Jueves de la
octava de Pascua:
Jesús nos ofrece la paz, participar en su familia de hijos de Dios, por su
Resurrección
“En
aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo
habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas
cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con
vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo:
«¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis
manos y mis pies; soy Yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y
huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los
pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen
asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte
de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.
Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé
cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que
está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de
mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las
Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara
de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión
para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
Vosotros sois testigos de estas cosas»” (Lucas 24,35-48).
1. Estaban los discípulos de Emaús hablando de
lo que les había pasado, cuando encontraron a Jesús, y “Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros»”. El
saludo de paz es importante para que lo digamos muchas veces. San Gregorio
Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al prescindir del saludo de
la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre
y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los
filipenses: ‘La paz de Dios’; y que
es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’». Al leer este Evangelio en Misa, en el colegio,
los niños al oír las palabras: “la paz
sea con vosotros” responden “y con
tu espíritu”, y es cierto que con el espíritu de Jesús podemos tener paz. Disipa
los temores que los Apóstoles han acumulado durante los días de pasión y de
soledad. Pienso que las preguntas que angustian a las personas de hoy son: “¿de
verdad hay Dios, o estaré solo cuando sufra, sobre todo cuando llegue la
muerte?” “¿me salvaré, si hay un más allá?”
“Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo:
«¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?” Es el "¡no temáis!" que
suele decir Jesús. Nos dice también hoy el Señor: En mi vida personal, en la
vida del mundo, de la Iglesia ,
evoco, hoy, una situación en la que falta la esperanza. Pero Tú estás aquí,
Señor, "en medio de nosotros".
“Mirad mis manos y mis pies;
soy Yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis
que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies”. Él no es un fantasma, es totalmente real,
pero, a veces, el miedo nos paraliza.
“Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen
asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte
de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos”. Los discípulos, en su alegría, no
se atrevían a creer que es Jesús, por eso la comida: para esos semitas que ni
siquiera tienen idea de una distinción del "cuerpo y del alma", si
Jesús vive, ha de ser con toda su persona: no es un fantasma si es un cuerpo
que come... Será un cuerpo sin materia corpórea, fuera del espacio y del tiempo
podrá aparecerse a quien quiere y como quiere, como un disco duro del ordenador
alberga todos los momentos de la vida, o una película puede presentarse en
cualquiera de sus secuencias, así la resurrección transforma y quedaremos transfigurados,
para poder salir del universo material, y penetrados por el Espíritu de Dios,
como Cristo, aparecer en cualquiera forma. "Nosotros esperamos como salvador al Señor Jesucristo, que transfigurará
el cuerpo de nuestra vileza conforme a su Cuerpo glorioso, en virtud del poder
que tiene para someter a sí todas las cosas", dirá san Pablo (Flp 3,
21).
“Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé
cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que
está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de
mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las
Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara
de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión
para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
Vosotros sois testigos de estas cosas»”. Esta catequesis de la Pascua es similar a la
que había hecho con los discípulos de Emaús, sobre los sufrimientos del Mesías,
la resurrección de los muertos, la conversión proclamada en su nombre para el
perdón de los pecados... A todas las naciones, empezando por Jerusalén.
Vosotros daréis testimonio de esto. “Jesucristo es ahora realmente el Señor,
que tiene poder sobre todo el universo, sobre todos los hombres, y que da a los
hombres la misión de ir a todo el mundo. En cierto sentido, todo está hecho en
Cristo. Pero todo está por hacer. ¿Trabajo yo en esto? ¿Doy testimonio de esto?”
(Noel Quesson).
Es la Pascua la que ilumina las
sagradas Escrituras, como habla San Ireneo: “Si uno lee con atención las
Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación.
Porque Él es el tesoro escondido en el campo, es decir, en el mundo, ya que el
campo es el mundo; tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por
medio de figuras y parábolas, que no podían entender según la capacidad humana
antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el
advenimiento de Cristo”. Y cita al profeta Daniel: “Cierra estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del cumplimiento,
hasta que muchos lleguen a comprender y abunde el conocimiento” (Dan 12,4).
2. Leemos que después de la curación del
mendigo cojo, Pedro habla nuevamente al pueblo, a los fieles que, como él, han
subido al templo a orar, y les anuncia a Jesús, el Señor, en cuyo nombre ha
obrado el milagro. Sus palabras pueden ser ejemplo de lo que fue la predicación
de la Iglesia
de Jerusalén en su período inicial:
-“Habéis dado muerte al "Príncipe de la vida"... Pero Dios lo
ha resucitado de entre los muertos”... «Príncipe de la vida»... Un título poco habitual para hablar de
Jesús: el Victorioso, el Viviente por excelencia ¡Danos, Señor, esta Vida! Comulgando
el Cuerpo de Cristo, entramos en comunión con la Vida.
-“Es por la fe en su nombre que este hombre está aquí y todos vosotros le
veis completamente restablecido”. Es el símbolo de la humanidad salvada. ¡Que
cada vez que salga de un pecado, Señor, sea con esa alegría! El pecado es lo
que daña a la humanidad. La verdadera parálisis es la de la voluntad encogida,
incapaz de reaccionar-. Danos, Señor, plena salud de alma y cuerpo... de alma
sobre todo.
-“Sin embargo, hermanos, sé que obrasteis por ignorancia, lo mismo que
vuestros jefes”. Es la ignorancia que tienen los que hacen el mal,
siguiendo lo que decía Jesús: "Padre,
perdónalos, no saben lo que se hacen..." También podemos relacionar
ese perdón con el poder de atar y desatar, con el perdón que en nombre del
Señor administra la Iglesia.
-“Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean
borrados; así vendrá la consolación por parte del Señor”. El perdón es el
"tiempo de la consolación". ¡Admirable fórmula! ¿Concibo mis confesiones,
como una participación en la resurrección? No cuento con apoyarme en la fuerza
de mi voluntad, sino en la fuerza de «Aquél
que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Noel Quesson).
3. “¡Señor,
nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero
adorar tu majestad sobre el cielo: / ¿qué es el hombre para que pienses en él,
el ser humano para que lo cuides? / Lo hiciste poco inferior a los ángeles”. Se
puede traducir como que ha sido «rebajados» a los ángeles, y lógicamente no
habla de los hombres, pues nunca han estado por encima de ellos, y sigue con la
majestad de Jesús y lo que le es destinado.
«Lo coronaste de gloria y dignidad». En esa gloria, él vislumbra el
premio que el Señor nos reserva cuando hemos superado la prueba de la tentación,
y dice san Ambrosio: «El Señor ha coronado también de gloria y magnificencia a
su amado. Ese Dios que desea distribuir las coronas, permite las tentaciones:
por ello, cuando seas tentado, recuerda que te está preparando la corona. Si
descartas el combate de los mártires, descartarás también sus coronas; si
descartas sus suplicios, descartarás también su dicha». “Le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus
pies: / todos los rebaños y ganados, y hasta los animales salvajes; / las aves
del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de las aguas”.
Dios prepara para nosotros esa «corona de justicia» (2 Tim 4,8) con la que
recompensará nuestra fidelidad que le demostramos incluso en los momentos de
tempestad que sacuden nuestro corazón y nuestra mente.
Llucià Pou Sabaté
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