Cuaresma 4, miércoles: Dios,
Señor de la historia, en Jesús nos muestra su misericordia, y nos da la Vida
«En verdad, en verdad os digo que el que oye mi palabra y
cree en el que me envió tiene vida eterna, y no viene a juicio sino que pasa de
la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es ésta,
en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren
vivirán, pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado al Hijo tener
vida en sí mismo. Y le dio poder de juzgar; ya que es el Hijo del Hombre. No os
maravilléis de esto porque viene la hora en la que todos los que están en los
sepulcros oirán su voz; y los que hicieron el bien saldrán para la resurrección
de la vida; y los que practicaron el mal, para la resurrección del juicio. Yo
no puedo hacer nada por mí mismo: según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo
porque no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió.» (Juan 5,17-30).

Luego Jesús va explicando que él
y el Padre son una cosa, y de cómo están en sintonía perfecta, incluso en
resucitar muertos, y luego dice algo sorprendente: "Os lo aseguro; quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee
la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida",
o sea que el que cree ya vive como en el cielo, y el que no cree es "vivir sin Dios y sin esperanza en el mundo"
(Ef 2,12). «Cada hombre, después de morir; recibe en su alma inmortal su
retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a
través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la
bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre». (Catecismo, 1022). Para ayudar a la
libertad de los que nos rodean, procuremos mostrarles la verdad, Jesús, Vida
auténtica. Jesús continúa pasando en el mundo en ti, en mí, en los santos.

A cierta distancia descubre un
religioso carmelita descalzo que se dirige a su convento, situado en las
afueras de la ciudad.
"¡Son suyas!, se dice
Josemaría, ¡Pobre sacerdote! ¡cuánto frío estará pasando!"
Este hecho le remueve el
corazón.
"Si ese carmelita es capaz
de sacrificarse así por amor a Dios, ¿qué es lo que yo debo hacer por Él?
Nadie se da cuenta, pero a
"partir de ese momento, siente grandes deseos de acercarse a Dios.
Comienza a oír la Santa Misa y a comulgar a diario; a confesarse más a menudo;
a ofrecer todos los días sacrificios por amor a Dios y a los demás."
Señor, y yo ¿qué deberé hacer
por Ti? Continúa hablándole a Dios con tus palabras.


-“¡Aclamad cielos y exulta tierra! Prorrumpan los montes en gritos de
alegría. Pues el Señor consuela a su pueblo, y de sus pobres se compadece”.
¿Cómo puedo yo estar en ese plan? En medio de todas mis pruebas, ¿cómo vivir en
ese clima? Y en el contexto del mundo, tan frecuentemente trágico, ¿cómo permanecer
alegre, sin dejarse envenenar por el ambiente de derrota y de morosidad?
Comprometerme, en lo que está de mi parte, a que crezca la alegría del mundo.
Dar «una» alegría a alguien... a muchos.

Dios se ve también como pastor
que guía su pueblo. Es la historia de salvación, porque Yahvé ha estado siempre
presente. En la historia de Israel, como en la nuestra, podemos ver cosas que
nos gustaría haber hecho mejor: pues tenemos una cosa que se llama “tiempo” y
con la experiencia de ayer hacerlas bien a partir de ahora. Es lo que dice San
Agustín: «La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne
al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de
la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz
de la castidad».
3. El salmo sigue con en este
mensaje, central de hoy: «el Señor es
clemente y misericordioso... el Señor es bueno con todos, es fiel a sus
palabras, el Señor sostiene a los que van a caer». Con tal que sepamos
acoger ese amor, como nos dirá Jesús: "el que escucha mi palabra tiene la vida eterna, no es juzgado, ha
pasado de la muerte a la vida". La muerte ha sido vencida con su
muerte, que conecta con lo que hemos leído: "los muertos oirán su voz...", los muertos espiritualmente son
vivificados por la palabra de Jesús y dice la oración de hoy: «Señor, Dios nuestro, que concedes a los
justos el premio de sus méritos, y a los pecadores que hacen penitencia les
perdonas sus pecados, ten piedad de nosotros y danos, por la humilde confesión
de nuestras culpas, tu paz y tu perdón». Esta idea sigue en la Comunión («Dios no mandó a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él»: Jn 3,17) y en
la Postcomunión: «No permitas, Señor,
que estos sacramentos que hemos recibido sean causa de condenación para
nosotros, pues los instituiste como auxilios de nuestra salvación»: “No tendrán hambre, ni sufrirán sed, el
viento ardiente y el sol no los dañarán, porque el que se compadece de ellos
los guiará y los llevará hasta las vertientes de agua. De todas mis montañas yo
haré un camino y mis senderos serán nivelados... ¡Griten de alegría, cielos,
regocíjate, tierra! ¡Montañas, prorrumpan en gritos de alegría, porque el Señor
consuela a su pueblo y se compadece de sus pobres!” Y que nadie diga: "El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de
mí". Pues dice Dios: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece
del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!”
Llucià Pou Sabaté
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