viernes, 13 de noviembre de 2009

Jueves de la 25ª semana de Tiempo Ordinario. Alabar a Dios es ensalzarnos a nosotros también, pues nos hacemos grandes al glorificar al Señor. Jesús es la gloria del Padre encarnada, y vamos conociendo su misterio al tratarle

 

 

Comienzo de la profecía de Ageo 1,1-8. El año segundo del rey Darío, el mes sexto, el día primero, vino la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote: «Así dice el Señor de los ejércitos: Este pueblo anda diciendo: "Todavía no es tiempo de reconstruir el templo."» La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo: «¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas? Pues ahora -dice el Señor de los ejércitos meditad vuestra situación: sembrasteis mucho, y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota. Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria -dice el Señor-.»

 

Salmo 149,1-2.3-4.5-6a y 9b. R. El Señor ama a su pueblo.

Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas: con vítores a Dios en la boca; es un honor para todos sus fieles.

 

Evangelio según san Lucas 9,7-9. En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que habla aparecido Elías, y otros que habla vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: -«A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de ver a Jesús.

 

Comentario: 1.- Ag 1,1-8. Durante el cautiverio en Babilonia, Ezequiel había exhortado a los judíos a rendir a Yahvé un culto purificado en un nuevo templo. Era natural, pues, que una vez llegados a Jerusalén se pusiesen pronto manos a la obra y edificasen un altar (Esd 3,1s). Pero no era suficiente la mera ilusión y buena voluntad. Los problemas a resolver eran muchos y graves: la animosidad de los samaritanos, las malas cosechas, las rivalidades interiores... Las obras de reconstrucción del templo fueron abandonadas apenas se iniciaron. Esperando tiempos mejores el pueblo pensaba: «Todavía no ha llegado el momento de reedificar el templo de Yahvé» (v 2).

En el año 522 Cambises se suicidaba al tener conocimiento de una sublevación contra él. Darío, su sucesor, tardó dos años en reprimir las revueltas que surgen en todo el Imperio. Este período de recelos y de represalias da ocasión a Ageo para que invite a su pueblo a poner la confianza en Dios, señor de la historia. El libro de Ageo consta de cuatro discursos, de los que hoy leemos dos. El primero (1,1-15) está fechado en la segunda mitad del mes de agosto del año 520, y es una descripción de los esfuerzos del profeta para conseguir la reconstrucción del templo. No es que no haya recursos, ya que existen para construir casas bastante lujosas. Lo que hay es pereza y poca voluntad. Los hombres de todos los tiempos somos los mismos: y cuando aducimos muchas razones para justificar algo quiere decir, normalmente, que no tenemos ninguna y sí, en cambio, muchas excusas. El discurso apela luego a la experiencia: una tarea no bendecida por Dios no puede ser fructífera. Una afirmación con valor especial para nuestros tiempos en que la eficacia y la productividad tienen tan gran aprecio. El éxito de su misión fue inmediato: veintitrés días después empiezan las obras. Es un caso único en la historia del profetismo. Tengamos en cuenta, sin embargo, que Ageo no pedía una gran reforma interior, sino tan sólo la reconstrucción de un edificio.

En el segundo discurso (2,1-9) el profeta anuncia que, a pesar de las apariencias, el nuevo templo será superior al antiguo. En el reino mesiánico cabrán las riquezas, es decir, los valores de todos los pueblos. También los gentiles contribuirán a la salvación del mundo. Esto es válido para todos los pueblos y para todos los tiempos (J. Aragonés Llebaria).

Ageo fue profeta precisamente en este período de la vuelta del destierro, junto con otros personajes clave como Zorobabel o Josué. Levantó su voz porque los recién vueltos no parecían tener mucha prisa en reconstruir el templo. El profeta les anima a que todos colaboren en la tarea, que es urgente, para que sirva como punto de referencia para todas las demás dimensiones de la reconstrucción nacional. Ya habían transcurrido dieciocho años de la vuelta del destierro. Se ve que las casas propias sí las habían reconstruido, y bien. Pero el templo, no. La reconstrucción del Templo es signo de vitalidad religiosa del pueblo, construir la Casa de Dios, por eso las palabras claves son: este es el "momento", para construir "la casa", y hay que "reflexionar"… la idea conecta con los salmos (132,13-14: "porque el Señor ha elegido a Sión, la ha preferido como su morada: éste es el lugar de mi reposo para siempre"). Pasaba lo contrario que con David, que tomó la decisión de construir el templo porque le sabía mal vivir en una casa lujosa, sin haber edificado antes un templo en honor de Yahvé. Aunque el profeta le disuadió de la idea, que llevaría a cabo su hijo Salomón. Ageo dice a sus contemporáneos que el templo -símbolo de los valores religiosos- debe tener prioridad en esta tarea de la nueva instalación en Judá. Lo que le sucedió a Israel se debió, en gran parte, a su infidelidad a la Alianza. Ageo quiere que no se repita la historia, descuidando la vida de fe. ¡Manos a la obra!

Los valores éticos y religiosos son, también hoy, sintomáticos para saber cómo entendemos la historia y el futuro de la sociedad. Aunque lo cierto es que nos atrae más lo aparente y lo material, y sentimos pereza por lo espiritual. No se trata sólo -como tampoco era el caso en tiempos de Ageo- de levantar materialmente las paredes de un edificio. Sino de renovar la actitud de Alianza con Dios y las costumbres coherentes con ella. De no dejarse llevar sólo por intereses materialistas, sino de cuidar también los valores humanos y religiosos, según el proyecto de Dios. La prosperidad económica es importante, pero no es lo principal en la vida de una persona o de una comunidad. Todos estamos empeñados en alguna clase de construcción o reconstrucción, en el nivel personal o el comunitario: no descuidemos los aspectos religiosos, porque son básicos. Jesús nos dijo que el que construye sobre su Palabra es el que construye sobre roca. Si no, estamos edificando sobre arena. Y entonces nuestra casa está destinada a la ruina.

-El año segundo del reinado de Darío, el primer día del sexto mes fue dirigida la palabra del Señor por medio del profeta Ageo... La Palabra del Señor no es intemporal. Se inscribe, se encarna en fecha determinada, en una realidad concreta. Ageo comienza su ministerio el 1.° de agosto del año 520. Durante cinco meses, hasta el fin de diciembre, hablará en una plaza de Jerusalén. Hoy… Dios tiene algo que decirme.

-La palabra de Dios fue dirigida a Zorababel, gobernador de Judá y a Josué, sumo sacerdote. Zorobabel no es más que un sencillo funcionario, uno sobre doscientos cincuenta en el conjunto de la inmensa administración persa. Josué es un humilde servidor de un Templo ruinoso. Desde el retorno del cautiverio han pasado dieciocho años que se han empleado en instalarse materialmente: Dios es el gran olvidado... Si Dios toma la palabra, lo hace en primer lugar a través de las situaciones, de los acontecimientos.

-Así habla el Señor del universo: este pueblo dice: «Todavía no ha llegado el momento de reedificar la Casa del Señor...» ¿No es esta también la actitud del mundo moderno y la mía? ¡Vivir primero, trabajar primero, ganar dinero primero... orar después! No se tiene tiempo de ir a misa, usted lo comprende. ¡Hay tantas cosas que preparar los fines de semana!... ¿Cómo puedo rezar todos los días si no tengo un minuto? -Mirad lo que contestó el Señor: "¿Es acaso para vosotros el momento de instalaros en vuestras casas lujosas, mientras mi Casa está en ruinas?" ¡Pues. sí! los judíos que regresaron del exilio comenzaron por construirse hermosas casas confortables. Y durante esos años el Templo es un montón de piedras calcinadas. ¡Dios es el último en ser servido!

-Reflexionad sobre vuestra situación: Habéis sembrado mucho, pero la cosecha es poca. Habéis comido, pero sin quitaros el hambre. Habéis bebido, pero sin quitaros la sed. Os habéis vestido, mas sin calentaros. Y el obrero que ha ganado su salario, lo mete en bolsa rota... Son imágenes que interrogan. ¡Trabajáis! ¡os matáis trabajando! Pero ¿para qué, en el fondo? En el fondo vuestra vida no tiene sentido. Trabajar, consumir, ¿para qué? ¡si no hay una finalidad más esencial en todo ello! Comer, beber, ganar dinero. Esto no basta al hombre. Le deja con su hambre y su sed.

-Reflexionad sobre lo que debéis hacer. Dos veces se ha pronunciado esa palabra: «¡reflexionad!» Sí, se trata de superar lo inmediato, hay que ir más lejos. Hay que pensar, reflexionar.

-Subid a la montaña, traed madera para reedificar la Casa de Dios; y Yo la aceptaré gustoso y me sentiré honrado. Palabra del Señor. ¡Despertaos! Manos a la obra. Disponed un lugar para Dios en vuestra vida. Que sea el centro. Reconstruid una «Presencia» de Dios en el corazón de vuestra ciudad, en el corazón de vuestra vida. Se trata, en efecto, de rehacer, sin cesar, la unidad entre «vida» y «rito» (Noel Quesson).

No sólo nos hemos de preocupar de que el lugar de culto sea digno; sino que, especialmente, nos hemos de preocupar de ser nosotros mismos una digna morada del Señor, ya que Él habita en nosotros como en un templo. Cuando uno mismo busca sólo sus propios intereses, está provocando la pobreza y miseria de los demás. Si en verdad dejamos que el Señor tome posesión de nuestra vida, Él se convertirá en luz que ilumine, desde nosotros, el caminar de quienes nos rodean. Tratemos, por eso, de darle cabida a Dios en nosotros, pues Él mismo, nos envió a su propio Hijo para que nuestras viejas ruinas de maldad y de muerte desaparecieran y surgiera una humanidad nueva, capaz de vivir y caminar en el amor. Ojalá y no nos aferremos a todo aquello que en lugar de renovarnos nos destruye y nos hace vivir encerrados en nuestro egoísmo, incapaces de contemplar a nuestro prójimo en su dolor para tenderle la mano y generar, así, una vida más justa y más digna. Que la Iglesia sea signo de unidad, de paz y de amor fraterno. Esa es nuestra misión; vivámosla con gran responsabilidad.

2. Sal 149. Es una continuación a lo dicho, pero en forma de oracion: proclamar el nombre del Señor: "Que los fieles festejen su gloria, y canten jubilosos en filas". Juan Pablo II comenta: "Esta invitación del salmo 149, remite a un alba que está a punto de despuntar y encuentra a los fieles dispuestos a entonar su alabanza matutina. El salmo, con una expresión significativa, define esa alabanza "un cántico nuevo" (v. 1), es decir, un himno solemne y perfecto, adecuado para los últimos días, en los que el Señor reunirá a los justos en un mundo renovado. Todo el salmo está impregnado de un clima de fiesta, inaugurado ya con el Aleluya inicial y acompasado luego con cantos, alabanzas, alegría, danzas y el son de tímpanos y cítaras. La oración que este salmo inspira es la acción de gracias de un corazón lleno de júbilo religioso.

En el original hebreo del himno, a los protagonistas del salmo se les llama con dos términos característicos de la espiritualidad del Antiguo Testamento. Tres veces se les define ante todo como hasidim (vv 1,5 y 9), es decir, "los piadosos, los fieles", los que responden con fidelidad y amor (hesed) al amor paternal del Señor. La segunda parte del salmo resulta sorprendente, porque abunda en expresiones bélicas. Resulta extraño que, en un mismo versículo, el salmo ponga juntamente "vítores a Dios en la boca" y "espadas de dos filos en las manos" (v 6). Reflexionando, podemos comprender el porqué: el salmo fue compuesto para "fieles" que militaban en una guerra de liberación; combatían para librar a su pueblo oprimido y devolverle la posibilidad de servir a Dios. Durante la época de los Macabeos, en el siglo II a. C., los que combatían por la libertad y por la fe, sometidos a dura represión por parte del poder helenístico, se llamaban precisamente hasidim, "los fieles" a la palabra de Dios y a las tradiciones de los padres.

Desde la perspectiva actual de nuestra oración, esta simbología bélica resulta una imagen de nuestro compromiso de creyentes que, después de cantar a Dios la alabanza matutina, andamos por los caminos del mundo, en medio del mal y de la injusticia. Por desgracia, las fuerzas que se oponen al reino de Dios son formidables: el salmista habla de "pueblos, naciones, reyes y nobles". A pesar de todo, mantiene la confianza, porque sabe que a su lado está el Señor, que es el auténtico Rey de la historia (v. 2). Por consiguiente, su victoria sobre el mal es segura y será el triunfo del amor. En esta lucha participan todos los hasidim, todos los fieles y los justos, que, con la fuerza del Espíritu, llevan a término la obra admirable llamada reino de Dios.

San Agustín, tomando como punto de partida el hecho de que el salmo habla de "coro" y de "tímpanos y cítaras", comenta: "¿Qué es lo que constituye un coro? (...) El coro es un conjunto de personas que cantan juntas. Si cantamos en coro debemos cantar con armonía. Cuando se canta en coro, incluso una sola voz desentonada molesta al que oye y crea confusión en el coro mismo". Luego, refiriéndose a los instrumentos utilizados por el salmista, se pregunta: "¿Por qué el salmista usa el tímpano y el salterio?". Responde: "Para que no sólo la voz alabe al Señor, sino también las obras. Cuando se utilizan el tímpano y el salterio, las manos se armonizan con la voz. Eso es lo que debes hacer tú. Cuando cantes el aleluya, debes dar pan al hambriento, vestir al desnudo y acoger al peregrino. Si lo haces, no sólo canta la voz, sino que también las manos se armonizan con la voz, pues las palabras concuerdan con las obras".

Hay un segundo vocablo con el que se definen los orantes de este salmo: son los anawim, es decir, "los pobres, los humildes" (v. 4). Esta expresión es muy frecuente en el Salterio y no sólo indica a los oprimidos, a los pobres y a los perseguidos por la justicia, sino también a los que, siendo fieles a los compromisos morales de la alianza con Dios, son marginados por los que escogen la violencia, la riqueza y la prepotencia. Desde esta perspectiva se comprende que los "pobres" no sólo constituyen una clase social, sino también una opción espiritual. Este es el sentido de la célebre primera bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5,3). Ya el profeta Sofonías se dirigía así a los anawim: "Buscad al Señor, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el día de la cólera del Señor" (So 2,3).

Ahora bien, el "día de la cólera del Señor" es precisamente el que se describe en la segunda parte del salmo, cuando los "pobres" se ponen de parte de Dios para luchar contra el mal. Por sí mismos, no tienen la fuerza suficiente, ni los medios, ni las estrategias necesarias para oponerse a la irrupción del mal. Sin embargo, la frase del salmista es categórica: "El Señor ama a su pueblo, y adorna con la victoria a los humildes (anawim)" (v. 4). Se cumple idealmente lo que el apóstol san Pablo declara a los Corintios: "Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es" (1 Co 1,28). Con esta confianza "los hijos de Sión" (v. 2), hasidim y anawim, es decir, los fieles y los pobres, se disponen a vivir su testimonio en el mundo y en la historia. El canto de María recogido en el evangelio de san Lucas -el Magníficat- es el eco de los mejores sentimientos de los "hijos de Sión": alabanza jubilosa a Dios Salvador, acción de gracias por las obras grandes que ha hecho por ella el Todopoderoso, lucha contra las fuerzas del mal, solidaridad con los pobres y fidelidad al Dios de la alianza (cf. Lc 1,46-55)".

3.- Lc 9,7-9. La fama de Jesús se extiende y llega a oídos de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, el asesino de Juan el Bautista. Este Herodes era hijo de Herodes el Grande, el de los inocentes de Belén. Su actitud parece muy superficial, de mera curiosidad. Está perplejo, porque ha oído que algunos consideran que Jesús es Juan resucitado, al que él había mandado decapitar. Este Herodes es el que más tarde dice Lucas que amenaza con deshacerse de Jesús y recibe de éste una dura respuesta: "id y decid a ese zorro..." (Lc 13,31-32). En la pasión, Jesús, que había contestado a Pilato, no quiso, por el contrario, decir ni una palabra en presencia de Herodes, que seguía deseando verle, por las cosas que oía de él "y esperaba presenciar alguna señal o milagro" (Lc 23,8-12).

Ante Jesús siempre ha habido reacciones diversas, más o menos superficiales. Entonces unos creían que era Elías, que ya se había anunciado que volvería (Jesús afirmó claramente que este anuncio de Malaquías 3,23 se había cumplido con la venida del Bautista, su Precursor). Otros, que había resucitado Juan o alguno de los antiguos profetas. Por parte de Herodes, el interés se debe a su deseo por presenciar algo espectacular. Otros reaccionaron totalmente en contra, con decidida voluntad de eliminarlo. En el mundo de hoy, por parte de algunos, también hay curiosidad y poco más. Si lo vieran por la calle, le pedirían un autógrafo, pero no se interesarían por su mensaje. Otros buscan lo maravilloso y milagrero, cosa que no gustaba nada a Jesús: "esta generación malvada pide señales". Para otros, Jesús ni existe. Otros le consideran un "superstar", o un gran hombre, o un admirable maestro. Otros se oponen radicalmente a su mensaje, como pasó entonces y ha seguido sucediendo durante dos mil años. Abunda la literatura sobre Jesús, que siempre ha sido una figura apasionante. Una literatura que en muchos casos es morbosa y comercial. Sólo los que se acercan a él con fe y sencillez de corazón logran entender poco a poco su identidad como enviado de Dios y su misión salvadora. Nosotros somos de éstos. Pero ¿ayudamos también a otros a enterarse de toda la riqueza de Jesús? Son muchas las personas, jóvenes y mayores, que también en nuestra generación "desean ver a Jesús", aunque a veces no se den cuenta a quién están buscando en verdad. Nosotros deberíamos dar testimonio, con nuestra vida y nuestra palabra oportuna, de que Jesús es la respuesta plena de Dios a todas nuestras búsquedas (J. Aldazábal).

Curiosamente, la pregunta de Herodes se inscribe entre el relato de la misión de los Doce y el de la multiplicación de los panes. "¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?" Herodes se interroga: ¡han nacido tantos movimiento sediciosos en esa Galilea que le ha tocado gobernar! Sin embargo, su pregunta tiene otra profundidad; efectivamente, coincide con la de todos los que se sienten interpelados por la persona de Jesús y por el testimonio de los discípulos. ¿Quién es ese hombre que envía emisarios y que conmociona los espíritus? Se hablaba de el, se contaban mil cosas sobre El, se ponían en sus labios palabras que sin duda eran inverosímiles, se le atribuían hechos que eran exagerados por el entusiasmo popular y el fervor de las pasiones... A Herodes le picaba la curiosidad. Y aquel poderoso, que debía el trono al favor de los ocupantes, quería ver a aquel individuo un tanto exótico en una Galilea demasiado provinciana. La sabiduría popular dice que hay curiosidades malsanas... Cuando permiten abusar de un poder que ellas mismas han atribuido injustamente. Cuando alimentan el escándalo que ellas mismas explotan. Cuando se detienen en lo accesorio, erigiéndolo en lo esencial. Herodes quería ver a Jesús para exhibirlo en su corte como se exhíbe un bufón: ¡ah, si pudiera ver un milagro! (cf. Lc 23, 9). Sin embargo, la curiosidad es, quizás, el primer paso para el encuentro y para la fe. El asombro, la sorpresa, la provocación son el pórtico que nos introduce en el descubrimiento de los laberintos de la casa y que nos inicia en el misterio de una morada. Curiosidad es sinónimo de descubrimiento; es tensión hacia un objeto entrevisto, deseado. ¡Ay del amor si no es curioso! el fuego que no se aviva, está ya muerto.

¿Sentís curiosidad por Jesús? De la fe se ha dicho que es fuerte si es certeza y seguridad. Se la ha reducido a confesar unas definiciones sin alma y a reconocerse en unos dogmas fríos y secos. La fe es curiosidad, es decir, asombro que compromete a arriesgarse en la aventura, en un encuentro entrevisto y, en consecuencia, deseado. La fe es curiosidad, de forma que la duda le es indispensable. La incertidumbre y la incomprensión no son la cara contradictoria de la fe, el otro aspecto que se opondría a ella como se opone el negro al blanco. La incertidumbre y la incomprensión pertenecen al terreno de la fe como el hueco que espera ser llenado, como la espera que aguarda el encuentro, como el hambre que se alimenta con lo que pueda satisfacerla.

Dios de eterna juventud, / aviva en nosotros la sed de conocerte / y el deseo de descubrirte. // Haznos sentir curiosidad por tu palabra: / que ella nos inicie en tu misterio / sin agotar el gozo del encuentro siempre nuevo, / incluso en los siglos sin fin (Dios cada día, Sal terrae).

-Herodes, príncipe de Galilea, se enteró de lo que pasaba acerca de Jesús. La fama de Jesús crece y se extiende. Los fenómenos de opinión pública han adquirido hoy mucha importancia con la radio, la televisión, la prensa. Esto es un hecho. ¿Les presto atención?

-Y estaba perplejo. Ante todas las informaciones que llegan a nosotros, también nos encontramos a menudo perplejos. La opinión pública aporta lo mejor y lo peor, como un río que trae a la vez el agua vivificante y los venenos de la polución. Para todo lo referente a la vida de la Iglesia, en particular, las informaciones sólo pueden darnos lo exterior de las circunstancias; por lo tanto, cada vez más, los cristianos deben habituarse a saber elegir y a interpretar con prudencia los acontecimientos. Herodes, ante el barullo de voces que circulaban acerca de Jesús, "estaba perplejo".

-Porque unos decían: "Es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos." Otros decían: "Es Elías que ha aparecido de nuevo." Y otros: "Es uno de los antiguos Profetas que ha vuelto a la vida." El pueblo es fácilmente crédulo; acepta sin dificultad lo maravilloso. Además, entre los judíos de entonces, la espera del tiempo escatológico era intensamente vivida, de modo que interpretaban fácilmente los hechos como signos precursores del Mesías. Ese pueblo, sorprendente en tantos aspectos, no podía prescindir de los profetas, esos hombres "que hablan en nombre de Dios". Y como no los había, desde mucho tiempo, se esperaba con avidez que Dios rompiera su mutismo y se pudiera oir su potente Voz de la boca de algún hombre inspirado. De ahí el clamor de: ¡Que se levante un nuevo Moisés, un nuevo Elías! Esto nos muestra al menos que para sus contemporáneos Jesús apareció primero como un profeta... un portavoz de Dios... alguien que comenta los acontecimientos para sacar de ellos el sentido divino que contienen. La Iglesia primitiva conoció ese "don de profecía" (Mt 7,22; 10,41; Hch 11,27-28; 13,1; 15,32; 21,9; 1 Cor 12,29; 14,1). Y San Pablo llegará incluso a recomendar a sus fieles "que aspiren al don de profecía" (1 Cor  14,39). La Iglesia, en efecto, prolonga la actividad profética de Jesús en cuanto que, como El, habla verdaderamente en nombre de Dios e interpreta los "signos de los tiempos". ¿Presto atención a los profetas que Dios continúa enviando? ¿Soy dócil a las palabras proféticas y a los actos inspirados de la Iglesia de nuestro tiempo?

-Y Herodes decía: "A Juan yo le hice decapitar. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?" Una de las maneras de hablar de Dios, es la "voz de nuestra conciencia". Herodes no tenía la conciencia tranquila: una voz del fondo de sí mismo le recordaba su pecado. Señor, ayuda a todos los hombres a escuchar su conciencia; es el verdadero camino de salvación para muchos paganos y descreídos. "Cuando los paganos, que no tienen Ley hacen espontáneamente lo que ella manda, aunque la Ley les falte, son ellos su propia Ley... y muestran que llevan escrito en su corazón el contenido de la Ley cuando la conciencia aporta su testimonio" (Rom 2,14).

-Y tenía ganas de ver a Jesús. Un sincero remordimiento, un cuidado de seguir su conciencia... puede conducir a Jesús. Un día la ocasión se presentará (Lc 23,7), y Herodes verá a Jesús: será durante la Pasión, cuando Pilato le envía a Jesús en posición de condenado. Entonces Herodes no lo reconocerá, dejará pasar la ocasión que se le ofrecía. ¿Cuántas veces faltamos al encuentro con Dios? (Noel Quesson).

A nosotros nos ocurre muchas veces igual que Herodes. Nos vienen todos los días con noticias sobre la persona de Jesús. Algunos lo exaltan tanto que tememos perderlo de vista en las órbitas siderales. Otros, lo presentan como un personaje pintoresco, uno de tantos que han existido en la historia de la humanidad. Jesús en su época causó la misma impresión. Algunos lo asimilaban a la figura de su predecesor Juan. Incluso varios de los seguidores de Juan fueron más tarde sus discípulos. Muchos de entre el pueblo lo veían como un nuevo Elías, profeta del final de los tiempos que vendría a dar el dictamen decisivo de Dios sobre Israel. Otros en cambio lo asimilaban a la fuerte tradición profética. Lo veían como un profeta más en la línea de los grandes y antiguos orientadores del Pueblo elegido. Estando así de divididas las nociones acerca de Jesús, de estas preocupaciones no escapaban ni los grandes gobernantes. A todos les inquietaba este hombre que andaba por todos los caminos haciendo prodigios y anunciando una buena noticia a los pobres.

Nosotros hoy continuamos ansiosos por descubrir la identidad de este hombre. Pues, como cristianos aún desconocemos mucho de la vida y obra de quien consideramos el fundamento de nuestra Iglesia. Esta gran ignorancia respecto a él nos mueve a acercarnos a su figura con gran sencillez y confianza. La sencillez se funda en la imposibilidad de agotar con nuestra mirada toda la profundidad de su misterio. Porque, aunque es un ser humano como nosotros, su hondura existencial nos sobrepasa. Con confianza, puesto que nos sentimos como comunidad llamados por él para emprender la transformación de este mundo por medio de la misericordia y el amor fraterno.

Mientras los doce siguen sus correrías misioneras por la región de Galilea, el evangelista nos dice que Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, el que recibió de los Romanos el gobierno sobre la región de Galilea cuando su padre murió en el año 4 a.C., se alarmó por las noticias que contaban sobre los acontecimientos sorprendentes realizados por Jesús que tenían lugar en Cafarnaún y sus alrededores. Herodes se quedó perplejo porque unos decían que Juan Bautista, a quien había mandado decapitar porque denunció las relaciones fraudulentas que él tenía con Herodías, la mujer de su hermano Filipo, había resucitado de entre los muertos, aunque otros informes decían que Jesús no era Juan Bautista sino que era Elías, el profeta que anunciaba el comienzo de los últimos tiempos, después del cual vendría el Mesías y el reinado de Israel sobre las naciones. Para otros, era simplemente un profeta como los grandes profetas antiguos. Herodes, también desconcertado por todas esas noticias, y lleno de temores supersticiosos, se decía: ¿quién es entonces éste, del cual me cuentan cosas tan raras? Y tenía ganas de verlo.

Los temores de Herodes Antipas no lo llevaron a arrepentirse de sus muchos pecados, sobre todo, de haber mandado encarcelar y matar a Juan Bautista. Por el contrario, seguía preocupado por su seguridad y su poder. Herodes Antipas es el prototipo de muchos tiranos sanguinarios cuya conciencia está muerta y no dejan de aniquilar y pisotear la vida hasta que un poder más fuerte los detenga. Muchos "Juan Bautista" han sido asesinados por los "Herodes Antipas" que han tiranizado a muchos países de América Latina y Africa, pero su sangre derramada hará florecer en el mañana un mundo nuevo donde reine la justicia, el amor y la libertad (Servicio Bíblico Latinoamericano).

El texto de Lucas sobre los cuestionamientos de Herodes acerca de Jesús nos pone en el ambiente de su predicación y actuación profética. Los rumores que sobre él se van extendiendo, que volvemos a encontrar con motivo de la confesión de Pedro (¿"quién dice la gente que soy yo?") nos hablan de la gran resonancia y las expectativas que el carpintero de Galilea suscitó con su extraño género de vida y su profetismo radical. Compararle con Elías supone verle introduciendo el final de los tiempos. Parangonarle con el Bautista es subrayar la radicalidad de su mensaje y la libertad de pronunciarlo ante los poderosos. Pero, como nos mostrará el mismo Lucas en la historia de la pasión, Herodes es simplemente un frívolo que sólo busca espectáculo; y Jesús no está dispuesto a transigir, no le dirige ni una palabra. Sólo la tiene para quien está dispuesto a dejarse interpelar, a cambiar el corazón, a entrar en una época nueva, en un "fin del mundo". El evangelista Lucas, ciertamente interesado por la historia, no quiere hacer de Jesús un objeto de curiosidad histórica para su comunidad, sino el Mesías permanentemente presente en ella, orientador y vitalizador de los suyos (Severiano Blanco).

El poder se pone nervioso: El desconcierto de Herodes (b) se debe a las noticias que llegan a sus oídos sobre «todo lo que estaba pasando» (9,7a). Estas, aunque contradictorias, se refieren todas a la persona de Jesús: «Y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que un Profeta de los antiguos había vuelto a la vida» (9,7b-8). Estas tres opiniones reflejan el sentir global de la multitud sobre Jesús. El hecho, sin embargo, de que la escena del tetrarca Herodes venga adosada a la misión de los Doce nos autoriza a sacar algunas conclusiones. En primer lugar, en su forma de evangelizar, los discípulos han sembrado el desconcierto (el participio presente sustantivado, «las cosas que estaban pasando», hace referencia inmediata a los acontecimientos de la misión). En segundo lugar, según se desprende de las diversas opiniones que se han ido formulando, han insistido en rasgos que eran característicos de Juan o de Elías, tales como el juicio escatológico inminente, la venganza a sangre y fuego; de otra manera, la gente no se habría confundido. En último término, lo máximo a que han llegado es a presentarlo como uno de los profetas antiguos, lo que equivale a decir que no se han movido del ámbito veterotestamentario.

 Ante tal variedad de opiniones, Herodes no se resigna a aceptar la creencia de que «aquel Juan a quien yo le corté la cabeza, ése ha resucitado» (Mc 6,16; Mt 14,2); al contrario -según Lucas-, lo niega rotundamente: «A Juan le corté yo la cabeza» (Lc 9,9a), y se pregunta por la identidad de Jesús: «¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» (9,9b). Es la última vez que se formula esta pregunta. La respuesta se dará al término de la presente estructura. Herodes, el tetrarca de Galilea (cf. 3,1), del mismo modo que la parentela de Jesús (cf. 8,20), «tenía ganas de verlo» (9,9c: cf. 23,8)... porque lo «quería matar» (13,31).

Con frecuencia, en el momento actual, la posesión de fenómenos extraordinarios y de revelaciones se convierte en objetivo fundamental de la existencia, asedidada por inseguridades y miedos que brotan ante la incertidumbre de un futuro amenazante. Ellas son, en la conciencia de muchos hombres, el termómetro que mide el mayor o menor acercamiento de lo divino en su ámbito personal. La cercanía a Jesús se liga así en la mente de muchos a la existencia de estas revelaciones y señales que coloca a sus depositarios en una posición privilegiada. También el poder del rey quiere colocar los intereses de Dios al servicio de los propios intereses. El Evangelio de hoy, por el contrario, muestra los engaños en que nos puede colocar esa actitud. En él la curiosidad del "ver" puede asumir características malsanas y, como lo revela su presencia en Herodes (cf 9,9; 23,8), puede reflejar una lejanía del Maestro, una distancia infranqueable que puede coexistir con una actitud homicida frente a él. La lectura de hoy nos instruye sobre la distancia infranqueable entre la curiosidad malsana de ver "cosas raras" y la auténtica presencia de la fe. Esta sólo puede tener lugar cuando somos capaces de colocarnos, simultáneamente, en continuidad con la aceptación del mensaje de los profetas del pasado y en su superación en cada nueva intervención divina. Dicha actitud es maduración de una historia de salvación atestiguada por hechos salvíficos del pasado que son revividos de forma nueva por la presencia de Jesús en nuestra vida de todos los días (Josep Rius-Camps).

Hoy nos surge también a nosotros el mismo deseo que a Herodes. Tenemos ganas de ver a Cristo. Queremos conocerle y estar con El. "Estamos contigo, Cristo. No podemos reprimir el decirte, como Pedro, "Tú eres el Hijo de Dios vivo". Gracias, Señor, por haber entrado en nuestras vidas. Por haber irrumpido en la historia de la humanidad. Por haber cambiado los destinos de los hombres. Lo mismo que la historia se cuenta ahora a partir de tu nacimiento, queremos también que nuestras vidas se cuenten a partir de este encuentro contigo. Ayúdanos a llevar esta Buena Noticia a los hombres, a cambiar la historia como Tú lo hiciste. Te buscamos, ven a encontrarte con nosotros y colma nuestros anhelos.  Queremos estar contigo, Jesús, en este diálogo íntimo de hoy, en esta oración, en la que queremos ver tu rostro para poder darlo a conocer a los nuestros.  Herodes no sabía quién eras. Nosotros sabemos que Tú eres el Hijo de Dios, y que sólo Tú tienes palabras de vida eterna" (Clemente González).

¿Buscamos a Jesús y queremos verlo para comprometernos con Él, o sólo le buscamos por curiosidad? Sobre su identidad podemos dar una y mil respuestas y verter miles de conceptos conforme a lo que de Él hemos oído o leído. Muchos hablan bien o mal de Él. Sin embargo esto no es lo más importante, sino la actitud que nos lleva a Él. Todos sus beneficios, su amor por nosotros deben cuestionarnos acerca de si en verdad creemos en Él y le seguimos como discípulos, o simple y sencillamente queremos sentirnos a gusto por haber realizado en su presencia algunos actos de piedad y sentir que hemos recibido su consuelo, pero no se ha hecho huésped de nuestra vida. Herodes, antes de la pasión, finalmente se encontrará con Jesús y lo tomará como un loco y se burlará de Él. Ojalá y no busquemos al Señor para hacer de Él sólo un juguete en nuestra vida. Busquémoslo para encontrarnos con Aquel que le ha de dar un nuevo rumbo a nuestra historia, si es que en verdad somos capaces de escuchar su Palabra y ponerla en práctica.

En esta Celebración Eucarística tenemos la dicha de contemplar a Jesús con todo su amor hacia nosotros. Tenemos la dicha de escuchar su Palabra, mediante cuyo cumplimiento manifestaremos que se ha hecho realidad en nosotros la salvación que Dios nos ofrece. En el gesto de la Paz comenzamos a vivir aquella realidad de hermanos que nos lleva a invocar a Dios como Padre nuestro. Ojalá y no hayamos venido movidos por otra cosa que no sea sólo el de estar con el Señor para que, habitando en nosotros, vayamos a nuestras labores diarias siendo portadores de la vida y no de la muerte; que vayamos empapados en el amor fraterno de tal forma que, al buscar a nuestro prójimo no queramos encontrarnos con él para despreciarlo o entregarlo a la muerte, sino para salvarlo dando incluso, si es necesario, nuestra vida por él.

¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra que abrió su boca para recibirla. El fantasma de la maldad del hombre le persigue, pues al levantarse contra su propio hermano y acabar con Él, su conciencia constantemente le reclamará el no haber procedido con la rectitud requerida que reclama el respeto y el amor fraterno. Herodes, preocupado por la posible resurrección de Juan el Bautista, trata de apagar ese reclamo de su conciencia negando lo que otros rumorean, como si con eso pudiese recobrar la paz interior. Jesús, que ha querido quedarse entre nosotros por medio de su Iglesia, ha de seguir actuando en la historia por medio de ella, de tal forma que, a pesar de ser perseguida, jamás dé marcha atrás en la misión que se le ha confiado. La Iglesia ha de ser signo de la Vida de Dios entre nosotros, y signo de unión fraterna. Dios nos quiere no como curiosos inútiles en su presencia, sino como apóstoles que proclamen su Nombre sin cobardías. Jesús, muerto y resucitado, sigue vivo también en su Iglesia; y todos han de reconocer que en verdad Él sigue haciendo el bien a todos. Esta es la responsabilidad que tenemos quienes hemos depositado nuestra fe en Él.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles a la fe que hemos depositado en Jesús, su Hijo y Señor nuestro. Señor, Dios nuestro, danos la gracia de no ser ingratos al amor, de no ser injustos con la justicia divina y humana, de no ser manipuladores de nuestros iguales en dignidad, de no olvidar tu nombre de Creador y Padre fabricando becerros de oro, de no ser malditos sino benditos ante tos ojos y en el corazón. Amén (www.homiliacatolica.com).

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