Viernes
de la 20ª semana de Tiempo Ordinario (impar). El corazón de Dios
es de amor, y nos pide que vivamos a imagen suya: el principal mandamiento es
amar a Dios y a los demás
“En aquel tiempo, los fariseos,
al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de
ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: -«Maestro,
¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: -«"Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser."
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
"Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen
la Ley entera y los profetas»” (Mateo 22,34-40).
1.
–“Los "fariseos" al enterarse de
que Jesús había hecho callar a los "saduceos", se reunieron en grupo
y uno de ellos "doctor en la Ley", le preguntó con ánimo de ponerlo a
prueba”... Se refiere al episodio de la resurrección, donde Jesús salió
airoso como de otras trampas que le hicieron (el pago de los impuestos por
ejemplo).
-“Maestro,
¿cuál es el Mandamiento mayor de la Ley?”
Es una pregunta típicamente farisaica: la fidelidad a la Ley era el
gran problema debatido en sus grupos. Tenían múltiples obligaciones, numerosas
prácticas a observar y cantidades de interdictos. Pero sabían que era preciso,
sin embargo, hacer distinciones, y no ponerlo todo en el mismo plano: hay
mandamientos más graves y otros menos graves. Es pues una verdadera cuestión la
propuesta por ese doctor en la Ley. ¿Busco, yo también, lo que es
esencial en todas mis obligaciones?
Fue buena idea la de preguntar a Jesús cuál
es el mandamiento principal. Porque los judíos contaban hasta 365 leyes
negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor
voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial. La respuesta de Jesús es
clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios (lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6)
y amar al prójimo «como a ti mismo» (estaba ya en el Levítico: Lv 19).
Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: «estos dos
mandamientos sostienen la ley entera y los profetas».
Lo principal para un cristiano sigue siendo
amar. Tienen sentido cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el
amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial. También
nosotros tenemos, en el Código de Derecho Canónico, muchas normas, necesarias…
y procura también recoger lo que Jesús nos enseña sobre lo principal y la raíz
de lo demás; algunos puntos se refieren a que se apliquen las leyes siguiendo
la caridad: «guardando la equidad canónica y teniendo en cuenta la salvación de
las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (c. 1752). ¿Puedo
decir, cuando me examino al final de cada jornada, que mi vida está movida por
el amor?, ¿que, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el
amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor? San
Pablo nos recomendó: «con nadie tengáis
otra deuda que la del mutuo amor, pues el que ama al prójimo ha cumplido la
ley... todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu
prójimo como a ti mismo» (Rm 13,8-9). Y Jesús nos advirtió que, al final de nuestra vida, seremos
examinados precisamente de esto: si dimos agua al sediento y visitamos al
enfermo... Seremos examinados del amor (S. Juan de la Cruz; J. Aldazábal).
-“Jesús
contestó: Amarás...” Todo se
resume en esta palabra. Es tan breve que tenemos el riesgo de pasarla
por alto. Debo orar a partir de eso... y mirar mi vida a esa luz. –“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón-alma-mente”. Este es
el "mayor" y el "primer" Mandamiento: "con todo tu corazón, -con toda
tu alma-, con toda tu mente”. Los judíos rezan estos versículos con el
texto dentro de unas cajitas de cuero, tefilim, sujetas una de ellas a la frente (“con toda
tu mente…”) y otra a la parte superior del brazo izquierdo, a la altura del
pecho (“con todo tu corazón…”)
-“El
segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos penden la Ley entera y los Profetas”. Al conectar estos
dos mandamientos, Jesús, les das una unidad, una síntesis sencilla a toda la
Ley... (Noel Quesson).
“Ninguno de estos dos amores puede ser
perfecto si le falta el otro, porque no se puede amar de verdad a Dios sin amar
al prójimo, ni se puede amar al prójimo sin amar a Dios (…) Sólo ésta es la
verdadera y única prueba del amor de Dios, si procuramos estar solícitos del
cuidado de nuestros hermanos y les ayudamos” (S. Beda). A veces nos preguntamos
por métodos y sistemas… queremos “hacerlo bien”… “tú me preguntas por qué razón
y con qué método o medida debe ser amado Dios. Yo contesto: la razón para amar
a Dios es Dios; el método y medida es amarle sin método ni medida” (San
Bernardo).
2. El libro de Rut evoca un tranquilo idilio,
completamente opuesto a las brutalidades y a los combates del libro de los
Jueces. Narra la historia de cómo una mujer extranjera se incorpora al pueblo
de Israel. De ella nacerá David. En la época que juzgaban los Jueces, hubo
hambre en el país. Un hombre de Belén emigró con su mujer Noemí y sus dos hijos
para establecerse en la región de Moab... Los hijos se casaron con dos
moabitas: Una de las cuales se llamaba Orfá, y la otra Rut. Unos pobres
israelitas, víctimas del hambre, se ven obligados a emigrar al extranjero...
dos de sus hijos se casan con mujeres del país, paganas. Como en el libro de
Jonás, descubrimos esa tendencia «universalista» que abre el pueblo de Dios a
todos aquellos que aceptan vivir sus exigencias, incluso pertenecientes a razas
distintas ¿Cuál es mi actitud frente a los diversos «nacionalismos» y
«racismos»?
-“Permanecieron
allá unos diez años. Después de la muerte de su marido, Noemí perdió también a
sus dos hijos”. Tenemos pues a tres viudas, una anciana y dos jóvenes.
Lejos de entregarse al dolor de su desgracia, las veremos reaccionar y
reemprender la vida.
-“Las
tres se pusieron en camino para regresar a la tierra de Judá. Orfá no las
siguió. Noemí dijo a Rut: “Ves, tu cuñada ha vuelto a su tierra y a sus dioses,
vuelve tú también y haz como ella””. Admirable respeto a la libertad. No es
fácil expatriarse. Noemí retorna a su patria, no quiere imponer nada a sus
nueras.
-Rut
respondió: “No insistas en que te abandone y me separe de ti porque iré donde
tú vayas y habitaré donde tú habites, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será
mi Dios.” Hermosa lección edificante. Jesús sabrá también admirar a esos
paganos que viven los valores humanos y espirituales del orden de la Fe: «no he encontrado una fe tan grande en
Israel», dirá a propósito de un centurión romano (Mt 8,10). ¿Y nosotros?
¿Cómo acogemos esta revelación de que «Dios ama a los extranjeros»? ¿Cómo nos
situamos frente a los que viven y trabajan junto a nosotros? ¿Qué parte de mi
tiempo y de mi presupuesto dedico a la lucha contra las desigualdades y las
incomprensiones?
-“Noemí regresó pues de la región de Moab con
su nuera, Rut, la moabita. Llegaron a Belén al comienzo de la siega de la
cebada”. La continuación de la historia nos mostrará a Rut, la moabita casada con
Boaz de Belén que dará a luz a Obed, padre de Jesé, padre de David... de cuya
descendencia nacerá Jesús. Y la genealogía de Jesús subraya que hubo paganos
entre los ascendentes de Jesús (Mt 1,5). Rut, la extranjera, es una abuela
directa del gran Rey David. Y Belén aparece aquí en la historia. En Belén
nacerá otro niño de la familia de David: el amor delicado que se expresa en el
«relato» de Rut es como la primera página del relato de Navidad (Noel Quesson). La tradición cristiana ha
visto en Rut a la Iglesia de los gentiles, de todos los hombres y mujeres de
pueblos muy diversos que al conocer al Señor por el testimonio de Dios que
acoge a todos los que creen en Él: “en ella encontramos –dice S. Ambrosio- una
figura de la incorporación a la Iglesia de todos nosotros, que hemos sido
recogidos de todos los pueblos”.
2. Dios
tiene un corazón universal y, según el Salmo,
tiene predilección por los más débiles y marginados de la sociedad: «el Señor mantiene su fidelidad
perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos... el
Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... El
Señor reina eternamente". De
ello se sigue una verdad consoladora, señala Juan Pablo II: “no estamos
abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan
bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una
mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se
desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de
letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad.
Dios es creador del cielo y de la tierra; es
custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a
los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien
abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a
los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la
viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre
todos los seres y de edad en edad. Son doce afirmaciones teológicas que, con su
número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción
divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está
comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en
favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
Así, el hombre se encuentra ante una opción
radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de
"confiar en los poderosos", adoptando sus criterios inspirados en la
maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino
resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena
de revueltas" (Pr 2,15), que tiene como meta la desesperación”. "Bienaventurado aquel a quien auxilia el
Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios". Es el camino de
la confianza en el Dios eterno y fiel. Es el mismo espíritu de las
Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta
vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el
que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de
servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el
desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo
que dirá entonces el Señor.
Llucià Pou Sabaté
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