MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA
DE PASCUA: Jesús se nos
entrega,
nos
da la luz para iluminar la vida, y fuerza para caminar
1. -“Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único -leemos en el Evangelio-, para que no perezca ninguno de los que
creen en Él, sino que tengan vida eterna.” No queremos seguir en la noche,
sino que se haga de luz en nuestras vidas. Queremos corresponder a tanto amor
de Dios: «Que nuestra vida sea
manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos» (oración de las ofrendas).
Como Tomás, a veces nos falta fe, pero el proyecto de Dios no es de
condenación, ni de juicio, sino de vida eterna y salvación:
-“Dios
no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se
salve por Él”. El juicio se concreta en la adhesión a Cristo, la luz que
vino al mundo, y en el rechazo de las tinieblas, de las obras malas. La
motivación y la finalidad del don o del envío por Dios del Hijo único es el
amor («tanto amó Dios al mundo»), «para que tengan vida eterna», «para que el mundo se salve por Él».
-“Quien
cree en el Hijo no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no
ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”. Aunque existe la triste posibilidad de
escoger las tinieblas:
-“Esta
es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres
prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras son malas...” Como
comenta San Agustín: «Amaron las
tinieblas más que la luz... Muchos hay que aman sus pecados y muchos
también que los confiesan. Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace las
paces con Dios. Dios reprueba tus pecados... Deshaz lo que hiciste para que
Dios salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la
obra de Dios. Cuando empiezas a desterrar lo que hiciste, entonces empiezan tus
obras buenas, porque repruebas las tuyas malas. El principio de las obras
buenas es la confesión de las malas.
Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es practicar la verdad? No
halagarte, ni acariciarte, ni adularte tú a ti mismo, ni decir que eres justo,
cuando eres inicuo. Así es como tú empiezas a practicar la verdad, así es como
vienes a la Luz». Luz en un mundo entenebrecido por el pecado, quiere dar
sentido a nuestro caminar. Obrar en la verdad es la mejor manera de vivir en la
luz: vivir en el amor. Dejarnos penetrar por el amor de Dios “que entregó a su Hijo unigénito”, y
buscar corresponderle con nuestra entrega.
2. Los apóstoles vuelven hoy a ser
encarcelados, ya lo habían sido otra vez, por su predicación. Cada detención va
seguida de una liberación providencial, que nos recuerda el paso de la
esclavitud a la liberación, que es la Pascua: de la muerte a la vida, de las
tinieblas a la luz, de la Cruz a la Resurrección, esa es la gracia que nos da
la presencia de Jesús, nuestra unión con Él. Hoy se nos dice: “En
aquellos días el sumo sacerdote y los de su partido –los saduceos- mandaron
prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Y así lo hicieron. Pero
por la noche un ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó
fuera, diciéndoles: Id al templo y
explicad allí al pueblo este modo de vida.
Al
amanecer, ellos entraron en el templo y se pusieron a enseñar... El comisario
salió con los guardias y se los trajo de nuevo a la cárcel, sin emplear la
fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease”.
Los Apóstoles necesitan predicar, dejan
actuar en sus vidas al Espíritu Santo, y por eso tienen contradicciones. Este
paso de la noche a la luz, cuando ya de día van a predicar al Templo, nos
recuerda que Jesús en su resurrección es la luz, que rompe las tinieblas de la
noche Santa, cuando en la Vigilia Pascual se hace la luz en el mundo con su
Resurrección. Pero así como en la Pascua del nacimiento de Belén, también
ahora, cuando vino la luz al mundo, muchos hombres amaron más las tinieblas que
la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal aborrece la luz... Nos
vienen a la cabeza las palabras de Jesús en la Cruz: “Padre, perdónales que no saben lo que hacen”, la ignorancia de los
que le están matando, los magnates que ordenan su muerte, y esa ignorancia es
motivo, como una palanca para la conversión que Jesús pide al Padre para ellos.
Esteban también rezará por los que le matan, con las mismas palabras de Jesús:
pide perdón para ellos “que no saben lo
que hacen”. También san Pedro dirá a los judíos que han matado a Jesús por
ignorancia, y les anima a que se conviertan y pasen al conocimiento de Jesús.
La ignorancia más grande es la de los que no saben amar, al no conocer el Amor
en Persona, y en ese no saber, en el ignorar, hay una base para que se produzca
esa transformación que es el pedir perdón, es como la liberación del ángel, que
abre la cárcel como vemos hoy, es el “Lázaro, ven fuera” que pronunció Jesús al
resucitarlo. Es el “niña, levántate” en otra de las resurrecciones. Dios hace
milagros. Los sigue haciendo cuando libera al hombre “del aguijón de la muerte
(que) es el pecado”, de su ira, impaciencia, pereza. Estamos prisioneros de
nuestro mal genio y de tantas cosas, cuando viene el “ángel” de la gracia de
Dios a ayudarnos a que rectifiquemos las cosas, que volvamos a la vida, a la
paz, al amor. Así pedimos en las oración de la misa de hoy: «Que el misterio pascual que celebramos se
actualice siempre en el amor». Así, no tendremos miedo, por la gracia del
Espíritu Santo, como recuerda San Juan Crisóstomo: «Muchas son las olas que nos
ponen en peligro y una gran tempestad nos amenaza; sin embargo, no tememos ser
sumergidos, porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se
desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas nada podrán contra la
barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es
Cristo y la muerte una ganancia. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto
la llena. ¿La confiscación de los bienes? Nada trajimos al mundo, de modo que
nada podemos llevarnos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo
y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de
vivir si no es para vuestro bien espiritual. Por eso os hablo de lo que ahora
sucede, exhortando vuestra caridad a la confianza».
3. Demos gracias al Señor, porque en Jesús hemos
vencido a todo mal: «Jesucristo, nos
amaste y lavaste nuestros pecados con tu sangre» (aleluya). Con la
confianza que nos muestran los apóstoles, de que el Señor nos libera de toda
ansia y temor malo, rezamos con el Salmo: «Bendigo
al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se
gloría en el Señor, ensalcemos juntos su nombre». Sintiéndonos amados y
protegidos por Dios, vivamos con fidelidad en su presencia, de tal forma que
toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su santo Nombre.
“Yo
consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y
quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará”. Él jamás abandonará a los suyos, pues es
nuestro Dios y Padre. Él sabe que somos frágiles e inclinados a la maldad desde
muy temprana edad; por eso envió a nuestros corazones su Espíritu Santo, para
que nos fortalezca y desde nosotros dé testimonio de la Verdad, del Amor y de
la rectitud que se espera de quienes ya no se dejan guiar por los propios
caprichos y pasiones, sino por Aquel que habita en nuestros corazones como en
un templo (homiliacatolica.com).
-“Si
el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias. El
ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué
bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él”. Según san Agustín, «el
que medita día y noche la Palabra del Señor, es como si rumiase y encontrase
deleite en el sabor de esa Palabra divina dentro del que podría llamarse
paladar del corazón».
Llucià Pou Sabaté
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