martes, 20 de abril de 2010

Domingo 3º de Pascua, ciclo C. Jesús se aparece a los discípulos y come con ellos: sigue presente en nuestro mundo, nos acompaña con los Sacramentos, dándonos el alimento de su vida


Hechos (5,27b-32.40b-41, como el jueves pasado). Los apóstoles están
contentos aunque sean llevados a la cárcel. Los sacerdotes judíos
tienen miedo de ser culpados de la muerte de Jesús. San Pedro evoca la
crucifixión de Jesús y su resurrección por obra de Dios; la vida de
Jesús es como una continuación de la alianza; por eso ha sido
constituido "Señor"; termina con una invitación al arrepentimiento. La
predicación que se atiene a lo esencial, que va derecha al asunto:
fundamentar la vida cristiana en la fe. Este es el mensaje central del
suceso pascual. La respuesta de Pedro da razón del valor que anima al
apóstol. Este es el principio básico de todo el que proclama con
verdad el nombre de Dios: el hombre tiene que estar siempre orientado
hacia Dios. La respuesta del apóstol es una denuncia, ya que obliga a
tomar posición ante el mensaje.
"Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y
los soltaron. Los Apóstoles salieron del Consejo, contentos de haber
merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús".
Salmo (28,2/4.5/6.11/12ª.13b): "Te ensalzaré, Señor, porque me has
librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su
cólera dura un instante, su bondad, de por vida.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí. Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre".
Ante el peligro de una tempestad, se canta la protección divina, y las
maravillas que Dios hace en la creación, y se intuye la redención que
Jesús ha operado en la Cruz.
También hoy día, cuando se repiten los terremotos y las fuerzas de la
naturaleza, hay quien siente que es una voz divina que significa el
final del mundo o mensajes del más allá de tipo apocalíptico. Este
salmo nos ayuda, en medio de los "miedos" y de los terrores humanos, a
permanecer en paz en manos de Dios. Cuando todo tiembla alrededor, el
pueblo creyente, "canta serenamente la "gloria de Dios", se encuentra
tranquilo bajo las "bendiciones de un Dios" que lo colma de
beneficios". ¡Esto es admirable! ¡Es la palabra final de este salmo!
Con ojos abiertos y oídos atentos comprobamos que si bien el hombre se
ha liberado de algunos miedos que asediaban el cielo de nuestros
antepasados, es presa de otros terrores como el miedo atómico, el
miedo por el futuro, la degradación de la naturaleza, los terrores
sociales de toda clase, fuerzas nuevas difícilmente controlables, la
huelga, la inflación, los desequilibrios económicos, etc. Recitar este
salmo hoy día es erguirse arrogantemente, valientemente, y pensar que
el hombre de fe no tiene miedo, no tiene miedo de nada, pues sabe que
todo está en manos de Dios (Noel Quesson).
El salmo nos anima a buscar el rostro de Dios: el que se descubre en
la intimidad de la oración y en la celebración de la liturgia. La
fascinación que emana de su gracia, el misterio del amor que se
derrama sobre el fiel, la seguridad serena de la bendición reservada
al justo. Incluso ante el caos del mal, ante las tempestades de la
historia y ante la misma cólera de la justicia divina, el orante se
siente en paz, envuelto en el manto de protección que la Providencia
ofrece a quien alaba a Dios y sigue sus caminos. En la oración se
conoce que el Señor desea verdaderamente dar la paz.
San Basilio escribe: "Tal vez, más místicamente, "la voz del Señor
sobre las aguas" resonó cuando vino una voz de las alturas en el
bautismo de Jesús y dijo: "Este es mi Hijo amado". En efecto,
entonces el Señor aleteaba sobre muchas aguas, santificándolas con el
bautismo. El Dios de la gloria tronó desde las alturas con la voz alta
de su testimonio (...). Y también se puede entender por "trueno" el
cambio que, después del bautismo, se realiza a través de la gran "voz"
del Evangelio".

Apocalipsis (5,11-14). "Yo, Juan, miré y escuché la voz de muchos
ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los
vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: «Digno es el
Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la
fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y oí a todas las creaturas
que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo
que hay en ellos- que decían: «Al que se sienta en el trono y al
Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de
los siglos.» Y los cuatro vivientes respondían: Amén. Y los ancianos
cayeron rostro en tierra, y se postraron ante el que vive por los
siglos de los siglos".
Se trata de una alabanza a Dios como tal, reconocimiento y
proclamación de él mismo. Es una actitud de adoración, de
reconocimiento y entrega, propio de nuestro ser de creaturas. El
cristiano es más que una simple creatura, porque también es hijo, pero
no deja de ser lo primero y no está mal que imite esta actitud
presentada aquí, por lo menos en algunas ocasiones. Se trata de la
gratuidad en nuestras relaciones con Dios.
En la visión, el autor del Apocalipsis no sólo ve lo que está
sucediendo (persecución actual de la iglesia por un poder concreto),
sino también lo que va a suceder en el futuro. La lucha actual entre
imperio romano e Iglesia nos evoca y es sólo reflejo de esa gran lucha
entablada entre Dios y Satán a lo largo de toda la historia de la
iglesia, historia erizada de dificultades, de luchas en las que las
nuevas fieras y prostitutas parecen llevar la mejor parte. La Iglesia,
según las apariencias, está abocada al caos, a la destrucción. En
realidad no es así. La desarmonía, luchas, persecuciones y catástrofes
cósmicas que nos encontramos a lo largo de todo el libro del
Apocalipsis y que son fruto del poder humano actual contrasta con la
armonía que reina en el cielo y que es fruto del poder divino. Este es
el fin de la historia humana representada en los veinticuatro ancianos
que evocan, quizá, a las doce tribus de Israel y a los doce apóstoles.
Es el nuevo pueblo de Dios triunfante que contrasta con el actual
pueblo de Dios que sufre.
Y esta armonía existente en la esfera celeste se implantaría en la
tierra, no a través de cualquier hombre, sino sólo a través de un
nuevo personaje que aparece en la visión: el "Cordero". Ocupa un lugar
privilegiado junto al trono para indicarnos su filiación divina, pero
además posee atributos humanos: es el "león de la tribu de Judá",
título que se aplica al Mesías al igual que el de "retoño de David".
El león es símbolo de poder y en este capítulo se le asocia a la
conquista, ya que puede abrir el rollo y destruir a las dos fieras y a
Satán hasta implantar en la tierra el reinado de Dios, la nueva
sociedad de salvados, representada por la Jerusalén celeste. Pero en
este texto el león es a la vez cordero; no triunfa por su violencia,
sino por su sufrimiento. Es degollado, matado con violencia, y su
sangre derramada nos ha redimido. Es la gran paradoja del N. T. en la
que el redentor no expía la sangre derramada, la sangre de otro, sino
la suya propia. Su muerte es victoria, y así ha formado un nuevo
pueblo de hombres libres en la tierra que forman su especial posesión.
Ante este nuevo orden instaurado por Cristo, la respuesta humana debe
ser el agradecimiento, la alabanza al Señor, al igual que el pueblo de
Israel alaba las intervenciones de Dios en su historia(Dabar 1977).
La fe en Dios creador y en su Hijo salvador. La última palabra en esta
alabanza cósmica la pronuncian los cuatro vivientes. Con su "Amén" se
cierra esta maravillosa liturgia, inmediata cercanía de Dios, allí
donde había comenzado; pero después de haber sido asociadas a la misma
fiesta todas las criaturas ("Eucaristía 1989").

Evangelio (Juan 21,1-19): «Jesús se apareció otra vez a los discípulos
a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón
Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los
hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a
pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y
subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no
sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para
comer?". Ellos respondieron: "No". Él les dijo: "Tiren la red a la
derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto
de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba
dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el
Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se
tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la
red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la
orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre
las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados
que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a
tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a
pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a
comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién
eres?", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan
y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez
que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.»
En el diálogo con Jesús no le habla de sus ovejas, sino "apacienta mis
corderos": son de Jesús, los ministros son vicarios de Cristo, único
pastor de las ovejas. Vemos aquí no sólo el encargo de Pedro sino cómo
el Señor le busca para que pueda afirmar abiertamente su adhesión al
Señor después de las 3 negaciones: acude más humildemente al
conocimiento que Cristo puede tener al respecto ("Tú sabes que te
amo"). En griego se ven matices, como que Pedro no habla del mismo
amor que Cristo. Jesús le pregunta por dos veces si siente hacia Él
amor ("agapê"), pero Pedro responde diciendo que siente apego hacia su
Maestro ("filia"). Pedro no quiere pronunciarse sobre el amor
religioso que Jesús le pide, se limita a manifestar su amistad. Todo
el afecto y la adhesión encerradas en la idea de "filia" se encuentran
ciertamente en la de "agape", pero no se atreve a decir que tiene un
amor de caridad. La tercera le pregunta Jesús por esa amistad, si
tiene "filia". La revelación del amor ("agapê") hecha por Cristo es el
mandamiento cristiano (Maertens-Frisque).
Es encantador ver a Jesús preparando unas tostadas, un desayuno con
peces asados, para ofrecer a los discípulos.
La pesca milagrosa tiene muchos símbolos: la obediencia de echar las
redes por donde indica Jesús, que en la orilla recoge los peces, los
frutos. La imagen de la unidad de la Iglesia expresada en que la red
esta vez no se rompe, lo mismo que lo era la túnica inconsútil de
Jesús en la cruz.
Voy a copiar una historia, que he recibido de los scouts de Argentina.
«El tren acaba de detenerse en la estación de Bossoleno, en Italia. Un
grupo de gentes míseras se afana para descender de un vagón de tercera
clase. Es toda una familia de emigrantes: el padre, la madre y tres o
cuatro niños que lloran... No poseen hermosas maletas de cuero
barnizado, sino más bien unos tristes paquetes mediocremente anudados
y atados con cuerdas. No acaban nunca de bajarlo todo, el jefe de
estación se enoja, los reta sin miramientos para que se apresuren a
cambiar de tren...
En un coche inmediato, un grupo de muchachos y de muchachas arma un
gran escándalo bajo la dirección de un gran muchacho de unos dieciocho
años. Pero ¿por qué no marcha el tren? Todos se asoman a las
ventanillas... «¡Ah!, todavía están ahí esos pobres emigrantes que no
acaban nunca. Sin embargo, bien sabe Dios la prisa que les mete el
empleado...»
El jefe de la pandilla de muchachos salta al andén. Ante la mirada
pasmada del jefe de estación y de sus compañeros agarra los equipajes
de esa pobre familia y los transporta al otro tren; después vuelve
para buscar a los niños y los instala en el vagón donde ya metió el
padre; luego le toca el turno a la madre y le ayuda a llevar a los
últimos paquetes... El muchacho sonríe abiertamente; está
contento..., sin embargo, sabe muy bien que las personas de su clase
social no tienen la costumbre de llevar los equipajes de los pobres.
Se llama Pier Giorgio Frassati. Su padre es dueño de una gran
fortuna. Preside la dirección de un gran periódico de Turín. Es
embajador en Alemania. Cuando va uno bien vestido como Giorgio,
cuando se tiene dinero, la vida debe ser muy hermosa... Pero Giorgio
escogió otra cosa: aquella riqueza, aquella grandeza, no le bastan.
Ha comprendido verdaderamente esta palabra del Señor: "El que entre
ustedes quiera llegar a ser grande, se haga servidor, y el que quiera
ser el primero, se haga el último". Y el Señor ha dicho también:
«Cuantas veces hicieron eso a uno de estos mis hermanos menores, a Mí
me lo hicieron». Él, que es rico, que tiene un gran porvenir, se pone
«a las órdenes de los pobres». Olvida toda su riqueza y se hace pobre
con los pobres. Cuando ve a un pobre, cree ver sufrir a Jesucristo, y
se pone a su servicio, como lo habría hecho por Jesús.
Un día vuelve a su casa con unas zapatillas viejas que ha recogido en
un rincón de una calle; había encontrado a un pobre con los pies
descalzos y acaba de darle sus elegantes zapatos... Otro día se
entera de que a una pobre mujer la van a echar de su casa porque no
puede pagar el alquiler. Giorgio reúne a sus amigos. Van en busca de
la propietaria, le suplican, insisten..., y acaba por dejarse mover a
piedad concediendo una prórroga. Si nadie hubiera hecho nada, habrían
echado a la calle a la pobre mujer.
Otra vez, con una religiosa, va a llevar ropa y víveres a una familia
desahuciada. Está cargado de paquetes. La gente se vuelve para mirar a
este hombre joven, de buen aspecto, bien vestido, en quien reconocen
al hijo del embajador... La religiosa siente vergüenza por él: «Deje
esos paquetes, señor Frassati, voy a llamar a alguien para que los
lleve». Y Giorgio se echa a reír: «¿Es un pecado, hermana?» «No,
desde luego» «Entonces, si no es pecado, puedo hacerlo. Y deje que
la gente diga lo que quiera.»
¿Para quién, pues, obra de esta manera? Para el Señor Jesús. Sabe
perfectamente que es el Señor quien le pide servir a los pobres, el
Señor, que ha dicho: «Pues Yo estoy en medio de ustedes como quien
sirve». «Porque Yo les he dado el ejemplo para que ustedes hagan
también como Yo he hecho». Todas las mañanas, Giorgio va a Misa y a
comulgar. Allí encuentra al Señor, que dio su vida por nosotros. Haya
el valor y el gozo; también él podrá gastar su vida y su tiempo por
los pobres. Con su alegre sonrisa dice: «Jesús viene a visitarme todas
las mañanas, en la comunión, y le devuelvo su visita del mejor modo
que puedo: visitando a los pobres.»
Giorgio amó mucho a Jesús en los pobres. Jesús va a pedirle un amor
mayor todavía... El 29 de junio del año 1925, Giorgio empieza a
sentirse mal. Sus piernas le parecen pesadas, sus brazos también, y
su cabeza mucho más todavía. Le cuesta trabajo comer, vomita... Sin
duda no será nada. Intentará ocultarlo a sus padres, que ya están
bastante inquietos a causa de la abuela, que está muy enferma. Pero a
los dos días, a Giorgio le cuesta cada vez más trabajo tenerse en pie.
El viernes ya no puede levantarse. Una especie de parálisis parece
invadirle por entero. Y ha llegado a estar como sus pobres. Él, que
ayudaba a los lisiados, porque era fuerte y vigoroso, he ahí que
también él ha llegado a estar impedido... ¿Dónde están las horas de
escalada y los instantes de la bajada vertiginosa con los esquíes?
Él, que iba a consolar con su sonrisa a las personas abandonadas,
ahora, a su vez, está solo. Sus padres todavía no se han dado cuenta
de su gravedad. En este verano, sus amigos han abandonado Turín...
Hacen que venga un especialista. Giorgio le ve inclinarse hacia él,
examinarle. Ve que vuelve a levantar la cabeza y le oye murmurar:
«Poliomielitis...» Giorgio va a morir, tiene veinticuatro años. Lo
mismo que sus pobres, lo ha perdido todo... Excepto su fe en el Señor
Jesús, en Jesús, que viene a visitarlo en esta última comunión que le
trae el sacerdote. Su dolorosa muerte le parecerá hermosa, a pesar de
todo. ¿No ha dicho el Señor: «El que pierde su vida la gana... El que
pierda su vida por Mí, la hallará»? Giorgio perdió su vida por
Cristo; por los pobres del Señor, la gastó sin calcular. Sabe que la
volverá a encontrar con el Señor, que, también Él, dio su vida y la
volvió a encontrar» (La pedagogía del héroe, Joseph Bournique).
Jesús le daba la fuerza para ayudar a los más necesitados, y
compartió su vida, como Jesús aquel desayuno, para recibir la vida
eterna, la intimidad del Señor, el alimento que sacia de verdad, al
que se hace uno digno con el servir mejor a nuestros hermanos, pues
Dios no está lejos... entre las nubes, Jesús se quedó entre nosotros
en la Eucaristía celebrada en la Iglesia, y podemos como este santo
decir que "voy a Misa porque lo necesito para ser una buena persona".
Esta comida matinal de la resurrección tiene otro símbolo: los
antiguos cristianos consideraban el pez como símbolo de Cristo, ya que
el nombre griego de "pez", Ichthys, tenía las letras iniciales griegas
de "Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador. Para saciarnos nos da "Pan
del cielo", el alimento de los ángeles; divina presencia que, para
ellos, está al descubierto, pero que no por eso deja de estar para
nosotros bajo el velo de la figura simbólica. Desde la orilla eterna,
desde el altar del sacrificio nos llama la voz del glorificado:
"¡Venid y comed!"; y tanto para nosotros como para los discípulos no
quiere decir esto sino: "Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión
del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo". Pues
"comer" con Cristo resucitado es participar del manjar sacrificial de
su santa carne y sangre; "reinar" con El "ya en vida". Es no
permanecer en el mar del error, sino estar con El en la orilla de la
Galilea de Dios. Galilea es el lugar de la revelación, la tierra de la
resurrección e inmortalidad; en este país es donde nos introduce
Cristo. País a un mismo tiempo presente y futuro. Galilea es donde los
discípulos se reunieron después de la resurrección del Señor y donde
lo reconocieron al compartir con El la comida. Galilea es la Iglesia;
allí, en el sacrificio y en los Sacramentos, en la oración y en la
lectura de la Sagrada Escritura, resplandece el "añorado rostro" de
Cristo en su glorificación pascual. Galilea es la Eternidad, donde
nosotros podremos contemplar gloriosamente a Aquel que ahora vemos
encubierto en el santo sacrificio eucarístico; pero de quien tenemos
una certeza tal, que nadie se atreve a preguntar: "¿Tú, quién eres?",
ya que todos sabemos muy bien "que es el Señor" (Emiliana Löhr).
-Pan y peces. El evangelio de este domingo nos relata una escena
sorprendente. Los discípulos han vuelto a su quehacer de cada día,
porque también ellos tienen que trabajar para vivir. Y allí está Jesús
en su lugar de trabajo, en la incertidumbre de su pesca, en la
angustia de su fracaso y en sus cavilaciones de no poder llevar nada a
casa. Está Jesús irreconocible, como un espectador indiferente, pero
está, y está pendiente de ellos. Les anima a intentarlo otra vez, a
volver a echar la red una vez más. Los pescadores están cansados,
rendidos, desanimados: los esfuerzos de toda la noche han sido un
fracaso. Pero dan gusto al desconocido, y sucede lo inesperado, lo que
parecía imposible se hace posible y realidad. Ahí está la red
rompiéndose del peso de tantos peces. Y de repente una luz, una
corazonada: ¡Es el Señor! No ha sido el azar. Las cosas no siempre
suceden por casualidad. Y la casualidad no es más que la ignorancia de
una causalidad compleja ("Eucaristía 1989").
Pedro dice a sus amigos: "Voy a pescar" y éstos le responden: "Vamos
nosotros contigo". Por más que ahora tomen de nuevo las redes y se
echen a la mar para hacer lo que siempre hicieron, no lo podrán hacer
como antes de encontrarse con Jesús y de creer en El. En adelante, su
vida cotidiana, estará transida por el recuerdo del Señor que se fue y
la esperanza en el Señor que les prometió volver. En medio de la noche
y del trabajo, bregando sin descanso en alta mar les acompañará
siempre la memoria de Jesús; y hagan lo que hagan, todo lo harán
provisionalmente y estarán siempre en otra cosa verdaderamente
necesaria. Vigilando atentos por si ven al Señor en la orilla. Pues el
Señor resucitado vive para siempre, y ellos saben que en cualquier
momento y de múltiples maneras pueden ser sorprendidos por la visita
del Señor.
-Sin olvidar que hemos visto al Señor y que puede aparecer de nuevo:
Esta fe en el Señor que vive y que ha de volver, esta memoria
despierta y esta actitud vigilante, lo cambia todo: Renueva al hombre
y su contorno, libera al creyente del hastío y de la rutina aunque no
del trabajo y de la necesaria paciencia en el tiempo de espera. Los
discípulos de Jesús saben muy bien que el Maestro puede aparecer en el
rostro del hermano que se acerca a pedirles un vaso de agua o un pez o
un rato de conversación en la orilla del lago de sus fatigas y de sus
intereses inmediatos ("Eucaristía 1983").
Acabamos de leer: "DICHO ESTO, AÑADIÓ: -SÍGUEME". Según los
evangelios, Jesús, repetidamente, durante sus breves años de
predicación por las tierras de Palestina, dijo esta palabra, hizo esta
invitación a hombres del pueblo: "Sígueme". Pero lo curioso, lo que
hoy quisiera subrayar al iniciar este comentario es que -según el
evangelio que acabamos de leer- la hizo también -lo dijo también- ya
resucitado.
¿Qué podemos deducir de ello? Me parece que algo que no se refiere
sólo a aquellos que le conocieron durante su vida en Palestina sino
también a nosotros. Es decir, que JC resucitado sigue diciendo
"SÍGUEME" dirigiéndose a cada uno de nosotros. Me parece que este es
el sentido más profundo del evangelio que hemos leído en este domingo
de Pascua: JC pasa, sigue pasando, por nuestra vida para invitarnos a
seguirle. Podemos imaginar -no como un sueño, sino como una realidad
no palpable pero sí verdadera, como una realidad de fe- que JC,
después de preguntarnos como a Pedro si le amamos, si le queremos, nos
dice también: "Sígueme". Y espera nuestra respuesta.
-Seguir a JC "Señor nuestro". Pero es importante que comprendamos bien
QUÉ SIGNIFICA SEGUIR A JC. Y me parece que comprender qué implica, qué
exige seguir a JC -responder a su invitación a seguirle- se identifica
con comprender qué quiere decir aquello que repetimos tan a menudo en
nuestra oración, especialmente en las oraciones de la misa, cuando
proclamamos que JESÚS ES EL SEÑOR, nuestro Señor.J/SEÑOR: Uno puede
votar a un partido, sentirse más o menos identificado con lo que
propugnan sus líderes, pero ni el partido ni su líder pueden ser
nuestro "señor". Porque podemos, a veces, discrepar, no estar de
acuerdo. Incluso cambiar nuestro voto en otras elecciones. Más aún:
uno puede querer mucho a su marido o a su mujer, al padre o a la
madre, al mejor amigo..., pero tampoco pueden ser nuestro "señor"
porque una cosa es la fidelidad debida a quien se ama y otra cosa es
la posibilidad de pensar diversamente incluso en cosas importantes.
Amar no es obedecer ciegamente, no es estar de acuerdo en todo y
siempre. Y también en la Iglesia: atender al magisterio de la
jerarquía eclesiástica -incluso del papa- no significa convertir a
ningún hombre, por más que tenga como Pedro la importante misión de
ser "pastor" en la iglesia, no significa convertirle en "señor". Sería
idolatría, sería olvidar que sólo tenemos un Señor que es JC. Y esto
es lo que significa seguir a JC: tenerlo como ÚNICO SEÑOR.
Es decir, como aquel que -como hemos leído en la segunda lectura que
Pedro dijo-, aquel que es nuestro "JEFE Y SALVADOR". Seguir a JC es
tenerle como norma, como ley, como camino. De El sí que no podemos
discrepar -aunque a veces nos cueste- a él sí que no podemos
abandonarle (no es el partido o el líder político que pueda
decepcionarnos; no es la persona querida pero con la que podemos
discutir seriamente; no es una encíclica o un documento episcopal que
nos afecten más o menos). JC es nuestra vida, es el criterio de
actuación, es la fuente de salvación. SEGUIRLE ES CONFIAR
INCONDICIONALMENTE -incondicionalmente- en El, es saber decir -muy de
verdad- "amén" a su Palabra, a su voluntad. J/SEÑOR/AMEN. Aunque
-inevitablemente- estemos muy lejos de serle fiel, de vivir como El
espera de nosotros. Este es nuestro pecado, pero nuestra fe nos debe
llevar a reconocer nuestro error SIN ROMPER con la verdad, con la gran
Verdad que es JC, nuestro Señor.
-"¿Me quieres?: Sígueme" Terminemos este comentario recordando lo que
hemos escuchado en el evangelio de Juan. PEDRO, el apóstol bueno y
generoso, el primer papa, HABÍA NEGADO a Jesús tres veces en momentos
difíciles (como nosotros le negamos no tres sino muchas veces en
momentos difíciles y quizá también en momentos más fáciles, casi por
tonterías: por respeto humano, por quedar bien, por debilidad, por
comodidad...). Pedro le había negado tres veces, tres veces no había
tenido valentía para reconocer en aquel hombre escarnecido,
aparentemente fracasado, camino de la cruz, en aquel Hombre a su
Señor. Como nosotros, tantas veces.
LA RESPUESTA DE JESÚS ES SENCILLA: le pregunta si le ama, si le
quiere. También tres veces, es decir TANTAS COMO Pedro le negó, como
Pedro se acobardó, como Pedro fue infiel. Y esto mismo -hermanos y
hermanas- es lo que Jc nos pregunta. Tantas veces como le negamos,
tantas veces como le somos infieles, tantas veces como olvidamos que
es nuestro Señor, nuestra vida más vida.
NOS PREGUNTA simplemente, cariñosamente: ¿Me amas? ¿Me quieres? Si
podemos decirle que sí, que El sabe que sí -a pesar de todo, a pesar
de nuestras negaciones- nos vuelve a decir, una y otra vez: "SÍGUEME".
Sígueme, sígueme. UNA Y OTRA VEZ: "Sígueme" (Joaquim Gomis).

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