Cuaresma 5, viernes: Jesús, hijo de Dios, es el inocente que por el
sufrimiento nos abre las puertas para entrar a la familia de Dios
“En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle.
Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por
cuál de esas obras queréis apedrearme?». Le respondieron los judíos: «No
queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú,
siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está
escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos
a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura — Aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al
mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si
no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no
me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en
mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las
manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había
estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían:
«Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad».
Y muchos allí creyeron en Él” (Juan 10,31-42).
1. Como nos dice Javier Echevarría
en el libro “Getsemaní”, hemos de mirar a Cristo para aprender de Él a tratar
al Padre, meternos entre los apóstoles en esas escenas: “Los llevó con Él, para
que participaran en su oración...
Durante los tres años de caminar con Él por Tierra Santa, sería
constante la invitación del Maestro a los discípulos para que rezaran. Ahora
les pidió que se sumasen a su recogimiento, a su preparación para el Sacrificio
redentor de la humanidad. Les remachaba así que la vida del cristiano, a todas
horas y especialmente en las circunstancias más extraordinarias, debe discurrir
por el cauce de una oración con Él y como la de Él”, y “orar con Cristo lleva
necesariamente a asumir como propia la Voluntad del Padre... los planes
divinos”. Meternos en Jesús significa que le “dejaremos habitar en la
inteligencia y en el corazón, confiriendo a nuestras potencias la hondura del
diálogo del Hijo de Dios con su Padre”.
“Contemplar” así es desligarnos de
nuestra miseria y volar alto, en esas alturas del amor de Dios. La oración es
necesaria para no caer en la tentación, para no abandonar a Jesús en las horas
duras: “abandonándole huyeron todos” (Mc 14, 50), en una desbandada que dura
siglos... Hoy Jesús sigue teniendo pocos amigos: para no fallarle, para que
Jesús no se quede más solo, para acompañarle... hay que estar con Él cada día,
incorporar a nuestro plan de vida estar unos minutos con quien sabemos nos
quiere tanto: la lectura del Evangelio, la oración para meter la cabeza y el
corazón en cada una de las escenas de la Pasión del Señor, si puede ser
meditación, que lleve a la contemplación que es cerrar los ojos y representar a
Cristo en el momento a considerar según lo que nos presenta la liturgia cada
uno de estos días: hecho un guiñapo en la flagelación, caído en el suelo por el
camino de la Vía dolorosa, con la cruz a plomo... “Contemplar” ha de ser
dejarse mirar por Él, y mirarle nosotros con petición de perdón... esta actitud
ha hecho muchos santos y es el mejor sistema para crecer en amor a Cristo, a
través de su Humanidad Santísima. Va muy bien beber en la sabiduría de las
imágenes del crucificado, como el pequeño crucifijo que podemos llevar encima,
y al que acudir a escondernos en sus heridas; o admirar el padecimiento de
Jesús cuando vamos a dejar un trabajo por cansancio, cuando somos perezosos;
ver su humillación cuando nos sentimos vanidosos; ver su generosidad cuando nos
vence el egoísmo, ver su entrega cuando
luchamos poco.
Nos acercamos a Jesús con los
protagonistas de la Pasión, por ejemplo Verónica, esa mujer atrevida, que se
abre paso para dar la cara por Jesús; limpia su rostro y queda grabada su faz
en el velo, como queda impresa la imagen de Cristo en nuestra alma. Por eso, de
ahí nacen deseos de no empañar esa imagen con cosas malas, queremos limpiar el
rostro de Jesús... Son los actos de amor y de desagravio, jaculatorias y
petición de perdón ante nuestros retrasos e indelicadezas, desganas y falta de sensibilidad.
Son también nuestras contrariedades, enfermedades, unidas a la cruz de Jesús; y
las correcciones que nos hacen, agradecer esa ayuda. Y siempre con María, ir de
su mano, a donde Ella nos lleve.
“Jesús
se paseaba en el Templo... De nuevo los judíos trajeron piedras para apedrearle”.
Así nos muestras, Jesús, que tu pasión comenzó mucho antes del viernes. Las
últimas semanas de tu vida terrena las viviste rodeado de enemigos despiadados.
Sabes lo que es el sufrimiento moral: el miedo, la aprehensión, el ansia, la
inseguridad... ser incomprendido, mal juzgado... vivir en medio de gentes que
deforman nuestras intenciones profundas... no llegar a hacerse comprender. Todo
esto que es lote doloroso de tantos seres humanos, lo has experimentado, Señor
Jesús. ¿Cuáles eran entonces tus reacciones interiores? Ayúdame, Señor, a
contemplar lo que pasa en ti mientras Tú vives los últimos días de tu vida.
Pero no estás solo: “El Padre está en mí
y Yo en el Padre”... Incluso en medio de las tormentas, seguramente estabas
en posesión de una paz constante. Incluso en la angustia podías apoyarte en el
Padre. Te sabías amado, acompañado, cuidado (Noel Quesson).
"El Padre está en mí". Comunión. Unidad profunda. Los Padres de
la Iglesia se atreverán a decir: "Dios se hizo hombre, para que el hombre
llegara a ser Dios". Colocándonos espiritualmente ante el Cristo
crucificado, Salvador, Buen Pastor, Amigo que da la vida por sus amigos,
meditemos sobre ese momento de gracia, perdón y salvación, hablándole desde
nuestra más profunda intimidad: Pastor, que con tus silbos amorosos / me
despertaste del profundo sueño; / tú que hiciste cayado de ese leño / en que
tiendes los brazos poderosos, / vuelve tus ojos a mi fe piadosos, / pues te
confieso por mi amor y dueño, / y la palabra de seguir empeño / tus dulces
silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor, que por amores
mueres, / no te espante el rigor de mis pecados, / pues tan amigo de rendidos
eres. / Espera, pues, y escucha mis
cuidados. / Pero ¿cómo te digo que me esperes, / si estás, para esperar, los
pies clavados?” (“Gratis datae”).
Jesús sufrió viendo que se
acercaba el momento de su ofrecimiento… Pero lo que más te debía doler era la
incomprensión de aquellos hombres: les habías demostrado con obras que eras el
Hijo de Dios, y te iban a pagar con la cruz. ¡Jerusalén, Jerusalén!, que
matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he
querido reunir a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las
alas, y no quisiste (Mt 23,37). Jesús, quiero acompañarte estos días
teniendo tus mismos sentimientos. Aquello del Apóstol: «tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo
en el suyo», exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto
al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se
ofrecía en sacrificio. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición
de víctima, negándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio,
entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando
cada uno sus propios pecados. Si unimos nuestras pequeñeces -las
insignificantes y las grandes contradicciones- a los grandes sufrimientos del
Señor, Víctima -¡la única Víctima es Él!-, aumentará su valor, se harán un
tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo. -Y no
habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos
quite la paz y la alegría (J. Escrivá, Forja
785).
Jesús, que cuando sufra por algún motivo,
físico o moral, me acuerde de lo mucho que has sufrido por mí, y me dé cuenta
de que también así, sufriendo, me estoy pareciendo y uniendo a Ti. Son esas
caricias de Dios, que me trata como a su Hijo, y que me permite aportar mi
pequeño grano de arena a la Redención.
Cada día puedo ofrecer esas contradicciones en la Misa, junto al Pan y
el Vino, de manera que se unan al sacrificio de la Cruz (Pablo Cardona).
2. Al profeta Jeremías lo llevaban
por el camino de la amargura: “Yo oía a
mis adversarios que decían contra mí: «¿Cuándo, por fin, lo denunciarán?» Ahora
me observan los que antes me saludaban, esperando que yo tropiece para
desquitarse de mí”. Jeremías sufre
por la verdad. En todo hombre que sufre, en todo "hombre de dolor",
se ve reflejada la imagen de Jesús, el Justo, que se une a nuestro sufrimiento
para que podamos llevarlo con provecho para nuestra salvación.
“Pero Yahvé está conmigo, Él, mi poderoso defensor; los que me persiguen
no me vencerán. Caerán ellos y tendrán la vergüenza de su fracaso, y su
humillación no se olvidará jamás. Yahvé, Señor, tus ojos están pendientes del
hombre justo”. Nos dice Jesús que “con la paciencia poseeréis vuestras
almas”. Muchas cosas malas nos vienen por la precipitación. Todo lo malo se
pasa. “La paciencia todo lo
alcanza”… Mañana ya comienza la Semana Santa, con el Domingo de Ramos. Está
acabando la Cuaresma. Todo llega. Desanimarse es una tontería. Escucha el
consejo que da el barrendero a Momo: "Cuando barro, las cosas son así: a
veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga
que crees que nunca podrás acabar. Y entonces te empiezas a dar prisa. Cada vez
que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas
más todavía, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por
delante... Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez ¿entiendes? Sólo
hay que pensar en el paso siguiente.... entonces es divertido... de repente uno
se da cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle." Ser santo,
amar mucho a Dios... cualquier meta se alcanza siempre. Consiste en dar un paso
cada día; por eso, no te desanimes nunca: haz bien hoy las pequeñas cosas de¡
día. ¡Qué no me desanime, Señor, que es una tontería! Poco a poco, con pequeños
pocos, conseguiré hacer realidad las cosas grandes que quiero - y Tú también
quieres - en mi vida (José Pedro Manglano).
“Tú conoces las conciencias y los corazones,
haz que vea cuando te desquites de ellos, porque a Ti he confiado mi defensa.
¡Canten y alaben a Yahvé, que salvó al desamparado de las manos de los
malvados! El cuchicheo de la gente que
decía: ... delatadlo, vamos a delatarlo”. El profeta es atacado, y su
fortaleza está en ti, Señor. Ayúdanos, Señor, a ver tu faz... y a la vez
creeremos «que sufren contigo»... y «que resucitarán también contigo» (Rm 6-8).
Y todo hombre que sufre me ayuda a ver el rostro de Jesús. Momentos de
"terror" del profeta.
3. El hombre acorralado: “A ti he confiado mi causa”, se abandona
en Dios, como hará Jesús: «Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu...». Decimos en la Entrada: «Piedad, Señor, que estoy en peligro;
líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de
haberte invocado». A todo hombre le llega el encontrarse, algún día, en esa
situación extrema. Pecados personales y de los otros (es la libertad…), límites
humanos o leyes de la naturaleza (catástrofes, enfermedades...). ¿El mal nos
viene como castigo por los pecados? La muerte de Jesús, el «inocente», viene a
decir claramente que no. Jeremías es modelo de una vida marcada por la
incomprensión y dureza de su propio pueblo, soledad dolorosa en su ministerio
profético, de "amar a Dios sobre todas las cosas". Su voz sigue
proclamando fuerte el amor a Dios y su alianza.
“En el
peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza,
Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte…
En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi
voz y mi grito llegó a sus oídos”: En el salmo meditamos el dolor y las
afrentas en las persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue
perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este salmo en sus
tribulaciones y dolores, y también en la pena de la esclavitud del pecado.
Este viernes hay un recuerdo
especial para la Virgen de los Dolores, que acompañó a Jesús en la Pasión. De
su mano queremos entrar en estos días de preparación última a la Semana
Santa. El Viernes de pasión, antiguamente
memoria de la Virgen de los dolores, es como el pórtico para comenzar a
meternos en las escenas del Evangelio que narran la Pasión, Muerte y
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y preguntarnos cómo vamos a vivir
estos próximos días de una manera especial. Será ésta una Semana Santa
eucarística, de acción de gracias por la Redención, especialmente el Triduo
pascual, con jueves santo, el día que Jesús se nos da todo Él en este
Sacramento, el viernes cuando se entrega a la pasión y muerte por amor, y el
Domingo de Resurrección, el día que Jesús ha hecho nuevas todas las cosas. Y
como siempre, lo mejor para acompañar de cerca al Señor, para contemplarle y
demostrarle un amor con propósitos de conversión, es hacerlo con la Virgen de
los Dolores.
Para hacer una buena fotografía se
requiere un encuadre adecuado, enfocar bien el campo visual, un punto de vista
adecuado. Pues para vivir la Semana Santa el mejor ángulo de encuadre es el
corazón de la Santísima Virgen, meternos en su corazón y desde allí acompañar a
Jesús.
Ella nos dice que hagamos lo que
su Hijo nos diga. Es bueno que pensemos qué es lo que Jesús nos dice con su
Pasión, y al contemplar lo mucho que Jesús nos quiere hasta morir crucificado
por nuestra salvación, nos vendrá a la cabeza, como decía san Josemaría
Escrivá: Jesús ha hecho esto por mí... yo, ¿qué hago por Jesús? Y de ahí salen
propósitos de correspondencia: puesto que la causa de la muerte de Jesús son
mis pecados, voy a vivir en gracia de Dios acudiendo al sacramento de la
confesión. Voy a acompañar a Jesús de la mejor manera: que Él esté conmigo, y
huyendo de las ocasiones de pecado, acudiendo a la Virgen en las tentaciones,
reaccionando con prontitud como han hecho los santos: “¡Aparta Señor de mí lo
que me aparte de Ti!”
Llucià Pou Sabaté
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