viernes, 13 de noviembre de 2009

Miércoles de la 26ª semana de Tiempo Ordinario. La vocación se descubre en el tiempo, es un encuentro con el Señor que implica un compromiso… una misión divina.

 

 

Lectura del libro de Nehemías 2,1-8. Era el mes de Nisán del año veinte del rey Artajerjes. Tenía el vino delante, y yo tomé la copa y se la serví. En su presencia no debía tener cara triste. El rey me preguntó: -«¿Qué te pasa, que tienes mala cara? Tú no estás enfermo, sino triste.» Me llevé un susto, pero contesté al rey: -«Viva su majestad eternamente. ¿Cómo no he de estar triste cuando la ciudad donde se hallan enterrados mis padres está en ruinas, y sus puertas consumidas por el fuego?» El rey me dijo: -«¿Qué es lo que pretendes?» Me encomendé al Dios del cielo y respondí: -«Si a su majestad le parece bien, y si está satisfecho de su siervo, déjeme ir a Judá a reconstruir la ciudad donde están enterrados mis padres.» El rey y la reina, que estaba sentada a su lado, me preguntaron: -«¿Cuánto durará tu viaje, y cuándo volverás?» Al rey le pareció bien la fecha que le indiqué y me dejó ir, Pero añadí: -«Si a su majestad le parece bien, que me den cartas para los gobernadores de Transeufratina, a fin de que me faciliten el viaje hasta Judá. Y una carta dirigida a Asaf, superintendente de los bosques reales para que me suministren tablones para las puertas de la ciudadela de templo, para el muro de la ciudad y para la casa donde me instalaré.» Gracias a Dios, el rey me lo concedió todo.

 

Salmo 136,1-2.3.4-5.6. R. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión.»

¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha.

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.

 

Evangelio según san Lucas 9,57-62. En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos le dijo uno: -«Te seguiré adonde vayas.» Jesús le respondió: -«Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» A otro le dijo: -«Sígueme.» Él respondió: -«Déjame primero ir a enterrar a mi padre.» Le contestó: -«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.» Otro le dijo: -«Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.» Jesús le contestó: -«El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.»

 

Comentario: 1.- Ne 2,1-8. Continuamos en ese período que sigue al exilio. Hemos visto el retorno a Palestina de las primeras caravanas con Esdras. Hemos escuchado a los profetas Ageo y Zacarías que trataban de animar a los judíos expuestos a la difícil tarea de la reconstrucción de su templo y de su ciudad. He aquí un nuevo episodio. Hoy y mañana leemos unos pasajes del libro de Nehemías. Este judío, que se quedó en Babilonia cuando empezaron a volver las primeras caravanas de repatriados, había llegado a ocupar un cargo bastante importante en la corte de los reyes persas: era el copero mayor. Lo que nos recuerda la historia de José en Egipto, y también la de Ester en la corte de Asuero. Se ve que llegan noticias tristes de Jerusalén, por la desgana de algunos en la reconstrucción y por las dificultades que los pueblos vecinos -sobre todo los samaritanos- les ponen en el camino. Nehemías se muestra solidario de su pueblo y pide al rey que le permita volver a ayudar a su pueblo en la difícil tarea. Se ve que no sólo es una buena persona, sino que es emprendedor y sabe convencer a los que haga falta para conseguir sus propósitos. El rey le da facilidades, siguiendo la línea de tolerancia de la dinastía persa.

Es interesante que un laico, Nehemías, sienta esta preocupación por ayudar al pueblo en su reedificación, no sólo en el sentido material, sino también en el social y religioso. Nehemías, laico, y Esdras, sacerdote, trabajarán juntos en la gran obra. Podemos ver fácilmente el paralelo en nuestro tiempo. También ahora se puede decir que la situación no es nada halagüeña, ni en la Iglesia ni en la sociedad. Tal vez no será tan dramática como la que refleja el clásico salmo de Babilonia. Allí, después de una generación de lejanía de Jerusalén, el pueblo judío estaba a punto de olvidarse de la Alianza.

Pero entre todos, clérigos y laicos, pusieron manos a la obra y reedificaron Sión en todos los sentidos. En nuestra situación actual también hace falta la colaboración de todos, de los sacerdotes y religiosos, de las familias, de los catequistas, de los maestros, de los profesionales cristianos, incluidos los que están metidos en los medios de comunicación o -como en el caso de Nehemías- en la política. Se trata de salvar los valores humanos y cristianos fundamentales, para que las generaciones futuras tengan una sociedad mejor.

-Yo, Nehemías, era entonces encargado real del vino. El año veinte del reinado de Artajerjes, en el mes de Nisán, tomé vino y se lo ofrecí al rey. La corte del poderoso rey de Persia tiene todavía esclavos extranjeros. Nehemías es uno de ellos, encargado de la bodega real. No tiene derecho a la palabra, sólo tiene que asegurar el servicio. Pero es judío. Han llegado a sus oídos noticias de Jerusalén: allá las cosas van mal. Judío de la diáspora con un cargo de confianza cerca del rey persa -era su copero-, Nehemías es también un judío de corazón. Vive intensamente el drama de sus hermanos, obligados a abandonar la restauración de la ciudad y del templo. Solidario y sensible, se aflige ante las dolorosas noticias que llegan de Jerusalén. Pero, realista y práctico, en el secreto de su corazón forja un plan de acción: irá al país y aglutinará alrededor de su persona los anhelos del pueblo. Entonces, mañoso y avisado, sabe llevar la conversación con el rey con vistas al necesario permiso. Hombre de acción, Nehemías es también un hombre de oración. Ora al tener conocimiento de la desgracia de sus hermanos. Ora en las negociaciones con el rey. A lo largo de sus memorias, así como en los acontecimientos de la vida, tendrá continuamente la oración a flor de labios. Desde un principio, recién presentado el protagonista, ya aparece esta característica complementaria de su personalidad. Nehemías intercede, suplica, confiesa, y su oración lleva consigo implicaciones personales y colectivas, en la línea de una auténtica oración litúrgica (1,5-11). El yo y el nosotros cabalgan, se piden, se intercambian. Es un miembro del pueblo de Dios que ora y la oración personal resuena en el marco de la alianza entre Dios y su pueblo. Nehemías y el pueblo se identifican. Solidaridad en el pecado, solidaridad en la confesión: «Confesando los pecados de Israel, nuestros pecados contra ti, porque yo y la casa de mi padre hemos pecado» (1,6). Y esta confesión se convierte así en conversión. Incluso en garantía de la futura reunión de los dispersados (1,8-9): el pecado separa y divide, levanta murallas, hostilidades, incomprensiones; la conversión, la santidad, al contrario, une, crea una especie de ósmosis, de intuición, de comprensión universal que se extiende a todos y en todas las situaciones. El final de la oración de Nehemías, con la petición del éxito para su gestión delante del rey (1 11), enseña cómo una oración por la comunidad puede acabar con una súplica particular y concreta. Cuando oramos, ni el yo se ha de convertir en un nosotros rutinario, masificado, despersonalizador, ni el nosotros en un yo egoísta, interesado, mezquino (R. Vives).

-Anteriormente nunca había mostrado tristeza ante él, pero aquel día el rey me dijo: «¿Por qué ese semblante tan triste? ¡Tú no estás enfermo! ¿Acaso tienes alguna preocupación?» Es así como se revelará una «vocación». Nehemías será el gran animador de la reconstrucción de Jerusalén, siendo tan sólo un esclavo desgraciado a quien Dios viene a buscar en su trabajo habitual.

-Muy turbado dije: "¡Viva por siempre el rey! ¿Cómo no ha de estar triste mi semblante cuando la ciudad donde están las tumbas de mis padres está en ruinas y sus puertas devoradas por el fuego?" Ese pobre servidor tiene un gran corazón. No sufre por preocupaciones personales. Sufre del sufrimiento de su pueblo. Como Moisés, educado en la corte del Faraón, Nehemías se ha formado según los usos de la corte de Persia. Ha tenido que adquirir una cierta competencia en la organización de una gran casa, una casa real. Se siente llamado a poner esta competencia al servicio de sus compatriotas. Ayúdanos, Señor, a servir a nuestros hermanos con lo mejor de nosotros. Apártanos de nuestras situaciones confortables para saber mirar y adoptar las preocupaciones de nuestros hermanos. Después de todo, Nehemías, no tenía por qué sentirse desgraciado. ¡En palacio, estaba bien tratado! Quita de mi corazón, Señor, el gusto de ser feliz ¡yo solo! Que oiga, Señor, las llamadas que vienen del mundo. Progresivamente llegan hasta mí los sufrimientos de mi familia, de mi ámbito de trabajo, de mi país, del universo lejano. Y oro. Me dejo interrogar por los acontecimientos.

-Invoqué al Dios del cielo y respondí al rey: «Si le place al rey, y si estás satisfecho de tu servidor, envíame a Judá, a la ciudad de las tumbas de mis padres... Y yo la reconstruiré.» Con frecuencia, ante los sufrimientos del mundo, nos quedamos a nivel de la emoción. Nehemías va hasta la decisión. Es un inmenso viaje el suyo. Y el compromiso supondrá un grande y largo esfuerzo: no se reconstruye una ciudad con un golpe de varita mágica.

-Añadí aún: «Si le place al rey que se me den cartas para los gobernadores de la provincia que está al oeste del Éufrates... Asimismo una carta para el inspector de los parques reales para que me proporcione madera de construcción para las puertas de la ciudadela del Templo, las puertas de la ciudad y la casa en que yo me instalaré.» La caridad se inscribe en un programa concreto a largo término.

-El rey me lo otorgó porque la protección de mi Dios estaba conmigo. En los proyectos, aun los aparentemente más temporales, nunca falta, en la Biblia, esta referencia explícita a Dios, en la oración (Noel Quesson).

Nehemías ha sido informado por medio de Jananí de lo siguiente: El resto de los judíos que han quedado en su tierra se encuentran en gran estrechez y confusión. La muralla de Jerusalén está llena de brechas, y sus puertas incendiadas. Después de que Nehemías invoca al Señor, confiesa ante Él los pecados del pueblo, como si fueran suyos, pues se hace solidario del Pueblo al que pertenece; y entonces le recuerda a Dios el amor que siempre ha sentido por ellos, y le suplica que le conceda verse favorecido por el Rey de Babilonia: Artajerjes. Y Dios le concede lo que ha pedido, de tal forma que puede marchar hacia Jerusalén para reconstruir la ciudadela, y disponer de todo el material para llevar a cabo esa obra. Dios, por medio de Jesús, su Hijo hecho hombre, nos ha concedido todo lo que necesitamos para que nuestra vida deje de estar en ruinas, dominada por la maldad, que ha abierto brechas en nosotros y nos ha dejado a merced del pecado. Por medio de Cristo, el Hijo Enviado por el Padre, nuestra vida ha sido restaurada, hemos sido perdonados, y, sobre todo, hemos sido elevados a la gran dignidad de ser hijos de Dios y templos de su Espíritu. Si en nuestro camino por la vida sentimos que las fuerzas para continuar avanzando en el bien se nos debilitan, no dudemos en acercarnos a Dios, nuestro Padre, para pedirle que nos fortalezca y nos llene de su Espíritu, pues Él, ciertamente, está dispuesto a concedernos todo lo que le pidamos en Nombre de Jesús, su Hijo, nuestro Señor.

2. Ya no sonaban los cantos en honor de Yahvé: "¿cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera?". E incluso los ancianos se quejaban, poéticamente, de que se les podía "pegar la lengua al paladar", porque ya no iban a cantar más salmos, y que no les importaba que se les "paralice la mano derecha", porque ya no necesitarán tocar las citaras en el culto de Dios. Se estaba perdiendo, no sólo la identidad política, sino también la fe.

Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión. Hay que hacer fiesta por el hijo que ha vuelto; por la oveja perdida, que ha sido encontrada. Y el Señor lucha a nuestro favor para levantarse victorioso sobre nuestro enemigo, la serpiente antigua o Satanás. ¿Cómo cantar y vivir alegres, cómo dejar de preocuparnos pensando que todo va bien cuando muchos hermanos nuestros continúan al margen de la salvación? Dios nos ha enviado a proclamarles el Evangelio, a llamarlos a la conversión, a hacerlos partícipes de la Vida que Él ofrece a todos. No podemos quedarnos sentados, sintiéndonos seguros porque nosotros hemos ya recibido esa Vida. Mientras haya un sólo pecador no podemos dejar de esforzarnos por anunciar la Buena Nueva del amor, del perdón y de la misericordia de Dios, hasta que en verdad la Victoria de Cristo sobre el mal se haga realidad en el corazón de todos los hombres.

Los "ríos de Babilonia" incluyen el Tigris, Éufrates y numerosos canales entre ellos. Se ven los sentimientos del desterrado… Tras rememorar la nostalgia de Sión sentida en el destierro, el salmista lanza un juramento contra sí si se olvida de Jerusalén: que sea olvidada su diestra, para tocar la cítara… que se paralice o se seque, o no hablar… se quiere  mantener vivo el deseo del cielo, como dice San Agustín: "Nosotros, los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Y en otro lugar dice: La noche está avanzando, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad.

No obstante, porque el día en que vivimos es todavía noche en comparación con aquella luz a la que esperamos llegar, oigamos lo que dice el apóstol Pedro. Nos dice que vino sobre Cristo, el Señor, desde la sublime gloria, aquella voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto». Esta voz –dice– traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Pero, como nosotros no estábamos allí y no oímos esta voz del cielo, nos dice el mismo Pedro: Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones.

Por lo tanto, cuando venga nuestro Señor Jesucristo –como dice también el apóstol Pablo– iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón, y cada uno recibirá la alabanza de Dios, entonces, con la presencia de este día, ya no tendremos necesidad de lámparas: no será necesario que se nos lean los libros proféticos ni los escritos del Apóstol, ya no tendremos que indagar el testimonio de Juan, y el mismo Evangelio dejará de sernos necesario. Ya no tendrán razón de ser todas las Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían a modo de lámparas, para que no quedásemos en tinieblas.

Suprimido, pues, todo esto, que ya no nos será necesario, cuando los mismos hombres de Dios por quienes fueron escritas estas cosas vean, junto con nosotros, aquella verdadera y clara luz, sin la ayuda de sus escritos, ¿qué es lo que veremos? ¿Con qué se alimentará nuestro espíritu? ¿De qué se alegrará nuestra mirada? ¿De dónde procederá aquel gozo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar? ¿Qué es lo que veremos?

Os lo ruego, amemos juntos, corramos juntos el camino de nuestra fe; deseemos la patria celestial, suspiremos por ella, sintámonos peregrinos en este mundo. ¿Qué es lo que veremos entonces? Que nos lo diga ahora el Evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cual eres entretanto purificado. Queridos –dice el mismo Juan–, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Noto cómo vuestros sentimientos se elevan junto con los míos hacia las cosas celestiales; pero el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Ha llegado ya el momento en que yo tengo que dejar el libro santo y vosotros tenéis que regresar cada uno a vuestras ocupaciones. Hemos pasado un buen rato disfrutando de una luz común, nos hemos llenado de gozo y alegría; pero, aunque nos separemos ahora unos de otros, procuremos no separarnos de él".

Termina pidiendo al Señor el castigo de los deportadores. El amor profesado a Sión lo relaciona con los "cantos a Sión". La lejanía y añoranza de Jerusalén reflejadas en el salmo ayudan al cristiano a pensar en la esperanza del cielo, viviendo en este mundo como extranjeros en dispersión (1 P 1,1) y caminando aquí en la fe, no en visión (2 Cor 5,6). "La vida perdurable consiste, primariamente, en nuestra unión con Dios, ya que el mismo Dios en persona es el premio y el término de todas nuestras fatigas: Yo soy tu escudo y tu paga abundante.

Esta unión consiste en la visión perfecta: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. También consiste en la suprema alabanza, como dice el profeta: Allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de instrumentos.

Consiste, asimismo, en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello es que en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito; por esto, el hombre no puede hallar su descanso más que en Dios, como dice san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que descanse en ti».

Los santos, en la patria celestial, poseerán a Dios de un modo perfecto, y, por eso, sus deseos quedarán saciados y tendrán más aún de lo que deseaban. Por eso, dice el Señor: Entra en el gozo de tu Señor. Y san Agustín dice: «Todo el gozo no cabrá en todos, pero todos verán colmado su gozo. Me saciaré de tu semblante; y también: El sacia de bienes tus anhelos».

Todo lo que hay de deleitable se encuentra allí superabundantemente. Si se desean los deleites, allí se encuentra el supremo y perfectísimo deleite, pues procede de Dios, sumo bien: Alegría perpetua a tu derecha.

La vida perdurable consiste, también, en la amable compañía de todos los bienaventurados, compañía sumamente agradable, ya que cada cual verá a los demás bienaventurados participar de sus mismos bienes. Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos, y, por eso, se alegrarán del bien de los demás como del suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos" (Santo Tomás de Aquino).

3.- Lc 9,57-62. En el camino de Jesús se refleja nuestro camino. Hoy leemos tres breves episodios de "vocación" a su seguimiento, con situaciones diferentes y respuestas que parecen paradójicas por parte de Jesús. Las respuestas no se deben tomar al pie de la letra, sino como una manera expresiva de acentuar la radicalidad del seguimiento que pide Jesús, y su urgencia, porque hay mucho trabajo y no nos podemos entretener en cosas secundarias. Con su primera respuesta, nos dice que su seguimiento no nos va a permitir "instalarnos" cómodamente. Jesús está de camino, es andariego. Como Abrahán desde que salió de su tierra de Ur y peregrinó por tierras extrañas cumpliendo los planes de Dios. Con la segunda, Jesús no desautoriza la buena obra de enterrar a los muertos. Recordemos el libro de Tobías, en que aparece como una de las obras más meritorias que hacía el buen hombre. A Jesús mismo le enterraron, igual que hicieron luego con el primer mártir Esteban. Lo que nos dice es que no podemos dar largas a nuestro seguimiento. El trabajo apremia. Sobre todo si la petición de enterrar al padre se interpreta como una promesa de seguirle una vez que hayan muerto los padres. El evangelio pone como modelos a los primeros apóstoles que, "dejándolo todo, le siguieron". Lo mismo nos enseña con lo de "no despedirse de la familia". No está suprimiendo el cuarto mandamiento. Es cuestión de prioridades. Cuando el discípulo Eliseo le pidió lo mismo al profeta Elías, éste se lo permitió (I R 19). Jesús es más radical: sus seguidores no tienen que mirar atrás. Incluso hay que saber renunciar a los lazos de la familia si lo pide la misión evangelizadora, como hacen tantos cristianos cuando se sienten llamados a la vocación ministerial o religiosa, y tantos misioneros, también laicos, que deciden trabajar por Cristo dejando todo lo demás. Sin dejarnos distraer ni por los bienes materiales ni por la familia ni por los muertos. La fe y su testimonio son valores absolutos. Todos los demás, relativos (J. Aldazábal).

La narración ofrece tres posturas y tres puntos de vista de Jesús, frente a aquellos que querían seguirle, poniéndole condiciones. Jesús exige una unión incondicional con él y una superación de todo lo natural. La tierra no es el espacio de Jesús. Él camina hacia la muerte y aquellos que quieran seguirle se apuntan al mismo destino. Jesús, encarnación del Amor, no tiene lugar en una tierra de odio, no tiene casa, ni ciudad, ni pueblo; ni siquiera tiene lo que poseen los animales. Él es la entrega total, el que camina a Jerusalén, el Hijo del hombre, cuya patria no es la tierra. Enterrar a los familiares muertos era una grave obligación del cuarto mandamiento para los contemporáneos de Jesús. A pesar de todo seguir a Jesús y el servicio al Reino está sobre todo, aun sobre los preceptos de la antigua Alianza. La cercanía del Reino exige la superación de todos los deberes, aun los más sagrados (Lc 14,25).

La urgencia del Reino es tal que ya no queda tiempo, ni para despedir a los familiares. Para seguir a Jesús no se puede apartar la mirada de la meta y la meta es Jerusalén. No valen para el Reino los que dan importancia a lo que dejan. Solamente valen aquéllos que llenan su alma con su destino de servicio y de entrega. El seguir a Jesús exige el "en seguida" y el "totalmente" (Mt 4,20; Ga 1,16; 1 Co 9,24ss).

-Jesús subía hacia Jerusalén. Por el camino uno le dijo: "Te seguiré por doquiera que vayas". Meditaremos tres casos de "vocaciones". En el primero es el hombre mismo que se presenta y toma la iniciativa. Viene para proponer a Jesús: ¿me quieres contigo? Pero lo hace con cierta pretensión presuntuosa. ¡Está muy seguro de sé mismo! "Te seguiré por doquiera que vayas". Se cree fuerte, sólido, generoso.

-Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza". Es, evidentemente, una especie de puesta en guardia. Jesús advierte a ese hombre que para seguirle, no basta el entusiasmo. Es curioso ver cómo Jesús pone por delante la "dificultad" de seguirlo, en el mismo momento en que la aldea no ha querido recibirlo, en el mismo momento en que un hombre generoso se ofrece para seguirle, incondicionalmente. Jesús pone en primer lugar la falta de confort, la pobreza de su situación. Seguir a Jesús es ser partícipe de su destino. Esto subraya que Jesús es consciente de ir hacia su destino trágico en Jerusalén: ser discípulo de Jesús es estar preparado a ser rechazado como Él lo estuvo, es no tener seguridad... Señor, yo también quisiera siempre seguirte a donde Tú vayas... Pero ahora ya sé y la historia nos ha enseñado "dónde" ibas. Y el Gólgota me espanta, te lo confieso. Ciertamente que no podré seguirte si no me das la fuerza; pero tampoco me atrevo demasiado a pedírtela.

-A otro le dijo: "Sígueme". En este segundo caso, es Jesús el que llama. El hombre respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre". Jesús le replicó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos". Esa réplica inverosímil suena como una provocación. En Israel, dar sepultura era una obligación sagrada... y ¡es un acto sumamente natural en todas las civilizaciones! Esas palabras del evangelio, esas exigencias exorbitantes, nos sitúan ciertamente ante un dilema:

-o bien Jesús es un loco que no sabe lo que dice...

-o bien Jesús es de otro orden distinto al terrestre, más allá del humano...

Tratemos de entender esa dura palabra. El término "los muertos" tiene dos sentidos diferentes en la misma frase: en uno de los casos tiene el sentido habitual, se trata de los "difuntos"... pero en el otro caso se refiere a los que todavía no han encontrado a Jesús, y Jesús se atreve a decir de ellos que están "muertos". ¡Ser discípulo, seguir a Jesús es haber pasado de la muerte a la vida! Es haber entrado en otro mundo, ¡que no tiene nada en común con el mundo habitual!

-Tú ve a anunciar el reino de Dios. El discípulo sólo tiene una cosa que hacer, ante la cual desaparece todo lo restante: "anunciar el reino de Dios". Es radical, absoluto. Esto no admite retraso alguno. "A veces la voluntad parece resuelta a servir a Cristo, pero buscando al mismo tiempo el aplauso y el favor de los hombres (…). Se empeña en ganar los bienes futuros, pero sin dejar escapar los presentes. Una voluntad así no nos permitirá llegar nunca a la verdadera santidad" (Juan Casiano).

-Otro le dijo: "Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia". Jesús le contestó: "EI que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios". ¿Quién es pues Jesús para pedir tales rompimientos? Y sin embargo Jesús nos ha pedido también que amemos a nuestros padres, y ha dado testimonio de un afecto delicado a su madre al confiarla a san Juan en el momento de su muerte. Pero Dios, nos pide que renunciemos por Él a todas las dulzuras familiares. Esto lo había ya exigido Elías a su discípulo (1 Reyes 19,19-21). El servicio del Reino de Dios, ¿tendrá aún en adelante, hombres de ese temple? (Noel Quesson).

Hoy, el Evangelio nos invita a reflexionar, con mucha claridad y no menor insistencia, sobre un punto central de nuestra fe: el seguimiento radical de Jesús. «Te seguiré adondequiera que vayas» (Lc 9,57). ¡Con qué simplicidad de expresión se puede proponer algo capaz de cambiar totalmente la vida de una persona!: «Sígueme» (Lc 9,59). Palabras del Señor que no admiten excusas, retrasos, condiciones, ni traiciones...

La vida cristiana es este seguimiento radical de Jesús. Radical, no sólo porque toda su duración quiere estar bajo la guía del Evangelio (porque comprende, pues, todo el tiempo de nuestra vida), sino —sobre todo— porque todos sus aspectos —desde los más extraordinarios hasta los más ordinarios— quieren ser y han de ser manifestación del Espíritu de Jesucristo que nos anima. En efecto, desde el Bautismo, la nuestra ya no es la vida de una persona cualquiera: ¡llevamos la vida de Cristo inserta en nosotros! Por el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, ya no somos nosotros quienes vivimos, sino que es Cristo quien vive en nosotros. Así es la vida cristiana, porque es vida llena de Cristo, porque rezuma Cristo desde sus más profundas raíces: es ésta la vida que estamos llamados a vivir.

El Señor, cuando vino al mundo, aunque «todo el género humano tenía su lugar, Él no lo tuvo: no encontró lugar entre los hombres (...), sino en un pesebre, entre el ganado y los animales, y entre las personas más simples e inocentes. Por esto dice: 'Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza'» (San Jerónimo). El Señor encontrará lugar entre nosotros si, como Juan el Bautista, dejamos que Él crezca y nosotros menguamos, es decir, si dejamos crecer a Aquel que ya vive en nosotros siendo dúctiles y dóciles a su Espíritu, la fuente de toda humildad e inocencia (Lluc Torcal).

Ya el Señor nos dice: Si uno de ustedes piensa edificar una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? No sea que, si pone los cimientos y no puede acabar, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar. El seguimiento del Señor en la fe no es un juego. Quien se compromete con Él está empeñando toda su vida, de tal forma que debe amarle muy por encima de todas las cosas; y ha de entrar en Alianza con Él de tal forma que se lleve a efecto una auténtica vida de Comunión entre Dios y nosotros. Entonces no contará el dinero ni los bienes pasajeros como parte de nuestra felicidad; tampoco contará nuestra familia como parte de nuestra seguridad; tampoco los demás serán el punto de referencia de nuestros actos. Sólo Dios, sin nadie más en quien hacer nuestro nido, ni en quien reclinar nuestra cabeza. Sólo Dios, convertido en el único Padre nuestro, punto de referencia y fin de nuestros actos. Sólo Dios, hacia quien nos encaminamos continuamente. Si le hemos dicho sí y nos hemos echado a andar tras de Él, vivámosle con la fidelidad de quien ha aceptado un amor indivisible; con el amor de quien se alegra por tenerlo por Padre; con el esfuerzo de quien, alegremente, trabaja por sembrar en el corazón de todos la Vida que Él nos ha confiado para que todos disfruten de ella. Todo por Él y por su Reino, pues fuera de Él nada tiene sentido.

El Señor nos ha convocado en esta Eucaristía, llamándonos a seguirlo libres de toda atadura. Cuando se lleva a cabo la alianza mediante el sacramento del Matrimonio, se entrega, en amor, el corazón de un modo indivisible a quien, en adelante, será cónyuge toda la vida. El Señor, con quien hemos sellado una Alianza desde el día en que, por medio del Bautismo, hicimos nuestra su Vida y Él hizo suya la nuestra, nos quiere comprometidos en una fidelidad constante, puesta a toda prueba. Él, además de ser nuestro Redentor y Señor, es nuestro Maestro que nos ha escogido como discípulos suyos, para que, permaneciendo con Él, aprendamos a trabar constantemente por su Reino sin buscar intereses mezquinos. Mediante la Eucaristía renovamos con Él nuestro compromiso de no reclinar, de no apoyar sino en Él toda nuestra vida para que, guiados por su Espíritu Santo en nosotros, nos esforcemos constantemente en construir un mundo más recto, más justo, más fraterno.

Quienes hemos seguido a Cristo, depositando nuestra fe en Él, no podemos llegar ante los demás con doblez, de tal forma que al proclamarles el Nombre del Señor queramos sacar partido queriendo granjearnos a los poderosos para que nos den seguridad. Quienes en la difusión del Evangelio se ganan a quienes detentan el poder para asegurar la aceptación de la fe en el Señor, en lugar de proclamar el Nombre del Señor con toda la entrega personal que requiere el llegar a los demás por el camino arduo de la cruz, que nos hace cercanos a todos y dar la vida por ellos, lo único que estarían provocando sería un nuevo colonialismo de una fe impuesta indirectamente e incapaz de llegar a una auténtica madurez. Sólo en la cruz hemos de reclinar nuestra cabeza, cruz que significa amor sacrificial en favor de aquellos a quienes hemos sido enviados como discípulos de Quien se empolvó los pies y se vistió con la túnica de peregrino para hacerse cercanía del hombre, para ser en verdad Dios-con-nosotros. Quien ha puesto la mano en el arado, quien ha cargado su propia cruz y ha emprendido el camino tras las huellas de Cristo, no puede terminar como enterrador de muertos, sino como el que da Vida, la Vida que procede de Dios, dándola aun a costa de tener que padecer, y ser perseguido, y ser condenado a muerte. Quien vive entre lujos, quien piensa que el pertenecer a Cristo es vivir de Cristo como ocasión de negocios económicos, ha puesto la mano en el arado y ha vuelto no sólo la mirada, sino la vida hacia las esclavitudes del pecado. La Iglesia de Cristo no puede dejar de caminar en la pobreza, desembarazada de todo aquello que deja de identificarla con su Señor. Seamos fieles a la Alianza que hemos hecho con Él y hagamos, no sólo con palabras, sino con la vida, que su mensaje de salvación sea más creíble para quienes le buscan.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, una auténtica vida de fe, para que, no sólo con los labios, sino con nuestras obras manifestemos que en verdad somos discípulos fieles de Cristo. Amén (www.homiliacatolica.com).

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