VIERNES DE LA
SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: la Eucaristía , fortaleza
para ser testimonios de la verdad, da alas para amar
«Jesús, al levantar la mirada y ver que
venía hacia él una gran muchedumbre, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para
que coman éstos? Lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer.
Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma
un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: pero ¿qué es
esto para tantos? Jesús dijo: Haced sentar a la gente. En aquel lugar había
mucha hierba. Se sentaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Jesús
tomó los panes y, habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban
sentados, e igualmente les dio de los peces cuanto quisieron. Cuando se
saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los trozos que han sobrado para que
nada se pierda. Entonces los recogieron y llenaron doce cestos con los trozos
de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.» (Juan 6, 5-13)
1. En
el Evangelio (Juan 6,1-15) Jesús, levantando
pues los ojos, y contemplando la gran muchedumbre que venía a Él, dijo a
Felipe: "¿Dónde compraremos pan
para dar de comer a estos?" Jesús con su amor nos revela a Dios Amor,
Él ve las necesidades de los hombres, se preocupa de la felicidad de los
hombres. Y hace un milagro, la multiplicación de los panes, como más tarde el
sacramento de eucaristía... son gestos de amor. ¡Me paro a escuchar tu voz,
Jesús! Eres Tú quien nos interroga, quien nos provoca. Eres Tú, Señor, quien
nos pide saber mirar el hambre de los hombres, y sus necesidades aun las más
prosaicas... "para que tengan de qué comer" Tú dices... ¡simplemente
de qué comer! Y nosotros que tan a menudo soñamos en un Dios lejano, en las
nubes. Eres Tú que nos conduces a nuestra vida humana cotidiana. Amar... ¡ahí
está! es un humilde servicio cotidiano.
-“Hay
aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto
para tanta gente?” Ante los grandes problemas humanos -el Hambre, la Paz , la Justicia- repetimos
constantemente la misma respuesta: "¿qué podemos hacer nosotros? esto nos
rebasa." Retengo la inmensa desproporción: 5 panes... 2 peces... 5.000
hombres.
-“Jesús
tomó los panes, y, habiendo "eucaristizado" -habiendo "dado
gracias"- se los distribuyó”. Dar Gracias. Agradecer a Dios. Tal es el
sentimiento de Jesús en este instante. Piensa en otra multiplicación de
"panes". Piensa en el inaudito misterio de la comida pascual que
ofrecerá a los hombres de todos los tiempos. No descuida el "hambre
corporal", pero piensa sobre todo en el "hambre de Dios" que es
de tal modo más grave aún para los hombres.
-Entonces dicen: "Verdaderamente éste
es el gran profeta, que ha de venir al mundo." Pero Jesús conociendo
que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey se retiró otra vez al monte El
solo. Jesús no quiere dejar creer que El trabaja para un reino terrestre. Su proyecto
no es político, incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús no entra
directamente en el proyecto de "liberación" cívica en el que sus
contemporáneos quisieran arrastrarle. Esto será por otra parte la gran
decepción de estas gentes, que le abandonarán todos. Jesús piensa que su
proyecto es otro: su gran discurso sobre el "pan de la vida eterna"
nos revelará ese "proyecto"” (Noel Quesson). En la antífona de Comunión
recordamos este proyecto: «Cristo
nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificación. Aleluya».
Los
cinco panes y dos peces son ofrecidos por el joven con generosidad; se puede
decir que sobre su generosidad hizo Jesús el milagro. Así, podemos encontrar un
sentido espiritual en esto: si ponemos de nuestra parte, nuestros panes y
peces, es decir cualidades y tiempo, el Señor multiplica aquello y hace cosas
grandes. Quizá tenemos dentro un deseo de ayudar a los demás, de hacer algo
grande: Jesús multiplica esos deseos (panes) y los hace realidad, da respuesta
al ansia de felicidad de la humanidad. En la Eucaristía, todo eso se hace
misterio, el pan se hace Vida.
«Tomó
entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que
estaban». El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace
pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios,
con una "anorexia espiritual", que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús.
No sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un mensaje
de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos sobrenaturales;
no seamos "realistas", sino "confiados" en Dios. Así,
cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en realidad
«se lo decía para probarle, porque Él
sabía lo que iba a hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él.
Al contemplar esos "signos de los tiempos", no podemos quedarnos en
un “análisis” que lleve a la pereza, ver que la cosa está mal, y tomarlo como
algo personal (“¡qué mal lo hago!”) como el que piensa que llueve en una fiesta
porque la culpa es suya. Como Jonás en aquel barco que escapaba de Dios y dijo
ante la tormenta “echadme al agua, la culpa es mía”. Más bien hemos de estar como
Moisés en aquella guerra, que cuando alzaba los brazos iban ganando los suyos,
y le sostuvieron los brazos hasta que huyeron vencidos los enemigos. Como un
cuerpo enfermo no se analiza sin hacer nada, diciendo “¡qué mal está!... ¡Está
peor!... ¡qué pena, se ha muerto!” no podemos ir “del análisis a la páralisis”.
El análisis de una situación es una primera parte del ejercicio médico, para
luego hacer un “diagnóstico” y luego “curar” con los medios que se vean
oportunos, la “terapia”. Pero hemos de contar con que, además de esos medios
humanos, el Señor puede hacer milagros. Son las dos cosas: generosidad del
chico de los panes y peces, y multiplicación que obra Jesús. Por eso le pedimos
hoy, por mediación de la Santísima Virgen: “Señor, ¡aumenta nuestra fe, esperanza
y amor!”, y aunque no veamos despuntar el tallo después de la siembra, que
tengamos paciencia para saber que tú siempre das fruto a nuestras peticiones.
«Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin pararnos en cálculos
meramente humanos. Para superar los obstáculos, hay que empezar trabajando,
metiéndonos de lleno en la tarea, de manera que el mismo esfuerzo nos lleve a
abrir nuevas veredas» (San Josemaría), que aparecerán de modo insospechado. No
esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte: ¡cuanto
antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las dificultades que
presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo milenio nos inducen a
pensar que sólo una intervención de lo alto puede hacer esperar un futuro menos
oscuro», escribió Juan Pablo II. La Virgen, que ha hecho notar su intercesión en
tantos momentos delicados por los que ha surcado la historia de la Humanidad,
es nuestra Madre y está con nosotros.
2.
Siguen los Hechos (5,34-42) con que
un fariseo, Gamaliel (el profesor de Pablo de Tarso) con sinceridad y sin miedo
busca la verdad, y recuerda a los demás judíos del Sanedrín que ciertas insurrecciones
que hubo acabaron en nada: muertos sus jefes, cesaron sus seguidores. Así dijo:
“que fueran con cuidado, pues Teudas y
Judas el Galileo perecieron al cabo de poco de levantarse con sus proclamas y
se disolvió su grupo. ‘Y ahora os digo: Dejad a estos hombres; porque si este
consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá: mas si es de Dios, no la
podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios’. Y convinieron
con él: y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no
hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron. Y ellos partieron de delante
del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por
el Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de
enseñar y predicar a Jesucristo”.
Jesús
inaugura una familia, por la fe y no por el nacimiento; como recordamos en la Entrada : «Con tu sangre, Señor, has comprado para
Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una
dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya», y esta familia tiene una
tierra en propiedad, que es el cielo, la Resurrección que ya ha alcanzado
Jesús, y es la que nos promete la esperanza, que recordamos en la Colecta : «Oh Dios, que, para librarnos del poder del
enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz ; concédenos alcanzar la gracia de la
resurrección». Esta esperanza es la que nace en el corazón de los Apóstoles,
por eso contentos ahora por padecer por Cristo: «La alegría cristiana –enseñaba
Juan Pablo II- es una realidad que no se puede describir fácilmente, porque es
espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que
Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de
experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz,
abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la fe en
Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaros a
gozar de esta alegría!»
3. Esta
alegría en la esperanza es la que proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi
luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la Casa
del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando
su Templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en
el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor». Supone vivir con los
pies en la tierra pero sin valorar lo material más que lo que es para siempre,
como pedimos en el Ofertorio: «Acoge,
Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no
pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre».
Querer
vivir en la casa del Señor puede ser el mejor de los deseos. La confianza
absoluta en Dios viene de que Jesús por el Espíritu Santo vive en nosotros, y
así es luz del alma, luz del mundo que ilumina el camino que se ha encendido
plenamente en su resurrección; este es el sentido de “tierra de los vivos” pues
el cielo es donde está el Santuario.
El telón
de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel, en un ambiente de
confianza en Dios, recordaba Juan Pablo II. Ante las dificultades, no está el
hombre solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues -como
dice la espléndida «antífona» de apertura del Salmo- «El Señor es mi luz y mi salvación». Parece ser un eco de las
palabras de san Pablo que proclaman: «Si
Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?»… «habitaré en la casa del Señor
por años sin término». Y mientras, buscamos en esta tierra el rostro del
Señor, la intimidad divina a través de la oración, en la liturgia, hasta que un
día «le veremos tal cual es», «cara a cara». Orígenes escribe: «Si un hombre
busca el rostro del Señor, verá la gloria del Señor de manera desvelada y, al
hacerse igual que los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los
cielos». Y san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la
oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera de ti,
sino tu rostro. "Tu rostro buscaré,
Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra
cosa insignificante, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no
encuentro nada más valioso...»
Llucià
Pou Sabaté
No hay comentarios:
Publicar un comentario