Martes de la 19ª semana de Tiempo Ordinario (impar):
El Reino de Dios es de los pequeños, que son la predilección del Señor
«En aquella ocasión se acercaron los discípulos a
Jesús y le preguntaron: ¿Quién juzgas que es el mayor en el Reino de los
Cielos? Entonces, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En
verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en
el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el
mayor en el Reino de los Cielos; y el que reciba a un niño como éste en mi
nombre, a mí me recibe. Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños, pues os
digo que sus ángeles en los Cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre
que está en los Cielos.
¿Qué os parece? Si a un hombre que tiene cien ovejas
se le pierde una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte e irá a
buscar a la que se ha perdido? Y si llega a encontrarla, os aseguro que se
alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se habían perdido. Del
mismo modo, no es voluntad de vuestro Padre que está en los Cielos que se
pierda ni uno solo de estos pequeños.» (Mateo 18, 1-5.10.12-14)
1. Este es el cuarto de los cinco
discursos de las enseñanzas de Jesús sobre la vida de la comunidad, por eso se
llama «discurso eclesial» o «comunitario». Es sorprendente que el más
importante no va a ser ni el que más sabe ni el más dotado de cualidades
humanas: «llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: os digo que, si no
volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino». Lo pequeño, humilde… “si
me preguntáis qué es lo más importante en la religión y en la disciplina de
Jesucristo, os responderé: lo primero la humildad, lo segundo la humildad, y lo
tercero la humildad” (S. Agustín). ¿Un niño el más importante?
Jesús, te pido que la lección me aproveche, para no ir buscando
los primeros lugares y creer que soy más importante con la ciencia o dotes de
liderazgo o prestigio humano. Que sepa hacerme como un niño en su pequeñez,
indefensión, apertura y confianza, porque necesita de los demás. Que cambie de
actitud, me convierta, sea sencillo de corazón, abierto, no demasiado
calculador, ni lleno de mí mismo, sino convencido de que no puedo nada por mis
solas fuerzas y necesito de Dios.
«Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de
estos pequeños». Jesús vino como el Siervo, no como el Triunfador. No vino
a ser servido, sino a servir. Nos enseñó a no buscar los primeros lugares en
las comidas, sino a ser sencillos de corazón y humildes. Los orgullosos, los
autosuficientes como el fariseo que subió al Templo, ni necesitan ni desean la
salvación: por eso no la consiguen (J. Aldazábal).
Un infantilismo malo sería reducir a Dios al papel de policía o de
contable que castiga las faltas o sopesa los méritos. Reducir la religión a una
acumulación de ritos y preceptos a los que es necesario ser fiel si se quiere
"ganar el cielo" y "salvar el alma"; los sacramentos, los
medios para procurarse la buena conciencia o estar en regla; y el pecado, la
trasgresión de una ley que debe evitarse por temor al castigo que le seguirá
(Colete Hovase).
“Cualquiera que se haga tan "pequeño" como este
chiquillo, ése es el más "grande"...” Es la primera regla de
vida comunitaria: cuidar de los más pequeños... hacerse uno mismo pequeño...
-“Y el que acoge a un chiquillo como éste por causa mía, me
acoge a mí”. ¡El que toca a un niño, toca a Jesús! San Pablo
descubrirá esto en el camino de Damasco: "¡Yo soy Jesús, a quien tú
persigues!"
-“Cuidado con mostrar desprecio a un pequeño de esos, porque os
digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre
celestial”.
Los pequeños son también los necesitados, desvalidos… Ayúdame,
Jesús, a no ser intransigente con los demás, sino que aprenda de ti, Buen
Pastor, que no esperas el arrepentimiento para amar al pecador sino que lo
dejas todo para ir en su búsqueda. Me hace pensar en tu corazón ver a
alguna madre, cuando se da por entero sin esperar correspondencia. Los
pequeños son los indefensos… te pido, Jesús, que la Iglesia y sus instituciones
seamos según tu corazón, y nunca demasiado severos con los pobres y pecadores (Maertens-Frisque).
Así los hacían los primeros cristianos como cuenta San Ignacio de Antioquia:
«Orad sin interrupción por los demás hombres. Hay en ellos esperanza de
conversión, una conversión que les conducirá a Dios. Volveos hacia ellos, para
que, por medio de vuestras obras, se hagan discípulos vuestros. Ante su cólera
estad llenos de dulzura. Ante su jactancia tened sentimientos de humildad. Ante
sus blasfemias, estad en oración. Ante sus errores, permaneced firmes en la fe.
Ante sus violencias, sed pacíficos, sin imitarlos».
-“Suponed que un hombre tiene cien ovejas y que una se le
extravía; ¿no deja las noventa y nueve en el monte para ir en busca de la
extraviada?” Cada oveja, por pequeña y pecadora que parezca, comparada
con todo el rebaño, es preciosa a los ojos de Dios: él no quiere que se pierda
ni una. Así decía S. Asterio de Amasea: “jamás desesperemos de los hombres ni
los demos por perdidos, que no los despreciemos cuando se hallan en peligro, ni
seamos remisos en ayudarlos, sino que cuando se desvían de la rectitud y
yerran, tratemos de hacerlos volver al camino, nos congratulemos de su regreso
y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y
piadosamente”. Todos somos esa oveja al mismo tiempo, necesitados del Señor…
oveja…
Somos ovejas, y también pastor: «Cristo espera mucho de tu
labor. Pero has de ir a buscar a las almas, como el Buen Pastor salió tras la
oveja centésima: sin aguardar a que te llamen. Luego, sírvete de tus amigos
para hacer bien a otros: nadie puede sentirse tranquilo -díselo a cada uno- con
una vida espiritual que, después de llenarle, no rebose hacia fuera con celo
apostólico» (san Josemaría, Surco 223).
-“Pues lo mismo es voluntad de vuestro Padre del cielo que no
se pierda ni uno de esos "pequeños"”. Los pequeños son los
q ue amas, Jesús, por ellos estás dispuesto a ir hasta el final (Noel
Quesson).
2. Moisés ve que ha llegado el momento de transmitir sus poderes a
Josué, por indicación divina. Toda autoridad humana ha de estar llena de una
presencia de Dios, aunque como Josué tenga competencias profanas: conquistar
una tierra, ser fuerte para llevar a cabo la operación e infundir valor y
confianza al pueblo. El autor declara que Dios está con él. La relación entre autoridad
religiosa y la autoridad civil ha evolucionado a lo largo de la historia, hasta
la actual autonomía de las realidades temporales; antaño tuvo una significación
divina que supeditaba la autoridad civil a la religiosa:
-“Moisés dijo: «Hoy he
cumplido ciento veinte años, ya no puedo entrar ni salir y el Señor me ha
dicho: "Tú no pasarás este río Jordán..."” llega al final de su
vida. 120 es una cifra simbólica que indica «la perfección»: son 40 años en
Egipto (Hch 7,23), 40 en Madián (Ex 7,7) y 40 en el desierto. Ayúdanos, Señor,
a escuchar tu Palabra en los acontecimientos y las situaciones de nuestras
vidas.
-“Será Josué quien pasará
delante de ti, como ha dicho el Señor”. Parece que se nos advierta que
muchas veces no veremos el resultado perfecto de nuestros proyectos, que en un
momento dado es preciso saberse retirar y dejar el lugar a los demás. Señor, me
pides que yo represente plenamente mi papel durante el tiempo dado para ello.
Ayúdame a no perder ese tiempo que compromete mi responsabilidad: Tú sólo,
Señor, eres capaz de terminar lo que he comenzado.
-“El Señor os entregará las
naciones”. Dios está comprometido en todo movimiento histórico, aunque
seguramente ponen en boca de Dios las proezas guerreras... ese carácter épico
que remonta al mandato divino es común en todas las tradiciones, lo interesante
está en la protección divina que subyace ahí, el misterio de la historia, que
encierra una verdad revelada: -“Sed
fuertes y valerosos, porque el Señor tu Dios marcha contigo: no te dejará ni te
abandonará”.
-“Luego llamó Moisés a
Josué y le dijo: «Tú entrarás con ese pueblo en tierra que el Señor juró dar a
sus padres... El Señor marcha delante de ti”. Rezamos siempre por las
autoridades de los países y las ciudades, en los diversos grupos humanos... en
la Iglesia (Noel Quesson).
3. El salmo recuerda esta presencia divina en la historia del
pueblo: «acuérdate de los tiempos
remotos... la porción del Señor fue su pueblo... el Señor solo los condujo».
Moisés no se queja de su papel, ve que “las
obras de Dios son perfectas (Dt 32,4), por eso, a quienes se da divinamente
una potestad, se les dan también los medios para usarla dignamente” (s. Tomás),
es lo que se dice en la ordenación en palabras de S. Pablo: el que ha comenzado la buena obra en ti la
llevará a término. S. Josemaría añadía que el Señor “se comporta como un
buen Padre, y nos ofrece continuas pruebas de su Amor: cifra toda tu esperanza
en El…, y sigue luchando”.
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