jueves, 8 de agosto de 2013

Viernes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario (impar). El Señor se vuelca nos nosotros, nos pide que consideremos que necesita nuestra correspondencia, para podernos dar más amor

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad»” (Mateo 16,24-28).  

1. Jesús, nos avisas de que, al igual que tú mismo, en tu camino hacia la Pascua, a todos nos tocará «negarse a si mismos», «cargar con la cruz», «seguirle», «perder la vida». Te dedicas, Señor, a formar intensamente a tus apóstoles:
-“Jesús, después de haber anunciado a los discípulos su pasión y su resurrección, les dijo: "El que quiera venirse conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Es una de las paradojas de la vida, la cruz… me gusta tu amor a la libertad: "Si alguien quiere venirse conmigo..." Este "si" condicional, o sea la frase inicial: "El que quiera", me ayudan a penetrar en un misterio esencial de Dios: Tú, Señor, has inventado la libertad del hombre... Jamás la fuerzas. Quiero decirte ahora: ¡Sí, Señor, lo quiero! Pero ¡ven a ayudar mi flaqueza! Esto es, precisamente, lo que me atrae en el evangelio: seguirte, ir contigo, vivir mi vida humana "como la vivió Cristo". Tú has ido delante. Tú me precedes a cualquier parte que yo vaya. Considerarme como "aquel-que-trabaja-con": mis trabajos de hoy, mis responsabilidades, "contigo", siguiéndote.
-“Que renuncie... que cargue con su cruz”... Sin estos requisitos no hay vida cristiana verdadera. La vida según el evangelio no es una vida fácil, como agua de rosas, muelle y sin consistencia. Seguir a Cristo supone un cierto número de elecciones y de rupturas. He escogido esto, he renunciado a aquello. Es necesario que revise mi vida para ver si de hecho encuentro que hay en ella renuncias. ¿A qué he renunciado por ti, Señor? ¿El que quiera salvar su vida, la perderá... el que pierde su vida por mí, la conserva. He aquí una fórmula paradójica que Jesús pronunció ciertamente, y, sin duda, con esas mismas palabras... seis veces las encontramos en los evangelios.
Nuestra vida no está hecha para ser guardada, sino para ser entregada. Amar no es "sentir emoción", no es desear poseer al otro, es olvidarse de sí mismo para darse al otro. Cada vez que uno "toma" para sí, deja de amar. No digas que amas cuando quieres solamente disfrutar del otro: ¿no sería esto entonces un amarte solamente a ti mismo? Sí, amas de veras, si eres capaz de renunciarte, de olvidarte, si eres capaz de morir a ti mismo en beneficio de aquel a quien amas. El que más ha amado, es Jesucristo. La "cruz" de Jesús no es solamente un instrumento de suplicio, de renuncia... es el signo mismo del más grande amor que haya levantado jamás a un corazón. "No te he amado en broma..."
-“¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si malogra su vida? o ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?” Estas palabras tocaron en lo más profundo de su alma san Francisco Javier, para cambiar de vida… Jesús, ayúdame a saber experimentar, como dices, que para "salvarse" que hay que "perder": la renuncia no tiene su fin en sí misma... es la condición de una "vida" en plenitud. ¡Por la renuncia y la cruz, Jesús no propone una destrucción, sino un desarrollo... una expansión total y eterna!
-“Porque el Hijo del hombre va a venir entre sus ángeles con la gloria de su Padre: Entonces pagará a cada uno según su conducta”. Señor, ayúdanos a vivir los verdaderos valores (Noel Quesson).

2. Durante cinco días leeremos el Deuteronomio, que significa «segunda ley», pues contiene la despedida de Moisés, con el repaso que hace de los cuarenta años de marcha por el desierto y las normas que recuerda a su pueblo. Al principio de la travesía, en el Sinaí, les entregó la primera ley, la Alianza. Ahora, cuando están a punto de entrar en Canaán, Moisés, antes de morir, les deja como testamento la recomendación de que cumplan aquella Alianza. Leemos hoy el final del primer discurso del Deuteronomio. En el año 622 a. C. este libro fue hallado en el Templo (cf 2 Reyes 22). Si tiene sus raíces en tradiciones más antiguas que se remontan a Moisés, no puede negarse que se asemeja a la predicación profética de los siglos IX y VIII. Podemos decir que es un caso todavía más explícito de la famosa ley de releer los acontecimientos pasados para iluminar la actualidad... es lo que tratamos de hacer nosotros HOY en nuestra oración.
-“Moisés decía: «Pregunta a los tiempos antiguos que te han precedido, desde el día que Dios creó al hombre sobre la tierra...»” Esto es exactamente: «interrogar los tiempos antiguos para guiar nuestra ruta actual. «¡Recuerda!» es uno de los refranes de la liturgia. Toda la Biblia es una inmensa memoria que conserva los «actos de Dios». La misa es un «memorial»: «recordamos, Señor, la Pasión y la Resurrección...»
-“¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz de Dios hablando en medio del fuego, y haya sobrevivido?” Se trata de volver a tomar conciencia de los dones de Dios, de los hechos que nos han probado su amor. La fe judeo-cristiana, a diferencia de la mayoría de las grandes religiones, no pertenece, ante todo, al orden de las ideas o de la moral... sino al orden de los «hechos históricos». Nuestro credo es una serie de acontecimientos ocurridos que han llegado hasta nosotros y que orientan el porvenir y lo garantizan. De ahí la importancia de poner en obra esta fe y no solamente de otorgarle el asentimiento intelectual de nuestra mente. Hay que entrar en esa historia santa que Dios continúa desarrollando. Señor, haz que compartamos tu gran Designio sobre el mundo. Y para ello haz que escuchemos fielmente esa Palabra que Tú nos traes.
-“¿Algún Dios intentó jamás elegirse una nación... como has visto a tu Dios hacerlo por ti en Egipto?” Toda elección de Dios, que pudiera parecer una especie de privilegio, es de hecho una exigencia y una llamada. ¿Por qué he sido elegido para recibir el Bautismo? ¿Por qué he tenido la suerte de haber descubierto más profundamente el evangelio y de meditarlo? ¿Por qué he oído quizá la llamada de una vocación particular? Trato de contestarte, Señor.
-“Porque amó a tus padres y eligió a su descendencia, te sacó de Egipto manifestando su presencia y su poder... Te introdujo en el país que te dio por herencia, como lo estás viendo hoy.” ¡Elegido por amor! Permanezco saboreando esta revelación. Todo el Deuteronomio insiste en esta verdad: que las relaciones de Dios con nosotros y nuestras relaciones con El están regidas por el amor. ¿Es esto verdad en mi vida? ¿Qué evoca para mí personalmente, el tema de la Alianza?
-“Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios... Guardarás todos los días los mandamientos del Señor para que seas feliz tú y tus hijos y prolongues tus días en la tierra que te da el Señor, tu Dios”. «HOY» es una de las palabras clave del Deuteronomio. Invitación renovada a vivir cada día en plenitud. El pasado ya no está en nuestras manos, el futuro no lo tenemos aún pero tengo en mis manos el DÍA de HOY para ¡construirlo con la correspondencia a la voluntad de Dios... fuente de felicidad! (Noel Quesson).
            Vemos ahí la profunda idea de Dios uno, la elección de Israel como pueblo elegido, la providencia singular y benévola hacia él manifestada en la protección, y la consecuencia: Israel ha de corresponder con su fidelidad y guardar los mandamientos y el culto debido para gozar de esta protección. “A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf Os 2)” (Catecismo 218).
La fórmula “el Señor es el Dios (ha-Elhoim, el Dios Único) y no hay otro excepto Él” es la esencia de la predicación profética, y se ve explicado de forma clara en este libro. Ese “Dios celoso” del Éxodo aquí premia la fidelidad y castiga la maldad (ya en la vida presente, según la doctrina del Dt).
3. El de Moisés es un «credo histórico», no un «credo teológico». «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos...». Es lo que hace el salmo de hoy: «Recuerdo las proezas del Señor, medito todas tus obras... ¿qué dios es tan grande como nuestro Dios?». Nosotros lo podemos recitar con más conocimiento de causa y con unas consecuencias más grandes en las respuestas de nuestra vida diaria.
Es una oración de confianza en la acción de Dios, de aceptación por los designios divinos. En medio de la tribulación, proclama el salmista que los caminos de Dios son santos, y prepara la oración de Jesús que ora al Padre “no se haga mi voluntad sino la tuya”, y nos enseñó a rezar “hágase tu voluntad”. Se nos habla del paso del Mar Rojo por parte del pueblo elegido. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, se sabe guiado no por Moisés y Aarón sino por Cristo: “nos hemos convertido, por tanto, en pueblo adquirido por Dios en virtud de la sangre de nuestro Redentor, como en otro tiempo el pueblo de Israel fue redemido de Egipto por la sangre del cordero. Porque así como los que fueron liberados por Moisés de la esclavitud egipcia cantaron al Señor un canto triunfal después que pasaron el Mar Rojo, y el ejército del Faraón se hundió bajo las aguas, así también nosotros, después de haber recibido en el bautismo la remisión de los pecados, hemos de dar gracias por estos beneficios celestiales. En efecto, los egipcios, que afligían al pueblo de Dios, y que por eso eran como un símbolo de las tinieblas y aflicción, representan adecuadamente el misterio de nuestra redención: caminamos hacia la luz de la morada celestial, iluminados y guiados por la gracia de Cristo. Esta luz de la gracia quedó prefigurada también por la nube y la columna de fuego; la misma que los defendió, durante todo su viaje, y los condujo, por un sendero inefable, hasta la patria prometida” (S. Beda).


Llucià Pou Sabaté

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