Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 13,8-10. Hermanos: A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás» y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera.
Salmo 111,1-2.4-5.9. R. Dichoso el que se apiada y presta.
Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita.
En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos.
Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad.
Evangelio según san Lucas 14,25-33. En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: -«Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mio. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar. ¿0 qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»
Comentario: 1.- Rm 13,8-10 (ver domingo 23A). Sigue Pablo, en este breve pasaje, apuntando a la vida de la comunidad y las condiciones para su funcionamiento. La idea que le interesa subrayar es que "el que ama, tiene cumplido el resto de la ley". Todos los demás mandamientos son comentario y acompañamiento. Todos "se resumen en esta frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Jesús, el Maestro, nos dijo que el amor es el principal mandamiento. El que ama a Dios y al prójimo, cumple todo lo que hay que cumplir. Pablo insiste, aquí, en el amor al prójimo, porque está describiendo la vida de una comunidad cristiana, que ayer comparaba a un cuerpo en el que todos tienen que colaborar para el bien común. Ya sabemos lo difícil que es "amar al prójimo como a nosotros mismos". La medida del amor fraterno, a veces, es "como Dios ama a todos". Otras, "como yo, Cristo, os he amado". Y aquí, "como a ti mismo." Las tres medidas son difíciles, porque suponen radicalidad, gratuidad en el amor, salir de sí mismos y buscar el bien de los demás. ¡Cuántas ocasiones tenemos, al cabo del día, en la vida de familia o en cualquier otra comunidad o ambiente, para mostrar esta actitud, la fundamental de los cristianos! No se nos piden milagros. Se nos piden detalles de amor y delicadeza con los demás. ¿No sigue siendo verdad, también en nuestros tiempos, que "en las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo"? ¿no comunicamos luz y esperanza a los que viven con nosotros cuando les tratamos bien?
Al fin de cada jornada (y en los retiros mensuales o anuales, o cuando acudimos al sacramento de la Penitencia), la pregunta básica que nos podemos hacer es ésta, tan sencilla y profunda: ¿he amado? En el fondo, siempre está la promesa: "a mí me lo hicisteis".
-Pues el que «ama" al otro tiene cumplida la Ley. Es lo que Jesús había dicho ya. El amor es el compendio de la Ley. "Aquel que ama a los demás"... una definición del cristiano. ¡Cuán lejos solemos estar de esto, Señor! Ayúdanos a no soñar en este amor, sino a llevarlo a la práctica humildemente, modestamente, cada día. Guardo un momento de silencio para convencerme nuevamente de esta necesidad: Oigo que Jesús me lo repite... oigo que Pablo me lo repite... oigo que el mundo actual, tan exigente con los cristianos en este sentido, me lo repite. Descubrir de nuevo mis puntos de inserción concretos, en este amor a los demás. ¿A quién... tengo que amar? ¿Cómo... debo amarlos? ¿Qué gestos, qué actitudes, qué palabras, qué compromisos... esperan los demás de mí?
-La Ley dice: «No cometerás adulterio, no matarás, no robarás... no codiciarás..... Estos mandamientos y todos los demás se resumen en esta fórmula: amarás al prójimo como a ti mismo. Es más que un resumen, es un cambio completo de perspectiva. Se pasa de lo "negativo", de lo "interdicto", de lo «permitido y de lo prohibido"... no... no... A lo "positivo", al "dinamismo interior", a la exigencia infinita... ¡ama!
Las reglas de la Ley son una especie de "minimum": Cuando las hemos cumplido, podemos creer que estamos en regla. Pero el amor es una "llamada", dirigida a todos. El fariseo de la parábola "estaba en regla". Jesús dice que no quedó justificado. El publicano, en cambio, era un pobre pecador, que no estaba en regla con la Ley, pero que estaba "abierto al amor". Jesús dice que éste quedó justificado.
-El amor no hace mal al prójimo. «Hacer un mal". Dañar a... La expresión es fuerte y nueva. Comparar la fórmula: «Hacer el mal»... con "hacer un mal"... En el primer caso, se está ante una abstracción, ante un principio. En el segundo, se está ante "alguien", ante una persona. ¡Ayúdanos, Señor, a no hacer daño a nadie! Al menos, voluntariamente. Ayúdanos a sanar, en lo posible, las heridas que hemos podido causar (Noel Quesson).
La Ley y los profetas se resumen en el amor. Quien no ama a su prójimo no conoce a Dios, porque Dios es amor. Toda la Escritura nos hace conocer el amor que Dios nos tiene; y por eso, si queremos escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios, hemos de llegar al amor perfecto; si no caminamos hacia esa perfección en vano creemos en Dios, y en vano querremos hacer nuestra su Vida. Sabemos que hemos pecado. Y el pecado ha oscurecido en nosotros el amor y la capacidad de amar. Cristo ha venido a liberarnos del pecado y de la muerte. El hombre reconciliado es aquel que ha recuperado, por medio de Cristo, la capacidad de amar. El hombre perfecto en Cristo es aquel que ama como nosotros hemos sido amados por Él. Hagamos nuestro el amor de Cristo y lleguemos a la perfección que Dios quiere de nosotros.
2. Sal. 111. Juan Pablo II comentaba sobre la Felicidad del justo, también en relación con las fiestas de Todos los Santos del cielo y todos los Fieles Difuntos. "Iluminados por la fe, contemplamos el enigma humano de la muerte con serenidad y esperanza. Según la Escritura, más que un final, es un nuevo nacimiento, es el paso obligado a través del cual pueden llegar a la vida plena los que conforman su vida terrena según las indicaciones de la palabra de Dios. El salmo 111, composición de índole sapiencial, nos presenta la figura de estos justos, los cuales temen al Señor, reconocen su trascendencia y se adhieren con confianza y amor a su voluntad a la espera de encontrarse con él después de la muerte. A esos fieles está reservada una "bienaventuranza": "Dichoso el que teme al Señor" (v 1). El salmista precisa inmediatamente en qué consiste ese temor: se manifiesta en la docilidad a los mandamientos de Dios. Llama dichoso a aquel que "ama de corazón sus mandatos" y los cumple, hallando en ellos alegría y paz.
La docilidad a Dios es, por tanto, raíz de esperanza y armonía interior y exterior. El cumplimiento de la ley moral es fuente de profunda paz de la conciencia. Más aún, según la visión bíblica de la "retribución", sobre el justo se extiende el manto de la bendición divina, que da estabilidad y éxito a sus obras y a las de sus descendientes: "Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia" (vv 2-3; cf. v. 9). Ciertamente, a esta visión optimista se oponen las observaciones amargas del justo Job, que experimenta el misterio del dolor, se siente injustamente castigado y sometido a pruebas aparentemente sin sentido. Job representa a muchas personas justas, que sufren duras pruebas en el mundo. Así pues, conviene leer este salmo en el contexto global de la sagrada Escritura, hasta la cruz y la resurrección del Señor. La Revelación abarca la realidad de la vida humana en todos sus aspectos. Con todo, sigue siendo válida la confianza que el salmista quiere transmitir y hacer experimentar a quienes han escogido seguir el camino de una conducta moral intachable, contra cualquier alternativa de éxito ilusorio obtenido mediante la injusticia y la inmoralidad.
El centro de esta fidelidad a la palabra divina consiste en una opción fundamental, es decir, la caridad con los pobres y necesitados: "Dichoso el que se apiada y presta (...). Reparte limosna a los pobres" (vv 5.9). Por consiguiente, el fiel es generoso: respetando la norma bíblica, concede préstamos a los hermanos que pasan necesidad, sin intereses (cf. Dt 15,7-11) y sin caer en la infamia de la usura, que arruina la vida de los pobres. El justo, acogiendo la advertencia constante de los profetas, se pone de parte de los marginados y los sostiene con ayudas abundantes. "Reparte limosna a los pobres", se dice en el versículo 9, expresando así una admirable generosidad, completamente desinteresada…
Nosotros fijamos nuestra mirada en el rostro sereno del hombre fiel, que "reparte limosna a los pobres" y, para nuestra reflexión conclusiva, acudimos a las palabras de Clemente Alejandrino, el Padre de la Iglesia del siglo II, que comenta una afirmación difícil del Señor. En la parábola sobre el administrador injusto aparece la expresión según la cual debemos hacer el bien con "dinero injusto". Aquí surge la pregunta: el dinero, la riqueza, ¿son de por sí injustos?, o ¿qué quiere decir el Señor? Clemente Alejandrino lo explica muy bien en su homilía titulada "¿Cuál rico se salvará?" Y dice: Jesús "declara injusta por naturaleza cualquier posesión que uno conserva para sí mismo como bien propio y no la pone al servicio de los necesitados; pero declara también que partiendo de esta injusticia se puede realizar una obra justa y saludable, ayudando a alguno de los pequeños que tienen una morada eterna junto al Padre (cf. Mt 10,42; 18,10)". Y, dirigiéndose al lector, Clemente añade: "Mira, en primer lugar, que no te ha mandado esperar a que te rueguen o te supliquen; te pide que busques tú mismo a los que son dignos de ser escuchados, en cuanto discípulos del Salvador". Luego, recurriendo a otro texto bíblico, comenta: "Así pues, es hermosa la afirmación del Apóstol: "Dios ama a quien da con alegría" (2 Co 9,7), a quien goza dando y no siembra con mezquindad, para no recoger del mismo modo, sino que comparte sin tristeza, sin hacer distinciones y sin dolor; esto es auténticamente hacer el bien"… todos estamos llamados a confrontarnos con el enigma de la muerte y, por tanto, con la cuestión de cómo vivir bien, cómo encontrar la felicidad. Y este salmo responde: dichoso el hombre que da; dichoso el hombre que no utiliza la vida para sí mismo, sino que da; dichoso el hombre que es "justo, clemente y compasivo"; dichoso el hombre que vive amando a Dios y al prójimo. Así vivimos bien y así no debemos tener miedo a la muerte, porque tenemos la felicidad que viene de Dios y que dura para siempre".
Temer al Señor y amarlo de corazón no es sentir cosquillas en el pecho; es tenerlo en nuestro corazón como el único Dios, centro de nuestra vida, de nuestras obras, de nuestros pensamientos y palabras. Fue el lema de las moradas de Santa Teresa: "A los que por la misericordia de Dios han vencido estos combates, y con la perseverancia entrado a las terceras moradas ¿qué les diremos, sino bienaventurado el varón que teme al Señor? No ha sido poco hacer Su Majestad que entienda yo ahora qué quiere decir el romance de este verso a este tiempo, según soy torpe en este caso.
Por cierto, con razón le llamaremos bienaventurado, pues si no torna atrás, a lo que podemos entender lleva camino seguro de su salvación. Aquí veréis, hermanas, lo que importa vencer las batallas pasadas; porque tengo por cierto que nunca deja el Señor de ponerle en seguridad de conciencia, que no es poco bien.
Digo en seguridad, y dije mal, que no la hay en esta vida, y por eso siempre entended que digo «si no torna a dejar el camino comenzado».
Harto gran miseria es vivir en vida que siempre hemos de andar como los que tienen los enemigos a la puerta, que ni pueden dormir ni comer sin armas, y siempre con sobresalto si por alguna parte pueden desportillar esta fortaleza.
¡Oh Señor mío y bien mío!, ¿cómo queréis que se desee vida tan miserable, que no es posible dejar de querer y pedir nos saquéis de ella si no es con esperanza de perderla por Vos o gastarla muy de veras en vuestro servicio, y sobre todo entender que es vuestra voluntad? Si lo es, Dios mío, muramos con Vos, como dijo Santo Tomás, que no es otra cosa sino morir muchas veces vivir sin Vos y con estos temores de que puede ser posible perderos para siempre.
Por eso digo, hijas, que la bienaventuranza que hemos de pedir es estar ya en seguridad con los bienaventurados; que con estos temores ¿qué contento puede tener quien todo su contento es contentar a Dios? Y considerad que éste, y muy mayor, tenían algunos santos que cayeron en graves pecados; y no tenemos seguro que nos dará Dios la mano para salir de ellos y hacer la penitencia que ellos (entiéndese del auxilio particular).
Por cierto, hijas mías, que estoy con tanto temor escribiendo esto, que no sé cómo lo escribo ni cómo vivo cuando se me acuerda, que es muy muchas veces. Pedidle, hijas mías, que viva Su Majestad en mí siempre; porque si no es así, ¿qué seguridad puede tener una vida tan mal gastada como la mía? Y no os pese de entender que esto es así, como algunas veces lo he visto en vosotras cuando os lo digo, y procede de que quisierais que hubiera sido muy santa, y tenéis razón: también lo quisiera yo; mas ¡qué tengo de hacer si lo perdí por sola mi culpa! Que no me quejaré de Dios que dejó de darme bastantes ayudas para que se cumplieran vuestros deseos; que no puedo decir esto sin lágrimas y gran confusión de ver que escriba yo cosa para las que me pueden enseñar a mí. ¡Recia obediencia ha sido! Plega al Señor que, pues se hace por El, sea para que os aprovechéis de algo porque le pidáis perdone a esta miserable atrevida.
Mas bien sabe Su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia, y ya que no puedo dejar de ser la que he sido, no tengo otro remedio, sino llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, madre suya, cuyo hábito indignamente traigo y traéis vosotras. Alabadle, hijas mías, que lo sois de esta Señora verdaderamente; y así no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin, pues tenéis tan buena madre. Imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por patrona, pues no han bastado mis pecados y ser la que soy para deslustrar en nada esta sagrada Orden.
Mas una cosa os aviso: que no por ser tal y tener tal madre estéis seguras, que muy santo era David, y ya veis lo que fue Salomón; ni hagáis caso del encerramiento y penitencia en que vivís, ni os asegure el tratar siempre de Dios y ejercitaros en la oración tan continuo y estar tan retiradas de las cosas del mundo y tenerlas a vuestro parecer aborrecidas.
Bueno es todo esto, mas no basta como he dicho para que dejemos de temer; y así continuad este verso y traedle en la memoria muchas veces: Beatus vir, qui timet Dominum.
Ya no sé lo que decía, que me he divertido mucho y, en acordándome de mí, se me quiebran las alas para decir cosa buena; y así lo quiero dejar por ahora.
Tornando a lo que os comencé a decir de las almas que han entrado a las terceras moradas, que no las ha hecho el Señor pequeña merced en que hayan pasado las primeras dificultades, sino muy grande, de éstas, por la bondad del Señor, creo hay muchas en el mundo: son muy deseosas de no ofender a Su Majestad ni aun de los pecados veniales se guardan, y de hacer penitencia amigas, sus horas de recogimiento, gastan bien el tiempo, ejercítanse en obras de caridad con los prójimos, muy concertadas en su hablar y vestir y gobierno de casa, los que las tienen.
Cierto, estado para desear y que, al parecer, no hay por qué se les niegue la entrada hasta la postrera morada ni se la negará el Señor, si ellos quieren, que linda disposición es para que las haga toda merced.
¡Oh Jesús!, ¿y quién dirá que no quiere un tan gran bien, habiendo ya en especial pasado por lo más trabajoso? No, ninguna.
Todas decimos que lo queremos; mas como aun es menester más para que del todo posea el Señor el alma, no basta decirlo, como no bastó al mancebo cuando le dijo el Señor que si quería ser perfecto.
Desde que comencé a hablar en estas moradas le traigo delante; porque somos así al pie de la letra, y lo más ordinario vienen de aquí las grandes sequedades en la oración, aunque también hay otras causas; y dejo unos trabajos interiores, que tienen muchas almas buenas, intolerables y muy sin culpa suya, de los cuales siempre las saca el Señor con mucha ganancia, y de las que tienen melancolía y otras enfermedades.
En fin, en todas las cosas hemos de dejar aparte los juicios de Dios. De lo que yo tengo para mí que es lo más ordinario, es lo que he dicho; porque como estas almas se ven que por ninguna cosa harían un pecado, y muchas que aun venial de advertencia no le harían, y que gastan bien su vida y su hacienda, no pueden poner a paciencia que se les cierre la puerta para entrar adonde está nuestro Rey, por cuyos vasallos se tienen y lo son. Mas aunque acá tenga muchos el rey de la tierra, no entran todos hasta su cámara.
Entrad, entrad, hijas mías, en lo interior; pasad adelante de vuestras obrillas, que por ser cristianas debéis todo eso y mucho más y os basta que seáis vasallas de Dios; no queráis tanto, que os quedéis sin nada.
Mirad los santos que entraron a la cámara de este Rey, y veréis la diferencia que hay de ellos a nosotras.
No pidáis lo que no tenéis merecido, ni había de llegar a nuestro pensamiento que por mucho que sirvamos lo hemos de merecer los que hemos ofendido a Dios.
¡Oh humildad, humildad! No sé qué tentación me tengo en este caso que no puedo acabar de creer a quien tanto caso hace de estas sequedades, sino que es un poco de falta de ella.
Digo que dejo los trabajos grandes interiores que he dicho, que aquéllos son mucho más que falta de devoción. Probémonos a nosotras mismas, hermanas mías, o pruébenos el Señor, que lo sabe bien hacer, aunque muchas veces no queremos entenderlo; y vengamos a estas almas tan concertadas, veamos qué hacen por Dios y luego veremos cómo no tenemos razón de quejarnos de Su Majestad.
Porque si le volvemos las espaldas y nos vamos tristes, como el mancebo del Evangelio, cuando nos dice lo que hemos de hacer para ser perfectos, ¿qué queréis que haga Su Majestad, que ha de dar el premio conforme al amor que le tenemos? Y este amor, hijas, no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras; y no penséis que ha menester nuestras obras, sino la determinación de nuestra voluntad.
Parecernos ha que las que tenemos hábito de religión y le tomamos de nuestra voluntad y dejamos todas las cosas del mundo y lo que teníamos por El (aunque sea las redes de San Pedro, que harto le parece que da quien da lo que tiene), que ya está todo hecho. Harto buena disposición es, si persevera en aquello y no se torna a meter en las sabandijas de las primeras piezas, aunque sea con el deseo; que no hay duda sino que si persevera en esta desnudez y dejamiento de todo, que alcanzará lo que pretende.
Mas ha de ser con condición, y mirad que os aviso de esto, que se tenga por siervo sin provecho como dice San Pablo, o Cristo y crea que no ha obligado a Nuestro Señor para que le haga semejantes mercedes; antes, como quien más ha recibido, queda más adeudado.
¿Qué podemos hacer por un Dios tan generoso que murió por nosotros y nos crió y da ser, que no nos tengamos por venturosos en que se vaya desquitando algo de lo que le debemos, por lo que nos ha servido (de mala gana dije esta palabra, mas ello es así que no hizo otra cosa todo lo que vivió en el mundo), sin que le pidamos mercedes de nuevo y regalos?
Mirad mucho, hijas, algunas cosas que aquí van apuntadas, aunque arrebujadas, que no lo sé más declarar. El Señor os lo dará a entender, para que saquéis de las sequedades humildad y no inquietud, que es lo que pretende el demonio; y creed que adonde la hay de veras, que, aunque nunca dé Dios regalos, dará una paz y conformidad con que anden más contentas que otros con regalos; que muchas veces como habéis leído los da la divina Majestad a los más flacos; aunque creo de ellos que no los trocarían por las fortalezas de los que andan con sequedad.
Somos amigos de contentos más que de cruz. Pruébanos, tú, Señor, que sabes las verdades, para que nos conozcamos. Quien tiene a Dios consigo camina guiado por su Espíritu para vivir siendo justo, clemente, compasivo y honrado. Quien vive sin Dios se convierte en un injusto, en un malvado, en un usurero, en un delincuente, en alguien que aplasta al pobre y lo destruye. Si queremos ser bendecidos por Dios amémoslo de corazón y seamos fieles a sus mandatos y enseñanzas".
La felicidad del que teme al Señor consistirá en ver prosperar su descendencia (v 2-3) y tener auxilio ante las dificultades (tinieblas: v 4); se habla ahí de que el justo es como una luz y es clemente y misericordioso, aplicando al hombre los atributos divinos. Así, el hombre, que solidario con los demás (v 5) pone su confianza en Dios (v 7) no tendrá nada malo ni aun cuanto tenga enemigos (v 8), y será perdonado por Dios y honrado por los demás (v 9). San Pablo, al organizar la colecta para Jerusalén, citó estas palabras: y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia, para que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, tengáis abundancia en toda obra buena, según está escrito: 'repartió con largueza, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre' (2 Co 9,8-9).
3.- Lc 14,25-33 (ver domingo 23C). El seguimiento de Jesús no va a ser fácil. Podemos explicarnos en parte lo que él lamentaba ayer, que algunos no aceptan la invitación al banquete de su Reino, porque es exigente y no se trata sólo de sentarse a su mesa. Hoy nos dice que, para ser discípulos suyos, hay que "posponer al padre y a la madre, a la familia, e incluso a sí mismo", y que hay que estar dispuestos a "llevar la cruz detrás de él". Pone Jesús dos ejemplos de personas que hacen cálculos, porque son sabias, y buscan los medios para conseguir lo que vale la pena. Uno que ajusta presupuestos para ver si puede construir la torre que quiere. Otro que hace números, para averiguar si tiene suficientes soldados y armas para la batalla que prepara. Así deberían ser de espabilados los que quieren conseguir la salvación.
Seguir a Jesús es algo serio. Comporta renuncias y cargar con la cruz y posponer otros valores que también nos son muy queridos. Si se tratara de hacer una selección en las páginas del evangelio, y construirnos un cristianismo a nuestra medida, "a la carta", entonces sí que podríamos prepararnos un camino fácil y consolador. Pero el estilo de vida de Jesús es exigente y radical, y hay que aceptarlo entero. La fe en Cristo abarca toda nuestra vida. ¿Hemos hecho bien los cálculos sobre lo que nos conviene hacer para conseguir la vida eterna? ¿a qué estamos dispuestos a renunciar para ser discípulos de Jesús y asegurarnos así los valores definitivos? ¿somos inteligentes al hacer bien los números y los presupuestos, o nos exponemos a gastar nuestras energías en la dirección que no nos va a llevar a la felicidad? Para las cosas de este mundo solemos ser muy sabios, y las programamos y revisamos muy bien: negocios, estudios, deportes. ¿También nos sentamos a hacer números en las cosas del espíritu? Jesús, para llevar a cabo su misión salvadora de la humanidad, renunció a todo, incluso a su vida. Por eso fue constituido Señor y Salvador de todos. Y nos dice que también nosotros debemos saber llevar la cruz de cada día, para hacer el bien como él y con él (J. Aldazábal).
-Un gran gentío acompañaba a Jesús por el camino; El se volvió y les dijo: "Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta a su propia vida, no puede ser discípulo mío". Ya estamos advertidos. El amor universal sin condiciones y sin fronteras no es un suave sentimiento muy tranquilo y muy fácil. Es una revolución. Jesús pide una renuncia total, para que nuestra entrega a El sea también total. Escuchemos esto, por difícil que pueda parecernos: Jesús, en la lengua aramea que no tiene "comparativo" ha usado un término mucho más violento y que el texto griego tampoco ha suavizado... pero que nos ha parecido demasiado duro, y que hemos traducido por "preferir": de hecho ¡el término sería "odiar"! "Si uno quiere ser de los míos y no odia a su padre, a su madre, a su mujer..." Ya sabemos que Jesús quiere que amemos a los nuestros. El amor filial, el amor conyugal, el amor fraterno son "sagrados". Pero el amor de Dios, que los sostiene y los anima, debe ser mayor todavía.
-Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío. ¡Seguir a Jesús no es cosa fácil! y ¡cuesta caro! exige inversiones costosas... ¡Hay que echar el resto! ¡Hay que comprometerse por entero! "Cargar con su cruz". Nosotros, en el siglo XX, no hemos visto este espectáculo en la calle. Pero los oyentes de Jesús y los lectores de Lucas, todos habían visto algún día, al que había de ser crucificado cargado con su cruz hasta el lugar de la ejecución. En la antigüedad ¡éste era el suplicio de los desertores y de los esclavos! No olvidemos que Jesús se prepara para subir a Jerusalén donde El personalmente dará ese espectáculo lamentable por las calles de la ciudad hasta el lugar de su tortura. "Caminar siguiendo a Jesús". De ahora en adelante, que no nos extrañen los obstáculos, ni los sufrimientos, ni las dificultades de la vida cristiana. Tampoco hemos de soportarlos a regañadientes, refunfuñando... más bien tenemos que considerarlos objeto de una comunión con Jesús, o como una participación a su obra esencial, como un "caminar en seguimiento de Jesús". Contemplo a Jesús que va caminando... yo le sigo detrás...
-Quién es el que quiere edificar una torre... construir. Quién es el rey que parte a guerrear... combatir. Dos empresas que requieren reflexión y perseverancia.
-Que no empieza por sentarse... Para calcular el gasto. Que no empieza por sentarse... Para ver si podrá afrontar al adversario... Seguir a Jesús, eso no se hace sin reflexionar, sin pensarlo de antemano. Como para una empresa que hay que prever y para la que es necesario organizarse. "Sentarse" El deber de sentarse para reflexionar, con el bolígrafo en la mano, calculando las ganancias y las pérdidas. Es cosa de considerarla dos veces. Por el hecho de "seguir a Jesús", ¿qué voy a ganar? ¿qué voy a perder?
-De igual manera, todo aquel de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. ¿Qué "he arriesgado" yo por Jesús? En la alegría del don total (Noel Quesson).
Calcular el costo de nuestro seguimiento a Cristo: Renuncia a poner nuestra seguridad en los bienes temporales y a aquello que nos da seguridad en este mundo: nuestros padres, esposa, hijos, hermanos; e, incluso, uno mismo; saber que hemos de cargar nuestra cruz de cada día haciendo nuestros los dolores, sufrimientos, limitaciones, enfermedades y pecados de los demás para darles una solución adecuada en Cristo; aceptar que en lugar de endurecerle la vida a los demás o hacérsela más pesada, se las aliviaremos y haremos más llevadera. Eso es lo que aceptamos vivir por seguir amorosamente a Cristo. Y lo seguimos para llegar, junto con Él, hasta el extremo de morir en el calvario por amor a los demás. Pero la muerte no tendrá para nosotros la última palabra, sino la vida; pues siguiendo a Cristo pasaremos por la muerte, resucitando junto con Él para ser glorificados también junto con Él. Ante ese panorama que se nos presenta, lancémonos alegres y llenos de valor, cargando nuestra cruz de cada día, para alcanzar la corona y la gloria que Dios nos ofrece. En esta Eucaristía el Señor nos manifiesta cuánto nos ama, dando su vida por nosotros, y haciéndonos partícipes de la Vida que Él recibe de su Padre Dios. En su amor por nosotros, Él cargó sobre sí nuestros pecados para redimirnos de ellos clavándolos en la cruz; por eso se convirtió para nosotros en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Entremos en comunión de vida con Él y estemos dispuestos a ir tras sus huellas, cargando nuestra cruz de cada día. Entonces no sólo estaremos dando culto a Dios, sino amándolo por serle fieles a su mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado a nosotros. Carguemos con nuestra cruz de cada día, siendo fieles a la misión que el Señor nos confió de anunciar su Evangelio. Seamos un Evangelio encarnado del amor de Dios para los demás. Pasemos, como Cristo, haciendo el bien a todos. Así edificaremos la Iglesia sobre el Cimiento sólido y Piedra angular, que es Cristo al renunciar a nuestros gestos amenazadores, a nuestros egoísmos, a nuestras injusticias, a nuestras pasiones desordenadas, a nuestras inclinaciones enfermizas al dinero o al poder. Sabiendo que quien ama a su prójimo no le causa daño a nadie viviremos como una Iglesia que se edifica, día a día en el amor. Cristo nos quiere libres de toda carga de maldad, de todo pecado, de toda injusticia y de todo signo de muerte; pues de lo contrario en lugar de cargar la cruz de nuestra entrega a favor del Evangelio, sólo aparentaríamos ir hacia el Señor quedando entrampados en la condenación y la muerte, consecuencia de nuestras esclavitudes al pecado. Trabajemos por construir el Reino de Dios entre nosotros esforzándonos para que brille la justicia, la clemencia y la compasión; que el amor sea algo real y concreto, y no sólo un buen deseo, convertido en espejismo engañoso. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir con lealtad nuestra fe en Cristo, para que, siendo luz en medio de las tinieblas del mundo, colaboremos para que todos encuentren el camino que lleva a Cristo, Luz de las naciones y Salvación para todos los hombres. Amén (www.homiliacatolica.com).
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