MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE
PASCUA: con la confianza puesta en el Señor, abandonamos en Él nuestro espíritu
y todas nuestras cosas. La fe nos hace ver incluso en las contrariedades que
todo será para bien
1ª Lectura: Hechos 7,51-60;8,1: 51 Hombres de cabeza dura e incircuncisos de
corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como fueron
vuestros padres, así sois también vosotros. 52 ¿A qué profeta no persiguieron
vuestros padres? Mataron a los que predijeron la venida del Justo, del cual
vosotros ahora sois los traidores y asesinos; 53 vosotros, que habéis recibido
la ley por ministerio de los ángeles, y no la habéis guardado». 54 Al oír esto estallaban de rabia sus
corazones, y rechinaban los dientes contra él. 55 Pero él, lleno del Espíritu
Santo, con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a
la derecha de Dios, 56 y dijo: «Veo los cielos abiertos y al hijo del hombre de
pie a la derecha de Dios». 57 Ellos, lanzando grandes gritos, se taparon los
oídos y se lanzaron todos a una sobre él; 58 lo llevaron fuera de la ciudad y
se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían dejado sus vestidos a los pies de
un joven llamado Saulo. 59 Mientras lo apedreaban, Esteban oró así: «Señor
Jesús, recibe mi espíritu». 60 Y puesto de rodillas, gritó con fuerte voz:
«Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y diciendo esto, expiró. Saulo
aprobaba este asesinato. 1 Aquel día
se desencadenó una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén; y todos, excepto los apóstoles, se
dispersaron por las regiones de Judea y Samaría.
Salmo Responsorial 31,3-4.6-8.17-21:
3 atiéndeme, ven corriendo a
liberarme; sé tú mi roca de refugio, la fortaleza de mi salvación; 4 ya que
eres tú mi roca y mi fortaleza, por
el honor de tu nombre, condúceme tú y guíame; 6 En tus manos encomiendo mi
espíritu; tú me rescatarás, Señor, Dios verdadero. 7 Aborrezco a los que adoran
ídolos vanos, pero yo he puesto mi confianza en el Señor; 8 tu amor ser mi gozo
y mi alegría, porque te has fijado en mi miseria y has comprendido la angustia
de mi alma; 17 mira a tu siervo con ojos de bondad y sálvame por tu amor. 21 tú
los guardas al amparo de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres; tú
los cobijas en tu tienda lejos de las lenguas mordaces.
Evangelio Jn 6,30-35: 30 Le replicaron: «¿Qué milagros haces tú para que
los veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? 31 Nuestros padres comieron el
maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo». 32
Jesús les dijo: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo; mi
Padre es el que os da el verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan de Dios es
el que baja del cielo y da la vida al mundo». 34 Ellos le dijeron: «Señor,
danos siempre de ese pan». 35 Jesús
les dijo: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el
que cree en mí no tendrá sed jamás”.
Comentario: 1. Este discurso, el más largo de los Hechos,
resume la historia de Israel hasta la Redención de Jesús. Los que escucharon fueron duros, como a
menudo yo, Señor, “soy «duro», «me encierro en mí mismo»... en lugar de dejarme
dócilmente conducir por tu Espíritu hacia nuevos horizontes, hacia conversiones
profundas, las que Tú deseas para todos nosotros.
a) -Esteban, lleno del Espíritu Santo, los ojos
mirando al cielo vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra
de Dios. Danos, Señor, esa mirada interior que nos hace «ver» a Dios, por el
Espíritu.
Esteban, hombre fogoso, contestatario, discutidor
vigoroso, es también un hombre de vida interior, contemplativo, un visionario
que saca sus ideas, sus palabras, sus actos, de su oración contemplativa.
-«Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre en
pie a la diestra de Dios». Efectivamente, ¡Jesús está vivo, resucitado,
exaltado! Y Esteban vive con El, vive de El. Es el tiempo pascual. Es en esta
visión, alimentada ciertamente por la eucaristía que Esteban saca su fuerza y
su certidumbre. A partir de esto, ¡nada puede detenerle! Reflexiono: Jesús, ¿es
alguien para mí? ¿Tengo intimidad, compañerismo con El?
-Gritando fuertemente, se taparon los oídos y
empezaron a apedrearle... Habían puesto sus vestidos a los pies de un joven,
llamado Saulo. En una explosión de furor, se le conduce a la muerte. ¡Saulo de
Tarso está allí! Pronto cambiará su nombre por el de Pablo. Toda su vida
conservará el recuerdo de sus persecuciones a los cristianos. Estaba allí aquel
día en que mataban a un hombre a pedradas. Desde aquel día debió de hacerse la
pregunta: «¿De dónde le viene esa valentía?» ¿Hay a mi alrededor paganos,
no-creyentes, indiferentes, que observan mi vivir? ¿Es mi vida una pregunta,
una interpelación para ellos? ¿Pueden adivinar que hay un secreto en mi vida
«una mirada fija en el cielo?»
-Mientras lo apedreaban, Esteban rogaba: «Señor,
no les tengas en cuenta ese pecado.» Esta muerte es admirable. Como su maestro
Jesús, Esteban perdona. Es la víctima que «ama» a sus verdugos, y «ruega» por
ellos, como había pedido Jesús. ¿A quién tengo que perdonar?” (Noel Quesson).
San Efrén: «Es evidente que los que sufren por Cristo gozan de la gloria de
toda la Trinidad. Esteban vio al Padre y a Jesús situado a su derecha,
porque Jesús se aparece sólo a los suyos, como a los Apóstoles después de la
resurrección. Mientras el Campeón de la fe permanecía sin ayuda en medio de los
furiosos asesinos del Señor, llegado el momento de coronar al primer mártir,
vio al Señor, que sostenía una corona en la mano derecha, como si se animara a
vencer la muerte y para indicarle que Él asiste interiormente a los que van a
morir por su causa. Revela, por tanto, lo que ve, es decir, los cielos
abiertos, cerrados a Adán y vueltos a abrir solamente a Cristo en el Jordán,
pero abiertos también después de la Cruz a todos los que conllevan el dolor de Cristo y en
primer lugar a este hombre. Observad que Esteban revela el motivo de la
iluminación de su rostro, pues estaba a punto de contemplar esta visión
maravillosa. Por eso se mudó en la apariencia de un ángel, a fin de que su
testimonio fuera más fidedigno».
b) La fe nos ayuda a ver que todas las cosas de la
tierra, incluso los problemas y las cosas malas, por culpa nuestra o sin ella,
nos ayudan a una vida mejor, que todo será para bien. Tenemos idea de lo que es
bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia
del mundo y cada uno de nosotros. Recuerdo la pregunta que nos hacíamos ante la
desgracia de hace unos años en el desastre del tsunami oriental, y es aplicable
a cualquier circunstancia histórica “¿Dónde estaba Dios el día del tsunami?” La
catástrofe del terremoto submarino (200.000 muertos, cinco millones de personas
que perdieron su casa...) es algo muy duro. Además, se necesitaran años para la
obra de reconstrucción. ¿Por qué el mal? ¿Por qué el tsunami, tanta muerte y
devastación? ¿Cómo es posible que Dios permita todo esto?, y si es bueno, ¿cómo
cuida de los hombres? Si es Omnipotente ¿por qué no hace algo? Estas preguntas
filosóficas son las que oímos muchos días, las que se hace un niño de 10 años,
las que hace una persona mayor. ¿Existe Dios? Mirando el orden del firmamento o
la abeja que con sus patas traslada el polen para fecundar las flores, pensando
en la armonía de todo lo creado, en el agua que cae en la lluvia y fecunda la
tierra para ir al mar y a través de las nubes rehacer el ciclo, pensando en
tanta belleza y sobre todo la maravilla
del amor, la riqueza de la memoria, la sed de entender,... sí, es fácil llegar
al Dios creador. Pero, ¿qué providencia permite los desastres?
Esta es la gran pregunta. Hay dos soluciones ante
esta pregunta: o todo es absurdo o la vida es un misterio. Pero acogernos al
misterio no significa dejar de pensar. No. También ahí se me presentan dos
opciones: Dios es malo porque yo no entiendo como permitiría esto, o bien Dios
es bueno y sabio, pero yo no entiendo de qué va la cosa. Es como aquella
historia de un aprendiz de monje que al entrar en el convento le encargaron
colaborar en tejer un tapiz. Al cabo de varios días, dijo de golpe: "no
aguanto más, esto es insoportable, trabajar con un hilo amarillo tejiendo en
una maraña de nudos, sin belleza alguna, ni ver nada. ¡Me voy!..." El
maestro de novicios le dijo: "ten paciencia, porque ves las cosas por el
lado que se trabaja, pero sólo se ve tu trabajo por el otro lado", y le
llevó al otro lado de la gran estructura del andamio, y se quedó boquiabierto.
Al mirar el tapiz contempló una escena bellísima: el nacimiento de Jesús, con la Virgen y el Santo Patriarca, con los pastores y los
ángeles... y el hilo de oro que él había tejido, en una parte muy delicada del
tapiz: la corona del niño Jesús. Y entendió que formamos parte de un designio
divino, el tapiz de la historia, que se va tejiendo sin que veamos nunca por
completo lo que significa lo que vemos, su lugar en el proyecto divino. No lo
veremos totalmente hasta que pasemos al otro lado, cuando muramos a esta vida y
pasemos a la otra.
Los judíos y cristianos, al ver los desastres
humanos y naturales en la historia, han creído en que aquello tenía un sentido
escondido; la confianza en Dios ha pasado por encima del diluvio, y la
destrucción de Sodoma y Gomorra, etc. Él es siempre refugio y fortaleza:
"Por ello, no tememos aunque tiembla la tierra o se derrumban los montes
en el mar, aunque bramen las olas, y tiemblen los montes con su fuerza. El
Señor... está con nosotros" (Salmo 45).
No somos los cristianos insensibles al
sufrimiento, basta ver la respuesta de caritas, que en España recaudó enseguida
el doble de dinero en ayudas que las que prometía el gobierno. Pero no
aceptamos que sea absurdo, pensamos que tiene un sentido escondido. De hecho
Jesús no vino a quitar el sufrimiento, sino a llenarlo de contenido, al dejarse
clavar en la cruz. Y enseñó incluso que los que lloran son bienaventurados
porque serán consolados (Mt 5, 4). De manera que el mal es un problema difícil
de resolver, pero ante él toda la tradición cristiana es una respuesta de
afirmación de que donde la cabeza no entiende, el amor encuentra un sentido
escondido cuando se ve con la fe que
Dios no quiere el mal, pero deja que los acontecimientos fluyan, procurando en
su providencia que todo concurra hacia el bien: todo es para bien, para los que
aman a Dios. Aunque cósmicamente defectuoso, dice el Cardenal George Pell,
Arzobispo de Sydney, el mundo “va hacia la perfección. Dios ha dado la libertad
a sus criaturas, que puede ser usada para fines malvados, mientras que la
naturaleza avanza y cambia, por el contrario, según reglas fijas. Es inexacto
decir que el tsunami ha sido un acto de Dios porque no ha sido Dios quien ha
provocado este desastre. Podríamos preguntarnos porque Dios no ha creado un
mundo más perfecto, porque permite tanto sufrimiento. No lo sabemos. El mal
continúa siendo un misterio, pero nosotros estamos llamados a combatirlo, y el
mal es sólo una parte de nuestra historia”.
No es correcto ver un sentido de castigo a lo que
ha pasados a esos pueblos. No, las olas no han matado caprichosamente, no han
hecho ninguna distinción. Pero siempre nace en nuestro interior, junto al
sin-sentido del mal que requiere una re-ordenación divina, una justicia
celestial, un lugar donde vayan los justos, donde no sufran ya más. Seguía
diciendo el prelado: “Para los ateos no existe una explicación. Por ellos la
vida es pura fortuna, sin ningún objetivo. Sólo un Dios bueno pide y da un
sentido al amor universal y puede hacer cuadrar todos los sufrimientos humanos
en la próxima vida. Ahora nuestra tarea es llevar a la práctica este amor que
nosotros profesamos y ofrecer ayuda a los supervivientes".
2. Este salmo, que leemos en viernes santo,
también es apropiado para este mártir que se une a la cruz de Jesús con las
palabras: "Padre; en tus manos encomiendo mi espíritu". Karl Rahner
comentaba estas palabras (Lc 23,46): “¡Oh Jesús, el más abandonado de todos los
hombres! Oh corazón traspasado de dolor, estás al final. He aquí el final, en
el que todo es arrancado, hasta el alma misma, el libre arbitrio entre
aceptación o rechazo, y en el que el hombre ya no se pertenece a sí mismo…
Son las señales de la muerte. ¡Pero quién o qué
cosa despoja así? ¿La nada? ¿El destino ciego? ¿La naturaleza implacable? No.
Es el Padre, es el Dios de sabiduría y amor.
He aquí por qué te abandonas así. Con toda la
confianza te entregas a estas suaves manos invisibles, que para nosotros,
incrédulos y aferrados a nuestro yo, son las garras crueles del destino ciego
de la muerte.
Tú sabes que son las manos del Padre, y tus ojos
oscurecidos por la muerte todavía ven al Padre, se miran en los ojos serenos de
su amor, cuando la boca pronuncia la última palabra de tu vida: "Padre, en
tus manos entrego mi espíritu”.
Todo lo das al que todo te dio. ¡Todo lo
depositas, sin garantía ni restricción, en las manos de tu Padre! ¿Es mucho, y
cuán pesado y amargo! Lo que constituía el peso de tu vida, tuviste que
cargarlo tú solo: los hombres con su dureza, tu misión, tu cruz, el fracaso y
la muerte.
Pero, ahora, terminaste de cargar todo esto, pues
se te ha concedido entregarlo todo, incluyéndote a ti mismo, en las manos del
Padre. ¡Todo! ¡Estas manos cargan todo muy bien, con mucha dulzura! Manos de
madre.
Se encierra sobre tu alma, como nosotros
encerramos un pajarito, con precaución y cariño entre las palmas de las manos.
Ahora nada pesa, todo es suave, todo es luz y gracia, todo es seguridad, al
abrigo del corazón de Dios, en donde se pueden enjugar las lágrimas de dolor,
en cuanto el Padre, como un anciano, enjuga las mejillas del Hijo.
Oh Jesús, ¿entregarás también algún día mi pobre
alma y mi pobre cuerpo en las manos del Padre? Deposita, entonces, todo, el
peso de mi vida y de mis pecados, no en la balanza de la justicia, sino en las
manos del Padre.
¿A dónde huir, en dónde ocultarme, sino junto a
ti, mi hermano en la amargura, que sufriste toda la pena por causa de mis
pecados? ¡Mira! Hoy vengo a ti; me arrodillo ante tu cruz; beso los pies que
sangraron por seguirme, sin desviación y sin ruido, durante el trayecto
desordenado de mi vida. Abrazo tu cruz, Maestro de eterno amor, corazón de
todos los corazones, corazón traspasado, corazón paciente, infinitamente bueno.
Ten piedad de mí. Recíbeme en tu amor. Y cuando
llegue el final de mi peregrinación, cuando el día decline y las sombras de la
muerte me envuelvan, pronuncia una vez más, en mi último instante, tu última
palabra: "Padre, entrego su alma en tus manos" ¡Oh buen Jesús! Amén”.
–En tus manos encomiendo mi espíritu. Palabra que
en Cristo encuentran plenitud de sentido: el abandono, el sufrimiento, la
confianza, la liberación. Invitación a todos los creyentes a una apertura total
a Dios que revela los prodigios de su misericordia protectora. Por eso
empleamos el Salmo 3, en el que se insertan estas palabras: «Señor, sé la Roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, Tú que
eres mi Roca y mi baluarte, por tu nombre dirígeme y guíame. A tus manos,
Señor, encomiendo mi espíritu; Tú el Dios leal, me librarás; yo confío en el
Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Haz brillar tu rostro sobre tu
siervo, sálvame por tu misericordia. En el asilo de tu presencia nos escondes
de las conjuras humanas».
“Habiendo
puesto este salmo "en labios" de Jesús, hay que ponerlo "en
nuestros propios labios", repetirlo por cuenta nuestra, y para el mundo de
hoy. ¡Hay tantos enfermos, en los hogares y en los hospitales! ¡Tantos
perseguidos, tantos despreciados, tantas personas consideradas como "cosas"!
¡Tantos aislados, abandonados! Pero vayamos hasta el fin del salmo, y repitamos
también la acción de gracias” (Noel Quesson).
“"Tú eres mi Dios". Tú eres el Creador;
yo no soy sino un poquito de polvo en tus manos. Puedes configurarme a tu
antojo o dejarme reducido a la nada. Y, con todo, eres mi Dios; sí, mío, yo te
tengo, me perteneces. No me has creado para luego abandonarme, sino que te
ocupas de mí. Es cierto que riges al mundo entero, pero él no te preocupa más
que yo: "Tú eres mi Dios; mis días están en tus manos"” (Emiliana
Löhr).
Al comienzo del salmo estamos tensos, inseguros,
aprensivos: el salmista está encerrado en sí mismo. Podemos obsesionarnos,
preocuparnos, estamos en tensión… (vv. 2-5). Es el hombre literalmente atrapado
en sus propias redes. En-si-mismado. Y este ensimismamiento es una cárcel, una
prisión; el hombre, preso de sí mismo; y en un calabozo no hay sino sombras y
fantasmas. Por eso está asustado: tendencias subjetivas, obsesiones, complejos
de inferioridad, manías persecutorias, inclinaciones pesimistas... fulano no me
escribe, ¿qué le habrán dicho de mí?; aquella amiga no me ha mirado, ¿por qué
será?; aquí ya nadie me quiere, están pensando mal de mí, etc. ¡Cómo sufre la
gente, y tan sin motivo! La explicación de fondo, repetimos, es que estas
personas están encerradas en sí mismas como en una prisión. Cuando el hombre se
encuentra consigo mismo, en sí mismo, se siente tan inseguro, tan precario y
tan infeliz que es difícil evitar el asalto de miedo, el cual, a su vez, engendra
los fantasmas.
En el versículo 6, el salmista despierta, ¡gran
verbo de liberación! Toma conciencia de su situación de encierro, y sale ¡otro
verbo de liberación! Toda liberación es siempre una salida. El salmista se
suelta de sí mismo -estaba preso de sí- y salta a otra órbita, a un Tú. «A tus
manos encomiendo mi espíritu» (v. 6). Y, al colocarse en ese otro «mundo», en
ese otro «espacio», como por arte de magia se derrumban los muros de la cárcel,
se ensanchan los horizontes y desaparecen las sombras. Amaneció la libertad: «Tú,
el Dios leal, me librarás» (v. 6). Me librarás, ¿de qué? De los enemigos. ¿Qué
enemigos? De aquellos que fundamentalmente eran «hijos» del miedo. Y, aun
cuando antes hubieran sido objetivos, el mal del enemigo es el miedo del enemigo,
o mejor, es el miedo el que constituye y declara como enemigos a las cosas
adversas. Pero, al situarse el hombre en el «espacio» divino, al experimentar a
Dios como roca y fuerza, se esfuma el miedo y, como consecuencia, desaparecen
los enemigos. He ahí el itinerario de la libertad.
«Yo confío en el Señor» (v. 7). Confiar, ¡precioso
verbo! En todo acto de confianza hay un salir de sí mismo, un soltar tensiones
y un entregar al otro las llaves de la propia casa, como quien extiende un
cheque en blanco. En un salto más audaz, la libertad se encarama sobre un
pináculo mucho más elevado: «tu misericordia», expresión entrañable, sinónimo
en el Antiguo Testamento de lealtad, gracia, amor (más exactamente, presencia
amante), «es mi gozo y mi alegría» (v. 8). No solamente a los fantasmas se los
llevó el viento y a los miedos se los tragó la tierra, sino que el salmista se
baña en el océano de la Bienaventuranza : paz, alegría, seguridad, casi júbilo. Y, para
colmo de tanta dicha, en los siguientes versículos viene a decir: cuando las
aguas ya me llegaban al cuello y sentía que me ahogaba, tú me mirabas atenta y
solícitamente, revoloteando sobre mí como el águila madre; no has permitido que
las sombras me devoraran ni me alcanzaran las manos de mis enemigos, sino que,
por el contrario, has colocado mis pies en un camino anchuroso, iluminado por
la libertad (vv. 8-9).
La libertad profunda, esa libertad tejida de
alegría y seguridad, consiste en que «brille tu rostro sobre tu siervo» (v.
17), en «caminar a la luz de su rostro» (Sal 89), en experimentar que Dios es
mi Dios. Entonces, las angustias se las lleva el viento, y los enemigos rinden
sus armas por el poder de «su misericordia» (v. 17), ya que los enemigos se
albergan en el corazón del hombre: en tanto son enemigos en cuanto se los teme;
y el temor tiene su asiento en el interior del hombre, pero el Señor nos libra
del temor.
Y cuando desaparece el temor, «los malvados bajan
mudos al abismo» (v. 18). ¿Quiénes eran esos malvados? Ahora se sabe: viento y
nada. ¿En qué quedaron sus amenazas e «insolencias»? En un sonido de flautas.
¿Qué fue de los «labios mentirosos»? Quedaron enmudecidos (v. 19).
A medianoche, la tierra está cubierta de
tinieblas. Llega la alborada y desaparecen las tinieblas. ¿Dónde se ocultaron?
En ninguna parte. Al salir el sol, «se descubrió» que las tinieblas no eran
tales, sino vacío y mentira. No de otro modo, al brillar el sol en los abismos
del hombre, se comprueba que el miedo y sus «hijos» naturales no eran sino
entes subjetivos, carentes de fundamento real. El Señor nos ha librado
verdaderamente de nuestros enemigos.
No faltarán las conjuras humanas, las flechas
envenenadas, las lenguas viperinas (v. 21). Pero a «los que a ti se acogen» (v.
20) «los escondes en el asilo de tu presencia» (v. 21). Expresión altamente
preciosa, y analíticamente precisa. Quiero decir que, para quienes se dejan
envolver vivamente por la presencia divina, esa presencia se transformará en
refugio y abrigo (un abrigo anti-balas); para quienes se acogen a El, Dios será
una presencia inmunizadora. Lloverán las flechas, pero se estrellarán contra el
abrigo de quien ha confiado, y ni siquiera rozarán su piel: está inmunizado por
la Presencia
envolvente; Dios mismo es quien lo envuelve y lo cubre, haciéndolo insensible a
los dardos (“Salmos para la vida”). Es la protección que pedimos en la Colecta : «Señor, tú que abres las puertas de tu reino a
los que han renacido del agua y del Espíritu. Acrecienta la gracia que has dado
a tus hijos, para que purificados del pecado alcancen todas tus promesas». Y en
el Ofertorio: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y
pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría,
concédenos participar de este gozo eterno». Esperanza que se renueva en la Comunión : «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con Él. Aleluya» (Rm 6,8) y en la Postcomunión : «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y ya que
has querido renovarnos con estos sacramentos de vida eterna, concédele también
la resurrección gloriosa».
Comenta San Ambrosio: «¿A qué fin pides, oh judío, que te conceda el pan
Aquél que lo da a todos, lo da a diario, lo da siempre? En ti mismo está el
recibir este pan: acércate a este pan y lo recibirás. De este pan está dicho:
“Todos los que se alejan de ti perecerán” (Sal 72,27). Si te alejares de Él,
perecerás. Si te acercares a Él, vivirás. Este es el pan de la vida; así pues,
el que come la vida no puede morir. Porque, ¿cómo morirá aquél para quien el
manjar es la vida? ¿Cómo desfallecerá el que tuviere sustancia vital?
«Acercaos a Él y saciaos, porque es pan. Acercaos
a Él y bebed, porque es fuente. Acercaos a Él y seréis iluminados (Sal 33,6),
porque es luz (Jn 1,9). Acercaos a Él y sed libres, porque donde está el
Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Cor 3,17). Acercaos a Él y sed
absueltos, porque es perdón de los pecados (Ef 1,7). ¿Preguntáis quién es éste?
Oídle a Él mismo que dice: “Yo soy el Pan de Vida; el que viene a Mí no tendrá
hambre; y el que cree en Mí no pasará nunca sed” (Jn 6,35). Le oísteis y le
visteis y no le creísteis; por eso estáis muertos; ahora siquiera, creed para
que podáis vivir».
3. –Juan 6,30-35: No fue Moisés, sino que es mi
Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Como en otros pasajes del Evangelio,
Jesús hace pasar a sus oyentes del sentido material al espiritual. De este modo
llegamos al culmen de la revelación de Jesús, cuando éste proclama: «Yo soy el
Pan de Vida». Comenta San Ambrosio: «¿A qué
fin pides, oh judío, que te conceda el pan Aquél que lo da a todos, lo
da a diario, lo da siempre? En ti mismo está el recibir este pan: acércate a
este pan y lo recibirás. De este pan está dicho: “Todos los que se alejan de ti
perecerán” (Sal 72,27). Si te alejares de Él, perecerás. Si te acercares a Él,
vivirás. Este es el pan de la vida; así pues, el que come la vida no puede
morir. Porque, ¿cómo morirá aquél para quien el manjar es la vida? ¿Cómo
desfallecerá el que tuviere sustancia vital? «Acercaos a Él y saciaos, porque
es pan. Acercaos a Él y bebed, porque es fuente. Acercaos a Él y seréis
iluminados (Sal 33,6), porque es luz (Jn 1,9). Acercaos a Él y sed libres,
porque donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Cor 3,17).
Acercaos a Él y sed absueltos, porque es perdón de los pecados (Ef 1,7).
¿Preguntáis quién es éste? Oídle a Él mismo que dice: “Yo soy el Pan de Vida;
el que viene a Mí no tendrá hambre; y el que cree en Mí no pasará nunca sed”
(Jn 6,35). Le oísteis y le visteis y no le creísteis; por eso estáis muertos; ahora
siquiera, creed para que podáis vivir» (Exposición sobre el Salmo 118,28).
Dios, en su Hijo Jesús, nos dio el verdadero Pan
del cielo para saciar nuestra hambre y sed de vida eterna. Quien se alimenta es
porque quiere continuar viviendo. Pero el alimento temporal sólo prolonga
nuestra vida por un poco de tiempo. El Señor Jesús nos da vida eterna. Quien lo
acepte tendrá esa vida, quien lo rechace habrá perdido la oportunidad de vivir
eternamente, pues no hay otro camino, ni otro nombre en el cual podamos
salvarnos. Pero tener la vida no significa sólo gozarla de un modo egoísta; la
vida es como un fruto que los demás deben disfrutar, pues, junto con ellos,
estaremos trabajando para que todos vivan con mayor dignidad y se encaminen,
también con nosotros, a la posesión de los bienes definitivos que Dios nos
ofreció por medio de su propio Hijo, que vino a alimentar nuestra fe, a
levantar nuestra esperanza y a hacer arder nuestros corazones con el fuego de
su amor. Alimentémonos de Cristo para poder alimentar al mundo, convertidos en
pan de vida y dejando de ser, para él, un pan venenoso, podrido o deteriorado.
Señor, danos siempre de ese Pan. Sí, porque
nosotros queremos entrar en una relación personal y amorosa con el Señor de la
historia. A partir de nuestra comunión de Vida con Él entraremos también en
comunión con la Misión que el Padre Dios le encomendó: salvar al mundo entero
por medio del amor llevado hasta el extremo. El Señor nos alimenta con su
propio Ser. Nosotros, a partir de entrar en comunión de vida con Él, somos
transformados en Él, de tal forma que su Iglesia se convierte en un signo
visible y creíble de la encarnación del Hijo de Dios. A nosotros, por tanto,
corresponde continuar la obra de salvación de Dios en el mundo. Pero no lo
hacemos bajo nuestras propias luces ni bajo nuestra propia iniciativa, ni con
nuestras propias fuerza. Es el Señor quien continúa su obra por medio nuestro.
Por eso aprendamos a confiarnos totalmente a Él. Abramos nuestros oídos y
nuestro corazón para que su Palabra sea sembrada en nosotros y produzca frutos
abundantes de salvación; sólo entonces seremos realmente un signo profético del
amor salvador de Dios para el mundo.
Quienes hemos entrado en comunión de vida con el
Señor estamos obligados a hacerlo presente, con todo su poder salvador, en el
mundo. No podemos conformarnos con sólo darle culto al Señor. El verdadero
hombre de fe vive totalmente comprometido con la historia para convertirse en
un auténtico fermento de santidad en el mundo. Proclamar el Nombre de Dios en
la diversidad de ambientes en que se desarrolla la vida de los Cristianos nos
ha de llevar a no sólo dar testimonio del Señor con las palabras, ni sólo con
una vida personal íntegra, sino a trabajar para que vayan desapareciendo las
estructuras de maldad y de pecado en el mundo. Si cerramos nuestros labios ante
las injusticias, si no somos capaces de fortalecer las manos cansadas y las
rodillas vacilantes, si no volvemos a encender la mecha de la fe y del amor que
ya sólo humea, si no somos capaces de devolver la esperanza a las cañas
resquebrajadas para que vuelvan a la vida y produzcan frutos abundantes de
buenas obras, estaremos fallando gravemente a la misión que Dios confió a su
Iglesia. No tengamos miedo ante las amenazas de morir aplastados por los demás;
el Señor nos envió a perdonar, a amar y a salvar y no a condenar, ni a
destruirnos unos y otros. Aprendamos de Cristo en la cruz lo que es el amor
hasta el extremo y lo que es saber perdonar a pesar de las más grandes
traiciones u ofensas. Sólo el amor, finalmente, será lo único creíble, en la
presencia de Dios, al final de nuestra vida, pues con él habremos sido un
alimento de esperanza, de fe y de amor para aquellos que vivían en tierra de
sombras y de muerte, y que necesitaban de una Iglesia realmente comprometida
con el Señor, para hacerlo presente con todo su poder salvador entre ellos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la
Santísima Virgen María, nuestra Madre, convertirnos, por nuestra unión
verdadera a Cristo, en un auténtico alimento de vida eterna para el hombre de
nuestro tiempo, hasta que finalmente estemos, junto con Él, sentados a la
diestra de Dios Padre todopoderoso. Amén (www.homiliacatolica.com; textos
tomados de mercaba.org).
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