MIÉRCOLES
DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: el apostolado, en la primitiva Iglesia , guiada por Jesús (en
el Espíritu Santo, y la intercesión de la Virgen María)
«El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me
ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha
venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y
si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, ya que no he
venido a juzgar al mundo sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe
mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado ésa le juzgará en
el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me
envió, Él me ha ordenado lo que he de decir y habla': Y sé que su mandato es
vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo
hablo.» (Juan 12, 44-50)
1. Jesús proclama hoy: «El que cree en mí no cree en mí, sino en el
que me ha enviado; y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. Jesús es
nuestro modelo, y así como Él transparenta al Padre, también nosotros con su
gracia podemos llevar su luz a los demás, transmitir a Jesús en nuestra vida.
“Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no
quede en tinieblas”. Es el signo de la luz. Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del
evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» y
en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no
caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida». Pero siempre
sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más
las tinieblas que la luz». Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien
prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque
pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros,
seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos
viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos
«hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la
penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos
de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios.
Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano
permanece en la luz». La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error,
como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar. El Cirio pascual que encendemos
estos días significa Cristo resucitado (J. Aldazábal). Y nosotros hemos de estar también encendidos con esta luz.
“Yo no condeno al
que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a condenar al mundo,
sino a salvarlo”. Son las últimas palabras de la predicación pública de Jesús, y recopila
temas fundamentales: la fe en Él, unidad y distinción entre Padre e Hijo, Jesús
como Luz y Vida del mundo, juicio de los hombres según la aceptación de Cristo;
es el relato previo a la oración sacerdotal y relatos Pascuales: “El que me rechaza y no acepta mi doctrina
ya tiene quien lo juzgue; la doctrina que yo he enseñado lo condenará en el
último día, porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me ha
enviado me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar, y yo sé que su mandato
es vida eterna”. Jesús, al final de vida terrena, sabe que tiene un pequeño
núcleo de discípulos, pero su corazón abarca a todos los hombres, dentro del
misterio de su unión con el amor del Padre: “Por eso lo que yo os digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn 12,44-50).
Tenemos también la ayuda
del auxilio luminoso de María (que significa “estrella”). San Bernardo intuyó
muy bien al invocar a María como “Estrella de los mares”. San Bernardo
exhortaba así a los cristianos: “Si alguna vez te alejas del camino de la luz y
las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella , invoca a María. Si se levantan los vientos de las
tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la
estrella, invoca a María. (...) Que nunca se cierre tu boca al nombre de María,
que no se ausente de tu corazón”.
2. “La
palabra del Señor crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo, después de haber
cumplido su misión, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan Marcos. En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón,
apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el
virrey, y Saulo”. Vemos ya una Iglesia desarrollada, carismas diversificados. Los profetas eran cristianos
especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos
concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer
los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través
de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse
o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú,
Señor, quieres decir al mundo... Los
doctores discernían las Escrituras, comentando el antiguo Testamento y el
Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Enseñaban a los catecúmenos y a los
demás cristianos, eran maestros, sin ser sacerdotes tenían lugar importante por
lo delicado de su misión educadora, doctrinal y moral.
“Mientras
celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Separadme a
Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado»”. Es el inicio de
la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la
cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El
Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero. Con el ayuno y
oración, hay una buena preparación apostólica, y el Señor no dejará “caer en
tierra ninguna de sus palabras”. Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la
responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos...
les da un «signo» -sacramento- que se halla en el origen de la ordenación de
los obispos y de los sacerdotes: la imposición de las manos. ¿Es misionera la
comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los
que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
“Entonces,
después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.
Con esta misión del Espíritu Santo fueron a Seleucia, desde donde se embarcaron
hacia Chipre. Al llegar a Salamina, se pusieron a anunciar la palabra de Dios
en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como auxiliar” (He 12,24-26-13,1-5).
Y así comienza el
primero de los tres grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al Apóstol
a evangelizar primero la isla de Chipre y después algunas regiones del sur de
Asia Menor: Panfilia, Pisidia y Licaonia (años 44-49). El Espíritu Santo deja
oir su voz en la Iglesia de Cristo.
3. El Señor ha tenido piedad
de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador
nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el Don de Dios debemos convertir
toda nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Agradecidos, alabamos
al Señor con el Salmo: “Que Dios tenga piedad y nos bendiga, haga
brillar su rostro entre nosotros para que en la tierra se conozca su camino y
su salvación en todas las naciones”. El reino de Dios se proclama en la
Iglesia, se vive en la presencia de Jesús que permanece en ella, como indica S.
Agustín: “¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste
en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el
tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo
que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y
esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del
orbe”.
“Que canten de alegría las naciones, pues tú juzgas al
mundo con justicia y gobiernas los pueblos de la tierra. Oh Dios, que te alaben
los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga y que le
rinda honor el mundo entero” (67,2-3,5-6.8). Y Juan Pablo II enseñaba que “la bendición
sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada
en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un
árbol frondoso. El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a
Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré.
Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los
linajes de la tierra» (Gen 12,2-3). Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos
que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que
la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única
mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos,
sin distinción”.
Llucià Pou Sabaté
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