Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 1,1-7. Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Salmo 97,1.2-3ab.3cd-4. R. El Señor da a conocer su victoria.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.
Evangelio según san Lucas 11,29-32. En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: -«Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.»
Comentario: 1.- Rm 1,1-7. La carta comienza con un largo saludo a los destinatarios, y en la presentación se llama "siervo de Jesucristo" –como Moisés y los antiguos profetas lo eran de Dios-; "apóstol por vocación" divina como a nivel de los Doce, "designado –elegido- para el Evangelio de Dios", y llama a sus destinatarios, a los que no conoce personalmente, "amados de Dios" y "santos". Pablo vive la "obediencia de la fe" a la que todos estamos invitados (Biblia de Navarra).
El tema central de toda la carta va a ser que la salvación de Dios nos alcanza con plena energía en Cristo Jesús. Y que va destinada no sólo a los judíos sino también a los "griegos", o sea, a los paganos. Por una parte está el evangelio, que "es fuerza de salvación de Dios para todo el que cree" y es Buena Noticia "para los que creen en virtud de su fe, porque el justo vivirá por su fe". Pero, por otra, está la debilidad humana, el desfase entre el amor de Dios y nuestro pecado. Hoy, Pablo describe el fallo de los paganos, que deberían haber llegado a conocer a Dios y aceptarle, porque en la misma creación del mundo hay más que suficientes signos de su poder y su divinidad. Sin embargo, "no tienen defensa, porque conociendo a Dios no le han dado la gloria y las gracias que se merecía". Los paganos, "alardeando de sabios, resultaron unos necios": no han sabido dar el salto desde la hermosura de la naturaleza -"Dios mismo se lo ha puesto delante"- a la adoración del Dios verdadero, sino que se han hecho ídolos falsos y han caído en una vergonzosa decadencia en sus costumbres. La creación es ya el primer evangelio, que los paganos no supieron oír.
Pablo define el evangelio de Jesús, no tanto como una serie de verdades o de normas morales o de memorias históricas, sino como "fuerza de salvación de Dios". Es fuerza, hoy y aquí, no un recuerdo del pasado. Una fuerza que ha sido capaz de sacar a Pablo de su convicción judía y farisaica de antes y le ha convertido en apóstol incansable del Señor. Pero no sólo a él: Dios quiere transformar a todos, judíos o paganos, por la fe en Cristo Jesús. Pero la Buena Noticia es a la vez juicio y contraste, signo de contradicción. También hoy muchos se quedan en los medios y no llegan al fin, admiran la hermosura y la grandeza del cosmos o los enormes progresos de la ciencia. En vez de llegar a Dios, se llenan de satisfacción con eso y se construyen ídolos a los que adoran. Con las mismas consecuencias morales de corrupción que criticaba Pablo en la sociedad pagana de su tiempo, porque si prescindimos de Dios, estamos prescindiendo también de la ética en sus motivaciones últimas, y entonces no hay control posible que detenga la degradación del obrar humano (sería bueno leer el análisis que hizo el Vaticano II sobre el ateísmo moderno: GS 19-22).
Si a los paganos los llamaba Pablo necios por no llegar a conocer a Dios, a pesar de que tenían suficiente luz, ¡cuánto más lo diría de los judíos, que tuvieron la revelación del AT, y sobre todo de los cristianos, que tenemos la gran suerte de conocer además la verdad plena de Jesús. Todo nos tendría que ayudar a reconocer la cercanía de Dios, y lo afortunados que somos por ser sus hijos: la hermosura sorprendente de la creación, la historia de salvación que Dios lleva desde el comienzo de la humanidad y, sobre todo, el don que nos ha hecho en Cristo su Hijo y también en la Iglesia, que, animada por el Espiritu de Jesús, prolonga en el tiempo su plan salvador. No tenemos excusa si no vivimos totalmente impregnados por la Buena Noticia y movidos por su fuerza transformadora.
"Por la fe"... Nuestro encuentro con Dios está tejido de pura confianza. Tener fe en alguien es entregarse a él, abandonarse a él, poner todo el ser en sus manos. Tener fe en alguien es creer suficientemente en su palabra para que ella se haga nuestra propia palabra: no tengo más que decir que lo que tú dices de la vida, me atengo a lo que tú digas. La fe es adhesión. "Por la fe"... Tener fe en alguien es -junto con ese abandono fundamental- un combate, una conversión. Yo te doy mi fe, es decir, uno mi suerte a la tuya, tu vida pasa a ser mía, tus normas dirigirán mi vida, tus obsesiones serán ahora las mías. La fe es comunión: nos forja y nos modela; también de esta forma la fe es adhesión. "Por la fe"... El único fundamento, el único criterio, es la adhesión firme a Dios por Jesucristo en una fe confiada; en esa adhesión no hacen sumandos ni los fallos del hombre ni las obras buenas; sino que de ella brotan con toda naturalidad las obras del amor. "Por la fe, el justo vivirá". Tan sólo la adhesión podrá darnos toda la medida de nuestra libertad, de la sabiduría, del amor y de la esperanza que nos sostienen a través de las vicisitudes de la vida. No podemos olvidar que el evangelio es Buena Nueva… (Dios cada dia, Sal terrae).
-Hermanos, no me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del "judío" en primer lugar y también del «griego» después. Hay que detenerse ante esta palabra: "el Evangelio=fuerza de Dios". El termino griego utilizado por san Pablo es "dinamis", del que ha venido "dinamismo". El evangelio no es pues considerado como "algo" estático, pasivo: es un "dinamismo de Dios", es una "fuerza en acción", es un germen, una levadura, según una imagen utilizada por Jesús.
Y la evangelización es considerada como una colaboración a ese dinamismo divino ya en acción. Dios trabaja en el corazón de los hombres. Está ya obrando como una fuerza poderosa. ¿Iremos a El para trabajar con El? Comprendemos la certidumbre y la dignidad de Pablo. Comprendemos que no se avergüence. ¡Cuán mezquinos y pusilánimes somos nosotros! ¡Cuán faltos de audacia apostólica, porque nos falta Fe! Te ruego, Señor, que los cristianos de HOY encuentren de nuevo ese dinamismo gozoso... de anunciadores de la "buena" nueva. Porque es una «buena noticia" saber que «todo» hombre, si cree, puede salvarse, ya sea «judío», establecido en el Pueblo de Dios, ya sea «griego», es decir, pagano. La llamada a la Fe es universal. No hay ninguna restricción: «Quienquiera crea»...
-Porque la "Justicia-de-Dios" se revela en el Evangelio, de fe en fe, como dice la Escritura: "el justo vivirá por la fe". La Fe estará en el centro de toda la Carta a los Romanos. Aquí la fórmula «de fe en fe» indica que, para Pablo, la Fe es una realidad que ha de ir creciendo, desde una Fe naciente hasta las cumbres de una Fe dilatada y abierta. La fe es una «vida». No es una cosa adquirida definitivamente, sino un «continuo avance que se realiza todos los días en cada fiel».
«La Justicia-de-Dios» es una palabra que hay que entender bien. No se trata de la "justicia destributiva" que recompensa o castiga las obras. Se trata de una actitud activa de Dios que «justifica», que «hace ser justo». Es Dios quien salva por su gracia. Y la Fe del hombre es, justamente, la «correspondencia» a ese acto divino. Nos salvamos acogiendo por la Fe la salvación, la justicia, que Dios nos da.
-La cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia. San Pablo empezará por desarrollar su primer tema: la incapacidad radical de todo hombre -judío o griego- de salvarse por sí mismo. Y empieza por describir la situación del paganismo. Dios no puede soportar el mal: esto incita «su cólera». Imagen antropomórfica, manera de hablar por comparación a los sentimientos humanos.
-Lo que puede conocerse de Dios, !es es manifiesto... sus perfecciones invisibles se dejan ver a la inteligencia a través de sus obras... Sí, el misterio de Dios «invisible» no está totalmente fuera del alcance humano. Las obras de Dios, su maravillosa creación en particular, deberían permitir a los hombres conocerle. Pero, precisamente, el hombre pagano natural, habiendo reconocido un poco a Dios no quiere tener una actitud consecuente: de adoración, acción de gracias. Es pues «inexcusable». Es el caso de tantos hombres de hoy que tienen «una cierta idea de Dios», pero que no adoran a Dios.
-Adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador. Es el drama de todos los materialismos. Se adora el «confort», el «placer», el «progreso» o la «tradición». ¡Líbranos, Señor, de los ídolos! (Noel Quesson).
La sabiduría de Dios es distinta de la de los hombres. Al que vive entregado a los caprichos de su yo y a las exigencias del mundo, le parece mera locura. La sabiduría de Dios se manifiesta en la Cruz de Cristo de un modo al mismo tiempo claro e incomprensible. La sabiduría de Dios no ha sido conocida por el mundo, no la han conocido ni los griegos, que buscan sabiduría, ni los judíos, que piden signos (Rom 1,21 ss). Por haber despreciado la sabiduría de Dios, ha sido juzgada en la Cruz la sabiduría de este mundo. La sabiduría de Dios, en cambio, la cual es locura para el mundo, trae a los creyentes -así lo quiso Dios- redención y salvación (1 Cor 1,2; 3,19ss; 2 Cor 1,12).
2. Sal.18. Dios ha dejado su huella en toda la creación. Basta abrir nuestros ojos para pensar: Si así de bellas son las cosas ¡Cuánto más lo será quien las hizo! San Francisco de Asís, consciente de esto, se dirigía a las plantas y a las flores y les decía: callad, callad; ya sé que Él existe. Ojalá y quienes habiendo sido elevados a la dignidad de hijos de Dios por nuestra unión a Cristo mediante la fe, vayamos siendo cada día una imagen más perfecta de Él en el mundo. Entonces todos conocerán el amor que Dios les manifiesta desde la Iglesia, esposa de Cristo. Entonces se podrá aplicar a la Iglesia aquella frase de la Escritura: Qué hermoso es ver por los montes las huellas de aquel que anuncia la Paz. El canto que hay que cantar no es sólo con los labios, sino con todo el ser… "¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente" (S. Agustín). Juan Pablo II comenta: "Se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (v 6). Es definido como un «cántico nuevo» (v 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva. Además del canto del coro, de hecho, se evoca el sonido melodioso de la cítara (v 5), la trompeta y el son del cuerno (v 6), así como una especie de aplauso cósmico (v 8). Además, incesantemente resuena el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v 3). Dios, por tanto, está en el centro del escenario en toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia y es esperado para «juzgar» al mundo y los pueblos (v 9). El verbo hebreo que indica el «juicio» significa también «gobernar»: hace referencia por tanto a la acción eficaz del Soberano de toda la tierra, que traerá paz y justicia.
El Salmo se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (vv 1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (v 1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (v 3). Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (vv 2 y 3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora…
En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (cf Rom 1,17), «se ha manifestado» (cf Rom 3,21). La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rom 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (v 3), sino que la han recibido. En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada dela novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. "Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios". Orígenes continúa: Cristo "hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo»".
3.- Lc 11,37-41. Continúa el viaje de Jesús, camino de Jerusalén. Lucas sitúa en este contexto una serie de recomendaciones y episodios. Durante tres días escucharemos sus duras invectivas contra los fariseos. Los fariseos eran buena gente: cumplidores de la ley, deseosos de agradar a Dios en todo. Pero tenían el peligro de poner todo su empeño sólo en lo exterior, de cuidar las apariencias, de sentirse demasiado satisfechos de su propia santidad. Por eso les ataca Jesús, con el deseo de que reflexionen y cambien. Tal vez no haya que pensar que dijo todo esto precisamente en casa del fariseo que le había invitado a comer. Es un recurso literario de Lucas: agrupar las varias enseñanzas de Jesús contra las actitudes de los malos fariseos. Mateo y Marcos las sitúan en otro contexto. Hoy la acusación es que los fariseos cuidan lo exterior -limpiarse las manos, purificar los vasos por fuera- y descuidan lo interior: "por dentro rebosáis de robos y maldades". Lo de "dar limosna" es uno de los temas preferidos de Lucas, pero no se sabe a qué se puede referir lo de "dar limosna de lo de dentro": ¿darse a sí mismo, su tiempo, su interés? ¿dar desde dentro, con el corazón, y no sólo con apariencia exterior?
Los detalles exteriores, que pueden ser legítimos, sin embargo no son tan importantes como las actitudes interiores. Claro que hay gestos externos y ritos celebrativos en nuestra vida de fe. El mismo Jesús nos encargó, por ejemplo, que hiciéramos el doble gesto del pan y del vino en memoria suya. Lo que desautoriza aquí es que nos quedemos en mero formalismo, que nos contentemos con lo exterior, cuando los gestos deben ser signo de lo interior.
Nosotros no nos escandalizamos ahora si alguien no se lava las manos. Pero puede haber "escándalos farisaicos" equivalentes, si nos contentamos con limpiar lo de fuera, mientras que lo de dentro lo tenemos impresentable, si ponemos demasiado énfasis en detalles insignificantes y casi hacemos depender de ellos la justicia o la salvación de alguien. ¿Qué es lo que nos preocupa: el ser o el parecer? ¿cumplir los ritos externos o la conversión y la pureza del corazón? Nuestra religión es "religión del deber" o "religión de la fe y del amor"? (J. Aldazábal).
Este pasaje es uno de los más duros del Evangelio: Jesús desenmascara el mayor vicio con el que se enfrenta, la hipocresía revestida de legalismo (Biblia de Navarra). Recuerdo en literatura La dama de blanco como el paradigma de la persona que tiene que sufrir esos que, so capa de bien, cumpliendo la mera letra de los preceptos, no cumplen su espíritu: no se abren al amor de Dios y del prójimo, y bajo la apariencia de honorabilidad, apartan a los hombres del verdadero fervor, haciendo intolerable la virtud. Pienso también en otras novelas que retratan situaciones parecidas: Retrato de una dama, El idiota, La edad de la inocencia, La letra escarlata, La regenta, Laura a la ciutat dels sants… A la actitud de los fariseos que ponen su empeño, su religiosidad en el cumplimiento de ritos, de normas exteriores, opone Jesús la actitud del discípulo, que se esfuerza por la pureza interior, que pone lo esencial en el corazón. El corazón, lo profundo del hombre, su interior, es lo que importa mantener limpio. Porque aquello que brota del corazón -la injusticia, la rapacidad, la avaricia- es lo que mancha al hombre (cf Mt 15.19-20, véase vv 10-18). La actitud farisea, en realidad, no conoce a Dios aun cuando le tenga constantemente en los labios (Is 29,13)
-Un fariseo invitó a Jesús a comer a su casa. Jesús entró y se puso a la mesa. Jesús era "invitado" a menudo y El aceptaba. Veremos que no por eso se sometía a todas las costumbres sociales o religiosas de la época.
-El fariseo se extrañó al ver que no se lavaba antes de comer. Había que lavarse las manos antes de ponerse a la mesa (Mc 7,2). Esa ablución ritual tenía mucha importancia para los doctores de la Ley. Era necesario hacer ese gesto para ser considerado como persona verdaderamente piadosa. Ahora bien, Jesús la omite (Mt 15,20), y sus discípulos le siguen (Mt 15,2) He ahí que la comida empieza ya por una tensión, un conflicto: Jesús no está de acuerdo con la postura tomada por su anfitrión y a éste le choca la actitud desenvuelta de Jesús. Pero, evidentemente, Jesús lo ha hecho exprofeso; y explicará por qué no quiso hacer ese gesto.
-Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis repletos de robos y maldades. ¿Quién es "puro" delante de Dios? Para los fariseos, es puro el que practica minuciosamente las prescripciones rituales. Para Jesús, es puro aquel cuya conciencia es pura: lo que ensucia al hombre no es el polvo, sino el "robo y la maldad". Jesús va directamente a lo esencial. Jesús opone la religión "exterior" de los fariseos a la religión "del corazón" la única que agrada a Dios (Lc 6,45; 10,27; 12,34; 21,34; 24,25; 16,15). En todos estos pasajes se trata del "corazón". En toda la Biblia el corazón es el "centro profundo del hombre": más allá de los impulsos superficiales y ocasionales hay en nosotros una especie de opción decisiva que constituye verdaderamente nuestra personalidad y que las ciencias humanas llaman hoy "el proyecto fundamental del hombre"... un poco como en la expresión corriente "lo que me embarga el corazón". Esto es lo que cuenta para Dios. ¿Cuál es mi opción, mi proyecto fundamental? ¿qué es lo que quiero más hondamente?
-¡Insensatos! El que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior? Dios no es solamente el creador de las cosas visibles exteriores, es también, y ante todo, el que ha hecho el corazón humano, la conciencia. A invitación del mismo Jesús, convendría que cada vez estuviera yo más atento a lo que pasa en este "interior" profundo. Y rehusando lavarse las manos en la casa de ese fariseo Jesús quería acentuar esto: es desconocer a Dios el hecho de dar tanta importancia a la pureza exterior... siendo así que lo que cuenta es la pureza "interior"... Pero veamos ¿qué es esta pureza interior?
-Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros. ¡La pureza interior es el resultado del amor a los demás! ¡El amor fraterno y la limosna hacen puro nuestro corazón! Confesemos que no esperábamos esta definición de la pureza. El proyecto fundamental del hombre es amar. El término "limosna" no debe engañarnos. Como ocurre con el término "caridad", que hoy es desvalorizado y rechazado por muchos. Pero no debemos detenernos en las palabras. Es la realidad lo que cuenta y Lucas lo ha tratado muchas veces como un tema importante: Lc 12,33; 16,9; 19,8; Hechos 9,36; 10,2-4-31; 11,29; 24,17. Escuchemos de nuevo esa frase sorprendente, y tomémosla muy en serio: "daos como limosnas...", y todo será puro para vosotros (Noel Quesson).
Algunos grupos religiosos, como los fariseos, dieron a las normas más triviales una relevancia que no merecían. La intención que los guiaba era «ser perfectos en todo» mediante el cumplimiento de un montón de normas. Sin embargo, olvidaron el espíritu de la ley. Dentro de estas leyes estaban unas destinadas a diferenciar entre lo puro y lo impuro. Su referencia era puramente la apariencia exterior. Lo esencial para esta ley era estar limpio, sano y vivo. La intención con la que fueron promulgadas eran muy buena: propiciar en el pueblo un ambiente familiar, cultual y social que fuera apto para la relación con Dios.
Pero con el tiempo esta intencionalidad se olvidó. Y las leyes que estaban hechas para crear un buen ambiente se convirtieron en un arma de discriminación. Los enfermos fueron expulsados de las familias; se desarrolló un temor casi mágico frente a los cadáveres y la limpieza se convirtió en un asunto ligado exclusivamente a los baños rituales. La función de los baños rituales era purificar periódicamente al individuo para que permaneciera dentro del ámbito de lo sagrado. Esta intención se perdió al darle más importancia al baño en si mismo que al propósito que se perseguía. Por eso, Jesús confronta al fariseo y lo llama, junto a sus partidarios, a revisar sus actitudes de vida. Pues, en efecto, ellos empleaban la pureza ritual para encubrir los robos, las rapiñas y las malas intenciones que cometían diariamente. El pueblo acudía a ellos buscando un juicio justo, un consejo saludable, una defensa de los legítimos derechos, pero ellos sólo les interesaba sacar beneficio económico de su servicio. Jesús cuestiona estas prácticas y muestra cómo fariseos y escribas son continuadores de una mala tradición que no reconoce el valor del ser humano (servicio bíblico latinoamericano).
«Apenas terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa» (11,37a). Un fariseo se ha sentido aludido por las respuestas de Jesús y lo invita a su casa para aclarar las cosas. O sea, que los fariseos, representados por éste («un cierto fariseo», personaje representativo) -así como los juristas, como se verá seguidamente-, no solamente estaban presentes, sino que eran los objetores que trataban de descalificarlo. No se precisa ser demasiado listo para colegir que la invitación encerraba segundas intenciones. La inquisición está al acecho. Les faltan pruebas irrefutables sobre su manera libre de proceder al margen de la Ley. «Se extraña», como 'se extrañaron' las multitudes (v 14), al ver que Jesús no observa los rituales socio-religiosos. Ellos, los representantes de la Ley y de la ortodoxia, que proclamaban que el reinado de Dios se instauraría el día en que nadie dejase de observar los preceptos más insignificantes de la Ley (de esta manera se habían asegurado el poder de manejar el cotarro), no pueden sufrir que Jesús, en su casa, solar patrio de la ortodoxia, se salte el precepto de purificarse antes de comer (11,38). Se han montado una sociedad dividida en puros e impuros, ricos y pobres, buenos y malos..., ladrones y policías.
Ante nosotros se nos abren diversos caminos para el encuentro con Dios. Algunos de ellos son puertas que nos liberan de nuestros egoísmos, otros representan ilusiones que nos cierran aún más toda posibilidad de salida. Se hace por tanto necesario discernir para poder escoger la forma adecuada que nos conduzca al encuentro con Dios. Porque en la búsqueda de pureza en la relación religiosa puede también esconderse una forma de evitar las sendas de la purificación. De esa forma colocamos las acciones impulsadas por los egoísmos propios bajo la máscara o etiqueta del querer divino. Nuestra atención se dirige, entonces, a ámbitos que no tocan la raíz de donde surge nuestro aislamiento respecto a Dios y a nuestros hermanos. Los remedios aplicados para sanear nuestra relación con Dios no alcanzan su objetivo ya que sólo sirven para reafirmarnos en nuestra codicia que sigue siendo la fuente que nos esclaviza y que nos impide la pureza que Dios nos exige. El único camino posible debe, por el contrario, comenzar desde lo más íntimo de nuestro ser, y desde allí difundirse hacia el exterior. Si no parte de lo más recóndito de nuestro corazón donde la codicia impide el compartir, nuestra vida y nuestra relación con Dios no podrá nunca realizarse en la profundidad que nos exige el encuentro con todos nuestros hermanos, hijos del mismo Padre del cielo. Por ello la limosna, si de verdad es auténtica, aparece en el pasaje que leemos como la única forma de compartir nuestra vida con nuestros semejantes y con Dios y por consiguiente como la forma de realizar la limpieza de nuestro interior (Josep Rius-Camps).
El rito convertido en absoluto pierde el contenido de encuentro con Dios y la capacidad de experimentar su gratuidad y misericordia. Porque el rito es utilizado de manera interesada, pensando en el mérito con el que se pretende manipular a Dios. Su amor gratuito queda confundido con la retribución que ata en la recompensa. La antítesis "por dentro" y "por fuera" establecida en el v. 39 apunta a la coherencia moral nacida de la autenticidad de vida, motivada por el amor, que es el origen y el marco de toda ley, en contraposición al cumplimiento externo de leyes y de legalismos vacíos de la verdadera apertura a Dios y a los hermanos y hermanas. Por eso la sentencia final: "Den limosna de lo de dentro" (v 41). En efecto, la limosna es considerada por los judíos como una de las obras más excelentes. La expresión "de dentro" alude a la profunda experiencia interior, del que da cabida en su corazón al amor solidario y operativo ante el carente y expoliado. Se supera, entonces el cumplimiento legalista, del dar dinero en atención a la prescripción legal solamente, descuidando la práctica de la misericordia. El legalismo medía el valor de una persona por su fidelidad a las prácticas legales: lavarse las manos, dar limosna, en el texto presente. El relato de hoy destaca, que lo que mancha al ser humano no es la falta de cumplimiento de un ritual; lo que verdaderamente mancha, es la maldad interior, que convierte al hombre y a la mujer en injustos respecto de los otros, porque los cierra a la gratuidad y a la misericordia como don del Dios del Reino, quien ofrece su amor gratuitamente (servicio bíblico latinoamericano).
Para ser realmente hombres de fe en Cristo no basta manifestar esa fe mediante ritos puntual y exactamente cumplidos. Ciertamente hay normas litúrgicas en la Iglesia. Pero ellas no son para nosotros motivo de justificación. Si pensamos tener la salvación por nuestras celebraciones externamente bien hechas, pero sin vivir en una estrecha relación personal de amor con el Señor, se nos podrían aplicar aquellas palabras con que Dios recriminaba a los hipócritas: Este pueblo me honra con los labios, mientras su corazón está lejos de Mí. Dios no puede ser considerado sólo como dueño de exterioridades, sino dueño de todo nuestro ser; por eso hemos de vivir conservando el corazón puro, renovado por Él en nosotros. Esto no sólo nos llevará a darle culto, sino a amarlo sirviendo a nuestro prójimo, socorriéndolo en sus necesidades, entonces realmente quedaremos limpios, pues viviremos con el corazón sólo centrado en Dios y libre de las esclavitudes a lo pasajero.
En esta Eucaristía estamos en la presencia del Señor como el hijo se encuentra con su Padre. Venimos a orar, recordando lo que dice santa Teresa de Jesús: Orar es hablar de amor con Aquel que sabemos que nos ama. Estamos conscientes de que el Señor nos escucha, pero también estamos conscientes de que nosotros lo escuchamos; y así como esperamos que el Señor dé respuesta favorable a nuestras peticiones, también nosotros queremos dar respuesta a lo que nos ha enseñado o pedido en su Palabra. Así vivimos en una verdadera amistad con el Señor y nos dejamos guiar por su Espíritu Santo. Así percibimos que nuestra presencia en la Eucaristía no es el cumplimiento externo de algún rito, sino el compromiso de dejarnos convertir en un signo del Señor para iluminar el camino de nuestro prójimo, para que también él pueda encontrarse con el Señor y, lleno de su Espíritu, pueda trabajar haciendo el bien a sus hermanos.
Quienes participamos de esta Eucaristía no podemos vivir con hipocresía nuestra fe en la vida ordinaria. No podemos venir al lugar sagrado a poner una cara de bondad y de piedad, para después volver a nuestra casa y tratar mal a los nuestros, o ir a nuestro trabajo y comportarnos de un modo deshonesto. El mundo está requiriendo de personas que vivan comprometidas con la lucha sincera por la paz, con el esfuerzo de convivir como hermanos, con la preocupación por resolver realmente el problema de la pobreza y del hambre. La vida de fe no puede quedarse únicamente en oraciones, sino que ha de trascender a la vida ordinaria por darle un nuevo rumbo a nuestro mundo y su historia.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, que nos conceda la Gracia de saber vivir con lealtad nuestra fe, sabiendo que hemos sido llamados como discípulos para que, escuchando al Señor, vivamos guiados por Él y por su Espíritu, como constructores de un mundo que día a día se vaya renovando en Cristo, para Gloria del Padre y bien de todos nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).
domingo, 15 de noviembre de 2009
Por Cristo hemos recibido el don de la fe, y una misión, para hacer que los gentiles respondan a la fe, para ello no nos esclavicemos a las normas, sino que vivamos el espíritu del amor.
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