Lectura del libro del Deuteronomio 4,1-2.6-8. Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente." Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?»
Salmo 14,2-3a.3bc-4ab.5. R Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor.
El que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará.
Carta del apóstol Santiago 1,17-18.21b-22.27. Mis queridos hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.) Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» Él les contestó: - «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.» Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
Comentario: 1. Tras una visión panorámica de los hechos históricos del pasado (caps. 1-3), el autor pone en boca de Moisés unos "discursos de adiós". Triste paradoja la vida de Moisés: el guía del pueblo durante cuarenta años no podrá entrar en la tierra de promisión, el intermediario de la liberación no podrá alcanzar la meta: la promesa a los padres.
-La alegría y la tristeza se entremezclan en estos discursos. Toda despedida es triste, pero el pueblo se siente ya gozoso ante la inminencia de la conquista de la tierra. Los recursos del pasado y las recomendaciones para el futuro se superponen. La meta está a un paso, pero aún no se ha conseguido, es necesario alcanzarla.
Se trata de una gran unidad estructurada según el modelo de alianza (cfr. Inclusión: vs. 1.40). El mandato principal es el primer mandamiento; adorar sólo a Dios, prohibición de modelarse imagen alguna de dioses. De su observancia o quebrantamiento dependerán la vida o la muerte, la bendición o la maldición.
-El texto litúrgico de hoy sólo se ha fijado en algún versículo de esta introducción a la alianza. Empieza con una invitación a escuchar (=obedecer) lo que Moisés va a enseñarles; de su cumplimiento dependerá la vida, la entrada, la posesión de la tierra (vs. 1-2). Prueba convincente es la reciente historia de Baal-Fegor: los apóstatas fueron exterminados, los fieles al Señor conservaron la vida (vs. 3-4). Los vs. 5-8 forman un período muy retórico, repetitivo: la ley promulgada por Moisés deberá cumplirse en la tierra de promisión. El autor hace un elogio de esta ley tanto atendiendo a su forma como a su contenido.
-Las preguntas de los vs. 6-8, surgen entre los desterrados de Babilonia (el cap. fue escrito después del destierro, aunque, por ficción literaria, se atribuya a Moisés). Sin rey ni templo, ¿qué papel desempeña Israel en el concierto de las naciones? ¿Es su Dios inferior a los dioses babilónicos? ¿Está su sabiduría a la altura de las de los dominadores? El autor recuerda los días gloriosos de Salomón: por su Sabiduría los pueblos lo admiraban. Y aunque en el Israel de hoy no exista ningún Salomón (=prototipo de la sabiduría) ni tengan templo (=lugar de cercanía del Señor), también posee un algo muy importante: su sabiduría y prudencia, la cercanía de su Dios en la ley de la alianza (cfr. Sir. 24). En el panteón, los grandes dioses son seres lejanos; así era necesario acudir a divinidades menores que hacían de mediadores.
En Israel no ocurre esto, incluso en el exilio el Señor es el Dios cercano al pueblo que no olvida su alianza con los padres (v. 31). En el templo moraba su nombre (cfr. 1 rey 8, 27-31), destruido el templo Dios no abandona a su pueblo, sino que lo escucha siempre que se le invoca (v. 28); aunque el pueblo quebrante la alianza, siempre encontrará a Dios si lo busca con todo el corazón y con todas sus fuerzas.
-En tierra de Palestina impera la voluntad de su dueño, Dios, que los israelitas deben cumplir. Pero esta voluntad divina no es expresión de un capricho tiránico, sino que todos sus mandatos están orientados hacia el bien del hombre (v. 40). Dios no es un déspota, sino un liberador; pero el don exige una respuesta humana.
-En el nuevo pueblo de Dios, éste debería ser el sentido de toda ley: debe darse para la auténtica vida del pueblo y no para su encadenamiento. La ley es para el hombre y no el hombre para la ley; lo contrario es actitud meramente farisaica. ¡La letra mata, el espíritu vivifica! (A. Gil Modrego, DABAR 1985, 44)
En los tres primeros capítulos del libro (que han precedido a lo que escuchamos), Moisés ha pronunciado su (llamado) primer discurso, en el que ha recordado los acontecimientos desde el monte Horeb hasta el paso del Jordán. Moisés ha recordado en concreto cómo es Yahvé precisamente el que ha comenzado a revelar su deseo de pacto. Ahora le toca a Israel (ésta es la exhortación) corresponder con su compromiso: cumplir fielmente ese pacto, la alianza. Así es como podrá alcanzar y poseer la tierra prometida.
En el alma de los israelitas se introduce una reconfortante seguridad: el cumplimiento fiel de la ley procura la bendición o ayuda de Dios y con ella el respeto por parte de todos los pueblos; pues no hay otro pueblo que tenga un Dios como éste, capaz de apoyar totalmente a su pueblo.
Israel, pues, escucha los mandatos que su Dios le enseña a cumplir. Así vive la alianza. Vivir la alianza es la misión de Israel; vivirla siendo totalmente fiel a un Dios que se muestra cercano, a pesar de que no se le ve ni tiene figura. Hoy sucede lo mismo: la misión de la Iglesia no es tanto comentar la resurrección de Jesús, cuanto vivirla; porque así hay que hacer presente entre los hombres a Cristo resucitado. (EUCARISTÍA 1988, 42)
La observancia de la ley debe producir un doble efecto entre los gentiles: reconocer la sublimidad de la ley de Israel («Qué pueblo tan sabio y prudente es esa gran nación»): (6) y constatar la presencia de Dios en medio de su pueblo («¿Qué nación grande tiene un dios tan cercano...?»): (7). La afirmación de que Yahvé es un Dios único no es el punto final de un razonamiento, sino una deducción de la historia: «pregunta... a los tiempos pasados... si ha sucedido algo tan grande o se ha oído algo semejante» (32). Así comienza una grandiosa homilía sobre la elección de Israel (32-40), que constituye una de las cimas teológicas y estilísticas del Deuteronomio. Se despliega ante el oyente una oleada de interrogantes, sostenidos por una convicción común: la pregunta a otros pueblos sobre su experiencia religiosa desemboca en una respuesta firme y unánime: Yahvé es el único Dios porque es el único que salva, el único que promete y cumple. Los múltiples prodigios con que Dios ha liberado a Israel tienen que llevar a una mayor conciencia de la fe: "A ti te lo mostraron, para que sepas que el Señor es Dios" (35). Lo que Yahvé ha hecho en el pasado es un motivo profundo para serle fieles. Pero la alianza que ahora se establece no es un mero cumplimiento de normas: es un modo de vivir en intimidad con Yahvé; presencia divina que guía al pueblo y que tendrá su plenitud en Cristo, Emanuel ( = Dios con nosotros), cercanía de Dios para siempre. La Iglesia, nuevo Israel, tiene que aprender a transmitir al mundo de hoy la experiencia de ser salvados por un Dios cercano a nosotros y cuyo amor suscita fidelidad. (R.Vicent)
La ley de Moisés, o "Torah" en hebreo, era entendida como un todo que señalaba al hombre cuál era la voluntad de Dios, el proyecto de vida que el Señor trazaba para su pueblo para que pueda vivir en comunión con él. Cumplir la Torah era para el pueblo hebreo la manera concreta de vivir en comunión con Dios, manifestar su fidelidad en la vida de cada día. La verdadera Sabiduría, que presentaba como ideal de vida todo el movimiento sapiencial, hallaba su concreción en las prescripciones de la Ley de Moisés. El ideal del sabio era vivir según los mandamientos y decretos de la Torah (cf. Sir 24,23 y Ba 4,1-4). Por todo ello el autor del Deuteronomio puede afirmar que Dios se hace presente en el pueblo de Israel por medio de su Torah. Cumplir la Ley de Moisés será, para la mentalidad judía, la manera de hacer presente y de acercar a Dios al mundo, a las naciones, y de aproximar cada vez más el Reino definitivo de Dios al mundo entero.
2. El Salmo responsorial (14) remarca el núcleo central de la Torah: la vida honesta, la práctica de la justicia y el temor del Señor.
"Sólo tiene derecho a entrar en la Iglesia quien es capaz de estar fuera…¿Cuestión de sacristanes? Estábamos en el atrio de una famosa catedral italiana. La francesita había hecho un mal papel. Continuaba chapurreando: -¡Es una exageración! ¿Cómo es posible? ¡Es algo increíble! Uno de los sacristanes la había mirado de pies a cabeza con cara de pocos amigos y como la minifalda resultaba decididamente mini, sin hacer cuestión de centímetros, le había prohibido la entrada. Ella se dirigió a mí para que intercediese a su favor. Le dije: -No se enfade, mademoiselle. Hace un tiempo eran mucho más exigentes. Miraban incluso las manos y la lengua. Y si no estaban limpias, no había nada que hacer, no se podía entrar en el templo.
Me ha mirado con compasión. Quizá por mi francés deshilachado... Yo, en cambio, pensaba en el salmo 14:
El peregrino, después de un largo viaje, llega al recinto externo del templo de Jerusalén. Está preocupado. Quiere entrar y quizá obtener un puesto privilegiado. Para todo israelita, digno de este nombre, el bien supremo consiste precisamente en ser huésped de Yahvé, sentarse a su mesa. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda / y habitar en tu monte santo? (v. 1). Recordemos que la tienda simboliza los cielos, morada de Dios, y es el lugar de su presencia real. En el monte Moriah, teatro del sacrificio de Isaac, según la tradición, se habría edificado el templo de Jerusalén.
El peregrino está preocupado. Sabe que la entrada está subordinada al cumplimiento de determinadas condiciones. En los templos paganos no existían preocupaciones de este género. En el frontón de los templos de los dioses, estaba escrito el reglamento para la admisión. Usos y costumbres. Todo bien claro. Todos podían saber si estaban en regla o no. Aquí, en cambio, no se sabe qué hacer. Entonces, aborda a un sacerdote. Es un profesional del culto. Podrá darle todas las informaciones necesarias. ¿Qué tiene que hacer? ¿Qué ceremonial hay que observar? Probablemente la preocupación dominante es la de no hacer mal papel. De hecho el v. 5 literalmente suena así «... nunca tropezará». El pobre hombre no tiene mucha desenvoltura con estas cosas. Está un poco aturdido. Tiene miedo de quedar mal. Nunca se sabe, una alfombra, un escalón... Además, ¿qué actitud hay que tener? Le sube un escalofrío por la espalda ante una pregunta de este género, si se piensa en las minuciosas e innumerables prescripciones del Levítico.
Pero el peregrino tiene suerte. Se ha encontrado con un sacerdote que no se fija en pequeñeces y olvida los formalismos. Va al grano. Y le presenta una lista de «condiciones» más bien restringida.
¿Afortunado, por tanto, el peregrino del salmo y desafortunada la francesita en minifalda? No lo sé. ¿Sólo cuestión de sacristanes? Ciertamente que no. Cuestión, más bien, de gustos del Jefe de la casa.
Operación limpieza de manos y lengua: Tenemos la lista de las condiciones impuestas por el Jefe de casa, tal como ha sido traducida e interpretada por el sacerdote.
Antes de nada, una regla general de la que dependen las prescripciones sucesivas: Puede entrar / el que procede honradamente / y practica la justicia (v. 2).
CULTO/JUSTICIA: La justicia, por tanto, no sólo es algo que tiene que ver con la religión, sino que entra de lleno en el perímetro sacro del templo. Es indispensable para el desarrollo del culto. En otras palabras: sin la justicia resulta imposible la liturgia. Una verdad bastante clara para un israelita y para un lector de la Biblia. Pero puede ser una «novedad» desagradable para ciertos «distinguidos señores» que se dicen cristianos y se agitan y protestan y hablan de demagogia apenas se oye desde un púlpito la palabra «justicia». (…) La condición general es explicada después con ocho prescripciones particulares, que tienen en cuenta todas las relaciones sociales. En primer lugar, la sinceridad. Puede entrar «el que tiene intenciones leales». Es decir, el que habla como piensa. El que no tiene un corazón «doble». Y además «no calumnia con su lengua» (v. 3).
Vienen después otras dos condiciones: El que no hace mal a su prójimo / ni difama al vecino (v. 3). Este mal puede ser tanto físico como moral. Difamar puede hacerse con la burla, con el desprecio. Pero aún no es suficiente: El que considera despreciable al impío / y honra a los que temen al Señor (v. 4). Es decir, se trata de dar a cada uno lo suyo. Honor a los amigos de Dios y desprecio para los impíos, cuya compañía puede ser nefasta.
Además: el juramento, la palabra dada, la promesa son tomados en serio. Incluso si es en perjuicio propio. Ni siquiera entonces se puede dar marcha atrás: El que no retracta lo que juró / aun en daño propio (v. 4).
Todavía una prohibición más: El que no presta dinero a usura (v. 5). Esta prohibición es tanto más significativa si tenemos en cuenta que los vecinos de los judíos cobraban una tasa de intereses que llegaba en Babilonia al 33 % y en Asiria incluso al 50 %.
Hasta el final de la edad media también se tuvo en cuenta esta prohibición en el mundo cristiano. Mientras los judíos eran los especialistas en préstamos a interés, pues la prohibición no valía para los extranjeros (cf. Dt 23, 20-21). Así anda la historia y así anda... la religión.
Como última condición, un rechazo total de las «recomendaciones» y los sobornos (v. 5). La traducción literal dice: «no acepta regalos que deba pagar el inocente». Los estudiosos nos dicen que de esta forma era denunciado el pecado inextirpable de oriente: la corrupción de los jueces y de los testigos. Pero, sin duda, ésta no se da sólo en oriente, ni afecta exclusivamente a los jueces y a los testigos...
Ya está. El sacerdote ha terminado de catequizar al peregrino. Le ha enseñado las «ceremonias». Le ha puesto al corriente de las rúbricas. Ha logrado sintetizar todas las relaciones con el prójimo en torno a dos pecados fundamentales: pecados de lengua y pecados de dinero. Lo he dicho antes, era un tipo que iba al grano; miraba en profundidad. De este modo ha podido denunciar las dos fuentes principales de la miseria humana.
Pero es un tipo extraño este sacerdote. Presenta un decálogo donde se olvida de la primera tabla: los deberes hacia Dios. Explica las «ceremonias» y habla únicamente de conducta moral. Ninguna de las prescripciones hace referencia directa a Dios. Y sin embargo el peregrino ha venido a adorar a Yahvé. ¿No será un poco hereje este sacerdote tan raro? Parece que no, desde el momento en que san Juan, años más tarde, le dará la razón: "Si alguien dice: amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso: pues quien no ama a su hermano, al que ve, no puede amar a Dios, al que no ve. Y tenemos este mandamiento dado por él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4, 20-21).
Por tanto, el sacerdote tiene derecho a controlar la limpieza de las manos y de la lengua.
¿Qué tal estará nuestro afortunado peregrino? -¿Qué debo hacer?, pregunta .
-Esto es lo que debías haber hecho.
A él le interesaba saber qué es lo que tenía que hacer en el templo. Y se le pregunta sobre lo que ha sido capaz de hacer fuera. Él estaba preocupado por no «tropezar», por no hacer mal papel y quizá tener un lugar privilegiado. Y se le dice paradójicamente, que sólo tiene derecho a entrar quien es capaz de estar fuera. ¡Gustos raros del Jefe de casa! Para estar con Él hay que demostrar que se puede estar con los demás de modo adecuado.
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda / y habitar en tu monte santo? (v. 1).
La cuestión no se limita a la liturgia, a la estancia provisional en el templo. Puede referirse a la hospitalidad eterna bajo la tienda del Señor. Entonces, ¿quién podrá sentarse con el vestido de invitado a la mesa de Dios para siempre? El salmo sobre este punto sólo nos ofrece una seguridad genérica: «El que así obra nunca fallará» (v. 5). Las precisiones ulteriores nos las da el evangelio: "Venid los benditos de mi Padre; tomad en herencia el reino que os está preparado desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me vinisteis a ver, estaba en la cárcel y me visitasteis" (Mt 25, 3436).
Solamente quien ha hospedado al Señor, aquí en la tierra, podrá hospedarse en su tienda y habitar en su monte santo (v. 1). Pero ¿cuándo podemos hacerlo? «Cuando lo hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).
¿Quién tiene la garantía de no fallar nunca? El que a cada paso se encuentra con el pobre, el enfermo, el preso, el hambriento... «Venid, los benditos...».
Ninguna preocupación por el ceremonial de allá arriba. Basta con haber aprendido y practicado las reglas del ceremonial de aquí abajo. Quiero decir, el ceremonial de la justicia y de la caridad.
Entonces no harán falta controles, ni instrucciones o recomendaciones del sacristán. Será el mismo Jefe quien nos «reconocerá»; a quienes lo han reconocido en sus innumerables disfraces... (Alessandro Pronzato).
El salmo 14 presenta un PEQUEÑO DECÁLOGO DEL HUÉSPED DE DIOS, "el camino que conduce a Dios":
1. Hacer el bien...
2. Ser "justo"...
3. Decir la verdad...
4. Ser discreto...
5. Velar por la calidad de las relaciones humanas...
6. Discernir los valores "divinos"...
7. Frecuentar "aquellos que adoran"...
8. Ser fiel a la palabra dada...
9. No tener apego al dinero...
10. No dejarse corromper...
Esto es solidez.
PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL * Este es un salmo de peregrinación. Los judíos de Palestina subían a Jerusalén una vez al año. Estas peregrinaciones jalonaron la vida de Jesús: era el acontecimiento del año, una ocasión de renovación para los judíos fervientes. Al llegar a Jerusalén, sin falta, la primera visita sagrada se hacía al templo. Este salmo 14 formaba parte de la "catequesis ad portas": los peregrinos que venían de lejos podían estar contaminados de costumbres paganas. Por esto los "levitas" les daban una catequesis elemental antes de dejarlos entrar al lugar sagrado. Este salmo se inicia con la pregunta ritual de los peregrinos: "¿Quién puede entrar en la casa de Dios?". Lo que sigue es la respuesta de los levitas. Se trata de una especie de pequeño decálogo (diez leyes). Llama la atención el carácter muy "humano" de sus condiciones. Para acercarse a Dios, no exige Él condiciones, "rituales" ni prescripciones "litúrgicas" o "cultuales" sino morales: ¡ser simplemente un hombre! Hacer el bien, ser íntegro, practicar la justicia, decir la verdad, no hablar desconsideradamente, no frecuentar a aquellos que practican deliberadamente el mal (los impíos), sino frecuentar a "los hombres de adoración", (los hombres de Dios), no apegarse al dinero, prestar sin interés, no dejarse corromper por el vino. En resumen, lo que Dios espera del hombre es la calidad de sus relaciones humanas. Esto es algo muy moderno.
SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS ** "¿Señor, quién será recibido en tu casa?". Un día alguien propuso a Jesús una pregunta equivalente: "Maestro, ¿qué debo hacer para entrar en la vida eterna?" y la respuesta de Jesús fue también la de proponer reglas de rectitud humana (Marcos 10,17 - 19). Lo que mejor prepara al encuentro con Dios, es respetar nuestra propia naturaleza humana creada por Dios.
Entre los preceptos concretos del Evangelio, se encuentran a menudo semejanzas con este salmo:
- "Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia" (Mateo 6,33)
- "Que vuestra manera de hablar sea "sí" si es "sí", y "no" si es "no" (Mateo 5,37)
- "No podéis servir a Dios y al dinero" (Mateo 6,24).
Más profundamente aún, ¿Jesús no realizó acaso el ideal de este salmo, siendo este "justo perfecto" que "habita con Dios en su santa montaña"?
TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO *** Encontrar a Dios. Habitar con Dios. Vivir la vida eterna. Como los judíos peregrinos del templo, tenemos siempre la tentación de pensar que en un santuario, en un lugar de culto, en las prácticas rituales, se encuentra más fácilmente a Dios. Ahora bien, escuchemos lo que Dios piensa sobre ello: nos remite a las tareas cotidianas, a nuestras relaciones humanas, como al primer "lugar" de encuentro con Dios. Por esto Jesús afirma con vigor: "si al presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda, y ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mateo 5, 23).
La simple moral humana. Hoy es chocante hablar de "moral". Sin embargo, ¿qué sociedad normal, qué grupo humano, puede vivir sin un mínimo de principios de vida, sin un consenso elemental sobre el "bien" y el "mal"? ¿Qué tipo de hombre, qué regresión al infrahumano prepara el abandono de los valores que hacen normalmente a un hombre: la lealtad, la honestidad, la justicia, el compartir la incorruptibilidad? Basta imaginar lo contrario de este salmo para hacerse una idea de la jungla que sería una sociedad sin moral: la injusticia hace alarde, se roba sin vergüenza, la mentira va y viene según el juego de los intereses... Una sociedad en la que el más fuerte tiene la razón, en la que el dinero es el valor supremo y permite "comprarlo" todo... Recitar este salmo es orar para que el hombre sea sencillamente un hombre.
Ante el número creciente de "no bautizados" o de "bautizados no practicantes"... surge la pregunta sobre la vida eterna, la salvación eterna: ¿cómo conseguir la vida de Dios? ¿Cómo evitar la condenación? La fórmula de este salmo es terrible, pues pide simplemente considerar a los impíos (los réprobos en hebreo) como despreciables. La mentalidad moderna rechaza estas clasificaciones abruptas: ¿es posible sondear los corazones y lanzar un juicio definitivo afirmando que fulano de tal es réprobo, impío? La aventura de Jesús, Hijo de Dios encarnado por los hombres y por su salvación, nos dice que Dios "quiere salvar a todos los hombres" (I Timoteo 2,4). No es Dios estrictamente hablando quien "condena" al hombre, es el hombre quien deliberadamente rechaza las propuestas salvadoras del amor de Dios. Vemos en este salmo que las condiciones para llegar a Dios están al alcance de todo hombre, creyente o incrédulo, ateo o pagano de buena fe: se trata simplemente de vivir de acuerdo con las reglas de la conciencia humana universal. El ideal propuesto aquí no es ni siquiera original, es en el fondo el de todo hombre que respeta a su hermano. De ahí, el criterio con que Jesús hará el juicio final a los hombres: "¿Cuándo te hemos servido, Señor? Cada vez que habéis servido al más pequeño de mis hermanos, lo habéis hecho conmigo". (Mateo 25, 31 - 46). El cristiano debería más que nadie sentirse llamado a esta rectitud de vida, sabiendo que tal es la voluntad de Dios: "Quien no ama a su hermano a quien ve, tampoco amará a Dios a quien no ve." (1 Juan 4,20). Por otra parte, ningún hombre honesto puede contentarse, por así decirlo, con la "rectitud de vida" dejando de lado la "búsqueda sincera de Dios", para entrar con alegría en el grupo de aquellos que habiendo descubierto a Dios, lo adoran. Así lo afirma este salmo. En resumen, no puede haber dicotomía entre "vida" y "fe". El verdadero equilibrio se encuentra en la unidad total entre la fe y la vida cotidiana. ¡Dichosos los creyentes! Pero ellos deben ser igualmente justos... ¡Dichosos los justos! Pero ellos deben ser igualmente creyentes... (Noel Quesson)
"Quiero vivir junto a ti, pero pierdo a cada paso el sentido de tu presencia. Ese es mi dolor. Me olvido de ti sin más, y puedo pasarme horas y horas como si tú no existieras. Los momentos de oración durante el día me recuerdan tu existencia, pero entre medias te pierdo y ando a la deriva todo el rato. Quiero recobrar el contacto, quiero «hospedarme en tu tienda» y »habitar en tu monte santo». Dime cómo puedo hacerlo.
Escucho atento tu respuesta y, cuando has terminado la lista de condiciones, caigo en la cuenta de que ya las conocía y de que todas se reducen a una: el mandamiento del amor y la equidad y la justicia para con todos mis hermanos.
Dame fuerzas para ir y hacerlo. Para amar al prójimo y hacer justicia y decir la verdad. Para ser justo y amable y cariñoso. Para servir a todos en tu nombre, con la fe de que al servirles a ellos te sirvo a ti, y haciendo el bien en la tierra conseguiré entrar en tu tienda y «habitar en tu monte santo»". (Carlos G. Vallés)
Juan Pablo II medita sobre las condiciones básicas para entrar en la presencia de Dios: "El Salmo 14 con frecuencia es clasificado por los estudiosos de la Biblia como parte de una «liturgia de entrada». (…) Hace pensar en una especie de procesión de fieles que se congrega en las puertas del templo de Sión para acceder al culto. En una especie de diálogo entre fieles y levitas, se mencionan las condiciones indispensables para ser admitidos a la celebración litúrgica y, por tanto, a la intimidad divina.
Por un lado se plantea la pregunta: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (Salmo 14, 1). Por otro, se hace una lista de las cualidades requeridas para cruzar el umbral que lleva a la «tienda», es decir, al templo del «monte santo» de Sión. Las cualidades enumeradas son once y constituyen una síntesis ideal de los compromisos morales básicos presentes en la ley bíblica (Cf. versículos 2-5).
En las fachadas de los templos egipcios y babilonios, en ocasiones estaban esculpidas las condiciones exigidas para entrar en el recinto sagrado. Pero se puede apreciar una diferencia significativa con las sugeridas por nuestro Salmo. En muchas culturas religiosas para ser admitidos ante la Divinidad se exige sobre todo la pureza ritual exterior que comporta abluciones, gestos, y vestidos particulares. El Salmo 14, por el contrario, exige la purificación de la conciencia para que sus opciones estén inspiradas por el amor de la justicia y del próximo. En estos versículos se puede experimentar cómo vibra el espíritu de los profetas que continuamente invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso existencial, adoración y justicia social (Cf. Isaías 1, 10-20; 33,14-16; Oseas 6,6; Miqueas 6,6-8; Jeremías 6, 20).
Pasemos ahora a ver los once compromisos presentados por el Salmista, que pueden servir de base para un examen de conciencia personal cada vez que nos preparamos a confesar nuestras culpas para ser admitidos en la comunión con el Señor en la celebración litúrgica. Los tres primeros compromisos son de carácter general y expresan una opción ética: seguir el camino de la integridad moral, de la práctica de la justicia y, por último, de la sinceridad perfecta en las palabras (Cf. Salmo 14, 2).
Vienen, después, tres deberes que podemos definir de relación con el prójimo: eliminar la calumnia del lenguaje, evitar toda acción que pueda hacer mal al hermano, no difamar al que vive junto a nosotros diariamente (Cf. versículo 3). Se exige después tomar posición de manera clara en el ámbito social: despreciar al malvado, honrar a quien teme a Dios. Por último, se enumeran los últimos tres preceptos sobre los que hay que examinar la conciencia: ser fieles a la palabra dada, al juramento, aunque esto implique consecuencias dañinas; no practicar la usura, plaga que también en nuestros días es una realidad infame, capaz de estrangular la vida de muchas personas, y por último, evitar toda corrupción de la vida pública, otro compromiso que hay que practicar con rigor también en nuestro tiempo.
3. La llamada Carta de Santiago es un escrito de carácter principalmente moral en la misma línea de otros escritos de la Iglesia primitiva. Las cuestiones teológicas aparecen muy de pasada, más bien para fundamentar las recomendaciones éticas. Están más en la línea del AT y las menciones de Jesucristo son escasas, pero hay tradiciones comunes cristianas y coincidentes con el resto del NT.
En esta perícopa inicial hay una fundamentación genérica de la exhortación moral posterior. La acción de Dios comunicando y comunicándose es la base de toda la vida humana y cristiana. Es preciso vivirlo. No por imposición u obligación, sino por exigencia ontológica. No basta lo intelectual, ni una mera aceptación interna, que sería sólo parcial, sino un total compromiso de la persona, que, por lo mismo, se verifica en la práctica concreta. Es, a su vez, tomar en serio esta práctica sabiendo lo que significa. Si la Palabra de Dios habita en nosotros, siendo activa, ha de dar necesariamente muestra de ello. Pero uno puede engañarse -¡somos hábiles en esto!- y es preciso estar sobre aviso. Para el creyente ordinario, su manera de vivir le va a ser una especie de prueba de cómo es su entrega de Dios, si verdadera o ficticia. Igualmente, si hay práctica, aunque la referencia a Dios no sea tan explícita, se está en el buen camino. Porque las cosas son dones de Dios. Y nosotros también. (Federico Pastor)
De Dios viene todo bien (cf. Mt 7,11). Mientras que los astros conocen cambios y mutaciones, Dios es inmutable.
Por pura iniciativa de su gracia, mediante la "Palabra de la verdad", el evangelio (cf. Ef 1, 13) o revelación cristiana, ha llevado Dios a los cristianos (en concreto: a los receptores de esta carta) a una nueva vida espiritual (1 Pe 1, 3-23), sembrando en sus almas la semilla de la vida de la gracia (Jn 1, 13; 3, 3-10). Así que son sus hijos y, en cuanto cristianos judíos, un anticipo (primicia) de lo que ha de ser la humanidad y, en definitiva, toda la creación (Rom 8, 23; 1 Cor 16, 15; 2 Tes 2, 13; Ap 14, 4); y esto porque los cristianos, ante los demás, especialmente ante los paganos, han sido llamados a la fe y por ella a la salvación.
Ahora bien, frente a la "Palabra de la verdad", el hombre tiene unas obligaciones determinadas, que son las que se presentarán a continuación en tres grupos: disposición para la escucha, discreción en el hablar, renuncia a los accesos de ira. Este trío configura la regla de vida que también encontraremos en el paganismo y en la doctrina judía de la sabiduría (cf. Si 5, 11; 20, 5-8; Prov 10, 19; 14, 29; 16, 32). (EUCARISTÍA 1982)
La carta de Santiago, que continuaremos en lectura semicontinua durante cuatro domingos más, es una carta poco conocida. Exegéticamente presenta problemas de estructura, pues no refleja un orden claro de exposición. Además, está la cuestión de identificar al autor: de los tres Santiagos que mencionan los evangelios y los Hechos, ninguno satisface plenamente. Literariamente la carta está escrita en buen griego y combina la exhortación con los proverbios. Halla su unidad de fondo en la sabiduría cristiana, entendida como sentido práctico, como mentalidad madurada en la reflexión y en la plegaria, que se expresa en una valoración concreta de las circunstancias y tiende a resoluciones prácticas en la vida de cada día.
El primer fragmento de hoy, compuesto por versículos sueltos y algo inconexos, se centra en la Palabra de Dios y en la vivencia de esta Palabra. La vida cristiana entera es vista como un germinar la Palabra, que se traduce en atención a los necesitados y en renovar nuestra mentalidad mundana.
La exhortación de Santiago: "Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros ... y no os limitéis a escucharla", recoge las palabras de Jesús en Mt 7,24 y 12,50: escuchar la palabra de Jesús y ponerla en práctica es edificar sobre roca y ser su madre y sus hermanos.
Comenta san Agustín: "El bienaventurado apóstol Santiago amonesta a los oyentes asiduos de la palabra de Dios diciéndoles: Sed cumplidores de la palabra y no sólo oyentes, engañándoos a vosotros mismos (Sant 1,22). Os engañáis a vosotros mismos, no al autor de la palabra, ni al ministro de la misma. Partiendo de esa frase que mana de la fuente de la verdad a través de la veracísima boca del Apóstol, también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto, pongo la mirada en mí mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe, que no advirtamos nuestros peligros, pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones. Y para que sepáis, hermanos, que vosotros estáis en un lugar más seguro que nosotros, cito otras frases del mismo Apóstol, que dice: Cada uno de vosotros sea rápido para escuchar y lento, en cambio, para hablar (ib., 19). Pensando en esta frase que nos amonesta a ser rápidos para escuchar y lentos para hablar, hablaré en primer lugar de este nuestro ministerio; luego, después de haber justificado el ministerio de quienes hablamos con frecuencia, volveré a lo que había propuesto en primer lugar.
Es conveniente que os exhortemos a no ser sólo oyentes de la palabra, sino también cumplidores. Por el hecho de que os hablamos frecuentemente, ¿quién, sin parar mientes en nuestra obligación, no nos juzga cuando lee: Sea todo hombre rápido para escuchar y lento para hablar? Ved que el cuidado de vosotros no nos permite cumplir esa norma. Debéis, pues, orar y levantar a quien obligáis a ponerse en peligro. Con todo, hermanos míos, voy a deciros algo a lo que quiero que deis crédito, porque no podéis verlo en mi corazón. Yo, que tan frecuentemente os hablo por mandato de mi señor y hermano, vuestro obispo, y porque vosotros me lo pedís, sólo disfruto verdaderamente cuando escucho. Mi gozo, repito, sólo es auténtico cuando escucho, no cuando predico. Entonces mi gozo carece de temor, pues tal placer no lleva consigo la hinchazón de la verdad. Y para que sepáis que es así en verdad, escuchad lo que se ha dicho: Darás regocijo y alegría a mi oído. Gozo cuando escucho. A continuación añadió: Se regocijarán los huesos humillados (Sal 50,10). Mientras escuchamos somos humildes; en cambio, cuando predicamos, incluso si no nos pone en peligro la soberbia al menos nos sentimos frenados. Y si no me enorgullezco, corro peligro precisamente por eso. Sin embargo, cuando escucho, me deleito sin nadie que me engañe, disfruto sin testigos."
4. La crítica que Cristo hace de las prescripciones de la ley no afecta precisamente a la ley en sí, puesto que habría llegado, por su mismo dinamismo interno, a la espiritualización deseada por Cristo. Pero los judíos, y más esencialmente los fariseos, bloquearon ese dinamismo a causa de una concepción demasiado material. Esta polémica de Jesús contra el fariseísmo terminó por hacer de este nombre, originariamente sinónimo de piedad y de perfección, el símbolo mismo de la hipocresía. Sin embargo, el cristianismo le debe mucho: en primer lugar, varios de sus apóstoles, entre ellos Pablo; y también la importante doctrina de la resurrección y el canon de las Escrituras, de donde la predicación apostólica ha sacado la mejor de sus fuentes. Responsables de la complicación de las prescripciones legales, los círculos de los fariseos fueron, sin embargo, los primeros que subrayaron la importancia de la caridad en el conjunto de la ley. Se constituyeron también en severos guardianes de su observancia en una época en que el influjo pagano lo invadía todo: fueron los verdaderos servidores del alma del pueblo. Mas para arropar esa alma, los fariseos desfiguraron considerablemente el mesianismo, considerado demasiado peligroso políticamente; acentuaron igualmente las prácticas cultuales, anteponiéndolas a los deberes de la fraternidad humana y de la justicia social. Cristo, que fundamentaba la religión sobre la persona más que sobre la ley y que se orientaba claramente hacia un mesianismo depurado y que atribuía más importancia a los gestos de fraternidad que a las prácticas cultuales (Mt 15, 18-20), tenía que chocar necesariamente con la intolerancia y el integrismo de los fariseos. Proclamó, en contra de ellos, un justo retorno al espíritu de la ley primitiva; levantó el bloqueo del inmovilismo a la ley con el fin de espiritualizarla. Pero de ahí a reducir al fariseísmo a un movimiento de hipocresía (cuando en realidad este defecto era severamente perseguido dentro mismo de los círculos fariseos), hay una distancia que no se puede salvar, ni siquiera aun cuando, en el ardor de la polémica, algunas comunidades cristianas primitivas lo hicieran.
El drama del fariseo es el de toda una humanidad que se atribuye un conocimiento que viene de Dios, puesto que define el bien y el mal y juzga a los hombres, pero que se despliega al final sin el Dios de quien procede. Cristo es el primer hombre que ha podido poner su conocimiento del bien y del mal al servicio de un conocimiento más profundo: el de Dios y de su voluntad. Vivir en la conformidad con esa voluntad libera a Cristo de todo conocimiento del bien y del mal y le permite encontrarse muy libre frente a las leyes y las tradiciones humanas, muy libre frente al pecador. El cristiano, a su vez, examina su conciencia, no para descubrir y analizar en ella el bien y el mal, sino, ante todo, para encontrar la Palabra de Dios y la persona de Jesucristo que vive en él y para él (1 Cor 4, 3-4). La Eucaristía le recuerda cada día esa presencia de Cristo en él y le despierta a sus exigencias. (Maertens-Frisque)
La observancia de exterioridades hace olvidar el culto verdadero. Esto, pues, también es esencial al evangelio y, por tanto, a la fe: donde las tradiciones hacen incomprensible el amor de Dios a cuenta del temor, no habremos de preocuparnos de que a la larga no nos sintamos vinculados por la normativa humana, aun cuando ésta se remita a lugares de la Biblia. (EUCARISTÍA 1988)
Un grupo de fariseos del lugar y algunos letrados o rabinos de Jerusalén, probablemente enviados por el Sanedrín para espiar a Jesús, se escandalizan al ver que los discípulos comían sin lavarse las manos según ordenaba la tradición de los mayores.
El evangelista Marcos, que escribe para los romanos, informa a sus lectores acerca de las costumbres judías. Los lavatorios de los judíos no respondían a una inexplicable necesidad de higiene, sino a exigencias religiosas. Eran purificaciones rituales. Hoy día se extrema hasta tal punto la limpieza que podría pensarse también en una superstición, sobre todo cuando se es tan poco escrupuloso respecto a problemas de justicia. Pero sea lo que fuere de este fenómeno moderno, aquí nos interesa el comportamiento de los fariseos.
Pues bien, estos distinguían entre "puro" e "impuro" y practicaban consecuentemente una serie de purificaciones rituales. En esto iban más allá de lo expresamente mandado en la Ley de Moisés y se atenían a tradiciones humanas. El lavatorio de las manos antes de las comidas constituía buena parte de esas tradiciones codificadas en el Talmud y veneradas por los fariseos como si se tratara de la misma Ley de Dios. La multiplicación de estos lavatorios resultaba poco menos que intolerable a los trabajadores humildes en un pueblo en el que el agua era un bien escaso. Al parecer, los galileos no eran demasiado meticulosos en observar dichas tradiciones, y sabemos que el mismo Jesús produjo un escándalo al sentarse a la mesa de un fariseo sin haberse lavado antes las manos (Lc 11, 37 s).
Los fariseos universalizan lo que no era otra cosa que un hecho anecdótico y acusan al Maestro de que permita a sus discípulos un comportamiento en contra de la "tradición de los mayores". Jesús acepta en principio el planteamiento de la cuestión y, citando al profeta Isaías (29, 13), devuelve la pelota a los fariseos. Les dice que ellos practican un culto vacío, un culto de los labios y no del corazón. Además, que se atienen a preceptos humanos y quebrantan sin escrúpulos los mandamientos de Dios. Pero aún, con el pretexto de dar culto a Dios, le ofende dejando en la miseria a sus propios padres (vv. 9-13; Mt 15, 4-6).
Después se dirige Jesús al pueblo y promulga otra moral muy distinta que invalida de raíz todas las purificaciones rituales.
Lo que importa es la pureza del corazón, la buena voluntad. Pues lo que mancha al hombre no viene de fuera, sino que sale del interior. El que habla aquí es el Hijo de Dios, que está por encima no sólo de las tradiciones de los mayores, sino incluso de la misma Ley de Moisés. Jesús muestra su autoridad lo mismo que en las famosas antítesis del Sermón de la Montaña (Mt 5, 21-14). (EUCARISTÍA 1982)
La preocupación por la pureza denota sensibilidad religiosa. Es en esta línea de sensibilidad en la que hay que entender la preocupación manifestada por los pastores judíos ante la conducta de algunos de los discípulos de Jesús, por más que a nosotros puedan resultarnos sobrepasadas las formas concretas de expresión de esa sensibilidad religiosa. De ellas ofrece Marcos una enumeración en el paréntesis explicativo de los vs. 3-4. La preocupación por la pureza se enmarca, a su vez, en la gran corriente judía formada por la tradición de los mayores. A poco que se conozca lo que es ser judío, se caerá en la cuenta de la fuerza e importancia de la tradición en este pueblo. Es en la tradición donde se articula la esencia de lo judío. La pregunta, pues, de los pastores a Jesús encierra una gravedad suma. Jesús resuelve el problema dentro de lo más pura línea judía, tal como ésta aparece ya esbozada en el texto de Isaías 29, 13 que cita: distinción entre el componente humano y divino de la tradición. Entresacando el texto de sus componentes judíos, puede hablarse de moralidad frente a formalismo (en determinados ambientes el término formalismo se solapa con el de profesionalidad) y de espíritu frente a letra. Enunciada así la problemática, la cuestión resulta fácil y evidente; la práctica, sin embargo, dice que no es ni fácil ni evidente.
Las formas y la letra son, en efecto, absolutamente necesarias: responden a la esencia misma de nuestro ser humano, que es forma corpórea en relación con los demás. La tradición es, desde esta perspectiva, absolutamente necesaria (Alberto Benito).
San Agustín comenta: "Hemos escuchado en el evangelio que sólo contamina al hombre lo que sale de su boca. Si en esta frase nos referimos a la boca en sentido físico nos hallaremos ante un absurdo y una gran necedad. De hecho deberíamos concluir que el hombre no se contamina comiendo, y sí vomitando, dado que el Señor dice: No contamina lo que entra en la boca, sino lo que sale de ella (Mt 15,19-20). En consecuencia, ¿no te harías impuro al comer y sí al vomitar? ¿No te harías impuro al beber y sí al escupir? De hecho, cuando escupes sale algo de tu boca, mientras que, cuando bebes entra algo. ¿Qué quiso decir el Señor con estas palabras: No contamina lo que entra en la boca, sino lo que sale de ella?
Otro evangelista narra, en idéntico contexto, cuáles son las cosas que salen de la boca, para que entiendas que Él no se refería a la boca del cuerpo, sino a la del corazón. Dice, en efecto: Pues del corazón salen los malos pensamientos, las fornicaciones, los homicidios, las blasfemias. Éstas son las cosas que manchan al hombre: el comer con las manos sin lavar no mancha al hombre (Mt 15,1-20; Mc 7,5-23). ¿En qué sentido, hermanos míos, salen esas cosas de la boca, si no es en cuanto salen del corazón, como dice el Señor mismo? Esas cosas no nos manchan cuando las hablamos. Pues, ¿qué acontece si uno no habla, pero piensa el mal? ¿Será puro porque ninguna palabra salió de su boca? Dios, en cambio, ya oyó lo que salió de su corazón.
Fijaos, pues, hermanos; prestad atención a lo que os digo. Nombro el hurto; acabo de mencionar la palabra hurto; ¿acaso me ha contaminado el hurto, por haber pronunciado la palabra? Ved que salió de mi boca, pero no me hizo inmundo. Sin embargo, el ladrón sale en la noche, no pronuncia palabra y con sus obras se hace inmundo. Y no sólo no habla, sino que oculta el crimen en el máximo silencio; hasta tal punto teme que se oiga su voz, que evita hasta el ruido de sus pasos. ¿Acaso es puro por el hecho de que calla de esa manera? Aún diré más, hermanos míos. Imaginaos que aún está acostado en su cama, que aún no se ha levantado para cometer el hurto; está despierto esperando que los hombres cojan el sueño: ya grita a Dios, ya es ladrón, ya es inmundo, ya salió el crimen de su boca interior. ¿Cuándo sale el crimen de la boca? Cuando la voluntad se determina a obrar. Decidiste hacerlo: ya lo has dicho, ya lo has hecho. Si no llevas a cabo la acción en el exterior, quizá la víctima no merecía perder lo que tú estabas dispuesto a quitarle; él nada perdió, pero tú serás condenado por ladrón. Decidiste dar muerte a un hombre: lo dijiste en tu corazón, sonó el homicidio procedente de tu boca interior; el hombre vive aún, pero tú ya eres castigado como homicida. Se pregunta por lo que eres ante Dios, no por lo que apareces ante los hombres.
En verdad sabemos y debemos conocer y retener que el corazón tiene boca y lengua. La misma boca se llena de gozo; en esa misma boca oramos interiormente a Dios, cuando, aunque tengamos cerrados los labios, está abierta nuestra conciencia. Hay silencio, pero grita el corazón. ¿A qué oídos? No a los del hombre, sino a los de Dios. Vive tranquilo; oye aquel que se compadece. Por el contrario, no te quedes tranquilo cuando salen de tu boca cosas malas, aunque no las oiga hombre alguno: las oye quien condena. A Susana no la oían los jueces inicuos; callaba, pero oraba. Los hombres no oían su voz, pero su corazón gritaba a Dios (Dn 13,35ss). ¿Acaso no mereció ser escuchada, por el hecho de que su voz no salió por la boca del cuerpo? Fue escuchada, aunque ningún hombre supo cuándo oró. Por tanto, hermanos, considerad qué tenemos en la boca interior. Examinad vuestro interior para no decir nada malo allí dentro, y así no hacer nada malo fuera. En efecto, el hombre no puede hacer exteriormente, sino lo que ha dicho en su interior. Guarda la boca del corazón del mal y serás inocente; será inocente tu lengua corporal, serán inocentes tus manos; serán también inocentes tus pies, tus ojos, tus oídos. Todos tus miembros servirán a la justicia, si posee tu corazón el emperador justo."
SÍ, TENEMOS QUE CUMPLIR LA LEY:
La primera lectura, por boca de Moisés, nos ha advertido que tendremos vida sólo si cumplimos la voluntad de Dios en nuestra existencia.
En los mandamientos de Dios está la clave del éxito en nuestra vida, y el camino de la felicidad, y la fuente de la verdadera sabiduría. Si el pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento, se sentía tan satisfecho de la cercanía de Dios que les hablaba por los profetas, ¿cuánto más nosotros, los que hemos escuchado la voz del Profeta por excelencia, el Hijo, Cristo Jesús?
El salmo ha insistido en la misma perspectiva: sólo merece el nombre de buen creyente y miembro del pueblo elegido "el que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia... el que no hace mal a su prójimo... El que así obra, nunca fallará".
También la segunda lectura -hoy hemos comenzado a leer la carta de Santiago- nos ha invitado enérgicamente, no sólo a oír la Palabra de Dios (como hacemos en cada Eucaristía), sino a ponerla en práctica, porque si no, nos engañaríamos. Y nos ha dicho que la "religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre" es ayudar a los huérfanos y a las viudas, y no dejarse contaminar con los criterios de este mundo cuando son contrarios a los dé Cristo.
La verdadera sabiduría no está en nuestros instintos o en las modas o estadísticas de este mundo, sino en conocer y seguir la voluntad de Dios, que nos comunica en su Palabra revelada.
PERO NO AL ESTILO DE LOS FARISEOS:
La norma, la ley, es necesaria, y nos sirve de camino para el bien y para la armonía interior y exterior.
Pero Jesús critica en los fariseos un estilo defectuoso en su cumplimiento de la ley. Será bueno que hagamos examen de conciencia, por si también nosotros merecemos estas acusaciones. Los fariseos exageraban en su interpretación de la ley, creando en los demás un complejo de angustia y opresión; como cuando discutían de si los discípulos de Jesús podían en sábado comer unos granos de trigo al pasar por el campo; o si un enfermo podía extender su mano para que la curara Jesús; en el pasaje de hoy la discusión es sobre si tienen que lavarse o no las manos antes de ponerse a comer. ¿Somos así nosotros? ¿somos capaces de perder la paz, y hacerla perder a otros, por minucias insignificantes en la vida familiar o eclesial? ¿sabemos distinguir entre lo que tiene verdadera importancia y lo que no? Son aspectos en que podemos caer como personas y también como institución, incluida la Iglesia como tal, a lo largo de la historia. Los fariseos daban importancia a la apariencia exterior y descuidaban lo interior; Jesús les ataca alguna vez llamándoles "sepulcros blanqueados", limpios por fuera y podridos por dentro. Es el defecto del legalismo o del formalismo exterior. Lo exterior es bueno -la vida está hecha de detalles-, pero no es lo principal; las actitudes interiores hay que cuidarlas más. Jesús nos dice hoy, por ejemplo, que no es tanto lo que comemos o dejamos de comer, sino nuestros sentimientos interiores y las palabras que salen de nuestra boca lo que importa. Es fácil juntar las manos o decir oraciones o cantar o llevar medallas; lo difícil es vivir en cristiano y actuar conforme dicen nuestras palabras.
La Palabra de Dios nos urge hoy, por tanto, a ser cumplidores de la ley y de la voluntad de Dios. Pero con convicción y con amor. No según el estilo de los fariseos, que puede ser el nuestro, tanto si somos eclesiásticos como laicos, jóvenes o mayores. (J. Aldazábal)
No hay comentarios:
Publicar un comentario