Jueves Santo, pensamientos para la meditación y visita a Monumentos al hilo
de los relatos Evangelios sobre esta noche.
a)
Felipe, en la intimidad de la noche del primer jueves santo, le dice a Jesús: “Muéstranos al Padre”. Conviene tener un
alma fina y delicada, para conocer con la cabeza y el corazón, un alma de
oración que juzga de todo con visión sobrenatural, ve las cosas como las ve
Dios. En la última Cena Felipe tuvo esta intervención, pregunta a Jesús con
naturalidad algo que no entiende, su alma manifiesta el ansia de ver a Dios, de
su corazón emerge un fuego de amor divino, que pide más. Y Jesús nos muestra al
Padre, con el gesto del lavatorio, que es el sacramento de su vida: servir,
sanar, salvar. Nos pide que nos revistamos de él, que nos despojemos de lo
viejo y nos dejemos lavar, sanar, salvar. “El jueves santo nos exhorta a no
dejar que, en lo más profundo, el rencor hacia el otro se transforme en un
envenenamiento del alma”, a purificar la memoria porque todos pecamos y
necesitamos perdón (el que dice que no peca, es mentiroso, y por tanto quien no
tiene necesidad de pedir perdón a los demás, también se autoescluye), todos
necesitamos pedirnos perdón, y lavarnos los pies. Ahí Jesús nos muestra al
Padre, y se nos da. Según la liturgia (que sigue a Juan Evangelista) Jesús está
cenando con los suyos el día que matan los corderos en el Templo, por tanto no
come cordero en la cena siguiendo una tradición presente en el Qumram, que no
aceptaba el templo de Herodes y esperaban el nuevo templo. Así, Jesús
manifiesta lo que ya se sabía, que aquel cordero era imagen del Cordero que
quita el pecado del mundo, que se da a sí mismo y que es también el nuevo
Templo donde sí vive Dios.
Acabada
la cena, ya sin Judas, en este clima de comunión (eclesial, eucarística) Jesús
abre su corazón de un modo entrañable, va interviniendo: Pedro reafirma su amor
hasta la muerte, Tomás le pregunta por el camino, para saber hacia dónde ir, y
Felipe va al fondo de la cuestión al decir: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Jesús le responde: “Felipe, ¿tanto tiempo que estoy con
vosotros y no me has conocido?”.
Hay
algo nuevo ahí. Ya había dicho, en las discusiones que recordamos la semana
pasada con los sabios del Templo: “Yo y
el Padre somos uno”; aquí explicita ese misterio de la Santísima Trinidad.
“Creedme: Yo estoy en el Padre y el
Padre en mí…” y les dice que rogará al Padre para que les dé otro
Paráclito... el Espíritu de la Verdad. La revelación sobre Dios ha llegado a su
punto más alto, y los apóstoles participan de una iluminación tan intensa que
dirán: “ahora sí que hablas con claridad
y no usas ninguna comparación; ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que
nadie te pregunte”.
En la
oración también vamos dando pasos, tratamos a Dios con confianza, y hoy le
decimos: “¡muéstranos al Padre, muéstrate que eres Tú, muéstranos tu Espíritu
de Verdad!”
b) En
la oración sacerdotal de la Ultima Cena, Jesucristo rogó por todos los que
habían de creer en su nombre, a fin de que permaneciéramos siempre “consummati
in unum”, consumados en la unidad: “que
todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y Yo en ti, que así ellos sean uno en
nosotros” (Jn 17). La unidad de los cristianos entre sí está en relación
con la unidad de las divinas Personas. Y los que están más unidos en el amor,
tienen una comunión más estrecha en la Iglesia.
c) Ha
sido el apóstol Pablo, en la primera Carta a los Corintios, quien nos ha
recordado lo que hizo Jesús "en la
noche en que iba a ser entregado". A la narración del hecho histórico,
Pablo añadió su propio comentario: "cada
vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor,
hasta que venga" (1 Cor 11,26). El mensaje del apóstol es claro: la
comunidad que celebra la Cena del Señor actualiza la Pascua. La Eucaristía no
es la simple memoria de un rito pasado, sino la viva representación del gesto
supremo del Salvador. Esta experiencia tiene que llevar a la comunidad
cristiana a convertirse en profecía del mundo nuevo, inaugurado por la Pascua.
Al contemplar en la tarde de hoy el misterio de amor que nos vuelve a proponer
la Última Cena, también nosotros tenemos que permanecer en conmovida y
silenciosa adoración ante Jesús, que está "verdadera, real y substancialmente" en el Cuerpo y la Sangre
del Señor. La mente se siente perdida ante un misterio tan sublime. Tantos
interrogantes se asoman al corazón del creyente que, sin embargo, encuentra paz
en la palabra de Cristo. "Si los
sentidos desfallecen / la fe es suficiente para un corazón sincero".
Apoyados por esta fe, por esta luz que ilumina nuestros pasos también en la
noche de la duda y de la dificultad, podemos proclamar: "Tantum ergo Sacramentum / veneremur cernui
– A un Sacramento tan grande / venerémoslo postrados".
d)
Nuevo Cordero. La Eucaristía se remonta al rito pascual de la primera Alianza, que
ponían un cordero que en realidad no podía quitar los pecados, ni salvar: sería
el nuevo Cordero, que con la sangre derramada libremente en la cruz ha
establecido una nueva y definitiva Alianza. Santo Tomás de Aquino nos anima a
mirar con el alma: "Praestet fides
supplementum sensuum defectui – Que supla la fe a los defectos de los sentidos".
¡Sí, la fe nos lleva al estupor y a la adoración!
Jesús "los amó hasta el extremo" (Juan
13,1), en la Eucaristía nos ama y nos une con él al Padre, en el Espíritu. Es
un amor que supera la capacidad del corazón del hombre. Al detenernos esta
noche a adorar el Santísimo Sacramento y al meditar en el misterio de la Última
Cena, nos sentimos sumergidos en el océano de amor que mana del corazón de Dios
(Juan Pablo II).
e) En
la Escritura, la letra te enseña lo ocurrido. Lo que debes creer, la alegoría.
La moral enseña qué es lo que hay que hacer. Hacia dónde tender, la anagogía.
Se puede aplicar perfectamente a la Pascua: «La Pascua puede tener un
significado histórico, uno alegórico, uno moral y uno anagógico.
Históricamente, la Pascua ocurrió cuando el ángel exterminador pasó por Egipto;
alegóricamente, cuando la Iglesia, en el bautismo, pasa de la infidelidad a la
fe; moralmente, cuando el alma, a través de la confesión y la contrición, pasa
del vicio a la virtud; anagógicamente, cuando pasamos de la miseria de esta vida
a los gozos eternos» (Sicardo de Cremona).
La
letra, ¿narra verdaderamente lo ocurrido? Algunos hablan en clave política de la
muerte de Jesús, y no es correcto. Otro aspecto que el Concilio Vaticano II
corregía es el brote antisemitista que ha contaminado también la historia:
«Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte
de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni
indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de
hoy». Esto abarca también la responsabilidad de los romanos. El “Siervo de
Yahvé” que hemos leído apunta más bien a que las injusticias son en él
aplacadas, como entendió Edith Stein el drama que se estaba gestando para ella
y para su pueblo en la Alemania de Hitler: «Allí, bajo la cruz, comprendí el
destino del pueblo de Dios. Pensé: aquellos que saben que esta es la cruz de
Cristo tienen el deber de cargar con ella, en nombre de todos los demás». Juan
Pablo II hizo petición de perdón por los sufrimientos causados por los
cristianos al pueblo de Israel.
f) Las
narraciones de la pasión, en unidades más breves y en forma oral, circulaban en
las comunidades ya mucho antes de la redacción final de los evangelios,
incluido el de Marcos, y coinciden con las cartas más antiguas, como las de Pablo
en torno al año 50 (1 Tes 2,15). J. Jeremias demostró la motivación antifarisea
que se da en casi todas las parábolas de Jesús, por tanto se recogen en plena
pugna de fariseos contra cristianos. Hay discrepancias pequeñas en los relatos
de la pasión que prueban que proceden de fuentes distintas, y que no buscan
apañar un relato sino plasman cada una la tradición que han recogido, como
también el hecho de mostrar las debilidades de los protagonistas como Pedro es
otra prueba de aquello que decía Lucien Cerfaux: «Estamos persuadidos de que la
manera más sencilla del Evangelio es también la más científica» (R.
Cantalamessa).
El silencio
de Jesús es sorprendente, humilde, divino. «Jesus autem tacebat» (Mateo 26,
63). Calla ante Caifás, calla ante Pilatos que se irrita por su silencio, calla
ante Herodes que esperaba verle hacer un milagro (Lucas 23, 8). El silencio de amor.
El silencio de Jesús en la Pasión es la clave para comprender el silencio de
Dios. Cuando el ruido de las palabras se hace demasiado estridente, la única
manera de decir algo es callándose. El silencio de Jesús de hecho inquieta,
irrita, saca a la luz la falta de verdad de las propias palabras, como cuando
callaba ante los acusadores de la adultera. «Hay que callarse ante aquello de
lo que no se puede hablar»... «Tengo muchas cosas que decir, o más bien una
sola pero tan grande como el mar», exclama al estar cerca de la muerte la
heroína de una ópera lírica. Estas palabras se podrían poner en labios de Jesús.
Él sólo tenía una cosa que decir, pero tan grande que los hombres no estaban
preparados para acogerla. Había tratado de decirla pronunciando, ante Pilatos,
la palabra «¡verdad!», pero conocemos el desenlace”. «Adoramus te, Christe, et
benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum»: «Te adoramos,
oh Cristo, y te bendecimos, pues con tu santa Cruz redimiste al mundo».
Recibí
hace días unas palabras por Internet, palabras que estaban pintadas en una
pared en la ciudad de Oklahoma, en el lugar donde se había producido un
tiroteo:
-Dije:
"Dios, me duele." Y Dios dijo: "Lo sé."
-Dije:
"Dios, he llorado tanto..." Y Dios dijo: "Para eso es que te di
lágrimas."
-Dije:
"Dios, estoy tan deprimida..." Y Dios dijo: "Por eso es que te
di el brillo del sol."
-Dije:
"Dios, la vida es dura." Y Dios dijo: "Por eso es que te di a
seres queridos."
-Dije:
"Dios, mi ser más querido murió... " Y Dios dijo: "El mío
también."
-Dije:
"Dios, es una pérdida tan grande... " Y Dios dijo: "Vi al mío
clavado en una cruz."
-Dije:
"Dios, pero tu ser más querido vive... " Y Dios dijo: "El tuyo
también."
-Dije:
"Dios, duele." Y Dios dijo: "Lo sé."
g) Esta
noche acompañando a Jesús me recuerda la amistad con él que ahora le
obsequiamos. Encuentra un tesoro y encontrarás amigos: "Cum felix eris
multos numerabis amicos. Tempora, si fuerint nubila, solus eris" (Ovidio).
La Amistad es clave de la vida humano-divina. A modo y manera, de un rato de
"contemplación", mirando hacia dentro, y soñar con lo que siempre he
soñado: encontrar en el hondón de mí, ese amor desinteresado, sin mezcla de
comercio, ni nada parecido. ¡AMOR, AMOR! Un cheque en blanco. Te quiero,
porque... te quiero, sin saber por qué te quiero. Nada te doy con vistas a que
me des. No busco, ni quiero compensaciones. Nada, solo AMOR. "No me tienes
que dar porque te quiera, / pues, aunque lo que espero no esperara, / lo mismo
que te quiero te quisiera".
La
amistad es la realidad más perfecta, más bella, más pura de amor. ¿Por qué? Y
más o menos así nos responden algunos pensadores griegos. Puede haber amistad
en el matrimonio, claro, pero en sí el amor del Matrimonio puede no tener
amistad, o suponer intereses de todo tipo: algo que yo no tengo por mi propia
naturaleza. El AMOR de AMISTAD supone un TOTAL DESINTERÉS. Si hay intereses en
nuestras relaciones humanas, puede haber alguna clase de amor, pero no el de
AMISTAD. Ahí me doy, no porque LO QUIERO (filein), como se quiere una
bicicleta, un libro o a un tío, sino porque LO AMO (ágape), es decir, porque le
doy la VIDA, si es preciso, perdiendo MI PROPIA VIDA. Eso es AMOR. Viene de A
(partícula privativa = sin). Y de MOR (mors-mortis = la muerte). AMOR = SIN +
MUERTE, luego es = VIDA. AMOR es VIDA. Si doy amor, estoy dando mi vida. Ya
sabéis quien lo hizo...
"Seis
días antes, tan solo, de la Pascua, fue recibido por amigos de verdad",
que no hacen traición y que todo lo dan, todo lo entregan y lo ponen a tu
servicio. Esto "fue en Betania". Cenó con ellos, fue un derroche de
amor, de ágape, que es el amor totalmente desinteresado, "al llenarse la
estancia del perfume caro", selecto y para tal circunstancia, con que
"María ungió sus pies y no encontró mejor paño para enjugarlos que sus
propios cabellos". Marta servía. "Lázaro, símbolo de la resurrección
y de la alegría, era uno de los comensales. María escuchaba." Los amigos
escuchan. Los demás, solo nos oyen. Antes de las horas de brutalidad y odio, la
hora de la AMISTAD y de la convivencia… “la
casa se llenó de la fragancia del perfume". Ratzinger indica que “el
aceite proporciona al hombre fuerza y belleza, posee una fuerza curativa y
nutritiva. En la unción de profetas, reyes y sacerdotes, es signo de una
exigencia más elevada. El aceite de oliva —por lo que he podido apreciar— no
aparece en el Evangelio de Juan. El costoso «aceite de nardo», con el que el
Señor fue ungido por María en Betania antes de su pasión (cf. Jn 12, 3), era
considerado de origen oriental. En esta escena aparece, por una parte, como
signo de la santa prodigalidad del amor y, por otra, como referencia a la
muerte y a la resurrección”.
h)
Celebramos el milagro del pan y del vino. El pan “representa la bondad de la
creación y del Creador, pero al mismo tiempo la humildad de la sencillez de la
vida cotidiana. En cambio, el vino representa la fiesta; permite al hombre
sentir la magnificencia de la creación. Así, es propio de los ritos del sábado,
de la Pascua, de las bodas”. Y nos deja vislumbrar algo de la fiesta definitiva
de Dios con la humanidad, a la que tienden todas las esperanzas de Israel. «El Señor todopoderoso preparará en este
monte [Sión] para todos los pueblos un festín... un festín de vinos de
solera... de vinos refinados.» (Is 25, 6). El pan lo encontramos en la
escena de la multiplicación de los panes, e inmediatamente después en el gran
sermón eucarístico del Evangelio de Juan. El don del vino nuevo se encuentra en
el centro de la boda de Caná (cf. 2, 1-12), mientras que, en sus sermones de
despedida, Jesús se presenta como la verdadera vid (cf. 15, 1-10). Jesús retoma
la antiquísima imagen de la vid y lleva a término la visión que hay en ella.
En la
parábola de la viña, en un último intento, el dueño envía a su «hijo querido»,
el heredero, quien como tal también puede reclamar la renta ante los jueces y,
por ello, cabe esperar que le presten atención. Pero ocurre lo contrario: los
viñadores matan al hijo precisamente por ser el heredero; de esta manera,
pretenden adueñarse definitivamente de la viña. En la parábola, Jesús continúa:
«¿Qué hará el dueño de la viña? Acabará
con los labradores y arrendará la viña a otros» (Mc 12, 9). La historia se
convierte de repente en actualidad. Los oyentes fariseos lo saben: Él habla de nosotros. Al igual que los profetas
fueron maltratados y asesinados, así vosotros me queréis matar: hablo de
vosotros y de mí.
El
Señor cita el Salmo 118,22: «La piedra
que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». La muerte del
Hijo no es la última palabra. Aquel que han matado no permanece en la muerte,
no queda «desechado». Se convierte en un nuevo comienzo. Jesús da a entender
que El mismo será el Hijo ejecutado; predice su crucifixión y su resurrección,
y anuncia que de él, muerto y resucitado, Dios levantará una nueva edificación,
un nuevo templo en el mundo.
«Yo soy la verdadera vid» (Jn 15,1),
dice el Señor. Se ha dejado plantar en la tierra. Dios se ha hecho vid en el
Hijo. Esta vid ya nunca podrá ser arrancada, no podrá ser abandonada al
pillaje: pertenece definitivamente a Dios, a través del Hijo Dios mismo vive en
ella. «Cristo Jesús, el Hijo de Dios...
no fue primero "sí" y luego "no"; en Él todo se ha
convertido en un "sí"; en Él todas las promesas de Dios han recibido
un "sí"» (2 Co 1, 19s).
La imagen refleja bien la imposibilidad de separar a
Jesús de los suyos, su ser uno con Él y en Él. Veo relación entre esta vid
plantada (Cristo) con la revelación del “Yo soy” entre nosotros, que no nos
abandona, que se une íntimamente, está plantado íntimamente en la tierra, en la
historia nuestra, en cada persona, y no podrá ya ser arrancado...
Nos
habla también de purificación y dar fruto, que van unidos; así nos hacemos pan
y vino, participamos muriendo a nosotros mismos, en el misterio eucarístico,
llevando así a las nupcias, que es el proyecto de Dios para la historia. En
Juan 15,1-10 aparece diez veces el verbo griego ménein, “permanecer” en él. Lo que los Padres llaman perseverantia está en primer plano.
Resulta fácil un primer entusiasmo, pero después viene la constancia también en
los caminos monótonos del desierto que se han de atravesar a lo largo de la
vida, la paciencia de proseguir siempre igual aun cuando disminuye el
romanticismo de la primera hora y sólo queda el «sí» profundo y puro de la fe.
Así es como se obtiene precisamente un buen vino. Agustín vivió profundamente
la fatiga de esta paciencia después de la luz radiante del comienzo, después
del momento de la conversión, y precisamente de este modo conoció el amor por
el Señor y la inmensa alegría de haberlo encontrado. Para esto, hay que orar,
pedir en nombre de Jesús «la alegría», Espíritu Santo (cf. Lc 11, 13), lo que
en el fondo significa lo mismo. Preparar la boda del Cordero, con la humildad y
el amor de un matrimonio, como hizo la Virgen a la que pedimos (he seguido en
este texto sobre la vid a Ratzinger): "Oh María, primicia del pueblo humilde y del resto
de Israel, sierva sufriente junto al Siervo sufriente, nueva Eva obediente
junto al nuevo Adán, alcánzanos de Jesús, con tu intercesión la gracia de ser
humildes. Enséñanos a ‘humillarnos bajo la mano poderosa de Dios’, como te
humillaste tú. Amén".
Llucià
Pou Sabaté
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