Martes de la octava de pascua: la primera aparición de Jesús a
María Magdalena, la mujer de fe y de amor
“María se había quedado afuera,
llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos
ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del
lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron:
"Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han
llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio
vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó:
"Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el
cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime
dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo:
"¡María!" Ella lo reconoció y le dijo en hebreo:
"¡Raboní!", es decir "¡Maestro!". Jesús le dijo: "No
me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos:
'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que
él le había dicho esas palabras” (Juan 20,11-18).
1. El relato
de la resurrección de hoy es de Juan, ayer de Mateo. Vemos a María delante del
sepulcro, llorando. La razón de su llanto es la ausencia total de Jesús, que no
sólo ha muerto, sino que tampoco está su cadáver. Es la tristeza que había
anunciado Jesús a sus discípulos (16,20): "vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis
tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo". Mientras
lloraba se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno
a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús. María es
la comunidad-esposa que busca y llora al esposo, amor de su alma. En el Cantar
se describe así la escena (3,2): "me
levanté y recorrí la ciudad... buscando el amor de mi alma; lo busqué y no lo
encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: ¿visteis al
amor de mi alma?". La primera aparición (Mc 16, 9) estuvo reservada
para María Magdalena. El primer anuncio del acontecimiento se hizo a las
mujeres. Fueron ellas, fueron unas mujeres las enviadas por Dios a predicar a
los apóstoles. Hay muchas interpretaciones alegóricas, sobre esa predilección
del Señor, como Eva la que lo perdió… pero otras son reales, pues ellas no le
abandonaron, y Jesús mostró su predilección.
Hay como un
instinto divino que mueve (cf. Rom 8,14) en una docilidad que es la esencia de
la vida en Cristo. Cuando María Magdalena lloraba fuera del sepulcro, se
inclina y mira adentro donde están los ángeles (cf. Jn 20,11-13) movida por la
caridad de Cristo (cf 2 Cor 5,14), por el divino instinto que le empuja hacia
realidades más altas, recordaba S. Tomás, siguiendo a S. Agustín y otros como
San Gregorio Magno: «Llorando, pues, María se inclinó y miró en el sepulcro.
Ciertamente había visto ya vacío el sepulcro, ya había publicado que se habían
llevado al Señor. ¿Por qué, pues, vuelve a inclinarse y renovar el deseo de
verle? Porque al que ama, no le basta haber mirado una sola vez, porque la
fuerza del amor aumenta los deseos de buscar. Y, efectivamente, primero le
buscó, y no le encontró; perseveró en buscarle y le encontró. Sucedió que, con
la dilación, crecieron sus deseos, y creciendo, consiguió encontrarle».
Los ángeles se
dirigen a ella con el apelativo "Mujer" que Jesús había usado con su
Madre en Caná (2, 4) y en la cruz (19, 26) y con la samaritana (4, 21), la
esposa fiel y la esposa infiel de la antigua alianza. Los ángeles ven en María
a la esposa de la nueva alianza, que busca al esposo desolada, pensando que lo
ha perdido. María, de hecho, llama a Jesús mi Señor, como mujer al marido,
según el uso de entonces.
"Dicho esto da media vuelta y ve a Jesús de
pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús
le dice: mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el
hortelano, le contesta: Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has
puesto y yo lo recogeré”. El tema del huerto-jardín se relaciona con el
Cantar. Se prepara el encuentro de la esposa con el esposo. María no lo
reconoce aún, pero ya está presente la primera pareja del mundo nuevo, el
comienzo de la nueva humanidad. Es el nuevo Paraíso. Jesús, como los ángeles,
la ha llamado "Mujer" (esposa, el alma). Ella expresando sin saberlo
la realidad de Jesús, lo llama "Señor" (esposo, Dios).
"Jesús le dice ¡María! Ella se vuelve y le
dice ¡Rabboni! (que significa Maestro)". Jesús le llama por su nombre
y ella lo reconoce por la voz. Este tema también aparece en el Cantar: "Estaba durmiendo, mi corazón en vela,
cuando oigo la voz de mi amado que me llama: ¡ábreme, amada mía!" (5,
2; 2,8, LXX). Al oír la voz de Jesús y reconocerlo, María se vuelve del todo,
no mira más al sepulcro, que es el pasado, se abre para ella su horizonte
propio: la nueva creación que comienza. Jeremías (33,11) dice: "se escuchará la voz alegre y la voz gozosa,
la voz del novio y la voz de la novia". Se consuma la Nueva Alianza por
medio del Mesías. La respuesta de María: Rabboni,
Señor mío, tratamiento que se usaba para los maestros, pone este momento en
relación con la escena donde Marta dice a su hermana: El Maestro está ahí y te llama".
"Le dijo Jesús: suéltame que todavía no he
subido al Padre". El giro «no me abraces» o "no me toques" o
-de forma positiva- "Suéltame" sólo puede significar que la
existencia del Resucitado no ha de comprobarse de esa manera mundana. El
encuentro y contacto con Jesús resucitado se realiza en un terreno distinto, a
saber: en la fe, por la palabra o «en espíritu». Realmente al resucitado no se
le puede retener en este mundo. Con el deseo de palpar el hombre conecta
frecuentemente la otra tendencia de querer convertir algo en posesión suya, de
poder disponer de ello. Ahora bien el resucitado ni puede ni quiere ser
abrazado así; mostrando con ello que escapa a cualquier forma de ser manejado
por el hombre.
“Vete a mis hermanos y diles: Voy a subir a
mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios." La renuncia a
la forma de comunicación material y sensible no significa en modo alguno la
imposibilidad de comunicarse con Jesús. Precisamente su ida al Padre creará la
base para la comunión permanente de la comunidad de discípulos con Jesús, según
ha quedado expuesto de múltiples formas en los discursos de despedida. Esta
expresión, «a mis hermanos», resulta
sorprendente; pero en este pasaje describe las nuevas relaciones que Jesús
establece con los suyos, por cuanto que ahora los introduce de forma explícita
en su propia relación con Dios. El alegre mensaje pascual, que María ha de
comunicar a los hermanos de Jesús, consiste en la fundación de una nueva
comunidad escatológica de Dios mediante el retorno de Jesús al Padre (cf. también
1Jn 1,1-4). Vista así, la escena indica desde qué ángulo hay que entender el
cuarto evangelio, que tiene su fundamento en la comunión divina permanente abierta
por Jesús con la pascua” (El Nuevo
Testamento y su mensaje, Herder).
“El amor auténtico pide eternidad. Amar a otra
persona es decirle «tú no morirás nunca» – como decía Gabriel Marcel. De ahí el
temor a perder el ser amado. María Magdalena no podía creer en la muerte del
Maestro. Invadida por una profunda pena se acerca al sepulcro. Ante la pregunta
de los dos ángeles, no es capaz de admirarse. Sí, la muerte es dramática. Nos
toca fuertemente. Sin Jesús Resucitado, carecería de sentido. «Mujer: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?»
Cuántas veces, Cristo se nos pone delante y nos repite las mismas preguntas.
María no entendió. No era capaz de reconocerlo. Así son nuestros momentos de
lucha, de oscuridad y de dificultad. «¡María!» Es entonces cuando, al oír su
nombre, se le abren los ojos y descubre al maestro: «Rabboni»... Nos hemos
acostumbrado a pensar que la resurrección es sólo una cosa que nos espera al
otro lado de la muerte. Y nadie piensa que la resurrección es también, entrar
«más» en la vida. Que la resurrección es algo que Dios da a todo el que la
pide, siempre que, después de pedirla, sigan luchando por resucitar cada día”
(Xavier Caballero).
La Iglesia
aplica hoy el introito no sólo a sus hijos recién bautizados, sino también a
todos nosotros, "iluminados" por los santos misterios: "Les da a beber el agua de la sabiduría. Con
ella los hace fuertes y los ensalzará para siempre". Y en esta Octava
cantamos: «Este es el día en que actuó
el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya). Y en la oración
Colecta pedimos: «Tu, Señor, que nos has
salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu
pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del
cielo que ya ha empezado a gustar en la tierra».
2. Pedro declara que Dios ha
constituido «Señor y Cristo» a “este
Jesús a quien vosotros habéis crucificado...” Aborda de frente la verdad,
no teme la muerte, y habla de la responsabilidad que todos –él también- tienen.
Muchos sintieron remordimiento de corazón, y dijeron a Pedro y a los Apóstoles:
«Hermanos ¿qué hemos de hacer?». Es
la metánoia, la conversión de
corazón. La Pasión
sigue siendo hoy medio esencial para convertirnos, tomar conciencia de nuestros
pecados.
-Pedro
contestó: «Arrepentíos, y que cada uno
de vosotros se haga bautizar...» ¿Hay que «cambiar de vida» primero? o bien
¿lo primero es «recibir los sacramentos? Pedro, espontáneamente, dice que hay
que hacer ambas cosas. Arrepentirse: cambiar de vida, esforzarse. Recibir el
bautismo: recibir el sacramento, reconocer la gracia de Dios (Noel Quesson).
-Aquel día, fueron tres mil los que
acogieron la Palabra
y se hicieron bautizar. La familia de Jesús, inicialmente compuesta por
María y José, luego los Apóstoles y santas mujeres, se amplía ahora por la fe y
el bautismo… Esta conversión ha de ser continua, como Rabano Mauro dice: «Todo
pensamiento que nos quita la esperanza de la conversión proviene de la falta de
piedad; como una pesada piedra atada a nuestro cuello, nos obliga a estar siempre con la mirada baja, hacia la
tierra, y no nos permite alzar los ojos hacia el Señor». Y Juan Pablo II ha
escrito: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor
benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como
momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de
ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no
pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de
conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la
peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador». Así lo hizo
S. Agustín en su última etapa, como recordaba Benedicto XVI.
3. Gracias,
Señor… “Porque la palabra del Señor es
recta y él obra siempre con lealtad; / él ama la justicia y el derecho, y la
tierra está llena de su amor”. Dejarse amar por Dios, abrirle nuestro
corazón es aceptar que Él nos salve del pecado y de la muerte y nos conduzca
hacia la posesión de los bienes eternos. “Los
ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su
misericordia, / para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo
de indigencia”. La confianza filial es audacia (en griego “parresia”) de un niño pequeño que tiene
total abandono en su padre. “Nuestra
alma espera en el Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo. / Señor, que tu
amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti”. “-Dejó
mi amor la orilla y en la corriente canta. –No volvió a la ribera que su amor era
el agua” (Bartolomé Llorens).
Llucià Pou
Sabaté
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