Domingo de Ramos, ciclo B: la entrada triunfal en Jerusalén es como el pórtico para ese templo edificado en el cuerpo de Jesús, la nueva alianza, ofrecida en su amor extremo, como leemos en el relato de la Pasión
Evangelio de la procesión, según San Marcos 11,1-10: Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto. Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: -¿Por qué tenéis que desatar el borrico? Ellos le contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban: -Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!
Lectura del Profeta Isaías 50,4-7: Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Salmo 21,8-9.17-18a.19-20.23-24: R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme se burlan de mí, / hacen visajes, menean la cabeza: / «Acudió al Señor, que le ponga a salvo; / que lo libre si tanto lo quiere.»
Me acorrala una jauría de mastines, / me cerca una banda de malhechores: / me taladran las manos y los pies, / puedo contar mis huesos.
Se reparten mi ropa, / echan a suerte mi túnica. / Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; / fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
Contaré tu fama a mis hermanos, / en medio de la asamblea te alabaré. / Fieles del Señor, alabadlo, / linaje de Jacob, glorificadlo, / temedlo, linaje de Israel.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,6-11: Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.
Evangelio de Marcos 14,1-15,47. [Faltaban dos días para la Pascua y los Ácimos. Los sumos sacerdotes y los letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:
S. -No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.
C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados:
S. -¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.
C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
+ -Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta.
C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. A1 oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
S. -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
C. -Él envió a dos discípulos diciéndoles:
+ -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?»
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arregladla con divanes. Preparadnos allí la cena.
C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue Él con los Doce. Estando a la mesa comiendo dijo Jesús:
+ -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.
C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:
S. -¿Seré yo?
C. Respondió:
+ -Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del Hombre se va, como está escrito, pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!
C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
+ -Tomad, esto es mi cuerpo.
C. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron.
Y les dijo:
+ -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
C. Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos. Jesús les dijo:
+ -Todos vais a caer, como está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.»
Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
C. Pedro replicó:
S. -Aunque todos caigan, yo no.
C. Jesús le contestó:
+ -Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.
C. Pero él insistía:
S. -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C. -Y los demás decían lo mismo.
C. Fueron a una finca, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:
+ -Sentaos aquí mientras voy a orar.
C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:
+ -Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.
C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de Él aquella hora; y dijo:
+ -¡Abba! (Padre): Tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres.
C. Volvió, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
+ -Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo:
+ -Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los letrados y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
S. -Al que yo bese, es Él: prendedlo y conducidlo bien sujeto.
C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:
S. -¡Maestro!
C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
+ -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras.
C. Y todos lo abandonaron y huyeron.
Lo iba siguiendo un muchacho envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra Él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose de pie, daban testimonio contra Él diciendo:
S. -Nosotros le hemos oído decir: «Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres.»
C. Pero ni en esto concordaban los testimonios.
El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
S. -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?
C. Pero Él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo preguntándole:
S. -¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
C. Jesús contestó:
+ -Sí lo soy. Y veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.
C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:
S. -¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?
C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirlo, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
S. -Haz de profeta.
C. Y los criados le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo:
S. -También tú andabas con Jesús el Nazareno.
C. Él lo negó diciendo:
S. -Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.
C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó.
La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:
S. -Este es uno de ellos.
C. Y él lo volvió a negar.
Al poco rato también los presentes dijeron a Pedro:
S. -Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.
C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
S. -No conozco a ese hombre que decís.
C. Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.]
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Pilato le preguntó:
S. -¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Él respondió:
+ -Tú lo dices.
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le preguntó de nuevo:
S. -¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.
Pilato les contestó:
S. -¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. -¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. -Crucifícalo.
C. Pilato les dijo:
S. -Pues ¿qué mal ha hecho?
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. -Crucifícalo.
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. -¡Salve, rey de los judíos!
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante Él.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «La Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero Él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice:- «Lo consideraron como un malhechor.»
Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. -¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
C. Los sumos sacerdotes se burlaban también de Él diciendo:
S. -A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
C. También los que estaban crucificados con Él lo insultaban.
Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
+ -Eloí, Eloí, lamá sabaktaní. (Que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. -Mira, está llamando a Elías.
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
S. -Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
C. Y Jesús, dando un fuerte grito expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. -Realmente este hombre era Hijo de Dios.
[C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé, que cuando Él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén.
Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el Reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.
Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.]
Comentario: Procesión: Comenzamos la Cuaresma con aquel lema “Conviértete y cree en el Evangelio”. En el pórtico de la Pascua, la fiesta más importante para los cristianos, al término de los 40 días en los que hemos acompañado a Jesús en el desierto –al recordar los 40 años de peregrinación del pueblo hebreo hasta llegar a la Tierra Prometida-, en el que hemos procurado entender la primacía de la oración, para que no nos pasara como a aquel maestro que invitó al gobernador a practicar la oración, y éste le dijo que estaba muy ocupado. La respuesta del maestro fue: «Me recuerdas a un hombre que caminaba por la jungla con los ojos vendados...y que estaba demasiado ocupado para quitarse las vendas». Cuando el gobernador alegó su falta de tiempo, el maestro le dijo: «Es un error creer que la oración no puede practicarse por falta de tiempo. El verdadero motivo es la agitación de la mente». La oración es la que nos abre los ojos –también mediante la oración del cuerpo, la disciplina del ayuno, el negarse de uno mismo- al amor, la caridad: Por la calle vi una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: ¿Por qué permites estas cosa? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo? Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: «Ciertamente que he hecho algo. Te hice a ti». Dios pone en nuestra mano la solución a todo, por el amor: «Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe ... Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada” (1 Cor 13,1-3). «El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4, 20). «Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto reconocerán que son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 14, 34-35). Jesús esta semana nos enseña la práctica del amor, llevado al extremo (Ricardo Stirparo y Horacio Prado).
Semana Santa, «tiempo de vacaciones», desde el domingo de «ramos» al de Resurrección, antes llamada «semana mayor» o «semana grande», es la semana que conmemora la Pasión de Cristo. Se compone de dos partes: el final de la Cuaresma (del Domingo de Ramos al Miércoles Santo) y el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y Sábado-Domingo). Es el tiempo de más intensidad litúrgica de todo el año, y por eso ha calado tan hondamente en el catolicismo popular.
A nivel sacramental, tenemos la celebración de la Noche Pascual. El Triduo-Pascual nació en torno a la celebración gozosa del «día en que actuó el Señor», mediante el memorial de la gran liberación realizada por Dios en Jesucristo. Pronto precedió a la celebración eucarística un prolongado ayuno de uno o dos días, en señal de duelo por la crucifixión del Salvador. Un segundo paso fue el de la incorporación bautismal. Los nuevos cristianos pertenecían a la comunidad creyente cuando por el baño de regeneración asimilaban la muerte y resurrección del Señor en la Vigilia Pascual. La Pascua era plenitud bautismal y eucarística, a la que precedía una Cuaresma de corte estrictamente catecumenal.
A nivel psicológico, la «procesión de ramos» del Domingo de Pasión, el lavatorio de pies del Jueves y la adoración de la cruz del Viernes Santo marcan las únicas dramatizaciones litúrgicas oficiales con sello popular.
A nivel funcional, tenemos una serie de ritos, preparatorios de algunas celebraciones, como la bendición de los ramos, el monumento del jueves o la consagración de los óleos. Y la Vigilia Pascual es un ceremonial bien cargado.
A nivel popular, tenemos procesiones y pasos, visitas a los «monumentos», hora santa, sermón de las siete palabras, viacrucis, representaciones teatrales y actos de hermandades. Cuando la liturgia se clericalizó y pasó a celebrarse en latín, lengua muerta, el pueblo abandonó el culto oficial y construyó su propia liturgia. De este modo, la celebración pascual popular salió de los templos a las plazas, calles y campos enarbolando símbolos más accesibles, como han sido y siguen siendo los «pasos» de las procesiones.
1. Mc 11, 01-10. "El Señor necesita el asno", esta necesidad no es otra que la de llevar a cabo el viejo texto de Zacarías: “Aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando…” Así, indica S. Agustín que aquel asno somos nosotros: “No te avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde Él quiera. Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo Él quien va sentado, no nos sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a Él por guía, no erramos: vamos a Él por Él; no perecemos”.
Ese humilde animal no ha sido aún montado por nadie, como dirán luego que "pusieron a Jesús" en "un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía" (Lc 23,53; Jn 19,41. Esto nos sugiere una renovación interior, para estar para el Señor (Louis Monloubou). El señor tiene necesidad de ti. Tiene necesidad de un borrico para unas horas. Nada más que esto. Si estuviéramos convencidos, estaríamos siempre disponibles, sin tomarnos demasiado en serio y sin darnos aires de importancia. Aquel borrico debería entrar con todo derecho en un tratado sobre la humildad. Ser el borrico que está allí, dispuesto a ser utilizado como, cuando y cuanto quiera Él, y después devuelto, porque ya no sirve más, y está contento pues el triunfo es de otro, él vuelve a su puesto, "junto a la puerta", no pretende el primer plano de la televisión, un borrico sin importancia, pero siempre dispuesto en el caso de que volviera a ser requisado, siempre para un servicio y no para un premio. Un borrico que entre otras cosas tiene el gran mérito de estar callado. Debemos meternos en la cabeza que el Señor tiene necesidad sólo de un borrico por horas. Mientras que nosotros no podemos prescindir de Él ni un instante (Alessandro Pronzato).
“Sobre un jumentillo, cría de un asna... Hará desaparecer los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arco de guerra será destruido, anunciará paz a los gentiles" (Za 9,9-10), profecía dicha entre el 520-518 a.C., al retorno de los judíos de la cautividad. En 536 a.C. empezaron los trabajos de reconstrucción del templo (comentarios edic. Marova). Aquí Jesús está instaurando el nuevo templo que es su cuerpo que va a ofrecer esta semana para edificarlo, y la gente aclama a Jesús a su paso, proclamando proféticamente al Mesías que había de liberar al pueblo; el "Bendito el que viene..." es un grito propio de una entronización del rey davídico, que en la tradición más antigua (la de Marcos) no se personaliza en Jesús sino en el "reino que viene", el reino del que Jesús es mensajero, mientras que después la tradición habló directamente del "rey de Israel", personalizado en Jesús. Aceptando ser aclamado como Mesías, Jesús muestra simbólicamente cuál será su mesianismo: entrará montado en un borrico, significando normalidad, abajamiento y deseos de paz, contra lo que el caballo significaba de supremacía y poder guerrero. Es un signo similar al del lavatorio de los pies del Jueves Santo (Josep Lligadas).
2. Is 50, 4-7: La fidelidad a Dios y a los hombres -a la misión recibida en su favor- hace que el Siervo de Yahvé permanezca firme en el sufrimiento, en la ignominia, en el aparente fracaso. Atento discípulo de la Palabra de Dios, profeta y maestro de sabiduría con el pueblo, con su suerte prefigura la de Cristo, el humilde que no opuso resistencia a la voluntad del Padre ni se sustrajo a la maldad de los hombres, seguro -hasta la hora suprema del abandono en la cruz- de que el designio de Dios es don de salvación que se ofrece a todos (v 7; cf. Mc 15,34 y Lc 23,43.46). La unidad de este tercer canto del siervo (50, 4-9) está en las cuatro proposiciones que tiene al Señor por sujeto ("mi Señor me...": vs. 4.5.7.9). La persona del siervo, así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación o misión, sufrimientos que conlleva su ministerio, así como su total confianza en Dios. - Como el profeta, el siervo escucha y predica el mensaje divino, pero esta misión resulta imposible de llevar a cabo a no ser que el Señor le dé "lengua de iniciado" o le abra el oído para entender (vs. 4-5, la misión siempre nace de una vocación). Él está convencido de que es Dios el que ha obrado esta maravilla. El mensaje que proclama de parte del Señor no es de denuncia profética sino de esperanza, y es que su palabra se dirige a hombres concretos con su problemática específica; los profetas pre-exílicos anunciaron el castigo a unos hombres sin conciencia que se enriquecieron a costa de los pobres, pero la situación actual del pueblo es muy diversa ya que la larga duración del destierro ha provocado la desesperación de la gente (40, 27). Al abatido es necesario reanimarle, dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor (v. 4a; cfr. 40, 28 ss). - A la vocación e invitación el siervo responde con prontitud (por contraposición a Moisés y Jeremías que se rebelan: Ex. 3; Jr. 1..., la vocación no conlleva la pérdida de la propia personalidad). Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa en este relato que se asemeja a las confesiones de Jeremías. Intenta suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer el mensaje divino, pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le mesan la barba (v. 6; en el A.T. son signos inequívocos de ultraje y desprecio: II Sam. 10, 4ss). Los ultrajes el siervo los acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al insulto responde con fría calma (v. 6) y es tan testarudo en hacer el bien como los malvados en su maldad; está convencido de que su vida no es un camino de rosas, pero sabe que este es su camino; cree con total firmeza que el Señor está a su lado (le nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera contra toda esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo. - El que "dice al abatido una palabra de consuelo" es un incomprendido, y en consecuencia acepta su misión entregando su espalda a los que le flagelan.
-Esta fue la suerte que corrió el siervo y también Jesús. Transmitió el mensaje de su Padre (Jn. 8, 28.40), dio respiro, esperanza... a los agobiados y maltrechos (Mt. 11, 28)... y acabó recibiendo ultrajes: le mesaron la barba, le flagelaron... Y Jesús afrontó, sin vengarse, su pasión entregando sus espaldas a los que le apaleaban (MC. 15, 19). También Él es sabedor de que su Padre le hará justicia (Jn. 8, 29. 50). - ¿Es así también nuestra actuación en el gran teatro de la vida? Muchas veces nuestras palabras en lugar de consolar sólo sirven para abatir y herir, y ante la primera dificultad o incomprensión nos revolvemos como víboras. Nos queda mucho por aprender de esta figura del siervo y de Jesús (A. Gil Modrego).
3. Este salmo es una historia. La historia de un hombre que está en las últimas. Y explota en grito de angustiosa protesta: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (v. 2). El salmo es siempre actual. Como es actual el sufrimiento de los hombres. Como es actual el grito de quien está roto de cuerpo y espíritu. Por eso el salmo 22 es recitado continuamente en la tierra. No hay que esforzarse mucho para encontrar personas que recitan este salmo con un timbre de dolorosa autenticidad. Basta pensar en un torturado. En un enfermo después de una operación. En una familia donde todo se ha derrumbado. En quien se tortura con la soledad más fría. En el preso con la cabeza apoyada entre los barrotes de la celda, pulidos por años de remordimientos. Todavía tengo en los oídos el grito lacerante que una chica de 20 años, recluida en un manicomio, lanzaba en su «lúcida» locura, como una obsesionante letanía: «¿Por qué el Señor me ha hecho esto?»… Cristo ha experimentado en su propia carne la situación de millones de hombres que han estado en las últimas. Incluso se ha sentido abandonado por su propio Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Y esta frase debe haberla repetido varias veces antes de llegar al monte de la calavera. Por ejemplo, en el momento en que Pilato «le entregó a la voluntad de ellos» (Lc 23,25). Se puede decir —según la estupenda expresión de Paul Claudel— que realmente Cristo ha cargado sobre si la paga de nuestras miserias...
Al final, se abre con un grito al triunfo. Ha llegado la liberación esperada: «Contaré tu fama a mis hermanos» (v. 23). Al llegar aquí el salmista siente necesidad de contar en medio de la asamblea la salvación que le ha sido regalada por el Señor. El «público» que poco antes le despreciaba, ahora le escucha alabar al Señor. Son «hermanos» invitados a celebrar esta «acción de gracias». Y nos encontramos con la visión de un banquete en el que participan pobres y ricos. Se han roto todos los confines y son convocados todos los pueblos de la tierra a este banquete en el que «los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan» (v. 27). Esta última parte del salmo 22 contiene los elementos esenciales de nuestra liturgia, especialmente de la eucaristía. Un banquete en el que participan todos sin distinciones y donde existe una única mesa para todos los hermanos. Es memorial, es decir, conmemoración de los acontecimientos que tienen como protagonista al Señor, que toma partido por la gente humillada, indefensa, pisoteada. Que interviene para salvar y liberar. Es acción de gracias, que es mucho más que un simple agradecer. Es el tomar conciencia de la gracia en acción aquí y ahora. Los acontecimientos que son rememorados, contados, no hacen referencia sólo al pasado. También afectan al hombre de hoy. Su conmemoración les hace actuales, no sólo en la memoria, sino sobre todo en su acción real, en sus efectos. Es un recuerdo «eficaz». Por eso podemos decir que la liturgia actualiza la historia de la salvación. La liturgia, por tanto, traspasa el tiempo. Gracias a ella las acciones que pertenecen al pasado me afectan hoy —de este modo me convierto en testigo, actor y beneficiario de las «maravillas» de Dios— y prefiguran lo que llegará mañana, en la plenitud de los tiempos. Por tanto es una conmemoración, actualmente eficaz y signo del futuro. El protagonista es siempre Él, el Dios que «actúa», no un Dios lejano ni ausente. El que recita ininterrumpidamente este salmo: Un hombre que está en las últimas y ha gritado la profundidad de su angustia. Millones de hombres están en las últimas, a punto de desesperarse y de su boca salen las mismas expresiones del salmista (Alessandro Pronzato). Las últimas palabras de este salmo son las que le dan su sentido esencial: aunque parezca paradójico, se trata de un salmo de acción de gracias. El salmista canta la acción de gracias de Israel resucitado a la vuelta del exilio. Lo que más llama la atención, es que este poeta describe la liberación de su pueblo, bajo el «ropaje» de un «crucificado vuelto a la vida». El ritmo de este salmo nos permite llegar a lo profundo del alma de Jesús a lo largo de esta semana santa: «Por qué me has abandonado...» Esta oración la podemos hacer nuestra. Pero vayamos hasta el final y digamos: «¡los que buscan al Señor le alabarán... a vosotros, vida y felicidad... Yo vivo para Él... He ahí la obra de Dios!» (Noel Quesson).
"El misterio de la cruz, escándalo o locura, aparecía a la luz del salmo 21 como el misterio de la fuerza de Dios" (Scheifler). Cristo en la cruz ora con el salmo 21. Toda su vida ha orado, como buen israelita, con los salmos de la Biblia. Él los ha constituido en alimento de su alma. Los ha hecho suyos, se ha identificado con ellos, les ha dado cumplimiento. Y así no es de extrañar que en el momento de su agonía vengan, diríamos espontáneamente, a su mente y a sus labios, las oraciones sálmicas más apropiadas. Concretamente el salmo 21, que es uno de los más conmovedores del salterio. Con un vivo realismo describe este salmo la situación límite del justo doliente, cubierto de toda clase de males, físicos y morales, hundido en su espíritu no menos que maltratado en su cuerpo. Con voz profética ha ido anunciando los dolores indecibles que arrollarían a Aquél que sería más tarde el Salvador de su pueblo. Nuestro salmo tiene, en el Antiguo Testamento, un paralelo impresionante, también muy conocido del pueblo cristiano: el canto del Siervo de Yahvé, del profeta Isaías (52,13—53,12). Son dos textos muy afines. El texto de Isaías es más bien una profecía mesiánica sobre lo que sufriría el Siervo de Yahvé para la redención de los hombres. El profeta contempla al Mesías en su aspecto doliente y redentor. El salmo 21, aun siendo también una profecía mesiánica, expresa la realidad de un hombre justo, el salmista, que ha vivido en carne propia las amargas experiencias que describe. Leemos en Isaías: "No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiéramos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y conocedor de todos los quebrantos, como uno ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, no le tuvimos en cuenta. Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas" (Is 53 2-5). El salmo 21 se expresa en primera persona. Es el mismo hombre que sufre el que describe su dolor. Su descripción es algo vivencial, que sufre en carne viva. Algo existencial que afecta a todo su ser. Y lo primero que manifiesta es el sentimiento de ser abandonado de Dios. El silencio de Dios: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no respondes". El salmista se siente desamparado, como olvidado de Dios. Y esto le hunde en un abismo de tristeza y de angustia: "Mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas". Experimenta la lejanía de Dios, el trauma de la separación de aquel Dios que tanto había amado, el desengaño de no ser escuchado por Aquél que siempre lo había socorrido, como antes había ayudado a su pueblo. ¿Por qué él será distinto? ¿Por qué Dios no le atiende? Juntamente con la angustia del corazón viene la aflicción moral, la humillación psicológica, los desprecios y las burlas de sus enemigos que le zahieren cínicamente con sarcasmos. Él se considera tan humillado, se siente tan hundido que se tiene como un gusano despreciable, como nada. Y por si fuera poco, el mal físico. Un mal intenso y extendido por todo su cuerpo consumido por la fiebre, abrasado de sed, con los huesos descoyuntados; se siente como ajusticiado, con las manos y los pies ligados (o taladrados). En una palabra, se siente perdido, anonadado. Se ve en las puertas de la muerte. El realismo más expresivo ha llenado esta descripción, fiel reflejo de un dolor total, abrumador. Así sufría el salmista. Así sufrió el Siervo de Yahvé, el Mesías.
El alma del salmista: Con todo, en esta situación dolorosa y angustiosa, el salmista no ha perdido la confianza en Dios. El Dios en el que él siempre había creído y en el que siempre había esperado, continúa siendo el Dios de su vida. A pesar de las tinieblas, espera la luz; a pesar de que todo parece perdido, él confía en Dios. Este hombre sufre lo indecible, pero no pierde la paz interior. Su fe le ayuda a no desesperar. Es un hombre creyente y justo. En su oscuridad acude a Dios y le suplica con humildad y confianza. No se rebela, no recrimina, no prorrumpe en imprecaciones de ira o de rencor. A pesar de su dolor vivísimo se mantiene sereno. No se desata en maldiciones contra sus enemigos o contra su destino. Ninguna venganza, ningún resquemor ofuscan la bondad de aquel corazón que no llega a considerar ni siquiera sus sufrimientos como consecuencia del pecado. "Ningún otro salmo nos presenta un alma tan bella, tan pura, tan cercana al Mesías, como la que aquí expresa sus desgracias" (A. Feuillet). Por esto, no sólo por sus sufrimientos, por los detalles impresionantes de paralelismo con los dolores de Cristo en la cruz, sino también por la transparencia del alma de este justo que sufre, por su fe y su confianza, este salmo resume magníficamente la situación existencial de Jesús clavado en la cruz, y ha sido leído en la Iglesia a la luz de su pasión. Con la lectura cristiana se ha cambiado el proceso: si antes se leía el salmo pensando en el Mesías, Siervo doliente de Yahvé, ahora la historia de la pasión del Mesías es como profecía cumplida de este salmo incomparable.
Aspecto literario: Literariamente este salmo 21 es un poema perfecto. La belleza de sus imágenes, la profundidad de su pensamiento teológico, la emoción que vibra en toda la descripción de sus males hacen de él una obra maestra. Con alegorías fácilmente comprensibles (la mención de los animales) y con un lirismo acabado (descripción de su espíritu angustiado), el salmista nos va llevando a la comprensión perfecta del drama que desgarra su vida, que lo lleva a la muerte.
Dios nunca falla. Siempre responde. A veces se hace esperar, pero jamás desoye la súplica de sus fieles. Dios prueba la fe de los suyos, como la de Abraham. Pero nunca defrauda y luego da una espléndida recompensa que supera en mucho el dolor o la aflicción de la prueba. Cristo tendría también la sensación de ser desoído, cuando en Getsemaní pidió al Padre que alejara de Él el cáliz. Y Cristo bebe el cáliz de la amargura. En la cruz se siente desamparado, solo. Pero no pierde la confianza. Reza. Y luego aparece la respuesta magnífica del Padre: la Resurrección, la gloria, la salvación de todo el mundo. Sorprendente salmo 21, profecía de Cristo crucificado, escuela de fe y de confianza, drama con un final feliz. Cristo lo ha vivido y lo ha hecho suyo. Oración de nuestra vida, de nuestras pruebas, de nuestras oscuridades. Refuerza nuestra fe y nuestra confianza, porque Dios nunca abandona. Cristo nos lo dice (J. M. Vernet).
4. Flp 2. 6-11: Himno a la Kenosis y la glorificación del Señor de origen probablemente prepaulino. Con mucha probabilidad estos versículos son un himno procedente de una comunidad prepaulina que el Apóstol adoptó, insertó y retocó en este lugar de la carta. El primer tema del himno -aunque no el más importante en su estructura- es la preexistencia de Cristo. Quiere indicar que la existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino tiene una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de Dios desde siempre, igual al Padre.
El segundo punto es el vaciamiento. No se trata de afirmaciones ontológicas sobre un imposible abandono de la naturaleza divina por parte del Hijo, sino de insistir en su solidaridad con el hombre, compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro amor gratuito.
Tercer punto: Jesús es hombre, pero, además, tal hombre. Muere, pero muere tal muerte, la de cruz -probablemente retoque personal paulino del himno original-. Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.
Por último: el proceso no termina en lo negativo, sino en la exaltación, como indica la segunda parte del himno. Se trata de Jesús en su destino final, definitivo y glorioso, de su proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su Resurrección (Federico Pastor). Pablo utiliza con frecuencia himnos de la comunidad primitiva (cf. Ef 5, 14; 1 Tim 3, 16), en este hay dos partes, el primero el de humildad y abajamiento, más bien se anonadó (se vació de sí mismo, en contraposición al que se hincha con un honor aparente). Y no es que Cristo dejara de ser por un solo instante el Hijo de Dios, sino que aceptó voluntariamente la humilde condición humana y no hizo ostentación de su categoría divina. Cristo quiso acreditarse como verdadero hombre y vivir como uno de tantos. Por su obediencia al Padre, por su condescendencia con los hombres y por su solidaridad con todos los pecadores, Cristo se anonadó hasta el límite: hasta la muerte y muerte de cruz. Luego la segunda parte es de ascensión, alzarse hasta la gloria desde el abismo de la cruz adonde descendió porque quiso, Dios lo ensalzó para darle un "nombre" que está por encima de todo nombre. El nombre es para los hebreos la expresión del propio ser, la proclamación de lo que uno es; al recibir Jesús el "nombre-sobre-todo-nombre" se expresa lo que Él es por encima de toda criatura. Jesús es el Señor. El nombre significa también la misión que uno ha de cumplir en el mundo, la misión de Cristo es la más excelsa. Al Señor, a Jesús exaltado como Señor, le compete el culto supremo de adoración, la exaltación de Cristo es la proclamación de la gloria de Dios Padre (“Eucaristía 1975”). No podemos leer este texto sin sentir una gran emoción, una fuerte sacudida, una iluminación sobre el misterio de Cristo. Este himno cristológico es una joya por lo antiguo, por lo bello, por lo conciso, por lo inspirado. No pretende solamente dar una lección moral -«tener los mismos sentimientos de Cristo»-, sino una exposición profunda y poética del misterio de Cristo en su encarnación, su pasión y su exaltación. Hay toda una dramática realidad de anonadamiento que da vértigo, que parece no terminar nunca.
5. Mc 14,1-15,47 (par: Mt 26,1-13;Lc 22,1-12; Jn 12,2-11): El relato de la pasión y muerte de Jesús, que constituye, al parecer, la parte más antigua de la tradición evangélica, fue contado primero y escrito después, desde la fe de los testigos y para la fe de la iglesia. Por lo cual no debemos leerlo como un informe de los hechos desnudos, sino más bien como la interpretación de estos hechos a la luz de la experiencia pascual y del anuncio de los profetas del AT. Ni la tradición formulada ya sustancialmente en la predicación apostólica, ni los evangelistas que la recibieron, pretenden hacer una llamada al sentimiento o a la admiración, presentando patéticamente al "héroe" de la tragedia que sufre en silencio. No; hacen, eso sí, una apelación a la fe, a nuestra fe. Su interés, eminentemente teológico, se centra en el significado de la pasión de Jesús como acto supremo de la historia de salvación. Si la cruz es para los "griegos" una necedad y un escándalo para los "judíos", es para los creyentes la revelación de la misma sabiduría y de la fuerza de Dios.
V.1.- El sanedrín, tribunal supremo de los judíos, tenía varias razones para entregar a Jesús a los romanos: En primer lugar, el sanedrín, aunque podía sentenciar la pena de muerte, no podía ejecutarla sin que fuera confirmada por el procurador romano, y esto era evidentemente lo que deseaba. En segundo lugar, si conseguía implicar a los romanos en el proceso, podría contar también con su guarnición militar para hacer frente a la eventual oposición del pueblo. Por último, si Jesús moría ajusticiado por los romanos, sería clavado en una cruz; esto contribuiría en gran manera a desfigurar la imagen del Nazareno: todos verían en el crucificado a un hombre que había sido antes arrojado de la comunidad de Israel y ahora padecía, bajo el poder de los romanos, la muerte que éstos solían dar a los esclavos. Por estas razones, apenas despuntó el día, cuando comenzaba, según el derecho romano, el tiempo hábil para administrar justicia, el sanedrín llevó a Jesús ante Pilato.
V.3.- Los mismos jueces que habían condenado a Jesús por blasfemo, según ordenaba que se hiciera la Ley de Moisés, lo denuncian ahora ante Pilato por hacerse llamar "Rey de los judíos". La pregunta de Pilato supone tal acusación. Conociendo la proverbial liberalidad de los romanos en cuestión religiosa y el desprecio que Pilato sentía por las convicciones judías, era de esperar la maniobra del sanedrín. Y si éste le había condenado ya por blasfemo, también era de esperar que Pilato lo condenara por ir contra el César. Y aunque Jesús no era ni blasfemo ni agitador político, lo cierto es que murió por ambas causas. Por eso y porque era inocente, la muerte de Jesús en la cruz es la denuncia y la condena tanto de la institución religiosa como del poder político.
V.5.- Jesús no se defiende. Jesús calla porque sabe que ha llegado su "hora" y que tiene que morir para que se cumpla la voluntad del Padre. Jesús calla para que todo suceda conforme a lo que habían anunciado los profetas del Siervo de Yahvé (Is 53, 7). Pero Pilato, que no conoce ni la "hora" ni la voluntad de Dios, se extraña.
V.8.- Pilato quiere desembarazarse de todo este asunto, pero elige un mal camino: abandona el terreno de la estricta justicia y entra en el de las negociaciones con la gente soliviantada y manipulada por la mala voluntad de los sumos sacerdotes. Marcos supone que un grupo de zelotes, aprovechando el indulto que solía concederse con ocasión de la pascua, había acudido al pretorio para pedir la libertad de Barrabás. Este no era un vulgar ladrón, sino un preso político, un zelote o nacionalista exaltado que había matado a un hombre en una revuelta contra los romanos. Los otros dos "ladrones" que serían crucificados con Jesús eran también probablemente zelotes, pues sabemos que el historiador judío Flavio Josefo llama así a todos los zelotes. "Barrabás" quiere decir "hijo del padre", y su nombre completo era Jesús Barrabás. Pilato propone a Jesús de Nazaret como candidato para el indulto pascual, pero el pueblo elige al otro Jesús. Sustitución significativa: Jesús, el hijo amado del Padre, muere en lugar de Barrabás. Por otra parte, Jesús, que era inocente, no hubiera aceptado un indulto; pero es que además convenía que el Inocente muriera por todos los culpables y en solidaridad con todos aquellos que padecen persecución por su amor a la justicia. Vemos cómo el proceso de Jesús, quizás indebida pero inevitablemente, se politiza. Hasta el punto que el título o la causa de su condena será: "Jesús Nazareno, Rey de los judíos".
v.19.- Después de haber azotado a Jesús, la soldadesca se divierte con Él haciendo gala de su corto ingenio y de su gran brutalidad. El gobernador romano lo había presentado al pueblo como Rey de los judíos: los soldados encuentran en ello un buen motivo para mofarse de Jesús y de los judíos. Los excesos de estos mercenarios en un rincón del pretorio están en la misma línea que las torturas que se perpetran en tantas comisarías contra todos los derechos humanos.
V.21.- El único que ayudó a Jesús a llevar la cruz fue un hombre que venía del campo, un campesino que se llamaba Simón. Este era padre de Alejandro y Rufo. Aunque este dato no añade para nosotros nada importante, tiene sentido si pensamos que Marcos escribió su evangelio en Roma y para los fieles romanos, entre los cuales vivía Rufo con su madre (Rm. 16, 13). El encuentro de Simón con Jesús, camino del Calvario, fue para él y toda su familia una hora de gracia.
V.23.- La mezcla de vino con mirra se daba a los ajusticiados, y era una especie de analgésico. Jesús, que estaba dispuesto a beber hasta la última gota del cáliz que el Padre le había preparado, no quiere disminuir en nada su conciencia en aquella hora suprema. Por eso rechaza el vino mezclado con mirra.
V.32.- Cuando levantaron a Jesús, clavaron en la cabecera de la cruz el letrero de la acusación, que hasta ese momento había llevado colgado al cuello. Entonces empezaron a desfilar sus enemigos en son de triunfo y, meneando la cabeza, unos le recordaban su amenaza al templo y otros lo denunciaban como falso Mesías. Se repite, pues, la doble acusación: de blasfemo y de sedicioso político.
V.33.- Los profetas ven en el oscurecimiento del sol una señal que acompaña siempre al juicio de Dios (Am 8, 9; Is 13, 10; 50,3; Jer 15, 9; Jl 2, 10; 3, 4; 4, 15). Según esto se trataría aquí de la manifestación de la ira de Dios contra la ciudad y el pueblo que asesina al Mesías que le ha sido enviado.
V.34.- Con estas palabras comienza el salmo 22 (21), que tiene un sentido mesiánico. En su contexto original no implican ninguna duda, ni hay por qué suponerla en la situación de Jesús. Pero son aquí la expresión de aquella inmensa soledad, en la que sólo puede encontrarse el que se ha hecho responsable de todo y en favor de todos delante de Dios. V.36.- Uno de los soldados tiene un gesto de condolencia, le ofrece a Jesús una esponja empapada con agua y vinagre. Las palabras con las que acompaña su gesto son desconcertantes. Mateo las pone en boca de los otros soldados (27, 49).
V.37.- Según Lucas no se trataría de un grito inarticulado, sino de estas palabras: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46; cfr. Sal 31, 6).
V.38.- El sentido salvador de la muerte de Jesús se muestra inmediatamente, y el que parecía vencido comienza a dar señales de victoria: el velo del templo se rasga. Se acabó el viejo culto y los privilegios de los sacerdotes; ahora todos tienen acceso a la presencia de Dios en Jesucristo (cfr. Jn 4, 21-24; Heb 5, 19s; 9, 8; 10, 19s).
V.39.- Durante cuatro horas, este capitán que comanda el piquete de cuatro soldados que custodian a los reos, ha podido ver el comportamiento de Jesús durante su agonía. Ha visto también lo que ha sucedido en el momento de su muerte, cuando se ha oscurecido el sol. Y aunque este fenómeno pudo ser causado naturalmente por el viento siroco, el capitán, valorando todos los hechos y acordándose del proceso y de lo que en él se dijo, confiesa: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Con ello quiere decir que el ajusticiado era inocente y que no era un embaucador, también que no era sin más un hombre cualquiera. El grano de trigo ha caído en tierra, ha muerto, y ahora comienza a brotar la espiga. La muerte no acaba con Jesús ni con la causa de Jesús (“Eucaristía 1985”).
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