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de abril: Fiesta de San Marcos Evangelista: el Señor transmite a Marcos transmitir el Evangelio, y también nos lo
pide a cada uno
«En
aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: —«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a
creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán
demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos
y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los
enfermos, y quedarán sanos.» Después de hablarles, el Señor Jesús subió al
cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio
por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales
que los acompañaban» (Marcos 16, 15-20).
1. El mensaje de
Jesús es claro: —“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la
creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista
a creer será condenado”. «Nuestro Señor funda si Iglesia sobre la
debilidad –pero también sobre la fidelidad- de unos hombres, los Apóstoles, a
los que promete la asistencia del Espíritu Santo (…) La predicación del
Evangelio no surge en Palestina por la iniciativa personal de unos cuantos
fervorosos. ¿Qué podrían hacer los Apóstoles? No contaban con nada; no eran
ricos, ni cultos, ni héroes a lo humano. Jesús echa sobre los hombros de este
puñado de discípulos una tarea inmensa» (San Josemaría, “Lealtad a la Iglesia”).
Aquella empresa, que parecía condenada al fracaso, dio
fruto… y no ha terminado todavía: «id
y predicad el Evangelio… Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo» -Esto ha
dicho Jesús y te lo ha dicho a ti» (ibid,
Camino 904). Nos confía también a
todos los cristianos la misión de extender su doctrina y la de corredimir con
Él: «La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al
apostolado» (Vaticano II, A. A. 2). Y esto
es para todos nosotros un gran honor y una grave responsabilidad. Y «si los otros se tornan insípidos, vosotros les
podéis volver su sabor; pero si esto os pasara a vosotros, con vuestra pérdida
arrastraríais también a los demás. Por eso mayor fervor y celo necesitáis
cuantos mayores cargos os ocupan» (San
Juan Crisóstomo). «El verdadero cristiano busca ocasiones para anunciar a
Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los
fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: “Porque la caridad de Cristo nos urge» (2 Cor 5,14). En el corazón de todos deben resonar
aquellas palabras del Apóstol “Ay
de mí si no evangelizara” (1 Cor 9,16)» (Vaticano II, A. A. 3).
“A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán
demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos
y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los
enfermos, y quedarán sanos.” Fueron
las últimas palabras del Señor, y la predicación fue acompañada con signos
milagrosos: “Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el
Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban».
Del mismo Cristo hemos recibido esta misión: «El
derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza.
Insertos por el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la
confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los
destina al apostolado» (A.
A. 6). Esa
fuerza divina hizo que la confesión del Evangelio fuera más importante que la
misma vida, por la esperanza viva en la vida eterna: "Yo creo en el
testimonio de un hombre que se deja degollar por la verdad de lo que
atestigua" (B. Pascal). Los
primeros cristianos supieron dar la vida. Y el siglo XX ha sido el de más
mártires… podemos imaginarnos aquellos
primeros momentos de la cristiandad.
2. San Pedro recuerda: “Os saluda la
que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos”. Aunque Marcos
no es uno de "los 12", sí es de los primeros: su madre, María, ayudó
materialmente al Señor y a los Apóstoles. Vivía esta
buena mujer —acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca— donde celebró
Jesús la última Cena, y se reunieron los discípulos después de la muerte del
Señor y de su ascensión, y tuvo lugar la venida del Espíritu Santo sobre los
apóstoles. Acaso era suyo también el huerto de Getsemaní —"Molino de
aceite"—, en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a pasar
las noches en oración cuando moraba en Jerusalén. Su hijo, según la costumbre
helenista, llevaba dos nombres: judío el uno y romano el otro. Se llamaba Juan
Marcos, y era muy niño cuando Jesús predicaba. La noche del prendimiento quizá
dormía tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el ruido
de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y, envuelto
en una sábana, salió a curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró
desenredarse de la sábana y huyó desnudo.
Después de
Pentecostés quizá siguió siendo la casa de María el centro de reunión más
frecuentado por los apóstoles y acaso la morada habitual de San Pedro. Allí se
hizo la elección de San Matías, allí se celebraba la "fracción del
pan", allí hacían entrega de sus haberes los nuevos convertidos para que
los apóstoles al principio, y más tarde los diáconos, los distribuyesen entre
los pobres. Uno de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos, el
hijo de María, la dueña de la casa. El niño Juan Marcos del año 30 era ya un
hombre cuando el año 44 decidió marcharse con su primo José a la ciudad del
Orontes. Se apellidaba Bernabé —"Bar Nabu'ah"—, el hijo de la
consolación o de la profecía, el hombre de la palabra dulce e insinuante. En
los comienzos de la fe en Antioquía fue enviado allí para predicar, y allá
reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido, Saulo. Por los años
42 al 44, ante las profecías insistentes que preanunciaban una grande hambre en
Palestina, los fieles antioquenos habían hecho una colecta para los de
Jerusalén, y Bernabé y Saulo habían venido a traerla. Se hospedarían, como era
natural, en casa de María. Cuando, cumplida su misión, volvieron a Antioquía se
fue con ellos Juan Marcos.
Un día el
Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé emprendieran un viaje de misión. Juan
Marcos no acierta a separarse de su primo, y marcha con Bernabé. Hace el primer viaje de S. Pablo, junto con él… aunque
por algunas diferencias o debilidad, se vuelve a Jerusalén. Pablo, algo
enfadado por esto, no lo llevó al 2º viaje, aunque insiste Bernabé, no acepta y
fue motivo de división entre ellos, y se fueron cada uno por su lado. Más tarde
(Tim 4,11),
hacia el año 66, Pablo pide
a Timoteo que venga con Marcos, pues dice que es muy útil para el Evangelio. Le llama mi colaborador, mi consuelo; será también el
primer colaborador de S. Pedro: hemos
visto que le llama mi hijo; tras la
muerte de Pedro marcha a Alejandría, cuya Iglesia le reconoce como
evangelizador y primer Obispo. De
Alejandría sus reliquias fueron trasladadas a Venecia, de la cual es patrono.
Marcos se convierte en un gran apóstol. Aprende a servir con sus fallos, errores,
debilidades, poniéndolas incluso al servicio del apostolado. Sus descripciones son muy vivas de la vida en los
pueblos, del lago, del bullicio de la gente, las reacciones humanas y
espontáneas de los discípulos... Aprendemos
de todo esto a no juzgar a nadie, y no podemos clasificar mal a una persona por
su debilidad pues la gracia divina la puede transformar en fortaleza, las
personas aprenden a lo largo de la vida…
Es consuelo y confianza para nuestra
propia vida la gracia de Dios también puede transformarnos, y junto a la
fuerza interior tenemos luz para preguntar, y la ayuda de la Iglesia nos
ayuda a aprender también, es el consejo, que es eficaz si somos dóciles… todo
eso nos hace también humildes y dar frutos de perseverancia.
Así, el primer colaborador de S. Pedro, su amanuense
y secretario (de ahí que lo hayan nombrado Patrón de notarios y
escribanos), es intérprete (del arameo al griego y al latín) y portavoz de S.
Pedro en el primer Evangelio: “nos transmitió por escrito lo que S. Pedro había
predicado”, dice S. Ireneo. Y S.
Jerónimo añade de ese evangelio que "el
mismo Pedro, habiéndolo escuchado, lo aprobó con su autoridad para que fuese
leído en la Iglesia". Es por tanto el primer Evangelio, el más
primitivo.
Podemos
aprender de él, el cariño y unidad a Pedro, la fidelidad y docilidad a la
inspiración del Espíritu Santo, más allá de nuestros gustos y enfados.
También aprendemos a desaparecer, no pretender lucirse con grandes
ideas, novedosas, propias: no ser emisor, sí transmisor. Por ejemplo, o firma ni se nombra en el Evangelio,
no se pone en primer lugar…
3. El salmo
nos habla de alegría: “El amor de Yahveh por siempre cantaré, de edad en edad
anunciará mí boca tu lealtad”. Damos
gracias a Dios por su bondad y su amor: “Pues
tú dijiste: «Cimentado está el amor por siempre, asentada en los cielos mi
lealtad”. Y correspondiendo a ese amor, los discípulos son fieles: “Los cielos celebran, Yahveh, tus
maravillas, y tu lealtad en la asamblea de los santos.”
Llucià Pou Sabaté
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