“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de
rodillas: -«Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan
ataques; muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus
discípulos, y no han sido capaces de curarlo.» Jesús contestó: -« ¡Generación
perversa e infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo
os tendré que soportar? Traédmelo.» Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel
momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron
aparte: -«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?» Les contestó: - «Por vuestra
poca fe. Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le
diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería
imposible»” (Mateo 17,14-20).
1. Después
de la transfiguración, Jesús, te encuentras con tus apóstoles que no han sido
capaces de curar a un epiléptico. Como los días pasados, aprovecha estos hechos
para fomentar la fe.
-“Un hombre se acercó a Jesús: "Señor,
ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y con los ataques su estado es
muy deplorable... Se lo he traído a tus discípulos y no han podido curarlo".
Señor, Hijo de Dios altísimo, Tú, el Santo, has aceptado vivir con pobres seres
obtusos, pecadores, incrédulos. Perdón, Señor, por nuestras pequeñeces y por
nuestras mezquindades. Perdón, Señor, por todas las decepciones que te
infligimos.
Te
preguntan, Señor: -...”¿Por qué razón no
pudimos echar ese demonio nosotros? Y tú les respondes: -“Porque tenéis poca fe”. Tropezaste con
la incredulidad… Yo creo, señor, pero te pido más fe. “El demonio se mete en mi
vida de mil formas distintas: suscitándome tentaciones de avaricia y
sensualidad, sugiriéndome que escoja siempre lo fácil y cómodo y, sobre todo,
engrandeciendo mi soberbia, mi amor propio, el deseo de que los demás se fijen
en mí.
”El gran
triunfo del demonio es que la gente no crea en su existencia. De esta forma
puede «trabajan» a sus anchas sin encontrar la menor resistencia. Nunca ha
estado más activo que ahora que el mundo piensa que ha vencido este mito (Pablo
Cardona). Con una visión sin fe, una visión cientificista, desaparece la
responsabilidad de las acciones, la misma noción de pecado y, en el fondo, la
libertad. El demonio actúa…
“El «non
serviam» de Satanás ha sido demasiado fecundo. ¿No sientes el impulso generoso
de decir cada día, con voluntad de oración y de obras, un «serviam» ¡te serviré, te seré fiel! que supere en fecundidad a aquel clamor de
rebeldía?»” (San Josemaría, Camino
413).
«La
Escritura
atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama “homicida desde el
principio” y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre. “El
hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo”. La más grave en
consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al
hombre a desobedecer a Dios» (Catecismo, 394).
-“Os aseguro que si tuvierais fe como un
grano de mostaza, diríais a esta colina: "Muévete de aquí allá". Y se
movería”. ¡Cuántas veces fracasamos en nuestro empeño por falta de fe!
Tendemos a poner la confianza en nuestras fuerzas, en los medios, en las
instituciones. No planificamos con la ayuda de Dios y de su
Espíritu. Jesús nos avisó: «sin mí
no podéis hacer nada». Apoyados en él, con su ayuda, con un poco de fe, fe
auténtica, curaríamos a más de un epiléptico de sus males. El que cura es
Cristo Jesús. Pero sólo se podrá servir de nosotros si somos «buenos
conductores» de su fuerza liberadora. Como cuando Pedro y Juan curaron al
paralítico del Templo. La de cosas increíbles que han hecho los cristianos
(sobre todo, los santos) movidos por su fe en Dios. Tener fe no es cruzarse de
brazos y dejar que trabaje Dios. Es trabajar no buscándonos a nosotros mismos,
sino a Dios, motivados por él, apoyados en su gracia (J. Aldazábal).
¡Hay que
tomar en serio esas palabras del Señor! Efectivamente no se trata de desplazar
materialmente "montañas” de piedras; pero la Fe puede realizar otras tareas que no son menos
difíciles: desplazar montañas de orgullo, de egoísmo, de cobardía... cambiar
corazones, hábitos... transformar hombres, haciéndoles capaces de entrar en
relación con Dios... ¡Desplaza mis "montañas", Señor! ¡Dame esa fe,
que es el apoyo de tu propio poder divino!
-“Y nada os será imposible”. ¡Cuánto me
gusta oírte decir esto, Señor Jesús! Repíteme esa palabra. La escucho. La
aplico serenamente a mi jornada de hoy sin exaltación extraordinaria, pues me
conozco, sino contando solamente contigo. Sí, líbrame de mis entusiasmos que no
llegan al día siguiente. Pero dame esa tenacidad de la Fe adulta, y nada me será
imposible, como lo has prometido... La
Fe , tal como Jesús la ve, es una fuerza: triunfa de lo
imposible, duplica las fuerzas del hombre, es un "poder de Dios" para
la salvación de cualquiera que cree (Rm 1,15; Noel Quesson).
-“Después, «increpó al demonio y salió, y en
aquel momento se curó el niño»”. Te pido, Señor, participar de tu curación,
yo personalmente y todas las personas por las que te rezo en estos momentos.
2. «Semá
Israel», «Escucha Israel», que es aún ahora el comienzo de la oración
cotidiana de los judíos fieles. El shemá
es la gran oración judía, núcleo de la piedad personal y litúrgica a lo largo
de su historia. Esta confesión de fe no proclama un concepto filosófico (la
unicidad de Dios), sino el fruto de la experiencia de todo un pueblo: fuera de
Yahvé, ningún dios se ha mostrado capaz de salvar. Y frente a este carácter
excepcional de Yahvé, ¿qué se le pide a Israel? Todo se condensa en un
precepto: «Amarás a Yahvé, tu Dios, con
todo el corazón...». Se trata de un único precepto que unifica la vida
entera. En otros pasajes del Antiguo Testamento no se exige directamente amar a
Yahvé. En los libros proféticos y en los Salmos se invita al pueblo a
corresponder con fidelidad a la alianza, a «temer a Yahvé», a «obedecerle», a
«adherirse a él»... El Dt usa también esas expresiones, pero es el único que
presenta el «amarás a Yahvé» como
expresión suprema: es la respuesta profunda del hombre libre (liberado por
Yahvé) que se entrega libremente a él. Se trata de un amor que incluye la
obligación de servirle y cumplir sus preceptos: «Y nos mandó cumplir todos estos mandatos temiendo a Yahvé...»; pero
excluye el temor de esclavo: la alianza con Dios capacita al pueblo para
servirlo y amarlo. El «amarás a Yahvé, tu Dios», llega hasta lo más profundo
del creyente: «Con todo el corazón, con
toda el alma, con todas las fuerzas...». Es una actitud que no admite
límites ni pausas. De lo más íntimo del creyente brota luego hacia el exterior
y se manifiesta en el cumplimiento fiel de cuanto dispone Yahvé. La obligación
de recordar este precepto básico abarca toda la gama de actividades humanas: «Estando en casa y yendo de camino, acostado
y levantado». Se extiende a toda la vida en el momento presente y se
despliega hacia el futuro: "Las
inculcarás a tus hijos". Así se formará una cadena viva que hará
resonar en cada generación las maravillas del pasado. En tiempos de Jesús, el
shemá es el compendio de la piedad judía: «Este
es el mandamiento principal y el primero» (Mt 22,37s). Jesús lo reafirma y
lo amplía al prójimo: si entramos en alianza con Dios sentiremos que todos los
hombres son hermanos nuestros (R. Vicent). Las exhortaciones de llevar colgados
los preceptos, tomadas en sentido literal, forman las filactelias, costumbre
judía de llevar los textos en cajitas colgadas de lacitos atados en la frente y
brazo izquierdo. También están en las jambas de las puertas, que tocan con los
dedos y luego besan al entrar o salir de la casa. Es la nuestra una religión
revelada. En una fe que procede de la «escucha» de Dios. Concédeme, Señor, que
te escuche más. Tú eres el único Dios.
-Amarás
al Señor, tu Dios. Jesús dirá: «toda
la ley se resume en este único mandamiento: ¡amarás! Dios es creador e
inteligencia, ciertamente. Pero, por encima de todo, quiere ser alguien con
quien se entra en relación. Dios es "Alguien
que ama y espera ser amado". Dios es un corazón.
-“Sentado...
caminando... acostado... de pie... repetirás esas palabras grabadas en tu
corazón... en tu casa... en el camino... las inscribirás en tus manos... en tu
frente... en las jambas de tus puertas”. ¡Amarás!: amarás aseando tu casa y
cocinando, trabajando en eso o aquello, educando a los hijos, en tu despacho,
ante la máquina de escribir, con las manos al volante... en los ojos de
aquellos que tú amas, en los cuidados dados a los que sufren... etc.
-“Cuando
te hayas saciado, cuida de no olvidarte del Señor”. El bienestar podría
alejarnos del amor de Dios (Noel Quesson).
3. El mundo nos invita a otros altares y a
otros cultos, con ídolos más o menos atrayentes. Hoy podemos recitar, cada uno,
el salmo: «Yo te amo, Señor, tú eres mi
fortaleza... Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Viva
el Señor, bendita sea mi Roca...». La proclamación de Dios como refugio
seguro e inexpugnable –“roca”, “fortaleza”, “peña”, “escudo”, etc.-, la
encontramos también al final del salmo, aquí se toman estos versículos; así los
comenta S. Agustín: “¡oh Dios mío, que primeramente me prestaste el auxilio de
tu llamamiento para que pudiera confiar en ti! Protector mío y escudo de salud
y mi redentor: eres mi protector porque no presumí de mis fuerzas levantándome
contra ti con el arma de la soberbia, sino que fuiste mi arma, es decir,
encontré una firme fortaleza de salvación, de modo que al instante de
mostrármela me redimiste”.
Llucià Pou
Sabaté
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