MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE
PASCUA: Jesús, pan de vida y auténtica libertad más allá de la muerte
Hechos de los apóstoles 8, 1-8: “Y Saulo consentía en su muerte.
En aquel día se desató una gran persecución contra
la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones
de Judea y de Samaria, con excepción de los apóstoles.
2 Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e
hicieron gran lamentación por él. 3 Entonces Saulo asolaba a la iglesia.
Entrando de casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los
entregaba a la cárcel. 4 Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron
anunciando la palabra. 5 Y Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les
predicaba a Cristo. 6 Cuando la gente oía y veía las señales que hacía,
escuchaba atentamente y de común acuerdo lo que Felipe decía. 7 Porque de
muchas personas salían espíritus inmundos, dando grandes gritos, y muchos
paralíticos y cojos eran sanados; 8 de modo que había gran regocijo en aquella
ciudad.
Salmo responsorial: 65, 1-3a.4-5.6-7ª:
1 Aclamad a Dios con alegría,
toda la tierra. 2 Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. 3
Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! 4 Toda la tierra te adorará, y
cantará a ti; cantarán a tu nombre. 5 Venid, y ved las obras de Dios, temible
en hechos sobre los hijos de los hombres. 6 Volvió el mar en seco; por el río
pasaron a pie; allí en Él nos alegramos. 7 Él señorea con su poder para
siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones;
Evangelio según san Juan 6, 35-40: “Jesús continuó hablando a la gente: Yo soy el pan de vida. El que viene a
mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo,
vosotros, como ya os he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a
mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para
hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado, a saber: que no se
pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que
todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en
el último día”.
Comentario: 1. a ) “Se
desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén”... y fue el comienzo de la gran «expansión» misionera del evangelio. Cuando
parece que todo se pierde, que la Iglesia será exterminada, entonces en la más negra noche
amanece Dios… así pasará con el terrible Saulo, que se levantará luego como san
Pablo y Apóstol de las gentes. Aparecen los mártires de la fe. Para el mártir,
la pérdida de la vida por dar testimonio de Jesús es una ganancia, pues gana la
vida eterna. Pero es también una gran ganancia para la Iglesia que recibe así nuevos hijos, impulsados a la
conversión por el ejemplo del mártir y ve que se renuevan los hijos que ya
tiene desde hace tiempo. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en
el año del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la
conmemoración de los mártires del siglo XX: «Permanezca viva, en el siglo y el
milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos nuestros hermanos y
hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita de generación en generación,
para que de ella brote una profunda renovación cristiana!». La Iglesia , tal como Jesús la ha querido, llevará el
evangelio hasta los «confines de la tierra», y los mártires con su sufrimiento
son semilla de nuevos cristianos. El milagro de Pentecostés está siempre
haciéndose, por eso podemos rezar: Señor,
una vez más, agranda nuestros corazones a las dimensiones de tu proyecto
universal. Que el evangelio sea proclamado. Concede a todos los cristianos de
todos los tiempos no considerarse jamás como unos poseedores privilegiados...
sino como responsables. En el día
del juicio, Señor, Tú me pedirás cuenta de ese evangelio que he «guardado» sin
haberlo «difundido».
-“Los que se habían dispersado iban por todas
partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra.
Felipe bajó a una
ciudad de Samaria y les predicó a Cristo”.
Como los demás, Felipe, otro diácono, -como Esteban- ha huido. Su camino
pasa por Samaria. Recordemos que los judíos despreciaban a los samaritanos (Jn
4,9; 8,48). Jesús había roto ya ese
estrecho cerco al convertir a una Samaritana. Y les había anunciado: «Los
campos blanquean ya para la siega...» eran promesa de cosechas abundantes en el
mundo pagano (Jn 4,35-40). La
multitud unánime escuchaba con atención las palabras de Felipe. Efectivamente, Felipe «ha predicado a
Jesús» y, contrariamente a lo que podía pensarse, su predicación obtiene un
gran éxito en ese mundo nuevo que no está enfundado en sus propias certezas y
apriorismos. Libéranos, Señor, de
nuestros a priori. Que nuestras ideas sobre Dios no nos impidan ver lo que Tú
quieres que vayamos descubriendo. La Palabra de Dios se transmite por palabras de hombres. Yo
también he de repetir la Palabra divina a mi manera, con mi temperamento personal,
con palabras de mi época y de mi ambiente. El problema del lenguaje es uno de
los grandes problemas de la transmisión de la buena nueva. Para decir las cosas
eternas, hay que encontrar las palabras de HOY... que correspondan a la cultura
de los hombres de HOY.
-“¡Y hubo una gran alegría en aquella ciudad!” «La alegría». Signo evangélico. Cuando
la Palabra de
Dios es anunciada en «palabras de hombres», esto provoca una gran alegría. ¡Ah Señor!, te ruego por tu Iglesia,
que sea siempre una fuente de alegría, un lugar festivo, de una fiesta
interior... con mirada de alegría (Noel Quesson).
b) Veamos este ambiente de alegría en la dificultad.
Saulo persigue a los cristianos, ya en dispersión la comunidad de Jerusalén.
Los apóstoles se quedan. “Parecía
que esto iba a ser un golpe mortal para la Iglesia , y no lo fue. La comunidad se hizo más misionera
y la fe en Cristo se empezó a extender por Samaria y más lejos: «los prófugos
iban difundiendo la Buena Noticia » El día de la Ascensión
Jesús les había
anunciado que iban a ser sus testigos primero en Jerusalén, luego en toda
Judea, en Samaria, y hasta los confines del mundo (Hch 1,8). Ahora lo empiezan
a realizar. Uno de los diáconos helénicos, Felipe, es el que asume la
evangelización en Samaria, y «la ciudad se llenó de alegría». Aunque no lo
leemos hoy sabemos que la predicación de Felipe atrajo a muchos al Bautismo, y
entonces los apóstoles Pedro y Juan bajaron de Jerusalén a completar esta
iniciación, imponiendo las manos y dando el Espíritu a los bautizados por
Felipe. No habría que asustarse
demasiado, con visión histórica, por las dificultades y persecuciones que sufre
la comunidad cristiana. Siempre las ha experimentado y siempre ha prevalecido.
Para aquella comunidad de Jerusalén, lo que parecía que iba a ser el principio
del final, fue la gran ocasión de la expansión del cristianismo. Así ha
sucedido cuando en otras ocasiones cruciales de la historia se han visto cerrar
las puertas a la Iglesia en alguna dirección: con las invasiones de los
pueblos bárbaros y el hundimiento del imperio romano, o con la pérdida de los
Estados Pontificios el siglo pasado”, cosa que ha sido providencial para lograr
la libertad de la Iglesia. “Siempre ha habido otras puertas abiertas y el
Espíritu del Señor ha ido conduciendo a la Iglesia de modo que nunca faltara el anuncio de la Buena
Noticia y la vida
de sus comunidades como testimonio ante el mundo. Si tenemos fe y una convicción que comunicar, la podremos
comunicar, si no es de una manera de otra. Como sucedía en la primera comunidad
con los apóstoles y demás discípulos: nadie les logró hacer callar. Si una
comunidad cristiana está viva, las persecuciones exteriores no hacen sino estimularla
a buscar nuevos modos de evangelizar el mundo. Lo peor es si no son los
factores externos, sino su pobreza interior la que hace inerte su testimonio. Lo que a nosotros nos puede parecer
catastrófico -los ataques a la Iglesia y sus pastores, la falta de vocaciones, la
progresiva secularización de la sociedad, los momentos de tensión- será
seguramente ocasión de bien, de purificación, de discernimiento, de renovado
empeño de fe y evangelización por parte de la comunidad cristiana, guiada y
animada por el Espíritu. Eso sí, también una llamada a la renovación de
nuestros métodos de evangelización. Dios escribe recto con líneas que a
nosotros nos pueden parecer torcidas” (J. Aldazábal). Todo es para bien, según
los designios de Dios lo reconduce todo hacia algo bueno, y así señala san León
Magno: «La religión, fundada por el misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún
género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones, antes al contrario, se
aumenta. El campo del Señor se viste entonces con una cosecha más rica. Cuando
los granos que caen mueren, nacen multiplicados».
2. El salmista convoca a todos los pueblos a alabar a
Dios (v. 1): «Aclamad a Dios toda la tierra». Esto indica la gloria que se debe
a Dios porque es bueno para todos El deber del hombre de alabar a Dios es parte
de la ley de la creación y, por tanto, se exige a todas las criaturas. Es
también una predicción de la conversión de los gentiles a la fe de Cristo;
llegará el día en que todos los países de la tierra alabarán al Dios verdadero.
El salmista quiere ser pródigo en alabar a Dios y desea que paguen a Dios el
tributo de adoración todas las naciones de la tierra y no sólo la tierra de
Israel. Hemos de ser fervientes y celosos en publicar las alabanzas de Dios
como quienes no se avergüenzan de su Maestro. Esto se implica en el verbo que
indica alabar con clamor, con gritos de júbilo. Luego predice (v. 4) que lo harán:
«Toda la tierra te adorará» Le cantarán y salmodiarán a su nombre, es decir, a
Él. Dice a su nombre porque nada podemos añadir a la gloria esencial de Dios,
sino sólo a su gloria externa, a la declaración de su gloria por la que Él se
da a conocer. Se nos invita después (v. 5) a venir y ver las obras de Dios,
pues ellas mismas le alaban, lo hagamos nosotros o no; y la razón por la que no
le alabamos más y mejor es porque no observamos dichas obras con la debida
atención y el espíritu apropiado. Veamos, pues, las obras de Dios, y hablemos
de ellas no sólo a otros, sino también a Él (v. 3): «Decid a Dios: ¡Cuán pavorosas
son tus obras!». Las obras de Dios son tan portentosas en sí mismas que
infunden pavor, un asombro profundo y religioso; y así habría que
considerarlas. Uno de nuestros deberes primordiales para con Dios es un temor
reverencial a su Providencia. Esas obras son beneficiosas para el pueblo de
Dios (v. 6). Cuando Israel salió de Egipto, Dios convirtió el mar en tierra
seca delante de ellos, lo cual les animó a marchar por el desierto bajo la
conducción y guía de Dios; y, cuando entraron en Canaán, para darles ánimo en
las guerras que se avecinaban, dividió delante de ellos las aguas del Jordán, y
por el río pasaron a pie seco. Los gozos de nuestros padres son también
nuestros, y debemos considerarnos partícipes de ellos juntamente con nuestros
antepasados. Con sus obras portentosas, Dios se enseñorea de las naciones (hay
quienes aplican el versículo 7 a la época de los Jueces): «Él señorea con su poder
para siempre; sus ojos atalayan sobre las naciones». Su brazo se impone sobre
todos, por lo que el salmista está seguro de que los rebeldes no levantarán
cabeza (v. 7c). Esta frase podría traducirse también, y quizá mejor, en
imperativo: «¡No se enaltezcan los rebeldes!», los que desafían a Dios (Is. 37,23;
comentario tomado de www.adorador.com).
3. “El «discurso del Pan de la vida» que Jesús dirige
a sus oyentes el día siguiente a la multiplicación de los panes, en la sinagoga
de Cafarnaum, entra en su desarrollo decisivo. Esta catequesis de Jesús tiene
dos partes muy claras: una que habla de la fe en Él, y otra de la Eucaristía.
En la primera
afirma «yo soy el Pan de vida»: en la segunda dirá «yo daré el Pan de vida».
Ambas están íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de
catequesis que el evangelista nos ofrece en torno al tema del pan. Hoy
escuchamos la primera (repetimos de ayer, el v. 35: «yo soy el pan de vida»). Los
verbos que emplea son «el que viene a mí», «el que cree en mí», «el que ve al
Hijo y cree en Él». Se trata de creer en el enviado de Dios. Aquí se llama Pan
a Cristo no en un sentido directamente eucarístico, sino más metafórico: a una
humanidad hambrienta, Dios le envía a su Hijo como el verdadero Pan que le
saciará. Como también se lo envía como la Luz , o como el Pastor. Luego pasará a una perspectiva
más claramente eucarística, con los verbos «comer» y «beber». El efecto del
creer en Jesús es claro: el que crea en Él «no pasará hambre», «no se perderá»,
«lo resucitaré el último día», «tendrá vida eterna».
La presentación de Jesús por parte del evangelista
también nos está diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la
Eucaristía. Somos
invitados a creer en Él, antes de comerle sacramentalmente. Ver, venir, creer:
para que nuestra Eucaristía sea fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica
de aceptación de Cristo, de adhesión a su forma de vida. Por eso es muy bueno
que en cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía », comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo
nos ofrece, seamos invitados a recibirle y a comulgar con Él en «La mesa de la Palabra », escuchando las lecturas bíblicas y aceptando
como criterios de vida los de Dios. El que nos prepara a «comer» y «beber» con
fruto el alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como
Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en Él. Así
es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los discípulos de Emaús le
reconocieron en la fracción del pan, pero reconocieron que ya «ardía su corazón
cuando les explicaba las Escrituras». La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la fe y
desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando desemboca en la Eucaristía.
Y ambas deben
conducir a la vida según Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como
Cristo” (J. Aldazábal).
a) En los orígenes, el hombre quiso probar el árbol
de la vida para hacerse como Dios. Y lo que era fuente de vida se convirtió en
veneno: en lugar de recibir su alimento por gracia, el hombre quiso producir él
mismo su felicidad. El hombre fue arrojado del paraíso, porque quería vivir
sobre su propia tierra, la que construiría él sólo. "¡Al que venga a mí,
no lo echaré fuera!". Al escuchar la palabra de Jesús encontramos la
tierra de nuestros orígenes. Jesús llama para recibir la gracia y el perdón, y
nosotros somos reintroducidos en el jardín para gustar del fruto del árbol. El
lo atrae todo a sí: plantada en el corazón del mundo, su cruz es el nuevo árbol
de la vida en el que todo hombre puede encontrar su nacimiento. "Esta es
la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio".
El árbol de la cruz está plantado fuera de los
muros de la ciudad, sobre una colina, porque "muchos pasaban por
allí", y el nombre que salva está escrito en griego, en hebreo y en latín,
para que cada cual conozca en su propia lengua la maravilla de Dios: los brazos
de Jesús están abiertos a todos, porque el amor de Dios es para todos. La salvación es universal, pues no hay justos:
todos son enfermos y todos están llamados a la curación. Para que el árbol dé
fruto en abundancia, el grano tuvo que ser arrojado al surco del Gólgota. La Palabra de gracia sólo podrá germinar sembrada en las
lágrimas y en la sangre. La Vida no podrá salir victoriosa sino después de haber
estado aprisionada en una tumba. Una violenta persecución estalló contra la Iglesia de Jerusalén; los que se dispersaron fueron a
extender por todas partes la Buena Noticia.
"Si el grano no muere, no puede dar
fruto" (Jn 12,24). En cristiano, no hay más que una ley de crecimiento: la
de la vida entregada, la de la esperanza que asume el riesgo, la del comenzar
de nuevo, una y otra vez, desde la sola confianza en la fidelidad del Espíritu.
El árbol no tiene otra razón de ser que no sea la de dar cobijo a los hombres
que buscan la vida. Sólo podrá crecer si hay hombres y mujeres que son fieles
hoy a la ley del crecimiento del Reino: si entregan su vida al amor gratuito e
incondicionado, por encima de toda coacción y en la libertad del Espíritu.
Dios y Padre nuestro, no permitas que encerremos tu
Palabra en el reducido ámbito de nuestros hábitos, de nuestras certezas y de
nuestros sectarismos. Haz que madure en nosotros lo que Tú has sembrado: la
libertad del Espíritu, el entusiasmo del renuevo primaveral y el gozo de estar
salvados (tomado de “Dios cada día”, Sal terrae).
b) -Yo soy el pan de vida. Jamás ningún profeta
había pedido creer en su persona como lo hace Jesús. Incluso Moisés, sólo pedía
que creyeran en Yahvé. Jesús, en cambio, pretende algo exorbitante y radical:
se presenta como la fuente suprema de salvación, en múltiples fórmulas, que
evocan el "Yo soy el que soy" del mismo Dios: “Yo soy el Pan de vida”
(Jn 6, 35; 6, 48-50; 6, 51). Yo soy la Luz del mundo (Jn 8, 12; 9, 5). Yo soy la Puerta de las ovejas (Jn 10, 7-9). Yo soy el Buen Pastor
(Jn 10, 11-14). Yo soy la Resurrección y la Vida (Jn 11 25). Yo soy la verdadera Viña (Jn 15, 1-5).
"Yo soy el Pan." Fórmula de una fuerza extraordinaria, que recuerda
–como hemos visto en la 5ª semana de Cuaresma- el nuevo sentido del “Yo soy”
anunciado a Moisés, y llevado a plenitud en el “Emmanuel”, “Yo soy con
vosotros”. Jesús se identifica a sus enseñanzas: su doctrina es pan, Él mismo
es pan... ¡capaz de mitigar nuestra hambre! Esta semana contemplamos la Eucaristía en el discurso de Cafarnaum, y en el trigo molido
de Esteban y los primeros cristianos, que son grano de trigo que al morir dan
vida a muchos.
-“El que viene a mí ya no tendrá más hambre. Quien
cree en mí, jamás tendrá sed”. El paralelismo de las dos frases permite aclarar
la una por la otra. El que "viene a Jesús", el que "cree en
Jesús" no necesita ir a otra parte para saciarse... ¡ya no tiene más
hambre ni sed! Jesús, fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego: la
mayoría de nuestras tristezas y de nuestros desequilibrios vienen de no saber
apoyarnos realmente sobre la roca de la Palabra substancial del Padre que es Jesús. "Creer"
y "venir a Jesús", son presentados aquí como equivalentes: con ello
se pone en evidencia el hecho de que la fe es una "actitud vital de
adhesión a la persona de Cristo", más que ser el "asentimiento
intelectual a una suma de verdades dogmáticas abstractas" -si bien una no
excluye a la otra.
-“Todos los que el Padre me da vienen a mí, y al
que viene a mí Yo no lo echaré fuera”. El Padre quiere verdaderamente
"salvar" a los hombres. Él es quien toma la iniciativa: ¡"los
que el Padre me da"! Pero hay también la parte de
"correspondencia" en el hombre: es la Fe , que Jesús traduce por la expresión "Venir a
Él".
-“Porque he bajado del cielo no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió”. "Venir a Jesús",
es imitarle, es reproducir su actitud. Cumplir la Voluntad de Dios, es un alimento espiritual. Podríamos
decir que esto comporta dos exigencias:
-meditar la Palabra de Dios, alimentarse de su pensamiento... Es la
oración.
-para poder someterse en los detalles a su
Voluntad sobre nosotros... Es la acción.
Minuto tras minuto, algunos quereres divinos están
escondidos en nuestras vidas cotidianas. Como para Jesús, el cumplimiento de
esta voluntad de Dios es el único camino de la santidad y del gozo total. Corresponder
a Dios por la Fe es ya
"estar en comunión" con Él.
-“Y esta es la voluntad del Padre, que Yo no
pierda a ninguno de los que Él me ha dado… que Yo les resucite a todos en el
último día; pues la voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo y cree
en Él tenga la vida eterna”. Contemplo detenidamente esta "voluntad"
del Padre... y hago mi oración a partir de esto (Noel Quesson), y pedimos hoy
al Padre: «Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado»
(oración).
c) Vamos a ahondar más en este último aspecto,
hacer la voluntad del Padre, diciéndole a Jesús: “Eres la persona más libre,
porque eres la Verdad , y la verdad os hará libres. Tú conoces todo y
puedes escoger lo mejor con plena libertad, no como el engañado, o el
ignorante, o el que está cegado por sus pasiones. Tú, que escoges con la
libertad más plena y escoges lo mejor, escoges la obediencia. ¿Por qué? Parece
un contrasentido: eres el ser más inteligente y más libre, eres Dios, y escoges
no hacer tu voluntad, sino obedecer. ¿Es eso libertad? Jesús, sabes bien que
sí, porque sabes a quién obedeces: no hay nada más inteligente que obedecer a
Dios, pues Él sólo busca mi bien y además sabe mejor que yo cómo conseguirlo.
En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más
libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia.
La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce
a «la esclavitud del pecado» (cf Rm 6,17). Jesús, a veces tengo ganas de ir por
mi cuenta, buscándome a mí mismo: lo que me gusta, lo que me interesa, lo que
«necesito». Incluso el ambiente actual quiere hacerme creer que así soy más
libre, porque decido lo que yo quiero, y no lo que quiere otro. Que me dé
cuenta de lo estúpida que es esta postura. Cuando busco hacer tu voluntad,
también decido lo que yo quiero, sólo que decido mejor. “Nos quedamos
removidos, con una fuerte sacudida en el corazón, al escuchar atentamente aquel
grito de San Pablo: «ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación». Hoy,
una vez más me lo propongo a mí, y os lo recuerdo también a vosotros y a la
humanidad entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos. Para pacificar las
almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar en el mundo y a
través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro, resulta indispensable la
santidad personal” (San Josemaría Escrivá). Jesús, Tú has venido a hacer la
voluntad del Padre Celestial y me has dado ejemplo de obediencia hasta en los
momentos más difíciles. Ahora me pides que siga ese ejemplo; que mi gran
objetivo sea la fidelidad a esa voluntad de Dios para mí que se me va
manifestando día a día: mi santidad personal. Porque ésta es la voluntad de
Dios, vuestra santificación.
Pero, ¿cómo conocer la Voluntad de Dios? Lo primero es estar lo más unido posible
a Él. ¿Cómo? Buscando unos momentos al día para tratarle, para pensar en Él,
para pedirle cosas, para darle gracias. Así actuabas Tú, Jesús. Siempre
encontrabas la forma de retirarte un poco de la muchedumbre para rezar. Rezar:
éste es el gran secreto para unirse a Dios. La oración es fundamental en mi
camino hacia la santidad.
Y hay tres tipos de oración: la oración mental,
que son estos minutos dedicados a hablar contigo; la oración vocal, que es
rezar oraciones ya hechas, entre la que destaca el Rosario; y la oración
habitual, que es hacerlo todo en presencia de Dios, convertirlo todo en
oración: el estudio, el trabajo, el descanso, el deporte, la diversión, etc...
Ayúdame a decir sinceramente cada día: hoy, una vez más, me propongo luchar por
cumplir tu Voluntad, luchar por ser santo, luchar por convertir todo mi día en
oración (Pablo Cardona), y así, como pedimos en la Postcomunión , «que la participación en los sacramentos de
nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y nos dé las alegrías
eternas».
Y San Agustín nos dice: «“No he venido a hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Ésta es la mejor recomendación de
la humildad. La soberbia hace su voluntad, la humildad hace la voluntad de
Dios. Por eso, “al que se llega a Mí no lo arrojaré fuera”. ¿Por qué? “No he
venido a hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió”. Yo he venido
humilde, yo he venido a enseñar la humildad, yo soy el maestro de la humildad.
El que se llega a Mí se incorpora a Mí; el que se llega a Mí será humilde,
porque no hace su voluntad, sino la de Dios. «Esa es la causa de que no se le
arroje fuera; estaba arrojado fuera cuando era soberbio... Se entrega Él mismo
al que conserva la humildad y Él mismo lo recibe; y, en cambio, el que no la
conserva está distantísimo del Maestro de la humildad. “Que no se pierda nada
de lo que me dio”. No es, pues, voluntad de mi Padre que perezca uno solo de
estos pequeñuelos. De entre los que se engríen no dejará de haber alguien que
perezca; en cambio, de entre los humildes no se dará el caso de perecer uno
solo... El que se llega a Mí resucita ahora hecho humilde, como uno de mis
miembros; pero yo lo resucitaré también en el día postrero según la carne». Pienso
que estamos hechos para lo sublime, la belleza, lo divino, y a imagen de Dios
tenemos la inteligencia (afán de posesión de la verdad), el amor (sobre todo
necesidad de sentirnos amados) y la libertad (para comprometernos, con la
esperanza de llegar al Todo, más allá de la muerte). Jesús es esta Verdad, este
amor que es Vida, y el Camino para esta libertad esperanzada. En resumen, este
árbol de la vida, pan de vida.
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