Domingo de la semana 20 de tiempo ordinario; ciclo C
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«He venido a prender fuego
en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un
bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que be venido a
traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco
estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la
hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera
contra la suegra.» (Lucas 12,49-53).
1º. Jesús, como profetizó Zacarías cuando nació su hijo Juan el Bautista, Tú has venido al mundo «para iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lucas 1,78).
¿Cómo dices ahora que no has venido a traer paz sino división?
Lo
que pasa es que me hablas de dos paces distintas: la paz del alma, que
se consigue a base de lucha personal contra los propios defectos, y la
paz exterior, que es la tranquilidad producida por el consenso y la
unidad.
Ambas paces son buenas, pero lo importante es la paz interior, fruto de la santidad personal.
«No
hemos de temer a adversarios exteriores. El enemigo vive dentro de
nosotros: cada día nos hace una guerra intestina. Cuando le vencemos,
todas las cosas del exterior que pueden sernos adversas pierden su
fuerza, y todo se pacifica y allana» (Casiano).
De hecho, sólo la paz interior contribuye eficazmente a la paz exterior.
La unidad conseguida por la fuerza o el consenso fruto de la negociación política no son estables.
Jesús, Tú has venido a enseñarme el camino de la paz del alma, fruto del amor a Dios.
Esa es la paz que he de llevar a los demás.
Como a los apóstoles también me dices: «en la casa en la que entréis decid primero: paz a esta casa» (Lucas 10,5).
Jesús, quieres que el cristiano sea un sembrador de paz y alegría, fruto de su unión con Dios.
Pero eso no significa que me tenga que amoldar a los demás, hasta el punto de transigir en la doctrina que me has enseñado.
El cristianismo es un mensaje fuerte, exigente, divino, y por eso no todo el mundo lo acepta.
De
ahí la división que produce; no por el lado del cristiano -que debe
buscar la comprensión y el entendimiento-, sino por el del que se opone
con todas sus fuerzas a la luz de la fe.
2º. «Con
la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se
desborda en afán apostólico: «me ardía el corazón dentro del pecho, se
encendía el fuego en mi meditación.» ¿Qué fuego es ése sino el mismo del
que habla Cristo: fuego he venido a traer a la tierra y qué he de
querer sino que arda? Fuego de apostolado que se robustece en la
oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y lo
ancho del mundo, esa batalla pacifica en la que cada cristiano está
llamado a participar: cumplir lo que resta padecer a Cristo» (Es Cristo que pasa.-120).
Jesús,
el fuego que has venido a traer a la tierra, es el fuego del amor de
Dios, que abrasa todo egoísmo y purifica todo deseo orgulloso o impuro.
Es
el fuego del Espíritu Santo que se posa sobre los apóstoles y que les
impulsa a salir al mundo para encender esa llama y esa luz en otros
corazones.
Es el fuego del apostolado que se robustece en la oración.
¿Cómo cuido mis ratos de oración personal contigo?
¿Me sirven para encenderme por dentro, para llenarme de amor a Ti y de afán apostólico?
Jesús,
Tú has venido a traer fuego a la tierra, y ese fuego ha prendido en el
corazón de los apóstoles y de tus discípulos de todos los tiempos hasta
llegar a mi.
Ahora
me toca a mí recoger esa llama, tomar esa antorcha de la fe y recorrer
mi parte en esta batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a
participar.
No quiero enfriarme y dejar que ese fuego se apague.
Para ello y para que esa llama alumbre y dé calor a muchos otros, he de unirme a Ti cada día en la oración.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
 
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