viernes, 13 de noviembre de 2009

Lunes de la 23ª semana de Tiempo Ordinario. Ser ministro de evangelización va unido a los sufrimientos, en la confianza de unirse a Cristo en su redención. Jesús no se para en menudencias sino que va al fondo de la ley: el amor

 

 

Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,24-2,3. Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A éstos Dios ha querido dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo: ésta es mi tarea, en la que lucho denonadamente con la fuerza poderosa que él me da. Quiero que tengáis noticia del empeñado combate que sostengo por vosotros y los de Laodicea, y por todos los que no me conocen personalmente. Busco que tengan ánimos y estén compactos en el amor mutuo, para conseguir la plena convicción que da el comprender, y que capten el misterio de Dios. Este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer.

 

Salmo 61,6-7.9.  R. De Dios viene mi salvación y mi gloria.

Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré.

Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón, que Dios es nuestro refugio.

 

Santo evangelio según san Lucas 6,6-11. Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenla parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: -«Levántate y ponte ahí en medio.» Él se levantó y se quedó en pie. Jesús les dijo: -«Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?» Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: -«Extiende el brazo.» Él lo hizo, y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús.

 

Comentario: 1.- Col 1,24-2,3 (para 1, 24-29 ver domingo16, C). Dos cosas fundamentales hace Pablo en su ministerio: evangelizar y sufrir. La principal es, naturalmente, la evangelización. Dios le ha nombrado ministro y anunciador del "misterio que ha tenido escondido desde siglos y que ahora ha revelado a su pueblo". Este misterio es la salvación en Cristo, o, como él dice: "que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria". O bien: "este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer". Para cumplir este ministerio, Pablo está dispuesto a soportarlo todo. Habla del "empeñado combate" que libra en las varias comunidades: "amonestamos a todos, enseñamos a todos, para que todos lleguen a la madurez en su vida cristiana: ésta es mi tarea, en la que lucho denodadamente". En esta lucha, Pablo ha asumido también el sufrimiento: "me alegro de sufrir por vosotros". La razón profunda de esta disponibilidad es: "así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia".

Si nosotros tuviéramos ese "motor" de la fe en Cristo, también estaríamos dispuestos a cualquier cosa para poderlo anunciar, que es a lo que hemos sido llamados todos los cristianos: padres, amigos, educadores, sacerdotes, religiosos. Si no evangelizamos -por pereza o por frialdad o por miedo- tal vez muchas personas se quedarán sin enterarse de ese plan salvador que Dios quiere dar a conocer a todos. La condición es que nosotros mismos estemos convencidos, que Cristo sea "para nosotros la esperanza de la gloria" y la razón de ser de todo. Entonces seremos tan valientes y generosos como Pablo. Él escribe esta carta desde la cárcel, donde está detenido por predicar a Cristo. Pero no le pueden hacer callar. Mirándonos en el espejo de Pablo, ya sabemos que seguramente nos tocará sufrir. Pero, como él, hemos de alegrarnos de poder sufrir, porque así nos incorporamos al dolor del mismo Cristo, en su misterio pascual, y contribuimos a la salvación de los demás. Cuando celebramos la Eucaristía, memorial del sacrificio de Cristo, podemos aportar al altar, incluidos simbólicamente en el pan y el vino que aportamos, "los gozos y las fatigas de cada día", como nos invita a veces el sacerdote antes de la oración sobre las ofrendas. Unimos a la ofrenda definitiva de Cristo lo que hayamos tenido que sufrir para ser fieles testigos suyos en el mundo, contentos de incorporar nuestra pequeña cruz a la de Cristo. Es valiente la afirmación de Pablo: "completo en mi carne los dolores de Cristo". ¿Qué le falta a la pasión de Cristo? Que sea también nuestra. Así hay un intercambio misterioso: el dolor de Cristo se hace nuestro y el nuestro se une al suyo. Y así podemos colaborar con él en la llegada del Reino a este mundo.

-Hermanos, ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros... ¿Cuál es el secreto que permite a un hombre alegrarse en el sufrimiento? Un secreto maravilloso porque ha de asegurar una alegría perpetua tanto en las situaciones felices, como en las conflictivas, que nos ponen a prueba. Ello es tanto como decir ¡una alegría indestructible! Porque lo que falta a las tribulaciones de Cristo, lo completo en mi carne en favor de su cuerpo que es la Iglesia. He ahí el secreto: Pablo contempla a Jesús crucificado y se ve continuando la gran obra de Jesús, la redención. Así, sus propios sufrimientos, lejos de abatirle, le hacen encontrar de nuevo a Cristo y estar en comunión con su misterio. B. Pascal interpretó bien este mismo pensamiento: «Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo.» Cual sería la transfiguración de mi sufrimiento, si yo supiese ver en él: una participación a la Pasión. No sufrir solo, sino «con Jesús». No considerar la prueba como algo meramente negativa, sino como una realidad positiva... Señor te ofrezco tal prueba... y tal otra...

-De cuya Iglesia he llegado a ser ministro... No solamente por su palabra, sino por su vida ofrecida en semejanza a la de Cristo.

-Para dar cumplimiento al misterio escondido desde siglos y generaciones y manifestado ahora a los miembros de su pueblo santo. El "misterio", en el lenguaje de san Pablo es el «proyecto de Dios», del cual dice Pablo que estaba escondido hasta ahora y ya no lo está.

-Porque Dios ha querido darles a conocer en qué consiste, en medio de las naciones paganas, la riqueza de la gloria de ese misterio que es Cristo entre vosotros... He aquí pues el proyecto de Dios: la extensión a los paganos de la Alianza reservada hasta entonces a los hijos de Israel. Y esta nueva alianza se resume en una palabra: «Cristo en medio de vosotros»... Era ya lo que Pablo afirmaba hablando de sus sufrimientos, fuente de alegría. ¿Me dejo investir por esa presencia de Cristo, siempre aquí? ¡El, la esperanza de la gloria! Vivir en la convicción de no estar nunca solo, es ya algo extraordinario. Pero esto no es más que un pequeño comienzo: vivimos también en la esperanza de estar con El eternamente, en la gloria del cielo. ¡Señor, que no lo olvide nunca!

-Trabajamos... a fin de llevar a todo hombre a su perfección en Cristo. Crecer, parecerse más y más a Cristo. Amar más y más.

-Por esto precisamente me afano, luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí. ¿Consideramos la densidad de esas afirmaciones sorprendentes? La fuerza de Pablo no es suya, es la fuerza de Cristo en él. ¡Señor, actúa en mí! ¡Señor, sé mi fuerza!

-El misterio de Dios es Cristo en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Los «tesoros escondidos» son los de la divinidad: conocer el Amor absoluto, infinito, eterno (Noel Quesson). El sentido de aceptación del sufrimiento, como de toda penitencia, es un absurdo si no se vive la esperanza…

2. Juan Pablo II comenta: "Acaban de resonar las dulces palabras del salmo 61, un canto de confianza, que comienza con una especie de antífona, repetida a mitad del texto. Es como una jaculatoria serena y fuerte, una invocación que es también un programa de vida: "Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré" (vv 2-3 y 6-7).

Sin embargo, este salmo, en su desarrollo, contrapone dos clases de confianza. Son dos opciones fundamentales, una buena y una mala, que implican dos conductas morales diferentes. Ante todo, está la confianza en Dios, exaltada en la invocación inicial, donde entra en escena un símbolo de estabilidad y seguridad, como es la roca, "el alcázar", es decir, una fortaleza y un baluarte de protección.

El salmista reafirma: "De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme; Dios es mi refugio" (v 8…) esta invitación a evitar la confianza perversa, y a elegir la que nos lleva a Dios, vale para todos y debe convertirse en nuestra estrella polar en la vida diaria, en las decisiones morales y en el estilo de vida.

Ciertamente, se trata de un camino arduo, que conlleva también pruebas para el justo y opciones valientes, pero siempre marcadas por la confianza en Dios (cf. Sal 61,2). A esta luz, los Padres de la Iglesia vieron en el orante del salmo 61 la prefiguración de Cristo, y pusieron en sus labios la invocación inicial de adhesión y confianza total en Dios.

A este respecto, en su Comentario al salmo 61, san Ambrosio argumenta así: "Nuestro Señor Jesucristo, al tomar la carne del hombre para purificarla en su persona, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer inmediatamente sino borrar el influjo maléfico del antiguo pecado? Por la desobediencia, es decir, violando los mandamientos divinos, se había infiltrado el pecado. Por eso, ante todo tuvo que restablecer la obediencia, para apagar el foco del pecado... Él personalmente tomó sobre sí la obediencia, para transmitírnosla a nosotros"".

3.- Lc 6, 6-11. De nuevo la tensión en torno al cumplimiento del sábado. Esta vez no por las espigas que comían por el campo, sino por una curación hecha en la sinagoga precisamente en sábado. Jesús se da cuenta del dolor de aquel hombre. El enfermo con el brazo paralizado no le dice nada, pero se debía leer en su cara la súplica. Los fariseos están al acecho para ver qué hará. Jesús "sabía lo que pensaban", y primero les provoca con su pregunta: "¿qué está permitido en sábado?". No contestaron. Entonces Jesús, "echando una mirada a todos" (Lucas no dice, como Marcos, que esta mirada estuvo "llena de ira y tristeza"), curó al buen hombre. La reacción no se hizo esperar: "ellos se pusieron furiosos".

Es evidente que Jesús no desautoriza aquella institución tan válida del sábado, el día dedicado al culto de Dios, a la alegría, al descanso laboral, a la oración, a la vida de familia, al agradecimiento por la obra de la creación. Más aún, parece como si él ese día acumulara sus gestos curativos y salvadores. Lo que critica es una comprensión raquítica, más preocupada por cumplir unas normas, muchas veces inventadas por las varias escuelas, que por el espíritu de fe que debe impregnar la vivencia de este día. No se podrá trabajar en sábado, y por tanto no habrá que hacer curas médicas a no ser que sean necesarias. Pero extender el brazo y decir una palabra de curación ¿es trabajar? El recoger unas espigas y comer sus granos al pasear por el campo, ¿es un trabajo equiparable a la siega? Las escuelas de los fariseos habían llegado a interpretar el sábado convirtiéndolo en día de preocupación casuística en vez de en día de libertad. Jesús enseña actitudes más profundas, más preocupadas por el espíritu que por la letra. Y nosotros tendríamos que aplicar esta enseñanza a muchos detalles de nuestras normas de vida. Las normas están muy bien, y son necesarias, pero sin llegar a un legalismo formalista. No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre (cf. Mc 2,27). Hay instituciones muy válidas y llenas de espíritu: el domingo cristiano, la celebración de la Eucaristía, el rezo de la Liturgia de las Horas. Realidades que tienen importancia para la vida de fe, y que necesitan, dado su carácter de comunitarias, unas normas para su realización. Pero en la historia a veces se han seguido las normas de una manera tan estricta y minuciosa que quizá se ahogaba la alegría de la celebración. Es compatible el rigor de la liturgia con esponjar el ánimo y alegrarse con Dios y dedicarle una alabanza sentida y celebrar su comida pascual en el día consagrado a él, es decir que haya interioridad y no se limite a crear un clima de mero cumplimiento exterior. Lo mismo pasa con la relación entre el culto (la celebración de la sinagoga en sábado) y la caridad fraterna (¿puedo curar a este buen hombre?). Para Cristo hay que saber conjugar las dos cosas. Va a la sinagoga, porque es sábado, pero también cura el brazo paralítico de aquella persona. Y, por el tono del relato, se nota claramente que da prioridad a la persona que a la institución.

Los cristianos debemos rezar y celebrar la Eucaristía en domingo. Y a la vez, precisamente ese día, nos deberíamos mostrar fraternos y sanantes, con detalles de caridad y buen corazón con las personas cercanas que, aunque no nos lo pidan, ya sabemos que necesitan nuestro interés y nuestro cariño (J. Aldazábal).

Las actitudes farisaicas se refugian en fáciles preceptos cúlticos para huir del hombre. No es fácil soportar en la tierra a Aquel que declara el fin de la falsedad, de la opresión, de la religión fácil y cómoda. Todo el problema de las tinieblas es lograr hacer desaparecer la luz: "Ellos (los fariseos)... deliberaban entre sí, qué harían a Jesús". El "pecado" de Jesús fue hacer el bien y poner en carne viva el problema de una religión oprimida y seca, para la cual hacer el bien era lo más pecaminoso.

-Otro sábado Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar... "Todavía"... un día de sábado. Era otro sábado. Esto subraya esa costumbre de Jesús, esa fidelidad regular. Cada sábado Jesús asistía a la reunión de plegaria. Ayúdame, Señor, en mis "fidelidades" necesarias... en las regularidades que he decidido... Hay cantidad de experiencias humanas -y la oración es una de ellas- que no adquieren un valor decisivo más que a condición de que las vayamos repitiendo a fin de que, como un gota a gota incansablemente renovado, calen en la vida.

-Había allí un hombre que tenía el brazo derecho atrofiado... Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado y encontrar de qué acusarlo. Jesús conocía sus pensamientos... Muchas veces los evangelistas subrayan que Jesús era un "conocedor del corazón humano" (Jn 1,48; 2,24; 4,17; 6,61) Esto era, en El, un don divino, pero que, por razón de la ley de encarnación, se expresaba en forma de una agudeza psicológica particular. Así nos encontramos a veces con personas dotadas de una facultad especial para leer en los corazones... y adivinar, por señales casi imperceptibles, ciertas realidades escondidas. Humanamente eso viene de una "atención al otro", de una capacidad de "ponerse en lugar de los otros".

-Dijo al hombre del brazo atrofiado: "Levántate y ponte ahí en medio de todos." El texto no dice que el hombre pidiera el milagro. Jesús toma la iniciativa precisamente porque prestaba atención a ese desgraciado. Señor, danos esa delicada atención de simpatía por los que sufren. Haznos "descubrir" las penas ocultas.

-"Os pregunto: ¿Qué es lo que está permitido en sábado, hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o acabar con ella? Tratemos de comprender bien lo que se juzga detrás de esa pregunta. Los fariseos tenían un tal sentido del "honor de Dios" que era preciso cuidar de su Gloria ante todo: el descanso obligatorio del sábado tenía ese sentido. Ahora bien Jesús no viene a discutir ese sentido de la Gloria de Dios; pero, en lugar de considerarla una mera observancia legalista, va hasta el fondo de la razón que justifica el sábado; entiende que la Gloria de Dios es exaltada en primer lugar por el "bien" que se hace a los desgraciados, por la "vida salvada" a alguien. Si contraviene a una tradición, no es para destruir el sábado, sino para honrarlo en profundidad. Liberar a un pobre enfermo de su mal, es, para Jesús, un modo más verdadero de santificar el "día del Señor", que dejar a un hombre en el sufrimiento, por el pretendido honor de Dios. Ayúdanos, Señor, a superar las sumisiones y las obediencias formales: haz que comprendamos desde el interior lo que Dios nos pide cuando nos pide algo... haz que captemos que Dios no es ante todo un amo que desea doblegar a las personas, sino un Padre que ha dado unas leyes para el bien de sus hijos, un Salvador que desea "hacer el bien... salvar vidas".

-Entonces, echando una mirada a todos, le dijo al hombre: "Extiende tu mano". Lo hizo y su mano quedó normal. ¡Es importante la mano! Una vez más, Dios hizo el "bien".

-Ellos, furiosos, discutían qué podrían hacer con Jesús. ¡Se sospecha de El que prefiere el hombre a la Gloria de Dios! ¡Se estancan en las reglas formales del sábado que prohibían cualquier trabajo (Noel Quesson).

v.9: ¿Es lícito en sábado "hacer bien" o es necesario "hacer mal"? La omisión del bien es un mal. ¿Quién querrá decir que la ley del sábado prohíba que se haga el bien y exija que se haga el mal? El sábado es para los judíos, no sólo día de reposo, sino también día destinado a hacer bien y día de alegría. La comida de día de fiesta, el estudio de la ley y la práctica del bien lo convierten en día de fiesta y de alegría. Para viajeros necesitados había que tener comida preparada. ¿Habría que olvidar todo esto? Jesús vuelve a restablecer el verdadero sentido del sábado. Ha de ser un día en el que se disfrute y se proporcione alegría a los demás. Se realiza el sentido del sábado haciendo bien a personas que sufren, usando misericordia. "Misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6.6).

Jesús sitúa a sus adversarios ante esta alternativa: ¿Se ha de salvar una vida en sábado, o se ha de dejar que se pierda? El texto griego no habla de la vida, sino del "alma", que es vida y algo más: vida consciente. El hombre que está en medio quiere vivir, vivir sano, no sólo vegetar, quiere sentir gozo de vivir.

¿Es esto posible a un hombre que tiene seca la mano derecha, que no puede trabajar y tiene que vivir de la ayuda ajena? El reposo sabático se explica por la comparación con el reposo de Dios una vez terminada la obra de la creación: "Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo día es día de descanso, consagrado a Yahvé, tu Dios, y no harás en él trabajo alguno" (Ex 20,8ss). Pero el descanso de Dios no consiste en no hacer nada, sino en vivir la obra, en gozar de ella. "Dios se gozó en su obra" (Sal 104,31). El sábado es día en que se vive la vida, en que se goza de la obra, día de glorificación de Dios. ¿No se ha de restablecer mediante la curación este sentido más profundo del sábado? ¿En vez de la vida habría que elegir la ruina? (...).

Jesús tiene una idea de Dios distinta de la suya. Su Dios es el Dios de la misericordia, el Dios que se acerca a los hombres; el Dios de ellos es el inaccesible, que está sencillamente por encima de los hombres. (...).

v.10:La mano volvió a quedar sana. La restauración del universo forma parte del cuadro de los tiempos mesiánicos. Lo que ahora comienza será llevado a la perfección. "El cielo debe retener (a Jesús) hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas desde antiguo" (Hch 3,21). Mediante la curación muestra Jesús que le está permitido restaurar el sentido del sábado según la mente de Dios, ya que él mismo aporta la restauración de todas las cosas. El sábado es figura del gran reposo sabático de Dios (Hb 4,8ss), que se iniciará cuando sean restauradas todas las cosas y todo haya alcanzado su acabada perfección (El NT y su mensaje, Herder).

Lucas y Marcos relatan este episodio de la curación del hombre de la mano seca, un día de sábado. Uno y otro lo sitúan en el cuadro de las polémicas suscitadas por la enseñanza del joven rabí Jesús sobre las insistencias esclerotizadas de la religión: reglas de la pureza en las comidas (Lc 5,29-32), de ayuno (Lc 5,33-38) y de reposo sabatino (Lc 6,1-11). Pero Lucas no concede gran interés a estas discusiones poco comprensibles para lectores de origen pagano. Se contenta con narrar los hechos sin conformarlos con reflexiones personales o conclusiones doctrinales. No retiene, por tanto, las notas de Mc 3, 5 sobre el endurecimiento de los fariseos y suprime toda alusión a la cólera de Jesús (Mc 3,5).

Lucas evoca, sin embargo, el conocimiento que Jesús posee del corazón humano (v 8; cf Jn 1,48; 2,24-25; 4, 17-19; 6, 61-71, etc.). Así Cristo tiene no solamente un conocimiento más profundo que los otros rabinos de la ley que enseña, sino que conoce mejor a los hombres. Ahí reside el secreto de la autoridad con la que enseña y que le coloca por encima de todos los demás (cf. Lc 4, 32).

En la época del Señor, el ejercicio de la medicina y los cuidados personales estaban estrictamente anulados el día del sábado. ¡Más valía que sufriera el enfermo antes que el honor de Dios! Comprendiendo que la gloria de Dios está servida en primer lugar por la bondad hacia los infelices (v. 9), Jesús no duda en practicarla para honrar el sábado. Liberar a un pobre de las cadenas del mal, ¿no es una manera más profunda de santificar este día aniversario de la liberación de Egipto que el mantenerlo en la esclavitud en pro del pretendido honor de Dios? El sábado era observado porque estaba ordenado por la ley de Dios y constituía una característica por la que el judío se distinguía del mundo pagano ambiente. Grande fue, por tanto, el escándalo cuando el rabí Jesús osó poner en tela de juicio, no la ley, sino la manera de obedecerla y cuando fue sospechoso de preferir el hombre a la gloria de Dios. El judaísmo situaba en general todas las prescripciones del Antiguo Testamento sobre el mismo plano, puesto que todas ellas eran igualmente órdenes de Dios, pero concedía una cierta preferencia a las prescripciones cultuales en las que el hombre se eclipsa aún más ante el honor de Dios. Así ocurría con la circuncisión y con el sábado. De hecho, Jesús reconoce que la ley representa la voluntad de Dios, pero le niega una autoridad puramente formal y externa. El hombre debe interpretar la Escritura para reconocer en ella el mandato de Dios. Por otra parte, sólo hay obediencia verdadera allí donde el hombre reconoce que la orden le concierne. Es esta, además, la razón por la que puede realizar actos en comunión con Dios allí donde no existe ningún mandamiento preciso. Este es el sentido, al parecer, de la pregunta planteada por Jesús en el v.9: es en todo caso el de la verdadera obediencia. Cristo desprecia a los fariseos que se creen perfectos porque son fieles a la ley, pero que, en el fondo, son infieles porque han ahogado toda noción de fraternidad y de solidaridad. Existe, pues, una obediencia más radical que la sumisión a la ley; la que cumple el ego más profundo, allí donde Dios está presente, más allá del miedo de haber faltado al deber y del desprecio de los que juzgan al prójimo desde fuera, sin conocer su corazón (Maertens-Frisque).

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