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viernes, 14 de mayo de 2010

JUEVES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús se despide pero se queda en la Iglesia, y con su Espíritu extiende su reino, y convierte las tristezas en a



1.
Se ha llamado este libro de Lucas el Evangelio del Espíritu Santo: “estos galileos, hasta hace poco tan pusilánimes y toscos, aparecen cambiados en hombres nuevos que desprecian las riquezas y los honores, las llamas de la cólera y la codicia de los sentidos, porque han sido hechos superiores a toda pasión” (san Juan Crisóstomo). Corinto era una ciudad muy movida, de ambiente romano, capital de la provincia de Acaya, activa en su comercio, de mala fama por sus costumbres. Aquí va a estar Pablo un año y medio (49-51): “Tras los sucesos ya contados en Atenas, Pablo se retiró de allí y marchó a Corinto. Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario de Ponto, recientemente llegado de Italia con Priscila, su mujer, a causa del decreto de Claudio que ordenaba salir de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos, y, como era del mismo oficio que ellos -fabricantes de lonas- se quedó en su casa. Los sábados disputaban en la sinagoga, persuadiendo a los judíos y a los griegos.

Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se entregó por entero a la predicación de la palabra, dando testimonio a los judíos de que Jesús es el Cristo. Como se le oponían y blasfemaban, sacudió sus vestidos y les dijo: ¡Caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza! Yo soy inocente. Desde ahora me dirigiré a los gentiles. Salió de allí y entró donde vivía un prosélito llamado Tito Justo, cuya casa estaba contigua a la sinagoga. Crispo, jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa. Y muchos corintios creían al oír a Pablo y recibían el bautismo.Y Pablo testificaba a los judíos que Jesús era el Mesías, y éstos se resistían y blasfemaban...” (Hechos 18,1-8).

Los judíos le rechazan, salvedad hecha de Crispo, el jefe de la sinagoga. Unos cuantos paganos van convirtiéndose y constituirán el primer núcleo de la comunidad. “El Dios que te ha creado sin contar contigo no te salvará sin ti”. Es una frase de los primeros siglos que nos atestigua la importancia que tiene para Dios la libertad que nos ha concedido. Por eso Él nunca se impone, se propone. No se le puede demostrar, sino mostrar... llega hasta ahí y no quiere dar un paso más. Está a las puertas de nuestra vida, pero hace falta que libremente lo acojamos. ¡Cuánto nos cuesta aceptar y respetar la libertad del otro! Sobre todo cuando vemos que la está ejerciendo en contra de sí mismo. Pablo nos enseña cuáles son las actitudes que debemos vivir en esas situaciones: no el rencor, el llevar cuenta, el enfado, o la despreocupación por el otro: “allá se las entienda”; “peor para él”, sino la mano pacientemente ofrecida, mantenida para que pueda ser asida. Una paciencia que tiene como fundamento un amor sin condiciones, que asume y respeta la libertad del otro y que se sigue poniendo “a tiro”. Sólo así seremos signos, sacramentos, mediaciones de nuestro buen Padre Dios para nuestros hermanos.

2. «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad» (Salmo 97,1-4). El salmo de hoy, comenta Juan Pablo II, “se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia...: cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva... se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel... liberación de la esclavitud de Egipto. La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad»...: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado», «se ha manifestado»... Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rm 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Sl 97,3), sino que la han recibido. En esta perspectiva, Orígenes... interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado...: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo».

Elevemos al Señor, Dios y Padre nuestro, un cántico nuevo nacido de la boca de quienes hemos sido renovados en Cristo. Alabemos al Señor con nuestras obras, pues con ellas estamos indicando que en verdad somos sus hijos. Dios se ha levantado victorioso sobre sus enemigos. En Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro, ha sido vencida la antigua serpiente o Satanás. Pero aun cuando el mal ha sido vencido, mientras caminamos por este mundo, somos blanco de las tentaciones nacidas incluso de nuestra propia concupiscencia. Por eso debemos confiar siempre nuestra vida en Dios, para que la Victoria de su Hijo sea nuestra, y para que su Espíritu Santo nos fortalezca, y podamos convertirnos en una continua alabanza de su Santo Nombre, en lugar de denigrar el Nombre Divino con una vida pecaminosa. Que la tierra entera contemple la victoria de nuestro Dios desde una Iglesia que, consciente de estar formada por pecadores, vive en una constante conversión hasta llegar a su perfección en Cristo Jesús”.

3. ¡Qué amor tan grande nos ha tenido el Señor! Cercano ya a entregar su vida por nosotros, deja de pensar en sí mismo y piensa en el sufrimiento que padecerán los suyos por su ausencia, y trata de darles consuelo, con palabras que despierten la confianza. Ellos se han sentido amados, comprendidos, apoyados en todo. Pero en los momentos en que todo se torna en una noche oscura, cuando Dios parece quedarse callado ante el dolor y el abandono, es necesario seguir creyendo que Dios ni se ha equivocado en sus planes, ni ha dejado de amarnos, ni se ha alejado de nuestra vida. Una vez cumplida su Misión como Enviado del Padre, volverá, no sólo como resucitado para poderlo ver en algunos momentos de revelación especial, sino para habitar en nuestro propio interior, identificándose con nosotros, de tal forma que el mundo lo siga contemplando desde su Iglesia, la cual continúa en el mundo la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo. Alegrémonos por esta presencia del Señor entre nosotros y vivamos con responsabilidad la parte que nos corresponde, conforme a la gracia recibida, para manifestarlo a la humanidad con todo su poder salvador: “Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. Sus discípulos se decían unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Dentro de un poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver, y que voy al Padre? Decían pues: ¿Qué es esto que dice: Dentro de un poco? No sabemos lo que dice. Conoció Jesús que querían preguntarle y les dijo: Intentáis averiguar entre vosotros acerca de lo que he dicho: dentro de un poco no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Juan 16,16-20).

El Señor permanece en su Iglesia; y Él sigue hablándonos por medio de su Palabra, y continúa llevándonos a la verdad plena por obra de su Espíritu Santo que habita en nosotros. Él sigue engendrando a los hijos de Dios, continúa santificándolos, perdonándolos, salvándolos por medio de las diversa acciones litúrgicas de su Iglesia. De un modo especial Él se convierte en nuestro alimento en la Eucaristía, Pan de vida eterna. Él nos une como hermanos en el amor fraterno, en torno a nuestro único Dios y Padre. Cristo Jesús sigue presente no sólo entre nosotros; Él no está cercano a nosotros; Él está dentro de nosotros mismos haciéndonos uno con Él para que, junto con Él, podamos participar algún día de los bienes eternos. Entrar en comunión de Vida con Él en la Eucaristía es iniciar, ya desde ahora, el gozo de esos bienes eternos. Vivamos, por tanto, conforme al Don recibido de Dios.

El Señor se ha hecho cercano a todos. Nosotros somos los responsables de hacerlo cercano al mundo entero, pues por nuestro medio Dios asegura, por voluntad suya, su presencia salvadora entre nosotros. En medio de un mundo que ha sido deslumbrado por lo pasajero, por el egoísmo, por las injusticias; ahí donde el mal ejemplo de quienes estando en el poder, actuando de un modo equivocado, han generado una mayor y cada vez más creciente corrupción; ahí donde se ha perdido la capacidad de discernir entre el bien y el mal, quienes caminamos con humildad y lealtad tras las huellas de Cristo, no podemos vivir como unos separados del mundo para evitar contaminarnos de su mal y de su pecado. A nosotros nos corresponde acercarnos con la madurez que nos viene del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y guía nuestros pasos por el camino del bien, para servir de luz, de camino seguro, de orientación para aquellos que se han dejado dominar por el pecado y por el egoísmo. Ojalá y el mundo contemple a Cristo desde la vida de la Iglesia, llena de amor, de misericordia, de generosidad, de entrega, de lucha por la paz y por la auténtica liberación de todos los males que aquejan a buena parte de la humanidad. Si queremos construir un mundo más justo y más fraterno, vayamos tras las huellas de Cristo, nuestra paz verdadera. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos en un signo del amor salvador del Señor para nuestros hermanos. Amén (www.homiliacatolica.com).

Cuando tocaría celebrar la Ascensión, el día de la despedida... alguien comenta. “Hoy, Jesús, más que la muerte, / temo, Señor, tu partida / y quiero perder la vida / mil veces más que perderte, / pues la inmortal que Tú das / sé que alcanzarla no puedo / cuando yo sin ti me quedo, / cuando Tú sin mí te vas”. Jesús se queda en presencia de amor. Los que se aman pueden estar distantes a la vez que llevan en sí una presencia de los amados, muy real y unitiva. Viven compenetrados y participan de los sucesos, dolorosos o gozosos, que acontece a cada uno de ellos, interior o exteriormente y están seguros de la fidelidad mútua, dentro de su misma libertad. Esta presencia enamorada puede explicarnos la presencia de Cristo con nosotros. Jesús está en el Padre, y está también presente en la Eucaristía, Cuerpo y Sangre entregados, ofrenda y don suyo, anticipación de su muerte por el mundo, la prueba mayor del amor entregado. Vive en nosotros, su presencia alienta en nosotros: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Está también presente en la Iglesia, nacida de la Eucaristía y alimentada por ella, y de esa presencia deviene su fecundidad...

sábado, 24 de abril de 2010

SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: el Apóstol Pedro, vicario de Jesús, está asistido por el Espíritu Santo a lo largo del tiempo, y es portavoz de


Hechos (9,31-42)
En la historia de la primera comunidad de Jerusalén llegamos ahora a una época de paz. Vemos la acción del Espíritu Santo, más allá de los poderes humanos y del demonio. “Entonces por toda Judea, Galilea y Samaria la iglesia tenía paz. Iba edificándose y vivía en el temor del Señor, y con el consuelo del Espíritu Santo se multiplicaba. Aconteció que mientras Pedro recorría por todas partes, fue también a visitar a los santos que habitaban en Lida. Allí encontró a cierto hombre llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años, pues era paralítico. Pedro le dijo: "Eneas, ¡Jesucristo te sana! Levántate y arregla tu cama." De inmediato se levantó, y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor”.
Pedro, sale de Jerusalén y hace un recorrido por las comunidades cristianas, a modo de visita pastoral, para reanimarlas en su fe. Su presencia va acompañada por hechos milagrosos. La fuerza curativa de Jesús se ha comunicado ahora a su Iglesia, en la persona de Pedro, que explícitamente invoca a Jesús.
“Entonces había en Jope cierta discípula llamada Tabita, que traducido es Dorcas. Ella estaba llena de buenas obras y de actos de misericordia que hacía. Aconteció en aquellos días que ella se enfermó y murió. Después de lavarla, la pusieron en una sala del piso superior. Como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, al oír que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres para que le rogaran: "No tardes en venir hasta nosotros."
Entonces Pedro se levantó y fue con ellos. Cuando llegó, le llevaron a la sala y le rodearon todas las viudas, llorando y mostrándole las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas. Después de sacar fuera a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y vuelto hacia el cuerpo, dijo: "¡Tabita, levántate!" Ella abrió los ojos, y al ver a Pedro se sentó. Él le dio la mano y la levantó. Entonces llamó a los santos y a las viudas, y la presentó viva”.
Antes de resucitar a la muchacha, se arrodilla y reza. Siempre lo hace «en el nombre de Jesús». Vemos los protagonistas de la historia de la Iglesia: Jesús, su Espíritu y la comunidad misma, con sus ministros. Jesús, desde su existencia gloriosa, sigue presente en su Iglesia, la llena de fuerza por su Espíritu. Siempre la misma frase: «¡levántate!» La misma que Pedro había dirigido ya al mendigo de la Puerta Hermosa en Jerusalén... esa palabra que Jesús había dicho tan a menudo a los enfermos, a los pecadores. Todo Jope -ciudad de Tabita- supo la noticia de esa resurrección y muchos creyeron en el Señor. El milagro está en función de la fe. Y la fe se propaga (Noel Quesson).
Como Pedro en su tiempo, deberíamos ser cada uno de nosotros «buenos conductores» de la salud y de la vida del Resucitado. Yo no tengo el «milagro» a mi disposición, como se lo diste a Pedro para facilitar la primera expansión de tu Iglesia. Pero puedo actuar «en el sentido de la vida»: ¿cómo puedo traducir, concretamente, el poder de tu resurrección en mis responsabilidades, en mis compromisos, en mis relaciones... para que crezca la vitalidad profunda de la humanidad? Para que retrocedan el mal, el pecado, la injusticia, el egoísmo. Celebrar la Pascua es dejarnos llenar nosotros mismos de la fuerza de Jesús, y luego irla transmitiendo a los demás, en los encuentros con las personas. ¿Curamos enfermos, resucitamos muertos en nombre de Jesús? Sin llegar a hacer milagros, pero ¿salen animados los que sufren cuando se han encontrado con nosotros?, ¿logramos reanimar a los que están sin esperanza, o se sienten solos, o no tienen ganas de luchar? Todo eso es lo que podríamos hacer si de veras estamos llenos nosotros de Pascua, y si tenemos en la vida la finalidad de hacer el bien a nuestro alrededor, no por nuestras propias fuerzas, sino en el nombre de Jesús. La Eucaristía nos debería contagiar la fuerza de Cristo para poder ayudar a los demás a lo largo de la jornada. Salir de nosotros mismos -fue un buen símbolo que Pedro saliera de Jerusalén- y recorrer los caminos de los demás -saberles «visitar»-para animarles en su fe, podría ser una buena consigna para nuestra actuación de cristianos en la Pascua.
La esperanza de esta primitiva Iglesia estaba ligada a la maternidad de María, y en este sábado pascual queremos felicitarla por la resurrección de Jesús, y agradecerle sus cuidados maternales para con la Iglesia: “Señor, tú hiciste de María la llena de gracia; te bendecimos. / María, en este nuevo sábado del tiempo pascual, celebramos tu gozo maternal. / Jesús, María, haced de nosotros y de nuestros corazones vuestra morada. / Jesús, María, sed nuestros reyes de paz, justicia, amor, solidaridad”.

Con su resurrección Cristo ha vencido a la muerte. Las cadenas que nos ataban han quedado definitivamente rotas. Jesús nos ha salvado ¿Cómo pagar tan inmenso bien? La Santa Misa es la acción de gracias más agradable al Padre. Con el Salmo decimos: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” Salmo (116/115,12-17), alusión a la libación ritual, quizá, de vino y aceite, copa derramada en acción de gracias por haber sido librado de la muerte: “¿Quién te dio la copa de salvación, de suerte que, tomándola e invocando el nombre del Señor, le retribuyas por todo lo que a ti te retribuyo? Quien sino Aquel que dice: ‘¿podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Quién te otorgó imitar sus padecimientos sino Aquel que primeramente padeció por ti? Por tanto, preciosa es delante del Señor la muerte de sus santos. La compró con su sangre, que primeramente derramó por la salud de sus siervos, para que sus siervos no dudasen en derramarla por el Nombre del Señor” (S. Agustín). “Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor la muerte de su fieles. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor». El sacrificio de acción de gracias tenía lugar en el Templo (donde habitaba el Señor): esas palabras eran citadas en la antigua liturgia romana antes de la comunión (la mejor manera de pagar la deuda es unirse al sacrificio de Jesús), y es un salmo que se usa con frecuencia para preparar el sacrificio de la Misa y lo proclama la liturgia en la fiesta del Corpus y el Jueves santo.
“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”. La única correspondencia que nos pide Dios es la de la gratitud y la lealtad. Cuando Jesús relataba cada una de las Bienaventuranzas, pensaba en cada uno de nosotros: los perseguidos, los que lloran, los que sufren… pero, además, entraban en el mismo “saco” los limpios de corazón, los pacíficos, etc. Esa “mezcla” entre lo que a primera vista puede parecer bueno y malo, es de una coherencia sobrenatural que debe asombrarnos. Se trata del mismo recorrido que hizo Cristo, y nosotros hemos sido llamados por Él para acompañarle y dar testimonio de lo que en verdad es el hombre: un ser limitado con aspiraciones de eternidad (de archidiócesis Madrid).

Hoy vemos que el discurso eucarístico tiene un efecto de escándalo y rechazo de la gran mayoría...: ¡es la crisis! Hasta aquí las muchedumbres le han seguido y buscado. Pero la revelación del misterio eucarístico repele a la mayor parte de los oyentes: -Muchos de sus discípulos gritaron: "¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede escucharlas? ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?" (Juan 6,61-70): Lejos de retirar sus afirmaciones o de explicarlas simbólicamente, Jesús las subrayará: -"¿Esto os escandaliza? Pues, ¿qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde antes estaba?... El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen. Pues desde el principio Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién le había de entregar, y decía: -Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sido concedido por el Padre.
Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él. Entonces Jesús dijo a los doce: -¿Queréis acaso iros vosotros también?” "Yo no os retengo..." parece decir. Sois libres. En el conflicto actual entre muchos jóvenes y sus padres, cara a la eucaristía, recordemos ese gran misterio. Decía una canción de “Operación Triunfo” algo sobre el amor, que en parte se puede aplicar a esa experiencia de amor con Jesús, que aunque se sufra y muchas cosas no se entiendan, o cuesten… se prefiere a otras cosas: “Traigo en los bolsillos tanta soledad, desde que te fuiste no me queda más... que un triste sentimiento... por ti he dejado todo sin mirar atrás, aposté la vida y me dejé ganar. Te extraño, te olvido, te amo de nuevo… Te extraño: porque anidan en mí tus recuerdos, te olvido: a cada minuto lo intento, te: amo... es que ya no tengo remedio... Te extraño te olvido te amo de nuevo. Por ti... He perdido todo hasta la identidad, y si lo pidieras más podría dar... Es que cuando se ama nada es demasiado. Me enseñas el límite de la pasión, y no me enseñaste a decir adiós…, he aprendido ahora que te has marchado. Por ti he dejado todo sin mirar atrás, aposté la vida y me dejé ganar”. Podemos decirle nosotros con san Pedro que no queremos dejarle: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Estar sin Jesús es un infierno insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraíso (como decía Kempis). Hemos de ser como la luna, que refleja la luz del sol, así llenos de ese amor llevarlo a los demás. Llenarnos de la alegría que va con la libertad de amar que Jesús nos da. «No dejan huella en el alma las buenas costumbres, sino los buenos amores (...). Esto es en verdad el amor: obedecer y creer a quien se ama» (San Agustín). El amor lleno de fe guía la respuesta del Apóstol: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Estas palabras fueron el lema de la Jornada Mundial de la Juventud de 1996 convocada por Juan Pablo II: “«Señor, ¿a quién iremos?». La meta y el término de nuestra vida es Él, Cristo, que nos espera, a cada uno y a todos juntos, para guiarnos más allá de los confines del tiempo en el abrazo eterno del Dios que nos ama.
Pero si la eternidad es nuestro horizonte de hombres hambrientos de verdad y sedientos de felicidad, la historia es el escenario de nuestro compromiso diario. La fe nos enseña que el destino del hombre está inscrito en el corazón y en la mente de Dios, que gobierna los hilos de la historia. Y nos enseña asimismo que el Padre pone en nuestras manos la tarea de comenzar ya desde aquí la construcción del reino de los cielos que el Hijo vino a anunciar y que llegará a su plenitud al final de los tiempos.
Así pues, tenemos el deber de vivir dentro de la historia, al lado de nuestros contemporáneos, compartiendo sus anhelos y esperanzas, porque el cristiano es, y debe ser, plenamente hombre de su tiempo. No se evade a otra dimensión, ignorando los dramas de su época, cerrando los ojos y el corazón a las inquietudes que impregnan su existencia. Al contrario, es un hombre que, aun sin ser de este mundo, está inmerso cada día en este mundo, dispuesto a acudir a donde haya un hermano a quien ayudar, una lágrima que enjugar, una petición de ayuda a la cual responder. En esto seremos juzgados…
A vosotros, jóvenes, que de forma natural e instintiva hacéis del deseo de vivir el horizonte de vuestros sueños y el arco iris de vuestras esperanzas, os pido que os transforméis en profetas de la vida. Sedlo con las palabras y con las obras, rebelándoos contra la civilización del egoísmo que a menudo considera al ser humano un instrumento en vez de un fin, sacrificando su dignidad y sus sentimientos en nombre del mero lucro; hacedlo ayudando concretamente a quien tiene necesidad de vosotros y que tal vez sin vuestra ayuda tendría la tentación de resignarse a la desesperación.
La vida es un talento que se nos ha confiado para que lo transformemos y lo multipliquemos, dándola como don a los demás. Ningún hombre es un iceberg a la deriva en el océano de la historia; cada uno de nosotros forma parte de una gran familia, dentro de la cual tiene un puesto que ocupar y un papel que desempeñar. El egoísmo vuelve sordo y mudo; el amor abre de par en par los ojos y el corazón, capacita para dar la aportación original e insustituible que, junto a los innumerables gestos de tantos hermanos, a menudo lejanos y desconocidos, contribuye a constituir el mosaico de la caridad, que puede cambiar el rumbo de la historia.
Cuando, considerando demasiado duro su lenguaje, muchos de sus discípulos lo abandonaron, Jesús preguntó a los pocos que habían quedado: «¿También vosotros queréis marcharos?», le respondió Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Y optaron por permanecer con Él. Se quedaron porque el Maestro tenía palabras de vida eterna, palabras que, mientras prometían la eternidad, daban pleno sentido a la vida.
Hay momentos y circunstancias en que es preciso hacer opciones decisivas para toda la existencia. Como sabéis muy bien, vivimos momentos difíciles, en los que con frecuencia no logramos distinguir el bien del mal, los verdaderos maestros de los falsos. Jesús nos ha advertido: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis». Orad y escuchad su palabra; dejaos guiar por verdaderos pastores; no cedáis jamás a los halagos y a los fáciles espejismos del mundo que luego, con demasiada frecuencia, se transforman en trágicos desengaños.
En los momentos difíciles, en los momentos de prueba se mide la calidad de las opciones. Así pues, en estos tiempos de dificultad cada uno de vosotros está llamado a tomar decisiones valientes. No existen atajos hacia la felicidad y la luz. Prueba de ello son los tormentos de las personas que, en el decurso de la historia de la humanidad, se han puesto a buscar con empeño el sentido de la vida, la respuesta a los interrogantes fundamentales inscritos en el corazón de todo ser humano.
Ya sabéis que estos interrogantes no son sino la expresión de la nostalgia de infinito sembrada por Dios mismo en el interior de cada uno de nosotros. Así pues, con sentido del deber y del sacrificio debéis caminar por las sendas de la conversión, del compromiso, de la búsqueda, del trabajo, del voluntariado, del diálogo, del respeto a todos, sin rendiros ante los fracasos, conscientes de que vuestra fuerza está en el Señor, que guía con amor vuestros pasos, dispuesto a acogeros de nuevo como al hijo pródigo.
Queridos jóvenes, os he invitado a ser profetas de la vida y del amor. Os pido también que seáis profetas de la alegría: el mundo nos debe reconocer por el hecho de que sabemos comunicar a nuestros contemporáneos el signo de una gran esperanza ya realizada, la de Jesús, muerto y resucitado por nosotros.
No olvidéis que «la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Gaudium et spes).
Purificados por la reconciliación, fruto del amor divino y de vuestro arrepentimiento sincero, practicando la justicia, viviendo en acción de gracias a Dios, podréis ser en el mundo, a menudo sombrío y triste, profetas de alegría creíbles y eficaces. Seréis heraldos de la plenitud de los tiempos.
El camino que Jesús os señala no es cómodo; se asemeja más bien a un sendero escarpado de montaña. No os desalentéis. Cuanto más escarpado sea el sendero, tanto más rápidamente sube hacia horizontes cada vez más amplios. Os guíe María, estrella de la evangelización. Dóciles, al igual que ella, a la voluntad del Padre, recorred las etapas de la historia como testigos maduros y convincentes.
Con ella y con los Apóstoles sabed repetir en cada instante la profesión de fe en la presencia vivificante de Jesucristo: Tú tienes palabras de vida eterna”.
Y decía en una fiesta del Corpus: “Jesús se define "el Pan de vida", y añade: "El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo".
¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaum, también nosotros experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender. A veces podríamos sentir la tentación de darle una interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos discípulos que "desde entonces ya no andaban con Él".
Nosotros queremos permanecer con Cristo, y por eso le decimos con Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Con la misma convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo”.
Y al preparar el encuentro del 2000 volvía sobre el tema: “Roma es «ciudad santuario», donde las memorias de los Apóstoles Pedro y Pablo y de los mártires recuerdan a los peregrinos la vocación de todo bautizado. Ante el mundo, en el mes de agosto del próximo año, repetiremos la profesión de fe del apóstol Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» porque «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
También a vosotros, muchachos y muchachas, que seréis los adultos del siglo próximo, se os ha confiado el «Libro de la vida», que en la noche de Navidad de este año el Papa, al cruzar el primero el umbral de la puerta santa, mostrará a la Iglesia y al mundo como fuente de vida y esperanza para el tercer milenio. Que el Evangelio se convierta en vuestro tesoro más valioso: en el estudio atento y en la acogida generosa de la palabra del Señor hallaréis alimento y fuerza para la vida diaria, y encontraréis las razones de un compromiso constante en la construcción de la civilización del amor”; y Benedicto XVI en su primer encuentro volvía al tema: “Esta fuerza de atracción interna de Dios ha hecho que los Tres Reyes Magos hace 2000 años emprendieran el camino para encontrar a Cristo, y os ha traído a vosotros hoy aquí a Colonia para buscar y encontrar a Jesús. Él os garantiza un gran futuro, una vida plena. No existe alternativa en relación a Jesucristo. Cuando algunos de sus discípulos se sintieron molestos por las palabras de Jesús, no siguieron el camino junto con él. Luego Jesús les preguntó a los que se quedaron con él: "¿Queréis acaso iros vosotros también?" Y es el primero de los Pedros el que le da una respuesta al Señor que prácticamente es el primer credo y el más corto a la vez, dentro de toda la Santa Biblia: "Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna". Esta declaración de San Pedro también es nuestro propio credo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". El Señor nos dice explícitamente: "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere". A vosotros, queridas hermanas y queridos hermanos, el Padre os ha guiado. Y esto forma el último motivo por el que estáis aquí en Colonia. Es el resultado de una acción divina llena de gracia. Y os prometo lo siguiente, y os doy mi palabra: Por medio de vosotros, Él seguirá siendo nuestro guía, para que vosotros lleguéis a ser una bendición para vuestro medioambiente, vuestra patria, para el mundo, convirtiendo en la cercanía de Dios, por medio de vuestro empeño, la gran distancia que existe a nivel global entre los hombres y Dios. Porque sólo así, este mundo seguirá siendo habitable para los hombres, que son los hijos de Dios”.
Es importante aquella respuesta de la fe de Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo, el Santo de Dios." Palabra humilde de Pedro. Palabra de amor delicado: Jesús es irremplazable para ellos. Así, Jesús parece terminar por un fracaso su catequesis esencial sobre el más grande misterio de su Presencia. Pero la Iglesia está ya aquí, en estos "doce" que confían en Él. En estas últimas palabras de Pedro, tenemos un equivalente de la famosa "confesión de Cesarea". San Juan no embellece, no adorna el evangelio: dice, de otro modo, a su manera, las mismas cosas que Mateo, Marcos y Lucas (Noel Quesson).
¿Qué es creer? S. Agustín preguntaba a Dios: “¿por ventura, el que sabe estas cosas (otras que ya había dicho) ya os agrada, Señor Dios, de verdad? Desventurado es el hombre que las sabe todas y os ignora a Vos, y bienaventurado el que os conoce, aunque no las sepa. Más aquel que os conoce a Vos y a ellas no es más bienaventurado por conocerlas a ellas, sino que sólo por Vos es bienaventurado, si, conociéndoos a Vos como a Vos, os glorifica y os da gracias y no se desvanece en sus pensamientos”. Algo misterioso, cuando “el corazón entiende las razones que la razón desconoce” (Pascal), como mejor expresa la poesía: “Dice la razón: tú mientes. Y contesta el corazón: quien miente eres tú, razón, que dices lo que no sientes” (Machado). “Dios quiere necesitar de nosotros: tengo necesidad de tus manos para continuar bendiciendo, tengo necesidad de tus labios para continuar hablando, tengo necesidad de tu cuerpo para continuar amando, tengo necesidad de ti para continuar salvando.” (M. Quoist). E, insistiendo en lo mismo, hace unos días aparecían estas frases en el calendario-taco que edita Mensajero: “Dios cuenta contigo siempre: /Dios puede crear, pero tú has de dar valor a lo que Él ha creado. /Dios puede dar la vida, pero tú has de transmitirla y respetarla. /Dios puede dar fe, pero tú has de ser un signo de Dios para todos. /Dios puede dar el amor, pero tú has de aprender a querer al prójimo. /Dios puede dar la esperanza, pero tú has de devolver la confianza a otros. /Dios puede dar la fuerza, pero tú has de animar. /Dios puede dar la paz, pero tú has de hacer las paces siempre. /Dios puede dar el gozo, pero tú has de sonreír. /Dios puede ser luz para el camino, pero tú has de hacerla brillar. /Dios puede hacer milagros, pero tú has de buscar cinco panes y dos peces. /Dios puede hacer lo imposible, pero tú has de hacer todo lo posible.” A veces cuesta… cuentan de un capitán de barco de vela, que mandó un grumete al palo mayor, y desde arriba, al ver pequeña la cubierta, y con el balanceo, bajo él el mar inmenso y profundo, tuvo miedo, y el capitán al verlo le gritó: “¡muchacho, mira hacia arriba!” y al ver el cielo que conocía se sintió tranquilo. Luego, el capitán continuó: “baja poco a poco, pero no dejes de mirar hacia arriba” y todo fue bien. Quien mira hacia arriba todo lo supera, nada le perturba, mantiene la ilusión debida y la fortaleza deseada, nunca le faltarán motivos para la esperanza y la alegría (J. M. Alimbau). “Levanta el corazón hacia mí, cielo arriba, y no te contristarán los desprecios de los hombres” (Tomás de Kempis), o el salmo 33: “Levantad hacia Dios la mirada y os llenará de luz”. Hace falta una opción, en esa dinámica dócil ante la fuerza divina, como hacen los santos: “¡Dios mío, que odie el pecado, y me una a ti… no reservándome nada…”
Simón Pedro proclama su fe en Él, el Mesías, el Hijo de Dios. Comenta San Agustín: «¿Nos alejas de Ti? Danos otros igual que Tú. ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Mirad cómo comprendió esto Pedro con la ayuda de Dios y confortación del Espíritu Santo. ¿De dónde le viene esta inteligencia sino de su fe? Tú tienes palabras de vida eterna. Porque Tú das la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y de tu sangre y nosotros hemos creído y entendido. No entendimos y creímos, sino creímos y entendimos. Creímos, pues, para llegar a comprender; porque si quisiéramos entender primero y creer después, no nos hubiera sido posible entender sin creer. ¿Qué es lo que hemos creído y qué lo que hemos entendido? Que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que Tú eres la misma vida eterna y que no comunicas en el servicio de carne y sangre sino lo que Tú eres».

viernes, 23 de abril de 2010

VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: la vida de Jesús se nos transmite por la fe y la Eucaristía, y esta experiencia de Vida podemos comunicarla a otros.


La conversión de Pablo se cuenta 4 veces en el Nuevo Testamento,
impresiona que el perseguidor pase a ser el apóstol más audaz: "Saulo,
respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se
presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de
Damasco, con el fin de que si encontraba algunos que siguieran este
camino, hombres o mujeres, pudiera llevarlos presos a Jerusalén. Yendo
de camino y cerca ya de Damasco, de repente le rodeó la claridad de
una luz venida del cielo" Hechos (9,1-20). La capital de Siria estaba
a 230-250 km de distancia. Hay una persecución, como hoy, quizá por
ideas equivocadas, por miserias y resentimientos… En nuestro camino,
podemos ir contra Jesús, sin verle: "son también nuestras miserias las
que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y
contrahecha su figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos
se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux
mundi! (Jn 8,12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no
camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida" (S. Josemaría
Escrivá).
¡Señor, transfórmanos! ¡Señor, mira los países perseguidos! ¡Señor,
cambia nuestros corazones! Señor, ayúdanos a ver cómo tu designio
puede ir progresando misteriosamente en todas las situaciones
aparentemente opuestas al evangelio.
Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?» Decía uno: "De muchacho oí predicar que para convertirse
el hombre necesita 'agere contra', luchar contra sus propias
tendencias, ir contra corriente de su alma, cambiarse como un guante
al que se da la vuelta. Así si eras impetuoso tenías que volverte
apocado; si tímido, en atrevido; si impulsivo, en sereno… Pensando, no
encontraba respuesta ¿es posible que si Dios me quería rápido, me haya
creado lento? ¿por qué no empezó por ahí?" Es verdad, más que cambiar
hemos de aceptarnos como somos. La felicidad no está en cambiar. Dice
una historia: "Durante años fui un neurótico (aquí cada uno puede
poner sus defectos: impuntual, desordenado, caótico…). Era un ser
angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme
que cambiara. No dejaban de recordarme lo neurótico que yo era. Y yo
me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar,
pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. Lo peor era
que en mi familia tampoco dejaban de recordarme lo neurótico que yo
estaba. Y también insistían en la necesidad de que yo cambiara.
También con ellos estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido. De
manera que me sentía impotente y como atrapado. Pero un día me dijo un
amigo: «No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa
que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo
dejar de quererte». Aquellas palabras sonaron en mis oídos como
música: «No cambies. No cambies. No cambies... Te quiero...». Entonces
me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh, maravilla!, cambié. Ahora sé
que en realidad no podía cambiar hasta encontrar a alguien que me
quisiera, prescindiendo de que cambiara o dejara de cambiar". El
cambio de vida comienza por ese aceptarse a uno mismo y a los demás,
respetar su libertad y no perseguir a nadie para que cambie…
Ya vimos cuando el pueblo de Israel va por el desierto y llegan las
"serpientes venenosas", símbolos de espanto: animal sinuoso y
deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya
mordedura es venenosa, de potencia maléfica, casi mágica. En este
mundo, podemos ser felices y tocar el paraíso con los dedos cuando nos
elevamos de puntillas y alargamos las manos con la esperanza, y para
ello hay que esquivar el hechizo de esas serpientes del amor
desordenado a las cosas que hace envidiar y odiar a las personas,
cuando el amor es sólo para las personas. Y, como consecuencia, la
falta de amor a uno mismo, querer ser de otra manera, ansiar salir de
cómo somos. El paraíso tiene en el centro el árbol de la vida, al que
no podemos llegar por la técnica y el poder: la sabiduría de la vida
auténtica se consigue de otro modo, por el amor, como cuenta también
otra historia sobre "el secreto para ser feliz".
Hace muchísimos años, vivió en la India un sabio de quien se decía
guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacía el hombre
más feliz del mundo. Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y
dinero, y hasta intentaron robarlo para obtener el cofre, pero todo
era en vano. Cuanto más lo intentaban, más infelices eran, pues la
envidia no los dejaba vivir. Así pasaban los años. Un día llegó ante
el sabio un niño y le dijo: "Señor, al igual que tú, también quiero
ser inmensamente feliz. ¿Por qué no me enseñas qué debo hacer para
conseguirlo?" El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le
dijo: "A ti te enseñaré el secreto para ser feliz. Ven conmigo y
presta mucha atención: En realidad son dos cofres en donde guardo el
secreto para ser feliz y estos son mi mente y mi corazón y, el gran
secreto no es otro que una serie de pasos que debes seguir a lo largo
de la vida: El primero es saber ver a Dios en todas las cosas, amarlo
y darle gracias por todo lo que tienes y lo que te pasa. El segundo,
es que debes quererte a ti mismo, y todos los días al levantarte y al
acostarte debes afirmar: Yo soy importante, yo valgo, soy capaz, soy
inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que no
pueda vencer. El tercer paso es que debes poner en práctica todo lo
que dices que eres, es decir, si piensas que eres inteligente, actúa
inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones;
si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay
obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y
lucha por ellas hasta lograrlas: se llama motivación. El cuarto, es
que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es, ellos
alcanzaron su meta, logra tú las tuyas. El quinto, es que no debes
albergar en tu corazón rencor hacia nadie; ese sentimiento no te
dejará ser feliz; deja que las leyes de Dios hagan justicia, y tú...
Perdona y olvida. El sexto es que no debes tomar las cosas que no te
pertenecen, recuerda que de acuerdo a las leyes de la naturaleza,
mañana te quitarán algo de más valor. El séptimo, es que no debes
maltratar a nadie; todos los seres del mundo tenemos derecho a que se
nos respete y se nos quiera. Y por ultimo, levántate siempre con una
sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las
cosas el lado bueno y bonito; piensa en lo afortunado que eres al
tener todo lo que tienes; ayuda a los demás, sin pensar que vas a
recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus
cualidades.
Volvemos a Saulo. Los hombres que iban con él se habían detenido mudos
de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie… Saulo está a punto de
sufrir una transformación, y tendrá que pasar por la soledad que pasó
Jesús en la Pasión.
La verdad no está en ser "perfecto" mirándose sólo a sí mismo. Pasarse
la vida luchando 'contra' los propios defectos, es tiempo perdido.
'Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar', así no empezaré a
amar nunca. Si me digo: 'voy a empezar a amar…' entonces el amor irá
pulverizando el egoísmo que me corroe. No es que tengamos muchos
defectos; en realidad practicamos pocas virtudes, y así el horno
interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a
multiplicarse la hojarasca.
-"Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué
«me» persigues?"" Todos buscan a Jesús, se preguntan: ¿Qué hago con la
vida?; ¿de donde vengo…? ¿A donde voy? ¿Me salvaré? Cristo revela el
hombre al hombre y le manifiesta la grandeza de su vocación (Gaudium
et spes), en su caminar terreno decían de él: "porque salía de Él una
fuerza que sanaba a todos"; y resucitado también. La humanidad de
Cristo sigue viva, y funda la iglesia, por eso entiende Pablo que
perseguir a los cristianos es perseguir a Jesús, que Jesús está
presente en los cristianos, en la Iglesia: estar en ella es estar con
Jesús, en ella encontramos a Jesús. Quienes desprecian la Iglesia como
Saulo reciben estas palabras: "yo soy Jesús, a quien tú persigues".
"No dice –S. Beda- ¿por qué persigues a mis miembros? Sino ¿por qué me
persigues? Porque Él todavía padece afrentas en su Cuerpo, que es la
iglesia", perseguir a la Iglesia es perseguir a Jesús. Llevamos la
gente a Jesús cuando les invitamos a una charla de formación, a
visitar el Sagrario, a rezar el Rosario o asistir a un retiro, a rezar
(hablar con Dios): por la piedad, Dios dice de cada uno (imagen de su
Hijo): "este es mi hijo amado, escuchadle". Toda persona lleva dentro
inquietudes, como la cierva que tiene sed se pregunta: ¿por dónde voy
a beber? Como las ovejas que van a buen pasto… y necesitan un pastor,
el buen pastor es el Papa, buen pastor son los fieles a Jesús.
Saulo creía perseguir a discípulos, hombres y mujeres. Encuentra a
«Jesús». Es sorprendido por Cristo viviente, resucitado, presente en
sus discípulos. «Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, había
dicho, me lo habréis hecho a mí.» Pablo encuentra a Jesús, en esos
hombres y esas mujeres a quienes está persiguiendo: "¿por qué «me»
persigues?" Desde el primer día de su encuentro con Jesús, se
encuentra con el Cuerpo total de Jesús: los cristianos son el Cuerpo
de Cristo, como dirá más tarde a los Romanos (12,5) «Vosotros sois el
Cuerpo de Cristo... miembros de su Cuerpo...». Al comer el «Cuerpo de
Cristo» en la eucaristía, los cristianos pasan a ser «cuerpo de
Cristo». Gran responsabilidad la nuestra: en nosotros hacemos visible
a Cristo, somos el cuerpo de Cristo... Ayúdame, Señor, a sacar las
consecuencias concretas de este descubrimiento.
…«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Él preguntó: «¿Quién eres,
Señor?». Y Él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra
en la ciudad; allí te dirán lo que debes hacer». Los que lo
acompañaban se quedaron atónitos, oyendo la voz, pero sin ver a nadie.
Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía
nada; lo llevaron de la mano a Damasco, donde estuvo tres días sin ver
y sin comer ni beber".
Bernardino Herrando dice: "La conversión es mucho más que un
arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La conversión
es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar
de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora
una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por
fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él
mismo. Cambió de camino, pero no de alma". A San Pablo un día Dios le
tiró (los pintores lo ponen cayendo del caballo) y le explicó que toda
esa violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un
muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por
otra de mantequilla. Su amor a la ley judaica se transmutó por unas
ansias por la Ley de Cristo. Efectivamente, había cambiado de camino,
pero no de alma. Este es el cambio que Dios espera del hombre: que
luchemos por el espíritu, como hasta ahora hemos peleado por dominar;
que nos empeñemos en ayudar a los demás, como deseábamos que todos nos
sirvieran. No que echemos agua al moscatel de nuestro espíritu, sino
que se convierta en vino que conforte y no emborrache. A veces parece
que esto quita libertad, que ata. "¡Cadenas de Jesús! Cadenas, que
voluntariamente se dejó Él poner, atadme, hacedme sufrir con mi Señor,
para que este cuerpo de muerte se humille... Porque -no hay término
medio- o le aniquilo o me envilece. Más vale ser esclavo de mi Dios
que esclavo de mi carne" (san Josemaría).
Ahora entra en escena el bueno de Ananías, que recibe el encargo de ir
a curar a Saulo: "Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a
quien el Señor llamó en una visión: «¡Ananías!». Y él respondió: «Aquí
estoy, Señor». El Señor le dijo: «Vete rápidamente a la casa de Judas,
en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo de Tarso, que está allí
en oración y ha tenido una visión: un hombre llamado Ananías entraba y
le imponía las manos para devolverle la vista». Ananías respondió:
«Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y decir todo el mal que
ha hecho a tus fieles en Jerusalén. Y está aquí con plenos poderes de
los sumos sacerdotes para prender a todos los que te invocan». El
Señor le dijo: «Anda, que éste es un instrumento que he elegido yo
para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas.
Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí». Ananías partió
inmediatamente y entró en la casa, le impuso las manos y le dijo:
«Saulo, hermano mío, vengo de parte de Jesús, el Señor, el que se te
apareció en el camino por el que venías, para que recobres la vista y
quedes lleno del Espíritu Santo». En el acto se le cayeron de los ojos
como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Comió y
recobró fuerzas. Y se quedó unos días con los discípulos que había en
Damasco. Y en seguida se puso a predicar en las sinagogas proclamando
que Jesús es el Hijo de Dios".
Decía uno: "Yo conozco mucha gente que sin ir a médicos especialistas
viven resucitados: una ciega que reparte alegría en un hospital de
cancerosos; un pianista ciego que toca para asilos de ancianos;
jóvenes que gastan el tiempo que no tienen en despertar minusválidos…"
Pues eso: Dedícate a repartir resurrección… basta con chapuzarse en el
río de tus propias esperanzas para salir de él chorreando amor a los
demás.
-"Este hombre es el instrumento que he elegido para que lleve mi
nombre ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel". Señor, haz
de mí también un instrumento de tu salvación, de tu alegría (Noel
Quesson).
b) Pablo es modelo. Hoy los jóvenes se preguntan: "¿Qué personaje
admiro? ¿Quién es mi mujer/hombre impacto? ¿Con qué fotos forro la
carpeta del colegio? Saulo corría, pero fuera del camino, como aquel
hombre en trineo que iba hacia el norte sobre el hielo, sin saber que
estaba en un iceberg, y que se dirigía hacia el sur en realidad,
perdido en medio del océano: cuanto más corre, más lejos está. Jesús
nos interpela también a nosotros: ¿por qué me persigues? Ananías ayudó
en ese camino nuevo… "En materia de religión hay dos tipos de personas
dignas de elogio: los que han encontrado a Dios y a éstos hay que
suponerlos plenamente felices, y los que lo buscan ardorosa y
sinceramente. En cambio, hay tres tipos de hombres a los que hay que
censurar y condenar sin ambages: primero, los que tienen un prejuicio,
es decir, creen saber lo que no saben; luego, los que teniendo
conciencia de no saber, buscan de tal manera que no pueden encontrar;
y finalmente los que ni piensan saber ni quieren buscar" (S. Agustín).
El Señor llamó en una visión a «Ananías.» Caso parecido al de Pedro
(Hch 10,1) cuando en Cesarea había un hombre, llamado Cornelio,
centurión de la cohorte Itálica, piadoso y temeroso de Dios, como toda
su familia, daba muchas limosnas al pueblo y continuamente oraba a
Dios. Vio claramente en visión, hacia la hora nona del día, que el
Ángel de Dios entraba en su casa y le decía: «Cornelio.» Él le miró
fijamente y lleno de espanto dijo: «¿Qué pasa, señor?» Le respondió:
"Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la
presencia de Dios. Ahora envía hombres a Joppe (hoy Jaffa, que forma
el núcleo antiguo de Tel-Aviv) y haz venir a un tal Simón, a quien
llaman Pedro. Este se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, que
tiene la casa junto al mar…"
El Señor es tan fino y delicado que nunca nos manifestará sus deseos
directamente. Prefiere nuestra libertad a sus preferencias. Tanto en
lo humano, como en lo sobrenatural, necesitamos una ayuda, quizá un
"entrenador" o director espiritual. Sólo se vive una vez, y hay que
aprovechar los "cartuchos" de cada día de la existencia, no echarlos a
perder, vivir con sensatez, en un clima de confianza. La Lituania
comunista estaba plagada de caras desconfiadas, con el alma repleta de
cicatrices por seguir a tantos líderes que les han engañado.
Necesitamos en la vida un clima de confianza, desde el cielo viene la
voz de Dios y por la confianza se nos concreta: Oración, ayuda de esa
confianza personal… "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9,04).
«¿Desde dónde grita? Desde el cielo. Luego está arriba, ¿Por qué me
persigues? Luego está abajo» (San Agustín). A la cabeza y al cuerpo,
al Señor glorificado y a la comunidad de los creyentes, que forman
juntos el Cristo uno.

Salmo (117,1-2): "¡Aleluya! Alabad al Señor, todos los pueblos,
aclamadlo, todas las naciones, pues su amor por nosotros es muy grande
y su lealtad dura por siempre". Glorifiquemos a Dios y démosle
gracias, pues Él ha hecho que su salvación no se quede como privilegio
de una raza o de un sólo pueblo, sino que llegue a todas las naciones,
de todos los tiempos, lugares y culturas. Efectivamente Dios quiere
que todos los hombres se salven. Y aquel pueblo que era considerado un
olivo silvestre ha sido injertado en el olivo verdadero, en Cristo
Jesús, pues la salvación, conforme al plan previsto y sancionado por
Dios, nos ha llegado por medio de los judíos. Así, por medio de Cristo
Jesús, Señor nuestro, todo aquel que lo acepte en su propia vida podrá
convertirse en una oblación pura y en una continua alabanza del Nombre
de Dios, nuestro Padre. Dios, en Adán, prometió enviarnos un salvador.
Y en Adán no estaba simbolizado un pueblo, sino la humanidad entera. Y
Dios ha cumplido sus promesas, dando así a conocer su amor por
nosotros y que su fidelidad es eterna. Aprovechemos la oportunidad de
ser renovados en Cristo, pues no tendremos ya otro nombre en el cual
podamos alcanzar el perdón de los pecados y la salvación eterna.

Evangelio (Jn 6,52-59): "Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «Os aseguro que
si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no
tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es
verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y
bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado
vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es
el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y
murieron. El que come este pan vivirá eternamente». Dijo todo esto
enseñando en la sinagoga de Cafarnaum".
a) -Discutían entre sí los judíos: "¿Cómo puede este darnos a comer su
carne? Ellos lo interpretan de la manera más realista; y les choca.
-Jesús dijo entonces: "Sí, en verdad os digo que, si no coméis la
carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en
vosotros." Lejos de atenuar el choque, Jesús repite lo que ya ha
dicho; lo enlaza explícitamente con el "sacrificio del caIvario"...
"el pan que yo daré, es mi carne... que habré dado antes en la Pasión,
para la vida del mundo". La alusión a la "sangre", en el pensamiento
de Jesús, remite también a la cruz y a la muerte que da la vida. No
olvidemos que cuando San Juan puso por escrito este discurso había
estado celebrando la eucaristía durante más de 60 años. ¿Cómo podría
admitirse que sus lectores de entonces no hubiesen aplicado
inmediatamente estas frases a la eucaristía: cuerpo entregado y sangre
vertida? Por otra parte, si Jesús no hubiese nunca hablado así, ¿cómo
los apóstoles, la tarde de la Cena, hubiesen podido comprender algo de
lo que Jesús estaba haciendo? La institución de la eucaristía, la
tarde del jueves santo, hubiera sido ininteligible para los Doce, si
Jesús no les hubiera jamás preparado anteriormente.
-"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y Yo le
resucitaré en el último día. En efecto, mi carne es la verdadera
comida, y mi sangre es la verdadera bebida… Tomad y comed, esto es mi
cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre..."
El discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra
celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que Él
anunciaba en Cafarnaum. Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha
que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente
teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella
participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en
nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos
débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come
permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el
momento de la comunión o también a lo largo de la jornada? Después de
la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y
oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido
como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y
que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir
como seguidores suyos día tras día (J. Aldazábal): «El Señor
crucificado resucitó de entre los muertos y nos rescató. Aleluya»
(Comunión).
c) Àngel Caldas: "Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como
son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su
sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida
es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn
6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan
definitivo como estas afirmaciones de Jesús. No siempre los católicos
estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se
pretende "vivir" sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y,
sin embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don
demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones». "Comer para
vivir": comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del
hombre. Este comer se llama "comunión". Es un "comer", y decimos
"comer" para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la
identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para
pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. «Vivamente he
deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer», decía Jesús
al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor
eucarístico. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para
establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y tenemos que cuidar
la "ternura" hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien
hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a
partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como
son. Y les serviremos con una renovada ternura (Juan Pablo II).
d) Unos niños me preguntaban si Jesús en el sagrario tenía frío, si
estaba a oscuras, si pasaba mal olor, o le faltaba aire… contesté que
no tenía nariz ni cara la Sagrada Forma, que no era como un niño en
pequeñito. Como alguno tiene miedo de partir la forma con los dientes,
le dije que está en forma de comida, que no le duele si le comemos,
que es un misterio, no comemos carne sino la carne de Jesús hecha pan,
pero aunque parece pan está él allí… es de gran belleza este
esconderse, jugar al escondite para que no nos sintamos forzados a
someternos a la verdad, es un amor que nos quiere en libertad, un
deseo de nuestro amor, necesita que el sol del Amado lo alcance y
vuelva a calentarlo: si Él es nuestra vida, su sentido y su belleza,
no podemos dejar de encontrarlo allí, donde Él, vivo y verdadero, se
ofrece por nosotros. ¿Qué diríamos de un enamorado que, pudiendo
hacerlo, no sintiera la necesidad de encontrar hasta todos los días a
la persona amada? Y si así es para el amor humano, que a menudo es tan
frágil y voluble, ¿cómo podría ser distinto para el amor que no
desilusiona ni traiciona, el amor que hace vivir en el tiempo y por la
eternidad, el amor de Dios en Cristo Jesús, nuestra vida?
Es ésta la razón por la que tenemos la necesidad de encontrarlo cada
día y siempre nuevamente: y, ¿dónde podríamos encontrarlo sino allí en
donde Él nos ha prometido y garantizado el don de Su presencia? «Éste
es mi cuerpo, éste es el cáliz de la nueva y eterna alianza, derramado
por vosotros y por todos para remisión de los pecados».
Gracias, Jesús, por tu amor… ayúdame a corresponderte. Quiero amarte…
Sí, porque Tú, Señor Jesucristo, no eres sólo verdad y bondad: eres la
belleza, la belleza que salva. Eres el pastor hermoso que nos guía por
los prados de la vida, donde tu belleza no tiene ocaso. "Buen pastor,
pan verdadero, oh Jesús, ten piedad de nosotros: aliméntanos y
defiéndenos, condúcenos a los bienes eternos en la tierra de los
vivos. Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra,
guía a tus hermanos al banquete del cielo en el gozo de tus santos.
Amén".

jueves, 22 de abril de 2010

JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de Vida, nos enseña el sentido del sufrimiento, y nos estimula a preocuparnos de los demás


Los Hechos (8,26-40) nos muestra hoy a Felipe, que un ángel le dice: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que va de Jerusalén a Gaza a través del desierto». –(El evangelio está en los caminos y no en el Templo. ¡A Jesús se le encuentra por las carreteras! Por la vía que va de París a Marsella... Por la que va de Alejandría a Addis-abeba... Por la calle que va de «mi» casa a la casa de los demás). Y allí ve a un etíope eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía, administrador de todos sus bienes, que había venido a Jerusalén, que regresaba y, sentado en su carro, leía al profeta Isaías. (Etiopía es el reino de Nubia, entonces su capital era Meroe, y se extendía al sur de Egipto más allá de Asuán, actualmente parte del Sudán, y Candace no era una persona real sino la dinastía de las reinas -entonces el país era gobernado por mujeres. Eunuco era en general un empleado de la corte, quizá ministro del tesoro).
El Espíritu dijo a Felipe: «Avanza y acércate a ese carro». Felipe corrió, oyó que leía al profeta Isaías y dijo: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Él respondió: «¿Cómo lo voy a entender si alguien no me lo explica?». Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él. (Felipe iría en mula, la ataría al carruaje del ministro y subiría a leerle el pasaje que no entiende, el poema del Siervo que hemos meditado durante la semana santa. Y se sorprende de que el «justo» sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del "justo" sea humillada y de que se termine en el fracaso. El sufrimiento... la muerte de los inocentes... ¡Es también nuestra pregunta! La injusticia, la opresión...¡es la pregunta de todos los hombres! A Dios no se le encuentra cerrando los ojos ante las verdaderas preguntas de los hombres. No se logra hacer que los hombres encuentren a Dios, si uno cierra los ojos ante las verdaderas preguntas humanas que nuestros hermanos se formulan).
A veces la vida nos deja tristes y desconcertados, con una visión pesimista de la condición humana. Hay presiones, surge un sentimiento de insatisfacción, nos falta aire... "Tengo pena de la vida, siento lastima de mis lagrimas, mis ojos están secos de tanto llorar, mi alma está resentida de tantos golpes, mi corazón lleno de cicatrices de tantas puñaladas, mi vida es un libro con palabras cubiertas de pena, escucho mi voz y sólo son lamentos, tengo pena de esta vida resignada, tengo pena de mi cuerpo cansado, de este corazón marchito, tengo pena de la sequedad de sueños, tengo pena de mi falta de amor…, tengo pena por no poder soñar, tengo pena de lo que soy"… Así se leía en Internet, es la sensación que tiene alguien que sufre.
Me acordaba de la historia de una chica joven, que desconsolada cuenta a su madre lo mal que le va todo: “-los estudios, un desastre; con el marido, la cosa no va bien, el examen de conducir suspendido”… Su madre, de pronto, le dice: "-vamos a hacer un pastel". La hija, desconcertada por esta salida ilógica, le ayuda entre sollozos. La madre le pone delante harina, y le dice: "-come". Ella contesta asombrada: "-¡si es incomible!" Luego le pone unos huevos, y vuelve a decirle: "-come", y la hija: "-¡si ya sabes que los huevos crudos me dan asco!" Y luego un limón, y otros ingredientes…, y la hija que insiste en que eran cosas muy malas para comer. La madre lo revuelve todo bien amasado, luego lo pasa por el horno, y queda un pastel que dice “cómeme” de sabroso que está. La madre le dice a su hija la moraleja: "-Tantas cosas de la vida son impotables, no nos gustan, son malas. Decimos: ¡vaya pastel! Y muchas veces nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por momentos y circunstancias tan malos, y trabaja estos ingredientes malos, los revuelve bien, de la misma manera que hemos hecho ahora... dejando que Él amase todo esto, bien cocinado, saldrá un pastel pero no malo sino delicioso… Solamente hemos de confiar en Él, y llegará el momento en el que ¡las cosas malas que nos pasan se convertirán en algo maravilloso! Lo mejor siempre está por llegar.
El tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que está lejano… El silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas de la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido.
Y sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el dolor no se convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la vida, sino un camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para el gozo sin fin que es el cielo. Jesús nos salva en la Pascua, pero sobretodo demuestra su amor en el sufrimiento llevado hasta la muerte, que es lo que tiene mérito: resucitar no tiene tanto mérito como dar la vida, esto sí cuesta, y es lo que hace Jesús por nosotros, para darnos la Vida.
b) Señor, que estemos atentos a las preguntas de nuestros hermanos.
-“Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús”. La humillación de Jesús, su fracaso aparente, sólo son un pasaje. La finalidad de la vida de Jesús no ha sido la "matanza" del calvario, sino la alegría de Pascua. La finalidad de la vida del hombre no es el sufrimiento y la muerte a perpetuidad, ni la opresión y la injusticia para siempre...¡es la vida a perpetuidad, es la vida eterna, es la vida resucitada! «¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!»
El pasaje de la Escritura que leía era éste: “Como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca. Por ser pobre, no le hicieron justicia. Nadie podrá hablar de su descendencia, pues fue arrancado de la tierra de los vivos”. El eunuco dijo a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta? ¿De él o de otro?». Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje de la Escritura, le anunció la buena nueva de Jesús. Continuaron su camino y llegaron a un lugar donde había agua; el eunuco dijo: «Mira, aquí hay agua; ¿qué impide que me bautice?».
Este es el último punto de la andadura catecumenal, la marcha de toda iniciación cristiana, el ritmo del descubrimiento de Dios: 1. Una pregunta formulada por los acontecimientos, por la vida, por una lectura, por un encuentro... 2. Una respuesta hallada en la Palabra de Dios comentada por la Iglesia, y que da un «sentido» nuevo a la existencia... 3. La terminación del encuentro con Dios en un rito, signo sacramental, que explicita el «don que Dios hace al hombre»... La vida eterna, la salvación.
Y mandó detener el carro. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. Al salir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco ya no lo vio más, y continuó su camino muy contento. Felipe se encontró con que estaba en Azoto, y fue evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.
-“Y el Etiope siguió gozoso su camino”. Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, pero está «velado». Está en todas nuestras casas, en todos nuestros ambientes de trabajo... ¡portador de alegría! (Noel Quesson). Es lo que canta el Salmo (66/65,8-9.16-17.20): “Pueblos, bendecid a nuestro Dios, proclamad a plena voz sus alabanzas; Él nos conserva la vida y no permite que tropiecen nuestros pies. Fieles del Señor, venid a escuchar, os contaré lo que Él hizo por mí. Mi boca lo llamó y mi lengua lo ensalzó. Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi plegaria ni me ha retirado su misericordia”.

Dios concede con su gracia a quien se dispone, que mueve el corazón, lo convierte a Dios, abre los ojos del alma y da la suavidad para aceptar y creer la verdad. La fe y la gracia y la filiación divina se corresponden, pertenecen a una misma realidad. Y en el discurso de la eucaristía vemos que tanto la fe como la comunión dan la vida eterna, que también son la misma realidad, vivir en Cristo.
El Evangelio (Jn 6,44-51) nos muestra a Jesús que dice: “nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Sacramento de nuestra fe, el núcleo de la fe está ahora anunciando Jesús en esta parte del discurso. El primer libro de la Biblia, el Génesis, afirma que Dios había hecho al hombre para la inmortalidad, pues estaba en un "jardín donde había el árbol de la vida". Siguiendo con lo que ayer veíamos, el último libro, el Apocalipsis, afirma que Dios volverá a dar esta inmortalidad: "Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el jardín de Dios". Jesús afirma aquí que esta inmortalidad nos está ya devuelta por la Fe, y por la Eucaristía... "Quien come de ese pan no morirá jamás": «El maná era signo de este pan, como lo era también el altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos son distintos, más en la realidad hay identidad... Pan vivo, porque desciende del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era sombra, éste la verdad... ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida...» (San Agustín). Se podría objetar: pero, ¡los que comen el pan eucarístico mueren como todo el mundo! Pues bien, Jesús afirma que el alimento eucarístico, recibido en la Fe pone al fiel en posición, ya desde ahora -en el presente- de una vida eterna a la cual la muerte física no la afecta en absoluto: «Cosa grande, ciertamente, y de digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero, presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá para siempre. Luego, no en vano dices tú “Amén”, confesando ya en espíritu que recibes el Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto» (San Ambrosio).
El cristianismo es esto: ¡la divinización del hombre! El gozo y la acción de gracias -eucaristía en griego- deberían ser el estado normal de los cristianos. La grande, la gozosa, la "buena nueva" -evangelio en griego-, hela aquí: Dios nos da ¡su vida eterna! En este momento iremos viendo en el discurso un tono más explícitamente eucarístico: "el pan que Yo daré es mi carne... (Noel Quesson).
b) El discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaum sigue adelante, progresando hacia su plenitud. La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es: «os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna». Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer-«ver», «venir» y «creer»- hoy se añade uno nuevo: «nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae». La fe va unida a la gracia, el don de Dios, al que se responde con la decisión personal. Al final de la lectura de hoy ha empezado a sonar el verbo «comer». La nueva repetición: «yo soy el pan vivo» tiene ahora otro desarrollo: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la Eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.
Nosotros, cuando celebramos la Eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del Cuerpo y Sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí «vemos, venimos y creemos» en Él, le reconocemos, y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es Él que nos atrae. Tenemos motivos para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz. Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente: ¿de veras esto nos está ayudando a vivir la jornada más alegres, más fuertes, más llenos de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con Él, como Él, en unión con Él (J. Aldazábal), como pedimos en la Colecta: «Dios Todopoderoso y eterno, que en estos días de Pascua nos has revelado claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más profundidad; concede a quienes has librado de las tinieblas del error adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad», y también pedimos que seamos testimonios de la Verdad, como se dice en el Ofertorio: «¡Oh Dios! que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos». Es un vivir “para” los demás: «Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Aleluya» (ant. de comunión). Y en la Postcomunión: «Ven Señor en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».
“Hoy cantamos al Señor de quien nos viene la gloria y el triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy» que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna. El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos a nosotros, sino que nos asimila. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). Oculto bajo las especies sacramentales, Jesús nos espera, y le decimos: Tú eres nuestro Redentor, la razón de nuestro vivir.
c) Ya en el desierto Dios había alimentado al pueblo con el maná. Y el profeta Eliseo había alimentado a cien hombres con veinte panes de cebada que alguien le había llevado de regalo, y también en aquella ocasión había sobrado pan. Ahora Jesús, el profeta por excelencia, el mediador de la nueva alianza alimenta al pueblo hambriento en el desierto. En el naciente siglo XXI de las telecomunicaciones, la globalización y el mercado mundial, todavía hay millones y millones de seres humanos hambrientos. Millones de niños siguen muriendo de la enfermedad más elemental que podamos sufrir: el hambre, la desnutrición. El milagro de Jesús es una protesta por nuestra falta de solidaridad. Con lo que desperdiciamos en vanidades, en comidas superfluas que después nos hacen daño: golosinas, helados, exquisiteces, con eso nada más podríamos alimentar a nuestros hermanos necesitados. Con lo que los países desarrollados gastan en producir armas, la humanidad podría solucionar el problema del hambre en el mundo. Pero nosotros no somos como Jesús, no somos capaces de compadecernos, ni de invitar fraternalmente a la solidaridad. La gente agradecida reconoce que Jesús es “el profeta que tenía que venir al mundo”, el nuevo Moisés, y quieren hacerlo rey, porque Él sí se compadece de sus sufrimientos y los alivia, no como los reyes de este mundo que solo han explotado al pobre pueblo. Pero Jesús sabe que su reino no es de este mundo, ha despreciado el poder universal que le ofrecía el tentador, sabe que su misión es hacer la voluntad del Padre, por eso se retira, solo, a la montaña. Un buen propósito para hoy sería cuidar esas visitas a Jesús en el sagrario, al Santísimo Sacramento, y pedirle una fe más viva, que nos aumente la fe, pues así fomentamos que Él pueda acrecentarla en nosotros.

martes, 20 de abril de 2010

MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de vida y auténtica libertad más allá de la muerte


Hechos (8,1-8): "Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día se
desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén,
y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con
excepción de los apóstoles.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e hicieron gran
lamentación por él. Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de
casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los
entregaba a la cárcel. Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron
anunciando la palabra. Y Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les
predicaba a Cristo. Cuando la gente oía y veía las señales que hacía,
escuchaba atentamente y de común acuerdo lo que Felipe decía. Porque
de muchas personas salían espíritus inmundos, dando grandes gritos, y
muchos paralíticos y cojos eran sanados; de modo que había gran
regocijo en aquella ciudad".
La persecución fue el comienzo de la gran «expansión» misionera del
evangelio. Cuando parece que todo se pierde, que la Iglesia será
exterminada, entonces en la más negra noche amanece Dios… así pasará
con el terrible Saulo, que se levantará luego como san Pablo y Apóstol
de las gentes. Aparecen los mártires de la fe. Para el mártir, la
pérdida de la vida por dar testimonio de Jesús es una ganancia, pues
gana la vida eterna. Pero es también una gran ganancia para la Iglesia
que recibe así nuevos hijos, impulsados a la conversión por el ejemplo
del mártir y ve que se renuevan los hijos que ya tiene desde hace
tiempo. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año
del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la
conmemoración de los mártires del siglo XX: «Permanezca viva, en el
siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos
nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita
de generación en generación, para que de ella brote una profunda
renovación cristiana!». La Iglesia, tal como Jesús la ha querido,
llevará el evangelio hasta los «confines de la tierra», y los mártires
con su sufrimiento son semilla de nuevos cristianos. El milagro de
Pentecostés está siempre haciéndose, por eso podemos rezar: Señor, una
vez más, agranda nuestros corazones a las dimensiones de tu proyecto
universal. Que el evangelio sea proclamado. Concede a todos los
cristianos de todos los tiempos no considerarse jamás como unos
poseedores privilegiados... sino como responsables. En el día del
juicio, Señor, Tú me pedirás cuenta de ese evangelio que he «guardado»
sin haberlo «difundido».
-"Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la
Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les
predicó a Cristo". Como los demás, Felipe, otro diácono, -como
Esteban- ha huido. Su camino pasa por Samaria. Recordemos que los
judíos despreciaban a los samaritanos. Jesús había roto ya ese
estrecho cerco al convertir a una Samaritana. Y les había anunciado:
«Los campos blanquean ya para la siega...» eran promesa de cosechas
abundantes en el mundo pagano. La multitud unánime escuchaba con
atención las palabras de Felipe. Efectivamente, Felipe «ha predicado a
Jesús» y, contrariamente a lo que podía pensarse, su predicación
obtiene un gran éxito en ese mundo nuevo que no está enfundado en sus
propias certezas y modas.
-"¡Y hubo una gran alegría en aquella ciudad!" «La alegría». Signo
evangélico. Cuando la Palabra de Dios es anunciada en «palabras de
hombres», esto provoca una gran alegría. ¡Ah Señor!, te ruego por tu
Iglesia, que sea siempre una fuente de alegría, un lugar festivo, de
una fiesta interior... con mirada de alegría (Noel Quesson).
Todo es para bien, según los designios de Dios lo reconduce todo hacia
algo bueno, y así señala san León Magno: «La religión, fundada por el
misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún
género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones,
antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces
con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen
multiplicados».

Salmo (65,1-3a.4-5.6-7a): "Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra.
Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a
Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Toda la tierra te adorará, y
cantará a ti; cantarán a tu nombre. Venid, y ved las obras de Dios,
temible en hechos sobre los hijos de los hombres. Volvió el mar en
seco; por el río pasaron a pie; allí en Él nos alegramos. Él señorea
con su poder para siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones". El
salmista convoca a todos los pueblos a alabar a Dios; llegará el día
en que todos los países de la tierra alabarán al Dios verdadero: «Toda
la tierra te adorará».

El Evangelio (Juan 6,35-40) muestra que "Jesús continuó hablando a la
gente: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el
que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo, vosotros, como ya os
he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis. Todo lo que me da
el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque
he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que
me ha enviado, a saber: que no se pierda nada de lo que me dio sino
que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que
todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día". "El «discurso del Pan de la vida» que
Jesús dirige a sus oyentes el día siguiente a la multiplicación de los
panes, en la sinagoga de Cafarnaum, entra en su desarrollo decisivo.
Esta catequesis de Jesús tiene dos partes muy claras: una que habla de
la fe en Él, y otra de la Eucaristía. En la primera afirma «yo soy el
Pan de vida»: en la segunda dirá «yo daré el Pan de vida». Ambas están
íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de
catequesis que el evangelista nos ofrece en torno al tema del pan. Hoy
escuchamos la primera (repetimos de ayer, el v. 35: «yo soy el pan de
vida»). Los verbos que emplea son «el que viene a mí», «el que cree en
mí», «el que ve al Hijo y cree en Él». Se trata de creer en el enviado
de Dios. Aquí se llama Pan a Cristo no en un sentido directamente
eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta, Dios le
envía a su Hijo como el verdadero Pan que le saciará. Como también se
lo envía como la Luz, o como el Pastor. Luego pasará a una perspectiva
más claramente eucarística, con los verbos «comer» y «beber». El
efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en Él «no pasará
hambre», «no se perderá», «lo resucitaré el último día», «tendrá vida
eterna».
La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está
diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la
Eucaristía. Somos invitados a creer en Él, antes de comerle
sacramentalmente. Ver, venir, creer: para que nuestra Eucaristía sea
fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica de aceptación de
Cristo, de adhesión a su forma de vida. Por eso es muy bueno que en
cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía»,
comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo nos ofrece, seamos
invitados a recibirle y a comulgar con Él en «La mesa de la Palabra»,
escuchando las lecturas bíblicas y aceptando como criterios de vida
los de Dios. El que nos prepara a «comer» y «beber» con fruto el
alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como
Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en
Él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los
discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero
reconocieron que ya «ardía su corazón cuando les explicaba las
Escrituras». La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la
fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando
desemboca en la Eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según
Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como Cristo" (J.
Aldazábal).
a) En los orígenes, el hombre quiso probar el árbol de la vida para
hacerse como Dios. Y lo que era fuente de vida se convirtió en veneno:
en lugar de recibir su alimento por gracia, el hombre quiso producir
él mismo su felicidad. El hombre fue arrojado del paraíso, porque
quería vivir sobre su propia tierra, la que construiría él sólo. "¡Al
que venga a mí, no lo echaré fuera!". Al escuchar la palabra de Jesús
encontramos la tierra de nuestros orígenes. Jesús llama para recibir
la gracia y el perdón, y nosotros somos reintroducidos en el jardín
para gustar del fruto del árbol. El lo atrae todo a sí: plantada en el
corazón del mundo, su cruz es el nuevo árbol de la vida en el que todo
hombre puede encontrar su nacimiento. "Esta es la voluntad del que me
ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio".
El árbol de la cruz está plantado fuera de los muros de la ciudad,
sobre una colina, porque "muchos pasaban por allí", y el nombre que
salva está escrito en griego, en hebreo y en latín, para que cada cual
conozca en su propia lengua la maravilla de Dios: los brazos de Jesús
están abiertos a todos, porque el amor de Dios es para todos. La
salvación es universal, pues no hay justos: todos son enfermos y todos
están llamados a la curación. Para que el árbol dé fruto en
abundancia, el grano tuvo que ser arrojado al surco del Gólgota. La
Palabra de gracia sólo podrá germinar sembrada en las lágrimas y en la
sangre. La Vida no podrá salir victoriosa sino después de haber estado
aprisionada en una tumba. Una violenta persecución estalló contra la
Iglesia de Jerusalén; los que se dispersaron fueron a extender por
todas partes la Buena Noticia.
"Si el grano no muere, no puede dar fruto" (Jn 12,24). En cristiano,
no hay más que una ley de crecimiento: la de la vida entregada, la de
la esperanza que asume el riesgo, la del comenzar de nuevo, una y otra
vez, desde la sola confianza en la fidelidad del Espíritu. El árbol no
tiene otra razón de ser que no sea la de dar cobijo a los hombres que
buscan la vida. Sólo podrá crecer si hay hombres y mujeres que son
fieles hoy a la ley del crecimiento del Reino: si entregan su vida al
amor gratuito e incondicionado, por encima de toda coacción y en la
libertad del Espíritu.
Dios y Padre nuestro, no permitas que encerremos tu Palabra en el
reducido ámbito de nuestros hábitos, de nuestras certezas y de
nuestros sectarismos. Haz que madure en nosotros lo que Tú has
sembrado: la libertad del Espíritu, el entusiasmo del renuevo
primaveral y el gozo de estar salvados (tomado de "Dios cada día", Sal
terrae).
b) -Yo soy el pan de vida. Jamás ningún profeta había pedido creer en
su persona como lo hace Jesús. Incluso Moisés, sólo pedía que creyeran
en Yahvé. Jesús, en cambio, pretende algo exorbitante y radical: se
presenta como la fuente suprema de salvación, en múltiples fórmulas,
que evocan el "Yo soy el que soy" del mismo Dios: "Yo soy el Pan de
vida". Yo soy la Luz del mundo. Yo soy la Puerta de las ovejas. Yo soy
el Buen Pastor. Yo soy la Resurrección y la Vida. Yo soy la verdadera
Viña. "Yo soy el Pan." Fórmula de una fuerza extraordinaria, que
recuerda que "Yo soy" es título de Dios anunciado a Moisés, del que
vendría, y esto es "Emmanuel", "Yo soy con vosotros", como decimos en
la Misa: "El Señor esté con vosotros, y con tu espíritu", siempre con
el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. Jesús se identifica a sus
enseñanzas: su doctrina es pan, Él mismo es pan... ¡capaz de mitigar
nuestra hambre! Esta semana contemplamos la Eucaristía en el discurso
de Cafarnaum, y en el trigo molido de Esteban y los primeros
cristianos, que son grano de trigo que al morir dan vida a muchos.
-"El que viene a mí ya no tendrá más hambre. Quien cree en mí, jamás
tendrá sed". El paralelismo de las dos frases permite aclarar la una
por la otra. El que "viene a Jesús", el que "cree en Jesús" no
necesita ir a otra parte para saciarse... ¡ya no tiene más hambre ni
sed! Jesús, fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego: la
mayoría de nuestras tristezas y de nuestros desequilibrios vienen de
no saber apoyarnos realmente sobre la roca de la Palabra substancial
del Padre que es Jesús. "Creer" y "venir a Jesús", son presentados
aquí como equivalentes: con ello se pone en evidencia el hecho de que
la fe es unirse a Cristo.
"Venir a Jesús", es imitarle, es reproducir su actitud. Cumplir la
Voluntad de Dios, es un alimento espiritual. Podríamos decir que esto
comporta dos exigencias:
-meditar la Palabra de Dios, alimentarse de su pensamiento... Es la oración.
-para poder someterse en los detalles a su Voluntad sobre nosotros...
Es la acción.
Minuto tras minuto, algunos quereres divinos están escondidos en
nuestras vidas cotidianas. Como para Jesús, el cumplimiento de esta
voluntad de Dios es el único camino de la santidad y del gozo total.
Corresponder a Dios por la Fe es ya "estar en comunión" con Él.
-"Y esta es la voluntad del Padre, que Yo no pierda a ninguno de los
que Él me ha dado… que Yo les resucite a todos en el último día; pues
la voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo y cree en Él
tenga la vida eterna". Contemplo detenidamente esta "voluntad" del
Padre... y hago mi oración a partir de esto (Noel Quesson), y pedimos
hoy al Padre: «Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo
resucitado» (oración).
c) Vamos a ahondar más en este último aspecto, hacer la voluntad del
Padre, diciéndole a Jesús: "Eres la persona más libre, porque eres la
Verdad, y la verdad os hará libres. Tú conoces todo y puedes escoger
lo mejor con plena libertad, no como el engañado, o el ignorante, o el
que está cegado por sus pasiones. Tú, que escoges con la libertad más
plena y escoges lo mejor, escoges la obediencia. ¿Por qué? Parece un
contrasentido: eres el ser más inteligente y más libre, eres Dios, y
escoges no hacer tu voluntad, sino obedecer. ¿Es eso libertad? Jesús,
sabes bien que sí, porque sabes a quién obedeces: no hay nada más
inteligente que obedecer a Dios, pues Él sólo busca mi bien y además
sabe mejor que yo cómo conseguirlo. En la medida en que el hombre hace
más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera
libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de
la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a «la
esclavitud del pecado». Jesús, a veces tengo ganas de ir por mi
cuenta, buscándome a mí mismo: lo que me gusta, lo que me interesa, lo
que «necesito». Incluso el ambiente actual quiere hacerme creer que
así soy más libre, porque decido lo que yo quiero, y no lo que quiere
otro. Que me dé cuenta de lo estúpida que es esta postura. Cuando
busco hacer tu voluntad, también decido lo que yo quiero, sólo que
decido mejor. "Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el
corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: «ésta es la
voluntad de Dios, vuestra santificación». Hoy, una vez más me lo
propongo a mí, y os lo recuerdo también a vosotros y a la humanidad
entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos. Para pacificar
las almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar
en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro,
resulta indispensable la santidad personal" (San Josemaría Escrivá).
Jesús, Tú has venido a hacer la voluntad del Padre Celestial y me has
dado ejemplo de obediencia hasta en los momentos más difíciles. Ahora
me pides que siga ese ejemplo; que mi gran objetivo sea la fidelidad a
esa voluntad de Dios para mí que se me va manifestando día a día: mi
santidad personal. Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra
santificación.
Pero, ¿cómo conocer la Voluntad de Dios? Lo primero es estar lo más
unido posible a Él. ¿Cómo? Buscando unos momentos al día para
tratarle, para pensar en Él, para pedirle cosas, para darle gracias.
Así actuabas Tú, Jesús. Siempre encontrabas la forma de retirarte un
poco de la muchedumbre para rezar. Rezar: éste es el gran secreto para
unirse a Dios. La oración es fundamental en mi camino hacia la
santidad.
Y hay tres tipos de oración: la oración mental, que son estos minutos
dedicados a hablar contigo; la oración vocal, que es rezar oraciones
ya hechas, entre la que destaca el Rosario; y la oración habitual, que
es hacerlo todo en presencia de Dios, convertirlo todo en oración: el
estudio, el trabajo, el descanso, el deporte, la diversión, etc...
Ayúdame a decir sinceramente cada día: hoy, una vez más, me propongo
luchar por cumplir tu Voluntad, luchar por ser santo, luchar por
convertir todo mi día en oración (Pablo Cardona), y así, como pedimos
en la Postcomunión, «que la participación en los sacramentos de
nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y nos dé las
alegrías eternas».