Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 15,14-21. Respecto a vosotros, hermanos, yo personalmente estoy convenido de que rebosáis de buena voluntad y de que os sobra saber para aconsejaros unos a otros. A pesar de eso, para traeros a la memoria lo que ya sabéis, os he escrito, a veces propasándome un poco. Me da pie el don recibido de Dios, que me hace ministro de Cristo Jesús para con los gentiles: mí acción sacra consiste en anunciar el Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por e Espíritu Santo, agrade a Dios. En Cristo Jesús estoy orgulloso de mi trabajo por Dios. Sería presunción hablar de algo que no fuera lo que Cristo hace por mi miedo para que los gentiles respondan a la fe, con mis palabras y acciones con la fuerza de señales y prodigios, con la fuerza del Espíritu de Dios. Tanto, que en todas direcciones, a partir de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, lo he dejado todo lleno del Evangelio de Cristo. Eso sí, para mi es cuestión de amor propio no anunciar el Evangelio más que donde no se ha pronunciado aún el nombre de Cristo; en vez de construir sobre cimiento ajeno, hago lo que dice la Escritura: «Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído hablar comprenderán.»
Salmo 97, 1.2-3ab.3cd-4. R. El Señor revela a las naciones su victoria.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.
Evangelio según san Lucas 16,1-8. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido." El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa." Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?" Éste respondió: "Cien barriles de aceite." El le dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta." Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" Él contestó: "Cien fanegas de trigo." Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta." Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que habla procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.»
Comentario: 1.- Rm 15,14-21. Está terminando la carta a los Romanos. Y Pablo siente un poco de temor que sea mal interpretado el que les "haya escrito, a veces propasándose un poco". Como la de Roma no era una comunidad que hubiera fundado él, siente la necesidad de justificar el haberles dedicado una carta, porque normalmente él escribe sólo a las comunidades que conoce. Es que Pablo no puede vivir sin evangelizar. Su interés básico y casi único es "anunciar la buena noticia de Dios a los gentiles". Igual que "desde Jerusalén y llegando hasta la Iliria, todo lo ha dejado lleno del evangelio de Cristo", también se interesa por Roma, la capital del mundo, a la que piensa ir próximamente, y de la que se siente corresponsable, aunque todavía no les conozca.
Es admirable el orgullo que Pablo siente por la misión recibida: predicar la buena noticia de Jesús a todos los pueblos. Ha dedicado toda su vida a eso. Este orgullo no es vanidad, porque reconoce que todo eso es "lo que Cristo hace por mi medio para que los gentiles respondan a la fe". Él, Pablo, ha puesto todas sus energías para que llegue el evangelio a todas partes, pero es obra de Cristo y de su Espíritu. Aquí emplea una comparación litúrgica para describir lo que ha hecho: él es "ministro (en griego "liturgo") de Cristo para los gentiles", y su "acción sagrada consiste en anunciar el evangelio" (en griego: ejercer el culto del evangelio), "para que la ofrenda de los paganos" ("prosforá", ofrenda sacrificial) sea agradable a Dios". Es la liturgia de la vida.
Al terminar su carta, Pablo, una vez más, se siente obligado a hacer la apología de su ministerio. Va a justificar el derecho y el deber que siente de decir todo lo que dijo a los cristianos de Roma. En particular, se excusará de haber, de algún modo, intervenido en una comunidad que él, directamente, no fundó: son muchas las regiones paganas a evangelizar para que entre en conflicto de jurisdicción con los otros apóstoles. -Me propuse, por mi honor, anunciar el Evangelio solamente allá donde el nombre de Cristo fuera desconocido, para no construir sobre los fundamentos puestos por otro. San Pedro fundó la Iglesia de Roma. Al dirigirse a ella, Pablo siente un cierto escrúpulo. Esto dará tanto más peso a lo que está dispuesto a decir. Toda la doctrina del «sacerdocio cristiano» va a ser revisada. Y es de todos conocida su actualidad hoy. El «ministro» no es solamente una emanación de la comunidad. Recibió una "función" que le viene de Dios... y que no es exclusiva de la comunidad de la cual es directamente responsable... es una función de "Iglesia".
-Os he escrito a veces con un cierto atrevimiento, en virtud del don que Dios me ha otorgado. No son los hombres quienes le dieron la palabra. Esto le viene de Dios y ello le confiere un cierto "atrevimiento". Ocasión de rogar por los sacerdotes de HOY. ¡Que sean dóciles a la gracia que Dios les hace! ¡Que sean atrevidos para escribir o hablar con valentía!
-El don recibido de Dios me ha hecho un ministro de Jesucristo para con los paganos, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios... Esta frase ha sido de las más utilizadas, en los textos conciliares, para definir el «sacerdote». El "ministerio" del sacerdote es presentado por san Pablo como «un oficio litúrgico», como un acto sagrado... y esta liturgia es la «evangelización» del mundo pagano... el anuncio sagrado de la Palabra de Dios, la buena "nueva" de la salvación.
-Para que la ofrenda de los paganos sea agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo... El sacerdote cristiano es, como en la antigua Alianza, el especialista de ritos sacrificiales a la manera de los sacerdotes del Templo de Jerusalén: lo que él ofrece es la «vida misma de los hombres»... o, más exactamente, su palabra evangelizadora induce a sus oyentes a «ofrecerse a sí mismos». Lo esencial de la misión del sacerdote podría resumirse así: - revelar a los hombres el sentido pascual de todas las cosas, la salvación de Jesucristo. - a fin de inducirlos a unas actitudes de Fe, de conversión, de compromiso al servicio de Dios: ofrecer su vida en «sacrificio espiritual». La misa es, ante todo, esto. Y la evangelización es ante todo esto. "Pasar a ser una ofrenda agradable". «Ofrecer nuestras personas, nuestras vidas.» "Por efecto del Evangelio que nos ha transformado." Nuestra vida cotidiana entera «consagrada» por el evangelio pasa a ser materia de una ofrenda continua a Dios, resumida en la misa.
-Así, partiendo de Jerusalén hasta Iliria, he completado el anuncio del Evangelio de Cristo. Es la evocación de la "colegialidad apostólica". Pablo, por esta fórmula se une al colegio de los Doce y a su envío en misión: "de Jerusalén hasta los confines de la tierra". Es lo que Jesús les había dicho (Noel Quesson).
Nuestra misión consiste en anunciarles a todos los hombres a Cristo, Buena Nueva del Padre. Quien no sólo llegue a conocerle sino que, por la fe, lo acepte en su vida, estará aceptando la salvación que en Él nos ofrece el Padre Dios. El cumplimiento, así, de la misión de la Iglesia, le lleva a que quienes, por su testimonio y por el anuncio del Evangelio, se acercan a Cristo, por medio de Él se conviertan en una ofrenda de suave aroma a Dios. Digamos, pues, que el anuncio del Evangelio se convierte en una acción litúrgica de la Iglesia. Pareciera que nuestros ambientes familiares, y el de muchos grupos así llamados cristianos, tuviesen ya a Cristo y viviesen un verdadero compromiso de fe con el Señor. Sin embargo vemos cómo se ha deteriorado la fe en muchas personas, familias y grupos. No importa que otros hayan edificado o puesto ya los cimientos de la fe. Ahí llegaremos también nosotros con nuestra labor evangelizadora, pues la Iglesia, para ser evangelizadora, primero ha de ser evangelizada. Y, probablemente, tengamos que edificar y reedificar sobre antiguas ruinas, hasta lograr que todos, con una vida intachable, se conviertan en una ofrenda agradable a Dios.
2. Sal 97. El apostolado de Pablo se une a la ofrenda vital de la fe de los creyentes, en una única liturgia ofrecida a Dios. Si nosotros tuviéramos tanto amor a Cristo como él, tampoco nos pararíamos ante nada con tal de seguir evangelizando este mundo, a los niños y a los jóvenes y a los mayores, a los de cerca y a los de lejos. No nos asustarían las dificultades y ya encontraríamos el lenguaje y la pedagogía oportunos. Lo importante es si estamos convencidos de que vale la pena esta buena noticia: ése era el motor de Pablo en su admirable actividad evangelizadora. El salmo nos ha hecho expresar un sentimiento misionero: "el Señor revela a las naciones su justicia... los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Señor". No sé si podremos decir, al final de un año o de la vida, como Pablo: "lo he dejado todo lleno del evangelio de Cristo". Pero sí tenemos que hacer todo lo posible para comunicar nuestra fe a otros.
Dios, por medio de su Hijo Jesucristo, nos ha manifestado su amor y su lealtad, cumpliéndose en Él las promesas hechas a nuestros antiguos padres: que nos suscitaría un Salvador de la casa de David, su siervo. Por medio de la entrega de Jesús por nosotros, el Señor ha realizado la obra más maravillosa de su amor en favor nuestro. Al resucitar Jesús de entre los muertos el Señor se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte a la vista de todas las naciones. Por eso aclamemos con júbilo al Señor. Que nuestra aclamación reconociéndolo como Señor nuestro, no sólo la hagamos con los labios sino con una vida íntegra, conforme a nuestra fidelidad amorosa a su Palabra y guiados por su Espíritu Santo, que habita en nosotros.
3.- Lc 16,1-8 (ver domingo 25C). La parábola del administrador infiel pero listo, puede parecernos un poco extraña. Parece como si Jesús -o el amo del relato- alabara la actuación de ese empleado injusto. No alaba su infidelidad: por eso le despide. Lo que le interesa a Jesús subrayar aquí es la inteligencia de ese gerente que, sabiéndose despedido, consigue, con nuevas trampas, granjearse amigos para cuando se quede sin trabajo. Jesús no nos cuenta esta parábola para criticar las diversas trampas del mundo de la economía que también ahora se dan: las dobles contabilidades o los desvíos de capital o el cobro de comisiones ilegales que hace el gerente de esa empresa. Sino para que los cristianos seamos tan espabilados para nuestras cosas como ese gerente lo fue para las suyas: "los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz".
¿Somos igual de sabios y sagaces nosotros para las cosas del espíritu? En nuestra vida personal, debemos hacer los oportunos cálculos para conseguir nuestros objetivos. Hace unos días nos ponía Jesús el ejemplo del que hace presupuestos para la edificación de una casa o para la batalla que piensa librar contra el enemigo. Hoy nos amonesta con el ejemplo de este administrador, para que sepamos dar importancia a lo que la tiene de veras y, cuando nos toque dar cuentas de nuestra gestión al final de nuestra vida, ser ricos en lo que vale la pena, en lo que nos llevaremos con nosotros, no en lo que tenemos que dejar aquí abajo. También en nuestra vida misionera -evangelización, catequesis, construcción de la comunidad- debemos mantenernos despiertos, ser inteligentes para buscar los medios mejores. Al menos con la misma diligencia que ponemos para nuestros negocios materiales. Para que vaya bien el negocio nos sentamos y hacemos números para ver cómo reducir gastos, mejorar la producción, tener contentos a los clientes. ¿Cuidamos así nuestra tarea evangelizadora? Los hijos de este mundo se esfuerzan por ganar más, por tener más, por mandar más. Y nosotros, los seguidores de Jesús, los que hemos recibido el encargo de ser luz y sal y fermento de este mundo, ¿ponemos igual empeño y esfuerzo para ser eficaces en nuestra misión? ¿somos hijos de la luz que iluminan a otros, o escondemos esa luz bajo la mesa? (J. Aldazábal).
Hay que ver la cantidad de explicaciones que se han dado a esta parábola, para no convencer a nadie… sigue siendo un misterio porque no entendemos el contexto… por favor, que no me expliquen los misterios, que la cosa queda aún peor… dejémoso como está… Aquí lo importante es el tema de la pobreza. Estoy viendo que todos estos días, hasta el domingo, la riqueza va asociada a la idolatría ("riquezas de iniquidad"), y la pobreza a la fe y la esperanza en la vida eterna, a la entrega indondicionada a Dios en la confianza en Él y en su providencia amorosa, en una pasión ciega de tipo amoroso por Dios que lleva a un abandono total, "atesorar riquezas en el cielo" (Mt 6,20): "seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más de cerca" (Perfectae caritatis, 1).
De todas formas, pienso que aquí hay algo que en la cultura actual no entendemos: los recibos quizá caducaban a los 7 años, el llamado sabático, en que todo volvía a su dueño y se perdonaban las deudas (en teoría). Al renovar los recibos, quizá también había una nueva deuda viva, que podía llevarse ante el juez, de manera que el amo salía ganando porque era dinero más seguro aunque en menor cantidad que el otro que –en mayor cantidad- ya era menos probable que cobrara, a la vez que el administrador se conseguía un amigo para después del despido por rebajar el precio de la deuda… esto se puede unir con otras lecturas: lo poquísimo se convertirá en mucho, como diciendo: No le importa a mi Padre la cantidad de lo que hacéis, sino el espíritu con que obráis (cf Prov. 4,23). Si sabéis ser niños, y os contentáis con ser pequeños (cf Mt 18,1 ss.), El se encargará de haceros gigantes, puesto que la santidad es un don de su Espíritu (1 Tes 4,8). De aquí sacó Teresa de Lisieux su técnica de preferir y recomendar las virtudes pequeñas más que las "grandes" en las cuales fácilmente se infiltra, o la falaz presunción, como dice el Kempis, que luego falla como la de Pedro (Jn 13,37 ss), o la satisfacción venosa del amor propio, como en el fariseo que Jesús nos presenta (18,9ss), cuya soberbia, notémoslo bien, no consistía en cosas temporales, riquezas o mando, sino en el orden espiritual, en pretender que poseía virtudes (cito junto con mis palabras algo de servicio bíblico latinoamericano). Pero hay más: el dios Mamón de iniquidad o don Dinero se veneraba entonces con los intereses altos, quizá también se suman a lo que hemos dicho más arriba del vencimiento de las deudas: lo que el deudor debía al señor podía ser pongamos 50 medidas de aceite, las otras 50 que está perdonando pongamos que sean el interés por la deuda o lo que le correspondía a él por cobrar. Algo semejante para con las cargas de trigo. El administrador se gana el favor de los deudores, perdonando los intereses por la deuda. La conclusión del v. 8 nos deja perplejos: "El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente". El administrador se haría amigos perdonando estos intereses injustos por la deuda, actuando de forma semejante a Zaqueo (19,1-10), aunque por motivos diversos (Zaqueo por la alegría del encuentro con el Señor, éste por la necesidad de verse sin nada). Pero en fin, lo dicho más arriba son hipótesis que habría que contrastar con expertos en historia de la época.
Una aplicación al contexto actual sería que el Primer Mundo perdonara todos los intereses 'legales', pero injustos, que pesan sobre la famosa 'deuda externa' (de interés 'flotante') de los pueblos del Tercer Mundo, que tiene a pueblos enteros condenados a entregar hasta el 30% y más de su producto nacional bruto sólo para pagar intereses (no siquiera para devolver la deuda); es decir, con unos intereses claramente usureros. Los Gobiernos y Bancos que aceptan recibir esos intereses son injustos, pero serían alabados por el sistema si perdonasen esos intereses 'legales' pero injustos, con el fin de salvar la vida de los pobres que son quienes pagan con su carencia de salud, educación,vivienda… los intereses de la deuda. Así 'recibiríamos a los ricos del norte en nuestras casas'.
Una vez más, Lucas es el único que relata la parábola. -Un hombre rico tenía un administrador... que fue denunciado por malbaratar su hacienda." ¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración". Toda la parábola gira en torno a esa idea de gerencia. Delante de Dios no somos "propietarios" sino "gerentes". Todo lo que poseo: mis bienes, mis cualidades, mis riquezas intelectuales y morales, mis facultades afectivas, los aspectos de mi carácter... De todo ello, se me pedirá cuenta. No soy más que el gerente de todo esto que me ha sido "confiado" por Dios, y que continúa perteneciendo a Dios. No tengo derecho a "malbaratar" los dones de Dios. Tendré que dar cuenta de las riquezas que no hubiere acrecentado.
-El administrador pensó: Qué voy a hacer ahora... para que cuando me echen de la administración, haya quien me reciba... Se trata de asegurar el futuro. ¿Tengo yo también esa preocupación... que evidentemente hay que referirla al "futuro escatológico"? Jesús, a menudo ha repetido la idea de que nuestra vida aquí abajo y nuestras decisiones actuales, comprometen nuestro "futuro eterno". El gerente aprovecha el tiempo que le queda, para preparar su porvenir.
-El amo alabó al administrador injusto: Efectivamente, había obrado sagazmente. A la apreciación del amo no le falta el sentido del humor. "¡Es injusto; pero ha mostrado habilidad y astucia!" Este elogio, procediendo de un amo corriente es muy poco verosímil. Pero, viniendo de Jesús, ese elogio "es penetrante". Respecto a las riquezas tan codiciadas por los amos de la tierra en general, Jesús, el Mesías de los pobres, deja entrever un irónico desdén, que lleva a felicitar al intendente injusto por usarlas tan sagazmente. En el fondo, ese dinero, para aquel amo, no tiene mucha importancia. Para Jesús, es una manera paradójica de volver a decir lo que no ha cesado de repetir: "Vended lo que poseéis y dadlo a los pobres. Haceos bolsas que no se deterioren, un tesoro inagotable en el cielo" (Lc 12,33) Sin embargo, interpretemos bien ese humor. ¡Evidentemente, Jesús no puede recomendarnos ser injustos! ¡Y menos aún con el dinero de los demás!
-Porque los "Hijos de este mundo" son más astutos para sus cosas que los "Hijos de la luz". ¡Desoladora constatación! En los asuntos económicos y financieros, los hombres despliegan maravillas de ingenio y de inteligencia para asegurar el mejor rendimiento, la eficacia. El hombre moderno, sobre todo es muy sensible a ese aspecto. ¡Y Jesús no parece reprochárselo! Jesús reprocha más bien a los cristianos el hecho de no tener el mismo ingenio ni la misma inteligencia para "sus asuntos espirituales". El Reino de Dios, en algunos aspectos, no está condenado a la ineficacia ni a la incomprensibilidad. ¿Pongo yo todas mis cualidades humanas, todo mi ingenio, al servicio del Reino? "Hijos de la luz" Es así como quisieras a los cristianos, Señor. Seres luminosos. Hijos de Dios-Luz. Dios es amor. Dios es luz. Dios es nuestro Padre. Hacer en virtud de la luz, lo que otros hacen por el poder de las tinieblas. No quedarme en los hermosos principios. Preocuparme por llegar hasta la eficacia (Noel Quesson).
La parábola del administrador astuto, leída en su totalidad, nos ofrece la imagen de un hombre que aprovecha sus últimos momentos al frente de una gran fortuna, para beneficiar a los deudores. Es un administrador que emplea el dinero para reducir la carga de los demás y para procurarse amistades duraderas. Esta parábola no quiere ser un elogio a la corrupción, sino una invitación a que no aumentemos las cargas de los demás, porque podemos estar a punto de perderlo todo. Jesús plantea un desafío enorme: convertir la economía de la explotación en una economía de los beneficios. Él quiere un nuevo ser humano que rompa con la mentalidad acaparadora y vea el horizonte de fraternidad y solidaridad que se alza más allá de la acumulación desmedida. Ilusiones, tonterías, simples ideales: así tildaron la propuesta de Jesús en su época. Y así continúan llamando a la utopía aquellos que están interesados en hacernos creer que el mundo actual es el máximo bien posible. Sin embargo, Dios en Jesús nos sale al encuentro con una alternativa. De nosotros depende que la veamos como posible y realizable (servicio biblico latinoamericano).
Los antiguos tenían una visión del mundo que no coincide con la nuestra. Concebían la tierra como una enorme superficie plana. Por debajo estaba el "sheol", el lugar de los muertos. Por encima, diversas bóvedas celestes. En la más alta habitaba Dios. Con este trasfondo se comprende mejor lo que Pablo nos dice hoy en su carta. Nosotros, aunque vivimos en la superficie de la tierra, "somos ciudadanos del cielo". Por eso, como dirá en otro lugar, "debemos buscar las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha del Padre". No creo que hoy, que tan rabiosamente defendemos nuestra condición mundana, que tanto acentuamos (y con razón) el misterio del Cristo "hecho carne", estemos habituados a considerarnos "ciudadanos del cielo". Y, sin embargo, a medida que nos dejamos educar por el Espíritu, sintonizamos más con estas expresiones del nuevo testamento. Ser ciudadano del cielo no significa refugiarse en un paraíso feliz para huir de la compleja vida de esta tierra. Por si hubiera alguna duda, bastaría dejarse iluminar por la parábola que hoy nos propone el evangelio de Lucas y sobre la cual volveremos luego. Ser ciudadano del cielo significa creer profundamente, sin glosas que desnaturalicen el espesor del misterio, que "Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo". Nos asomamos ahora a la parábola del "administrador injusto". Quizá deberíamos llamarlo, más bien, el "administrador astuto". En su apariencia no es un cuento muy edificante y, sin embargo, nos abre los ojos ante un aspecto de nuestra vocación cristiana que no figura entre los más destacados. El cristiano es un ciudadano del cielo ... "astuto", con los ojos abiertos, capaz de caer en la cuenta de los entresijos del mal para no dejarse dominar ingenuamente. La imagen social del cristiano suele ser un poco blandengue. Cuando uno quiere decir que no es un ingenuo, utiliza frases como: "No creas que soy una hermanita de la Caridad" o, en su versión modernizada, "No te creas que soy Teresa de Calcuta". La humildad es siempre fortaleza. La lucidez es astucia. La caridad es energía. Y, si no, basta contemplar cómo era Jesús. No creo que nadie, salvo quizá Nietzsche y sus teloneros, se atreva a calificar a Jesús de blandengue o de ingenuo. Naturalmente, para evitar este extremo, tampoco es necesario caer en esa literatura que habla del creyente en términos grandilocuentes: "madera de héroe", "aprendiz de caudillo" y lindezas por el estilo (gonzalo@claret.org).
Administrar los bienes de Dios. El Señor nos ha enriquecido con su Vida y ha derramado abundantemente su Espíritu Santo en nosotros. Tal vez nos ha pasado lo del hijo pródigo, que hemos malgastado los bienes del Señor y nos hemos quedado con las manos vacías. El Señor nos pide dejar nuestras miradas egoístas y miopes, y abrir nuestros ojos para trabajar colaborando para que el Reino de Dios llegue a quienes se han alejado de Él, o viven hundidos en el pecado y dominados por la maldad. Pero no sólo hemos de proclamar el Nombre de Dios; también hemos de compartir los bienes que tenemos, con quienes viven en condiciones menos dignas que las nuestras. Cuando anunciamos el Evangelio, o cuando alguien reciba, por medio nuestro, la Vida Divina, o cuando alguien reciba nuestra ayuda en bienes materiales, recordemos que no estamos compartiendo o repartiendo algo nuestro, sino los bienes de Dios que Él puso en nuestras manos, no para acumularlos, sino para socorrer a los necesitados. Esa es la sagacidad que el Señor espera de nosotros: compartir lo nuestro para hacernos ricos ante Dios; pues quien atesora para sí mismo se empobrece ante Dios y pierde su alma.
En esta Eucaristía el Señor nos reúne para llenarnos de su Vida y de su Espíritu. Él no limita su entrega hacia nosotros. Él se da plenamente a todos y a cada uno de nosotros. La presencia del Señor en nosotros es como una gran luz que se enciende; pero esa luz no puede quedar encerrada, sino que debe iluminar a todos. Así, quienes hemos entrado en comunión de vida con Cristo, nos convertimos en portadores de su amor salvador para todos los hombres. Hechos luz, por nuestra unión a Cristo, el Padre Dios no sólo acepta la ofrenda que hacemos de su Hijo mediante estos signos sacramentales de su Pascua; sino que nos contempla también a nosotros, que nos convertimos en una ofrenda agradable a Él por saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Sabemos que hemos malgastado la vida de Dios en nosotros. Pero Dios, nuestro Padre lleno de misericordia, vuelve hacia nosotros su mirada para perdonarnos y volver a confiarnos el anuncio de su Evangelio, para que lo anunciemos tanto con las palabras, como, especialmente, con las obras. Ojalá y no defraudemos la confianza que el Señor ha depositado en nosotros.
El Señor, por medio nuestro, quiere continuar haciendo su obra de salvación en favor de todos los pueblos. Quien se convierta en portador de Cristo debe amoldar sus palabras, sus obras, sus actitudes y su vida misma al Señor. A nosotros corresponde permitirle al Señor, desde nuestra propia vida, consolar a los tristes, perdonar a los pecadores, socorrer a los pobres y hacer a todos hijos de Dios en Cristo, para que, convertidos en una ofrenda agradable a Él, todos lleguemos a participar de su Gloria. No denigremos el Nombre de Dios entre nosotros con actitudes pecaminosas. Más bien propiciemos el que al ver los hombres nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Padre Dios, que está en los cielos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de vivir amando a todos. Como creció este amor en Jesús y en la familia que formó en el seno de María y se extendió en los apóstoles y en san Pablo y en los cristianos, en toda la Iglesia, que no está hecha de la carne sino de la fe, de los hijos de Dios, del amor. Una anécdota ilustra esta paternidad espiritual que viene de Dios, esta fraternidad de los hijos de Dios, ese amor que nace del corazón: la sabiduría de los niños: Debbie Moons, maestra de primer grado, estaba discutiendo con su grupo la pintura de una familia. En la pintura había un niño que tenía el cabello de diferente color al resto de los miembros de la familia. Uno de los niños del grupo sugirió que el niño de la pintura era adoptado y una niña compañera de él le dijo: "Yo sé todo acerca de las adopciones, porque yo soy adoptada".
* "¿Qué significa ser adoptada?" preguntó el niño y la niña le contestó:
* "Significa que uno no crece en el vientre de su mamá sino que crece en su corazón".
Que nuestro amor no se limite a algún grupo, sino que esté abierto a todos para que, distribuyendo con amor la Gracia de Dios, todos lleguemos algún día a alabar su Nombre eternamente. Amén (www.homiliacatolica.com; la anécdota me la mandaron por internet; los textos como siempre los escogí de entre los de mercaba.org; Llucià Pou Sabaté 2009: llucia.pou@gmail.com).
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