Pascua, Domingo (Misa del día): La Resurrección de Jesús, fundamento de nuestra
filiación divina, la fe en ella se convierte en fuente de esperanza y causa de
la alegría
“El
primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando
todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y
llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les
dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».
Salieron
Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos
juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó
primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró.
Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en
el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino
plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que
había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no
habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los
muertos” (Juan 20,1-9).
1.
Pascua es el paso de la muerte a la vida. Cristo crucificado ha resucitado y ha
vencido al mundo. El amor es más fuerte que el odio, ha vencido y tenemos que
asociarnos a esta victoria del amor. En una estancia por Madrid, por la calle,
pude conocer a un hombre algo anciano, que no podía aguantar contar su alegría
a alguien, y me contó. Había llegado a la capital después de la guerra, y entre
pesares pudo ir adelante, recogiendo colillas y papeles y otros desechos. Allí
fue bautizado, pero pronto abandonó la práctica religiosa porque no se atrevía,
se veía indigno. Pasaron los años y le pasó de todo. Acabó en la cárcel, 12
años estuvo en tiempos del anterior régimen. Perdió un tobillo en un accidente
(le colocaron una prótesis) y al poco murió su mujer. En medio de muchos
pesares, y sin saber qué rumbo tomar, salió a ver procesiones de Semana Santa,
y decía: “ayer, al ver el paso del Cristo de los gitanos, no pude aguantar más
y me puse a llorar como un niño... Quiero volver al trato con Dios, volver al
momento en que lo dejé…” Tenía ganas de portarse mejor, de cambiar de vida, de
hacer algo... confesó y fue a los Oficios, para comulgar. Qué tendría aquella
mirada del Cristo de los gitanos...
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que
está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lucas 24,5-6), preguntó el ángel a
las santas mujeres aquel primer domingo de pascua, y como una onda que pasa
transversalmente a través de los siglos, parece que aletean en el aire estas
palabras del ángel, para que el anuncio de la resurrección de Jesús llegue a
toda persona de buena voluntad y todos nos sintamos protagonistas en construir
un mundo mejor. Porque en medio de tantos rincones del planeta envueltos en
zumbidos de guerras y lágrimas, late este mensaje de esperanza, que nos dice
que es posible vencer en la apuesta de la tolerancia y de la solidaridad, es
posible tener capacidad y coraje para un desarrollo respetuoso de cada ser
humano.
Después que hubieran puesto la experiencia de Jesús
resucitado por escrito, la fe de los primeros cristianos quiso conocer los
hechos anecdóticos, los acontecimientos según el orden de los sucesos, y antes
de que murieran los Apóstoles se fueron recogiendo los relatos, que se fueron
escribiendo según el orden de los Evangelistas, y con sus variantes y
tradiciones fueron componiéndose los Evangelios.
Pienso que primero Jesús se aparece en su interior
a la Virgen y le comunica, en la madrugada del domingo, es decir hoy, que ha
resucitado. Este gozo lo comunican los ángeles a las mujeres, que anuncian la
nueva a los Apóstoles, primero Simón y Juan que van y creen, al ver los lienzos
como “desinflados”. María Magdalena se queda allí, y habla con Jesús creyendo
que es el hortelano hasta que la llama por su nombre: “María” y ella le
reconoce. Esto nos hace ver que Jesús en su cuerpo glorioso –que no tiene
materia, que puede pasar por espacios sólidos y cruzar en el mismo tiempo
varios lugares- se aparece a quien quiere, y quizá también a quien está
preparado para ver, como vemos en la siguiente aparición, los de Emaús: por el
camino les explica las Escrituras, y se encienden al ver que desde Moisés y los
profetas hablan de que Jesús tiene que sufrir antes de resucitar (toda la
cuaresma hemos leído estos pasajes) y luego le dicen que se quede (se hace de
noche, cuando Él no está) y Él cena con ellos, y al partir el pan lo reconocen.
En esta aparición vemos las dos escenas de la Misa: la lectura viva de la
Palabra que enciende nuestros corazones, y nos prepara para verle en la
fracción del pan, segunda parte de la Misa, en la mesa del altar. Luego,
siguiendo con las apariciones, lo hace aquella misma noche de pascua a los
apóstoles ya reunidos, y luego el domingo siguiente –es una repetición
dominical- y otro más en el lago, y luego por último el día de la Ascensión.
En las palabras de María Magdalena resuena
probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los
discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para así poder afirmar su
resurrección. Los discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al
encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario, queda claro que no ha
habido robo.
Corrieron ellos, entraron, vieron solamente las
vendas, pero no el cuerpo y creyeron que había desaparecido, no que hubiese
resucitado. Al verlo ausente del sepulcro, creyeron que lo habían sustraído y
se fueron”. En este día santo "lucharon vida y muerte / en singular
batalla / y, muerto el que es Vida, / triunfante se levanta" (Secuencia de
Pascua). Y ya tenemos las primeras aplicaciones a nosotros: nuestro pensar,
sentir, hablar, el unir nuestra acción con la idea de Dios, el buscar la realidad
de su amor, éste es el camino para entrar en el espacio de la inmortalidad.
Ratzinger señala que el amor tiende a morir a uno
mismo, esto hace fructificar; el egoísmo, que trata de evitar esa muerte, ese
es el que precisamente empobrece y vacía a los hombres. Solamente el grano de
trigo que muere fructifica. El egoísmo destruye el mundo. Dios, que es amor,
nos hace entender que el amor no se acaba con la muerte, que después de esta
etapa hay otra para siempre. Que Dios no quiere lo malo, pero lo permite en su
respeto a la libertad, sabiendo reconducirlo con Jesús hacia algo mejor… la
muerte para la fe cristiana es una participación en la muerte de Jesús, desde
el bautismo estamos unidos a Él, en la Misa vivimos toda la potencia salvadora
de la muerte hacia la resurrección.
Las fuerzas atávicas del mal, que volcaban en un
inocente sus traumas y represiones (el chivo expiatorio) que por el demonio se
vierte toda la agresividad en contra del Mesías, quedan truncadas. Pues en la
muerte de Jesús esas fuerzas quedan vencidas, el círculo del odio queda
sustituido por el círculo del amor; una nueva ola que alcanza –con su
Resurrección- todos los lugares del cosmos en todos sus tiempos. "En su
muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra si mismo, al entregarse
para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más
radical" (Benedicto XVI). Se establece la redención, la vuelta al paraíso
original, a la auténtica comunión con todos y todo. Y cuando estamos en
contacto con Jesús, en la comunión, también estamos con los que están con Él,
de todos los lugares de todos los tiempos, con los que queremos y ya se han ido
de nuestro mundo y tiempo.
Este es el misterio pascual de Jesús, el paso de la
muerte a la Vida, la luz que se enciende con la nueva aurora. El cuerpo que se
entierra es semilla –grano de trigo que muere y da mucho fruto- para una vida
más plena, de resurrección.
El amor humano nos hace entender ese amor eterno,
pues el amor nace para ser eterno, aunque cambiemos de casa quedamos unidos a
los que amamos. Jesús nos enseña plenamente el diccionario del amor, nos habla
del amor de un Dios que es padre y que nos quiere con locura, y dándose en la
Cruz, hace nuevas todas las cosas, en una renovación cósmica del amor: las
cosas humanas, sujetas al dolor y la muerte, tienen una potencia salvífica, se
convierten en divinas.
Estos días queremos vivir el misterio, abrir los
ojos como las mujeres al buscar a Jesús en la mañana de pascua, y les dice el
ángel, aquel primer domingo: “¿por qué
buscáis entre los muertos aquel que está vivo? No está aquí, ha resucitado”.
Queremos ver más allá de lo que se ve, beber de ese amor verdadero que es
eterno, para iluminar nuestros días con ese día de fiesta, de esperanza cierta.
La misa de Pascua está llena de gozo, del gozo de la Vida que nos comunica
el Resucitado: “Señor Dios, que en este
día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la
muerte, concédenos a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de
Jesucristo, ser renovados por tu Espíritu para resucitar en el reino de la luz
y de la paz”, pedimos en la Oración colecta.
Es el día en que Jesús «manifiesta plenamente el
hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et Spes 22). El gran signo que
hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos
que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los
discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo
en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su
sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe
del creyente. El Evangelio dice que «entró
también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y
creyó». Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana
de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de
Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y
tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo
a quien Jesús quería» se guiaba por el amor que había recibido de Cristo. “Ver
y creer” de los discípulos que ha de ser también nuestro.
2.
Tenemos aquí un compendio de la predicación de Pedro, que habla solidariamente
con todos los apóstoles: "Nosotros
somos testigos..." ¿de qué? De que Jesús es el Cristo, el Señor. El
Cristo predicado es el Jesús histórico.
“Dad gracias
al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”El amor de Dios
se ve en el salmo, que Jesús rezó al ofrecerse. Como decía Juan Pablo II,
"si no hubiera existido esa agonía en la Cruz, la verdad de que Dios es
Amor estaría por demostrar."
"La
piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular".
Jesús cita esta frase, aplicándola a su misión de muerte y de gloria, después
de narrar la parábola de los viñadores homicidas (cf. Mt 21,42). También la
recoge san Pedro en los Hechos de los Apóstoles: "Este Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, habéis
desechado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo
otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos".
3. Los
primeros relatos que tenemos de la pascua son las cartas apostólicas, que
recogen lo que vivían los primeros cristianos en su primitiva liturgia: el
hecho de la resurrección. Pensar en las cosas de arriba donde está Jesús,
“gustar” de esas cosas… son reminiscencias de esos himnos litúrgicos que recibe
S. Pablo y que re-piensa en su teología: es posible la nueva vida; porque
todavía no se ha manifestado, es necesario dar frutos de vida eterna. Nuestra
vida se mueve entre el "ya" y el "todavía-no".
Se nos invita a pensar en "los bienes de
arriba". Sin dejar de estar en la tierra. Cuando Cristo aparezca, se
mostrará en Él nuestra vida y entonces veremos lo que ahora somos ya en Cristo.
S. Agustín comenta esta expresión: “Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo
vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol
con estas palabras: Si habéis resucitado con Cristo? ¿Acaso Él hubiese
resucitado de no haber muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que
todavía no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto? Ved lo
que dice: ‘Si habéis resucitado con
Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de
Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra; pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, también vosotros apareceréis entonces en
la gloria con Él’”.
Llucià Pou Sabaté
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