Sábado de la 20ª semana de
Tiempo Ordinario (impar). El Señor
nos pide sencillez para acoger su salvación. El Señor no nos pide hacer las
cosas bien, sino ser buenos y misericordiosos con los demás, y así de paso
haremos las cosas mucho mejor
“En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: -«En
la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y
cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no
hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a
la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para
empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las
filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos
en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan
reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en
cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y
todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra,
porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros,
porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será
vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido» (Mateo 23,1-12).
1. Ayer los
fariseos le preguntaban a Jesús, seguramente con no muy buena intención, cuál
era el mandamiento principal. Hoy escuchan un ataque muy serio de Jesús sobre
su conducta: «haced lo que os digan,
pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen».
Los fariseos, personas
deseosas de cumplir la ley, muestran en su conducta actitudes que Jesús
desenmascara. Su lista empieza hoy y sigue durante tres días de la semana
próxima:
- se
presentan delante de Dios como los justos y cumplidores;
- se creen
superiores a los demás;
- dan
importancia a la apariencia, a la opinión que otros puedan tener de ellos, y no
a lo interior;
- les
gustan los primeros lugares en todo;
- y que les
llamen «maestro», «padre» y «jefe»;
- quedan
bloqueados por detalles insignificantes y descuidan valores fundamentales en la
vida;
- son
hipócritas: aparentan una cosa y son otra;
- no
cumplen lo que enseñan: -“Atan
cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el
dedo quieren moverlas”.
-“Haced pues y observad todo lo que os digan;
pero no imitéis su conducta, porque "ellos dicen" y "no
hacen"”. Así comienzas hoy, Jesús, para enseñarnos algo totalmente
diferente. Quiere que seamos árboles que no sólo presenten una apariencia
hermosa, sino que demos frutos. Que no sólo «digamos», sino que «cumplamos la
voluntad de Dios». Exactamente como él, que predicaba lo que ya cumplía.
Así empieza el Libro de los Hechos: «El
primer libro (el del evangelio) lo
escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio» (Hch 1,l).
Hizo y enseñó. ¿Se podría decir lo mismo de nosotros, sobre todo si somos
personas que enseñan a los demás y tratan de educarles o animarles en la fe
cristiana? ¿Mereceríamos alguna de las acusaciones que Jesús dirige a
los fariseos? Jesús, te refieres especialmente a los que tienen encargos de
gobierno, los que tienen alguna autoridad… les pides que no se hagan llamar
«maestros, padres, jefes»: que entiendan esa autoridad como servicio («el primero entre vosotros será vuestro
servidor»), que no se dejen llevar del orgullo («el que se enaltece será humillado»). El mejor ejemplo nos lo diste
tú mismo, Jesús, cuando, en la cena de despedida, te despojaste de tu manto, te
ceñiste la toalla y empezaste a lavar los pies a tus discípulos: «si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado
los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn
13,14). Tendremos que corregir lo que tengamos de fariseos en nuestras
actitudes para con Dios y para con el prójimo (J. Aldazábal).
La sencillez
es la perfección, y hay que evitar toda manipulación mitificando a los
gobernantes: “-Vosotros, en cambio, no
os dejéis llamar "Rabbi"... -Maestro- Ni llaméis a nadie
"Padre"... Ni tampoco os dejéis llamar "Doctores"”.... No
es más el que se levanta engreído, que la persona sencilla que ama. Al
contrario. La abuela ancianita que ha vivido toda su vida desvelándose por los
demás y rezando sencillamente sus oraciones, sabe y tiene mejor conocimiento de
Dios, que todos los doctores en teología, si ellos no hacen lo mismo.
-“Vosotros sois todos hermanos y tenéis un
solo Padre, el del cielo, y un solo Doctor, Cristo”... Sí, los mismos
apóstoles no hacen más que transmitir "lo que han recibido".
-“El mayor entre vosotros sea vuestro
servidor. El que se humille, será ensalzado. El que se ensalza, será humillado”.
¿Cuándo haremos por fin caso de esas consignas repetidas de humildad y de
servicio? Examinar detenidamente en mí todos mis instintos de superioridad...
todos mis fariseísmos (Noel Quesson).
2. –“Noemí, por parte de su marido, tenía un
pariente. Era un rico propietario del mismo clan, llamado Booz”. En su
desamparo esas dos mujeres tienen suficiente valor e imaginación para forzar el
destino: se agarran a lo que pueden... ese pariente lejano, por ejemplo. ¿Quién
sabe si las podría ayudar?
-Rut, la moabita, dijo a Noemí: “Déjame ir
al campo detrás de aquel que me lo permita”... La audaz decisión de Rut de
seguir siempre y a todas partes a su suegra, Noemí, implicaba privaciones y
contratiempos. Es la lucha tenaz y agotadora de las dos mujeres por su
subsistencia.
Boaz significa
«en él hay fuerza». Rut busca un corazón generoso que, libremente y de grado,
le permita recoger las espigas caídas. El azar, aunque previsto por Dios, la
lleva a un campo de Boaz, que acude a él cuando los segadores llevan ya varias
horas trabajando. Boaz se interesa por la espigadora. El mayoral le explica de
quién se trata y le informa de la petición que le ha hecho y de la constancia
con que se ha dedicado a su tarea. Boaz dirige a Rut unas palabras llenas de
afecto y de solicitud. Le pide que espigue sólo en sus campos, le asegura que
sus criados no la molestarán y le da permiso para que beba del agua de los
servidores. Rut, con un gesto de humildad y de respeto, pregunta a qué se debe
tal benevolencia hacia ella, una simple extranjera; Boaz le replica que ha
llegado a su conocimiento todo lo que ha hecho por Noemí y cómo ha abandonado
su país y su familia de origen. Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas
se ha refugiado (= al cual se ha convertido), la recompense plenamente por su
meritorio gesto. Esta oración, aparte de ser exponente de la dimensión
religiosa del libro, es importante en la dinámica de todo el relato. Dios se
valdrá de Boaz para escuchar tal plegaria, y la expresión de Rut, «he hallado gracia a tus ojos», comienza
a perfilarse como algo más que una buena acogida o una benigna actitud (J. Mas
Anto).
Quiso la
suerte que fuera a dar en una parcela de Booz. Eso que la gente llama suerte y
que es providencia divina: “El testimonio de la Escritura es unánime: la
solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de
todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y
de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía
absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los
cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de
Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede
abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre,
pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21)” (Catecismo 303).
-“Booz tomó a Rut para que fuera su mujer y
se unió a ella”. Este episodio es la ilustración concreta de la ley del
Levirato que evoca el evangelio; el pariente más próximo debía procurar
descendencia a una viuda, en una especie de solidaridad de clan (Dt 25,5-10; Mt
22,24).
-“El Señor le concedió que concibiera, y dio
a luz a un niño. Las mujeres de Belén dijeron a Noemí: "¡Bendito sea el
Señor que hoy te ha dado un defensor! ¡Que se celebre su nombre en Israel! Será
para ti un consuelo y un apoyo de tu vejez, porque lo ha dado a luz tu nuera
que te quiere y es para ti mejor que siete hijos.» Hay que volver a
escuchar esa delicada y natural manera de acoger la «vida», el «niño». Esa
actitud perdura todavía en el conjunto de los pueblos pobres y puede plantear
la cuestión a nuestras sociedades occidentales tentadas por una
contraconcepción sin freno y sin límite. La «vida» considerada como una
«bendición» de Dios: actitud resueltamente optimista, que contrasta con la
tristeza característica de los pueblos ricos.
-“Las vecinas decían: «Le ha nacido un hijo a
Noemí» y le llamaron Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David”. El
misterio de un nacimiento es que no se puede nunca saber ¡«qué» llegará a ser
aquel niño! Un genio, un artista, un santo, un bienhechor de la humanidad... Es
la gloria de las madres. Y David nacerá de esa moabita, cuya nación es
particularmente detestada por el pueblo de Israel (Gn 19,37), ¡por proceder de
un incesto! Misterio de los destinos salvadores de Dios (Noel Quesson).
“Con razón recordó San Mateo mediante su
Evangelio que el Señor, que habría de llamar a los gentiles a incorporarse a la
Iglesia, Él mismo asumió según la carne un linaje en el que había extranjeros”
(San Ambrosio).
2. Booz,
enterado de la noble actitud de la muchacha, se enamora de ella y la toma por
esposa. La historia es bastante más larga: aquí la leemos muy resumida. De esa
unión nace Obed, el padre de Jesé, el padre de David. Cuando Mateo, al comienzo
de su evangelio, nos enumera la genealogía de Jesús, el Mesías, no se olvida de
poner el nombre de esta mujer, Rut, la moabita, o sea, una extranjera, aunque
convertida a la religión de Yahvé.
Nuestra
primera reflexión es aprender de Rut esa difícil fidelidad en las cosas de cada
día, en nuestras relaciones familiares o comunitarias. Que es la que
proporciona la verdadera felicidad. Por eso está muy bien elegido el salmo: «dichoso el que teme al Señor y sigue sus
caminos; comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien... esta es
la bendición del que teme al Señor». “Para nosotros, dice S. Hilario de
Poitiers, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido en el
ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus
mandatos y confiar en sus promesas”. y S. Roberto Belarmino: “en verdad es muy
grande el premio que proporciona la observancia de sus mandamientos. Y no sólo
aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que
lo cumple, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que
los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva
bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado
para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu
fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a
este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado”.
Llucià Pou
Sabaté
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