios, alimentarse de su pensamiento... Es la oración.
-para poder someterse en los detalles a su Voluntad sobre nosotros...
Es la acción.
Minuto tras minuto, algunos quereres divinos están escondidos en
nuestras vidas cotidianas. Como para Jesús, el cumplimiento de esta
voluntad de Dios es el único camino de la santidad y del gozo total.
Corresponder a Dios por la Fe es ya "estar en comunión" con Él.
-"Y esta es la voluntad del Padre, que Yo no pierda a ninguno de los
que Él me ha dado… que Yo les resucite a todos en el último día; pues
la voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo y cree en Él
tenga la vida eterna". Contemplo detenidamente esta "voluntad" del
Padre... y hago mi oración a partir de esto (Noel Quesson), y pedimos
hoy al Padre: «Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo
resucitado» (oración).
c) Vamos a ahondar más en este último aspecto, hacer la voluntad del
Padre, diciéndole a Jesús: "Eres la persona más libre, porque eres la
Verdad, y la verdad os hará libres. Tú conoces todo y puedes escoger
lo mejor con plena libertad, no como el engañado, o el ignorante, o el
que está cegado por sus pasiones. Tú, que escoges con la libertad más
plena y escoges lo mejor, escoges la obediencia. ¿Por qué? Parece un
contrasentido: eres el ser más inteligente y más libre, eres Dios, y
escoges no hacer tu voluntad, sino obedecer. ¿Es eso libertad? Jesús,
sabes bien que sí, porque sabes a quién obedeces: no hay nada más
inteligente que obedecer a Dios, pues Él sólo busca mi bien y además
sabe mejor que yo cómo conseguirlo. En la medida en que el hombre hace
más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera
libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de
la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a «la
esclavitud del pecado». Jesús, a veces tengo ganas de ir por mi
cuenta, buscándome a mí mismo: lo que me gusta, lo que me interesa, lo
que «necesito». Incluso el ambiente actual quiere hacerme creer que
así soy más libre, porque decido lo que yo quiero, y no lo que quiere
otro. Que me dé cuenta de lo estúpida que es esta postura. Cuando
busco hacer tu voluntad, también decido lo que yo quiero, sólo que
decido mejor. "Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el
corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: «ésta es la
voluntad de Dios, vuestra santificación». Hoy, una vez más me lo
propongo a mí, y os lo recuerdo también a vosotros y a la humanidad
entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos. Para pacificar
las almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar
en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro,
resulta indispensable la santidad personal" (San Josemaría Escrivá).
Jesús, Tú has venido a hacer la voluntad del Padre Celestial y me has
dado ejemplo de obediencia hasta en los momentos más difíciles. Ahora
me pides que siga ese ejemplo; que mi gran objetivo sea la fidelidad a
esa voluntad de Dios para mí que se me va manifestando día a día: mi
santidad personal. Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra
santificación.
Pero, ¿cómo conocer la Voluntad de Dios? Lo primero es estar lo más
unido posible a Él. ¿Cómo? Buscando unos momentos al día para
tratarle, para pensar en Él, para pedirle cosas, para darle gracias.
Así actuabas Tú, Jesús. Siempre encontrabas la forma de retirarte un
poco de la muchedumbre para rezar. Rezar: éste es el gran secreto para
unirse a Dios. La oración es fundamental en mi camino hacia la
santidad.
Y hay tres tipos de oración: la oración mental, que son estos minutos
dedicados a hablar contigo; la oración vocal, que es rezar oraciones
ya hechas, entre la que destaca el Rosario; y la oración habitual, que
es hacerlo todo en presencia de Dios, convertirlo todo en oración: el
estudio, el trabajo, el descanso, el deporte, la diversión, etc...
Ayúdame a decir sinceramente cada día: hoy, una vez más, me propongo
luchar por cumplir tu Voluntad, luchar por ser santo, luchar por
convertir todo mi día en oración (Pablo Cardona), y así, como pedimos
en la Postcomunión, «que la participación en los sacramentos de
nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y nos dé las
alegrías eternas».

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