MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE
PASCUA: el cristiano está llamado a ser sembrador de paz y de alegría, fruto de
la unión con Jesús.
En aquel
tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os
la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis
oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os
alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y
os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no
hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En
mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro
según el Padre me ha ordenado» (Jn 14,27-31a).
1. Jesús “venció a la muerte y al miedo. No nos da la paz
«como la da el mundo», sino que lo hace pasando por el dolor y la humillación:
así demostró su amor misericordioso al ser humano. En la vida de los hombres es
inevitable el sufrimiento… la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha
dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse”
de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad” (Enrique
Cases). «En la Cruz de Cristo (...), el
mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (Juan Pablo II). Un autor del
siglo II pone en boca de Cristo: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí
por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro.
Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu
aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de
la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con
clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste
funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».
«Mi paz os doy. No os la doy
como os la da el mundo»: “no es ausencia de dolor, ausencia de sacrificio.
¿Qué es tu paz? Tu paz
es plenitud de sentido en todo: alegrías, sufrimientos; es darse cuenta de que
vale la pena cualquier esfuerzo si se hace por amor.
Tu paz consiste en
buscar la felicidad en el amor, que es darse, y no en el egoísmo, que es
buscarse a sí mismo” (P. Cardona).
«No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.» Contigo, Señor, estoy
seguro.
«Viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada». Todo mal
queda así curado… Lucha a muerte con los poderes del mal: Jesús contra Satán,
pero que sigue en nosotros: "Me han perseguido, se os perseguirá."
Con paz, en medio de combates: «La
victoria sobre el «príncipe de este mundo» se adquirió de una vez por todas en
la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su vida» (Catecismo
2853).
Señor, dame creer que
contigo puedo superar todas las tentaciones, con tu consejo de rezar para no caer en la tentación. Ayúdame a luchar «¡Cómo
vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los
medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con
desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para
así auto justificarte: para no exigirte y para que no te exijan más.
”-Estás cumpliendo tu
voluntad; no la de Dios. Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni
conseguirás la paz que ahora te falta.
”-Humíllate delante de
Dios, y procura querer de veras» (san Josemaría, Surco 146). La paz no viene de una tranquilidad perezosa, sino de
la lucha, por amor: «El mundo debe
conocer que amo al Padre y que obro tal como me ordenó.» Teresa de Ávila
decía: “todo es nada, y menos que nada,
lo que se acaba y no contenta a Dios”. “¿Comprendéis por qué un alma deja
de saborear la paz y la serenidad cuando se aleja de su fin, cuando se olvida
de que Dios la ha creado para la santidad? Esforzaos para no perder nunca este
punto de mira sobrenatural, tampoco a la hora de la distracción o del descanso,
tan necesarios en la vida de cada uno como el trabajo. Ya podéis llegar a la
cumbre de vuestra tarea profesional, ya podéis alcanzar los triunfos más
resonantes, como fruto de esa libérrima iniciativa que ejercéis en las
actividades temporales; pero si me abandonáis ese sentido sobrenatural que ha
de presidir todo nuestro quehacer humano, habréis errado lamentablemente el
camino”, dice S. Josemaría, y añade que con el Señor, “se notan entonces el
gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la
alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde
nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo
lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio,
nosotros, en Dios, somos lo permanente (…). El Espíritu Santo, con el don de
piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de
Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si
queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos
nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración,
hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar
es cosa de enamorados”.
Se va Jesús, pero «volverá»
y les dará su paz. Son palabras que recordamos cada día en la misa, antes de
comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste
a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...». Señor, dame tu paz, fundada en la esperanza de lo que también me
dices: «yo estoy con vosotros todos los
días»: ¡éste sí es fundamento bueno para tener paz!, y también: «donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo»: ¡que no deje mi oración, con mis hermanos!, y: «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo
hacéis»: ¡que te vea, Señor, en los demás! Que no te me eclipsen las cosas,
sino que cada día me recuerde que tú has dicho: «me voy y vuelvo a vuestro lado».
Rezo con la Colecta:
«Señor, Tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo
para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y afianza
su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos
tienes prometido». San Pedro Crisólogo dice: «La paz es madre del amor, vínculo
de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella
alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz.
Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que Él
ha dicho: “La paz os dejo, mi paz os doy”,
lo que equivale a decir: Os dejo en paz,
y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo
en todos cuando vuelva».
San Josemaría Escrivá
hablaba de “ser sembradores de paz y de alegría”, y esto reclama “serenidad de
ánimo, dominio sobre el propio carácter, capacidad para olvidarse de uno mismo
y pensar en quienes le rodean; actitudes e ideales humanos, que la fe cristiana
refuerza, al proclamar la realidad de un Dios que es amor, más concretamente,
que ama a los hombres hasta el extremo de asumir Él mismo la condición humana y
presentar el perdón como uno de los ejes de su mensaje” (José Luis Illanes).
2. Vemos hoy a Pablo apedreado, abandonado medio muerto, y “volvieron
a Listra, Icono y Antioquía, animando a
los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios
a través de muchas tribulaciones”. Es el misterio del martirio… del
sacrificio, del dolor, que al que mira a Jesús lo salva, bien unido a Él.
3. Queremos alabarte,
Señor, con este salmo de hoy, «misionero» y entusiasta: «tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino... Explicando tus
hazañas a los hombres». Queremos participar en este cántico de las
criaturas a su Señor.