Pascua, Domingo (Misa del día): La Resurrección de Jesús, fundamento de nuestra filiación divina, la fe en ella se convierte en fuente de esperanza y causa de la alegría
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43: En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: “Hermanos: Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”.
Sal 117,1-2. 16ab-17. 22-23: R/. Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. [O bien: Aleluya]
Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / Diga la casa de Israel: / eterna es su misericordia. La diestra del Señor es poderosa, / la diestra del Señor es excelsa. / No he de morir, viviré / para contar las hazañas del Señor.
La piedra que desecharon los arquitectos, / es ahora la piedra angular. / Es el Señor quien lo ha hecho, / ha sido un milagro patente.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3,1-4: Hermanos: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria”.
Secuencia: Ofrezcan los cristianos / ofrendas de alabanza / a gloria de la Víctima / propicia de la Pascua. // Cordero sin pecado / que a las ovejas salva, / a Dios y a los culpables / unió con nueva alianza. // Lucharon vida y muerte / en singular batalla / y, muerto el que es Vida, / triunfante se levanta. // ¿Qué has visto de camino, / María, en la mañana? / -A mi Señor glorioso, / la tumba abandonada, / los ángeles testigos, / sudarios y mortaja. // ¡Resucitó de veras / mi amor y mi esperanza! / Venid a Galilea, / allí el Señor aguarda; / allí veréis los suyos / la gloria de la Pascua. // Primicia de los muertos, / sabemos por tu gracia / que estás resucitado; / la muerte en ti no manda. // Rey vencedor, apiádate / de la miseria humana / y da a tus fieles parte / en tu victoria santa. /Amén. Aleluya.
Texto del Evangelio (Jn 20,1-9): El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Comentario: Cristo con su resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de los hombres una fiesta. Los ha colmado de gozo al hacerles vivir no ya una vida terrestre sino una vida celestial. Rezan las primeras homilías que conservamos: "Soy Yo, en efecto vuestra remisión; / soy Yo, la Pascua de la salvación; / Yo el cordero inmolado por vosotros, / Yo vuestro rescate, / Yo vuestra vida, / Yo vuestra luz, / Yo vuestra salvación, / Yo vuestra resurrección, / Yo vuestro rey... / Él es el Alfa y el Omega / Él es el principio y el fin. / Él es el Cristo. Él es el rey. Él es Jesús, / el caudillo, el Señor, / aquel que ha resucitado de entre los muertos / aquel que está sentado a la derecha del Padre...." La misa de Pascua está llena de gozo, del gozo de la Vida que nos comunica el Resucitado. La misa de hoy la tenemos que entender y celebrar sobre todo como un encuentro con el Resucitado tal como lo disfrutaron los discípulos el mismo día de Pascua. “Este es el día en que actuó el Señor, / que sea un día de gozo y de alegría. / Este es el día en que, vencida la muerte, / Cristo sale vivo y victorioso del sepulcro. / Este es el día que lava las culpas y devuelve la inocencia, / el día que destierra los temores y hace renacer la esperanza, / el día que pone fin al odio y fomenta la concordia, / el día en que actuó el Señor, / que sea un día de gozo y de alegría. / Hoy, Señor, cantamos tu victoria, / celebramos tu misericordia y tu ternura, / admiramos tu poder y tu grandeza, / proclamamos tu bondad y tu providencia. / Que sea para nosotros el gran día, / que saltemos de gozo y de alegría, / que no se aparte nunca de nuestra memoria / y que sea el comienzo de una vida / de esperanza, de amor y de justicia”.
"Creer en la resurrección... es el acto de participar en la creación ilimitada... Tener fe, si es que yo alcanzo a descifrar la imagen cristiana, es percibir en su identidad la resurrección y la crucifixión. Sostener la paradoja de la presencia de Dios en un Jesús crucificado, es decir, en el fondo de la desgracia y de la impotencia, un Jesús abandonado de Dios. Tener tal fe es adquirir la libertad de hombre sobre toda ilusión, la del poder y la del tener. Dios no es ya el emperador de los romanos, ni aquel tipo de hombre estimado por los griegos como ejemplar de belleza y de fuerza..., sino más bien la certeza de que es posible creer un futuro cualitativamente nuevo, pero tan sólo si se identifica con aquellos que en el mundo son los más despojados y los más aplastados... Tal amor y la esperanza en la resurrección se identifican. Porque no hay amor más que cuando un ser es para nosotros irreemplazable, y nosotros estamos prestos a dar por él nuestra propia vida... Cuando de verdad estamos dispuestos a tal donación y entrega por el último de los hombres, es entonces cuando Dios está con nosotros; he aquí el poder de transformar el mundo" (R. Garaudy).
“Señor Dios, que en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte, concédenos a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo, ser renovados por tu Espíritu para resucitar en el reino de la luz y de la paz”, pedimos en la Oración colecta.
Los judíos tenían el poema de las cuatro noches. La primera noche fue cuando YHWH se manifestó en el mundo para crearlo. El mundo estaba informe y vacío y las tinieblas se extendían sobre la superficie del abismo, y la palabra de YHWH era luz y brillaba. Y la llamó primera noche. La segunda noche, cuando YHWH se le apareció a Abraham anciano de 100 años y a su esposa Sara, de noventa años, a fin de cumplir lo que dice la Escritura: "Es que Abraham, a los cien años de edad, va a engendrar y su esposa Sara, de noventa años, va a dar a luz un hijo?" Pues bien, Isaac tenía 37 años cuando fue ofrecido en el altar. Los cielos se inclinaron y bajaron e Isaac vio sus perfecciones. Y la llamó la segunda noche. La tercera noche fue cuando YHWH se apareció a los egipcios en medio de la noche; su mano mataba a los primogénitos de Israel, para que se cumpliera lo que dice la Escritura: "Israel es mi primogénito". Y la llamó la tercera noche. La cuarta noche será cuando el mundo llegue a su fin para ser disuelto. Los yugos de hierro se romperán y las generaciones perversas serán aniquiladas. Moisés subirá de en medio del desierto y el rey Mesías vendrá desde lo alto. Uno avanzará a la cabeza del rebaño y su palabra caminará entre los dos y ellos marcharán juntos. Es la noche de la pascua para el nombre de YHWH, noche reservada y fijada para la liberación de todo Israel a lo largo de sus generaciones.
Es el día en que Jesús «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et Spes 22). El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.
“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.
1. Tenemos aquí un compendio de la predicación de Pedro, que habla solidariamente con todos los apóstoles: "Nosotros somos testigos..." ¿de qué? De que Jesús es el Cristo, el Señor. Hay una identidad entre el Cristo predicado y el Jesús histórico, y esta misma identidad constituye la sustancia de la fe cristiana. En esta predicación vemos: 1ª. Dios ha mostrado que hay que admitir a los paganos sin imponerles la ley mosaica; 2ª. Pedro, por voluntad de Dios, acepta la hospitalidad de un incircunciso-pagano. Vemos una apertura hacia todos del hecho cristiano, y el subrayar la resurrección de Jesús el tercer día es también no sólo determinación temporal, sino una afirmación histórico-salvífica, como ya se ha visto estas semanas. Hoy se cumplen las escrituras, como dirá Jesús a los de Emaús: la ley y los profetas (Pere Franquesa). Este quinto discurso de Pedro en Hechos es, en sus detalles, estructura y estilo una composición de Lucas, pero presenta los temas básicos de la predicación cristiana primitiva, del "kerigma" como suele decirse. Mirar la luz de Jesús, esta estrella, creer en este Ungido, eso es la Pascua, una fiesta de liberación. Creer en el Cristo de Dios es nuestra alegría y nuestra vida, es perdón y reconciliación, es paz y principio de vida eterna (“Caritas”).
2. Compuesto para la liturgia hebrea, este salmo recibe un puesto destacado en la cristiana, que encuentra reflejados en él los misterios redentores de la vida de Cristo. El Señor cantó este salmo al finalizar la Última Cena: así consta -además de en otras fuentes- en las anotaciones de los salterios más antiguos. Y así, la liturgia de acción de gracias de la Nueva Alianza, inaugurada con la Eucaristía, encontró en la expresión de este salmo una admirable conclusión. Con los sentimientos que se contienen en él, nuestro Salvador se encaminó hacia la vía dolorosa que le introduciría en la gloria del día eterno. Pero antes, el designio de su Padre era permanecer en la Cruz hasta el final, como dijo Juan Pablo II: "Si no hubiera existido esa agonía en la Cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar."
Salmo pascual por excelencia, expresivo de la acción de gracias por la victoria pascual del Señor. "Nada más grande -comenta san Agustín- que esta pequeña alabanza: porque es bueno. Ciertamente, el ser bueno es tan propio de Dios que, cuando su mismo Hijo oye decir 'Maestro bueno' a cierto joven que, contemplando su carne y no viendo su Divinidad, pensaba que Él era tan sólo un hombre, le respondió: '¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios'. Con esta contestación quería decir: Si quieres llamarme bueno, comprende, entonces, que Yo soy Dios." La Liturgia mozárabe nos brinda esta oración sálmica que, en la celebración de este Domingo, traduce admirablemente el contenido del salmo en oración cristológica al Padre: "Señor, Padre santo, danos tu salvación, da prosperidad a cuantos esperamos en ti; Tú que iluminaste al mundo que yacía en tinieblas, concede a nuestra asamblea celebrar dignamente la solemnidad de este día, de modo que Cristo, el Señor, por quien se concede acceso a los justos y entrada a los que se salvan, sea nuestra puerta y nuestra patria. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén." No he de morir, viviré: "Es una profecía de la Resurrección; en realidad, es como decir: la muerte ya no será más la muerte. Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte: Es Cristo quien da gracias al Padre no sólo por haber sido liberado, sino incluso por haber sufrido la Pasión" (S. Juan Crisóstomo). Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia: "¿Qué otra cosa podremos cantar allí -en el Cielo- sino sus alabanzas? Tú eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. Pero no proclamaremos estas alabanzas con palabras; más bien será el amor mismo, que nos unirá a Él, quien gritará. Esa voz, incluso, será la voz del mismísimo amor. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia: el texto comienza y concluye con estas palabras; son el primer versículo y el último del salmo porque de todo lo que hemos venido narrando desde el principio hasta el fin, no hay cosa que más nos pueda embelesar que la alabanza a Dios y un eterno «Aleluya»" (S. Agustín).
El inicio del salmo es espectacular. Todos los metales de la orquesta, encabezados por las trompetas de plata, lanzan al aire, como una fanfarria piafante, el grito de júbilo que dará el tono a todo el salmo: «Eterna es su misericordia». Exulte la tierra entera y salten de alegría las islas innumerables ante esta gran noticia: nuestro Dios está vestido de un manto de misericordia, le precede la ternura y le acompaña la lealtad, y, desde siempre y para siempre avanza sobre una nube en cuyos bordes está escrita la palabra Amor. Israel está en condiciones de confirmar esta noticia: desde pequeño fue tratado con cuerdas de ternura; fue para él -el Señor- como la madre que se inclina para dar de comer a su pequeño y luego lo levanta hasta su mejilla para acariciarlo, y, en su borrascosa juventud lo acompañó con su brazo tenso y fuerte hasta instalarlo en la tierra jurada y prometida. Esta noticia de su eterno amor lo pueden también constatar todos los fieles en cuyas noches brilló el Señor como una antorcha de estrellas, y fue sombra fresca para sus horas meridianas. ¡Gloria, pues, eternamente a Aquel que vela nuestro sueño y cuida nuestros pasos!
“«¡Abridme las puertas del triunfo! El Señor está conmigo y me auxilia; no me entregó a la muerte. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo». Esta es la liturgia de Pascua en el corazón del año. Pero para el verdadero cristiano, cada domingo es Pascua y cada día es domingo. Por eso cada día es Pascua, es «el día que ha hecho el Señor, el día en que actuó el Señor». Cada día es día de victoria y alabanza, de regocijo y acción de gracias, día de ensayo de la resurrección final conquistando al pecado, que es la muerte, y abriéndose a la alegría, que es la eternidad. Cada día hay revuelo de ángeles y alboroto de mujeres en torno a la tumba vacía. ¡Cristo ha resucitado! «Este es el día en que el Señor ha actuado». ¡Ojalá pudiera decir yo eso de cada día de mi vida! Sé que es verdad, porque, si estoy vivo, es porque Dios está actuando en mí con su infinito poder y su divina gracia; pero quiero sentirlo, palparlo, verlo en fe y experiencia, reconocer la mano de Dios en los sucesos del día y sentir su aliento a cada paso. Este es su día, glorioso como la Pascua y potente como el amanecer de la creación; y quiero tener fe para adivinar la figura de su gloria en la humildad de mis idas y venidas. «La diestra del Señor es excelsa, la diestra del Señor es poderosa. No he de morir: viviré para contar las hazañas del Señor». Que la verdad de fe penetre en mi mente y florezca en mis actos: cristiano es aquel que vive el espíritu de la Pascua. Espíritu de lucha y de victoria, de fe y de perseverancia, de alegría después del sufrimiento y vida después de la muerte. Ninguna desgracia me abatirá y ninguna derrota me desanimará. Vivo ya en el día de los días, y sé que la mano del Señor saldrá victoriosa al final. «El Señor está conmigo, no temo: ¿qué podrá hacerme el hombre?» Yo solo no puedo conseguir el espíritu de Pascua por mi cuenta. Así como el Domingo de Pascua me encuentro en medio de los fieles que proclaman su fe y robustecen la mía con la unión de su presencia y la voz de sus cantos, así ahora también, día a día, necesito a mi alrededor al grupo amigo que afirme esa misma convicción y confirme mi fe con el don de la suya. Invito a la casa de Israel, a la casa de Aarón y a todos los fieles del Señor a que canten conmigo la gloria de Pascua para que todos nos unamos en el estrecho vínculo de la fe y la alegría. «Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia. Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Carlos G. Vallés).
Señala Juan Pablo II “dos frases que resonarán dentro del Nuevo Testamento con una nueva tonalidad”. La primera: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" (v. 22). Jesús cita esta frase, aplicándola a su misión de muerte y de gloria, después de narrar la parábola de los viñadores homicidas (cf. Mt 21, 42). También la recoge san Pedro en los Hechos de los Apóstoles: "Este Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, habéis desechado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 11-12). San Cirilo de Jerusalén comenta: "Afirmamos que el Señor Jesucristo es uno solo, para que la filiación sea única; afirmamos que es uno solo, para que no pienses que existe otro (...). En efecto, le llamamos piedra, no inanimada ni cortada por manos humanas, sino piedra angular, porque quien crea en ella no quedará defraudado". La segunda frase es la que cantaba la muchedumbre en la solemne entrada mesiánica de Cristo en Jerusalén: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" (Mt 21, 9; cf. Sal 117, 26). “Este espléndido himno bíblico está incluido en la pequeña colección de salmos, del 112 al 117, llamada el "Hallel pascual", es decir, la alabanza sálmica usada en el culto judío para la Pascua y también para las principales solemnidades del Año litúrgico”.
La palabra "misericordia" que abre y cierra la composición “traduce la palabra hebrea hesed, que designa la fidelidad generosa de Dios para con su pueblo aliado y amigo. Esta fidelidad la cantan tres clases de personas: todo Israel, la "casa de Aarón", es decir, los sacerdotes, y "los que temen a Dios", una expresión que se refiere a los fieles y sucesivamente también a los prosélitos, es decir, a los miembros de las demás naciones deseosos de aceptar la ley del Señor (cf. vv. 2-4)”.
“En todas las festividades más significativas y alegres del antiguo judaísmo, especialmente en la celebración de la Pascua, se cantaba la secuencia de salmos que va del 112 al 117… el salmo con el que se concluye este "Hallel egipcio" es precisamente el salmo 117… revela claramente un uso litúrgico en el interior del templo de Jerusalén”. Uno de los símbolos usados en el salmo es el de la piedra. San Ambrosio recuerda que "Cristo es la piedra" y que "también a su discípulo, Cristo le otorgó este hermoso nombre, de modo que también él sea Pedro, para que de la piedra le venga la solidez de la perseverancia, la firmeza de la fe… Esfuérzate por ser tú también piedra. Pero para ello no busques fuera de ti, sino en tu interior, la piedra. Tu piedra son tus acciones; tu piedra es tu pensamiento. Sobre esta piedra se construye tu casa, para que no sea zarandeada por ninguna tempestad de los espíritus del mal. Si eres piedra, estarás dentro de la Iglesia, porque la Iglesia está asentada sobre piedra. Si estás dentro de la Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán contra ti".
3. Los primeros relatos que tenemos de la pascua son las cartas apostólicas, que recogen lo que vivían los primeros cristianos en su primitiva liturgia: el hecho de la resurrección. Pensar en las cosas de arriba donde está Jesús, “gustar” de esas cosas… son reminiscencias de esos himnos litúrgicos que recibe S. Pablo y que re-piensa en su teología: es posible la nueva vida; porque todavía no se ha manifestado, es necesario dar frutos de vida eterna. Nuestra vida se mueve entre el "ya" y el "todavía-no".
Hay, por lo tanto, un camino que recorrer y un deber que cumplir. Estamos en ello, en el paso o trance de la decisión. Hay que elegir, y nuestra elección no puede ser otra que "los bienes de arriba". Lo cual no significa que el cristiano se desentienda de los "bienes de la tierra", si ello implica desentenderse del amor al prójimo. Pues los "bienes de arriba", es decir, lo que esperamos, es también la transformación por el amor del mundo en que habitamos. Cuando Cristo aparezca, se mostrará en Él nuestra vida y entonces veremos lo que ahora somos ya radicalmente, misteriosamente (“Eucaristía” 1982). El paso de lo de "abajo" a lo de "arriba" no se realiza por prácticas ascéticas, gnosis o misterios, sino por la confesión de fe en Cristo Jesús. La contraposición entre las cosas de arriba y las de abajo ha influido fuertemente en la teología y en la piedad cristiana, y ha dejado a un lado con frecuencia la realidad de la vida. Basta recordar algunos textos de oraciones, incluso litúrgicas. Buscar las cosas de arriba no significa despreciar los bienes de la tierra para poder amar los del cielo. La responsabilidad del progreso material no se puede separar de la moral cristiana. La piedad ha valorado excesivamente algunas prácticas destinadas a mortificar el cuerpo para liberar el alma (P. Franquesa). S. Agustín comenta esta expresión: “Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con estas palabras: Si habéis resucitado con Cristo? ¿Acaso Él hubiese resucitado de no haber muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que todavía no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto? Ved lo que dice: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra; pues estáis muertos (Col 3,1-3). Es él, no yo, quien lo dice, y dice la verdad, y por eso lo digo también yo. ¿Por qué lo digo también yo? He creído y por eso he hablado. Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado; quien en cambio, aún no ha muerto ni ha resucitado, vive mal todavía, y, si vive mal, no vive; muera para no morir. ¿Qué significa «muera para no morir»? Cambie de vida, para no ser condenado. Repito las palabras del Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra, pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, también vosotros apareceréis entonces en la gloria con Él (Col 3,1-3). Son palabras del Apóstol. A quien aún no ha muerto, le digo que muera; a quien aún vive mal, le digo que cambie. Si vivía mal, pero ya no vive, ha muerto; si vive bien, ha resucitado. Pero ¿qué significa vivir bien? Gustad las cosas de arriba, no las de la tierra. Mientras eres tierra, a la tierra irás (Gn 3,19); mientras lames la tierra -cuando amas la tierra la lames- y te haces enemigo de Aquel del que dice el salmo: Y sus enemigos lamen la tierra (Sal 71,9). ¿Qué erais? Hijos de los hombres. ¿Qué sois ahora? Hijos de Dios. Hijos de los hombres ¿hasta cuando tendréis el corazón pesado? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? (Sal 4,3). ¿Que mentira buscáis? Ahora os lo digo. Sé que queréis ser felices. Preséntame un salteador, un criminal, un fornicador, un malhechor, un sacrílego, un hombre manchado con toda clase de vicios y cubierto con toda clase de torpezas y delitos que no quiera vivir una vida feliz. Sé que todos queréis ser felices; pero ¿qué es lo que hace que el hombre viva feliz? Eso es lo que no queréis buscar. Buscas el oro porque piensas que vas a ser feliz con él; pero el oro no te hace feliz. ¿Por qué buscas la mentira? ¿Por qué quieres ser ensalzado en este mundo? ¿Por qué crees que vas a ser feliz con el honor que te tributen los hombres y con la pompa mundana? Pero la pompa mundana no te hace feliz. ¿Por qué buscas la mentira? Cualquier otra cosa que busques, si la buscas al estilo del mundo, si buscas la tierra amándola, si buscas la tierra lamiéndola, la buscas para ser feliz, pero ninguna cosa terrena te hará feliz. ¿Por qué no cesas de buscar la mentira?
¿Qué te hará, entonces, feliz? Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo tendréis el corazón pesado? ¿Cómo queréis que no os pese el corazón si lo llenáis de tierra? ¿Hasta cuándo tuvieron los hombres pesado el corazón? Tuvieron pesado el corazón hasta antes de la venida de Cristo, antes de su resurrección. ¿Hasta cuándo tendréis pesado el corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? Queriendo ser felices, buscáis las cosas que os hacen desgraciados. Os engaña eso que buscáis; lo que buscáis es una mentira. ¿Quieres ser feliz? Si lo deseas, te muestro lo que te puede hacer feliz. Continúa leyendo: ¿Hasta cuándo tendréis pesado el corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? Sabed. ¿Qué? Que el Señor ha engrandecido a su Santo (Sal 4,4). Vino Cristo a nuestras miserias: sintió hambre, sed, se fatigó, durmió, hizo cosas maravillosas, sufrió males, fue flagelado, coronado de espinas, cubierto de salivazos, abofeteado, crucificado, traspasado por la lanza, colocado en el sepulcro; pero al tercer día resucitó, acabada la fatiga, muerta la muerte. Tened vuestros ojos fijos en su resurrección, puesto que el Señor ha engrandecido a su Santo, hasta el punto de resucitarlo de entre los muertos y otorgarle en el cielo el honor de sentarse a su derecha.
Te he mostrado lo que debes saborear si quieres ser feliz. Aquí no puedes serlo. En esta vida no puedes ser feliz. Es cosa buena la que buscas, pero esta tierra no es el lugar donde se da lo que buscas. ¿Qué buscas? La vida feliz. Pero no se encuentra aquí. Si buscases oro en un lugar donde no existe, quien está seguro de que allí no lo hay, ¿no te diría: «¿por qué cavas, por qué remueves la tierra? ¿Estás haciendo una fosa a la que bajar, no en la que encontrar algo?». ¿Qué vas a responder a quien te avisa? «Busco oro». Y él: «No te digo que lo que buscas es una tontería; buena cosa es la que buscas, pero no existe donde la buscas». Así también, cuando tú dices: «Quiero ser feliz», deseas algo bueno, pero no existe aquí.
Si Cristo la poseyó en esta tierra, la tendrás también tú. ¿Qué encontró Él en la región de la muerte? Pon atención: viniendo de otra región, aquí no halló más que lo que abunda aquí: fatigas, dolores, muerte: ve lo que tienes aquí, lo que abunda aquí. Comió contigo lo que abundaba en la despensa de tu miseria. Aquí bebió vinagre, aquí tuvo hiel. He aquí lo que encontró en tu despensa. Pero te invitó a su espléndida mesa, la mesa del cielo, la mesa de los ángeles, en la que el pan es Él mismo. Al descender y encontrar tales cosas en tu despensa, no sólo no despreció tu mesa; sino que te prometió la suya. Y a nosotros ¿qué nos dice? «Creed, creed que llegaréis a los bienes de mi mesa, pues yo no he despreciado los males de la vuestra». Él tomó tu mal y te dará su bien. Lo dará, sí. Nos prometió su vida; pero más increíble es lo que ha hecho: nos envió por delante su muerte. Como diciendo: «Os invito a mi vida, donde nadie muere, donde la vida es en verdad feliz, donde el alimento no se estropea, donde repara fuerzas, sin disminuir él. Ved a qué os invito: a la región de los ángeles, a la amistad con el Padre y el Espíritu Santo, a la cena eterna, a ser hermanos míos: para terminar, a mí mismo. Os invito a mi vida. ¿No queréis creer que os voy a dar mi vida? Recibid en prenda mi muerte». Por tanto, ahora, mientras vivimos en esta carne corruptible, muramos con Cristo, mediante el cambio de vida y vivamos con Cristo mediante el amor a la justicia. La vida feliz no hemos de recibirla más que cuando lleguemos a aquel que vino hasta nosotros y comencemos a vivir con quien murió por nosotros”.
4. a) Después que hubieran puesto la experiencia de Jesús resucitado por escrito, la fe de los primeros cristianos quiso conocer los hechos anecdóticos, los acontecimientos según el orden de los sucesos, y antes de que murieran los Apóstoles se fueron recogiendo los relatos, que se fueron escribiendo según el orden de los Evangelistas, y con sus variantes y tradiciones fueron componiéndose los Evangelios. Según lo que me parece entender, las cosas serían algo así como: primero Jesús se aparece en su interior a la Virgen y le comunica, en la madrugada del domingo, es decir hoy, que ha resucitado. Este gozo lo comunican los ángeles a las mujeres, que anuncian la nueva a los Apóstoles, primero Simón y Juan que van y creen, al ver los lienzos como “desinflados”. María Magdalena se queda allí, y habla con Jesús creyendo que es el hortelano hasta que la llama por su nombre: “María” y ella le reconoce. Esto nos hace ver que Jesús en su cuerpo glorioso –que no tiene materia, que puede pasar por espacios sólidos y cruzar en el mismo tiempo varios lugares- se aparece a quien quiere, y quizá también a quien está preparado para ver, como vemos en la siguiente aparición, los de Emaús: por el camino les explica las Escrituras, y se encienden al ver que desde Moisés y los profetas hablan de que Jesús tiene que sufrir antes de resucitar (toda la cuaresma hemos leído estos pasajes) y luego le dicen que se quede (se hace de noche, cuando Él no está) y Él cena con ellos, y al partir el pan lo reconocen. En esta aparición vemos las dos escenas de la Misa: la lectura viva de la Palabra que enciende nuestros corazones, y nos prepara para verle en la fracción del pan, segunda parte de la Misa, en la mesa del altar. Luego, siguiendo con las apariciones, lo hace aquella misma noche de pascua a los apóstoles ya reunidos, y luego el domingo siguiente –es una repetición dominical- y otro más en el lago, y luego por último el día de la Ascensión.
b) En las palabras de María Magdalena resuena probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para así poder afirmar su resurrección. Los discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario, queda claro que no ha habido robo.
La carrera de los dos discípulos puede hacer pensar en un cierto enfrentamiento, en un problema de competencia entre ambos. De hecho, se nota un cierto tira y afloja: "El otro discípulo" llega antes que Pedro al sepulcro, pero le cede la prioridad de entrar. Pedro entra y ve la situación, pero es el otro discípulo quien "ve y cree".
Seguramente que "el otro discípulo" es "aquel que Jesús amaba", que el evangelio de Juan presenta como modelo del verdadero creyente. De hecho, este discípulo, contrariamente a lo que hará Tomás, cree sin haber visto a Jesús. Sólo lo poco que ha visto en el sepulcro le permite entender lo que anunciaban las Escrituras: que Jesús no sería vencido por la muerte (Josep Mª Grané).
S. Agustín también comenta este pasaje: “Entró, vio y creyó (Jn 20,8). Oísteis que creyó, pero no se alaba esta fe; en efecto, se pueden creer tanto cosas verdaderas como falsas. Pues si se hubiese alabado el que creyó en este caso o se hubiera recomendado la fe en el hecho de ver y creer, no continuaría la Escritura con estas palabras: Aún no conocía las Escrituras, según las cuales convenía que Cristo resucitara de entre los muertos (Jn 20,9). Así, pues, vio y creyó. ¿Qué creyó? ¿Qué, sino lo que había dicho la mujer, a saber, que se habían llevado al Señor del sepulcro? Ella había dicho: Se han llevado al Señor del sepulcro y no sé dónde lo han puesto (Jn 20,2).
Corrieron ellos, entraron, vieron solamente las vendas, pero no el cuerpo y creyeron que había desaparecido, no que hubiese resucitado. Al verlo ausente del sepulcro, creyeron que lo habían sustraído y se fueron”. En este día santo "lucharon vida y muerte / en singular batalla / y, muerto el que es Vida, / triunfante se levanta" (Secuencia de Pascua).
c) Ratzinger escribió también una Meditación para el día de pascua: “¡Qué conmoción sacudiría al mundo si leyéramos un día en la prensa: «se ha descubierto una hierba medicinal contra la muerte»! Desde que la humanidad existe, se ha estado buscando tal hierba. Ella espera una medicina contra la muerte, pero, al mismo tiempo, teme a esa hierba. Sólo el hecho de que en una parte del mundo la esperanza de vida se haya elevado de 30 a 70 años ha creado ya problemas casi insolubles.
La iglesia nos anuncia hoy con triunfal alegría: esa hierba medicinal contra la muerte se ha encontrado ya. Existe una medicina contra la muerte y ha producido hoy su efecto: Jesús ha resucitado y no volverá ya a morir. Lo que es posible una vez, es fundamentalmente posible y así esta medicina vale para todos nosotros. Todos nosotros podemos hacernos cristianos con Cristo e inmortales. ¿Pero cómo? Esto debería ser nuestra pregunta más viva. Para encontrar la respuesta, debemos sobre todo preguntar: ¿cómo es que resucitó? Pero, sobre eso, se nos da una simple información que se nos confía a todos: Él resucitó porque era no sólo un hombre, sino también hijo de Dios. Pero era también un hombre real y lo fue por nosotros. Y así sigue, por su propio peso, la próxima pregunta: ¿cómo aparece este «ser-hombre» que une con Dios y que debe ser el camino para todos nosotros? Y parece claro que Jesús vive toda su vida en contacto con Dios. La Biblia nos informa de sus noches pasadas en oración. Siempre queda claro esto: Él se dirige al Padre. Las palabras del Crucificado no se nos refieren en los cuatro evangelios de un modo unitario, pero todos coinciden en afirmar que Él murió orando. Todo su destino se halla establecido en Dios y se traduce así en la vida humana. Y siendo así las cosas, Él respira la atmósfera de Dios: el amor. Y por ello es inmortal y se halla por encima de la muerte. Y ya tenemos las primeras aplicaciones a nosotros: nuestro pensar, sentir, hablar, el unir nuestra acción con la idea de Dios, el buscar la realidad de su amor, éste es el camino para entrar en el espacio de la inmortalidad.
Pero queda todavía otra pregunta. Jesús no era inmortal en el sentido en el que los hombres deseaban serlo desde tiempos inmemoriales, cuando buscaban la hierba contra la muerte. Él murió. Su inmortalidad tiene la forma de la resurrección de la muerte, que tuvo lugar primero. ¿Qué es lo que debe significar esto? El amor es siempre un hecho de muerte: en el matrimonio, en la familia, en la vida común de cada día. A partir de ahí, se explica el poder del egoísmo: él es una huida comprensible del misterio de la muerte, que se halla en el amor. Pero, al mismo tiempo, advertimos que sólo esa muerte que está en el amor hace fructificar; el egoísmo, que trata de evitar esa muerte, ese es el que precisamente empobrece y vacía a los hombres. Solamente el grano de trigo que muere fructifica.
El egoísmo destruye el mundo; él es la verdadera puerta de entrada de la muerte, su poderoso estímulo. En cambio, el Crucificado es la puerta de la vida. Él es el más fuerte que ata al fuerte. La muerte, el poder más fuerte del mundo, es, sin embargo, el penúltimo poder, porque en el Hijo de Dios el amor se ha mostrado como más fuerte. La victoria radica en el Hijo y cuanto más vivamos como Él, tanto más penetrará en este mundo la imagen de aquel poder que cura y salva y que, a través de la muerte, desemboca en la victoria final: el amor crucificado de Jesucristo”.
d) Por último, un pensamiento sobre la Pascua, el día que transforma las penas en alegrías. El enigma mayor de la condición humana es la muerte. ¿Como es que el hombre, con deseos de ser feliz, muere? Es el misterio del dolor, de la cruz, que no tiene explicación. Un proceso de transformación, como una purificación del amor, que nos prepara para la felicidad que es estar con Dios. Realidad misteriosa que no es el final, pues cuando se acaba nuestra estancia aquí en la tierra comienza otra, la vida continúa en el cielo. La muerte no es el final de trayecto, la vida no se acaba, se transforma…
Jesús también muere, y ha resucitado. Y nos dice: “Yo soy el camino…”. La muerte es una realidad misteriosa, tremenda, y del más allá no sabemos mucho, sólo lo que Jesús nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida…”
Dios, que es amor, nos hace entender que el amor no se acaba con la muerte, que después de esta etapa hay otra para siempre. Que Dios no quiere lo malo, pero lo permite en su respeto a la libertad, sabiendo reconducirlo con Jesús hacia algo mejor… la muerte para la fe cristiana es una participación en la muerte de Jesús, desde el bautismo estamos unidos a Él, en la Misa vivimos toda la potencia salvadora de la muerte hacia la resurrección.
Las fuerzas atávicas del mal, que volcaban en un inocente sus traumas y represiones (el chivo expiatorio) que por el demonio se vierte toda la agresividad en contra del Mesías, quedan truncadas. Pues en la muerte de Jesús esas fuerzas quedan vencidas, el círculo del odio queda sustituido por el círculo del amor; una nueva ola que alcanza –con su Resurrección- todos los lugares del cosmos en todos sus tiempos. "En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra si mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical" (Benedicto XVI). Se establece la redención, la vuelta al paraíso original, a la auténtica comunión con todos y todo. Y cuando estamos en contacto con Jesús, en la comunión, también estamos con los que están con Él, de todos los lugares de todos los tiempos, con los que queremos y ya se han ido de nuestro mundo y tiempo.
Este es el misterio pascual de Jesús, el paso de la muerte a la Vida, la luz que se enciende con la nueva aurora. El cuerpo que se entierra es semilla –grano de trigo que muere y da mucho fruto- para una vida más plena, de resurrección.
El amor humano nos hace entender ese amor eterno, pues el amor nace para ser eterno, aunque cambiemos de casa quedamos unidos a los que amamos. Jesús nos enseña plenamente el diccionario del amor, nos habla del amor de un Dios que es padre y que nos quiere con locura, y dándose en la Cruz, hace nuevas todas las cosas, en una renovación cósmica del amor: las cosas humanas, sujetas al dolor y la muerte, tienen una potencia salvífica, se convierten en divinas.
En este retablo de las tres cruces, vemos a la Trinidad volcar su amor en el calvario. Y junto a Jesús, su madre. Allí ella también entrega a su hijo por amor a nosotros. Allí también está el buen ladrón que dice: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”, y Jesús le da la fórmula de canonización: “en verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”; es un misterio ese juicio divino en el amor. Juntos se fueron al cielo.
Estos días queremos vivir el misterio, abrir los ojos como las mujeres al buscar a Jesús en la mañana de pascua, y les dice el ángel, aquel primer domingo: “¿por qué buscáis entre los muertos aquel que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. Queremos ver más allá de lo que se ve, beber de ese amor verdadero que es eterno, para iluminar nuestros días con ese día de fiesta, de esperanza cierta.
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