Domingo de la
semana 19 de tiempo ordinario; ciclo C: el Reino de Dios crece en nuestro
corazón cuando nos desprendemos de la ambición, y nos llenamos así de esperanza
viviendo un sentido de eternidad más allá de lo temporal caduco
«No tengáis miedo, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha
decidido daros el reino. Vended lo que tengáis y dad limosna con ello. Haceos
bolsas que no se gasten y riquezas inagotables en el cielo, donde no entra
ningún ladrón, ni roe la polilla; porque donde esté vuestra riqueza, allí
estará vuestro corazón". "Estad preparados y tened encendidas
vuestras lámparas. Sed como los criados que esperan a su amo de retorno de las
bodas para abrirle tan pronto como llegue y llame. ¡Dichosos los criados a
quienes el amo encuentra en vela a su llegada! Os aseguro que los hará sentar a
la mesa y se pondrá a servirlos él mismo. Si llega a medianoche o de madrugada
y los encuentra así, ¡dichosos ellos! Tened en cuenta que si el amo de casa
supiera a qué hora iba a venir el ladrón, estaría en guardia y no dejaría que
asaltaran su casa. Estad preparados también vosotros, porque a la hora que
menos penséis vendrá el hijo del hombre". Entonces Pedro le dijo:
"Señor, esta parábola, ¿la dices por nosotros o por todos?". El Señor
contestó: "¿Quién es, entonces, el administrador fiel y prudente, para que
dé a la servidumbre la comida a su hora? ¡Dichoso ese criado si, al llegar su
amo, lo encuentra cumpliendo con su deber! Os aseguro que le pondrá al frente
de todos sus bienes. Pero si ese criado, pensando que su amo va a tardar en
venir, se pone a maltratar a los demás criados y criadas y a comer y a beber
hasta emborracharse, su amo vendrá el día y la hora que él menos lo espere, lo
castigará severamente y lo pondrá en la calle, donde se pone a los que no son
fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no lo hace será severamente
castigado. Pero el que no lo sabe, si hace algo que merece castigo, será
castigado con menos severidad. Al que mucho se le da, mucho se le reclamará; y
al que mucho se le confía, más se le pedirá.» (Lucas 12,32-48).
1. “No
tengáis miedo, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha decidido daros el reino”. El miedo estropea nuestras vidas,
vamos pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor, el miedo es conservador,
inmovilista, reaccionario y nos impide cambiar las cosas porque siempre se han
hecho así. El miedo nos hace intolerantes en muchas ocasiones y en otras
agresivos. "No tengáis miedo",
nos dice Jesús, y añade como razón que el Padre les ha prometido el reino.
-“Vended lo que tengáis y dad limosna con ello. Haceos
bolsas que no se gasten y riquezas inagotables en el cielo”… porque
donde esté vuestra riqueza, allí estará vuestro corazón". Ya el domingo pasado acababa así el
Evangelio: ser ricos ante Dios. La
pobreza de corazón (Catecismo 2544) “es
obligatorio para entrar en el Reino de los cielos”. "Todos los
cristianos... han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de
las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del
espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto" (2545).
-"Estad preparados y tened encendidas vuestras lámparas”. El correcto uso del tiempo implica vigilancia
en la espera de tu retorno, Jesús, en una cierta tensión, un
esfuerzo continuado, una lucha ininterrumpida. Pero no es una tensión
estresante, o una lucha penosa. Es una vibración alegre, una vibración de
amor, una lucha deportiva y estimulante (P. Cardona): «Vela con el
corazón, vela con la fe, con la caridad, con las buenas obras; preparando las
lámparas, cuida de que no se apaguen, alimentándolas con el aceite interior de
una recta conciencia; permanece unido al Esposo por el Amor, para que Él te
introduzca en la sala del banquete, donde tu lámpara nunca se extinguirá» (San
Agustín).
Jesús, para mantener un buen ritmo en mi vida espiritual he de marcarme
metas altas. ¿Qué más puedo hacer por Ti o por los demás? ¿Cómo puedo hacer
mejor mi trabajo? ¿Cómo puedo tratar con más cariño a los que me rodean? ¿Me
acuerdo frecuentemente de Ti durante el día?
Jesús, Tú eres ese señor, ese amo, que se marchó a «las nupcias», y
que tarde o temprano va a volver, y va a llamar a mi puerta. Yo tengo que estar
atento, afinar el oído de mi alma, mantener una vigilante vida de oración, «para
abrirle al instante en cuanto venga y llame.»
Jesús, quiero ser un «administrador fiel y prudente» de
esos dones inmerecidos que me has dado, empezando por el don de la vida y el de
la fe. Quiero utilizar mis talentos en una vida útil, en una vida de servicio y
de amor, de trabajo, de alegría y de penas que no son penas, porque te las
puedo ofrecer. “Dichoso aquel siervo al que encuentre obrando así su
amo cuando vuelva”.
En la película “El Señor de los
Anillos-2”, hay un diálogo de Sam muy bonito, cuando le dice a Frodo: “¿cómo
volverá el mundo a ser lo que era después de tanta maldad como ha sufrido? pero
al final todo es pasajero, como esta sombra… incluso la oscuridad se acaba,
para dar paso a un nuevo día… y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún.
Y esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido,
aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que
ya lo entiendo. Ahora lo entiendo. Los protagonistas de esas historias se
rendirían si quisieran pero no lo hacen. Siguen adelante, porque todos luchan
por algo.
Frodo: -¿Por qué luchas tú ahora, Sam?
Sam: -Para que el bien reine en este
mundo, señor Frodo. ¡Se puede luchar por eso!”…
Hemos de tener encendidas las lámparas: Nadie enciende una lámpara y la coloca
bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que
están en la casa. Y para indicar por qué lo decía, añadió
estas palabras: Luzca
así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro padre que está en los cielos (Mt
5,15-16).
Dice S. Agustín: “Así, pues, quiso que
tuviéramos ceñidos nuestros lomos y encendidas las lámparas. ¿Qué significa
ceñir los lomos? Apártate del mal. ¿Qué significa lucir?
¿Qué tener encendidas las lámparas? Y haz el bien (Sal
36,27). Y ¿qué significa lo añadido: Y
vosotros sed semejantes a los hombres que esperan a su Señor cuando regrese
de las bodas (Lc 12,36), sino lo
que se consigna en el salmo: Busca la paz y persíguela? (Sal 33,15).
Estas tres cosas, a saber, el abstenerse del mal, el obrar el bien y el esperar
el premio eterno…” (Sermón 108).
«El
Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de
edad en edad»:
Estas palabras del
salmo nos tranquilizan, Señor, en medio de noticias de guerra y destrucción. Son «los
planes de las naciones», con tanta violencia, ambición de naciones que
quieren conquistar a naciones; hombres que traman matar a hombres. La carrera
de armamentos, desconfianza, amenazas, chantaje, espionaje... es como una pesadilla
internacional de la lucha por el poder en el mundo, que amenaza a la existencia
misma de la humanidad.
Hombres de buena voluntad pueden descorazonarse ante
tanta derrota del sentido común, estupidez y egoísmo ante tantos que sufren
hambre y a los que no se ayuda bien. Y piensan: ¿cuándo parará esta locura?
«El Señor
deshace los planes de las naciones». Esa es la garantía de esperanza
que alegra el alma. Tú no permitirás, Señor, que la humanidad se destruya a sí
misma. Tu vigilas, Señor, y el futuro de la humanidad está a salvo en sus
manos. Contra «los planes de las naciones» se
alzan «los planes de Dios», y ése es el mayor consuelo del hombre que cree,
cuando piensa y se preocupa por los demás. No conocemos esta victoria de Dios que
será, en último lugar, la victoria del hombre: «El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de
edad en edad». La historia de la humanidad en manos de su
Creador (Carlos G. Vallés).
2. «La
noche de la liberación se les anunció de antemano». Ya en la Antigua
Alianza la fe no estaba desprovista de toda garantía: hubo anuncios que se
cumplieron, como el de la noche de la comida pascual o la promesa de Dios al
rey David, como la predicción de los profetas sobre el exilio y su duración.
Todo hombre atento recibe tales signos: Dios le muestra así que está en el buen
camino; si exige de él la fe, Dios no le deja en la incertidumbre, aunque a
veces sea sometido a una dura prueba como Abrahán o algunos profetas, pues en
último término su fe no puede apoyarse sobre signos y milagros, sino sobre la
fidelidad de Dios, que mantiene su palabra de un modo inquebrantable (H. von
Balthasar).
3. -Ayúdanos,
Señor, a ser hombres de fe, hombres que esperar alcanzar al Inalcanzable, que
esperan ver al Invisible y al mismo tiempo, que están seguros de poseer ya lo
que esperan. R. Lifton considera
que el problema central del hombre contemporáneo es la pérdida del sentido de
inmortalidad. Esa conciencia de inmortalidad «que representa un estímulo
irresistible y universal a conservar un sentido interior de continuidad, más
allá del tiempo y del espacio».
Todos los textos de esta celebración nos
exigen vivir en tensión, en movimiento (éxodo), desinstalados, en estado de
peregrinación; en una palabra: vivir en vela, en vela en razón de la fe, en
razón de la promesa de Dios, en razón de las cuentas que habremos de rendir
pronto. La segunda lectura llama a esta existencia desinstalada simplemente
«fe». La fe se apoya en una palabra recibida de Dios que anuncia una realidad
invisible y futura. Esto se muestra en la existencia de Israel, que comienza
con el éxodo de Abrahán y se continúa a través de los siglos; esta fe puede ser
sometida a duras pruebas, como cuando se exige a Abrahán que sacrifique a su
hijo, como demuestra también el hecho de que todos los representantes de la
Antigua Alianza «murieron sin haber
recibido la tierra prometida». Estos aprendieron casi más drásticamente que
los cristianos lo que significa vivir «como
huéspedes y peregrinos en la tierra», y buscar una patria que está más allá
de toda su existencia perecedera. Porque en el destino de Jesús y en la
recepción del Espíritu Santo los cristianos no solamente «han visto y saludado de lejos» la patria celeste, sino que, como
dice Juan, «han oído, visto y palpado la
Palabra que es la vida eterna», y según Pablo han recibido el Espíritu
Santo como arras, como prenda o garantía de lo que esperan, por lo que pueden y
deben ir al encuentro del cumplimiento de la promesa con mayor seguridad, y por
ello también con mayor responsabilidad (H. von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté
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