lunes, 23 de abril de 2012



MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: con la confianza puesta en el Señor, abandonamos en Él nuestro espíritu y todas nuestras cosas. La fe nos hace ver incluso en las contrariedades que todo será para bien

1ª Lectura: Hechos 7,51-60;8,1: 51 Hombres de cabeza dura e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como fueron vuestros padres, así sois también vosotros. 52 ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Mataron a los que predijeron la venida del Justo, del cual vosotros ahora sois los traidores y asesinos; 53 vosotros, que habéis recibido la ley por ministerio de los ángeles, y no la habéis guardado». 54 Al oír esto estallaban de rabia sus corazones, y rechinaban los dientes contra él. 55 Pero él, lleno del Espíritu Santo, con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios, 56 y dijo: «Veo los cielos abiertos y al hijo del hombre de pie a la derecha de Dios». 57 Ellos, lanzando grandes gritos, se taparon los oídos y se lanzaron todos a una sobre él; 58 lo llevaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. 59 Mientras lo apedreaban, Esteban oró así: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». 60 Y puesto de rodillas, gritó con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y diciendo esto, expiró. Saulo aprobaba este asesinato. 1 Aquel día se desencadenó una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén; y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría.

Salmo Responsorial 31,3-4.6-8.17-21: 3 atiéndeme, ven corriendo a liberarme; sé tú mi roca de refugio, la fortaleza de mi salvación; 4 ya que eres tú mi roca y mi fortaleza, por el honor de tu nombre, condúceme tú y guíame; 6 En tus manos encomiendo mi espíritu; tú me rescatarás, Señor, Dios verdadero. 7 Aborrezco a los que adoran ídolos vanos, pero yo he puesto mi confianza en el Señor; 8 tu amor ser mi gozo y mi alegría, porque te has fijado en mi miseria y has comprendido la angustia de mi alma; 17 mira a tu siervo con ojos de bondad y sálvame por tu amor. 21 tú los guardas al amparo de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres; tú los cobijas en tu tienda lejos de las lenguas mordaces.

Evangelio Jn 6,30-35: 30 Le replicaron: «¿Qué milagros haces tú para que los veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? 31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo». 32 Jesús les dijo: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo; mi Padre es el que os da el verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». 34 Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». 35 Jesús les dijo: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.

Comentario: 1. Este discurso, el más largo de los Hechos, resume la historia de Israel hasta la Redención de Jesús. Los que escucharon fueron duros, como a menudo yo, Señor, “soy «duro», «me encierro en mí mismo»... en lugar de dejarme dócilmente conducir por tu Espíritu hacia nuevos horizontes, hacia conversiones profundas, las que Tú deseas para todos nosotros.
a) -Esteban, lleno del Espíritu Santo, los ojos mirando al cielo vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios. Danos, Señor, esa mirada interior que nos hace «ver» a Dios, por el Espíritu.
Esteban, hombre fogoso, contestatario, discutidor vigoroso, es también un hombre de vida interior, contemplativo, un visionario que saca sus ideas, sus palabras, sus actos, de su oración contemplativa.
-«Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre en pie a la diestra de Dios». Efectivamente, ¡Jesús está vivo, resucitado, exaltado! Y Esteban vive con El, vive de El. Es el tiempo pascual. Es en esta visión, alimentada ciertamente por la eucaristía que Esteban saca su fuerza y su certidumbre. A partir de esto, ¡nada puede detenerle! Reflexiono: Jesús, ¿es alguien para mí? ¿Tengo intimidad, compañerismo con El?
-Gritando fuertemente, se taparon los oídos y empezaron a apedrearle... Habían puesto sus vestidos a los pies de un joven, llamado Saulo. En una explosión de furor, se le conduce a la muerte. ¡Saulo de Tarso está allí! Pronto cambiará su nombre por el de Pablo. Toda su vida conservará el recuerdo de sus persecuciones a los cristianos. Estaba allí aquel día en que mataban a un hombre a pedradas. Desde aquel día debió de hacerse la pregunta: «¿De dónde le viene esa valentía?» ¿Hay a mi alrededor paganos, no-creyentes, indiferentes, que observan mi vivir? ¿Es mi vida una pregunta, una interpelación para ellos? ¿Pueden adivinar que hay un secreto en mi vida «una mirada fija en el cielo?»
-Mientras lo apedreaban, Esteban rogaba: «Señor, no les tengas en cuenta ese pecado.» Esta muerte es admirable. Como su maestro Jesús, Esteban perdona. Es la víctima que «ama» a sus verdugos, y «ruega» por ellos, como había pedido Jesús. ¿A quién tengo que perdonar?” (Noel Quesson). San Efrén: «Es evidente que los que sufren por Cristo gozan de la gloria de toda la Trinidad. Esteban vio al Padre y a Jesús situado a su derecha, porque Jesús se aparece sólo a los suyos, como a los Apóstoles después de la resurrección. Mientras el Campeón de la fe permanecía sin ayuda en medio de los furiosos asesinos del Señor, llegado el momento de coronar al primer mártir, vio al Señor, que sostenía una corona en la mano derecha, como si se animara a vencer la muerte y para indicarle que Él asiste interiormente a los que van a morir por su causa. Revela, por tanto, lo que ve, es decir, los cielos abiertos, cerrados a Adán y vueltos a abrir solamente a Cristo en el Jordán, pero abiertos también después de la Cruz a todos los que conllevan el dolor de Cristo y en primer lugar a este hombre. Observad que Esteban revela el motivo de la iluminación de su rostro, pues estaba a punto de contemplar esta visión maravillosa. Por eso se mudó en la apariencia de un ángel, a fin de que su testimonio fuera más fidedigno».
b) La fe nos ayuda a ver que todas las cosas de la tierra, incluso los problemas y las cosas malas, por culpa nuestra o sin ella, nos ayudan a una vida mejor, que todo será para bien. Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Recuerdo la pregunta que nos hacíamos ante la desgracia de hace unos años en el desastre del tsunami oriental, y es aplicable a cualquier circunstancia histórica “¿Dónde estaba Dios el día del tsunami?” La catástrofe del terremoto submarino (200.000 muertos, cinco millones de personas que perdieron su casa...) es algo muy duro. Además, se necesitaran años para la obra de reconstrucción. ¿Por qué el mal? ¿Por qué el tsunami, tanta muerte y devastación? ¿Cómo es posible que Dios permita todo esto?, y si es bueno, ¿cómo cuida de los hombres? Si es Omnipotente ¿por qué no hace algo? Estas preguntas filosóficas son las que oímos muchos días, las que se hace un niño de 10 años, las que hace una persona mayor. ¿Existe Dios? Mirando el orden del firmamento o la abeja que con sus patas traslada el polen para fecundar las flores, pensando en la armonía de todo lo creado, en el agua que cae en la lluvia y fecunda la tierra para ir al mar y a través de las nubes rehacer el ciclo, pensando en tanta belleza y sobre todo  la maravilla del amor, la riqueza de la memoria, la sed de entender,... sí, es fácil llegar al Dios creador. Pero, ¿qué providencia permite los desastres?
Esta es la gran pregunta. Hay dos soluciones ante esta pregunta: o todo es absurdo o la vida es un misterio. Pero acogernos al misterio no significa dejar de pensar. No. También ahí se me presentan dos opciones: Dios es malo porque yo no entiendo como permitiría esto, o bien Dios es bueno y sabio, pero yo no entiendo de qué va la cosa. Es como aquella historia de un aprendiz de monje que al entrar en el convento le encargaron colaborar en tejer un tapiz. Al cabo de varios días, dijo de golpe: "no aguanto más, esto es insoportable, trabajar con un hilo amarillo tejiendo en una maraña de nudos, sin belleza alguna, ni ver nada. ¡Me voy!..." El maestro de novicios le dijo: "ten paciencia, porque ves las cosas por el lado que se trabaja, pero sólo se ve tu trabajo por el otro lado", y le llevó al otro lado de la gran estructura del andamio, y se quedó boquiabierto. Al mirar el tapiz contempló una escena bellísima: el nacimiento de Jesús, con la Virgen y el Santo Patriarca, con los pastores y los ángeles... y el hilo de oro que él había tejido, en una parte muy delicada del tapiz: la corona del niño Jesús. Y entendió que formamos parte de un designio divino, el tapiz de la historia, que se va tejiendo sin que veamos nunca por completo lo que significa lo que vemos, su lugar en el proyecto divino. No lo veremos totalmente hasta que pasemos al otro lado, cuando muramos a esta vida y pasemos a la otra.
Los judíos y cristianos, al ver los desastres humanos y naturales en la historia, han creído en que aquello tenía un sentido escondido; la confianza en Dios ha pasado por encima del diluvio, y la destrucción de Sodoma y Gomorra, etc. Él es siempre refugio y fortaleza: "Por ello, no tememos aunque tiembla la tierra o se derrumban los montes en el mar, aunque bramen las olas, y tiemblen los montes con su fuerza. El Señor... está con nosotros" (Salmo 45).
No somos los cristianos insensibles al sufrimiento, basta ver la respuesta de caritas, que en España recaudó enseguida el doble de dinero en ayudas que las que prometía el gobierno. Pero no aceptamos que sea absurdo, pensamos que tiene un sentido escondido. De hecho Jesús no vino a quitar el sufrimiento, sino a llenarlo de contenido, al dejarse clavar en la cruz. Y enseñó incluso que los que lloran son bienaventurados porque serán consolados (Mt 5, 4). De manera que el mal es un problema difícil de resolver, pero ante él toda la tradición cristiana es una respuesta de afirmación de que donde la cabeza no entiende, el amor encuentra un sentido escondido cuando se ve con la fe  que Dios no quiere el mal, pero deja que los acontecimientos fluyan, procurando en su providencia que todo concurra hacia el bien: todo es para bien, para los que aman a Dios. Aunque cósmicamente defectuoso, dice el Cardenal George Pell, Arzobispo de Sydney, el mundo “va hacia la perfección. Dios ha dado la libertad a sus criaturas, que puede ser usada para fines malvados, mientras que la naturaleza avanza y cambia, por el contrario, según reglas fijas. Es inexacto decir que el tsunami ha sido un acto de Dios porque no ha sido Dios quien ha provocado este desastre. Podríamos preguntarnos porque Dios no ha creado un mundo más perfecto, porque permite tanto sufrimiento. No lo sabemos. El mal continúa siendo un misterio, pero nosotros estamos llamados a combatirlo, y el mal es sólo una parte de nuestra historia”.
No es correcto ver un sentido de castigo a lo que ha pasados a esos pueblos. No, las olas no han matado caprichosamente, no han hecho ninguna distinción. Pero siempre nace en nuestro interior, junto al sin-sentido del mal que requiere una re-ordenación divina, una justicia celestial, un lugar donde vayan los justos, donde no sufran ya más. Seguía diciendo el prelado: “Para los ateos no existe una explicación. Por ellos la vida es pura fortuna, sin ningún objetivo. Sólo un Dios bueno pide y da un sentido al amor universal y puede hacer cuadrar todos los sufrimientos humanos en la próxima vida. Ahora nuestra tarea es llevar a la práctica este amor que nosotros profesamos y ofrecer ayuda a los supervivientes".
2. Este salmo, que leemos en viernes santo, también es apropiado para este mártir que se une a la cruz de Jesús con las palabras: "Padre; en tus manos encomiendo mi espíritu". Karl Rahner comentaba estas palabras (Lc 23,46): “¡Oh Jesús, el más abandonado de todos los hombres! Oh corazón traspasado de dolor, estás al final. He aquí el final, en el que todo es arrancado, hasta el alma misma, el libre arbitrio entre aceptación o rechazo, y en el que el hombre ya no se pertenece a sí mismo…
Son las señales de la muerte. ¡Pero quién o qué cosa despoja así? ¿La nada? ¿El destino ciego? ¿La naturaleza implacable? No. Es el Padre, es el Dios de sabiduría y amor.
He aquí por qué te abandonas así. Con toda la confianza te entregas a estas suaves manos invisibles, que para nosotros, incrédulos y aferrados a nuestro yo, son las garras crueles del destino ciego de la muerte.
Tú sabes que son las manos del Padre, y tus ojos oscurecidos por la muerte todavía ven al Padre, se miran en los ojos serenos de su amor, cuando la boca pronuncia la última palabra de tu vida: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu”.
Todo lo das al que todo te dio. ¡Todo lo depositas, sin garantía ni restricción, en las manos de tu Padre! ¿Es mucho, y cuán pesado y amargo! Lo que constituía el peso de tu vida, tuviste que cargarlo tú solo: los hombres con su dureza, tu misión, tu cruz, el fracaso y la muerte.
Pero, ahora, terminaste de cargar todo esto, pues se te ha concedido entregarlo todo, incluyéndote a ti mismo, en las manos del Padre. ¡Todo! ¡Estas manos cargan todo muy bien, con mucha dulzura! Manos de madre.
Se encierra sobre tu alma, como nosotros encerramos un pajarito, con precaución y cariño entre las palmas de las manos. Ahora nada pesa, todo es suave, todo es luz y gracia, todo es seguridad, al abrigo del corazón de Dios, en donde se pueden enjugar las lágrimas de dolor, en cuanto el Padre, como un anciano, enjuga las mejillas del Hijo.
Oh Jesús, ¿entregarás también algún día mi pobre alma y mi pobre cuerpo en las manos del Padre? Deposita, entonces, todo, el peso de mi vida y de mis pecados, no en la balanza de la justicia, sino en las manos del Padre.
¿A dónde huir, en dónde ocultarme, sino junto a ti, mi hermano en la amargura, que sufriste toda la pena por causa de mis pecados? ¡Mira! Hoy vengo a ti; me arrodillo ante tu cruz; beso los pies que sangraron por seguirme, sin desviación y sin ruido, durante el trayecto desordenado de mi vida. Abrazo tu cruz, Maestro de eterno amor, corazón de todos los corazones, corazón traspasado, corazón paciente, infinitamente bueno.
Ten piedad de mí. Recíbeme en tu amor. Y cuando llegue el final de mi peregrinación, cuando el día decline y las sombras de la muerte me envuelvan, pronuncia una vez más, en mi último instante, tu última palabra: "Padre, entrego su alma en tus manos" ¡Oh buen Jesús! Amén”.
–En tus manos encomiendo mi espíritu. Palabra que en Cristo encuentran plenitud de sentido: el abandono, el sufrimiento, la confianza, la liberación. Invitación a todos los creyentes a una apertura total a Dios que revela los prodigios de su misericordia protectora. Por eso empleamos el Salmo 3, en el que se insertan estas palabras: «Señor, sé la Roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, Tú que eres mi Roca y mi baluarte, por tu nombre dirígeme y guíame. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu; Tú el Dios leal, me librarás; yo confío en el Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. En el asilo de tu presencia nos escondes de las conjuras humanas».
 “Habiendo puesto este salmo "en labios" de Jesús, hay que ponerlo "en nuestros propios labios", repetirlo por cuenta nuestra, y para el mundo de hoy. ¡Hay tantos enfermos, en los hogares y en los hospitales! ¡Tantos perseguidos, tantos despreciados, tantas personas consideradas como "cosas"! ¡Tantos aislados, abandonados! Pero vayamos hasta el fin del salmo, y repitamos también la acción de gracias” (Noel Quesson).
“"Tú eres mi Dios". Tú eres el Creador; yo no soy sino un poquito de polvo en tus manos. Puedes configurarme a tu antojo o dejarme reducido a la nada. Y, con todo, eres mi Dios; sí, mío, yo te tengo, me perteneces. No me has creado para luego abandonarme, sino que te ocupas de mí. Es cierto que riges al mundo entero, pero él no te preocupa más que yo: "Tú eres mi Dios; mis días están en tus manos"” (Emiliana Löhr).
Al comienzo del salmo estamos tensos, inseguros, aprensivos: el salmista está encerrado en sí mismo. Podemos obsesionarnos, preocuparnos, estamos en tensión… (vv. 2-5). Es el hombre literalmente atrapado en sus propias redes. En-si-mismado. Y este ensimismamiento es una cárcel, una prisión; el hombre, preso de sí mismo; y en un calabozo no hay sino sombras y fantasmas. Por eso está asustado: tendencias subjetivas, obsesiones, complejos de inferioridad, manías persecutorias, inclinaciones pesimistas... fulano no me escribe, ¿qué le habrán dicho de mí?; aquella amiga no me ha mirado, ¿por qué será?; aquí ya nadie me quiere, están pensando mal de mí, etc. ¡Cómo sufre la gente, y tan sin motivo! La explicación de fondo, repetimos, es que estas personas están encerradas en sí mismas como en una prisión. Cuando el hombre se encuentra consigo mismo, en sí mismo, se siente tan inseguro, tan precario y tan infeliz que es difícil evitar el asalto de miedo, el cual, a su vez, engendra los fantasmas.
En el versículo 6, el salmista despierta, ¡gran verbo de liberación! Toma conciencia de su situación de encierro, y sale ¡otro verbo de liberación! Toda liberación es siempre una salida. El salmista se suelta de sí mismo -estaba preso de sí- y salta a otra órbita, a un Tú. «A tus manos encomiendo mi espíritu» (v. 6). Y, al colocarse en ese otro «mundo», en ese otro «espacio», como por arte de magia se derrumban los muros de la cárcel, se ensanchan los horizontes y desaparecen las sombras. Amaneció la libertad: «Tú, el Dios leal, me librarás» (v. 6). Me librarás, ¿de qué? De los enemigos. ¿Qué enemigos? De aquellos que fundamentalmente eran «hijos» del miedo. Y, aun cuando antes hubieran sido objetivos, el mal del enemigo es el miedo del enemigo, o mejor, es el miedo el que constituye y declara como enemigos a las cosas adversas. Pero, al situarse el hombre en el «espacio» divino, al experimentar a Dios como roca y fuerza, se esfuma el miedo y, como consecuencia, desaparecen los enemigos. He ahí el itinerario de la libertad.
«Yo confío en el Señor» (v. 7). Confiar, ¡precioso verbo! En todo acto de confianza hay un salir de sí mismo, un soltar tensiones y un entregar al otro las llaves de la propia casa, como quien extiende un cheque en blanco. En un salto más audaz, la libertad se encarama sobre un pináculo mucho más elevado: «tu misericordia», expresión entrañable, sinónimo en el Antiguo Testamento de lealtad, gracia, amor (más exactamente, presencia amante), «es mi gozo y mi alegría» (v. 8). No solamente a los fantasmas se los llevó el viento y a los miedos se los tragó la tierra, sino que el salmista se baña en el océano de la Bienaventuranza: paz, alegría, seguridad, casi júbilo. Y, para colmo de tanta dicha, en los siguientes versículos viene a decir: cuando las aguas ya me llegaban al cuello y sentía que me ahogaba, tú me mirabas atenta y solícitamente, revoloteando sobre mí como el águila madre; no has permitido que las sombras me devoraran ni me alcanzaran las manos de mis enemigos, sino que, por el contrario, has colocado mis pies en un camino anchuroso, iluminado por la libertad (vv. 8-9).
La libertad profunda, esa libertad tejida de alegría y seguridad, consiste en que «brille tu rostro sobre tu siervo» (v. 17), en «caminar a la luz de su rostro» (Sal 89), en experimentar que Dios es mi Dios. Entonces, las angustias se las lleva el viento, y los enemigos rinden sus armas por el poder de «su misericordia» (v. 17), ya que los enemigos se albergan en el corazón del hombre: en tanto son enemigos en cuanto se los teme; y el temor tiene su asiento en el interior del hombre, pero el Señor nos libra del temor.
Y cuando desaparece el temor, «los malvados bajan mudos al abismo» (v. 18). ¿Quiénes eran esos malvados? Ahora se sabe: viento y nada. ¿En qué quedaron sus amenazas e «insolencias»? En un sonido de flautas. ¿Qué fue de los «labios mentirosos»? Quedaron enmudecidos (v. 19).
A medianoche, la tierra está cubierta de tinieblas. Llega la alborada y desaparecen las tinieblas. ¿Dónde se ocultaron? En ninguna parte. Al salir el sol, «se descubrió» que las tinieblas no eran tales, sino vacío y mentira. No de otro modo, al brillar el sol en los abismos del hombre, se comprueba que el miedo y sus «hijos» naturales no eran sino entes subjetivos, carentes de fundamento real. El Señor nos ha librado verdaderamente de nuestros enemigos.
No faltarán las conjuras humanas, las flechas envenenadas, las lenguas viperinas (v. 21). Pero a «los que a ti se acogen» (v. 20) «los escondes en el asilo de tu presencia» (v. 21). Expresión altamente preciosa, y analíticamente precisa. Quiero decir que, para quienes se dejan envolver vivamente por la presencia divina, esa presencia se transformará en refugio y abrigo (un abrigo anti-balas); para quienes se acogen a El, Dios será una presencia inmunizadora. Lloverán las flechas, pero se estrellarán contra el abrigo de quien ha confiado, y ni siquiera rozarán su piel: está inmunizado por la Presencia envolvente; Dios mismo es quien lo envuelve y lo cubre, haciéndolo insensible a los dardos (“Salmos para la vida”). Es la protección que pedimos en la Colecta: «Señor, tú que abres las puertas de tu reino a los que han renacido del agua y del Espíritu. Acrecienta la gracia que has dado a tus hijos, para que purificados del pecado alcancen todas tus promesas». Y en el Ofertorio: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno». Esperanza que se renueva en la Comunión: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Aleluya» (Rm 6,8) y en la Postcomunión: «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarnos con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».
Comenta San Ambrosio: «¿A qué  fin pides, oh judío, que te conceda el pan Aquél que lo da a todos, lo da a diario, lo da siempre? En ti mismo está el recibir este pan: acércate a este pan y lo recibirás. De este pan está dicho: “Todos los que se alejan de ti perecerán” (Sal 72,27). Si te alejares de Él, perecerás. Si te acercares a Él, vivirás. Este es el pan de la vida; así pues, el que come la vida no puede morir. Porque, ¿cómo morirá aquél para quien el manjar es la vida? ¿Cómo desfallecerá el que tuviere sustancia vital?
«Acercaos a Él y saciaos, porque es pan. Acercaos a Él y bebed, porque es fuente. Acercaos a Él y seréis iluminados (Sal 33,6), porque es luz (Jn 1,9). Acercaos a Él y sed libres, porque donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Cor 3,17). Acercaos a Él y sed absueltos, porque es perdón de los pecados (Ef 1,7). ¿Preguntáis quién es éste? Oídle a Él mismo que dice: “Yo soy el Pan de Vida; el que viene a Mí no tendrá hambre; y el que cree en Mí no pasará nunca sed” (Jn 6,35). Le oísteis y le visteis y no le creísteis; por eso estáis muertos; ahora siquiera, creed para que podáis vivir».

3. –Juan 6,30-35: No fue Moisés, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Como en otros pasajes del Evangelio, Jesús hace pasar a sus oyentes del sentido material al espiritual. De este modo llegamos al culmen de la revelación de Jesús, cuando éste proclama: «Yo soy el Pan de Vida». Comenta San Ambrosio: «¿A qué  fin pides, oh judío, que te conceda el pan Aquél que lo da a todos, lo da a diario, lo da siempre? En ti mismo está el recibir este pan: acércate a este pan y lo recibirás. De este pan está dicho: “Todos los que se alejan de ti perecerán” (Sal 72,27). Si te alejares de Él, perecerás. Si te acercares a Él, vivirás. Este es el pan de la vida; así pues, el que come la vida no puede morir. Porque, ¿cómo morirá aquél para quien el manjar es la vida? ¿Cómo desfallecerá el que tuviere sustancia vital? «Acercaos a Él y saciaos, porque es pan. Acercaos a Él y bebed, porque es fuente. Acercaos a Él y seréis iluminados (Sal 33,6), porque es luz (Jn 1,9). Acercaos a Él y sed libres, porque donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Cor 3,17). Acercaos a Él y sed absueltos, porque es perdón de los pecados (Ef 1,7). ¿Preguntáis quién es éste? Oídle a Él mismo que dice: “Yo soy el Pan de Vida; el que viene a Mí no tendrá hambre; y el que cree en Mí no pasará nunca sed” (Jn 6,35). Le oísteis y le visteis y no le creísteis; por eso estáis muertos; ahora siquiera, creed para que podáis vivir» (Exposición sobre el Salmo 118,28).
Dios, en su Hijo Jesús, nos dio el verdadero Pan del cielo para saciar nuestra hambre y sed de vida eterna. Quien se alimenta es porque quiere continuar viviendo. Pero el alimento temporal sólo prolonga nuestra vida por un poco de tiempo. El Señor Jesús nos da vida eterna. Quien lo acepte tendrá esa vida, quien lo rechace habrá perdido la oportunidad de vivir eternamente, pues no hay otro camino, ni otro nombre en el cual podamos salvarnos. Pero tener la vida no significa sólo gozarla de un modo egoísta; la vida es como un fruto que los demás deben disfrutar, pues, junto con ellos, estaremos trabajando para que todos vivan con mayor dignidad y se encaminen, también con nosotros, a la posesión de los bienes definitivos que Dios nos ofreció por medio de su propio Hijo, que vino a alimentar nuestra fe, a levantar nuestra esperanza y a hacer arder nuestros corazones con el fuego de su amor. Alimentémonos de Cristo para poder alimentar al mundo, convertidos en pan de vida y dejando de ser, para él, un pan venenoso, podrido o deteriorado.
Señor, danos siempre de ese Pan. Sí, porque nosotros queremos entrar en una relación personal y amorosa con el Señor de la historia. A partir de nuestra comunión de Vida con Él entraremos también en comunión con la Misión que el Padre Dios le encomendó: salvar al mundo entero por medio del amor llevado hasta el extremo. El Señor nos alimenta con su propio Ser. Nosotros, a partir de entrar en comunión de vida con Él, somos transformados en Él, de tal forma que su Iglesia se convierte en un signo visible y creíble de la encarnación del Hijo de Dios. A nosotros, por tanto, corresponde continuar la obra de salvación de Dios en el mundo. Pero no lo hacemos bajo nuestras propias luces ni bajo nuestra propia iniciativa, ni con nuestras propias fuerza. Es el Señor quien continúa su obra por medio nuestro. Por eso aprendamos a confiarnos totalmente a Él. Abramos nuestros oídos y nuestro corazón para que su Palabra sea sembrada en nosotros y produzca frutos abundantes de salvación; sólo entonces seremos realmente un signo profético del amor salvador de Dios para el mundo.
Quienes hemos entrado en comunión de vida con el Señor estamos obligados a hacerlo presente, con todo su poder salvador, en el mundo. No podemos conformarnos con sólo darle culto al Señor. El verdadero hombre de fe vive totalmente comprometido con la historia para convertirse en un auténtico fermento de santidad en el mundo. Proclamar el Nombre de Dios en la diversidad de ambientes en que se desarrolla la vida de los Cristianos nos ha de llevar a no sólo dar testimonio del Señor con las palabras, ni sólo con una vida personal íntegra, sino a trabajar para que vayan desapareciendo las estructuras de maldad y de pecado en el mundo. Si cerramos nuestros labios ante las injusticias, si no somos capaces de fortalecer las manos cansadas y las rodillas vacilantes, si no volvemos a encender la mecha de la fe y del amor que ya sólo humea, si no somos capaces de devolver la esperanza a las cañas resquebrajadas para que vuelvan a la vida y produzcan frutos abundantes de buenas obras, estaremos fallando gravemente a la misión que Dios confió a su Iglesia. No tengamos miedo ante las amenazas de morir aplastados por los demás; el Señor nos envió a perdonar, a amar y a salvar y no a condenar, ni a destruirnos unos y otros. Aprendamos de Cristo en la cruz lo que es el amor hasta el extremo y lo que es saber perdonar a pesar de las más grandes traiciones u ofensas. Sólo el amor, finalmente, será lo único creíble, en la presencia de Dios, al final de nuestra vida, pues con él habremos sido un alimento de esperanza, de fe y de amor para aquellos que vivían en tierra de sombras y de muerte, y que necesitaban de una Iglesia realmente comprometida con el Señor, para hacerlo presente con todo su poder salvador entre ellos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, convertirnos, por nuestra unión verdadera a Cristo, en un auténtico alimento de vida eterna para el hombre de nuestro tiempo, hasta que finalmente estemos, junto con Él, sentados a la diestra de Dios Padre todopoderoso. Amén (www.homiliacatolica.com; textos tomados de mercaba.org).

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