1. El libro de Isaías nos habla de la profecía del sufrimiento de un Siervo de Dios que iba a "entregar su vida como expiación": y así "verá su descendencia, prolongará sus años" porque comenzará una nueva familia no hecha de los hijos naturales sino de la fe, de los que quieren ser hijos de Dios. Él salvará de la esclavitud a los prisioneros: "Por los sacrificios de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos". Hoy, el día del Domund, día de las misiones… podemos también ayudar a los de lejos, en primer lugar a los de cerca: - La alegría es para el hombre lo que la luz del sol para las plantas. Haz el favor de sonreír, aunque no tengas ganas. Sonríe siempre y estimula tu propia alegría. - Que no haya antipatía, desprecio o rechazo de los demás sino siempre modales amables, simpatía con todas las personas, especialmente con los de casa. - Evítales a los demás todos los disgustos que puedas. - Si te equivocas, sé humilde y rectifica, con sentido del humor, tomándonos poco en serio, que no vale la pena enfadarnos y amargar a los demás: arreglarlo enseguida nos alegra y pone contento a los demás y a Dios sobre todo. Jesús es el Amor de Dios encarnado que no se acobardó ni buscó escapatorias ante el peligro, y aceptó vivir ese amor pasase lo que pasase. De esa muerte dramática nace luz, salvación, vida para todos: el amor rompió el maleficio del mal y de la muerte, y abrió un camino nuevo para la humanidad entera; el amor vivido por el Dios hecho hombre abrió para todos los hombres la vida de Dios.
2. El Salmo nos dice que "la palabra del Señor es sincera… y su misericordia llena la tierra", que la gran obra de Dios es la salvación de Jesús, donde la mirada eterna e invisible de Dios se transparenta en la retina visible del Cristo. "¡Los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados!" (S. Juan de la Cruz). Y mirada también de la Virgen que dice al Dios enamorado, que viene a visitarnos, que también en la tierra se mira como se mira en el Cielo. Le preguntaron a unas monjas carmelitas descalzas cómo hacían para no aburrirse sin ver la tele, sin estar al día de las noticias… y ellas contestaron que su "tele" era el Sagrario… ahí está el Corazón de Jesús, la puerta del cielo, la ventana mágica para sentir sobre nosotros la "mirada de Dios", para sentir cuando nos sintamos débiles la defensa más segura para todas las tentaciones, y la fuerza más grande de todo poder humano. Ante un mundo de violencia, ambición y guerra, pienso en la manifestación de ayer en Madrid a favor de la vida, donde se veía alegría, paz y "buen rollo", orden, optimismo, esperanza… una lucha pacífica que da confianza para que las familias puedan hacer oír su voz en la calle sin que los políticos las manipulen, y poco a poco puedan cambiar la sociedad. La "canción de los niños", de Perales, sonaba como una canción de paz para cambiar las leyes… y al final, «el plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad», que es lo que hace feliz al hombre, por tanto hemos de tener confianza: Dios nos ha hablado, Cristo nos ha prometido que todo irá bien.
3. Es lo que nos dice la Carta a los Hebreos: "Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios", y desde allí nos prepara un lugar, y cuida de que no nos descaminemos, nos va guiando; además nos comprende porque ha pasado por lo que pasamos nosotros: "No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente". Pues acudamos a Él, a través de la Virgen, su Madre y nuestra.
4. El Evangelio nos dice que los hermanos Santiago y Juan piden un puesto especial a Jesús: -«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Jesús les habla de sufrir por amor, de la cruz, y de servicio: "el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos". Jesús salva no por una acción heroica, una guerra salvadora, sino por la obediencia del martirio. ¿A quién gana Jesús nuestro rescate, a quien lo paga? Al pecado, a la muerte, al demonio… a los poderes del mal. Nos cuesta descubrir que sólo Dios puede perdonar nuestros pecados y que para eso ha venido al mundo Jesús que es nuestro único Salvador, por eso le decimos: gracias, Jesús, creo firmemente que has venido al mundo para salvarme, y te pido perdón de mis pecados, porque sólo Tú puedes y quieres perdonarme. Gracias, Jesús. A veces me siento que no me salen las cosas, no me siento con fuerzas para estudiar o portarme bien, como el paralítico que no podía andar, y tú le dijiste: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". Quiero sentir tu fuerza y ver que contigo, con la confesión, con la comunión, con la oración, puedo sacar adelante todo, obedecer tus Mandamientos. Con tu Muerte en la Cruz te sacrificaste por nosotros como un corderito llevado al matadero. Por eso le decimos en la Misa: Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo... Y es tan grande el poder de tu Sangre, que una sola gota puede librar al mundo de todos los pecados. Tú perdonas a muchos pecadores: a María Magdalena, al buen ladrón... También a nosotros nos perdonas, pero ahora lo haces por medio de sus sacerdotes, en el Sacramento de la Penitencia o Confesión. Propósito: - Cada noche al acostarme miraré a Jesús a la cara y, si en algo te he disgustado, le pediré perdón. Demos gracias a Jesús, que con su Sangre nos ha purificado de nuestros pecados, diciéndole: - Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. - Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. - Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz (Fomento). ¿Cada cuándo tengo que confesarme? La Iglesia pone el mínimo una vez al año, pero el Espíritu Santo nos sugiere que nos acerquemos con más frecuencia, la que cada uno quiera (semanal, quincenal, mensual…) pues la confesión además de limpiar de los pecados nos da fuerzas, nos hace amigos de Dios. Me decía un sacerdote anciano que mientras que la comunión a veces no sentimos nada, siempre que nos confesamos sentimos un gozo y paz, una alegría hasta física, como un regalo del cielo.
Bautizarse es participar en ese "dar su vida" en sustitución "por muchos", aunque es una manera de hablar pero lo entendemos. En cambio, mucho más claro es lo que sigue: ese dar la vida se hace no dominando sino sirviendo, no hay que reinar con el poder de ser más que los demás, sino con servicio, cuando nos queremos, no siendo el primero sino el último: "El que quiera ser grande, sea vuestro servidor". Ésta es la doctrina cristiana: "¿sois capaces?" nos pregunta Jesús hoy. Comulgar es comprometerse a compartir el mismo gesto de Jesús. En cada misa, Jesús vuelve a preguntarnos: «¿Podéis beber esta copa que yo bebo?»
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