1. Jeremías dice de parte de Dios unas palabras de consuelo, que curará ciegos y cojos. "Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos… Seré un padre para Israel". Es un himno de alegría, la marcha llorosa del pueblo se cambia en un volver gozoso, el llanto se transforma en alegría, por el gran amor de Dios hacia Israel. Hay momentos oscuros en los que parece que Dios calla, se oculta... pero nunca se olvida: Dios es siempre fiel con su pueblo. Y ésta debe ser también la razón de nuestra alegría. Cuando nosotros sintamos la tristeza, el abandono, hemos de creer –saber- que Dios sigue ahí a nuestro lado y no tener miedo. Es el buen pastor que cuida de los que van despistados y se preocupa de que nadie se quede en el camino. El corazón de Dios es el de un padre que nos quiere con locura, es Padre de Israel.
2. El Salmo recuerda cómo "el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres": "nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares", y es que uno canta cuando está contento, porque con Dios vamos bien, aunque a veces lo hemos pasado mal: "los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas". Es un cantar para la fiesta de la cosecha, cuando todo es alegría, y así el torrente de agua viva que hace florecer toda la tierra en primavera, hace que las semillas del grano de trigo que mueren bajo tierra den lugar al nacimiento a la alegría de las cosechas. Esto recuerda la salida de la esclavitud de Egipto y la conquista de la tierra prometida, la cárcel de Babilonia y la liberación y reconstrucción de Jerusalén, y la única verdadera "liberación" que es la Pascua de Jesús. Jesús habla de la "semilla" muchas veces, y del grano de trigo y de sembrar y de dar fruto. Ante los fracasos hemos de pensar que Jesús está ahí, en nuestro corazón, y que nos dice "venga, no te rajes, que tú puedes", y con su fortaleza damos un paso más, y aquello se va haciendo como una bola de nieve, que al principio cuesta, pero se va volviendo más grande, y lo que costaba mucho ya no nos cuesta: estudiar, pedir perdón, hacer las paces, o lo que sea… nos vamos haciendo más fuertes, más bondadosos, con un corazón cada vez más grande, si lo hacemos todo con Jesús, que no quiere que nos amarguemos cuando algo no nos sale sino que lo arreglemos enseguida con humildad, con alegría, volviendo a comenzar enseguida.
Nuestra esperanza no es la vaga esperanza de que las cosas se arreglarán algún día, en el cielo… Es la certeza de que Dios "está en acción" para curarnos hoy, cada día, está haciendo madurar la cosecha. Dios quiere sólo nuestra colaboración. La salvación es un "don gratuito". Entonces la risa llena nuestra boca, ¡el canto nuestra lengua! La admiración y belleza de este canto continúan en el de la Virgen después de la Anunciación cuando exclama: "porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso". Y hará grandes cosas con nosotros si le dejamos hacer: "nos parecía soñar".
3. La Carta a los Hebreos nos dice esta semana que Jesús ha sido proclamado por Dios: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», y «Tú eres sacerdote eterno.» Es el sacerdocio de Cristo, y de ahí viene que somos con Él sacerdotes. Cuando yo vivía en Roma un seminarista amigo, alemán, me decía que ser sacerdote es lo más importante que se puede ser en la vida. Le dije que celebrar Misa era lo más alto, pero que la santidad no era eso, que mi madre era mucho más santa que yo y no era sacerdote. Eso le hizo pensar y no confundir dos cosas: misión de cada uno en la Iglesia, la función que tenemos, y la importancia de la santidad que está en otra cosa, en el amor, porque entonces sería menos importante una mujer por no poder ser sacerdote. Lo esencial en la Iglesia es la santidad, como vemos en María Virgen. Lo más importante en mi vida es mi ser hijo de Dios, mi sacerdocio real, lo que aprendí de mi madre: procurar tener buen corazón, hacer el bien, y para eso, rezar a mi Dios, a mi Jesús. Las oraciones aprendidas de mi madre, al levantarme y acostarme, tratar a Jesús y María, y pedir ayuda a mi ángel de la guarda, cosas que aunque abandonemos en algún momento nunca olvidaremos. La Misa de los domingos en familia, la primera comunión y las siguientes con una preparación exquisita, por parte de la parroquia. Cuando vemos que la gente nos quiere, nos sentimos en casa, y nos quedamos con ellos. Esto es lo que pasó con Jesús y la Iglesia, la familia de los cristianos, los amigos de Dios. Y algunos de estos son sacerdotes para seguir lo que Jesús nos dejó, los Sacramentos. Este año está dedicado a rezar por los sacerdotes, y podemos hacer una oración especial por ellos, y para que haya más y sobre todo sean santos, buenos.
4. El Evangelio nos dice que Jesús sale de Jericó camino de Jerusalén. Va con sus discípulos y más gente. De pronto se escuchan unos gritos. Es un mendigo ciego que, desde el borde del camino, se dirige a Jesús: «Hijo de David, ten compasión de mí». Su ceguera le impide disfrutar de la vida como los demás. Él nunca podrá peregrinar hasta Jerusalén. El mendigo ciego Bartimeo está sentado en el camino de la vida. Entonces los caminos eran los lugares de paso; por tanto, todos los que deseaban encontrarse con la gente iban a los caminos. Jesús camina con nosotros. Al oír que pasaba Jesús, lo llama por su nombre: Jesús, Hijo de David. Decir el Nombre de Jesús salva. Jesús se acerca, a pesar de que la gente trata de alejar al ciego del Señor. San Josemaría comentaba con frecuencia esta escena: "¿No te entran ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino, de ese camino de la vida… a ti, que te faltan luces…: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí? ¡Qué hermosa jaculatoria, para que la repitas con frecuencia!".
"Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: - «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: - «Llamadlo.» Llamaron al ciego, diciéndole: - «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús" A veces hemos de dejar cosas, para seguir mejor a Jesús, porque cargados de tonterías no podemos seguirle.... y "comienza un diálogo divino, un diálogo de maravilla, que conmueve, que enciende, porque tú y yo somos ahora Bartimeo. Abre Cristo la boca divina y pregunta: …¿qué quieres que te conceda? Y el ciego: Maestro que vea… Yo no puedo dejar de recordar que, al meditar este pasaje muchos años atrás, al comprobar que Jesús esperaba algo de mí -¡algo que yo no sabía qué era!-, hice mis jaculatorias. Señor, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Presentía que me buscaba para algo nuevo y Maestro, que vea- me movió a suplicar a Cristo, en una continua oración: Señor, que eso que Tú quieres, se cumpla… Ahora es a ti, a quien habla Cristo. Te dice: ¿qué quieres de Mí? ¡Que vea, Señor, que vea! Y Jesús: anda, que tu fe te ha salvado. E inmediatamente vio y le iba siguiendo por el camino. Seguirle en el camino. Tú has conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el camino. Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de Cristo, ser el mismo Cristo: pues tu fe, fe en esa luz que el Señor te va dando, ha de ser operativa y sacrificada… hemos de andar a su ritmo con obras llenas de generosidad, arrancando y soltando lo que estorba."
Hace algunos años, en los Juegos Olímpicos Especiales de Seattle, nueve participantes, todos con discapacidad mental o física, se alinearon para la partida de la carrera de los 100 metros lisos. A la señal, todos partieron, no exactamente rápidos, pero con ganas de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar. Todos, menos un muchacho que tropezó en la pista, cayó rodando y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Entonces, se voltearon y regresaron. Una de las muchachas, con Síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso al muchacho y dijo: "Listo, ahora te vas a mejorar."
Entonces, los nueve competidores se dieron los brazos y caminaron juntos hasta la meta. El estadio entero se levantó y los aplausos duraron muchos minutos. Todavía hoy, las personas que ahí estaban siguen repitiendo esta historia. Jesús estuvo ahí, en esos chicos, abriendo los ojos a los que miraban, para que aprendieran que la vida se vive mejor com-partiendo que com-pitiendo.
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