Martes de la semana 21 de tiempo ordinario
Jesús nos pide vivir en la verdad, atentos a la venida del Señor, cuando lleve todo a plenitud
“En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: -«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera» (Mateo 23,23-26).
1. Uno de los defectos de los fariseos era el dar importancia a cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidar las que verdaderamente valen la pena. Jesús se lo echa en cara:
-“¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la Justicia, la Misericordia, la Lealtad!” La Ley preveía que cada agricultor debía ofrecer al Templo el "décimo" -el diezmo- de la cosecha. Los fariseos lo habían encarecido al aplicar esta regla incluso a las hierbas que se emplean como condimento: la menta, el hinojo, el comino... Si los fariseos eran minuciosos en algunas bagatelas, tenían en cambio la manga muy ancha para otros asuntos más importantes. Y Jesús nos recuerda las grandes exigencias de todos los tiempos: la justicia, la misericordia, la fidelidad. Hoy diríamos: la ayuda a los más pobres, la defensa de los débiles y de los oprimidos, la pureza de la vida conyugal, la honestidad profesional, la justicia social, etc...
De un modo muy expresivo les dice: «filtráis el mosquito y os tragáis el camello». El diezmo lo pagaban los judíos de los productos del campo (cf Dt 14,22-29), pero pagar el diezmo de esos condimentos tan poco importantes (la menta, el anís y el comino) no tiene relevancia, comparado con las actitudes de justicia y caridad que debemos mantener en nuestra vida. Otra de las acusaciones contra los fariseos es que «limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están rebosando de robo y desenfreno». Cuidan la apariencia exterior, la fachada. Pero no se preocupan de lo interior.
Estos defectos no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. También los podemos tener nosotros. En la vida hay cosas de poca importancia, a las que, coherentemente, hay que dar poca importancia. Y otras mucho más trascendentes, a las que vale la pena que les prestemos más atención.
¿De qué nos examinamos al final de la jornada, o cuando preparamos una confesión, o en unos días de retiro: sólo de actos concretos, más o menos pequeños, olvidando las actitudes interiores que están en su raíz: la caridad, la honradez o la misericordia?
Ahora bien, la consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: «esto es lo que habría que practicar (lo del derecho y la compasión y la sinceridad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)».
A cada cosa hay que darle la importancia que tiene, ni más ni menos. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes.
También el otro punto nos lo podemos aplicar: si cuidamos la apariencia exterior, cuando por dentro estamos llenos de «robo y desenfreno». Si limpiamos la copa por fuera y, por dentro, el corazón lo tenemos impresentable. Somos como los fariseos cuando hacemos las cosas para que nos vean y nos alaben, si damos más importancia al parecer que al ser. Si reducimos nuestra vida de fe a meros ritos externos, sin coherencia en nuestra conducta.
En el sermón de la montaña nos enseñó Jesús que, cuando ayunamos, oramos y hacemos limosna, no busquemos el aplauso de los hombres, sino el de Dios. Esto le puede pasar a un niño de escuela y a un joven y a unos padres y a un religioso y a un sacerdote. Nos va bien a todos examinarnos de estas denuncias de Jesús (J. Aldazábal).
-“Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos que coláis el mosquito y os tragáis el camello!, ¡que purificáis por fuera la copa y el plato mientras que por dentro estáis llenos de codicia y de intemperancia! ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro la copa, para que también por fuera quede limpia!” Entre los judíos, la preocupación por la pureza legal les requería abluciones numerosas para cualquier propósito. Un mosquitillo que cayera en la sopa la hacía "impura". En otro momento, Jesús, nos dices también: "No mancha al hombre lo que entra por la boca; lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre" (Mt 15,11). Ayúdanos, Señor, a superar nuestras oposiciones y encontrarte a ti, a la Verdad (Noel Quesson).
S. León Magno comenta: “Dice el Señor: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador, que ha establecido la reparación y santificación de los creyentes en el perdón de los pecados, prescindiendo de la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y haciendo así que de reos nos convirtiéramos en inocentes y que la abolición del pecado en nosotros fuera el origen de las virtudes.
La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la ley, sino por no entenderla en un sentido material. Por esto, el Señor, al enseñar a sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. ¿Qué paga sino la paga de la alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres.
El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y, si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.
En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas”.
2. Sigue S. Pablo diciendo a los de Tesalónica: -“Hermanos, queremos haceros una petición respecto a la "Venida" de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El”. Algunos cristianos estaban persuadidos de la inminencia de este retorno de Jesús, y lo esperaban con tal impaciencia que eran negligentes en sus deberes cotidianos. Cuando decimos: «esperamos tu venida gloriosa... Ven, Señor Jesús... esperamos tu retorno...» con fe, en la Misa después de la consagración, nos referimos a este día del Señor.
-“No os dejéis alterar fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna revelación, palabra o carta presentada como nuestra, que os haga suponer que es inminente el día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera”. Jesús, ya nos habías dicho: «nadie sabe ni el día ni la hora... el día del Señor viene como un ladrón... hay que estar siempre a punto...» (Marcos 13; Mateo 24; Lucas 21).
-“Dios os ha llamado por medio de nuestro Evangelio para que consigáis la gloria de nuestro Señor Jesucristo”. La venida escatológica del Señor es, por consiguiente, el gran día de la unión íntima de los creyentes con Cristo, el final del gran proyecto de Dios: hombres radiantes de la Gloria de Jesucristo. Estamos en marcha hacia esta plenitud. Así pues la escatología ya ha comenzado, en la medida en que tratamos de vivir en comunión con Cristo. Aunque esperemos también nosotros la «parusía», la «venida» definitiva de Jesús.
-“Así pues, hermanos, manteneos firmes; que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones...” El pensamiento del «encuentro» con Jesús es una especie de secreto que «dinamiza» desde el interior a los cristianos que hallan en él un profundo consuelo. Las persecuciones, los padecimientos pasajeros no son nada en comparación de la «gloria que les espera» (Romanos 8,18). Mi rostro, mi manera de actuar, alguna vez mis palabras... ¿dicen que «yo sé en quien he confiado» (2 Timoteo 1,12), que sé adonde voy?
-“Y os afiance en las tradiciones que os hemos enseñado, sea de viva voz, sea por carta”. Esta será la referencia para discernir lo verdadero de lo falso (Noel Quesson).
3. Queremos contemplar tu salvación, Señor, con las palabras del Salmo: “Decid a los pueblos: "El Señor es rey, / él afianzó el orbe, y no se moverá; / él gobierna a los pueblos rectamente."” Cuando vengas en tu gloria terminará todo lo malo, y llevarás a plenitud tu obra: “Alégrese el cielo, goce la tierra, / retumbe el mar y cuanto lo llena; / vitoreen los campos y cuanto hay en ellos”.
Llucià Pou Sabaté
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