sábado, 30 de marzo de 2013

Reflexiones para el Sábado Santo



Reflexiones para el Sábado Santo
1. Profundo silencio. Las Iglesias están desnudas y no hay liturgia. Jesús duerme en el sepulcro, y nosotros esperamos el gran acontecimiento de la Resurrección, perseverando con María en la espera, rezando y meditando. Hace falta un día de silencio para meditar en la realidad de la vida humana, en las fuerzas del mal y en la gran fuerza del bien que surge de la Pasión y de la Resurrección del Señor. Nos recuerda la espera de las madres, que sufren por los hijos, la compasión de las madres que sufren en silencio, a distancia. Se habla en muchos sitios de imágenes de la Virgen que lloran… son lágrimas que hay que entenderlas no tanto físicas, sino sobre todo lágrimas interiores que son las que más duelen y las que más cuestan.
2. Muerte, resurrección y bautismo. ¿Qué pasa con la muerte? Jesús ha pasado por eso, y no ha vuelto a la vida como un cadáver reanimado como cuando resucitó a Lázaro. Es otra cosa. Una mutación cósmica de la materia que se vuelve espiritual y no sujeta al espacio y tiempo. Esto es, nuestro bautismo, por el que podemos comenzar a gustar, en la fe, este misterio. Cada uno puede decir con san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Con tal de que participemos de la muerte y resurrección de Cristo. Hoy esperamos la gran promesa, la liberación definitiva de la antigua esclavitud del pecado y de la muerte, el fuego nuevo donde se enciende el cirio pascual, símbolo de Cristo que resucita glorioso. Cristo, luz de la humanidad, despeja las tinieblas del corazón y del espíritu e ilumina a cada hombre que viene al mundo. Junto al cirio pascual, resuena en la Iglesia el gran anuncio pascual: Cristo ha resucitado verdaderamente, la muerte ya no tiene poder sobre Él. Con su muerte, ha derrotado el mal para siempre y ha donado a todos los hombres la vida misma de Dios. Según una antigua tradición, durante la Vigilia Pascual, los catecúmenos reciben el Bautismo para subrayar la participación de los cristianos en el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo. De la esplendorosa noche de Pascua, la alegría, la luz y la paz de Cristo se extienden en la vida de los fieles de toda comunidad cristiana y llegan a todos los puntos del espacio y del tiempo. Sigue el Apóstol: Vosotros habéis llegado a ser uno en Cristo (cf Gal 3,28), nos atrae al Todo participando con nuestro ser en el Ser de Dios. No podemos darnos esta vida a nosotros mismos, aunque la deseamos, sino que nos viene por el Verbo de Dios que es la Verdad, por el Amor divino que es también Vida,
3. Se lee hoy en la liturgia de las Horas una antigua Homilía del siglo II sobre el santo y grandioso Sábado, que nos habla del descenso del Señor a la región de los muertos. Sobran comentarios, pues su lectura nos hace revivir el diálogo entre Cristo salvador y Adán. Se trata de un texto impresionante: “¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglo. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «Y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.
Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid" ' y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", y a los que estaban adormilados: 'Levantaos".
Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.
Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.
 Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.
Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; más he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.»
4. María, la Madre de Jesús, espera. Ya no ve las miradas de su hijo, ni sus suspiros, ni las caricias que hacía a los niños, ni el respirar pausado del sueño cuando estaba fatigado. Sus ojos ya no expresan ni amor, ni ira; cerrados y protegidos por unas pequeñas monedas, llamadas leptos, para mantenerlos cerrados según costumbre.
Recuerda el descender del Cuerpo de la Cruz con sus llagas sangrantes, su sudor y el barro mezclado con salivazos. El sepulcro por fin para Dios Hijo / José de Arimatea acomoda el cuerpo / Dios espanta las moscas que se posan sobre Dios / Dios mismo está velando sobre su propia cara / Dios se mira en ese espejo y se ve tan muerto / un judío yerto y fracasado / Dios se inclina  piadoso sobre sus restos / Dios está bien así después de tanto dolor y tanta muerte Dios esté tranquilo / José de Arimatea se ha ganado el cielo / Dios Hijo se ha ganado bien ese corazón de la roca viva (J. M. Ibáñez Langlois, El libro de la pasión).
5. Jesús nos dice sin palabras que vence a la Muerte con su Muerte. La naturaleza canta el salmo 138: “Si escalo el cielo, allá estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. Si digo: que al menos la tiniebla me encubra…’, ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día” (8-12). Jesús al bajar a la muerte ha iluminado la muerte y la vida, agarrado a la mano del Padre nos invita a resucitar con él, incluso si caemos, caeremos en sus manos. “Muerte, ¿dónde está tu victoria?” (1Cor 15,55).
Necesitamos vivir en esperanza. “Para mí la vida es Cristo. Si puedo estar junto a Él (es decir, si muero) es una ganancia. Pero si quedo en esta vida, todavía puedo llevar fruto. Así me encuentro en este dilema: partir –es decir, ser ejecutado- y estar con Cristo, sería lo mejor; pero, quedarme en esta vida es más necesario para vosotros” (Fil 1,21ss). Tanto si morimos como si vivimos, somos del Señor, en servicio a los demás. Si se pierde el temor a la muerte, al pecado y a Satanás, ya no se temerá a nada ni a nadie como decía San Josemaría. Y eso es la esperanza: no tener miedo a nada ni a nadie. Y dentro de un poco la esperanza será posesión.
6. M. de Unamuno, La vida es sueño:
“¿Estás muerto, Maestro, o bien tranquilo / durmiendo estás el sueño de los justos? / Tu muerte de tres días fue un desmayo, / sueño más largo que los otros tuyos; / pues tú dormías, Cristo, sueños de Hombre, / mientras velaba tu corazón.
Posábase, / ángel sobre tu sien, esta primicia / del descanso mortal, ese pregusto / del sosiego final de aqueste tráfago; / cual pabellón las blandas alas negras / del ángel del silencio y del olvido / sobre tus párpados; lecho de sábana / pardo, la tierra nuestra madre; al borde, / con los brazos cruzados meditando / sobre sí mismo el Verbo.
Y di, ¿soñabas? / ¿Soñaste, Hermano, el reino de tu Padre? / ¿Tu vida fue acaso como la nuestra, / sueño? ¿De tu alma fue en el alma quieta / fiel trasunto del sueño de la vida de nuestro Padre? Di, ¿de qué vivimos / sino del sueño de tu vida, Hermano?
¡No es la sustancia de lo que esperamos / nuestra fe, nada más que de tus obras / el sueño, Cristo! ¡Nos pusiste el cielo / ramilletes de estrellas de venturas; / hicístenos la noche para el alma / cual manto regio de ilusión eterna!
Por Ti los brazos del Señor nos brizan / al vaivén de los cielos y al arrullo / del silencio que tupe las noches / la bóveda de luces tachonada. / ¡Y tu sueño es la paz que da la guerra, / y tu vida la guerra que da paz!”
El cuerpo silencioso y enterrado de nuestro Jesús nos dice: ¡Espera!, ¡Cree!, ¡Ama!, que todo lo demás pasa…
7. La “muerte de Dios” y la esperanza. Nietzsche dice: “¡Dios ha muerto! ¡Sigue muerto! ¡Y nosotros lo  hemos asesinado”. Pero lo hemos  asesinado con los genocidios y otros actos homicidas. Y cuando lo encerrábamos en el edificio de ideologías y  costumbres anticuadas, cuando lo desterrábamos a una piedad  irreal y a frases de devocionarios, convirtiéndolo en una pieza de museo arqueológico; lo hemos asesinado con la duplicidad de nuestra vida, que lo oscurece a él mismo…
El ocultamiento de Dios en este mundo es el  auténtico misterio del sábado santo, expresado en las enigmáticas  palabras: Jesús «descendió a los infiernos»: el sheol, lugar de los muertos. Cristo cruzó la puerta de esa soledad, de nuestro abandono, nos tiende una mano que nos guía. La soledad insuperable del hombre ha sido superada, el infierno ha sido  superado, cuando se realizan las  palabras del salmista: «aunque bajase hasta los infiernos, allí estás tú».
Cuando oramos mirando al crucifijo, vemos él sufrimiento, pero hemos de ver sobre todo la gloria, pues los cristianos oraban vueltos hacia oriente, Cristo, sol verdadero, que aparecería sobre la  historia; cuando decían misa entraba por la ventana en forma de cruz la luz del sol, que dirigía sus rayos al altar y los fieles. Y cuando se predicaba en otro sitio distinto del altar, luego se pedía a los fieles “dirigirse al Señor”, es decir, volver su mirada a la luz de oriente, estar “orientados” hacia Jesús. Es la orientación de la cruz hacia la esperanza y la gloria (Joseph Ratzinger).
Llucià Pou Sabaté

No hay comentarios: