Reflexiones para el Sábado Santo
1.
Profundo silencio. Las Iglesias
están desnudas y no hay liturgia. Jesús duerme en el sepulcro, y nosotros
esperamos el gran acontecimiento de la Resurrección, perseverando con María en
la espera, rezando y meditando. Hace falta un día de silencio para meditar en
la realidad de la vida humana, en las fuerzas del mal y en la gran fuerza del
bien que surge de la Pasión y de la Resurrección del Señor. Nos recuerda la
espera de las madres, que sufren por los hijos, la compasión de las madres que
sufren en silencio, a distancia. Se habla en muchos sitios de imágenes de la
Virgen que lloran… son lágrimas que hay que entenderlas no tanto físicas, sino sobre
todo lágrimas interiores que son las que más duelen y las que más cuestan.
2. Muerte, resurrección y
bautismo. ¿Qué pasa con la
muerte? Jesús ha pasado por eso, y no ha vuelto a la vida como un cadáver
reanimado como cuando resucitó a Lázaro. Es otra cosa. Una mutación cósmica de
la materia que se vuelve espiritual y no sujeta al espacio y tiempo. Esto es,
nuestro bautismo, por el que podemos comenzar a gustar, en la fe, este
misterio. Cada uno puede decir con san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).
Con tal de que participemos de la muerte y resurrección de Cristo. Hoy
esperamos la gran promesa, la liberación definitiva de la antigua esclavitud
del pecado y de la muerte, el fuego nuevo donde se enciende el cirio pascual,
símbolo de Cristo que resucita glorioso. Cristo, luz de la humanidad, despeja
las tinieblas del corazón y del espíritu e ilumina a cada hombre que viene al
mundo. Junto al cirio pascual, resuena en la Iglesia el gran anuncio pascual:
Cristo ha resucitado verdaderamente, la muerte ya no tiene poder sobre Él. Con
su muerte, ha derrotado el mal para siempre y ha donado a todos los hombres la
vida misma de Dios. Según una antigua tradición, durante la Vigilia Pascual,
los catecúmenos reciben el Bautismo para subrayar la participación de los
cristianos en el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo. De la
esplendorosa noche de Pascua, la alegría, la luz y la paz de Cristo se
extienden en la vida de los fieles de toda comunidad cristiana y llegan a todos
los puntos del espacio y del tiempo. Sigue el Apóstol: Vosotros habéis llegado
a ser uno en Cristo (cf Gal 3,28), nos atrae al Todo participando con nuestro
ser en el Ser de Dios. No podemos darnos esta vida a nosotros mismos, aunque la
deseamos, sino que nos viene por el Verbo de Dios que es la Verdad, por el Amor
divino que es también Vida,
3.
Se lee hoy en la liturgia de las Horas una antigua Homilía del siglo II sobre
el santo y grandioso Sábado, que nos habla del descenso del Señor a la región de los muertos. Sobran comentarios,
pues su lectura nos hace revivir el diálogo entre Cristo salvador y Adán. Se
trata de un texto impresionante: “¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se
cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran
silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve
a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que
dormían desde hace siglo. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en
movimiento la región de los muertos.
En
primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como la oveja perdida. Quiere
visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la
muerte; Dios y su Hijo van liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está
cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El
Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma
victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el
pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos
vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «Y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la
mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, y levántate de entre
los muertos y te iluminará Cristo.
Yo
soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían
de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas:
"Salid" ' y a los que estaban en tinieblas: "Sed
iluminados", y a los que estaban adormilados: 'Levantaos".
Yo
te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que
estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos;
yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate,
mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí;
porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.
Por
ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma
apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a
la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin
fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto
paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.
Mira
los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo
aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas,
que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes
de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados.
Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti,
que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol
prohibido.
Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi
costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el
paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño
de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.
Levántate,
vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te
coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del
simbólico árbol de la vida; más he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a
ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te
adoren en calidad de Dios.
Tienes
preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido
el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y
mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde
toda la eternidad el reino de los cielos.»
4.
María, la Madre de Jesús, espera. Ya
no ve las miradas de su hijo, ni sus suspiros, ni las caricias que hacía a los
niños, ni el respirar pausado del sueño cuando estaba fatigado. Sus ojos ya no
expresan ni amor, ni ira; cerrados y protegidos por unas pequeñas monedas,
llamadas leptos, para mantenerlos cerrados según costumbre.
Recuerda
el descender del Cuerpo de la Cruz con sus llagas sangrantes, su sudor y el
barro mezclado con salivazos. El sepulcro por fin para Dios Hijo / José de
Arimatea acomoda el cuerpo / Dios espanta las moscas que se posan sobre Dios / Dios
mismo está velando sobre su propia cara / Dios se mira en ese espejo y se ve
tan muerto / un judío yerto y fracasado / Dios se inclina piadoso sobre sus restos / Dios está bien así
después de tanto dolor y tanta muerte Dios esté tranquilo / José de Arimatea se
ha ganado el cielo / Dios Hijo se ha ganado bien ese corazón de la roca viva (J.
M. Ibáñez Langlois, El libro de la pasión).
5.
Jesús nos dice sin palabras que vence a
la Muerte con su Muerte. La naturaleza canta el salmo 138: “Si escalo el cielo, allá estás tú; si me
acuesto en el abismo, allí te encuentro. Si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará
tu derecha. Si digo: que al menos la tiniebla me encubra…’, ni la tiniebla es
oscura para ti, la noche es clara como el día” (8-12). Jesús al bajar a la
muerte ha iluminado la muerte y la vida, agarrado a la mano del Padre nos
invita a resucitar con él, incluso si caemos, caeremos en sus manos. “Muerte, ¿dónde está tu victoria?” (1Cor
15,55).
Necesitamos
vivir en esperanza. “Para mí la vida es
Cristo. Si puedo estar junto a Él (es decir, si muero) es una ganancia. Pero si
quedo en esta vida, todavía puedo llevar fruto. Así me encuentro en este
dilema: partir –es decir, ser ejecutado- y estar con Cristo, sería lo mejor;
pero, quedarme en esta vida es más necesario para vosotros” (Fil 1,21ss).
Tanto si morimos como si vivimos, somos del Señor, en servicio a los demás. Si
se pierde el temor a la muerte, al pecado y a Satanás, ya no se temerá a nada
ni a nadie como decía San Josemaría. Y eso es la esperanza: no tener miedo a
nada ni a nadie. Y dentro de un poco la esperanza será posesión.
6.
M. de Unamuno, La vida es sueño:
“¿Estás
muerto, Maestro, o bien tranquilo / durmiendo estás el sueño de los justos? /
Tu muerte de tres días fue un desmayo, / sueño más largo que los otros tuyos; /
pues tú dormías, Cristo, sueños de Hombre, / mientras velaba tu corazón.
Posábase,
/ ángel sobre tu sien, esta primicia / del descanso mortal, ese pregusto / del
sosiego final de aqueste tráfago; / cual pabellón las blandas alas negras / del
ángel del silencio y del olvido / sobre tus párpados; lecho de sábana / pardo,
la tierra nuestra madre; al borde, / con los brazos cruzados meditando / sobre
sí mismo el Verbo.
Y
di, ¿soñabas? / ¿Soñaste, Hermano, el reino de tu Padre? / ¿Tu vida fue acaso
como la nuestra, / sueño? ¿De tu alma fue en el alma quieta / fiel trasunto del
sueño de la vida de nuestro Padre? Di, ¿de qué vivimos / sino del sueño de tu
vida, Hermano?
¡No
es la sustancia de lo que esperamos / nuestra fe, nada más que de tus obras / el
sueño, Cristo! ¡Nos pusiste el cielo / ramilletes de estrellas de venturas; / hicístenos
la noche para el alma / cual manto regio de ilusión eterna!
Por
Ti los brazos del Señor nos brizan / al vaivén de los cielos y al arrullo / del
silencio que tupe las noches / la bóveda de luces tachonada. / ¡Y tu sueño es
la paz que da la guerra, / y tu vida la guerra que da paz!”
El
cuerpo silencioso y enterrado de nuestro Jesús nos dice: ¡Espera!, ¡Cree!,
¡Ama!, que todo lo demás pasa…
7.
La “muerte de Dios” y la esperanza.
Nietzsche dice: “¡Dios ha muerto! ¡Sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos asesinado”. Pero lo hemos asesinado con los genocidios y otros actos
homicidas. Y cuando lo encerrábamos en el edificio de ideologías y costumbres anticuadas, cuando lo desterrábamos
a una piedad irreal y a frases de
devocionarios, convirtiéndolo en una pieza de museo arqueológico; lo hemos asesinado
con la duplicidad de nuestra vida, que lo oscurece a él mismo…
El
ocultamiento de Dios en este mundo es el
auténtico misterio del sábado santo, expresado en las enigmáticas palabras: Jesús «descendió a los infiernos»: el
sheol, lugar de los muertos. Cristo
cruzó la puerta de esa soledad, de nuestro abandono, nos tiende una mano que nos
guía. La soledad insuperable del hombre ha sido superada, el infierno ha
sido superado, cuando se realizan
las palabras del salmista: «aunque bajase hasta los infiernos, allí
estás tú».
Cuando
oramos mirando al crucifijo, vemos él sufrimiento, pero hemos de ver sobre todo
la gloria, pues los cristianos oraban vueltos hacia oriente, Cristo, sol
verdadero, que aparecería sobre la
historia; cuando decían misa entraba por la ventana en forma de cruz la
luz del sol, que dirigía sus rayos al altar y los fieles. Y cuando se predicaba
en otro sitio distinto del altar, luego se pedía a los fieles “dirigirse al
Señor”, es decir, volver su mirada a la luz de oriente, estar “orientados”
hacia Jesús. Es la orientación de la cruz hacia la esperanza y la gloria (Joseph
Ratzinger).
Llucià
Pou Sabaté
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